Читать книгу Espartanos - José Alberto Pérez Martinez - Страница 7

Оглавление

LICURGO

En la actualidad todo el mundo asocia Esparta a una ciudad de carácter excepcionalmente militar y disciplinado. En no pocos sitios se habla de “disciplina espartana” para referirse a la ejecución de un esfuerzo de grandes proporciones con total indiferencia ante los rigores del sufrimiento. Es cierto que fueron los mismos espartanos los que hicieron valer su fama de valientes y abnegados soldados, pero, al contrario de lo que mucha gente piensa, la sociedad de Esparta no fue siempre así.

Al igual que muchas otras poleis griegas, durante el período micénico (1600-1100 a.C.) Esparta fue una próspera ciudad del Peloponeso que albergaba una sociedad heterogénea con reyes, nobles, comerciantes, soldados, etc. Nada parecido a la presunta sociedad igualitaria en la que luego se convirtió, cuyo carácter militar impregnó todas las esferas de la vida. Por el contrario, antes de los períodos arcaico y clásico, las guerras se llevaban a cabo de manera exclusiva por grupos de campesinos armados y no existía un ejército profesional permanente.

Uno de los episodios más intrigantes de la historia es aquel que se conoce como “época oscura” (1100-800 a.C. aprox.), en el que hay una ausencia total de información en todos los sentidos. De hecho su nombre viene dado por la falta de noticias que se tienen acerca de la civilización en general. Por alguna extraña razón, la escritura desaparece y aun en nuestros días dicho período sigue constituyendo un gran enigma del cual lo único que sabemos es que existe una serie de movimientos humanos por parte de diferentes pueblos y sociedades a lo largo de toda la costa mediterránea. En Grecia, aunque hay quien atribuye a estos pueblos el colapso de la civilización micénica estos años oscuros no golpearon con toda su rotundidad. Sin embargo, en ciertas culturas del Próximo Oriente se puede decir que éste fue un período devastador. El Imperio hitita terminó por desaparecer y a punto estuvo de hacerlo también el Egipto de Ramsés III. Algunas teorías han confirmado el desplazamiento masivo de los habitantes de estos imperios debido a la presión de unos pueblos llegados del mar. Su belicosidad haría que las gentes que habitaban próximas a la costa se vieran forzadas a huir hacia el interior, al tiempo que los ejércitos egipcios e hititas contemplaban impotentes el irrefrenable avance de estos nuevos invasores. Independientemente de los estragos que éstos pudieran causar en el Mediterráneo oriental, la influencia sobre la cultura griega no parece haber sido tan devastadora. No obstante, el cambio tan radical que se atestigua en Esparta una vez que se vuelve a tener noticias de ella allá por el siglo VIII a.C. es tal que no sería disparatado hablar de una posible influencia de estos pueblos sobre el devenir de la cultura lacedemonia. La Esparta que renace después de esos años de oscuridad y en pleno arcaísmo es una Esparta fuertemente estructurada y ostensiblemente militarizada. A diferencia de la época homérica, Esparta ya no vive del comercio, tiene dos reyes y se esfuerza por recalcar la división de su sociedad en tres clases bien diferenciadas: espartiatas, periecos e hilotas.

Desconocemos el momento exacto en el que ese cambio se produjo y ni siquiera es posible establecer una fecha aproximada para que estas medidas se consolidaran dentro de la sociedad. Sin embargo, sí tenemos noticia del nombre de su principal “arquitecto” y responsable, su presunto autor intelectual, Licurgo.

Aunque su existencia es más que discutida y no ha sido confirmada de forma rotunda, la historia antigua ha terminado por atribuir toda la serie de medidas renovadoras y militarizantes habidas en Esparta a su figura. Puede que la adopción de una serie de leyes o reglas se produjera de manera progresiva, circunstancial y paralela al desarrollo de los acontecimientos. En cualquier caso, el hecho de haber creado la figura de un fundador-legislador que diseñara las estructuras básicas de un nuevo tipo de ciudad bastante original dentro del mundo griego, nos obliga no a discutir su existencia, sino más bien a hacernos eco de su minuciosa historia, relatada por Plutarco en sus Vidas paralelas, escritas mucho después, en el siglo I de nuestra era.

Acerca de su propia existencia, se cuestionó también Plutarco al comienzo de su relato, estableciendo que “no hay nada que no esté sujeto a dudas acerca del legislador Licurgo”. Parece, por tanto, que la cuestión acerca de si tan ilustre personaje fue cierto o no, no es algo actual.

A propósito de la vida y obra de Licurgo, Plutarco nombra algunos de los testimonios de los que extrae algo de información acerca de él. Se dice que pudo vivir en el tiempo de Ífito, cercano a la celebración de los primeros Juegos Olímpicos, a decir por Eratóstenes y Apolodoro. Otras tesis, como la de Timeo, apunta a la existencia de dos Licurgos con los cuales se confundiría dicha obra afirmando que el más antiguo de ellos viviría en época homérica y que, probablemente, llegó a conocer al poeta. Jenofonte, por su parte, los sitúa en tiempo de los primeros Heráclidas, concretamente, los más próximos al mismísimo Hércules. Parece que la ascendencia de Licurgo sí tuvo, por el contrario, una mayor relevancia puesto que durante el reinado de Soo se produjo la esclavización de los hilotas. Los hilotas, como sabemos, representaban la clase de los esclavos en Esparta. Muchos de ellos procedían de la región vecina, Mesenia, pero eso no quiere decir que todos vinieran de allí. Por tanto, sería erróneo pensar que hasta la esclavización de los mesenios en Esparta no había esclavos. Al igual que en otras ciudades griegas, sí que los había, pero procederían de otros lugares o serían gentes que habrían contraído dicha condición social a causa de deudas u otros motivos.

En realidad, encajar a Licurgo dentro de una clase social es harto complicado. Su ascendencia real permitiría entender que estaba destinado a ser rey en Esparta, y de hecho llegó a serlo. Sin embargo, poco tiempo después, Licurgo decide renunciar al trono cuando se conoce la noticia de que la mujer de su hermano está encinta, y por lo tanto, cree que la corona corresponde al futuro vástago. Dando muestras de un sentido de la justicia sin precedentes, entiende que su única función como rey se limita a la tutela del menor hasta que éste pueda ejercer su pleno derecho a ocupar el trono. A pesar del inicial rechazo de la madre a que el niño viera la luz, Licurgo consiguió convencerla para que lo alumbrase. Tras no pocas controversias con respecto al papel jugado por éste en dicho episodio, Licurgo decide marchar de Esparta cuando nace su sobrino y emprender un largo viaje que le llevará por Creta y Asia, conociendo otros tipos de gobierno y con la firme intención de compilar todas aquellas leyes que pudieran ser útiles a su ciudad. Esta imagen nos muestra a un personaje excepcionalmente interesado en analizar y mejorar las cosas de gobierno de Esparta, algo que no era ni mucho menos habitual no solo en Esparta, sino en ningún otro sitio en la Grecia de la época.

