Читать книгу Atracción prohibida - Marie Ferrarella - Страница 5

Capítulo 2

Оглавление

Kevin miró lentamente a la gente que le rodeaba en el aeropuerto de Anchorage. Acababa de descender del avión proveniente de Seattle hacía unos quince minutos.

Parecía mucho más tiempo. Tenía la sensación de que ya echaba de menos su casa, lo cual era extraño porque Seattle nunca había sido para él nada más que vigas de acero ascendiendo hacia un cielo plomizo.

Suponía que debía ser por su necesidad de estar rodeado de algo familiar. Él no era un hombre al que le gustaran los cambios, aunque no estuviera dispuesto a admitirlo.

Mientras seguía buscando a alguien conocido, pensó en la ironía de todo aquello. A él no le gustaban los cambios y, sin embargo, en aquel instante estaba metido de lleno en uno.

¡Cambio!

La estructura de la familia había cambiado desde que todos se habían mudado a Alaska, dejándolo a él solo. Ahora, al vender su negocio, un negocio en el que había pasado los últimos veinte años, hasta el último detalle de su vida había cambiado.

Su primer trabajo había consistido en conducir un taxi. Había empezado como conductor de una compañía, ahorrando y trabajando sin descanso, hasta que, con la ayuda de un dinero que sus padres le habían dejado, había logrado comprar el negocio cuando éste salió a la venta.

Cuando él se hizo cargo, la empresa sólo tenía tres coches y el negocio parecía arriesgado; pero él sentía que aquélla era la única manera de asegurar el futuro de las tres personas que dependían de él.

Aquel pensamiento lo entristeció. Hoy en día, nadie dependía de él. Ni su familia, ni la gente del trabajo, porque ya no había nadie trabajando para él.

Se sentía realmente extraño al estar tan libre.

La libertad, decidió Kevin mientras tomaba otro pasillo en el concurrido aeropuerto, era algo que no le llenaba en absoluto.

Miró el reloj irritado. El vuelo había salido tarde y, al hacer transbordo había perdido aún más tiempo. Miró a su alrededor buscando a alguno de sus hermanos.

Quizá les había sucedido algo y no habían podido ir a recogerlo. Quizá había habido algún problema en la mina y todo el pueblo se había visto envuelto en una operación de rescate.

No sería la primera vez.

No entendía por qué no podían volver todos juntos a Seattle.

Volvió a mirar a su alrededor. Esa vez, buscando algún mostrador de alquiler de coches. Era finales de verano y todavía no había empezado a nevar por lo que el pueblo donde su familia había decidido vivir todavía no estaría aislado. Si al final nadie se presentaba a recogerlo, tendría que ir el solo con la ayuda de algún mapa. Por suerte, era una persona que se orientaba bastante bien.

—¿Kevin?

No reconoció la voz de la mujer que sonó a sus espaldas. Se giró y tampoco la reconoció a ella. Al menos, no inmediatamente. Se trataba de una mujer pequeña y esbelta que llevaba una camisa con las mangas enrolladas y unos vaqueros muy gastados que debían pertenecer a otra persona o que eran la señal de que había perdido muchísimo peso. Kevin sospechaba que debía ser lo primero. La mujer tenía el pelo del color del amanecer y los ojos eran tan azules que lograron disipar las últimas gotas de soledad que aún sentía dentro de él. El pelo lo llevaba recogido en una trenza dejando al descubierto una cara bañada por el sol que era lo más parecido a un corazón que había visto jamás. Después, se acercó a él.

Hacía dos años, la última vez que la había visto, sólo era una niña. Con veinte años y con rasgos aún sin definir. Dos años durante los que había dado un cambio espectacular.

No llevaba maquillaje ni nada artificial. Kevin pensó que era la mujer más guapa que había visto jamás.

—¿June?

Ella sonrió de inmediato y su sonrisa le llegó a lo más hondo. Mientras estaba allí de pie, mirándolo, su expresión se fue transformando y fue adquiriendo una expresión cálida. Kevin sintió que algo en su interior se aceleraba.

Recordaba que en una ocasión Jimmy le había dicho que si a June Yearling le gustabas, ya tenías una amiga de por vida, alguien en quién poder confiar para siempre. Sin embargo, ella seleccionaba a las personas con mucho cuidado, como si fueran pepitas de oro que tuviera que separar del oropel.

June agarró su mano y se la estrechó con fuerza antes de que él se percatara de que se la había ofrecido.

