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1. Santo Tomás, maestro de educadores

Conviene comenzar, por tanto, atendiendo al camino recorrido por el maestro Tomás de Aquino. Y, como no podía ser de otro modo, para llegar a ser doctor tuvo que iniciarse como discípulo, pues «la disciplina precede a la doctrina; el hombre, efectivamente, antes de enseñar, aprende de otro»1.

1.1. El alumno Tomás

De la formación recibida en sus primeros años sabemos bien poco, excepto que cumplidos los cinco años fue presentado como oblato en el monasterio benedictino de Montecasino, en donde fue instruido en la espiritualidad que establece la Regla de san Benito, así como en conocimientos básicos de latín, gramática de la lengua vernácula, lectura, escritura, matemática elemental y armonía; todo ello siempre bajo la dirección personal de un monje profeso2.

Le siguió su formación en el studium generale de Nápoles, la universidad fundada en 1224 por el emperador Federico II para competir con el estudio pontificio de Bolonia. Allí cursó las siete artes liberales: el trivium -lógica, gramática y retórica- y el quadrivium -aritmética, geometría, astronomía y música-; también estudió la filosofía natural de Aristóteles, en un momento en que en París se hallaba prohibida. El método de trabajo consistía en la lectio o estudio del texto, las disputationes o discusiones sobre cuestiones concretas, y las reportationes o repeticiones de las clases. En referencia a sus maestros podemos mencionar dos, Pedro de Hibernia y otro llamado Martín; además, en el temprano escolasticismo medieval la formación intelectual y moral de todo estudiante era seguida por un profesor en particular, quien debía prestar sobre su tutorando un juramento de scientia et moribus.

Tras su ingreso en la Orden de predicadores sabemos que fue retenido a la fuerza por su familia durante un año o más en Rocassecca. Según Guillermo de Tocco, dedicó Tomás este tiempo a leer la Biblia y a estudiar las Sentencias de Pedro Lombardo, texto oficial de los bachilleres que enseñaban teología3.

Libre ya del encierro, se pudo dirigir al convento dominico de Saint Jacques en París; allí pasó probablemente el año canónico de noviciado, criándose en el espíritu de la Orden mendicante. Poco después fue destinado a Colonia, en donde Alberto, el Grande, andaba organizando un studium generale; en él halló Tomás un formidable maestro:

Cuando hubo escuchado [al maestro Alberto] interpretar todas las ciencias con tan maravillosa sabiduría, se regocijó extremadamente al haber encontrado tan pronto aquello que había venido a buscar, alguien que le ofrecía tan pródigamente el cumplimiento de los deseos de su corazón4.

Tras cuatro años como discípulo de san Alberto Magno, y dedicado en silencio a su estudio -fue entonces cuando recibió el calificativo de buey mudo-, regresó a París como bachiller sentenciario, esto es, como lector de las sentencias de Pedro Lombardo. Quedó bajo la dirección del maestro Elías Brunet, de quien no conocemos ningún escrito; sus más directos maestros iban a ser, sin embargo, Pedro Lombardo y los textos patrísticos que iba a leer y comentar. En una ocasión, siendo ya maestro de teología, le dijo un estudiante que si le gustaría ser señor de la ciudad de París; Tomás le respondió: «Yo preferiría las homilías del Crisóstomo sobre el Evangelio de san Mateo5». Donde apreciamos más su amor a los Santos Padres es, sin duda, en la Catena Aurea, «visión casi perfecta de la exégesis patrística6», en la que citó a veintidós Padres latinos y a cincuenta y siete Padres griegos.

Santo Tomás nunca abandonó la docilidad intelectual debida a tales autoridades. La madurez intelectual que iba alcanzando le permitía, sin embargo, tratarlos con la libertad de espíritu que se funda en la verdad; en aquellos momentos era ya un alumno más que aventajado, y de discípulo iba convirtiéndose en maestro; de ahí que se haya afirmado:

Es inevitable la impresión de que el verdadero respeto que Aquino sentía por el Maestro [Pedro Lombardo] y por los maestros en ningún modo limitaba su propia libertad de pensamiento7.

