Читать книгу La endemoniada de la calle de la Maestranza - Eduardo Bastías Guzmán - Страница 10

Esa tarde, a la hora de la oración

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La ansiedad llevó a Zisternas a visitar a Carmen Marín cuando comenzaba a oscurecer, por tercera vez en el mismo día.

–¿Y qué más se sabe de ella, madre?

–Lo que Carmen nos ha contado. Nació hace 18 años en Valparaíso. Su madre nunca se repuso del parto y murió de calenturas, cuando todavía la criaba con su leche. De su padre poco se sabe. Al parecer fue dado por desaparecido, después de embarcarse con el ejército al Perú. A Carmen se le culpó de haber traído el infortunio a la familia y solo una tía, en Tabolango, aceptó hacerse cargo de ella. Estuvo cinco o seis años en esas tierras, cerca de Quillota, hasta que la mandaron de regreso a Valparaíso.

–No fue una infancia feliz.

–De ningún modo. Parece que estuvo más en las calles que en la escuela, hasta que alguien la llevó a un colegio de monjas, donde al poco tiempo empezaron sus ataques.

–Quisiera conversar con ella antes de retirarme. Entiendo que es algo tarde, pero quiero progresar lo más rápido posible.

–Como usted disponga, monseñor. Espere aquí. Si aún no duerme, la haré traer de inmediato.

La superiora no tardó en regresar, acompañada de Carmen Marín y se retiró, después de encender las luces de otro candelabro de tres cirios.

–Buenas noches, Carmen.

–Buenas noches, padre.

Los negros ojos y largas pestañas destacaban más en la blanca piel de Carmen, cuando lucían bajo los matices vacilantes de la luz artificial.

–¿Te encuentras bien?

–Sí, padre.

Zisternas la invitó a sentarse frente a él.

–Cuéntame, ¿hace mucho que estás aquí?

–Desde varios meses.

–Y antes, ¿dónde estabas?

–En casa de una tía... y en otras partes.

–¿En el hospital?

–También.

–¿Por qué te hospitalizaron?

–Por los ataques, en que no sé de mí. También por las viruelas.

–¿Cuándo empezaron tus ataques?

–A los doce años, cuando estaba en Valparaíso, donde las monjas.

La conversación siguió hasta que se oyó al sereno pregonando las nueve de la noche.

Dos horas más tarde, el religioso no lograba conciliar el sueño.

La endemoniada de la calle de la Maestranza

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