El asedio animal

El asedio animal
Автор книги: id книги: 2071614     Оценка: 0.0     Голосов: 0     Отзывы, комментарии: 0 799,19 руб.     (7,86$) Читать книгу Купить и скачать книгу Купить бумажную книгу Электронная книга Жанр: Языкознание Правообладатель и/или издательство: Bookwire Дата добавления в каталог КнигаЛит: ISBN: 9786078764563 Скачать фрагмент в формате   fb2   fb2.zip Возрастное ограничение: 0+ Оглавление Отрывок из книги

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Описание книги

En Hukuméiji, cerca del río Don Diego y el mar Caribe, la lluvia torrencial despierta la memoria de sus habitantes mientras los deslaves arrastran lodo, casas y cadáveres. En este poblado del norte colombiano, el cuerpo de los seres humanos experimenta el placer y el deseo, pero también es el terreno donde el horror de la violencia imprime los castigos más brutales y permanentes. A los protagonistas de estas historias les han arrancado algo: les arrebataron a sus seres queridos, las piernas o la tierra; pero aun sintiendo en la carne la presencia de sus pedazos faltantes, se empeñan en recordar sus historias mientras buscan otras formas de comunicarse, amar y seguir viviendo. Con una prosa tan cruda como fascinante, Vanessa Londoño escribe el cuerpo mutilado como un sistema para explicar la pérdida, un camino para evocar la empatía y, en ese lenguaje compartido del gozo y el dolor carnal, comprender la ausencia o la muerte, el despojo, la injusticia y la brutalidad con que, en el territorio general de la violencia, el poder pretende administrar el paisaje, el dolor y el deseo. «Hace muchas décadas que los colombianos conviven con la violencia, una violencia que se encarniza contra el cuerpo: el social, el individual y, sobre todo, el de las mujeres. ¿Cómo formularla sin caer en la estadística o el estereotipo? Con un lenguaje acotado, coloquial y culto, Vanessa Londoño logra una exacta metáfora narrativa para resucitar, gracias a la escritura, el fantasma de los cuerpos mutilados». Margo Glantz «¿Cómo narrar la violencia, el avasallamiento de los cuerpos, la guerra sorda contra los despojados? ¿Cómo narrar la miseria de los poderosos? ¿Cómo narrar una vez más tanta sangre derramada en Latinoamérica? Vanessa Londoño lo consigue con un lenguaje exquisito y lírico hecho con la materia de la lengua coloquial transformada en una poética. El asedio animal es heredera de Rulfo y Asturias, las palabras suenan con una música particular y encantadora e invita a ser leída en voz alta». Selva Almada

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Vanessa Londoño. El asedio animal

UNO

DOS

TRES

CUATRO

AGRADECIMIENTOS

ÍNDICE

Отрывок из книги

VANESSA LONDOÑO

THOMAS CARLYLE

.....

Me parecía raro. Mi madre se encargaba del trapiche y de arriar las mulas, y todas esas tareas físicas le habían tensado la planta de los pies a la jornada como manos. Como el resto de mujeres, se amarraba el yakna con un nudo al hombro, mientras el otro le sobresalía calvo; y el pelo liso le colgaba inerte hasta media res. Yo la reconocía de antemano por el modo de andar, por la postura; por el gesto que ponían sus pies cuando caminan; y también por el modo trágico que tenía en la cojera de echarse para un lado. La vi a lo lejos, en una zona pantanosa por la que nadie nunca camina; con unas botas de las que les dicen machitas, azules, nuevas; brillantes como lunas; iguales a las que usaba Romualdo, el Mamo, aunque las suyas eran un par compuesto de dos botas derechas y andaban siempre sucias. Ni mi padre tenía entonces botas tan nuevas. Tampoco los guerrilleros que a veces uno miraba pasar.

La casa de Lásides era famosa. Trabajaba de agregado en una finca que se llamaba El Salado a pesar de que todos sabíamos que en Cartagena era de una familia importante. Había rumores de que se había peleado con sus hermanos por un libro que estaba escribiendo, que estaba de retiro aquí mientras lo terminaba; pero otros decían que la familia se había enterado de que tenía afición por los niños, por los pelados. Los Paras se habían tomado la finca tres años antes de que llegara a vivir ahí, y en esa casa habían matado a muchos. Lásides había sido el único capaz de vivir entre los muertos: decían que a uno le habían mochado la cabeza y que a otro le habían vaciado la metralleta en el cuerpo; y que a todos los habían matado por azar, que a cada uno lo habían señalado diciéndole ven tú que a ti te cayó el número; como si fuera verdad eso que dicen de que la suerte cae derogada por los dados. También que había un niño que se había despedido de su madre con la mano, y que le había dicho yo me voy de esta vida madre, pa’ajuera. La casa era de bareque aburdajado y blanco; y tenía la forma de un rectángulo con la fachada comida por los limos de la tierra. De ambos lados de la puerta colgaban dos celosías con las formas geométricas de una flor, pero una estaba tapada de cemento con puñetazos burdos. Al frente tenía un pozo de mampostería cubierto por una lata de zinc, pero hacia adentro, la casa era distinta. Estaba pintada de verde y como habitada por una domesticidad, sin embargo, huérfana, incompleta. Las lámparas estaban adornadas con lágrimas de caracolas de mar sobre los focos, pero la cocina, en cambio, por la imparidad de los artefactos, reflejaba una soledad absoluta. Al fondo tenía una pizarra que estaba siempre llena de números redondos, escritos con cuidado y una nube de tiza encerraba las palabras philosophiae naturalis, principia mathematica, harmoniae naturalis, principia cosmographica. En el piso y contra las paredes había dibujos pegados a pedazos de cartón, y pilas de libros, y cerros de revistas viejas. Lásides daba clases de dibujo, hasta se decía que dos indios venían desde el Zaíno, en lancha, dos veces por semana. Un estante de madera azul, hecho a cuatro pisos, guardaba documentos escritos a mano; y sobre la tapa de la mesa descansaban cuatro series de compilaciones largas, agrupadas cada una por un gancho y escritas sobre papel milimetrado: Principios cosmográficos de armonía natural en el octaedro, en el dodecaedro, en el cilindro, en el tetraedro. Pero en las visitas, lo que más me entretenía eran los poliedros que reproducían el modelo del universo y en los que yo veía desplegarse cada vértebra, cada hueso, cada músculo del cuerpo detenido de Seránkua, o la musculatura de un buey, el tendón de un cuartinajo, las plumas de un águila; todo lo que de antemano resumía la circulación perpetua y la belleza reorganizada e inamovible del cielo.

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