Ser romántico supone saberse partícipe de un todo universal que da sentido al individuo, de un absoluto cuya unidad se quebró por causa de la inteligencia humana. Los románticos se sienten escindidos de la naturaleza y de los demás, nostálgicos y desvalidos, como si fueran un fragmento desgajado de lo infinito, una hoja al viento arrojada en un abismo.A través de sus personajes enajenados, monstruos, autómatas, vampiros y fantasmas, denunció la abyección de la humanidad y auguró para ella un triste final. Virginia Moratiel aporta los conocimientos de la erudita y la pluma de la escritora avezada, y desvela algunos de los secretos mejor guardados de la vida y de la obra de los románticos en un libro tan original y ameno como riguroso, apto para todo tipo de público.
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Virginia Moratiel. Cuando lo infinito asoma desde el abismo
2. De poetas y locos: la enajenación en el romanticismo
3. Dioses al soñar, mendigos al reflexionar
4. Soy en ello, todo soy, soy sólo ello: lo absoluto y el mal
5. La romantización del mundo a través de la imaginación
6. Los dioses o las ideas intuidas realmente
7. El hombre microcosmos, el universo macroánthropos
8. Una fuga hacia la eternidad: mística de la muerte, el sueño y la noche
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Cuando lo infinito asoma desde el abismo
Estudios sobre el romanticismo en lengua alemana e inglesa
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Como efecto de vidas tan azarosas, hostigadas por el sufrimiento físico y psíquico, no es de extrañar que estos escritores encuentren en la poesía —como dice Coleridge— una posibilidad de huir de la realidad y que incluso se adicionen al opio, aunque sea por causa del uso medicinal indiscriminado del láudano. A resultas de esta última drogodependencia, Coleridge escribe poemas magistrales de una estética alucinógena cercana a la ensoñación, tales como «Kubla Khan» o la «Rima del antiguo marinero».
En el caso de Keats, quien además estudia farmacia y llega a ejercer como cirujano, es decir que conoce la filosofía holística de la naturaleza predominante en su tiempo, no sólo cree en la capacidad del arte para despertar el espíritu dormido que anida en el interior de todos los fenómenos sino en su valor terapéutico, en su potencial para sanar la principal herida humana, surgida del contraste entre lo eterno y lo fugaz. En consecuencia, se opone a la racionalidad científica ilustrada, simplemente porque estropea el sentido de la belleza. Ejemplo de ello se encuentra en su poema «Lamia», una queja sobre el desencantamiento que sufre la visión cotidiana, pero cautivadora, del arco iris ante la explicación de Newton sobre la descomposición de la luz al pasar por un prisma. Así, Keats encuentra en la poesía un phármakon, a la vez un veneno y un remedio, «cicuta y narcótico» —según afirma en «Oda al ruiseñor»—, una bebida alucinógena que hace soportable el desgarramiento del alma, llamada a convivir con la belleza perenne, pero obligada a enfrentarse al dolor y a la podredumbre de la enfermedad que la corrompe en el tiempo, hasta desvanecer al individuo, cuyo nombre —de acuerdo con su propio epitafio— está escrito en el agua.