Puede que el hecho fuera específicamente concebido así por Plutarco con el fin de retratar a un personaje preocupado por el devenir de su pueblo. No obstante, y como veremos más adelante, Plutarco alabará las medidas adoptadas por Licurgo a fin de establecer una sociedad uniforme y bien ordenada basada en una paz interna muy militarizada. Por ello no es de extrañar que su relato acerca de la situación anterior a las medidas tomadas por aquél destile un aroma pesimista presentando a Esparta como una ciudad agobiada por problemas de diversa índole, con carácter débil y casi decadente.

Sus viajes

En primer lugar, Licurgo viajó a Creta, donde conoció el gobierno que allí regía. Allí entró en contacto con los personajes más avezados en cuestiones políticas, dejándose seducir por algunas cosas al mismo tiempo que rechazaba otras. En este mismo viaje se reunió con Taletas, un poeta lírico que, a través de sus cantos, logró atraer a todos los ciudadanos de Creta hacia una perfecta armonía y desterrar para siempre una especie de encono que venía impregnando su sociedad desde hacía siglos. Según Plutarco, parece que la influencia de Taletas fue conduciendo a Licurgo hacia el camino de la educación.

No sería difícil, a tenor de lo dicho en este pasaje, interpretar que de aquí podría haber extraído Licurgo ese sentimiento de hermanamiento y solidaridad entre ciudadanos tan característico de la Esparta del siglo V. La idea de igualdad y armonía entre todos los habitantes superando las diferencias que por diferentes causas hubieran acontecido, podría tener aquí su más cierto origen.

Una vez que terminó su periplo en Creta, Licurgo pasó al Asia. Como bien sabemos, toda la costa occidental de la actual Turquía que baña el mar Egeo era, en época de Licurgo y posterior, la región conocida como Jonia. Esta región albergaba una serie de ciudades de origen griego establecidas allí desde aproximadamente el siglo IX a.C. Hablaban el dialecto jónico y vivieron constantes situaciones de inestabilidad debido a su vecindad con el Imperio persa. De hecho, el reino de Lidia, llevó a cabo una campaña de sometimiento de la mayoría de estas ciudades durante los siglos VII y VI a.C. exceptuando a Mileto, la isla de Quios y Samos. Con el ascenso del Imperio persa en el panorama político internacional, las ciudades jonias tuvieron una gran ocasión para desligarse de Lidia y apoyar al joven imperio de Ciro. Sin embargo, la mayoría permanecieron fieles a los lidios, y por eso, cuando el Imperio invadió todo el reino de Lidia, recordó la ingratitud de éstos imponiéndoles unas condiciones más restrictivas. Solo Mileto que negoció con los persas por separado, mantuvo una situación más favorable. A partir de entonces, los jonios tuvieron que pagar un tributo al Imperio pesa y contribuir a su flota. A cambio de eso mantuvieron su autonomía política.

Como vemos, desde el punto de vista cultural, Jonia era una región plural en la que confluían varias nacionalidades, procedencias y culturas, es decir, todo lo contrario que la homogénea y tradicional Creta. El exotismo asiático ahora se conjugaba con el dinamismo griego y aquello debió de tener para Licurgo un poderoso atractivo a fin de saber cómo se gobernaba la gente por allí. Como el mismo Plutarco afirma, Licurgo viajó allá para comparar la moderación y austeridad cretense con la profusión y delicias de los jonios, de la misma manera que los médicos contrastan cuerpos enfermizos, abotargados y sanos para comprender mejor las diferencias. Lo primero que descubrió Licurgo nada más poner un pie allí fueron los poemas de Homero. Parece ser que éstos habían sido guardados por un tal Creófilo y tuvieron tal impacto en su persona que, según Plutarco, éste trató con ansia y denuedo copiarlos todos a fin de llevarlos consigo de vuelta. Hasta entonces no se tenía mayor conocimiento de aquellos versos entre los griegos y el mérito de darlos a conocer sería suyo enteramente. Según se dice, éste fue el hecho más destacable de su viaje a Asia Menor. Sin embargo, su singladura, parece que no terminó ahí. También tenemos noticia de que, una vez hubo terminado su periplo por el Próximo Oriente, paso a visitar a los egipcios y se afirma que fue de aquella civilización de la que adoptó la marcada separación social de la clase de los guerreros. Es bien conocido que en Esparta, si había una clase social que destacaba por encima del resto, era la de los soldados, es decir, los ciudadanos de pleno derecho con la única obligación de las tareas militares.

No se sabe a ciencia cierta si fue aquí cuando emprendió su regreso a Esparta o si, por el contrario, como algunos afirman, pasó también a la Libia, Iberia y la India. En cualquier caso podría decirse que Licurgo ya habría hecho acopio de los elementos fundamentales para reorganizar su sociedad de la mejor manera.