Esta libertad de pensamiento, propia sólo de quien ya ha madurado su aprendizaje, le llevó precisamente a ir más allá de los autores patrísticos, buscando también en los filósofos paganos cuanto en ellos hubiera de verdad. Su preferido fue, a todas luces, Aristóteles, el Filósofo; el deseo de conocer su auténtico pensamiento le hizo buscar traducciones directas del griego, que pudo conseguir gracias a la labor de Guillermo de Moerbeke. Por recuperar la filosofía aristotélica y con ella nutrir la investigación teológica tuvo que sufrir los ataques de la tradición agustiniana, temerosa de que se aguara el vino de la sabiduría cristiana; si Tomás se mantuvo firme en su convicción fue, sin duda, por su honesta opción por la verdad:

Tomás -explica Abelardo Lobato- sale a la palestra bien seguro de su tesis, pero un tanto solo. Él ha optado por la verdad, venga de donde viniere, por la defensa de la razón humana y su capacidad para conocer la realidad. Él ha defendido el recto uso de la filosofía en teología, que no es aguar el vino de la revelación, sino imitar a Cristo cuando en Caná convierte el agua en vino8.

Mas, por encima de cualesquiera otros, el Maestro de Tomás fue Dios mismo. La Sagrada Escritura pasó a ser de este modo el libro por excelencia en el que aprendió, dejándose educar por la Palabra que «es viva y eficaz, más cortante que espada alguna de dos filos» (Hb 4, 12), tal y como él mismo nos recuerda en su Principium biblicum9. Y fue a Cristo, Palabra definitiva del Padre (Cf. Hb 1, 1-2), a quien buscaba en la lectura y meditación de las Escrituras; es por ello que prefirió siempre su sentido espiritual, interpretándolas desde la perspectiva de Cristo, como afirma en su Postilla super Psalmos:

San Jerónimo en Super Ezech. nos enseñó una regla que observaremos en los Salmos: a saber, que deben explicarse de tal modo, en lo referente a la historia [bíblica], que ésta aparezca como figura de ciertos aspectos de Cristo o de su Iglesia10.

Sintió predilección por las epístolas de san Pablo11, mas está claro que fueron los Evangelios su primordial alimento: «Del Evangelio recibimos nosotros la norma de la fe católica y la regla de toda la vida cristiana12».

Todo su estudio, así como su docencia, fue siempre dócil al Magisterio de la Iglesia. Con sumo cuidado atendió, por ejemplo, a la doctrina de los Concilios ecuménicos13, y con filial obediencia puso poco antes de morir todos sus escritos y enseñanzas bajo la autoridad de la Iglesia:

Yo he enseñado y escrito mucho sobre este Santísimo Cuerpo y sobre los otros sacramentos, según mi fe en Cristo y en la Santa Iglesia Romana, a cuyo juicio yo someto toda mi enseñanza14.

Su lectura de la Escritura era, sin embargo, algo más que un mero estudio intelectual, era auténtica oración. Acerca de la mano de Dios en la labor docente de Tomás cuando era bachiller sentenciario en París, explica Bernardo Gui:

Dios agració su enseñanza tan abundantemente que empezó a causar una impresión maravillosa en los estudiantes [...] Nadie que le escuchara podía dudar que su mente estaba llena de una nueva luz procedente de Dios15.

Un momento precioso de este magisterio divino para con Tomás lo hallamos en su preparación para la promoción como maestro regente en teología en la Universidad de París. La preocupación por la responsabilidad que le iba a ser encomendada le condujo a la oración. Cuenta Bernardo Gui lo que sucedió:

Le pareció ver a un anciano, de pelo blanco y vestido con el hábito dominico, que se le acercó y le dijo: «Hermano Tomás, ¿por qué estás rezando y llorando?» «Porque -contestó Tomás- me obligan a tomar el grado de maestro y yo no creo que esté totalmente capacitado. Además no se me ocurre qué tema elegir para mi lección inaugural». A esto el anciano replicó: «No temas: Dios te ayudará a llevar la carga de ser maestro. Y en cuanto a la lectura, coge este texto: Tú regaste las colinas desde tus altas moradas: la tierra se llenará con el fruto de tus obras (Sal 103, 13)». Entonces desapareció16.

