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Las otras armas de guerra y conquista: tipos, grabados, tinta y papel

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Si bien es cierto que en los valles y los lagos, los caminos y las costas de México se libraron numerosas y cruentas batallas durante el siglo xvi, no menos cierto es que muchas de ellas tuvieron su origen, variaron su curso, quedaron asentadas y sellaron su fin con la participación y la mediación de algún documento escrito o impreso. Y también es cierto que el inicio de varias de las disputas que se libraron en suelo mexicano, especialmente las que tuvieron que ver con la férrea conversión a la fe católica de los habitantes originarios, se localizó en territorios lejanísimos. Pero, ¿cómo se relacionaron conquista y tipografía, edición y religión?

La imprenta generó un cambio de magnitud sin precedentes para la comunicación escrita. El volumen creciente de obras publicadas paulatinamente transformó los modos y diversificó los espacios y los públicos lectores. Esta aseveración —a la que pueden caberle varios matices según las regiones, las poblaciones, las culturas y las lenguas, las edades y los estamentos sociales de los lectores— es cierta incluso para las personas que eran analfabetas o que, sin serlo, no poseían libros propios. Las nuevas formas de lo escrito que la imprenta progresivamente instauró tuvieron repercusiones en la gran mayoría de las esferas de la vida pública y privada, pues la impresión de diversas clases de obras confirió un nuevo alcance a muchas ideas y creencias por el efecto de “amplificación” derivado de multiplicar un mismo texto. Basta señalar como ejemplos la masiva reproducción de leyes, decretos, doctrinas, devocionarios, manuales de sacramentos y vidas de santos; la aparición de textos e imágenes para la celebración de autoridades y dignatarios; los cientos de cartillas para la enseñanza de primeras letras; las publicaciones que daban a conocer técnicas, artes y oficios o los diccionarios y gramáticas que contribuyeron a cristalizar la escritura de las lenguas vernáculas, sólo por mencionar algunos géneros editoriales.

A lo anterior hay que añadir varios elementos históricos que activaron una faceta adicional de la fuerza y la potencia de la tipografía. Si bien el control de lo que se escribía y circulaba existía desde tiempo atrás, a mediados del siglo xv cobró mayor relevancia por el nacimiento de la imprenta. De manera complementaria, el descubrimiento de América —y las consecuentes disputas reales por la administración general de las riquezas de las nuevas tierras y la conversión de los nativos— fue un aliciente clave para impulsar una mayor organización del aparato de vigilancia de lo escrito, lo impreso, lo ilustrado y lo cartografiado. A esa estrategia de control se sumaron también hechos externos a la Corona de España que exacerbaron las medidas y los marcos regulatorios para la circulación y la impresión de libros, y que determinarían las características del negocio de lo escrito en ambos lados del Atlántico.

Durante las primeras dos décadas del siglo xvi se produjo una serie de ediciones de la Biblia en varios países de Europa, incluida España. Esa mayor difusión de las Escrituras propició que sus contenidos fueran no sólo más conocidos, sino también más debatidos e inclusive criticados, hecho que polarizó las perspectivas sobre el uso de los textos sagrados dentro de la Iglesia de Roma. Además de la Biblia —en cuanto producto editorial—, hubo otro tipo de piezas impresas que aderezaron las tensiones religiosas entre facciones de la Iglesia; concretamente me refiero a la publicación de indulgencias, que, junto con el pago de diezmos de los feligreses, se constituyó en una importante fuente de ingresos para las iglesias locales. Podríamos definir las indulgencias, de manera muy coloquial, como perdones oficialmente con­cedidos por la Iglesia católica ante las faltas o los pecados de la feligresía. La existencia misma de la figura de la indulgencia y el hecho de manifestarse en un documento escrito o impreso sujeto a compra-

venta fueron algunos de los motivos que en 1519 impulsaron a Martín Lutero a romper con la Iglesia de Roma, que lo excomulgó y condenó en 1521. Al año siguiente Lutero publicó en Alemania una nueva traducción al alemán de la Biblia, acto editorial que atizaría el fuego de la Reforma, cisma religioso cuyo impacto tuvo consecuencias inclusive en México.