A su regreso a Esparta, se deduce por las palabras de Plutarco que la ciudad debía de estar atravesando un período de inestabilidad o stasis. Parece que todos, tanto ciudadanos como reyes, echaban en falta su figura y, especialmente estos últimos, se asentaban en la creencia de que su vuelta serviría como bálsamo y aplacaría la insolencia de la gente. De ahí se deduce que las instituciones espartanas podrían estar sintiendo una cierta incapacidad para imponer su autoridad sobre los ciudadanos. Ello podría ser debido a dos cosas de las que Licurgo no nos informa: un proceder tiránico o despótico por parte de los reyes que habría soliviantado al cuerpo de ciudadanos, o la inclinación de la ciudadanía hacia la consecución de mayores libertades y privilegios ante la presencia de un poder institucional débil, algo que corrobora Plutarco al hablar del carácter apocado del rey Carilao. De cualquiera de las dos maneras, Licurgo se determinó a mudar el tipo de gobierno. Su proceder fue absolutamente extremo, es decir, no trató de mejorar o incidir sobre leyes o costumbres ya impuestas, sino que, como sabemos, se asemejó más a un proceso revolucionario o golpe de Estado. Convencido de que de nada servía una alteración parcial de las leyes, tendría que atajar el problema desde la raíz, es decir, exprimiendo y evacuando los malos humores con purgas para empezar otro género de vida totalmente distinto. Ello significaba una ruptura total con el estilo de vida y gobierno tradicional que hasta ahora había estado vigente y comenzar desde cero con nuevas instituciones y nuevas normas que variaran el rumbo y los objetivos del sistema anterior. Tras marchar a Delfos y recibir el oráculo de la Pitia en el que se le aventuraba que establecería el tipo de gobierno más aventajado al resto, retornó a Esparta resuelto a cumplir con estos designios. Tanto es así que, antes de adoptar o aprobar ninguna medida, se proveyó de un cuerpo de guardia compuesto de 30 próceres que habrían de presentarse de madrugada en la plaza (ágora) armados y dispuestos a no permitir ningún tipo de voz discordante, es decir, no iba a tolerar ningún tipo de oposición a su proyecto. Este hecho redunda en el carácter cuasi golpista del programa de Licurgo. No obstante, Plutarco nos informa de que, antes de que eso ocurriera, él ya habría hablado con los más notables de la ciudad convenciéndoles de la necesidad de un cambio de sistema. No tenemos certeza de que eso fuera cierto y puede que solo se tratara de evitar que la imagen de Licurgo o su proceder se asociara a una actitud tiránica como, de hecho, así sería.

¿Pero, qué fue lo que realmente pudo llevar a Licurgo a presionar para cambiar el sistema establecido? ¿Acaso Esparta atravesaba una crisis de algún tipo? ¿Tenía problemas con otras poblaciones? ¿Por qué decidió no seguir adelante como una polis griega más?

Pueden esgrimirse toda una serie de motivos por los que Esparta sintió la necesidad de renovar sus instituciones. El sistema sobre el que se asentaba la ciudad parecía no poder dar respuesta a una serie de nuevos acontecimientos y la transición hacia un nuevo sistema parecía estar asimilándose como un proceso bastante natural.

La primera de las posibilidades es que la tierra de Laconia, la región en la que se encuentra Esparta, fuera árida y seca, poco fecunda y nada apta para el cultivo. Por el contrario, el poeta Tirteo relata que la vecina región occidental de Mesenia disfrutaba de unas tierras fértiles y ricas que permitían la manutención de su población sin ningún tipo de problema. Este hecho no habría pasado desapercibido a los espartanos, que de inmediato se pusieron a trabajar para anexionarse parte de estas fecundas tierras. El hecho de que ambas regiones fueran vecinas directas hizo brotar los conflictos desde muy temprano y así el detonante para comenzar la contienda no fue difícil de alcanzar. Dos guerras, las llamadas Guerras Mesenias, tuvieron lugar antes del siglo V a.C. La primera de ellas aconteció hacia finales del siglo VIII a.C. y tuvo como casus belli las quejas recíprocas de Mesenia y Esparta a propósito de las constantes invasiones del territorio ajeno. El por aquel entonces rey, Polidoro de Esparta, decidió invadir y atacar la parte del territorio de Mesenia que no había sido cultivado. Todavía en estos años la lucha de ambos bandos no fue al modo hoplítico y ni siquiera el armamento se componía de la clásica panoplia del siglo V. Al contrario, el ejército de Esparta se nutría de mercenarios de Creta y Corinto y el tipo de lucha no era la falange, sino que se basaba más en el hostigamiento. Por su parte, Mesenia se defendió con apoyo de Argos y Arcadia. Finalmente, Polidoro de Esparta consiguió destruir el último bastión de los mesenios en el monte Ítome y éstos se vieron obligados a ceder la mitad de su producción a Esparta en adelante. A consecuencia de esa dominación, el deseo de liberarse del yugo espartano habría empujado a los mesenios a preparar una revancha contra sus opresores. Sin tener fechas exactas, hacia principios o mediados del siglo VII a.C. estalló la segunda Guerra Mesenia. La principal novedad de esta contienda fue la aparición de la lucha en falange, un rectángulo compacto que se afianza gracias a la formación ordenada de los soldados y al afilado e impenetrable cerco de puntas que componen las lanzas erguidas hacia el frente. Al contrario de lo que se pueda pensar, no fue en el bando de Esparta donde ello tuvo lugar, sino en el bando mesenio, concretamente en sus aliados argivos. A pesar de esta novedad, Esparta terminó imponiéndose e implantando su hegemonía sobre la región hasta mediados del siglo IV a.C. y esclavizando a buena parte de los mesenios que vivían en la planicie y convirtiendo en periecos a los de la costa.

Aunque Esparta tuvo éxito con los mesenios, el Peloponeso era un hervidero y las diferentes regiones que lo componían estaban constantemente pisándose literalmente el terreno unos a otros. Si bien ahora había conseguido vencer en el oeste de Laconia, Esparta debía vigilar para que ese statu quo no cambiase en los siguientes años. Sin embargo, su frontera norte con Argos también se había convertido en una zona de tensión y un foco de conflictos. Concretamente en la zona oriental del Peloponeso, existe una región llamada Cinuria que, durante el retorno de los dorios, fue conquistada y administrada por Esparta. Sin embargo, poco tiempo después pasó a manos de Argos, que trató de consolidarla como un territorio de influencia exclusiva. El auge que experimentaron los espartanos durante las Guerras Mesenias hizo que reclamaran la soberanía sobre esa tierra y ello conllevó que durante años la región pasara de unas manos a otras constantemente. El punto y aparte del conflicto lo puso, sin embargo, Fidón de Argos. Este rey, al que las fuentes presentan como un auténtico tirano, fue probablemente el personaje más influyente del Peloponeso entre finales del siglo VIII a.C. y principios del VII a.C. y catapultó a Argos hacia la hegemonía de la Península. Entre sus logros se cuenta el haber infligido a Esparta una de las derrotas más humillantes que se recuerdan. Aunque no está claro si fue el mismo quien dirigió a sus tropas en esa batalla, está fuera de toda duda que su legado influyó de manera definitiva en la victoria. En la batalla de Hisias, hacia el 669 a.C., bien Fidón, al que también se atribuye el descubrimiento de la lucha en falange, bien alguno de sus sucesores, pulverizaron a las tropas espartanas, que se vieron incapaces de aguantar las acometidas argivas, rindiéndose finalmente y cediendo ante la incontestable superioridad de su rival. Aquella derrota debió de afectar severamente a la moral espartana ya que no se vuelve a tener noticia de ella hasta casi un siglo después. Puede, por tanto, que fuera en este momento cuando Licurgo, ante la grave amenaza que suponía la hegemonía de Argos, decidiera que había llegado el momento de hacer cambios drásticos en las instituciones espartanas.