—Hola, me han enviado a buscarte —se giró hacia la mujer rubia que tenía detrás—. Bueno, en realidad nos han enviado a las dos.

June ladeó la cabeza como decidiendo si la recordaba o tendría que presentarla; pero él la había reconocido rápidamente. Se trataba de Sidney Kerrigan, la mujer del médico que había convencido a Jimmy para que se quedara en Hades. El mismo que había animado a su hermana a ir para allá.

No, se corrigió, aquello no era del todo cierto. Luc había sido el que había convencido a Alison para que se quedara y April había sido el factor decisivo en la vida de Jimmy. En realidad, más que por trabajo, lo dos se habían quedado por amor.

El amor, según parecía, hacía dar vueltas al mundo. Aunque aquél no era su caso.

Él ya había perdido ese tren y lo sabía. Había hecho su elección. Había tenido que decidir entre Dorothy o sus hermanos; pero no fue una decisión difícil de tomar: Dorothy no había tenido ninguna oportunidad. Cualquiera que le diera a elegir entre él y su familia no era una persona con la que quisiera pasar el resto de su vida.

Simplemente, a veces se sentía solo. Eso era todo. Especialmente, ahora con tanta vida a sus espaldas.

La joven que tenía enfrente, pensó, tenía toda la vida por delante.

Se preguntó por qué no se habría marchado de Alaska igual que hacían la mayoría de los jóvenes, según Jimmy. Su hermano le había contado que la mayoría de los adolescentes de Alaska soñaban con marcharse de allí en cuanto tuvieran la edad suficiente. La propia esposa de Jimmy, April, la hermana de June, había salido disparada de allí al cumplir los dieciocho años. Sólo había vuelto por la enfermedad de su abuela, pero, aunque lo había hecho de manera temporal, aún seguía allí.

Él no entendía qué tendría aquel lugar, qué clase de magia ejercería sobre las personas como April, Max y June. ¿Por qué estaban todavía allí cuando fuera había tanto que ver?

—Jimmy y Alison no podían venir —le estaba explicando June—. La vacuna que estaban esperando ha llegado y necesitaban empezar a ponerla inmediatamente.

Al menos, eso era lo que Jimmy le había dicho a ella. Todavía pensaba que la excusa era un poco rara; pero, de todas formas, le había venido bien aquel respiro y no le había importado ir. Si no fuera porque a ella no le gustaba ser vencida en ningún terreno, se replantearía lo de cambiar de ocupación. Dedicarse a la agricultura y la ganadería no era lo que más le apetecía en el mundo; pero evitar que se perdiera la finca de la familia se había convertido en una cuestión de honor para ella.

June dio un paso al frente y agarró la maleta de Kevin.

—Y Lily está muy ocupada.

La mujer parecía muy resistente; pero no iba a permitir que llevara su maleta.

—Gracias, June, yo la llevaré. ¿Con los preparativos de la boda? —dijo volviendo al tema de Lily.

—No, con los tuyos —dijo Sidney.

—¿Los míos? —aquello no tenía ningún sentido—. Por mí no tiene que preocuparse, yo no necesito mucho.

Sidney lo miró con una sonrisa bastante enigmática.

—Es un poco complicado —le confesó; pero he prometido guardar el secreto —levantó una mano para acabar con el tema—. Lo siento, no me sacarás ninguna información.

—Bueno —dijo él y miró a su futura cuñada. Ella volvió a intentar llevarle la maleta—. Yo puedo llevarla, June —insistió él—. Todavía no estoy tan viejo.

June levantó las manos rindiéndose. Pensó que Kevin no llevaba mucho equipaje lo cual era una cualidad. Aunque, si hubiera sido invierno, habría sido una tontería, pensó en silencio.

—Tú no tienes nada de viejo —le dijo. Se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos—. Simplemente, es que estoy acostumbrada.

—¿Acostumbrada? —preguntó él.

—A todo —respondió ella y levantó la barbilla—. Sólo porque sea una chica no significa que no puedo arreglármelas sola. Mejor que muchos chicos —añadió.

Kevin y Sidney se miraron. La última parecía bastante divertida y él, sorprendido. Desde luego, no había pretendido ofenderla.

—Eso está fuera de duda —le dijo a June—. Pero a mí también me gusta arreglármelas solo.

Sidney meneó la cabeza. Quizá aquello no fuera a funcionar tan bien como los demás esperaban. Por su parte, creía que lo mejor era dejar que la naturaleza hiciera su parte. Si algo tenía que ocurrir, ocurriría. Ella era una prueba de ello: al ir allí a casarse con un hombre que se había ganado su corazón mediante sus cartas, había acabado casándose con su hermano.