En otras ocasiones Tomás se sintió desconcertado ante ciertos pasajes de la Escritura, que no acababa de comprender. Su actitud de nuevo consistía en ponerse en oración para suplicar de Dios la luz que disipara las sombras. Así, una vez que se le resistía un texto de san Pablo, despidió a sus secretarios, «cayó al suelo y rezó con lágrimas: entonces lo que deseaba le fue dado y se le hizo claro17». En otra circunstancia, ayunó y rezó para poder interpretar un pasaje de Isaías; su secretario Reginaldo supo de labios mismos de su maestro que los apóstoles Pedro y Pablo se le habían aparecido explicándole cuanto deseaba saber.

Al final de sus días Dios quiso dictarle una lección magistral. Sucedió el 6 de diciembre de 1273 durante la celebración de la Misa. Tomás quedó enmudecido; no tenía palabras para expresar lo que es inefable: «Todo lo que he escrito -aseguró a Reginaldo- me parece como paja comparado a lo que ahora me ha sido revelado18».

1.2. El maestro Tomás

Si es muy rica la vivencia del Aquinate en la docilidad del aprendizaje, mucho más, sin duda, en la fecundidad de su actividad docente, que ha trascendido con creces su época perdurando su magisterio hasta nuestros días. Nos centraremos ahora en la siembra que hizo en su paso por las aulas y en sus escritos, y a la que consagró su vida entera.

El magisterio de santo Tomás de Aquino que ahora vamos a describir tiene una razón de ser: la caridad y el celo apostólico. Muchos de sus escritos fueron a petición de alguna persona -el Papa, el maestro general de la Orden, los frailes de su convento, etc.-; y todos al servicio del bien de su prójimo: «Siempre estudiando, leyendo, o escribiendo para el bien de sus hermanos en Cristo19». Hay que pensar que para santo Tomás el estudio se ordena a la enseñanza -«contemplata aliis tradere20»-, de modo que «el enseñar se cuenta entre las limosnas espirituales21».

El primer momento en que descubrimos a Tomás moviendo a otro a la virtud es durante su confinación en Roccasseca. Su hermana Marotta intentó persuadirle de que obedeciera a su madre y renunciara a ser dominico, mas fue ella la que acabó convencida de obedecer a Dios y renunciar al mundo; ingresó como benedictina, llegando con el tiempo a ser priora de Santa María de Capua.

Más tarde, mientras se hallaba en Colonia bajo la dirección de san Alberto, un fraile se ofreció a fray Tomás para ayudarle a estudiar el De divinis nominibus del Pseudo-Dionisio. Poco tardó en reconocer que era él quien debía ser instruido por el Aquinate; éste accedió a auxiliarle, no sin rogarle antes que no se lo dijese a nadie.

Su primera misión docente oficial parece ser que la recibió, precisamente, de Alberto en Colonia; fue la de cursor o baccalaureus biblicus -bachiller bíblico-, que consistía en hacer una lectura de la Escritura, con breves paráfrasis, a fin de familiarizar a los estudiantes -y al mismo bachiller- con los textos sagrados.

Por recomendación de Alberto Magno, fue enviado por el maestro general de la Orden a París como baccalaureus sententiarum, esto es, como bachiller comentador de las Sentencias de Pedro Lombardo. Aun siguiendo en mucho a su maestro Alberto, el magisterio del Aquinate ya mostraba su particular fisonomía: claridad de pensamiento, brevedad de expresión y precisión a la hora de dirigirse al núcleo mismo de la cuestión. Mas su rasgo definitorio era la solicitud por el bien de su prójimo; precisamente a instancias de los frailes escribió entonces dos opúsculos, el célebre De ente et essentia y el no menos importante De principiis naturae.

Terminada esta etapa sabemos ya que santo Tomás fue promocionado a magister in Sacra Pagina en la Universidad de París, la más alta responsabilidad docente que en aquella época podía ser confiada. Y en el acostumbrado principium o lección inaugural Tomás disertó bellamente acerca de la dignidad del magisterio teológico, por medio del cual la sabiduría divina fluye hasta la mente de los oyentes; el maestro en teología debe por ello ser de vida intachable, para poder predicar, enseñar y disputar22. Esta tres eran, precisamente, las funciones propias de dichos maestros, y a ellas se dedicó con intensidad santo Tomás en los tres años que estuvo en París.