Así vistos, estos podrían ser los principales motivos por los que Esparta decidió reinventarse y surgir como una ciudad concebida para la guerra. El hecho de que, a partir de entonces, todo girara en torno a la defensa de la ciudad, lleva a pensar que existiría un peligro inminente que habría llevado a los espartanos a asumir que solo la dedicación a la vida militar podía salvarles de una grave amenaza. Ni siquiera el comercio y la economía que eran el motor de dinamización de las ciudades, son tenidos en cuenta. Licurgo concebirá una sociedad de hombres y mujeres preparados para salvaguardar la existencia de Esparta a costa de la vida misma si era preciso.

La conformación del nuevo sistema

La primera de las medidas adoptadas fue la creación de la llamada “institución de los gerontes”, que se convertiría en un órgano “equilibrador”, es decir, en una cámara capaz de contener la inercia hacia la tiranía por parte de los reyes y, al mismo tiempo, la inercia hacia la democracia por parte del pueblo. Estaría compuesto por ancianos, dada su tendencia hacia la estabilidad y el orden, en un número que inicialmente fue de 30, pero que finalmente quedó en 28 por el abandono de dos de ellos, según nos informa Aristóteles. Así pues, el número de 30 quedaría completado con la adhesión a dicho consejo de los reyes. El hecho de que el más alto consejo estuviese compuesto por ancianos pone de manifiesto cuál iba a ser el carácter de la ciudad que éstos tendrían que gobernar: muy conservador. La figura del anciano sabio y copado de experiencia conduce inevitablemente a una sociedad inmovilista, fuertemente arraigada a las tradiciones y con poco carácter innovador. El mantenimiento de las instituciones prima por encima de cualquier proyecto aventurado o incierto. Sin embargo, no parece que el modo en que Licurgo había concebido el diseño de la nueva Esparta satisficiera a la masa de ciudadanos, puesto que, según parece, se produjeron revueltas y disturbios que criticaban el exceso de poder de la oligarquía dominante. Así pues, 130 años más tarde de la muerte de Licurgo, se creará otra institución que habría de servir como freno a posibles excesos de esta oligarquía: el eforado. Compuesto por un número de 5 éforos, velaba por evitar cualquier signo de opresión hacia el pueblo por parte de la clase dominante. Plutarco elogia la previsión de Licurgo y recuerda lo desdichados que habían sido argivos y mesenios por no haber cedido su gobierno ni un ápice de libertad hacia sus administrados. En el caso de los argivos era cierto que su época de esplendor coincidió con el reinado de Fidón, la cual transcurrió en un período de aproximadamente 40 años, mientras que Esparta mantuvo en lo esencial su filosofía y sus estructuras en torno a los 300 años.

Pero las medidas de Licurgo no finalizaron ahí. Su plan era realmente ambicioso y aspiraba a alcanzar todas las esferas de la sociedad. Si bien había regulado ya todo lo tocante a las instituciones de gobierno, pasó a regular todo lo concerniente a cuestiones sociales. Plutarco nos habla de una serie de problemas previos en la ciudad a causa de las desigualdades provocadas por el mal reparto de la tierra. Mientras unos pocos acumulaban mucho, había muchos que tenían realmente poco. Como si de algo sencillo se tratara, Licurgo propuso redistribuir las tierras de Laconia partiendo de cero, de manera que a todos y cada uno de los ciudadanos le tocara en suerte una parte que sería igual a la del resto, siempre con el fin de evitar las desigualdades y la concentración de tierra en pocas manos. De hecho, riqueza y pobreza eran parte del mismo problema: desigualdad. Y para Licurgo, todos los ciudadanos de Esparta debían considerarse iguales bajo el único juicio de alabar lo honesto y criticar lo torpe. Así pues, las tierras de la región de Laconia fueron repartidas en 30.000 suertes, mientras que las que se situaban más cerca de Esparta se repartieron en 9.000. El reparto se hizo teniendo en cuenta la cantidad mínima para subsistir, que en un hombre sería de 70 medimnos de cebada y 12 para la mujer.

Todas las medidas que hemos visto hasta ahora estaban encaminadas a la simplificación, partiendo de la base de una igualdad poco habitual y poco corriente en Grecia. Aunque el sistema oligárquico existía en otras polis griegas, es cierto que esa igualación de iure del cuerpo de ciudadanos con plenos derechos no era tan nítida. Ello no significó, ni mucho menos, que todos los hombres que habitaban en Laconia fueran considerados iguales. Al contrario, como veremos más adelante, existían otras dos clases sociales, la de los periecos y la de los hilotas o esclavos.

Por sencillo que pudiera parecer, aquellos cambios no fueron del agrado de todo el mundo. Como era de esperar, es probable que las clases privilegiadas con el sistema tradicional no acogieran bien el hecho de que se les desposeyera tanto de la propiedad de sus tierras, como de sus bienes muebles y mucho menos de poder institucional. Ello, como afirma Plutarco, obligó a Licurgo a buscar alternativas si quería que su programa saliera adelante. Parece que, desistiendo de expropiar ciertos bienes a algunas familias, trató de limitar el lujo, anulando así la fabricación de moneda de oro y plata en favor de la moneda de hierro que, obviamente era de menor valor. Fue una manera de hacer menos atractiva la tenencia y la posesión de dinero que se vería sustituida por una moneda que nadie más en Grecia utilizaba y que, además, era muy costosa de transportar. Según Plutarco, Esparta se libró, gracias a esta medida, de toda suerte de crímenes. De ser verdad, su impacto debió de ser de considerables proporciones. Si ya la propia orografía de Grecia dificulta la comunicación entre ciudades, el hecho de suprimir algo tan universal como la moneda contribuiría a ahondar aún más en el aislamiento de Esparta con respecto al resto de ciudades, ya que ahora ningún producto foráneo podría ser adquirido, ni los pagos a extranjeros podrían ser satisfechos. Probablemente esta medida solo se cumpliera en parte. Existen noticias de que a lo largo de los años Esparta se vio obligada a hacer pagos a mercenarios en servicios de guerra, por lo que debemos deducir que puede que una cierta cantidad se conservara en el erario público aunque solo fuera de titularidad estatal.

