La invención y el olvido

La invención y el olvido
Автор книги: id книги: 1556555     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 1034,52 руб.     (10,36$) Читать книгу Купить и скачать книгу Купить бумажную книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9789930595022 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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En este libro Uriel Quesada despliega su talento narrativo y aguda percepción de las personas para explorar, con compasión y humor, los avatares de clarividentes, cantantes que alimentan su arte de tragedias ajenas, vagabundos perdidos en ciudades imaginarias o burócratas a cargo de sofisticadas tecnologías y organizaciones que capturan y modifican la realidad. Siete cuentos cuentos sobre la vida como una constante invención y sobre las muchas formas en que la memoria retiene o deja ir nuestras vivencias.

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Uriel Quesada. La invención y el olvido

Uriel Quesada

La invención y el olvido

Dios ha sido generoso con nosotros

La máquina de la memoria

El inquilino

Sutil es el verdugo

El circulante

Apuntes para un cuento policiaco

Dinamarca

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Estimado lector: Muchas gracias por adquirir esta obra

y con ello, apoyar los esfuerzos creativos de su autor y de la editorial,

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Vos te levantaste a buscar unas mantas. Aunque esa casa la conocías a la perfección decidiste ir a la cocina primero y pedirle ayuda a quien estuviera ahí. Treinta años, incluso menos tiempo, traen consigo la pérdida de casi todos los privilegios. Uno de ellos, no lo dudabas, era el de deambular por los espacios privados de la gente que te quiso. Antes a vos te pertenecían esos espacios, ahora no. Aunque no te sintieras un extraño debías negociar de nuevo los límites. Encontraste la cocina súbitamente vacía. Aquellas personas que habías escuchado hablar, las que luego hicieron un pequeño corro cuando vos y Jacinto tocaron su música, esa gente había desaparecido igual que fantasmas y solamente quedaba una viejecilla hecha un ovillo en un rincón. La alumbraba una luz muy débil proveniente de un radio de mesa, desde donde salía la arenga de un pastor evangélico demandando arrepentimiento. Le preguntaste al minúsculo espectro –sus pies no tocaban el suelo– por los demás. Ella, sin embargo, se limitó a sonreír y te dijo que la música le había traído muchos recuerdos. “¿La conozco a usted? ¿Se acuerda de mí? Estuve viviendo hace años aquí con Jacinto y también donde el dinamitero”. Ella insistió en lo lindo de la música y luego te preguntó si ibas a hacerte cargo de Jacinto, al menos esa noche. “Yo me puedo quedar aquí, de todas maneras duermo muy poco”, dijo la viejecilla, “pero me gustaría irme un rato a mi casa. Nadie me espera, pero sería bonito. Cosas de una”. Y sin saber exactamente la razón le pediste permiso para subir a buscar las mantas. “Me da vergüenza, no quiero ser irrespetuoso”. La anciana se te quedó mirando, luego apagó la radio y mientras saltaba de la silla dijo que de todas maneras ya nada importaba.

Al subir encontraste dos mundos. Hacia el frente de la casa, el cuarto de Jacinto Vaca era todo desorden, como si hubiera intentando irse a último minuto y no hubiera sido capaz de decidir qué necesitaba y qué no. El que había sido tu dormitorio también estaba hecho un desastre, pero de una manera distinta. Esta vez era el caos que impone el abandono. Cajas con ropa vieja se acumulaban en un rincón, un árbol navideño plástico se asfixiaba bajo una bicicleta estacionaria oxidada. Te imaginaste que tu cuarto se había transformado en un purgatorio de objetos cotidianos, un lugar de paso donde se decidía el futuro de una lámpara o un adorno, una herramienta o un par de zapatos. Los objetos podían salir del cuarto y volver a ser utilizados por las personas, también podían terminar en una caja a la espera de mejores tiempos, o ser finalmente sentenciados al basurero local, otro de los símbolos de la lenta degradación de esos pueblos. Ahí encontraste las mantas, un poco sucias, con olor a memoria cerrada, pero era lo mejor dadas las circunstancias.

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