Metamorfosis. Libros VI-X

Metamorfosis. Libros VI-X
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Epopeya mitológica por excelencia, las Metamorfosis es una de las obras magnas de Ovidio. El conjunto de relatos memorables que han servido a lo largo de los siglos como materia de innumerables refacciones por parte de las artes y las ciencias merecía una cuidada edición crítica como la que presenta la Biblioteca Clásica Gredos. Este es el segundo volumen de los tres que integran una de las traducciones más actuales al español y que está llamada a convertirse en un referente ineludible de la tradición ovidiana. Publicado originalmente en la BCG con el número 400, este volumen presenta la traducción de los libros VI-X de las Metamorfosis de Ovidio realizada por José Carlos Fernández Corte y Josefa Cantó Llorca (Universidad de Salamanca) y revisada por ellos para esta edición.

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Publio Ovidio. Metamorfosis. Libros VI-X

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LIBRO VIII

LIBRO IX

LIBRO X

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Había prestado oídos la Tritonia al relato y había dado su aprobación al canto de las Aónides y a su justa ira. Luego pensó para sí: «No basta con alabar a otras; que me alaben a mí también, y no consienta yo que se desprecie impunemente nuestro poder». 5 Y concentra su atención en el destino de la meonia Aracne, de la que se decía que, en el arte del tejido de la lana, no merecía menos elogios que ella misma. No fue aquella famosa por su patria o por los orígenes de su linaje, sino por su arte. Su padre, Idmón el colofonio, teñía la lana empapándola en púrpura de Focea. 10 Su madre había muerto, pero procedía también de la plebe y no era superior a su marido. Sin embargo, en las ciudades lidias Aracne se había ganado con su habilidad una reputación memorable, a pesar de haber nacido en un hogar humilde y de residir en la humilde Hipepas. Con el fin de contemplar sus admirables labores, con frecuencia abandonaban sus zarzas las ninfas del Tmolo, 15 abandonaban sus ondas las ninfas del Pactolo. Las telas ya hechas daba gusto mirarlas, pero no era menor el placer mientras se hacían; ¡tanta gracia ponía en su arte! Lo mismo si empezaba formando redondos ovillos con la lana basta, o la adelgazaba con sus dedos, o acariciaba una y otra vez los vellones, semejantes a nubes, estirándolos en largos hilos, 20 o si hacía girar el pulido huso con el fino pulgar, o, en fin, si bordaba con la aguja, pensarías que había sido instruida por Palas Atenea.

Pero ella lo niega expresamente, y sintiéndose ofendida, aunque su maestra fuera tan grande1, dice: 25 «Que se enfrente conmigo; a nada me negaré si me vence». Palas finge ser una vieja y añade a sus sienes falsas canas y unos débiles miembros que afianza con un bastón. Luego comenzó a hablar así: «No todo lo que la edad avanzada trae consigo se ha de evitar; de los años tardíos procede la experiencia. 30 No desdeñes mis consejos: busca la máxima gloria en el arte de la lana, pero sólo entre los mortales. Cede ante una diosa y pídele perdón con voz suplicante por tus atrevidas palabras; si se lo pides, te perdonará». Ella la mira torvamente, abandona los hilos ya empezados, 35 y sin apenas contener sus manos, con la ira reflejada en el semblante, replicó a la irreconocible Palas con tales palabras: «Tu entendimiento flaquea, llegas agotada por una larga vejez y te hace daño haber vivido tanto. Que escuchen esos consejos tuyos tus nueras o tus hijas, si es que las tienes. 40 A mí me basta con mi propia sensatez; y para que no creas que has conseguido algo con tus recomendaciones, persisto en la misma resolución. ¿Por qué no viene ella en persona? ¿Por qué evita esta contienda?». «¡Ha venido!», dijo la diosa, y dejando su figura de vieja se mostró como Palas. Veneran su divinidad las ninfas y las mujeres migdonias; sólo la muchacha permaneció impertérrita2. 45 Pero aun así sintió vergüenza, un súbito rubor le tiñó el rostro a su pesar, y de nuevo se borró, como el aire, al llegar la aurora, suele ponerse púrpura, y en un tiempo muy breve, tras salir el sol, se vuelve blanco. 50 Persiste en su proyecto y, en sus estúpidas ansias de victoria, se precipita hacia su perdición; pues la hija de Júpiter no se niega, ni le da más consejos, ni aplaza ya el combate.

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32 El final de las muertes de los hijos varones de Níobe nos muestra al dios, identificado por el epíteto Arquitenens, a punto de arrepentirse, pero también la suprema ironía de que no puede evitar la muerte, aunque sí hacer que la herida sea pequeña.

33 Los vv. 281-282 parecen redundantes; entre las soluciones que se han planteado (cf. BÖMER, 1976: 84), TARRANT, siguiendo a HEINSIUS, opta por colocar entre corchetes el v. 282; en cambio ANDERSON, 1972: 190, considera el v. 281 como una interpolación.

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