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Por el contrario, siempre que he visto una empresa caer es porque su líder ha jugado a otro tipo de juego, mucho más común en nuestros días, lo que yo denomino Juego Finito.
En el fondo, la diferencia entre un juego u otro es muy sencilla: la mentalidad que adopta su líder. Sin embargo, en la práctica resulta muy complicado tener una mentalidad infinita.
Los seres humanos damos prioridad a las ganancias rápidas, a corto plazo, frente a una recompensa mayor en el futuro. Cometemos el error de buscar soluciones inmediatas a cualquier problema que se interponga en nuestro camino, sin tener en cuenta las consecuencias futuras.
Lamentablemente, esta mentalidad se ha convertido en la norma general de muchas empresas, donde la prioridad es contentar a sus accionistas en lugar de satisfacer las necesidades de sus clientes; o los entornos laborales feroces en los que ningún trabajador está motivado. Los resultados de esta mentalidad pueden ser catastróficos.
Sin embargo, a lo largo de la historia humana, hemos visto las ventajas del pensamiento infinito. Los grandes avances en ciencia y medicina no se han conseguido de un día para otro. De hecho, han supuesto un gran esfuerzo y cientos de personas colaborando durante mucho tiempo para alcanzar un objetivo común. Jamás habríamos explorado el espacio con una mentalidad finita, tratando de buscar resultados en el corto plazo.
Los grandes planes requieren de líderes valientes que estén dispuestos a sacrificar el presente por un futuro mejor. Requieren de una visión clara y la ambición de cambiar el mundo. En definitiva, requieren de una mentalidad infinita.
He escrito este libro porque estoy convencido de que la única forma de conseguir algo mayor que nosotros mismos es jugando al Juego Infinito. Es decir, adoptando una mentalidad que nos permita mejorar nuestros intereses como personas, como empresas y como especie.