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LXV

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Esto era el estado en que supo Creso que entonces se hallaban los atenienses. De los lacedemonios averiguó que, libres ya de sus anteriores apuros, habían recobrado la superioridad en la guerra contra los de Tegea. Porque en el reinado de Leon y Hegesicles, a pesar de que los lacedemonios habían salido bien en otras guerras, sin embargo, en la que sostenían contra los de Tegea habían sufrido grandes reveses. Estos mismos lacedemonios se gobernaban en lo antiguo por las peores leyes de toda la Grecia, tanto en su administración interior como en sus relaciones con los extranjeros, con quienes eran insociables; pero tuvieron la dicha de mudar sus instituciones por medio de Licurgo, el hombre más acreditado de todos los Esparciatas, a quien, cuando fue a Delfos para consultar al oráculo, al punto mismo de entrar en el templo le dijo la Pitia:

A mi templo tú vienes, oh Licurgo,

De Jove amado y de los otros dioses

Que habitan los palacios del Olimpo.

Dudo llamarte dios u hombre llamarte,

Y en la perplejidad en que me veo,

Como dios, oh Licurgo, te saludo.

También afirman algunos que la Pitia le enseñó los buenos reglamentos de que ahora usan los Esparciatas, aunque los lacedemonios dicen que siendo tutor de su sobrino Leobotas, rey de los espartanos, los trajo de Creta. En efecto, apenas se encargó de la inicia, cuando mudó enteramente la legislación, y tomó las precauciones necesarias para su observancia. Después ordenó la disciplina militar, estableciendo las enotias, triécadas y sissitias y últimamente instituyó los éforos y los senadores.

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