A requerimiento de san Raimundo de Peñafort y movido por el celo apostólico de ayudar a los misioneros que trabajaban entre musulmanes y judíos, comenzó a escribir en esta época la Summa contra gentiles23. Hay que destacar también, como uno de sus más hermosos frutos parisinos en orden a la docencia, la cuestión undécima del De veritate; partiendo del De magistro de san Agustín, estudió la persona del maestro y la naturaleza de la enseñanza, quedando resumida su tesis en la siguiente afirmación:

Se dice que el hombre causa la ciencia en otro por la operación de la razón natural de éste. Y esto es enseñar. Por ello decimos que un hombre enseña a otro y es su maestro24.

Tras abandonar la ciudad del Sena, y antes de regresar a ella en su segunda regencia como maestro en teología, le fueron encomendadas varias responsabilidades, todas ellas vinculadas con la docencia. Así, antes de regresar a Italia Tomás fue requerido por el maestro general Humberto de Romanos para integrarse en una comisión creada a fin de organizar los estudios de la Orden. En Nápoles se le nombró predicador general. Fue designado lector del convento de Santo Domingo de Orvieto, en donde leyó el libro de Job a la comunidad. Trabó allí amistad con el papa Urbano IV, quien le pidió la redacción de su comentario continuo a los cuatro evangelios (Catena Aurea). También le fue solicitado el opúsculo De rationibus fidei, en este caso por el chantre de Antioquía, con la intención apostólica de convertir a sarracenos, griegos y armenios a la Iglesia de Roma. De esta época es su admirable composición litúrgica para la fiesta del Corpus Christi, redactada con esmero no sólo para honrar con los mejores versos al Santísimo Sacramento, sino también para educar a los fieles en su devoción.

Fue después destinado a Roma a fin de que abriese un studium provincial en el convento de santa Sabina. Redactó allí su tratado De regno -o De regimine principum- compuesto, al parecer, para el rey Hugo II de Chipre; no quiso Tomás dejar de lado la enseñanza política, mostrando sus reflexiones acerca de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El de Roma no era un studium generale, por lo que no se encontraba ante estudiantes ya formados, como en París, sino ante principiantes; esto le llevó a concebir una obra más asequible que las Sentencias, y así se gestó la Summa Theologiae, de la que él mismo afirma en su prólogo:

El doctor de la verdad católica debe no sólo instruir a los más adelantados, sino también enseñar a los que empiezan, según lo que dice el Apóstol en I Cor 3: Como a párvulos en Cristo, os he dado por alimento leche para beber, no carne para masticar25.

Y tras enumerar las dificultades propias de los principiantes, termina:

Ansiosos, pues, de soslayar éstos y otros obstáculos, trataremos, confiados en el auxilio divino, de presentar las cosas referentes a la doctrina sagrada con brevedad y precisión, en la medida en que la materia lo permita26.

Siete años le llevó escribirla, hasta la súbita conmoción que sufrió el 6 de diciembre de 1273. La justificación de su obra, y de todo su magisterio, la encontramos en el primer artículo de la primera cuestión:

Con la sola razón humana la verdad de Dios sería conocida por pocos, después de muchos análisis y con resultados plagados de errores. Y sin embargo, del conocimiento exacto de la verdad de Dios depende la total salvación del hombre, pues en Dios está la salvación. Así pues, para que la salvación llegara a los hombres de forma más fácil y segura, fue necesario que los hombres fueran instruidos acerca de lo divino por Revelación divina. Por todo ello se deduce la necesidad de que, además de las materias filosóficas, resultado de la razón, hubiera una doctrina sagrada, resultado de la Revelación27.

Estudiar y enseñar esta doctrina sagrada fue su vocación, razón de ser de sus clases y de sus escritos. Los superiores no obstaculizaban la labor docente de Tomás; por el contrario, todos sus destinos se ordenaban siempre a fructificar sus talentos para bien de la Iglesia. Y, en esa línea, le fue encomendada una nueva responsabilidad, la de lector del convento de Viterbo; el nuevo papa, Clemente IV, se había trasladado a dicha ciudad, y el capítulo general de la Orden deseaba que hubiera cerca de la curia pontificia frailes que pudieran servirla adecuadamente.

