Astillas
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Rosa Chacel. Astillas
ANA RODRÍGUEZ FISHER. ROSA CHACEL EN EL LABERINTO DEL TIEMPO
PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS
DISCURSO LEÍDO EN LA ENTREGA DE LA MEDALLA DE LA PROVINCIA DE VALLADOLID
PRESENCIA I
PRESENCIA II
PRÓLOGO A DESDE EL AMANECER
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SEDE DE NUEVA SOCIEDAD
LA EDAD DE MIS NOVELAS: SUJETOS Y OBJETOS
MI RELIGIOSIDAD
EL HEROICO TRIUNFAR DE LO DESCONOCIDO
EL PRADO
LA BELLEZA DE LAS PALABRAS
SOBRE LA PAZ
TIMOTEO PÉREZ RUBIO
PRELIMINAR A CARTAS A ROSA CHACEL
LUIS CERNUDA A TRAVÉS DE GREGORIO PRIETO
LUIS CERNUDA
MONÓLOGO DE LA ESTATUA
PREFACIO A JEAN COCTEAU, ANTÍGONA – REINALDO Y ARMIDA
POR QUÉ YO TE AMO, ¡OH, ETERNIDAD!
CONTRADICCIONES: LOS HORRORES DEL PLACER
LOS TOROS (HOY, AYER Y MAÑANA)
YO QUIERO[6]*
RELOJ
CARTAS A JAVIER MARÍAS
Отрывок из книги
Cuando, hace ya un par de décadas, recopilaba y estudiaba (para proceder a su inmediata edición) los ensayos breves, artículos, conferencias, prólogos o epílogos y otros textos de similar naturaleza que Rosa Chacel había ido forjando en paralelo al resto de su creación (poesía, novelas, autobiografía, diarios y ensayo), puse al frente de aquellos dos voluminosos tomos una afirmación de la escritora vallisoletana: «Toda obra, como toda vida, tiene estrecha y fatal relación con el tiempo en que transcurre»[1]. Y no hay mejor prueba de la indisoluble e íntima trabazón de una obra con la vida que la alumbra y con el tiempo que la enmarca que la posibilidad de verificar de nuevo la pervivencia de esta alianza incluso en la más escondida y circunstancial de las piezas chacelianas, tan reveladoras todas de la profunda raigambre con que ciertos temas, procedentes del fondo personal propio, anidaron en el pensamiento de la autora, así como del modo en que se formulan y expresan: de la escritura propiamente dicha.
Y decir tiempo equivale a decir vida y realidad, o «el mundo ante mí»[2], instancias que Rosa Chacel encara y afronta (para analizarlas y meditar sobre ellas o para transformarlas en materia de su literatura) siempre desde un subjetivismo inamovible anclado en la experiencia personal. Abundan en estas páginas las afirmaciones que subrayan esta perspectiva o posición, abrazada desde muy temprano y que no se explica sólo por el autodidactismo de la escritora (que le impediría en ocasiones arropar o ilustrar sus argumentos e ideas con una vasta explayación histórica o cultural: «mi autoridad cultural es escasa pero mi patrimonio vivencial es abundante», reconoce en «Mi religiosidad»), sino también por otros atributos o cualidades no canonizadas ni calibrables como lo es la formidable potencia de su mirada, capaz de desnudar toda apariencia hasta alcanzar lo medular (de una experiencia, un suceso, un objeto, una imagen, un sentimiento, un rostro), el núcleo primigenio donde algo se modula y a partir del cual germina y brota. Desde ahí opera y actúa una tan prodigiosa como natural predisposición para descifrar, aun por tenues que sean, los múltiples hilos que anudan o quiebran hechos, ideas, conductas, sentimientos, pasiones… Quien conozca Desde el amanecer —la autobiografía donde Rosa Chacel rescata y narra los diez primeros años de su vida— sabe de lo que estoy hablando, pues hallará en esas páginas numerosos ejemplos de tan peculiar aprendizaje que, cuando tenía como escenario la naturaleza, derivaría en unas «nupcias con la vida»: los días en Rodilana, «tan cerca de la tierra, con todos los sentidos sumergidos en su proximidad», evoca la autora en el discurso pronunciado en Valladolid. Desde ahí era posible ascender otros peldaños: los que la llevarían, por ejemplo, a uno de los eslabones capitales del pensamiento de Ortega y Gasset (la razón vital, o el vitalismo orteguiano, idea que vertebra sus novelas Estación. Ida y vuelta, 1930, y La sinrazón, 1960, a las que a menudo se refiere en las páginas autobiográficas recogidas en este volumen), uno de sus grandes maestros, como lo fueron también Valle-Inclán o Ramón Gómez de la Serna, o Baudelaire y Nietzsche, según descubrirá el lector de estas páginas, donde Rosa Chacel declara abiertamente la liaison que une su obra con la de los grandes pensadores y poetas de su tiempo, «porque creo muy sustancioso continuar nuestro tejido o tapiz sobre la firme trama dejada» por ellos.
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De filiación saturnal, la obra de Rosa Chacel se nos muestra tan rica y profunda como extensa y viva. Nada más inexacto e infundado que la aplicación de adjetivos como «intelectual», «deshumanizada», «abstracta», a una literatura que nos habla del amor, de la piedad, de la culpa, de la duda, de la razón, de la moral, del arte, de la soledad, de la fe, del tiempo, de la pasión, del cine, de España, de las madres… Una literatura nacida con el siglo, que explora e ilumina el agitado pálpito de nuestro tiempo. Una literatura que sigue innumerables sendas, que desde el ensayo, la poesía o la prosa —tan ramificada y arborescente, tan plural en sus formas— brota del fondo último de la persona, transmutando la experiencia íntima en legado de validez universal. Y una literatura que aspira a ser alimento y esperanza, porque sin ella, sin la buena literatura —nos dice Rosa Chacel en Acrópolis— «no hay nutrición posible, no hay más que anemia, esclerosis, emasculación…».
A. R. F.
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