El ritmo perdido
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Santiago Auserón Marruedo. El ritmo perdido
Índice
Voces en lo oscuro
Notas
Filosofía o rocanrol
Notas
De un país perdido
Notas
El gato encerrado
Notas
Panteón de la rumba
Notas
Tango africano
Notas
El demonio majurí
Notas
Tras la celosía
Notas
El canto esclavo
Notas
Compás sin tierra
Notas
Expulsión de la semilla
Notas
La tierra del compás
Notas
La fiebre oscura
Notas
Personajes rítmicos
Notas
El negro a escena
Notas
Fantasmas en el verso
Notas
Luz que no alumbra
Notas
Collar de cuentas
Notas
Epílogo junto al río
Notas
Отрывок из книги
Filosofía o rocanrol
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Epílogo junto al río
Al pueblo empezaron a llegar grupos modernos para las fiestas, en vez de precarias orquestillas de baile. Había unos billares donde íbamos a diario a jugar a las máquinas y al ping-pong. Allí, en un escenario minúsculo, vinieron a tocar varias veces Los Solos, un grupo de Isla Cristina. Las parejas mayores no frecuentaban ese local, así que los músicos tocaban para los críos «Massachussets», de los Bee Gees, «A Whiter Shade Of Pale», de Procol Harum y, la que más nos gustaba, «Green Onions», de Booker T & The MG’s. Hablábamos con ellos de tú a tú, nos aprendíamos sus nombres, les pedíamos cigarrillos. Otro grupo del pueblo de al lado (San Bartolomé de la Torre), Los Olímpicos, venía a menudo a la Pista Azul, el lugar habitual de baile en los festejos, donde sí iban los mayores. Los Olímpicos llevaban un uniforme hecho de tela para cortinas, con cintas verticales de otro color cosidas en el lateral de los pantalones. Los Solos no llevaban uniforme, pero tenían mucho swing. Con los grupos de los pueblos cercanos nos íbamos enterando de las nuevas canciones y luego buscábamos los discos. Así descubrimos «Mighty Quinn de Dylan», según la versión de los Manfred Mann, y «Gimme Some Lovin’» de Spencer Davis Group. Empecé a ensayar para ser batería, pero no pasé del patrón de bombo y caja de «Get On Your Knees», de los Canarios. Una vez trajeron a la Pista Azul, para la feria de julio, al grupo mítico de Huelva, Los Keys, que llegaron a actuar en un club de Madrid. Se quedaron varios días en casa de un amigo, junto al que yo me sentaba como aprendiz de delineante, en la misma empresa constructora en que trabajaba mi padre. Cuando los músicos cruzaban la plaza les abucheaban y les tiraban piedras, en protesta por sus insólitas pintas. Fueron a quejarse al cuartel, pero los guardias les aconsejaron que se diesen una vuelta por el barbero para eliminar el problema. Fuimos testigos. Les seguíamos a todas partes, éramos como sus sombras. El primer día nos quedamos sin verles actuar, todavía éramos pequeños para entrar en el baile. Al día siguiente por la tarde nos sentamos en la plaza junto a Feli (el organista de Los Keys, que ya había venido al pueblo con Los Solos y luego pasaría a Los Lentos, de Sevilla), con nuestro tocadiscos portátil y algunos singles. Mis padres nos acababan de traer de Sevilla ese mismo día el «Get Back» de los Beatles, recién editado. Feli alucinó al oírlo y nos llevó a la Pista Azul, donde el resto del grupo estaba probando sonido. El guitarrista Pepe Roca –que más tarde sería cantante de Alameda– sacó el punteo en un abrir y cerrar de ojos. Aquella noche, después de mucho insistir, con apoyo de los músicos, nos dejaron entrar al baile. Los Keys sonaban muy bien, hacían estupendas versiones de Otis, de Aretha, de James Brown. Jesús Conde cantaba en inglés con mucha garra, pero entre las parejas del pueblo no tuvieron buena acogida, les pedían sevillanas, que cantaran en español, y hubo un conato de pelea. Fernando, el batería, controló la situación con mucho arte de carretera, acallando la protesta desde su micro. Enterado de mi incipiente vocación, me hizo subir al escenario en un descanso y me puse a hacer un solo, intentando imitar el de Joe Morello en «Take Five». Afortunadamente, nadie hizo mucho caso.
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