Otra de las medidas más populares que instauró Licurgo fue la celebración de banquetes comunales que tiene su reflejo en los andria cretenses. En Esparta se llamaron syssitia o fiditia y no fueron sino una especie de reuniones de todos los varones espartiatas en las que se celebraba un banquete que era sufragado por los mismos comensales. En ellos estaba prohibido cualquier tipo de lujo u ostentación y allí tendrían cabida tanto el pobre como el rico, compartiendo la misma cantidad de comida para todos y estando obligados a ello para no ser objeto de burlas y críticas por parte de los demás. En el Estado de Licurgo, el resto de los ciudadanos eran los que, de hecho, ejercían la vigilancia sobre los demás. En cuanto a lo que se comía, nada que pudiera invitar a los excesos estaba permitido. Las raciones tanto de comida como de bebida debían ser las justas y, por supuesto, nadie podía abandonarse a los excesos en el comer o mostrarse ebrio en público. La finalidad de esta práctica era que los espartanos no cayeran en la desidia y la pereza engordando sus cuerpos y necesitando de baños calientes y reposo como si estuvieran enfermos.

Sin embargo, el camino que Licurgo había emprendido hacia la justicia social no habría de ser fácil y parece que la medida arrancó feroces críticas por parte de las clases más adineradas, quienes, al parecer, lo apedrearon. Este hecho, por el contrario, no apartó a Licurgo de su camino. Es más, Plutarco refiere la anécdota de Alcandro, un joven agresivo y altanero que resultó ser el responsable último de la grave pérdida ocular de Licurgo merced a un bastón. Lejos de castigarle o reprenderle por su acción, éste lo adoptó en su casa como sirviente y, tras pasar varios años de vivencia conjunta, el joven se convirtió en un hombre respetable y educado gracias a lo bondadoso del carácter de su amo, lo cual compartió con el resto de ciudadanos. Parece que de este episodio tomaron los espartanos la costumbre de no acudir con bastón a las juntas públicas.

Retomando la celebración de los banquetes comunales, Licurgo dispuso las cantidades de comida que cada espartano debía aportar a tal evento, a saber: un medimno de cebada, ocho choés de vino, cinco minas de queso, cinco semiminas de higos y una pequeña cantidad de dinero. Además, todos aquellos que hubieran estado sacrificando o de caza, debían enviar una parte al banquete, aunque como gracia se les eximía de la obligación de acudir. Parece que esto funcionó así durante siglos y nadie estaba exento de su presencia en estas celebraciones públicas. Cuentan que, en una ocasión, el mismo rey Agis, volviendo de la guerra, quiso comer con su mujer, por lo que pidió que le llevaran las raciones que le correspondían a su casa. Al negarse a ello los polemarcos, el monarca decidió no hacer el sacrificio que le correspondía al día siguiente, por lo que fue multado. También los jóvenes debían estar presentes en estas comidas. El objetivo era que escucharan y aprendieran de los mayores todo lo referente a conversaciones políticas y, por supuesto, a ser adiestrados por preceptores libres, quienes además les enseñaban a bromear haciéndose burlas unos a otros, pero de manera respetuosa. El carácter secreto de estos comedores comunales parece haberse erigido sobre la base de que, tras las puertas donde se celebraba, no debía salir palabra alguna de lo que allí se contaba.

Como todo ritual, las syssitia o fiditia tuvieron sus reglas de pertenencia o membresía. Cuando alguien aspiraba a ser admitido, el resto debía depositar un trozo de masa en una vasija. Absolutamente todos los trozos debían estar en perfecto estado, mas si era hallado alguno aplastado, se entendería que había alguien a quien no le agradaba dicho aspirante. En ese caso, sería rechazado. Los aspirantes debían ser del agrado de todos los comensales.

De la alimentación de los espartanos nos ha llegado el plato que nunca podía faltar a la mesa, el caldo negro. Una especie de sopa ennegrecida por la mezcla de sangre y vino, que también incluía carne, que según Plutarco los ancianos no tomaban sino que preferían dejársela a los jóvenes. Es un plato que simboliza la frugalidad de las tradiciones espartanas, evitando los excesos y las comidas copiosas. Plutarco también refiere la anécdota del rey del Ponto, que contrató un cocinero lacedemonio para que le cocinara ese caldo típico, y resultando que no fue de su agrado, éste le contestó que para que eso gustara había que haberse bañado en el Eurotas. (el río que atraviesa Esparta).

Educación y matrimonios

Para Licurgo, la educación de los niños era fundamental a fin de crear una sociedad disciplinada y educada en los valores tradicionales. En su opinión, no había medio más eficaz de perpetuar la nueva legislación que trabajar bien las mentes de los más pequeños para que éstos, desde el inicio, se convirtieran en obedientes soldados y mejores ciudadanos dispuestos a defender su patria por encima de todo. Además, semejante obediencia, les libraba de una sociedad desordenada e insegura, puesto que todos los adultos se convertían en vigilantes de los jóvenes, independientemente de que fueran hijos suyos o del prójimo. Podríamos decir que la vida del espartano desde el mismo momento de su nacimiento no le pertenecía a él sino al Estado y a la sociedad en su conjunto. Al nacer, era llevado a un lugar llamado Lesche, un lugar donde los más ancianos procedían a su examen a fin de determinar si su cuerpo era apto para continuar su crecimiento. Narra Licurgo que se le sometía a la prueba del vino, por el efecto que tiene éste sobre los niños epilépticos, que no se encogen cuando se les rocía con él. Además, se examinaba que tuviera cualquier tipo de deformidad en sus miembros y si así era, se le trasladaba a los apothetas o expositorio, un lugar profundo del monte Taigeto, donde eran arrojados. No era deseo de los espartanos cargar con ciudadanos que conllevaran cuidados o atenciones especiales, instalados en la creencia de que para el mismo niño era mejor morir que seguir viviendo. Superada esa primera prueba, se procuraba desde el inicio que el niño se endureciera, liberándole de fajas que impidieran sus movimientos y alimentándoles de manera que no se volvieran delicados o melindrosos. Se procuraba que tampoco fueran insolentes con sus llantos ni que tuvieran miedo a la oscuridad y la soledad. Como vemos, las leyes de Licurgo trataban de diseñar auténticos guerreros prácticamente desde el nacimiento, con una vida alejada de divertimentos y fantasías y una educación práctica, realista y tremendamente austera. Al parecer, la forma de criar a los niños tuvo cierta repercusión entre los griegos, y no fueron pocos los que contrataron amas lacedemonias a fin de que guiaran a los suyos por el mismo camino que a los niños espartanos.