Poco duró, sin embargo, la estancia en Viterbo, pues el estallido en París de nuevos ataques contra los mendicantes llevó al maestro general, Juan de Vercelli, a poner de nuevo en la cátedra parisina al Angélico y a Pedro de Tarantasia, aun estando el curso a medias. Su segunda regencia fue extraordinariamente fecunda: cumplió sus deberes profesionales, sin abandonar las clases a pesar de la huelga de los maestros; defendió a los mendicantes; disputó contra los averroístas y redactó gran parte de la Summa Theologiae, importantes cuestiones polémicas y densos comentarios a las principales obras de Aristóteles, destinadas ahora a jóvenes maestros de filosofía. Su estilo docente también había madurado, apreciándose un tono más humano y menos intelectualista. Durante su estancia en París fue solicitado en numerosas ocasiones para dar su opinión sobre diversos asuntos; su opúsculo De motu cordis lo escribió precisamente como respuesta a una consulta del médico Felipe de Caestrocaeli.

Al ser requerido nuevamente a Italia, la Facultad de Artes de París reaccionó a fin de que Tomás no marchara; el mismo claustro de profesores, con el rector a la cabeza, envió una infructuosa carta oficial al capítulo general de los dominicos. El Aquinate había sabido ganarse el respeto no sólo de los teólogos, sino de los filósofos, en cuya facultad tanto había cuajado el averroísmo por él combatido. Su nueva misión iba a ser fundar otro studium generale en el convento de la provincia romana que Tomás considerara más conveniente. Y escogió San Domenico en Nápoles, no por razones sentimentales, sino pedagógicas: un lugar estable, con un clima favorable para los estudios y de gran vitalidad; se encontraba allí, en efecto, la universidad fundada por Federico II, de la que parece seguro fue nombrado Tomás maestro regente de teología. De su enseñanza en Nápoles es de destacar la profunda impresión que causó en su discípulo Guillermo de Tocco, quien llegó a ser promotor de su causa de canonización. La obra académica de esta época es la Postilla super Psalmos, en la que pretendió sobre todo el aprovechamiento de los fieles al interpretar los salmos siempre con relación a Cristo y la Iglesia. Además, se dedicó con todas sus ansias a intentar terminar la Summa Theologiae y los comentarios aristotélicos. Otro fruto destacable de su magisterio escrito, dedicado a su fiel secretario Reginaldo de Piperno, fue el inconcluso Compendium theologiae, breve y pedagógica exposición de la doctrina cristiana.

El 6 de diciembre de 1273, como ya hemos indicado antes, su boca enmudeció y su mano dejó de escribir: no se veía capaz de enseñar lo que le desbordaba. Aun su estado, y siempre en obediencia, se puso en camino hacia el segundo Concilio de Lyon; mas no llegó, el Divino Maestro le visitó en la abadía cisterciense de Fossanova el 7 de marzo de 1274 y lo llevó consigo.

1.3. La filosofía de la educación en la obra de santo Tomás

¿Estuvo acompañada esta fecunda actividad docente del maestro Tomás de Aquino por una doctrina acerca de la educación a la que nos podamos acercar? Cierto es que quien la busque por vez primera se encontrará ante una grave dificultad, capaz de desanimarlo ya en sus primeros pasos, y es que no hay en su obra ningún tratado sistemático dedicado a dicha temática. Esto podría llevarle a pensar que no es posible adentrarse en el saber pedagógico desde el pensamiento del Ángel de las Escuelas, y nada más lejos de la verdad. Santo Tomás afirmó los principios fundamentales de la pedagogía, tanto desde el dato revelado -teología de la educación-, como por medio de la luz natural de la razón humana -filosofía de la educación-, pero lo hizo con ocasión de estudiar otras cuestiones28. Nos toca ahora a nosotros hallar dichos principios, ordenarlos y deducir las consecuencias.

