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La Guerra Civil Española y el auge del fascismo

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Otro precursor decisivo de la Segunda Guerra Mundial fue sin duda la Guerra Civil Española. Este devastador conflicto desgarró España de 1936 a 1939 y fue una visión crítica de los bandos opuestos de la guerra posterior. Enfrentó a dos bandos, los republicanos y los nacionales, cada uno apoyado por las grandes potencias europeas. Los primeros eran izquierdistas leales a la liberal Segunda República Española y su gobierno del Frente Popular. Se aliaron con comunistas y anarquistas y obtuvieron un apoyo relevante de la comunista Unión Soviética. En el otro bando, los nacionales estaban liderados por el general Franco en un levantamiento para acabar con la Segunda República Española. Incluían monárquicos, tradicionalistas y los llamado falangistas. Estaban apoyados por la Alemania nacionalsocialista y la Italia fascista.

La Guerra Civil Española no puede caracterizarse por un solo aspecto: fue un conflicto complejo y, aunque centrado en España y sus asuntos internos, provocó la interferencia tanto de la Alemania nazi como de la Unión Soviética. Muchos historiadores la calificaron como un «ensayo general para la Segunda Guerra Mundial», ya que fue el reflejo perfecto del conflicto al que se encaminaba Europa a toda velocidad. Esta guerra civil tuvo muchos aspectos distintos: fue tanto una lucha de clases como una guerra de religión; una gran división entre la democracia republicana y la dictadura; al tiempo una revuelta y una contrarrevuelta y en definitiva una guerra entre el comunismo y el fascismo.

La Guerra Civil Española empezó en 1936 después de que varios generales de las Fuerzas Armadas Republicanas se levantaran contra la República, encabezados por los generales Emilio Mola y José Sanjurjo y Sacanell. Fue un golpe militar y la gran culminación de las tensiones entre fascistas y comunistas que dominaban ese país. Aunque duró solo dos años, fue un enfrentamiento devastador que afectó a varias ideologías y partidos en conflicto. E igual que en Jaljin Gol en Asia, esta Guerra Civil fue asimismo un campo de pruebas para todo tipo de nuevas tecnologías militares. Pero lo más importante fue que supuso un punto de apoyo para el general Francisco Franco, cuya facción nacional acabaría victoriosa en esta guerra brutal y le colocaría a la cabeza del nuevo Estado Español, en el que gobernaría como dictador hasta 1975.

El aumento de la tensión estaba llegando a un volumen atronador en el corazón de Europa. Los movimientos cada vez más atrevidos de Hitler mantenían a todos en vilo, al ir apareciendo en el horizonte la amenaza de una guerra. El expansionismo e irredentismo alemanes se fueron haciendo cada vez más agresivos y descontrolados para las grandes potencias aliadas. La anexión de Austria por Hitler en 1938 no causó tanta agitación como él esperaba, lo que no hizo sino animar sus voraces políticas en busca de más territorio y su pangermanismo. Reclamó territorios supuestamente poblados por alemanes tradicionalmente, lo que no era en absoluto cierto. La mayoría de los territorios que reclamaba estaban habitados por poblaciones eslavas desde hacía siglos. Una de esas regiones eran los Sudetes, en ese momento en poder de Checoslovaquia. Hitler empezó a presionar cada vez más y a avanzar poco a poco en su ocupación. Esta presión hizo que las potencias aliadas sucumbieran a las reclamaciones de Hitler y los Sudetes le fueron concedidos en 1938 a través de los llamados Acuerdos de Múnich. Checoslovaquia, una nueva nación en apuros, se mantuvo muda mientras era desgarrada pieza a pieza por las potencias más poderosas. E incluso aunque el acuerdo reclamaba que Hitler no realizara más reclamaciones territoriales, pronto obligó a Checoslovaquia a ceder más territorios en su este a su aliada Hungría, mientras Polonia empezaba a reclamar una región del nordeste.

Aun así, Hitler quería más. Los Acuerdos de Múnich eran en realidad una manera práctica de impedirle ocupar completamente Checoslovaquia, algo que causó un gran enfado en Alemania. Así que Hitler continuó con su expansión agresiva y en 1939 inició su expansión naval, en buena parte clandestina, mediante la cual planeaba acabar con la supremacía naval británica, igual que en los años anteriores a la Gran Guerra. Luego, incumpliendo los acuerdos firmados, invadió el resto de Checoslovaquia en 1939. Durante este proceso, creó el estado títere proalemán de la República Eslovaca y proclamó a la región que ocupaba como el Protectorado de Bohemia y Moravia. Era imposible detener su ritmo de expansionismo y Europa estaba de nuevo cambiando rápidamente de forma y, como en décadas pasadas, se anunciaba el desastre.

En el sur, Mussolini tampoco perdía el tiempo. Proyectaba su sombra más allá de las fronteras de Italia y en abril de 1939 invadió el reino de Albania, al sur de los Balcanes. Para los italianos, fue una breve y exitosa campaña militar de solo unos cinco días, que produjo bajas mínimas en ambos bandos. El rey de Albania, Zog I, se vio obligado a exiliarse en Grecia y así Albania se incorporó al Imperio Italiano en rápida expansión. Las causas subyacentes de esta invasión eran puramente estratégicas: Italia llevaba mucho tiempo haciendo reclamaciones sobre esta parte de Europa, ya que la posición naval de los puertos de Albania le daría a Italia el control perfecto de la entrada al mar Adriático, expandiendo su influencia en el Mediterráneo. Y mientras Reino Unido y Francia ofrecían una garantía de apoyo a las naciones de Europa Oriental en apuros, como Polonia, Rumanía y Grecia, Italia y Alemania creaban una alianza formal, conocida como el Pacto de Acero.

La situación se intensificó pronto cuando Hitler continuó con sus desvergonzadas políticas, acusando a británicos y polacos de tratar de rodear a Alemania, algo insinuado por su acuerdo recientemente confirmado. Renunció de inmediato al existente Pacto de No Agresión Germano-Polaco y cada vez resultaba más evidente que su próximo objetivo era Polonia. A finales de agosto de 1939, las tropas alemanas empezaron a agruparse en las fronteras con Polonia, mientras la tensión llegaba a su máximo histórico. Hitler aprovechó una oportunidad para aumentar la esfera de influencia alemana en Europa y firmó un pacto de no agresión con la Unión Soviética. Firmado el 23 de agosto de 1939, se lo conoció como el Pacto Molotov-Ribbentrop y fue de hecho un protocolo secreto que dividía las regiones orientales de Europa entre estos dos gigantes. Hitler eligió para su esfera de influencia las regiones que fueron previamente el objetivo de su Lebensraum, su «espacio vital». Eran Polonia occidental y Lituania. Por el otro bando, la esfera de influencia de Stalin incluía Polonia oriental, Letonia, Estonia, Finlandia y la región de Besarabia. En cierto modo, este pacto fue un movimiento astuto de Hitler y le garantizaba que Alemania no tendría que sufrir una guerra en dos frentes, al menos en sus etapas iniciales.

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