Читать книгу Los misterios del rosario - José Miguel Ibáñez Langlois - Страница 9

Оглавление

SEGUNDO MISTERIO

La visita de María a su parienta Isabel

MARÍA, JOVENCÍSIMA, viaja por las montañas de Judá a la casa de su parienta Isabel, de avanzada edad. María, portadora de Cristo Dios en su seno, viene a ayudar a Isabel, portadora de Juan Bautista en el suyo. El ángel de la Anunciación le había contado que su parienta estaba ya en el sexto mes, y ella prevé que esa anciana, aunque embarazada por prodigio divino, no podrá valerse por sí misma en los meses venideros. Además, la compañía de otra mujer es la adecuada en ese trance.

Y por este imperativo de caridad, la madre de Dios ha renunciado a quedarse en Nazaret, donde habría permanecido sosegada, quietísima, en profunda contemplación del misterio de la Encarnación, y más aun, recogida en sí misma, en apacible y tierna adoración del Dios que ya crecía en el tabernáculo de su propio cuerpo. Pero no: lo primero es lo primero. El olvido de sí mismo y el servicio del prójimo, sobre todo del más necesitado, nos lo grabará María a fuego en nuestras almas, si se lo suplicamos.

En cuanto María saluda a Isabel —con qué dulce y encantadora voz—, el Bautista, como temprano precursor del Mesías, salta y baila en las entrañas maternas: reconoce a su Señor gozosamente. Confiesa Isabel: Tan pronto como tu saludo llegó a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. ¡Cómo iba a estarse quieto ante la presencia del Hijo de Dios! Esta maravillosa comunicación entre vientre y vientre materno bautiza al Bautista: lo santifica antes de nacer.

Al saludo de María responde Isabel, llena del Espíritu Santo, no con un susurro sino con un fuerte clamor, que seguirá resonando en nuestras voces a través de los siglos: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! Y más llena aun del Espíritu Santo, que es su Esposo, María exclama: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Y luego, con suprema humildad: Bienaventurada me llamarán todas las generaciones.

Es lo que hacemos en el rezo del rosario. Nuestra recitación del Avemaría, aunque repetida con amor incansable, no puede ser consciente de cada palabra que decimos, una por una, y una y otra vez, por la debilidad de nuestra mente. Pero tampoco deberíamos repetir maquinalmente esas maravillosas palabras venidas de lo alto: ¡bendita tú eres entre todas las mujeres…! Porque con gozo queremos llamarla bienaventurada —como ella predijo— de siglo en siglo, de año en año, y ¡ojalá! de día en día: ¡y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús!


Nacimiento de Jesús, Claude Gillot.

Los misterios del rosario

Подняться наверх