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PROEMIO

Si hay una idea que a lo largo de mi errático devenir por este planeta he llegado a entrever con cierta claridad es que las cosas más grandes comienzan su existencia siendo muy pequeñas. Y que conste que no hablo de aquel error que empezó como un minúsculo préstamo a bajo interés y que, con el paso de los años, se ha convertido en un gigantesco agujero negro del que no veo forma humana ni divina de escapar. Ni tampoco con esta percepción trato de transmitiros un mensaje espiritual o sentimentaloide dándomelas de pseudointelectual a lo Paulo Coelho. Cuando hablo del minúsculo germen que poseen las cosas más extraordinarias estoy siendo mucho, muchísimo más ambicioso, me estoy refiriendo a la vida misma.

Sin embargo, aunque la vida surge de lo minúsculo, cuando pensamos en ella la imagen que se crea en nuestro cerebro se parece más a la escena de unos niños jugando alegremente en el parque o a la de un árbol que florece al llegar la primavera que a la de átomos intercambiando electrones. ¿Sois conscientes de que el individuo, lo que los biólogos denominan el nivel organismo, es invariablemente el protagonista de todas las historias que tienen que ver con la vida? Cierto es que, a veces, algunos van un poco más allá, asociando células, bacterias e incluso virus con eso que denominamos vida; pero os aseguro que pocos, muy pocos son capaces de descender a la trastienda de la existencia y vincular la vida con las moléculas.

En realidad se trata de una forma de proceder bastante humana, uno se preocupa de la potencia que puede desarrollar el coche, de si es diésel o gasolina y, como mucho, del color de la carrocería, pero casi nadie muestra el más mínimo interés por las bujías, los amortiguadores o la correa de distribución, a pesar de que sin todos estos elementos el vehículo jamás funcionaría. De igual modo, cuando hablamos de la vida prestamos especial atención al individuo, con frecuencia a las comunidades de las que forma parte y, a veces, a las células que lo constituyen, pero ¿y las moléculas?, ¡¿quién se acuerda de las moléculas?!

Se podría argumentar que el objeto va mucho más allá de los elementos que lo modelan, que la sustancia posee propiedades que están ausentes en sus constituyentes (la conciencia o el pensamiento humano son una pequeña muestra lo suficientemente esclarecedora que resulta de tal afirmación), y sin embargo todo lo que ese complejo objeto ha llegado a ser depende de los minúsculos elementos a los que despojamos de importancia. Sin duda, la vida es muchísimo más compleja que todos los átomos y moléculas sobre los que se ha erigido, pero todas sus complejas características emanan de la sencillez de las otras.

Existen multitud de libros que divulgan los aspectos más extraordinarios de la vida, pero lo hacen centrándose en los organismos, en las comunidades que forman y en las inverosímiles relaciones que entre ellos se establecen. Libros que nos muestran la complejidad que poseen plantas, animales o microorganismos, que nos hablan de la excepcionalidad del ser humano, que relatan el origen de la propia vida en este planeta; libros que a veces descienden al nivel celular como medio para justificar su complejidad, pero muy pocos se sumergen en el mundo de las moléculas.

Para llevar la contraria, pero sobre todo para cubrir un área imprescindible en la comprensión de la vida, en el presente escrito las moléculas van a ser las grandes protagonistas. A través de las páginas de este libro conoceréis la estructura de los elementos básicos sobre los que se construye y se desarrolla la vida, las propiedades que los caracterizan y diferencian, y las funciones que desempeñan en los organismos. De hecho, el desarrollo del libro pivota continuamente sobre estos tres aspectos: estructura, propiedades y función de las moléculas. Se trata de que a través del conocimiento de las moléculas que constituyen los seres vivos (las moléculas de la vida) seamos capaces de inferir las características que definen la propia vida en este planeta.

Pero antes de meternos en faena quiero adelantaros algunas de las características que posee este texto. Como un entrenador de fútbol que previamente analiza las fortalezas y debilidades del rival al que se va a enfrentar su equipo, un divulgador necesita estudiar las peculiaridades del tema que quiere desarrollar y las características del lector a quien va dirigido. Bueno, pues sumergido en esta tarea tengo que reconoceros que se alzaron ante mí dos tremendas dudas.

El primer inconveniente que surgió al escribir este libro fue la complejidad que le es inherente al tema que en él trato de desarrollar. El nivel molecular posee una complejidad que no siempre es accesible para el lector que carece de rudimentos científicos (especialmente en química), de modo que un libro con un enfoque eminentemente académico estaría vetado a la mayoría de los lectores. Por otro lado, el tono y la estructura de los libros de carácter divulgativo que ya había escrito sobre parasitología, microbiología o botánica (todos con el nivel organismo como gran protagonista) tampoco se adaptaban a lo que estaba buscando. ¿Qué hacer? Finalmente, me he decantado por un híbrido que contenga muchos de los más relevantes aspectos científicos de las macromoléculas, pero que a la vez mantenga un tono divulgativo que no dé por conocido ningún concepto, sino que, por el contrario, el uso de analogías, trasposiciones, símiles… y otras estrategias típicas en divulgación hagan accesible la lectura a cualquier individuo.

El otro dilema ante el que me encontré hacía referencia al estilo narrativo que debía emplear: una especie de narrador omnisciente, relato narrativo a modo de memorias, en primera, en tercera persona, impersonal, informal… Dudas que disipé tras releer (creo que por quinta vez) El guardián entre el centeno. En este libro J. D. Salinger utiliza una técnica narrativa llamada Skaz, un tipo de narración en primera persona que mimetiza la palabra escrita con la palabra hablada. En su libro, Salinger se pone en la piel de un adolescente que constantemente se dirige en primera persona al lector; y eso mismo es lo que veréis en este libro sobre moléculas, solo que en vez de imitar los pensamientos de un chaval de quince años me he decantado por desempeñar un papel que no me es del todo desconocido: el de profesor.

Dicho todo lo cual, el libro Las moléculas de la vida está escrito con un tono divulgativo, en primera persona y utilizando un lenguaje más cercano al hablado que a la palabra escrita. Además, entre sus páginas os encontraréis con una gran cantidad de imágenes que recrean la estructura de las moléculas que originan la vida y los procesos en que intervienen. Es probable que, ante la profusión de representaciones moleculares que aparecen en el texto, un vistazo superficial pueda abrumar al lector, haciéndole pensar que este es otro manual para estudiantes de bioquímica y no un libro divulgativo. No podría estar más equivocado, todas las imágenes han sido cuidadosamente seleccionadas (la inmensa mayoría diseñadas ex profeso por el autor) con el objetivo de complementar las explicaciones y facilitar su comprensión. Las imágenes de moléculas y procesos químicos no tienen como objetivo incrementar el nivel de complejidad de los contenidos desarrollados en el libro, sino facilitar su aprehensión por el lector.

El libro está dividido en siete capítulos, dedicándose el primero a esclarecer conceptos generales relacionados con el origen y las características de átomos y moléculas. Durante los otros seis capítulos se abordan relevantes aspectos sobre la estructura, propiedades y funciones de las moléculas de la vida: agua, sales minerales, glúcidos, lípidos, proteínas y ácidos nucleicos. Sin duda, existen muchísimas más moléculas de la vida de las que vais a conocer en este libro, pero las que aquí se desarrollan son más que suficientes para comprender la relevancia que unas «simples» moléculas poseen en la génesis y el mantenimiento de la vida en este planeta.

En Ávila, a 24 de agosto de 2018.

David G. Jara

Las moléculas de la vida

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