—Bueno, cuando dejéis de pelearos por llevar una maleta —les informó Sidney— podéis seguirme para tomar el avión.

Se giró y caminó hacia la salida. Kevin le hizo una señal a June quien, con un suspiro tolerante, se giró y siguió a Sidney. Kevin miró su pelo rubio y decidió que era precioso. Después, se encontró mirando más abajo. Al darse cuenta, sonrió y meneó la cabeza apresurándose para alcanzarlas. Cualquiera diría que parecía un adolescente, se dijo sin poder evitar una sonrisa.

Kevin fue todo el camino mirando por la ventana. Abajo, el mundo era una alfombra verde con pequeñas cintas azules aquí y allá. En la distancia apareció una cadena montañosa que iba creciendo por momentos.

Golpearon una bolsa de aire y la avioneta se sacudió. Sidney miró por encima del hombro para ver si su pasajero estaba bien. La última vez que el hermano de Alison había ido a Hades había sido con Shayne.

Se alegraba al ver que Kevin estaba ocupado disfrutando del paisaje y que no se aferraba al asiento temiendo por su vida.

—No te pones verde como muchas otras personas cuando viajan en este aparato tan pequeño —dijo ella con tono aprobador.

Kevin se echó para adelante para oírla mejor.

—Confío en el piloto. Además, me gusta volar. Tengo el carné de piloto.

A ella le había encantado volar desde la primera vez.

—Quizá te gustaría llevarlo un rato.

Claro que le gustaría, pensó. Pero tenía mucho respeto por las cosas de los demás y aquel avión era el que Shayne utilizaba para llevar medicamentos a Hades y para llevar algunos pacientes al Anchorage Memorial cuando necesitaban tratamiento urgente.

—Quizá —respondió él.

Sidney giró para rodear un cúmulo de nubes y a él le gustó su estilo.

—¿Seguís siendo los únicos pilotos de Hades? —preguntó. Si no recordaba mal, Shayne era el que le había enseñado a volar a Sidney. Aunque lo había hecho a regañadientes, aquello había resultado muy bien para él porque fue ella la que lo llevó a Anchorage cuando necesitó que lo operaran de apendicitis.

—No —respondió ella—. El hijo del señor Kellogg decidió hacer la ruta, así que ahora tenemos dos aviones; pero aún necesitamos más —le confió ella—. Hemos crecido mucho desde la última vez que estuviste aquí.

Él volvió a mirar por la ventana. La avioneta se estaba acercando a Hades. A él no le parecía que el pueblo, con apenas quinientos habitantes, estuviera creciendo mucho. Desde allí, todavía se veía como un pequeño punto de color en la tierra. Ni siquiera tenía la extensión de un barrio de Seattle.

June, que iba sentada a su lado, creyó leerle el pensamiento.

—Todavía no somos una gran ciudad; pero vamos creciendo poco a poco. Despacio.

Él se movió en el asiento.

—¿Todavía tienes el único taller del pueblo?

—No —a pesar de que nunca lo admitiría, tenía que reconocer que había veces que lo echaba de menos. Sobre todo aquel sentimiento que le producía lograr que un coche volviera a ponerse en marcha—. Ahora lo lleva Walter.

—¿Quién es Walter? —preguntó él, intentado recordar si alguno de sus hermanos le habían hablado de él en alguna ocasión. Hizo la primera pregunta que se le ocurrió—. ¿Es tu marido?

Kevin miró a su mano y vio que no llevaba ningún tipo de anillo; estaba como hacía dos años. Entonces, se le ocurrió que no parecía del tipo de mujer al que le gustara tener que llevar un anillo como símbolo de su compromiso.

Al pensar en el hombre alto y desgarbado que siempre había intentado convencerla de que estaban hechos el uno para el otro, June casi se ahoga.

—No. Le vendí el taller hace unos meses.

Al principio, Kevin había tenido que hacer un esfuerzo para ocultar su sorpresa al enterarse de que tenía un taller. Después, le había parecido que estaba muy capacitada para aquel trabajo y que poseía todos los conocimientos necesarios. Y lo que era más: le había dado la impresión de que aquello era con lo que más disfrutaba del mundo.

—¿Por qué lo vendiste? Pensé que te gustaba reparar coches.

—Y me gustaba —dijo ella encogiéndose de hombros. Nunca le había gustado tener que dar explicaciones. Y hablar de sus sentimientos le gustaba aún menos—. Me pareció lo más oportuno en aquel momento —fue todo lo que dijo.

