La orquesta imaginaria

La orquesta imaginaria
Автор книги: id книги: 2136898     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 470,92 руб.     (4,37$) Читать книгу Купить и скачать книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9788418546211 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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Minina escapa de un centro de menores gracias a la ayuda de Sinestesia, una muchacha de pelo azul con un 38 que escupe aceitunas de plomo. Busca a su familia desahuciada y a su padre, un estibador sindicalista y músico aficionado que ahora sopla una tuba de cartón, enajenado por las descargas eléctricas de la tortura. Pero no parece sencillo entre los gases lacrimógenos y las tanquetas hidrantes de los carabineros. El escenario de un estallido en el que las jóvenes cabalgan, como las valkirias de Wagner. Y en esa partitura alucinada el Astronauta, un hombre de andares lunares con un volante en las manos, juega un rol esencial: conduce en su autobús a los fantasmas, quizá las víctimas de la violencia política y la marginación, hacia un destino mejor. Con esos acordes de sueño y realidad, ternura y ferocidad, Rodrigo Díaz Cortez compone la música de un relato demoledor. La verdadera banda sonora de la revuelta chilena de 2019.

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Rodrigo Díaz Cortez. La orquesta imaginaria

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La orquestra imaginaria

Proverbio africano

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Cada noche yo salía en pijama por la ventana del balcón, con el dedo índice de la mano izquierda en la boca. Oía voces de hombres y mujeres, música que incitaba a dar saltos de alegría, que se mezclaba con los ladridos de los perros. En una ocasión, mi padre dijo: Venga niña, vete a la cama y duérmete ya. Si no duermes, la noche tampoco dormirá y despertará a los músicos. Yo me hice la dormida aunque me picara todo el cuerpo. Por la mañana papá despotricó contra los extranjeros del otro continente que arribaron al puerto cuando nos estábamos tomando un par de fotografías para el recuerdo. Detrás de ellos, bajaron también los piojos y las chinches. Así que mamá Dora nos hizo quitarnos la ropa interior mientras papá encendía leña para el fogón. La hirvieron con detergente. Ahora entendía por qué el barco grande estaba tan inquieto cuando lo amarraron al muelle. Mi hermano Lu quiso salir del cuarto, pero la puerta no se abría. La voz de mamá Dora nos advirtió desde el otro lado: La puerta no se va a abrir hasta que se restrieguen con vinagre el cuerpo y el pelo. Mi hermano Lu y yo nos rascamos un rato. Luego yo le rasqué la espalda a Lu y él me la rascó a mí. Ambos teníamos una cama muy cómoda y una ropa de cama increíblemente blanca. Nos sentíamos como en el cielo.

Cortaba la hierba que había plantado, cambiaba las flores de los maceteros y hablaba con él. Yo no quise preguntar de qué había muerto; no era necesario después de conocer los malos pasos en que andaba mi amiga.

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