Remembranzas
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Susana Taboada. Remembranzas
SUSANA TABOADA
Remembranzas
Agradecimientos
Ella…
Un secreto a voces
Su padre
El orfanato
Conociendo a Pedro
Pedro
Una propuesta inesperada
Varias vidas en sus manos
REMEMBRANZAS. Las manos de mi madre
Milagro de vida. Mi hermano Alfredo
La varilla de mamá
Mi papá, el joyero, relojero y mis zapatillas
Mi paso por el jardín de infantes
Un regalo para mi mamá
Cuando mamá enfermó
Navidad
Las manzanitas verdes de los Pereyra
Bolitas, chapitas, figuritas, barriletes y mis hermanos
Un poco de todo
Las sodas para papá
Hacer los deberes
Juegos infantiles
Un día de lluvia abundante
Recitar poesías
Tiempo de escasez
Mi casa, un hospital
Un gran susto para mamá
Pozos... aljibe... pileta
La noche, el cielo, las estrellas y nosotros
Las sombras siempre existieron
Toco... corro = ring raje
Caricias, besos y abrazos
Mis hermanas y los patines
Tocho, Pancho y la Pochola
Cuando el amor lanzó flechazos en mi casa
Y Cupido volvió por nuestra casa
ÚLTIMAS PALABRAS
Brindis, por el ascenso de Zule de Directora a Supervisora. Norma, Graciela, Zulema, Mary y Yo. (de derecha a izquierda)
Sinopsis
Отрывок из книги
A Dios, al recuerdo imborrable de mi madre Elma, a mi padre, que a pesar de todo fue nuestro guía. A mis hermanas y hermanos, testigos y protagonistas de las remembranzas, gracias por las vivencias en lo bueno y lo no tan bueno, a mis hijos Yésica y Lucas que me brindaron su apoyo incondicional y crecieron junto a mi. A mis sobrinos y sobrinas que son la continuidad de nuestra existencia, ellos son quienes escuchan algunas historias, tienen la magia de sorprenderse y hasta sentirse incrédulos ante las distintas narrativas. A mi pareja Miguel, a quien elegí para transitar el tiempo que nos queda en esta hermosa senda que es la vida misma.
Me di cuenta de que por las tardes no estarías esperándome ni a mí, ni a mis hermanas, sentada en tu sillón, ese “reposero” de algarrobo que te había regalado tu hijo favorito, el cantante de La Fibra, donde te acomodabas con el Toco (ese perrito que te adoraba) a tus pies en una especie de ronda desacomodada, con una silla de madera que hacía de mesa matera.
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De repente comenzó a escuchar el ruido seco e inconfundible del trotecito corto de los cascos de su caballo, que se dirigía hacia lo alto del cerro perdiéndose en la inmensidad de la noche como buscando refugio en el cañaveral. El viento veloz y bravo provocaba fricción de las hojas ásperas y secas produciendo una música sin melodía ni encanto, mientras sentía que se ahogaba en la oscuridad. Elma solo escuchaba la respiración agitada y cansada de su caballo zaino. De pronto, pegó un salto del catre, con la poca ropa que vestía salió corriendo del rancho.
Don Hilario Ferreyra, su padre, escuchó el ruido llorón de la bisagra enmohecida en mitad de la noche. Se levantó. Corrió hasta el umbral y, en ese momento, alcanzó a ver a su hija que se perdía a lo lejos. No lo pensó ni un minuto. Descalzo, y desabrigado, corrió desesperadamente hasta que alcanzó a tomarla del brazo. Elma lo miró sorprendida. Lo abrazó y preguntó por su potrillo. Don Hilario la levantó y comenzó a caminar mostrándole que su caballo estaba en el corral como era costumbre.
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