Читать книгу Toda la noche con el jefe - Natalie Anderson - Страница 6

Capítulo 2

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Cansada por la falta de sueño, Lissa echó una pastilla de complejo vitamínico en un vaso con agua y se la tragó. Ya desayunaría más tarde algo sustancial.

–¿Qué te pasó anoche? –Gina estaba sentada en su escritorio devorando un tazón de cereales, con el ordenador encendido.

Lissa la miró sorprendida. Estaba casi segura de que Gina ya habría hablado con Karl. Decidió seguirle el juego un rato.

–Realmente no estaba de humor. Me quedé sentada un rato fuera y me marché a casa pronto. ¿Y tú?

Gina la miró con desconfianza.

–Estoy segura de que hay algo más, tienes mirada de culpabilidad.

Lissa sintió cómo se le sonrojaba la cara, pero se guardó sus sentimientos y se centró en Gina.

–¿Y qué me dices de ti? ¡Debes de sentirte muy contenta esta mañana!

–¿Por qué? De hecho es más bien al contrario –contestó Gina.

–¿Por qué? ¡Parecía que las cosas iban muy bien! ¡Parecía que os gustabais!

Gina la miró perpleja.

–¿De qué estás hablando?

–De Rory y de ti –contestó Lissa con impaciencia–. No te quitaba los ojos de encima.

–¿Rory? ¡Si ni siquiera estaba allí!

–Claro que estaba. Lo vi hablando contigo: alto, moreno, con un abrigo de cuero negro.

–¡Oh! –Gina empezó a reírse–. Ése no era Rory. Era Karl.

Lissa sintió como si la tierra se moviese bajo sus pies.

–¿Karl? ¿El hombre con el que estabas hablando era Karl?

–Por supuesto!

–Oh, Dios. ¿Entonces quién…?

–¿Quién qué? –preguntó Gina con evidente curiosidad.

Se oyeron voces por el pasillo y Gina escondió apresuradamente los cereales detrás de una pila de libros. Lissa estiró la mano tras ella para colocar otra revista en la pila y así ocultarlo correctamente. Se quedaron de pie la una junto a la otra mientras un grupo de consultores entraba con Hugo, el consultor principal.

–Gina, Lissa –dijo él con una sonrisa maligna–, tenemos algo de sangre fresca para vosotras. Gina, seguro que recuerdas a Rory; ha vuelto de Nueva York.

Lissa observó cómo Gina miraba a Hugo. Hugo no estaba sordo y era plenamente consciente de las numerosas veces en que Gina había discutido sobre «El Regreso» con ella. Había pocas cosas que Hugo no supiera.

Entonces miró al hombre alto que salió de detrás de Hugo. Alto, devastadoramente guapo, vestido con traje y con una sonrisa dirigida a ella, allí estaba su «Karl» de la noche anterior. ¿Era Rory? Aquellos increíbles ojos verdes estaban clavados en ella con un brillo humorístico. Lissa se quedó mirándolo, incapaz de pensar en nada salvo en que era más guapo por la mañana, recién afeitado.

Hugo estaba presentándoles a los otros hombres, pero Lissa no se quedó con ninguno de los nombres. Le temblaban las piernas como a un cordero recién nacido. Finalmente le quitó los ojos de encima y trató de respirar con normalidad. Sonrió automáticamente a los demás y simplemente deseó que se la tragara la tierra. De pronto recordó partes de la conversación: «Regalo divino», «cuando te mira…». ¿Pero qué había dicho?

Fue consciente de que se estaban alejando para investigar las terminales de bases de datos que había en la zona de la biblioteca. Lissa se quedó donde estaba, mirando la silla de Gina.

–Debería habértelo dicho.

Levantó la mirada, horrorizada al ver que Rory no se había alejado con los demás, sino que se había acercado más a ella. Aún sonreía, y Lissa se sintió algo molesta, lo cual hizo que le subiera la temperatura aún más. Lo miró seriamente, negándose a reconocer el brillo de atracción en su mirada.

–Sí, deberías –susurró.

–Lo siento mucho –dijo él sonriendo más abiertamente–. No pude resistirme.

–Fue imperdonable. Debías de saber que te había confundido con otra persona.

–Mmm –Rory miró hacia el grupo de consultores antes de seguir hablando con lo que parecía que era auténtica preocupación–. ¿Te duele la cabeza esta mañana?

–Desde luego que no –la irritación hizo que levantara la voz más de lo esperado. Miró hacia los demás y vio que Gina los estaba observando con los ojos fuera de las órbitas–. Será mejor que te reúnas con los demás.

Su cuerpo eligió ese preciso momento para recordar cómo sus cuerpos se habían fundido en uno solo. Sintió el fuego en sus mejillas y tragó saliva. Comenzaba a darse cuenta de lo que significaba aquello. La situación había dado un giro de ciento ochenta grados. Él trabajaba allí. No podría evitarlo, y realmente necesitaba hacerlo. No podía sentirse atraída por él si trabajaba allí; bajo ningún concepto.

–Sólo he estado fuera seis meses –contestó él–. Creo que aún sé cómo desenvolverme solo por la biblioteca.

–Bueno, pues yo tengo trabajo que hacer –contestó ella, demasiado avergonzada como para verle el lado divertido al asunto.

–Por favor, no quiero entretenerte.

Milagrosamente, Lissa consiguió mover las piernas y llegar hasta su escritorio para sentarse, odiando el hecho de que él estuviera allí y pudiera comprobar que aún no había encendido el ordenador.

