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Así pasaron las cosas, según refieren los persas, los cuales están persuadidos de que el origen del odio y enemistad para con los griegos les vino de la toma de Troya. Mas, por lo que hace al robo de Io, no van con ellos acordes los fenicios, porque éstos niegan haberla conducido al Egipto por vía de rapto, y antes bien, pretenden que la joven griega, de resultas de un trato nimiamente familiar con el patrón de la nave; como se viese con el tiempo próxima a ser madre, por el rubor que tuvo de revelará sus padres su debilidad, prefirió voluntariamente partirse con los fenicios, a da de evitar de este modo su pública deshonra. Sea de esto lo que se quiera, así nos lo cuentan al menos los persas y fenicios, y no me meteré yo a decidir entre ellos, inquiriendo si la cosa pasó de este o del otro modo. Lo que sí haré, puesto que según noticias he indicado ya quién fue el primero que injurió a los griegos, será llevar adelante mi historia, y discurrir del mismo modo por los sucesos de los estados grandes y pequeños, visto que muchos, que antiguamente fueron grandes, han venido después a ser bien pequeños, y que, al contrario, fueron antes pequeños los que se han elevado en nuestros días a la mayor grandeza. Persuadido, pues, de la instabilidad del poder humano, y de que las cosas de los hombres nunca permanecen constantes en el mismo ser, próspero ni adverso, hará, como digo, mención igualmente de unos estados y de otros, grandes y pequeños.

Los nueve libros de la Historia

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