Candido, o El Optimismo

Candido, o El Optimismo
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Voltaire. Candido, o El Optimismo

CAPITULO PRIMERO

CAPITULO II

CAPITULO III

CAPITULO IV

CAPITULO V

CAPITULO VI

CAPITULO VII

CAPITULO VIII

CAPITULO IX

CAPITULO X

CAPITULO XI

CAPITULO XII

CAPITULO XIII

CAPITULO XIV

CAPITULO XV

CAPITULO XVI

CAPITULO XVII

CAPITULO XVIII

CAPITULO XIX

CAPITULO XX

CAPITULO XXI

CAPITULO XXII

CAPITULO XXIII

CAPITULO XXIV

CAPITULO XXV

CAPITULO XXVI

CAPITULO XXVII

CAPITULO XXVIII

CAPITULO XXIX

CAPITULO XXX

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De lo que sucedió á Candido con los Búlgaros.

Arrojado Candido del paraiso terrenal fué andando mucho tiempo sin saber adonde se encaminaba, lloroso, alzando los ojos al cielo, y volviéndolos una y mil veces á la quinta que la mas linda de las baronesitas encerraba; al fin se acostó sin cenar, en mitad del campo entre dos surcos. Caía la nieve á chaparrones, y al otro dia Candido arrecido llegó arrastrando como pudo al pueblo inmediato llamado Valdberghof-trabenk-dik-dorf, sin un ochavo en la faltriquera, y muerto de hambre y fatiga. Paróse lleno de pesar á la puerta de una taberna, y repararon en el dos hombres con vestidos azules. Cantarada, dixo uno, aquí tenemos un gallardo mozo, que tiene la estatura que piden las ordenanzas. Acercáronse al punto á Candido, y le convidáron á comer con mucha cortesía. Caballeros, les dixo Candido con la mas sincera modestia, mucho favor me hacen vms., pero no tengo para pagar mi parte. Caballero, le dixo uno de los azules, los sugetos de su facha y su mérito nunca pagan. ¿No tiene vm. dos varas y seis dedos? Sí, señores, esa es mi estatura, dixo haciéndoles una cortesía. Vamos, caballero, siéntese vm. á la mesa, que no solo pagarémos, sino que no consentirémos que un hombre como vm. ande sin dinero; que entre gente honrada nos hemos de socorrer unos á otros. Razón tienen vms., dixo Candido; así me lo ha dicho mil veces el señor Panglós, y ya veo que todo está perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, y quiere dar un vale; pero no se le quieren, y se sientan á la mesa. – ¿No quiere vm. tiernamente?.. Sí, Señores, respondió Candido, con la mayor ternura quiero á la baronesita Cunegunda. No preguntamos eso, le dixo uno de aquellos dos señores, sino si quiere vm. tiernamente al rey de los Bulgaros. No por cierto, dixo, porque no le he visto en mi ida. – Vaya, pues es el mas amable de los reyes, ¿Quiere vm. que brindemos á su salud? – Con mucho gusto, señores; y brinda. Basta con eso, le dixéron, ya es vm. el apoyo, el defensor, el adalid y el héroe de los Bulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria. Echáronle al punto un grillete al pié, y se le lleváron al regimiento, donde le hiciéron volverse á derecha y á izquierda, meter la baqueta, sacar la baqueta, apuntar, hacer fuego, acelerar el paso, y le diéron treinta palos: al otro dia hizo el exercicio algo ménos jual, y no le diéron mas de veinte; al tercero, llevó solamente diez, y le tuviéron sus camaradas por un portento.

.....

Huyóse á toda priesa Candido á otra aldea que pertenecia á los Bulgaros, y que habia sido igualmente tratada por los héroes abaros. Al fin caminando sin cesar por cima de miembros palpitantes, ó atravesando ruinas, salió al cabo fuera del teatro de la guerra, con algunas cortas provisiones en la mochila, y sin olvidarse un punto de su Cunegunda. Al llegar á Holanda se le acabáron las provisiones; mas habiendo oido decir que la gente era muy rica en este pais, y que eran cristianos, no le quedó duda de que le darian tan buen trato como el que en la quinta del señor baron le habian dado, ántes de haberle echado á patadas á causa de los buenos ojos de Cunegunda la baronesita.

Pidió limosna á muchos sugetos graves que todos le dixéron que si seguia en aquel oficio, le encerrarian en una casa de correccion, para enseñarle á vivir sin trabajar. Dirigióse luego á un hombre que acababa de hablar una hora seguida en una crecida asamblea sobre la caridad, y el orador, mirándole de reojo, le dixo: ¿A qué vienes aquí? ¿estás por la buena causa? No hay efecto sin causa, respondió modestamente Candido; todo está encadenado por necesidad, y ordenado para lo mejor: ha sido necesario que me echaran de casa de la baronesita Cunegunda, y que pasara baquetas, y es necesario que mendigue el pan hasta que le pueda ganar; nada de esto podia ménos de suceder. Amiguito, le dixo el orador, ¿crees que el papa es el ante-cristo? Nunca lo habia oido, respondió Candido; pero, séalo ó no lo sea, yo no tengo pan que comer. Ni lo mereces, replicó el otro; anda, bribon, anda, miserable, y que no te vuelva yo á ver en mi vida. Asomóse en esto á la ventana la muger del ministro, y viendo á uno que dudaba de que el papa fuera el ante-cristo, le tiró á la cabeza un vaso lleno de… ¡O cielos, á qué excesos se entregan las damas por zelo de la religion!

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