Cuando llegaban a la edad de cinco años, los espartanos eran distribuidos en agelai y solían pasar el tiempo jugando y compartiendo costumbres como la comida y la educación. Eran estrechamente vigilados por los más ancianos, que promovían riñas y peleas entre ellos para conocer cuál era el carácter de cada uno. Así, el más despierto se erigía en agele e imponía su mandato a los demás. Apartados definitivamente de sus padres y del hogar a fin de completar y ampliar su educación al servicio del Estado, todos los muchachos eran entrenados, a partir de ese momento, en la total obediencia y sumisión a las leyes de Esparta. Era el comienzo de la agoge, el nombre con el que comúnmente conocemos al sistema educativo espartano. Se les rapaba al cero y se les obligaba a caminar descalzos, desposeyéndoles del chitón. La única pieza de la que hacían uso desde entonces era el himatión. Dormían sobre fardos de paja que ellos mismos habían recortado junto a los tallos de caña que crecían a la orilla del río Eurotas. Siempre lo hacían juntos y divididos en grupos y clases, al frente de las cuales se ponía a un jefe o paidonomos, que era elegido merced a sus virtudes en la lucha o por su propio carisma. De una manera o de otra, debía ser respetado entre los demás y saber aplicar castigos y disciplina. Puede que generalmente fuera seleccionado el que más sobresalía en la lucha o aquél que poseía dotes para el mando. En cualquier caso, cualquier espartano joven debía dar señales de ser fuerte y perseverante a la hora de luchar pues, al parecer, los ancianos siempre estaban induciendo y tramando con el fin de atraerles a la riña y la pelea para que dieran muestras de sus cualidades y virtudes. En definitiva, la base principal de ese sistema educativo era esa, la virtud de la lucha. Sobre el arte de la cultura y las letras parece que no aprendían más que lo necesario, y por el contrario, se les conminaba a ser bien mandados, sufridores del trabajo y vencedores en la guerra.

Con el pasar de los años y llegada la adolescencia y la primera edad adulta, los jóvenes acudían a la palestra a pelear entre sí a la vista de adultos y ancianos, quienes escogían a los más esforzados como sus amantes, una especie de tutelaje de toda su vida a partir de entonces y que podía servirles en sus relaciones sociales venideras. Para entonces ya eran conocidos como meleirenes y eirenes según la edad, que estaba entre los 18 y los 20 años. Los más mayores organizaban a los más jóvenes y les encargaban tareas como traer leña y verdura a los más pequeños. Ello no solo servía como prueba de obediencia y sumisión, sino también de astucia y de habilidad, ya que tenían que hurtarlos de los huertos que encontraran a su paso o, incluso, introduciéndose ellos mismos en los banquetes de los adultos. El hecho de ser descubiertos les conllevaba un buen puñado de latigazos, no por robar, sino por haber sido poco diligentes y mañosos a la hora de robar. A fin de que desarrollaran sus habilidades como finos ladronzuelos, se les facilitaba la cantidad justa de comida, en la idea de que el hambre y la necesidad les obligarían a agudizar el ingenio. Según Plutarco parece que, además, el hecho de alejarse de las comidas copiosas y abundantes les permitía crecer y estar ágiles gracias a no tener que soportar un peso excesivo.

Con respecto a los matrimonios, en ningún caso supusieron un freno al estilo de vida de la mujer espartana. De hecho, ellas gozaban de una libertad mayor que la de cualquier otra mujer en toda Grecia. Fue crítico Aristóteles con esta costumbre y criticó a Licurgo por no haber podido dominarlas y hacer de ellas personas prudentes. Por el contrario, Plutarco defiende al legislador espartano en cuanto a la crítica de que, a causa de sus medidas, los hombres pasaban demasiado tiempo enfrascados en el ejercicio de la guerra. Decisión que podría haber sido la responsable de que las mujeres quedaran dueñas de todo el patrimonio de Esparta. Este hecho habría redundado en su autonomía e independencia, a pesar de que Licurgo estableció también la obligación del ejercicio físico para ellas. Así pues, no sería extraño ver a las damas espartanas corriendo, lanzando el disco, luchando o tirando con arco, eso sí completamente desnudas, al igual que los hombres. No se buscaba la lascivia sino más bien normalizar el desnudo y el aprecio por el culto al físico.

Aunque con el matrimonio las espartanas no perdían libertades, sí que es cierto que el acto mismo del compromiso era bastante singular. Se trataba de un rapto de la novia y su traslado a la madrina o nympheutria, quien le cortaba el pelo de raíz y la vestía como un hombre. Después, era llevada a un lecho en una habitación a solas y a oscuras en la que el novio entraba al final del día tras haber estado comiendo y bebiendo con los demás. Allí yacía con ella sin llegar a verla hasta mucho tiempo después. Según Licurgo, el hecho de que no se vieran inflamaba sus deseos de conocerse y mantenía la llama encendida entre la pareja, pasado incluso mucho tiempo.

El matrimonio, como en otras civilizaciones y épocas, era visto como base sobre la que engendrar y criar vástagos. El hecho de no casarse era socialmente castigado en Esparta. Refiere Plutarco un ejemplo en el que a todos aquellos que se mantenían célibes, los presidentes de las fiestas de las doncellas les obligaban a dar una vuelta desnudos por la plaza. Así mismo no se les cedía el asiento por parte de los jóvenes en los diversos actos públicos.

En cualquier caso, el concepto de matrimonio en Esparta debe ser entendido de una manera muy laxa y flexible. Licurgo ideó un sistema de procreación en el que cualquier hombre y cualquier mujer podían emparejarse puntualmente a fin de engendrar más hijos. Si por ejemplo un hombre excelente contemplaba a una mujer bella con vigorosos y bellos hijos, podía persuadir al marido para que éste pudiera gozar de ella y engendrar nuevos vástagos. Y lo mismo sucedía al contrario. Cuando una mujer todavía en edad de procreación y casada con un hombre demasiado anciano, podía proponerle el seguir engendrando hijos con otros hombres. Eso nos lleva a entender que tanto los niños como su educación no eran considerados como algo privativo de los padres, sino más bien, de todos. De esta manera, la figura del adulterio desapareció de los tipos penales de Esparta.

