Читать книгу Acontecimientos Subjetivantes - Carlos José Zubiri - Страница 9

Generación universitaria del 86

Оглавление

Aquellos tiempos de 1986, cuando ingreso a la UNC, me iban a sorprender gratamente, me encuentro con un movimiento universitario extraordinario, una instancia que selló mi impronta como persona y, tiempo después, como psicólogo.

Fue un tiempo donde estudiábamos los principios universales de psicología, pero también temáticas socioculturales enmarcadas por temas filosóficos, antropológicos, culturales y sociales. Siempre les comento a mis alumnos que, al terminar una jornada, salíamos disparados del aula con premura, con el fin de caminar al lado de los profesores, era otra manera de seguir aprendiendo y conociendo; la Escuela de Psicología era un gran cuerpo con un único fin: “desarrollar individuos humanitarios, capacitados, profunda y responsablemente”.

Se aprendía en el parque, en los pasillos, en los bares, estos lugares tenían como objetivo mantener viva la llama de esta ciencia renovada y reavivada luego del letargo en el que la había introducido la dictadura militar setentista.

Durante los 70 los psicólogos no gozaban de las posibilidades que tenemos en la actualidad, la actividad profesional tenía aristas de dependencia de las ciencias médicas, “garante moral” de nuestra práctica. Cada vez que pienso en este tema surge en mi recuerdo aquel brillante análisis de Foucault sobre el “poder de la psiquiatría y sus consecuencias”. En aquellos tristes días se oficiaba como auxiliares de la medicina, incluso en mis inicios laborales recuerdo que, para tener cobertura de su mutual o prepaga, algunos pacientes debían solicitar una autorización médica (viejos resabios de una época lúgubre).

Unas máculas de esa época funesta de la Argentina consustanciada con la desdicha castrense donde, entre otras cosas, de tanto en tanto, se les ocurría cerrar todas las escuelas de altos estudios con interesante acerbo social y humanístico (obviamente las de psicología y filosofía a la cabeza).

La reapertura de la Facultad de Psicología en 1983, algunos dicen que fue en el 84, luego de una transición lógica de reacomodamiento institucional, rompe con influencias bizarras, abordadas por el lamentable Plan 78, dando lugar al programa del Plan 86, que tomaría cuerpo a partir de ese mismo año. Se dejaron propuestas rígidas, sin prácticas, con precarios planteos, propio de adormecimientos impulsados por asignaturas fósiles que no producían otra cosa que retraso a este atrayente espacio de pensamiento.

Desde ese momento la Facultad de Filosofía y Humanidades y la Escuela de Psicología se constituyeron como un hormiguero intelectual, surgían pensadores y profesores interesantes desde todos los rincones. Se abría un espacio de libertad y, como era lógico, se vehiculiza un movimiento sabio y erudita de gran envergadura. Era un placer caminar por aquellos sitios académicos.

Creo que quienes vivimos esta etapa como alumnos, hemos sido partícipes de la pasión que vivían aquellos catedráticos por volver con autonomía a su hábitat natural sin condicionamientos y sin fobias ante posibles intervenciones de viejos poderes panópticos de turno.

Si bien cursé con aquel remozado plan 86, conviví unos meses con el plan 78, el único beneficio que pude aprovechar de aquel currículo fue haber rendido y estudiado Filosofía, una asignatura encantadora, donde pude acercarme a los grandes pensamientos sobre la vida, y llegué a darme cuenta de la importancia crucial de sus fundamentos.

La estructura académica de aquella bella época tenía un especial cuidado en todas sus áreas por articular propósitos de estudio donde la correspondencia entre la teoría y la práctica fuera permanente. Se estudiaba mucho, con rigurosidad, teníamos la opción de elegir entre seminarios optativos que definirían implícitamente nuestra especialidad. Aprovechando ese movimiento asistí formalmente a todas las electivas de clínica y al mismo tiempo cursaba, como oyente, los otros seminarios que eran de mi interés (sin poder agregarlos a mi analítico formal por tener los cupos completos). Así conocí a Sebastián Bertuccelli, un maestro en redes comunitarias, con su espacio Estrategias de Intervención Comunitaria; tiempo después realicé con él unas jornadas sobre “redes comunitarias y alimentación infantil” en la ciudad de Arias (Cba.) junto a mi amigo y compañero, el gran pediatra Rogelio Gaidolfi. Como se puede apreciar, se vivían intelectualmente muchas experiencias, enriquecedoras en búsquedas e inquietudes; existía, sin duda, una asombrosa pasión por conocer.

