El ruso
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Sebastián Borensztein. El ruso
El Ruso
ACTO I
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ACTO II
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ACTO III
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Отрывок из книги
Sebastián Borensztein
Capital Intelectual
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Eso fue lo último que escuchó de su suegro cuando se calzó el sombrero y traspuso la puerta de la sedería, sin contestarle.
A Ester la conoció cuando él ya tenía veinticuatro años y vivía solo en la pieza de un inquilinato en la zona del Mercado de Abasto. Como en el asilo se había recibido de bachiller, el Ruso no tuvo problemas para conseguir un trabajo y comenzar su vida adulta. Empezó como empleado del frigorífico La Blanca en Avellaneda. Allí conoció el rigor y el aburrimiento del trabajo administrativo. Su jefe era un gerente inglés de apellido Watts, que lo controlaba minuciosamente y de quien aprendió el oficio contable. Además, por su condición de cantante –era frecuente verlo amenizar cumpleaños durante la hora del almuerzo–. Esto era consentido por Watts que, como buen patrón, sabía que cuanto más contentos trabajaban los empleados, mejor funcionaba el negocio. Pero al Ruso no le gustaba mucho su actividad y, luego de tres años, consiguió pasarse a la Compañía Ítalo Argentina de Electricidad, con un puesto más jerarquizado y un sueldo mejor. En ese momento, tuvo la oportunidad de mudarse. Se fue de la pieza que alquilaba en Avellaneda a un inquilinato del Abasto. En su nuevo barrio, se enfrentaban habitualmente rufianes y malevos; a esas luchas, en ciertas ocasiones, se sumaban patotas de niños bien, conocidas como indiadas, que tenían varios integrantes célebres, entre ellos Jorge Newbery. Toda esa mitología, sumada al ingrediente del tango, hacía de la zona el sitio perfecto para que el Ruso se sintiera a gusto. Cada viernes por la noche, después de una ardua semana de trabajo contable, volvía, por fin, a ser él.
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