En la edad adulta y en la guerra

El hecho de que un espartano alcanzara la edad adulta no significaba una relajación de sus obligaciones como ciudadano. Al contrario, debía poner en práctica respetar y hacer respetar las costumbres que le habían sido dadas durante su etapa juvenil.

El espartano quedaba exonerado de trabajar por sí mismo la tierra. Esta era una tarea que quedó encomendada a los hilotas, quienes pagaban un canon por cultivarla. Tampoco las mujeres se dedicaban a esos menesteres ya que, como dijimos, una vez que alumbraban, se ejercitaban en las mismas actividades deportivas que los hombres. Tampoco les estaba permitido a los espartiatas dedicarse al comercio o cualquier otra actividad orientada a la acumulación de riqueza. Semejante acto sería visto como un comportamiento repleto de egoísmo y avaricia que le conduciría directamente a los tribunales. Las dos principales obligaciones de los hombres serían las de acudir al gimnasio y a las tertulias en las que se ensalzaría la virtud y se criticaría lo torpe. Así como el trabajo con las manos estaba mal visto, tampoco la holgazanería debía hacerse un hueco en la vida del buen espartiata. Los menores de 30 años no podían dejarse ver por la plaza y enviaban a otros a comprar lo que necesitaban. Tampoco los más mayores debían perder mucho tiempo en estos eventos y más se debieron emplear en la ejercitación física y la exaltación de las virtudes espartanas. Esto último parece que sería ejercitado con gran orgullo por los espartiatas. Pedárito, por ejemplo, un espartiata que no fue elegido entre los Treinta (la Gerusía o Consejo de Ancianos), se dedicó a proclamar el orgullo que sentía de saber que había 30 espartanos mejores que él que le aventajaban. En este sentido, la madre de Brásidas comentó a su muerte que era un gran espartano pero que había muchos varones en Esparta con una mayor excelencia que él. Como bien refiere Plutarco, su idea fue crear una gran comunidad al modo de las abejas, aquella en la que ninguno de sus miembros caminara solo al margen del resto. Es motivo este por el que tampoco gustó a Licurgo que sus conciudadanos viajaran a tierras extrañas. El temor no a que imitaran sus cosas de gobierno sino más bien a que fueran importadores de algún vicio, le hizo limitar todo lo más que pudo las salidas de los espartiatas a otras tierras.

Tampoco el final de la vida quedó sin legislar. Licurgo dispuso todo lo que habría de hacerse una vez que la efímera estancia del ser humano en la tierra se extinguía. A pesar de honrar la memoria de sus difuntos de una manera pública, Licurgo impuso un máximo de once días de duelo. Era poco amigo de la inacción y de la quietud de la sociedad, por lo que fijó ese límite como insuperable para rendir tributo al fallecido. Por otro lado, quiso que los espartanos se familiarizaran con la muerte tanto como con la vida, y para ello tomó la determinación de enterrar a sus muertos dentro de la ciudad así como erigir estatuas en su honor cerca de los templos. De este modo conseguiría el efecto de que nadie se turbase o se sintiese contaminado por tocar un cadáver o pasar por delante de su sepultura.

Cuando los varones adultos marchaban a la guerra, no lo hacían de cualquier manera. Al llegar los momentos previos al combate, Licurgo impuso el azaroso ejercicio de la limpieza. Durante los años formativos, el espartano era rapado al cero, mientras que al alcanzar la edad adulta, dejaba crecer su melena por imperativo legal. Teniendo un cabello largo, el espartano se afanaba en que su aspecto fuera lo más limpio posible momentos antes del combate. Según Licurgo, el pelo largo hacía parecer más hermosos a los que ya eran apuestos y más temibles a los que de hecho ya eran poco agraciados. El espíritu que dominaba sus almas al marchar en formación era absolutamente feliz y ocioso. Se preparaban durante toda su vida para aquel glorioso momento y era extraño, pues, ver que alguno se turbara o se asustara. Más bien al contrario, con paso firme y alegría en el rostro, se dirigían a encontrarse con su destino. Al son de la flauta interpretando el kastoreion, la infantería espartana se movía de manera silenciosa y ordenada, causando gran conmoción entre los enemigos que, por lo general, solían lanzarse en desbandada y en medio del griterío contra ellos. Esos gritos solían ser la exteriorización del miedo interno que portaban en sus adentros, al ver como aquellos inmutables soldados no se alarmaban lo más mínimo. Tras la victoria (que, por lo general, es lo que solía ocurrir) los espartanos no solían perseguir al enemigo sino hasta haberse cerciorado de que éste abandonaba el combate. No era idea de Licurgo la de aplastar al enemigo de manera contundente, sino simplemente de que huyera. Este hecho permite hablar de una persona más proclive a la paz que a la guerra. Tanto es así que aunque se le atribuye la organización de la caballería en escuadrón, formado a partir de 50 caballos, los hay que afirman que no se dedicó en su vida a las cosas de la guerra.

El juicio de Plutarco

En general, Plutarco revela una sociedad dominada por la justicia, la bondad y el orden, de grandes valores y ausente de toda mancha de corruptela o maldad. Considera que la institución de la krypteia, una especie de policía de Esparta, debió de ser introducida en momentos posteriores a Licurgo. La brutalidad con la que se empleó, asesinando a los hilotas más destacados y sometiéndoles a toda clase de torturas, no parece que congeniara con la imagen civilizada y filantrópica del legislador espartano. En su opinión, desde la instauración de estas leyes hasta el reinado de Agis, Esparta gozó de un sistema de gobierno esplendoroso que sobrepasó en virtudes a cualquier otro gobierno de Grecia. Como si nada pudiera durar eternamente, culpa a Lisandro de la introducción del dinero en Esparta y con él, el del gusto por lo material. A modo de intoxicación, los valores y las virtudes tradicionales espartanas se diluyeron infectados por la codicia y el deseo ostentoso de bienes y riqueza. En su opinión, la prosperidad de Esparta no se debía al buen hacer de sus gobernantes sino al buen obedecer de sus ciudadanos. Y creando una clase tan elegante de gentes, refiere Plutarco que no fueron pocos los extranjeros que alabaron las virtudes de espartanos distinguidos como por ejemplo los sicilianos a Gilipo, los de Calcis a Brásidas o los de Asia a Lisandro y Agesilao.