Otro aspecto, no menos significativo, fue la presencia en el cuadro docente de diversos psicoanalistas, muchos de ellos con orientación “lacaniana”, que llevaron el psicoanálisis en forma integral a la universidad, contrariando los requisitos freudianos institucionales, pero aproximando al alumnado a este esquema referencial teórico tan rico e imprescindible para la psicología. Cabe aclarar que la mencionada formación incluía a Freud, Lacan, Klein, Ferenczi, Pichon-Rivière, Etchegoyen, Paz, Miller, Laplanche, Bleger, Winnicott, Fiorini, Bleichmar (Hugo y Silvia) y tantos otros, definiendo un variado espíritu de miradas y perspectivas sobre el psicoanálisis.

Sin vacilar, entiendo que las raíces de mi formación psicoanalítica y mi acervo identificado con este ámbito de análisis y estudio me los contagió aquella época encantadora (generación del 86). Nos hicieron enamorar del conocimiento y la cultura, no logré de ningún modo interrumpir mi pasión por descubrir, leer, investigar y adoptar una postura comprometida y activa ante los problemas y dilemas sociales y humanos. Esa época fue un fructuoso impulso.

Recuerdo que para cursar psicoanálisis debíamos asistir a la cátedra dos veces por semana, una vez por semana también, teníamos un grupo de estudio de Freud en un consultorio particular y al mismo tiempo, los sábados, concurríamos a los ateneos clínicos del Servicio de Salud Mental del Hospital San Roque de Córdoba a cargo del encumbrado Dr. Rapela, por aquel momento unos de los psiquiatras más reconocidos de Córdoba. Nada menor recordar la experiencia de la cátedra de Clínica del Dr. Manzur y el Lic. Zoroastro que nos permitió acceder al Hospital Neuropsiquiátrico de Barrio Junior, también en Córdoba; allí, aparte de observar y realizar entrevistas pude acceder a la producción de la obra de teatro realizada por pacientes y personal del hospital, una delicia de humanidad y amor al otro. También subrayo el año completo de práctica en la ex-Casa Cuna de avenida Castro Barros de Córdoba donde participamos en la construcción de aquel servicio de psicología, una práctica que pudimos realizar a instancias de la profesora Dra. María Rampulla, en su cátedra de Psicoterapia Psicoanalítica. Sin titubeos, estimo que esta fue una época inolvidable de estudio, donde se vuelven a afianzar y desplegar la ciencia y el conocimiento para consolidar la ética (ausente o desorientada en el presente). Esta ética individual de tantos maestros se acoplaba, o ese era el objetivo, a la ética del compromiso social; parece que el advenimiento de una historia democratizada procuraba autoridad para intentar cambiar la sociedad con la inexcusable participación e intervención de la educación y la cultura. Me parece que esta filosofía en la actualidad quedó postergada, se observa con cuentagotas a los enamorados del compromiso de la ciencia y la cultura. La universidad continúa formando profesionales, pero sin aquel romanticismo ochentoso que forjó nuestra ética irrenunciable. Se observan grandes técnicos sin romance humanista.

Fue así como brillantes y comprometidos profesores se implicaron en la universidad, aprovechando una época con inconmensurable libertad intelectual, permitiéndonos vivir, por lo menos hasta iniciados los noventa, una etapa universitaria extraordinaria. Se puede comparar con la epopeya intelectual y cultural de la Universidad de Buenos Aires, con Risieri Frondizi a la cabeza entre 1955 y 1966, antes de la destrucción oscurantista sintetizada en la Noche de los Bastones Largos, macabramente pensada por Onganía y los amigos de siempre.

Entiendo que en 1986 se reabrió o reinauguró aquella filosofía, con una universidad pública con absoluta libertad de cátedras, con concursos al estilo Manuel Sadosky o Rolando García (próceres golpeados por los incompasibles bastones).

En conclusión, los ochenta fueron una época de grandes exaltaciones intelectuales, la Facultad de Filosofía y Humanidades a la que pertenecíamos tenía una biblioteca que se enmarcaba en un balcón de la ciudad universitaria, una casona de estilo francés con salones muy emblemáticos con estufas a leña, ventanales que proyectaban toda la ciudad desde una vista privilegiada, salones de lectura plagados de libros desde el piso hasta el techo; reproduciendo un ambiente erudito singular. Quien no leía en ese contexto era un extraño. Me detengo en esta apreciación porque, en ocasiones, las escuelas no producen estos contextos intelectuales, nosotros lo entendimos y es lo que me llevó a la idea de “sostenerme en la trinchera” para seguir dando batalla en la apreciación de ideas que recuperen una vida que oriente su agenda en el conocimiento. Aquellos jóvenes compañeros junto a aquellos generosos profesores conformaron un grupo de estudio exquisito que me iba a marcar el camino toda la vida, desde aquí extiendo mi agradecimiento a tanta gente interesante, baluartes intelectuales de una historia a la que denomino “la generación del 86”.


Acontecimientos Subjetivantes

Подняться наверх