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PRÓLOGO

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por

VICENTE PALOMERA

Un psicoanalista, intérprete en la discordia de los discursos es el título del presente libro, que reúne cuatro conferencias que Éric Laurent impartió en las «Primeras Conferencias Internacionales Jacques Lacan».

Invitar a Laurent para abrir unas conferencias es un clásico en nuestro país, desde la «Primera Conferencia de la Escuela Europea de Psicoanálisis sobre Salud Mental», celebrada, en 1995, en Oviedo, y publicada en un libro de esta misma colección.1 Allí se recoge la definición más sencilla de salud mental que Jacques-Alain Miller dio, al declarar que la salud mental no tenía más definición que la del orden público. Frente al montaje de ideales colectivos de salud mental, Lacan quiso ser provocativo declarando que «todo el mundo es loco». Esta frase no significa que todo el mundo sea psicótico o que estemos ante una abolición de la clínica. Lo que significa es que no hay ninguna posibilidad de alcanzar normas comunes y que, cuanto más globalizados sean los ideales de la civilización, más comunes serán los espacios de civilización que antes permanecían separados, lo que conduce inevitablemente a proponer una norma para cualquier cosa. Si algún día se llega hasta el punto de proponer una norma para todo, entonces ya no hará falta recordar que «todo el mundo está loco», se habrá realizado la pesadilla.

Estas magníficas conferencias constituyen una nueva edición de un debate en el que se atisba a la mujer como síntoma de la civilización, un debate donde se incluye el lugar problemático del síntoma en el futuro de la clínica, el triunfo de las religiones, y, finalmente, un debate necesario para afrontar la llamada «batalla del autismo».

Lo que se constata en estas conferencias es que el síntoma no se deja reducir a una psicopatología, que la psicopatología y sus clasificaciones son solo modalidades discursivas y que, aunque podamos preferir algunas de ellas por buenas razones, no debemos llevarnos a engaño porque, en verdad, solo son elucubraciones sobre lo real del síntoma.

El título de este libro recoge las palabras finales de Jacques Lacan en su escrito, de 1953, titulado «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis»: «Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico? Que conozca bien la espiral a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes».2

Si hemos elegido en el título hablar de la «discordia de los discursos» es para hacer hincapié en los desarrollos de Lacan sobre la noción de discurso y para recordar que, al hablar del «lugar del significante», perdemos de vista que el lugar siempre precede al significante. Decir que el lugar es un efecto del discurso nos ayuda a entender mejor que solo hay un lugar en el lazo social y que cada discurso es una modalidad de lazo social. En la actualidad, es evidente que un nuevo discurso pone en cuestión esos lugares del discurso del amo. Es el discurso de la ciencia, que pone en entredicho los lugares o, si se prefiere, su orden. Lo que Lacan señala es que la ciencia afirma cada vez más el discurso de la escritura. Basta con pensar en los ordenadores, reino de la escritura por excelencia. La escritura que la ciencia hace reinar está hecha de fórmulas, de matemas. Pues bien, si el discurso analítico se desplaza de la palabra a la escritura, es para aprender de las fórmulas de la ciencia, fórmulas que no tienen como perspectiva describir lo real, porque ellas mismas son las que escriben lo real. En definitiva, las fórmulas de la ciencia no son una interpretación de la realidad, sino una escritura de lo real, ya que esas fórmulas producen un real.

Esta fue, también, la razón por la que Lacan subrayó que el referente del significante no es la realidad, sino un discurso como escritura de lo real. Un significante solo toma sentido con relación a un discurso y, por tanto, decir que un significante se refiere a un discurso significa que se refiere más a un lazo que a un lugar. En francés hay un interesante equívoco entre la pronunciación de lugar (lieu) y de lazo (lien).3 Entonces, hablar de «discordia de los discursos» supone poner de relieve la tensión que existe entre tomar el Otro como lugar, o bien el Otro como lazo.

La cuestión del lugar estuvo presente ya en el inicio de estas conferencias. Laurent la tuvo en cuenta en sus primeras palabras: «Debo agradecer la presentación y acogida de mis colegas de la ELP, de la Fundación RBA en su magnífico auditorio. Hay que decir que el dispositivo del auditorio, tan distinto del montaje universitario, me empuja a modificar el desarrollo que había pensado […] un dispositivo así no se presta a leer los textos. Voy a dar una forma oral a mis intervenciones y, de este modo, preparar el intercambio que tendremos».

En estas palabras se resume el tipo de lazo que implica una modalidad discursiva y su lugar, y también nos permite captar el estilo de Laurent, comprobar su habilidad para anudar invención y expresión por intermedio de un agudo sentido de la oportunidad. Uno puede preguntarse: ¿de dónde viene ese sentido, ese don de la oportunidad? Muy probablemente, forma parte de esas «armas que el sujeto recibe de la naturaleza» de las que Lacan habló al referirse al carácter y que un análisis puede ayudar a usar mejor.

En este sentido, es oportuno recordar aquí que durante el «Encuentro Jacques Lacan» celebrado en 1991, en el momento de brindar un homenaje a su analista, Laurent transcribió una frase de Lacan pronunciada en las entrevistas que llevaron al comienzo de su análisis: «Uno acaba siempre por convertirse en un personaje de la novela que es su propia vida. Para eso no hace falta hacer un análisis. Lo que este realiza es comparable a la relación entre el cuento y la novela. La contracción del tiempo que permite el cuento produce efectos de estilo. El psicoanálisis le permitirá descubrir efectos de estilo que pueden resultarle interesantes».4

Un estilo es algo que se hace visible. Es lo que Lacan declaró al decir que «lo que el hombre sabe hacer con su imagen permite imaginar el modo en que se maneja con su síntoma».5 «Saber hacer con la imagen» es una interesante manera de definir lo que acabamos de apuntar.

A diferencia de un modelo, no podemos hacer copias de un estilo. El estilo es inimitable y nos deja ver cómo alguien está afectado por el saber inconsciente, es decir, nos deja ver cómo uno se las arregla con el hecho de que no hay proporción sexual. En suma, este «saber hacer con la imagen» del que habló Lacan implica el modo en que uno sabe arreglárselas con los enigmas del inconsciente y cómo uno se las arregla con el síntoma, en el registro de la imagen.

Por tal motivo, este libro está fabricado con un analista que sabe hacer con la imagen, es decir, un analista que sabe hacer con el cuerpo de la época.

Un psicoanalista, intérprete en la discordia de los discursos

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