Trilogía del norte
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Vanesa Cotroneo. Trilogía del norte
Отрывок из книги
I. Un nuevo rumbo
–¿Cómo que te vas? –le preguntó su papá.
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La tormenta que se aproximaba los últimos días terminó por desatarse aquella tarde y entre tanta lluvia infernal, Luna imaginó que el micro partiría con retraso. No estuvo errada, pues hacía ya dos horas había llegado a la terminal y aún no habían anunciado el transporte en el que viajaría. El dolor de cabeza que le generaba la espera se comparaba con las más feroces etapas de ansiedad en que, atomizada por los pensamientos fútiles, no podía progresar y las cosas no eran más que estancamientos. Detestaba estar detenida sobre el nivel del suelo. Quería moverse, circular, elevarse: por eso buscaba mesas como asientos, monumentos o ruinas. Estaba en un macetero frente a la plataforma veinte, cuando súbitamente arribó un micro naranja. Ese es, pensó al instante. Intentó descifrar la cara del conductor y del acompañante. Supo que el conductor sería algo gordo, fruto de la paradojal falta de movimiento: él no se desplazaba, simplemente apretaba un pedal. Entonces, ella hizo un esfuerzo por dirigir sus ojos al asiento 03, el suyo. ¡Qué genial que esté en el piso superior! Definitivamente, le gustaban las alturas. Contempló el ómnibus a sabiendas de encontrarse ante un paso determinante. Lo contempló y se imaginó a sí misma como holograma, proyectada en otras visiones. Luego, seleccionó una música tejana, como la de los héroes cinematográficos reversionados en las películas; chasqueó la lengua y caminó hacia el micro, con el boleto en la mano. Al llegar a la puerta, ofreció el ticket a uno de los responsables, quien lo cortó por la mitad y le permitió acercarse a la sección de equipaje. Allí había un chico de barba que le recordó a su ex. ¿Dónde estaba él ahora? Hacía tiempo que no lo veía; tal vez, se estaba alejando de esa etapa y llegaría una nueva. Necesitaba gente amable, gente con la que pudiera dialogar de modo amigable, tratarse bien, respetarse y cuidarse; gente que la quiera por lo que era y valía. Quería sentirse plena porque esa aura, esa autenticidad de la simpleza, estaba volviendo de a poco. No había que acelerar. Había que ir despacio y sin fingir, siendo auténtica diciendo lo que se piensa y percibiendo su entorno con todos los sentidos.
Cuando le dieron el pasaje, subió al micro y partió. Con la vista al frente y la sensación de que todo su cuerpo iba hacia adelante, sintió vértigo. Por un momento, le pareció que no estaba preparada, que hubiera sido mejor esperar unos años o haber buscado a alguien más con quien hacer el viaje. Tales fueron su temor y arrepentimiento durante los primeros kilómetros que pensó en bajarse y volver a su casa. Sin embargo, algo interno se lo impidió, algo de su propio cuerpo, que sí se animaba. Y ella lo escuchó. Recordó que su cabeza siempre le decía las cosas correctas, pero esta vez supo que su cuerpo también habló. En su cabeza se prometió cuidarlo y llevarlo a descubrir nuevas tierras, donde el sol tuviera que atravesar las sierras para llegar hasta su piel.
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