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ALEXANDER FLEMING

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Antes de continuar, queremos poneros otro ejemplo, el de un científico que revolucionó el mundo de la medicina, el biólogo, bacteriólogo y profesor universitario escocés Alexander Fleming. La historia del descubrimiento que lo hizo famoso, y gracias al que fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1945, nos permitirá introducir el contrapeso a la palabra resistir. Dicen que Fleming era una persona muy desordenada. Hemos estado en muchos laboratorios de investigación y hay que reconocer que la mayoría tienen un aspecto relativamente caótico, también el de este autor. Parece que un cierto desorden resulta estimulante desde el punto de vista intelectual. O, dicho con otras palabras, un orden intelectual excesivo limita la creatividad. Más adelante, en el capítulo 4, veremos el porqué, y también qué consecuencias tiene este hecho para la tesis del libro. A causa del relativo desorden que imperaba en el laboratorio de Fleming, en septiembre de 1928 se le contaminó un cultivo de bacterias de la especie Staphylococcus aureus sobre el que estaba trabajando. Seguro que no era la primera vez que le ocurría, ni debió de ser la última. Este autor ha trabajado unos cuantos años con cultivos celulares, mientras hacía la tesis doctoral, y sabe por experiencia que ver un flóculo filamentoso flotando en un frasco de cultivo es una señal inequívoca de que un hongo se ha colado dentro y lo ha contaminado. La única manera de eliminarlo es destruir con lejía todo lo que contiene el frasco, y eso incluye las células cultivadas para los experimentos, y empezar otra vez, con la paciencia que dicen que caracteriza a los científicos (pese a que hemos conocido a unos cuantos que no tienen mucha).

Sin embargo, aquel día Fleming en lugar de disgustarse (o además de disgustarse) y eliminar de raíz el cultivo contaminado, decidió conservarlo y observarlo con atención. Sintió curiosidad por la relación que establecía aquel hongo con las bacterias del cultivo, y en vez de destruirlo lo analizó. Una de las muchas citas del escritor y divulgador científico Isaac Asimov dice que «la frase más emocionante que puede oírse en ciencia, cuando se anuncia un nuevo descubrimiento, no es “¡Eureka! ¡Lo he encontrado!”, sino “es curioso”». En realidad Asimov escribió «es extraño» y no «es curioso», pero creemos que lo dijo en este sentido, el de la curiosidad que nos despiertan las cosas que nos sorprenden por su extrañeza. Así fue como Fleming se dio cuenta de que, en torno a aquel hongo, llamado Penicillium notatum, las bacterias morían, y estableció la hipótesis de que debía de producir alguna sustancia bactericida. Sin buscarlo a propósito, sin proponérselo a priori, había descubierto la penicilina, el primero de una lista de antibióticos que han salvado millones de vidas en todo el mundo. No era su objetivo, pero ante aquella situación inesperada reaccionó con curiosidad. Así fue como esa curiosidad, que a nivel cerebral se relaciona con la creatividad, el optimismo y la motivación, permitió un avance científico y médico impresionante. Una curiosidad que, además, venía impulsada por un carácter persistente.

Este es el nudo central del libro, el esqueleto que lo vertebra. Fleming no resistió el infortunio del hongo que había contaminado su cultivo bacteriológico (o no solo lo resistió), sino que, sobre todo, persistió, movido por la curiosidad a partir de una situación que previamente era imprevisible y que le alteró los planes. La tesis de este libro sostiene que, para dejar atrás y solucionar los problemas de manera proactiva y en la dirección deseada, resistir no es la mejor estrategia. La opción más ventajosa es persistir. Como esperamos demostrar, la persistencia supera con creces a la resistencia en lo que a la gestión de los cambios y las incertidumbres se refiere, si queremos hacerlo de manera proactiva y transformadora, dadas las características cognitivas que potencia y la traslación social que implica. Como ya se ha adelantado en el prólogo, no nos centraremos solo en el caso de la pandemia de 2020, sino que nuestra intención es ampliar el marco. El confinamiento obligado colectivo supuso una alteración profunda que nos afectó a todos, pero en todas las vidas se producen muchas otras situaciones inesperadas que también nos alteran la existencia de manera individual.