Tendremos, pues, que comenzar rastreando los lugares en los que Tomás dice algo expresamente sobre el tema:

a) Los más claros son aquellos que tratan de la educación intelectual29. Destaca la cuestión undécima del De veritate (conocida como De magistro), consistente en una toma de posición frente a la tesis del neoplatonismo agustiniano según la cual la causa eficiente principal en el enseñar y el aprender es el Verbo divino. La polémica contra los averroístas latinos, quienes consideraban que el entendimiento posible de todos los hombres es sólo uno, le llevó a precisar aún más respecto de la causalidad propia del discípulo, y no instrumental, en la adquisición de la ciencia; escribió entonces la «Solutio rationum quibus videtur probari unitas intellectus possibilis» en el capítulo 75 del libro segundo de la Summa contra gentiles; los dos primeros artículos de la cuestión 117 de la primera parte de la Summa Theologiae y un denso texto del capítulo 7 del De unitate intellectus contra Averroistas Parisienses. Son textos, pues, de pedagogía especulativa -aunque pueden extenderse sin problemas a toda educación-, centrados en la cuestión de la causa eficiente. También se puede citar la Epistola de modo estudendi, en la que santo Tomás da varios consejos al hermano Juan acerca del mejor modo de estudiar, y las cuestiones que dedica a la virtud de la estudiosidad y al vicio de la curiosidad (Summa Theologiae II-II, q.166-167).

b) Otro grupo de textos fácilmente identificables son los referidos a la educación de la fe. Tomando como modelo la enseñanza de Cristo (Summa Theologiae III, q.42), y basándose en lo que es esencialmente educar, explica en diversos lugares el oficio de enseñar la Sagrada Doctrina. Así, por ejemplo, cuando habla de las gracias gratis datae (Summa Theologiae I-II, q.111, a.4; Summa contra gentiles III, q.154), al explicar el sacramento del bautismo (Summa Theologiae III, q.66-69), en el comentario a la analogía paulina entre la Ley antigua y el oficio de pedagogo (Super Epist. S. Pauli Apost. ad Galatas expositio III, lect.8), en el prólogo de la Summa Theologiae, etc. Mas el texto que consideramos capital al respecto es el Principium, su lección inaugural como nuevo magister in Sacra Pagina en la Universidad de París.

c) Muy dispersos son los textos que hablan de la educación en general. La mejor pista nos la proporciona su análisis del sacramento del matrimonio, cuyo fin no sólo es la generación de la prole, sed traductionem, et promotionem usque ad perfectum statum hominis, inquantum homo est, qui est virtutis status30. Tenemos aquí un precioso obsequio de Tomás, su definición de educación. Estos textos en los que la educación es explicada como fin del matrimonio los hallamos, sobre todo, en las distinciones 26 a 42 de su comentario al libro cuarto de las Sentencias de Pedro Lombardo, en los capítulos 122 a 127 del libro tercero de la Summa contra gentiles y en la cuestión 15, dedicada a la lujuria, de la cuestión disputada De Malo. Podemos mencionar además su sermón Puer Jesus -con su continuación Jesus proficiebat-, que trata del perfeccionamiento del hombre.

Una vez localizado lo que dice santo Tomás sobre la educación se podrá después partir en busca de aquellos otros lugares en los que, aun sin hablar de aquélla, da las razones que la explican o proporciona los puntos de apoyo necesarios para extraer las consecuencias debidas. Así, por ejemplo, aun no apareciendo sobre la educación moral nada en concreto, nos es posible a partir de la Prima Secundae de la Summa Theologiae o de la cuestión disputada De virtutibus in communi construir una recia pedagogía moral31. Tendremos de este modo una filosofía de la educación ad mentem del Aquinate, cimentada en lo expresamente escrito por él. Intentaremos de este modo eludir la crítica realizada por Millán Puelles en el prólogo a su obra La formación de la personalidad humana, cuando asegura que el pensamiento de santo Tomás acerca de la educación suele estar poco o mal estudiado, precisamente, por no remitirse a sus textos:

Los escasos estudios sobre las ideas de santo Tomás acerca de la educación suelen, en efecto, consistir en las propias ideas de los autores de estos mismos estudios, inconcretamente referidas a unos pocos textos y acogidas al cómodo expediente de una filosofía ad mentem Divi Thomae que se dispensa de acudir a la letra32.

No obstante el mismo Millán Puelles reconoce que, a partir de los textos, conviene aportar la propia reflexión, «el derecho a la propia aventura33». Y esto es también lo que pretenden estas páginas.