Siguiendo un viejo ideal, parece que, una vez completada su obra, Licurgo viajó a Delfos a recibir veredicto de la Pitia. Quería saber si ahora Esparta tenía por fin un gobierno que aventajara a los demás y estuviera preparado para perdurar en el tiempo. Ante el juicio positivo que aquella hizo de sus leyes, Licurgo regresó a Esparta henchido de felicidad y con el ferviente deseo de rematar su tarea con una bella muerte. Puesto que el desaparecer de entre los vivos relanzaría su obra y haría que los demás tuvieran buen recuerdo de él, Licurgo decidió dejarse morir de hambre. Toda gran vida debía tener una gloriosa muerte y para Licurgo debía llegar al haber finalizado su tarea.

El juicio de la historia

Aunque la idea de una Esparta igualitaria, solidaria y unida es la que más se ha transmitido a lo largo de la historia, los hechos, sin embargo, nos obligan a pensar que quizá esa imagen tan idílica de la ciudad laconia no era tal o, al menos, tanto como Plutarco nos quiso dar a entender. Su particular valoración de la constitución espartana, sustentada en los valores más puros e ideales, no significa que, de hecho, en la práctica esto llegara a ocurrir. Algo similar sucede al leer a Jenofonte, el escritor ateniense que fue invitado por Agesilao a vivir en Esparta y educar a sus hijos al modo espartano. De sus escritos nos queda la esencia de una ciudad, por lo general, bien gestionada y bien gobernada sobre los pilares de una constitución que se precia de ser la más destacada entre todas las de su alrededor y que ha dotado a la ciudad, gracias a su inmutabilidad, de una estabilidad poco frecuente entre las poleis griegas de entonces. Sin embargo, leyendo a Aristóteles e incluso a Platón, uno se percata de que quizá la constitución de Licurgo ni fue tan justa ni evitó a Esparta una constante inestabilidad interior de la que solo nos han quedado destellos toda vez que los mismos espartanos no se dedicaron a escribir sobre ellos mismos y su historia.

Aunque la obra de Aristóteles se circunscribe al ámbito del siglo IV a.C., con una Esparta que ya no ejerce su imperio sobre el resto de ciudades griegas y, además, anda inmersa en un proceso de empobrecimiento interno a todos los niveles (político, financiero, social…) sus palabras van referidas, sin embargo, a un sistema que tuvo su origen y apogeo mucho antes y que ha conocido el momento álgido de su colapso en el siglo IV. El filósofo se dedica a realizar una serie de críticas a la constitución lacedemonia y de ella nos valemos para proyectar en nuestra mente un aspecto de cómo sería la sociedad espartana del siglo V a.C. En primer lugar, critica el excesivo poder que las circunstancias han otorgado a las mujeres. No solo ya en el sentido de no ser prudentes, que quizá es el aspecto menos importante para nosotros, sino más bien en el hecho de que el propio sistema de reparto de tierras las hiciera depositarias de las dos quintas partes de la tierra generando una brutal concentración de terreno en pocas manos. Teniendo en cuenta que la propiedad de la tierra no era privada, es decir, de los ciudadanos espartanos y que, por lo tanto, era el Estado el propietario universal de las mismas, éstas no podían comprarse o venderse pero sí transmitirse o heredarse, lo cual generaba el vicio perspicaz de unirse en matrimonio las mujeres y hombres con más tierras desplazando de los “circuitos” económicos a los que menos tenían y que, en consecuencia, perdían su condición de homoios y terminaban por caer en la miseria más absoluta perdiendo los derechos que les eran inherentes por ser ciudadanos espartanos (hypomeiones). Cargando con un sistema rígido e inflexible que, además, no les consentía dedicarse a otras actividades de tipo comercial que les hubiera valido el sustento, los espartanos se hallaban en una especie de encrucijada en la que la única salida era “hacia arriba” y violenta. De ahí que en los primeros años del reinado de Agesilao fuese descubierta una conspiración inspirada por uno de estos espartiatas “desheredados” de nombre Cinadón y que iba dirigida contra el mismo “corazón” de la constitución espartana. Aquel hecho no venía más que a evidenciar el hartazgo de una considerable parte de la sociedad lacedemonia que se veía constreñida por los vicios de un sistema que, a priori, había nacido para protegerles, garantizando su sustento a través del otorgamiento de tierras para que ellos no tuvieran que preocuparse más que de hacer la guerra. Con los años, muy al contrario de lo que se pretendía, lo único que se había conseguido es que unos pocos acumularan casi todo el patrimonio terrenal y, como dice Aristóteles, donde perfectamente podrían haber existido 30.000 infantes y 1.500 jinetes, ahora solo había apenas 1.000 combatientes. Igual que conocemos el nombre de Cinadón, en la otra cara de la moneda sabemos también el nombre de alguno de los “afortunados” del sistema, en este caso una mujer, Cinisca, hermana del rey Agesilao, que venció en los Juegos Olímpicos llevando sus propios caballos, lo cual era signo de distinción, riqueza y estatus.

En otro sentido, Aristóteles también criticó instituciones como el eforado y el senado. Del primero dijo que, a causa de haber sido sus miembros elegidos de entre los ciudadanos corrientes, éstos terminaron por venderse y corromperse a la causa del mejor postor además de ser sus vidas demasiado relajadas con respecto al resto de ciudadanos, que soportaban un sistema extremadamente disciplinado y severo. En cuanto al senado, criticó el hecho de que la vejez de los que lo conformaban perjudicara las decisiones de Estado que se debían tomar al mismo tiempo que también criticaba su tendencia a la corrupción y su falta de formación.

Las críticas de Aristóteles no cesaron ahí sino que se extendieron a otras cuestiones de la vida diaria lacedemonia, como la diarquía o la política de nacimientos. Sin embargo, no es objeto de este estudio hacer un análisis científico o crear debate acerca de lo apropiado o no de las instituciones espartanas. Al fin y al cabo, no se trata más que de resaltar la figura de un personaje (legendario o real) al que se le atribuyó el diseño y la organización de la Esparta que nos ha sido transmitida. De hecho, a partir de ahora, los siguientes cinco espartanos responderán, precisamente a esa apropiada o errónea constitución ideada por Licurgo.

Espartanos

Подняться наверх