ApareSER
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Víctor Gerardo Rivas López. ApareSER
APARESER
Índice
Agradecimientos
Introducción
1. La génesis de la configuración
2. La forma carnal de lo sensible
3. La forma simbólica de lo sensible
4. Del lenguaje al pensar de la configuración
5. La cima y la sima de la configuración
Bibliografía
Отрывок из книги
Este libro tiene un doble objetivo: analizar el proceso de configuración de la realidad a partir de su percepción y estudiar ese proceso en la época en la que se redefine el sentido histórico de lo figurativo; a saber, la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Por razones que se aclaran a lo largo del libro, el análisis toma como hilo conductor la gran transformación de la plástica en el período que acabamos de señalar (sobre todo en la pintura), aunque también recurre a la literatura, lo que permite abarcar la compleja relación del arte con la cultura y, más aún, con la comprensión del ser del hombre que la filosofía y el pensamiento contemporáneos han desarrollado en paralelo con el trabajo artístico. Los cinco capítulos del libro siguen un claro orden expositivo y argumentativo, aunque es dable leerlos por separado si uno solo quiere un acercamiento a la temática que en cada uno se elucida y que se enuncia desde el título respectivo.
Víctor Gerardo Rivas López es doctor en filosofía y PTC en la Maestría en Estética y Arte de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Pertenece desde hace muchos años al Sistema Nacional de Investigadores de México. Ha escrito varios libros sobre problemas de estética barroca, pensamiento hispanoamericano, cultura contemporánea y cine, así como múltiples ensayos sobre esos mismos temas.
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Las líneas que acabamos de trazar constituyen en conjunto el fundamento de una poética de la configuración estética al margen de que hablemos de una obra literaria o plástica, pues en esencia apuntan a los modos en los que el entramado espaciotemporal de cualquier identidad o situación permite hacer a un lado las constricciones naturales (es decir, psicológicas o meramente subjetivas) o, también, mantenerlas para hacer más expresivo aún su contraste con la fábrica estética que cada artista o cada cual (aunque no sea creador en la acepción sociocultural e histórica del término) proponen. En esencia, esta poética se refiere a la indisoluble unidad espaciotemporal en la que se gestan todos los sentidos u orientaciones emotivos que el ser mismo despliega para el hombre, lo que exige enfatizar que ese despliegue nunca es unívoco pues al menos tiene el doble horizonte del espacio y del tiempo, en cada una de cuyas vías se encuentran otras tantas derivaciones que explican que ya en el terreno de los hechos resulte sumamente difícil determinar la valía de una configuración que a los ojos de su autor o de la época correspondiente representa el culmen de la originalidad y que a la vuelta de unos cuantos años se hunde en el olvido y hasta hace dudar del propio horizonte de valoración estética, pues uno descubre cuán limitado es frente al que anuncia ya no digamos el siguiente siglo sino la siguiente década. Hay, en efecto, un límite muy estrecho entre originalidad y actualidad, y la mayoría de los artistas se queda en lo segundo sin llegar jamás a lo primero, como lo atestigua, insisto, la historia del arte al hablarnos de aquellos que en una cierta época gozan de un favor ilimitado en al menos alguno de los círculos de poder y después pasan de moda o dejan de ser significativos (como los retratistas academicistas decimonónicos de la clase de Winterhalter). Lo único que cabe aquí subrayar es que por más que en un determinado momento haya sido el alfa y el omega de la institucionalidad cultural, ninguna configuración se sostendrá si no toma en cuenta alguna al menos de las condiciones que hemos analizado hasta ahora, todas las cuales, por otro lado, tienen que ver de un modo o de otro con la condición dialéctica de lo sensible que se expresa antes que nada como devenir y/o como el juego de la identidad en el mundo. En efecto, hemos visto que incluso un hecho tan escueto como la muerte tiene que vivirse dentro de una situación que puede darle un significado inédito o inquietante que en las circunstancias del caso será una auténtica revelación para quienes tengan que enfrentarlas, como sería el caso si un alienígena irrumpiere en el territorio de esos poderes atávicos que normalmente moran en lo más oculto de las comarcas lejanas y a los que es mejor respetar. Los límites de lo sobrenatural se tienen, pues, que redefinir no en relación con una trascendencia metafísica sino con una serie de fuerzas que hasta tienen visos de naturaleza aunque no de una compatible con la finitud de la existencia humana. Mas no es esta la única opción: por otro lado tenemos la visión de un acuerdo entre lo natural y el hombre cuya expresión más depurada sería un fenómeno que, por cierto, hasta ahora se nos ha escapado de las manos: hablo de la belleza. Según esto, lo poético tal como lo hemos delineado con las líneas anteriores no tendría ningún vínculo directo con lo que suele llamarse así, es decir, con la sublimación de lo humano en aras de una visión idealista para la que la belleza es el valor supremo de cualquier configuración. Y es a mis ojos muy significativo que tras haber comentado varias obras en las que la intensidad de la expresión salta a la vista no hayamos tenido oportunidad de glosar la correspondiente función de la belleza, ni siquiera en los casos en los que (como acabo de recordar) hay una clara armonía entre los diversos componentes de los ciclos naturales y las necesidades humanas que se satisfacen en un nivel en apariencia inferior pero que por el mismo ciclo termina por situarse en el punto más alto de la imagen.
Ahora bien, si nos hemos dilatado tanto en los análisis precedentes es porque nos han permitido llegar a una poética en verdad crítica, pues la condición sine qua non de cualquier forma de comprensión fenomenológica es surgir a través de una vivencia propia y no de una regla teórica que a partir de una cierta idealización (por ejemplo, lo bello o lo sublime de la condición humana) deriva ciertos principios cuya aplicación debe ser universal. Con todo, si aparte de lo que un análisis pormenorizado de la imagen puede enseñarnos respecto al mérito o a las limitaciones de la configuración tal como en cada caso se nos da nos preguntásemos si no hay otro apoyo para la configuración de lo estético (que, recordémoslo, hemos tomado aquí como sinónimo del encuadre espaciotemporal de la existencia), habría que decir que sí, que además de la poética tenemos una séxtuple articulación ontológica que desde un ángulo diverso coadyuva a la concreción de la imagen pues pone en jaque la subjetividad substancial que la actitud natural y su idealización vía la metafísica preconizan. Lo cual corresponde al enfoque que hemos adoptado hasta aquí y que mantendremos hasta el fin de estas líneas, a saber, que el fenómeno estético oscila entre lo artístico y lo existencial sin que sea menester elegir entre ambas opciones pues a fin de cuentas cualquier interés filosófico en el arte o en el proceso configurador en general tiene que ver con las posibilidades que el mismo abre para la comprensión del ser del hombre. En efecto, si hay un valor crítico en la expresión artística, es justamente porque ella nos hace conscientes de las singularísimas sincronías que hay entre la ecología natural y social (Escher), entre lo accidental y el destino (Melville) o entre la aparición de lo inimaginable y el reencuentro con formas de sabiduría que el discurso científico desdeña como formas de superstición más o menos deleznables (Lovecraft). Así que (pace Kant) la poética da paso a una reflexión acerca de las condiciones trascendentales de la experiencia que sirve para profundizar la configuración estética a través de ulteriores análisis sin tener que pasar necesariamente por ella para mostrarnos la validez de sus resultados, ya que puede contrastarlos directamente en una situación tal como se manifiesta al reducirla de modo fenomenológico.
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