Reencuentro en el Wannsee
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Trinidad Plaza García. Reencuentro en el Wannsee
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Reencuentro en el Wannsee
Reencuentro en el Wannsee
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Cansada de danzar por las calles, quería buscar un lugar tranquilo, alejado de toda esa algarabía en la que estaba metida; vi el nombre de una calle que me llamó la atención: Tucholskystrasse. Esa fue la elegida. Inmediatamente me vino a la mente la imagen de mi antigua profesora de alemán en la academia Hiperión en Salamanca, se llamaba Christina, era de Colonia y estaba casada con un profesor de universidad de Lengua y Literatura españolas, David, un andaluz ocurrente y de buen humor. Se habían conocido en un encuentro de espeleólogos en Madrid, y tras unos meses de cartas, decidieron vivir juntos; durante un tiempo lo hicieron en tierras andaluzas y, más tarde, terminaron por asentarse en Salamanca. Ella encontró trabajo como profesora de alemán en la academia de lenguas, y allí coincidimos, Christina como profesora y yo como alumna. Recuerdo que en un tema del libro de texto que usábamos en clase de alemán había un comentario sobre Kurt Tucholsky. La profesora hablaba con mucha simpatía de él; cuando empezó a comentarlo, cambió el tono de su voz, hablaba con más energía y le brillaban los ojos. «Fue escritor y periodista allá por los años veinte del siglo pasado, autor de cabarés en los que manifestaba su talante democrático y pacifista; era un antimilitarista convencido y partidario de la República de Weimar. Temía y criticaba las tendencias antidemocráticas y la propagación de las ideas nacionalsocialistas que se iban extendiendo en su tiempo por toda Alemania», nos dijo, y nos habló de algunas de las letras de sus cabarés.
Anduve calle hacia adelante, pequeñas tiendas de artesanos, artistas, alguna tienda de veinticuatro horas...Un bar haciendo esquina me llamó la atención; se veía bastante oscuro desde fuera, se percibían las siluetas de los clientes a través de la luz mortecina de las velas; desde la calle la barra del bar se veía grande y el local en sí también. Allí me metí. Delante de una cerveza me fijaba en la actitud de la gente, cómo ellos ante cervezas inmensas y espumosas se relacionaban entre sí, en los gestos y actitudes; a diferencia de lo que ocurría en las calles de las que venía, aquí se comunicaban en un tono de voz baja; aunque todos hablaban, se oía como un suave murmullo extendido por todo el local, pero en ningún momento gritos o voces altisonantes. Me fui pronto.
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