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Jeannie Carolina Sánchez Mendoza

¿Cómo le explico que me gusta oler a patilla?

Que no tengo claros los centímetros cúbicos de humedad que emano, cuando su imponente ser está frente a mí.

Y que no sé más que el hecho de que me gusta su carnosidad.

¿Cómo hago, gran señor, para oler como esos nombres raros de personas importantes, para llevar tiara, si mi descendencia es de plebeya y mis razones de romántica?

No sé cómo deshacerme de la sencillez y alcanzar su nivel; por tanto, señor mío, guarde sus versos, escóndalos, dóblelos, introdúzcalos en el cajón “no vale la pena” y déjelos allí.

No crea que este ser desaliñado y perdido muere por sus elaboradas imágenes o una cama que usted visite.

No lo crea, así como no cree en mi ingenuidad.

Mi nombre huele a patilla, a tierra mojada y no pretendo olvidar eso, pero usted no pretenda olvidarse de mí.

Señor.

Tiene toda la razón, yo no conozco de usted, además de su egoísmo, y sus ganas de cerrar mis puertas con candado para ser el único profanando mi templo.

Que quiere rajarme las tripas, dice.

Llenarme el útero,

Y que me lo piense.

Señor mío, puedo hablarle de noches de angustia que aún no he vivido, pensándole, queriéndole y llamándole.

Puedo sentir el insomnio, el desvarío, la soledad y la culpa si tomo el camino que me brinda con la condición de la santa.

Cada prohibición sería una sepultura.

Mejor máteme…

Hágame un velorio y explique mi muerte justificando que yo estaba loca y que no quise la intermitencia y la crucifixión.

Dé limoncillo en las nueve noches; diga que fui una perra mentirosa y que le aborrecería si hubiese tenido olor a leche materna.

Y por favor, opte por cremarme, así no pagará por mí y no tendrá que exhumarme.

Costeña soy

Si tus inútiles manos no se desprenden de tu cuerpo para atravesar el mío, entonces no quiero nada.

Si no serás capaz de soltar tu hombría, entender mi tono

Cuando me siento angustiada o extremadamente feliz, entonces no acepto.

Porque no negaré que soy del folclor, del sabor, de donde la gente habla duro para que resuene hasta su dolor.

La pobre necesidad de este amor

Ojalá nunca se acabe la cantidad de autosuficiencia que tienes encima.

¿Qué sería de ti sin el peso de ese amor?

Te tendría mendigando trocitos de mis adentros.

Yo no necesito cambiar, ni calmarme.

No me da la gana.

Si debo vivir en la pobreza del amor, viviré.

Igual, nadie es rico en ello.

¡Ah no!

Lo olvidé.

Sí.

Carlos A.

Perdido en lo mundano,

tú encontraste a Dios.

yo continuo aquí.

Sin embargo, cuando cae la noche, los instintos nos devoran.

Logras escuchar mi humedad,

puedo ver el deseo.

Llega el día, hay ausencia.

Me parece que mientes.

Niegas mis sospechas y no soy nadie para un reclamo.

Es como si jugases conmigo, así como juegas con Dios.

Grupo TA.LI.UM.

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