Hay muchos argumentos posibles a favor de las ventajas de persistir en lugar de resistir, como por ejemplo los que provienen de la filosofía, la economía, la política y la sociología, pero lo abordaremos desde el punto de vista de la neurociencia, que nos aportará una visión complementaria. Esto no quiere decir que queramos de­sacreditar por completo el hecho de resistir, un comportamiento que en algunas situaciones también puede ser útil, al menos mientras planificamos de manera reflexiva la estrategia de persistencia. Los límites entre estas dos actitudes vitales no son tan nítidos como puede sugerir el hecho de que las mostremos como contrapuestas y, además, es frecuente que nuestros sesgos mentales nos lleven a pensar que estamos persistiendo cuando en realidad estamos resistiendo, o viceversa. En la ciencia, como en cualquier otro aspecto de la vida, las cosas no son blancas o negras, sino que presentan un abanico infinito de grises. Aquí pretendemos enfatizar, mediante el estudio de los procesos cerebrales asociados, la enorme importancia individual y social de persistir.

Resistir quiere decir, según el diccionario, ‘aguantar, soportar sin ceder, conformarse y tolerar las adversidades’. Proviene de la palabra latina resistere, que está formada por el prefijo re-, ‘hacia atrás’, y por sistere, ‘tomar posición’. Persistir, en cambio, significa ‘mantenerse firme en una cosa’, y viene del latín persistere, de per-, ‘a través’, y de nuevo sistere, ‘tomar posición’. La diferencia está clara: persistir nos empuja a seguir adelante, a tomar posición a través de alguna acción, y eso implica gestionar futuros inciertos de manera proactiva. Resistir, en cambio, nos mantiene anclados donde estamos o nos hace retroceder, nos hace tomar posición hacia atrás. De hecho, en un mundo dinámico y cambiante mantenerse anclado ya implica directamente ir hacia atrás. ¿Conocéis la historia de la Reina de Corazones? Es uno de los personajes de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. En el país de esta reina todos los habitantes tienen que correr sin parar porque el suelo se mueve tan rápido que si se paran se quedan atrás. En biología, esta idea se convierte en una metáfora muy potente. En un sistema natural, en cualquier ecosistema, todos los organismos tienen que ir adaptándose y readaptándose los unos a los otros y al entorno de forma dinámica y constante solo para mantener el lugar que ocupan dentro del sistema, porque todos están sometidos a procesos de evolución y cambio.

En el ámbito cerebral, las diferencias entre resistir y persistir son importantes, como veremos, y condicionan muchos aspectos vitales y sociales. No debemos olvidar que somos una especie social y que cualquier comportamiento individual repercute en la sociedad, de la misma manera que cualquier cambio social repercute en nuestros comportamientos individuales. Como argumentaremos, resistir contribuye a configurar cerebros que nos llevan hacia personas, y en consecuencia también hacia sociedades, más conformistas y menos transformadoras, más propensas a aceptar, e incluso a reclamar y promover visiones más autoritarias de sí mismas. Persistir, por el contrario, favorece los caracteres más transformadores y con más capacidad de análisis crítico, reflexivo y de autogestión personal, y por tanto con algo menos de propensión a los dogmatismos autoritarios.

Se trata de un terreno pantanoso, pero, a pesar de que es un tema que se inserta de pleno en la filosofía, la sociología y la política, creemos que también debe discutirse desde la neurociencia para aportar una visión complementaria. Es una cuestión que tiene una importancia fundamental en una sociedad que aspira, o que debería aspirar, a la máxima corresponsabilidad democrática, la cual depende de la autogestión y reflexividad individual.

El arte de persistir

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