1.4. Paedagogia perennis

Toda esta doctrina de santo Tomás de Aquino acerca de la educación fue calificada a principios del siglo XX por el dominico J. Woroniecky como paedagogia perennis:

Muchos pedagogos católicos no se dan cuenta de que existe una paedagogia perennis, mucho más profunda y vigorosa que aquella surgida a partir del Renacimiento, que es la que domina todavía el pensamiento pedagógico contemporáneo (…) En ninguna parte se encontrará una doctrina tan profunda y sólida de la educación por los actos que en la Suma Teológica, en el tratado sobre las virtudes34.

Para comprender mejor este calificativo de perenne conviene recordar ahora que entre las verdades de orden natural hay unas necesarias para hacer de la fe un «obsequio razonable» (Rm 12, 1) -los preambula fidei- y otras carentes de esa vinculación necesaria con el depósito de la fe. De esta manera, aquellas verdades conexas necesariamente con la fe «no deben ser consideradas como algo opinable, que se pueda discutir, sino que son como los fundamentos en los que se asienta toda la ciencia de lo natural y de lo divino35». Pues bien, estas palabras del papa san Pío X se refieren explícitamente a los principios -y conviene subrayar el término principios- de santo Tomás de Aquino, comunes a todo el patrimonio filosófico perenne:

Estos principios de santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que ya habían descubierto los más importantes filósofos y doctores de la Iglesia, meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza de Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último36.

Tales verdades filosóficas, aunque no formalmente reveladas, son «propuestas por la Iglesia de modo definitivo37». Y entre éstas se encuentran los principios acerca de la educación. Un claro ejemplo de estos principios es la definición que da de ésta el papa Pío XI en su encíclica Divini Illius Magistri tomándola del Aquinate:

Y como la obligación del cuidado paterno continúa hasta que la prole se halla en situación de proveerse a sí misma, perdura el inviolable derecho de los padres, porque la naturaleza no pretende solamente la generación de la prole, sino también su conducción y promoción hasta el estado perfecto del hombre en cuanto hombre, que es el estado de virtud38.

Esta definición de educación manifiesta precisamente aquello que es inmutable, la ordenación del hombre a su perfección, que es la virtud. Es eso mismo lo que la hace perenne, según la acertada expresión del P. Woroniecky, y por ello capaz de iluminar también hoy el quehacer educativo. Acerquémonos, pues, a la filosofía de la educación de Tomás de Aquino, maestro de todo hombre, Doctor Humanitatis39.

1. Summa Theologiae II-II, q.16, a.2 ob.2 (a partir de ahora STh.).

2. Los datos biográficos acerca de santo Tomás están recogidos principalmente de James A. Weisheipl, Friar Thomas D’Aquino: his life, thought, and works, The Catholic University of America Press, 1974, (traducción al castellano: Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina, Pamplona, EUNSA, 1994).

3. Cf. Guillermo de Tocco, Hystoria beati Thomae c.9.

4. Ibid., c.12.

5. Bernardo Gui, Legenda S. Thomae, c.34.

6. AA.VV., Commentary on the Four Gospels by S. Thomas Aquinas, Oxford-Londres, 1864, vol.I, pt.1, preface IV (citado por James A. Weisheipl, op. cit., p.208).

7. E.A Synan, «Brother Thomas, the Master, an the Masters», en AA.VV., St. Thomas Aquinas 1274-1974: Commemorative Studies, 2 vols., Toronto, A.A. Maurer-Pont. Inst. de Mediaeval Studies, 1974 (citado por James A. Weisheipl, op. cit., p.104).

8. Abelardo Lobato, Santo Tomás de Aquino, arquitecto de la vida universitaria. El profesor ideal en la paideia tomista, Madrid, Universidad San Pablo CEU, 1996, p.26.

9. Cf. Principium biblicum, ps.1.

10. In Psalmos, pr.

11. «Tomás tenía un cariño particular por san Pablo, como lo tuvo santo Domingo antes que él» (James A. Weisheipl, op. cit., p.288).

