Estabulario
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Sergi Puertas. Estabulario
Отрывок из книги
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«¿Ha probado a quitársela por Bluetooth?», pregunta finalmente.
La multitud va cediendo bajo el empuje de su monstruosa panza, la cola se abre en canal como una bestia destripada. «¿De qué va ese?» «¡Eh, tú!», grita indignada cada una de sus cien cabezas. Chacón consigue cruzar la puerta giratoria, el segurata que le iba a la zaga ha desenfundado el walkie. Canta el código de incidencia, aguarda órdenes a través del auricular. Chacón se abre paso a empellones hasta el Mostrador de los Dioses, se acoda sin aliento sobre la superficie de sándalo. «Mientras haya paz en los corazones, habrá amor en la Tierra», saluda Menéndez distraído, arrastrando el ratón por la alfombrilla. «Llama a Torrecillas ahora mismo.» «Coño, Chacón, ¿qué haces aquí?» «Llámalo.» «Es mejor que te vayas, Chacón. —Menéndez gesticula hacia el piloto rojo que destella al fondo—. Creo que no eres bienvenido, se va a armar una buena.» «¿Quieres ver la que se ha armado? Mira. —Chacón tira del mantel a cuadros que le cubre el pecho—. ¡Mira!» El hedor invade el hall, Menéndez recula horrorizado frente a ese engrudo marrón que forma hilillos entre la ropa y la piel. «Joder —dice llevándose una servilleta a las narices—, ¿pero qué te ha pasado?» Los seguratas se abren paso a codazos, alcanzan por fin el mostrador, pero para entonces Chacón ya les ha dado la espalda, se dirige a la cocina a toda pastilla. El buda vestido avanza entre los budas desnudos capturando las miradas de los comensales, alguien bromea sobre el buda leñador. El revuelo crece cuando los de seguridad agarran a Chacón del mantel, cuando Chacón lucha por sacudírselos. «Venga, Chacón, vámonos a casa.» «¡Estoy muy enfermo, ¿me oís?! ¡Cuando enferméis dejarán que os pudráis, no moverán un dedo!» «Chacón, no fastidies», masculla Medrano por lo bajini. «Dile a Torrecillas que venga, Medrano. Dile que no pienso marcharme hasta que hable con él.» Nueva tanda de forcejeos, Chacón se libera de un tirón, echa a caminar. Uno de los seguratas ha sacado su porra, golpea a Chacón en los riñones. Suena como cuando sacudes un colchón mojado con un tablón de madera. Los comensales ya no ríen, empiezan a levantarse. «¡Dale fuerte! —grita Medrano—, ¡el cabrón no nota nada!» Pero cae la tercera hostia, cae la cuarta y el picor de Chacón se transforma en escozor, se está empezando a amedrentar. Ahora los comensales gritan y es entonces cuando Chacón repara en el manchurrón negro que se le derrama por el costado.
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