Las palabras exactas que él había utilizado para explicarle su propia situación a Lily. Y para él mismo, pensó. La coincidencia le hizo sonreír. Quizá tenía más en común con aquella mujer de lo que pensaba.

—Yo también.

June sonrió.

—Sí, lo sé. Sé que vendiste la empresa de taxis.

Vio que él parecía sorprendido de que ella lo supiera. Obviamente, no tenía ni idea de cómo era la vida en un pueblo. Incluso en un pequeño pueblo muy extendido como era el caso de Hades, cualquier noticia volaba como la pólvora.

June inclinó la cabeza hacia él para que él pudiera escucharla.

—Estaba con Lily cuando se lo contaste. Se quedaron todos de piedra. Algo así sucedió cuando le dije a Max que había vendido el taller a Walter —volvió a recostarse en su asiento—. Creo que la gente tiene una imagen de ti y no le gusta cambiarla.

Kevin la miró. Aquello que decía parecía muy maduro para su edad.

—Creo que todavía eres muy joven para que tengan una imagen de ti. Mi caso es diferente.

Ella volvió a sonreír. Aquella vez, el rayo de su sonrisa le cayó un poco más cerca, chamuscándole un poco la piel. Se preguntó si la altitud le estaría afectando.

—Claro, tú eres un hombre viejo. Casi tan viejo como las montañas, ¿verdad?

Quizá había hablado demasiado, pensó él y comenzó a dar marcha atrás.

—Bueno, si lo pones así...

Ella se echó un poco para atrás para mirarlo mejor. Sabía que era el mayor de los tres hermanos pero no sabía la edad exacta. No parecía mucho mayor que Max o Jimmy.

—¿Te sientes muy viejo? —le preguntó.

Lo estaba taladrando con la mirada y él tuvo que pestañear para poder apartar los ojos del azul de los de ella.

—Demasiado —fue todo lo que le dijo.

No era que quisiera esconder su edad. Cualquiera podía decirle que tenía treinta y siete. Treinta y siete, repitió pensativo. ¿Cómo había llegado a los treinta y siete si ni siquiera recordaba haber cumplido los treinta y cinco? No recordaba haber sido joven nunca.

—Vamos a tener que hacer algo al respecto —decidió June—. Hades logra igualar a la gente. Los jóvenes se sienten mayores y los mayores, jóvenes. Fíjate que mi abuela y yo parecemos de la misma edad.

Él no pudo evitar una carcajada. Había algo en los ojos de June que lo hacía sentirse más joven.

«Ten cuidado, Quintano. Eso es uno de los primeros signos de que uno se está haciendo viejo: cuando tiene a una mujer joven al lado y se cree que es un quinceañero».

—¿Qué haces ahora? —preguntó él para cambiar de tema.

—Llevo la finca de la familia.

Kevin conocía la historia de su familia; Jimmy se la había contado. El padre de June siempre había deseado viajar y, al final, había sucumbido a aquel deseo cuando ellos todavía eran muy pequeños. June había crecido sin su padre y Max, que no era mucho mayor que ella, no había podido hacerse cargo de ellos como él había hecho con sus hermanos.

Sintió pena por ella.

—Me imagino que eso hace que tengamos algo en común.

Ella también conocía la historia de él.

—Pero tu padre no te abandonó, murió.

—Pero al final el resultado es el mismo: la soledad. Además, mi padre también nos abandonó. Él decidió morirse cuando mi madre murió; no nos tuvo en cuenta.

Kevin paró de repente y la miró sorprendido. Nunca había dicho aquello en voz alta. Nunca. Había estado demasiado ocupado encargándose de todo como para preocuparse de sus propios sentimientos.

Bueno, obviamente, ahora no estaba muy ocupado.

Kevin se rió avergonzado.

—Nunca le había dicho eso a nadie.

June pretendió que no se daba cuenta de su incomodidad.

—Es Alaska. Hace que la gente se confiese. Te da ese tipo de sentimiento de intimidad que te hace sentir que todos sois amigos.

Aquello era una explicación, pensó él. Y ahora que lo pensaba, la más lógica.

—¿Listos para aterrizar? —les dijo Sidney, despertándolo de sus pensamientos.

Kevin miró a June y se preguntó si aquello sería cierto. A él no le parecía que estuvieran aterrizando; tenía la sensación de que todavía estaban volando.

Atracción prohibida

Подняться наверх