12. Catena Aurea in Matthaeum, pr.1.

13. «Los editores Quaracchi de la Summa de Alejandro de Hales observan que Aquino fue el primer escritor escolástico latino en utilizar al pie de la letra las actas de los cinco primeros concilios ecuménicos de la Iglesia: en la Catena Aurea (1262-1267) y en la Summa Theologiae (1266-1273)» (James A. Weisheipl, op. cit., p.201).

14. Processus canonizationis Neapoli, n.49.

15. Bernardo Gui, op. cit., c.11.

16. Ibid., c.12.

17. Ibid., c.16.

18. Processus canonizationis Neapoli, n.79.

19. Ibid., n.77.

20. STh. II-II, q. 188, a. 6 in c. Se ponía así Tomás en perfecta armonía con el espíritu de la Orden a la que se había sentido llamado: «El estudio -escribió el maestro general de los dominicos Humberto de Romanos- no es el objetivo de la Orden, pero es absolutamente necesario para los fines que hemos mencionado, a saber: predicar y trabajar para la salvación de las almas, porque sin el estudio no podemos conseguir ninguno de ellos» (Humberto de Romanos, De vita regulari, prol., n.12).

21. De veritate, q. 11, a. 4, sed con.

22. Cf. Abelardo Lobato, «Santo Tomás, Magister in Sacra Theologia. El Principium de su Magisterio» Communio (Sevilla) 21 (1988) 1, pp.49-70; y «El maestro en teología en el proyecto de Santo Tomás» Sapientia 42 (1987), pp.177-198.

23. «Deseando ardientemente la conversión de los infieles, él [Ramón de Peñafort] pidió al ilustre doctor de la Sacra Pagina, maestro en teología, fray Tomás de Aquino, de la misma Orden, que, después de Alberto, es considerado el más grande filósofo entre todos los clérigos de este mundo, escribiese una obra contra los errores de los infieles» (Pedro Marc, Introducción al Liber De veritate Catholicae Fidei contra errores infidelium, Turín, Marietti, 1967, pp.72-73).

24. De veritate q.11, a.1 in c.

25. STh. pr.

26. Id.

27. STh. I, q.1, a.1 in c.

28. «Qui voudrait étudier la pédagogie dans les oeuvres de St. Thomas, voire dans sa Somme Théologique, devrait chercher ses principaux problèmes dans diverses parties de son oeuvre; il ne trouverait nulle part un tout distinct des autres disciplines philosophiques ou théologiques, qu’on pourrait appeler la pédagogie de St. Thomas» (H. Woroniecky, op. cit., p.454).

29. Cf. Juan Tusquets «La posición de santo Tomás respecto a las cuatro causas de la educación», Revista Española de Pedagogía 59, julio-septiembre 1957, p.176.

30. In IV Sent. dist.26, q.1, a.1 in c.

31. «La dottrina morale tomista riconosce all’educazione morale un’importanza decisiva, nel senso che questa dottrina morale richiede, per ragioni ad essa essenziali, uno studio dell’educazione morale e mancherebbe di una parte non semplicemente accessoria, ma sostanziale, se non si applicasse a considerare l’educazione morale [...] Tant’è vero che la II Pars, dopo aver studiato le virtù come principi di vita buona intrinseci all’individuo agente, studia l’azione educatrice di Dio come principio di vida buona esterno all’individuo» (Giuseppe Abbà, «Una filosofia morale per l’educazione alla vita buona», Salesianum 53 (1991), p.292).

32. Antonio Millán Puelles, La formación de la personalidad humana, p.7. El mejor análisis de lo que dice expresamente santo Tomás acerca de la educación lo encontramos, precisamente, en esta magistral obra del filósofo gaditano.

33. Ibid., p.8.

34. H. Woroniecky, op. cit., p.451 y 459.

35. San Pío X, Doctoris Angelici, 29 de junio de 1914: AAS 6 (1914), 338.

36. Id.

37. Congregación para la Doctrina de la Fe, Professio fidei et Iusiurandum fidelitatis in suscipiendo officio nomine Ecclesiae exercendo, 9 enero 1989: AAS 81 (1989), p.105. Cf. Juan Pablo II, Ad tuendam fidem.

38. Pío XI, Divini Illius Magistri, n.17.

39. Cf. Juan Pablo II, Discorso ai partecipanti al Congresso Tomista (13-IX-1980), AAS 72, 1980, 1036-1046.

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