Los vastos territorios del Nuevo Mundo debían ser protegidos de cualquier desviación religiosa para garantizar fidelidad a la Corona, y para ello se aplicaron varios mecanismos. Algunos habían sido practicados en España entre 1490 y 1500 con la quema de biblias, coranes y libros judíos; de modo análogo, durante el proceso de conquista americana se recolectaron e hicieron arder códices y pinturas prehispánicas. Otro mecanismo para filtrar y frenar la potencial llegada de ediciones con ideas luteranas fue el férreo control del comercio librario trans­atlán­tico. El tercer procedimiento que usó la Corona fue la articulación de un complejo entramado legislativo y un marco regulatorio para la publicación de obras. En medio del montaje de esa densa estructura administrativa, económica, política y cultural cayó Tenochtitlan, se empezaron a publicar numerosas obras para el conocimiento y la gestión de los territorios conquistados, se inició el comercio sistemático de libros entre Europa y América y se estableció la primera imprenta en México.

Lo anterior nos permite señalar que los libros y la imprenta conforman un binomio clave para entender mucho de lo que sucedió hace 500 años y por ello en este libro me propongo ofrecer un panorama introductorio que nos permita saber cómo llegaron y circularon los impresos en México, quiénes y cómo los imprimieron en suelo americano, qué clase de textos se publicaron, cómo se veían y qué características materiales tenían, y, finalmente, dónde se encuentran hoy esos impresos tempranos. El lector encontrará en estas páginas sólo algunos de los muchos aspectos que se pueden analizar de la cultura impresa mexicana de aquel momento y que me permitirán exponer varias reflexiones sobre el impacto de la producción y la circulación de publicaciones durante el primer siglo de contacto. Para ello he organizado este libro en seis partes. Iniciaré con una breve explicación del modo en que se transformó la producción escrita en suelo americano y cómo fue el encuentro entre dos realidades culturales y formas distintas de contar y registrar historias. Seguiré con un apretado recorrido dirigido a ilustrar cómo fue el comercio y la circulación de libros entre Europa y la Nueva España, ya que primero llegaron impresos producidos en el Viejo Mundo antes de dar paso a la producción local de los mismos. En un tercer capítulo expondré las transformaciones técnicas que se suscitaron con el advenimiento de la imprenta tipográfica: cuáles fueron sus características principales y cómo modificó el modo de transmisión escrita, al igual que el conjunto de actividades que se desarrollaban y los profesionales que laboraban en los talleres. En cuarto lugar describiré cómo se dio el arribo de la imprenta a América y ofreceré algunas pinceladas biográficas de los tipógrafos que trabajaron en México. En un quinto capítulo abordaré de forma concisa el panorama de los géneros editoriales que se produjeron en Nueva España tras el contacto cultural. Finalizaré con una breve mención de las bibliotecas de México y el extranjero en las que es posible localizar los libros tempranos de la imprenta mexicana del siglo xvi.

Antes de iniciar propiamente el texto quiero hacer un par de aclaraciones. La primera, quizás obvia, es que esta obra es tributaria de muchas contribuciones de investigadores que me precedieron, así como del trabajo de numerosos colegas contemporáneos, aunque por la brevedad de la bibliografía sólo algunos de ellos están citados; a todos expreso mi enorme gratitud y reconocimiento. La segunda aclaración consiste en confesar que escribí estas páginas imaginando a un tipo de lector concreto: los adolescentes y jóvenes que surfean con total dominio las olas de la digitalidad, los que navegan en redes sociales, escriben y leen en las plataformas tecnológicas más diversas, jóvenes en sus 15 años, como los que tiene Valentina, a los que los documentos publicados hace 500 años les pueden resultar tan incomprensibles como lo fue para mi padre el nacimiento de internet. Dedico estas páginas a esos nativos digitales, y a los universitarios en formación, con la inocultable ilusión de despertar, aunque sea un poquito, curiosidad acerca de lo que para mí es una pasión: los libros antiguos impresos en el Nuevo Mundo.

Libros e imprenta en México en el siglo XVI

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