Se inclinó hacia ella, y Lissa sintió su cercanía con cada célula de su cuerpo. Era casi como un dolor. Su cuerpo deseaba que estirase el brazo y la tocase.

–Adiós, guapa –susurró Rory.

Roja por la rabia, la vergüenza y el deseo, Lissa puso en marcha el ordenador y sintió cómo él se incorporaba y se alejaba. Aunque pudo imaginar su sonrisa.

Rory contuvo el deseo de deslizar los dedos por su pelo metiéndose las manos en los bolsillos y regresando hacia donde se encontraba Gina con los nuevos consultores. Aunque no pudo evitar sonreír, y supo que era debido a los pensamientos perversos, no al entusiasmo por los nuevos sistemas informáticos.

Su primer día como socio y lo único en lo que había podido pensar era en llegar al centro de información lo antes posible para ver si realmente ella estaba allí; si era real.

Ahora ya lo sabía. Era muy real. Era atractiva y estaba fuera de sus posibilidades. Su mente tomó una dirección muy peligrosa y dio gracias a Dios porque hubiese llevado pantalones. Se pasó la pluma entre los dedos, tratando de no recordar las sensaciones que había tenido al acariciar sus muslos.

Había trabajado duro para conseguir ser socio. Lo último que necesitaba era la distracción de una empleada temporal de piernas escandalosas.

Aunque el hecho de tener ambiciones profesionales no significaba que tuviera que vivir como un monje. No era como si estuviese pensando tener algo serio. El matrimonio y los hijos formaban parte de un futuro a largo plazo, ¿pero a corto? Al fin y al cabo, era un hombre.

Sin embargo, los asuntos de oficina acababan complicándose. Lo había visto millones de veces. Por eso mismo, él nunca se había implicado con una compañera de trabajo; era parte de su código no escrito. El trabajo era para trabajar; la diversión era para más tarde.

Pero ella era una tentación; y neocelandesa. Conseguiría otro trabajo o se iría a otro país en nada de tiempo. Era la candidata perfecta para tener una aventura sin complicaciones.

Aunque un socio con una empleada temporal… eso eran terrenos pantanosos.

Le dio las gracias a Gina con una sonrisa, que evidentemente no era la más experta en las nuevas bases de datos que acababa de mostrarle.

–Cuéntamelo todo, ahora.

Nada más mirar a Gina, Lissa supo que no podría escabullirse.

–Pensaba que era Karl.

–¿Qué?

–Rory. Pensaba que era Karl. En la fiesta.

–¿En la fiesta? –repitió Gina–. ¿Rory estuvo allí?

–En el balcón.

–¿No entraste?

–Me fui a casa pronto. Él me llevó.

–Muy bien –dijo Gina poniéndose en pie–. ¿Y qué ocurrió?

Lissa sintió el calor en sus mejillas de nuevo.

–Yo… eh… –dijo mientras jugueteaba con el ratón–. Le dije que no estaba interesada.

–¿Qué?

–Pensaba que era Karl y que tú le habías dicho que fuera a flirtear conmigo, así que le dije que no estaba interesada.

Gina comenzó a reírse.

–¡Y ya veo el caso que te hizo! Sabía que ocurriría eso. Dios, por eso quería que Karl te mantuviese alejada y así poder tener una oportunidad con Rory antes de que te viera.

–¿Qué? –preguntó Lissa asombrada.

–Mira, cariño –le dijo su amiga–, conozco a Rory desde hace mucho y nunca mostrará interés en mí ni en ninguna otra chica de aquí. Todas babeamos por él, y es un encanto con todo el mundo. Esperaba que tal vez, cuando volviese, me viera de otra manera. Quería que Karl te eliminase de la escena.

–¿Eliminarme?

–Mírate –dijo Gina–. Alta, piernas infinitas, curvas en los lugares apropiados. Pelo largo y precioso. Eres sincera y divertida. Eres un imán para los hombres. Mira la cantidad de hombres que han intentado hablar contigo, pero tú no sales con ninguno de ellos. Eres el equivalente femenino a Rory. Atractiva e inalcanzable. Era evidente que los dos conectaríais.

–¿Inalcanzable?

–Sí y, aunque no lo seas, ésa es la impresión que das. Pero he visto cómo te miraba, y deja que te diga que jamás lo había visto mirar así a alguien. Y nunca te había visto sonrojada a ti. Y desde luego lo pareces.

Lissa apoyó los codos sobre la mesa y se frotó las sienes.

¿Inalcanzable? No había sido precisamente inalcanzable la noche anterior. Había sido fácil, casi. Hasta ese momento, su deseo de no estar disponible en la oficina había funcionado. Pero Rory había demostrado que esa barrera no servía para nada. Había destrozado esa ilusión sólo con mirarla. Aquello no podía estar ocurriendo.

Él no era Karl. Tenía que olvidarse del tema, y rápido. Era un socio; uno de los jefes. Ya lo había hecho una vez. Había conseguido un buen trabajo y lo había arruinado todo por tener una aventura con su jefe que no había acabado nada bien.

Se obligó a concentrarse y, al igual que el resto, trabajó durante la comida. A las dos de la tarde, todos empezaban a flaquear.

–¿Café? –preguntó Lissa–. Yo iré –estaba ansiosa por estirar las piernas.

Tanto Hugo como Gina levantaron la cabeza; Lissa sonrió al ver la desesperación en sus caras.

–Volveré en diez minutos.

Se preparó para el viento frío de la calle y llegó allí en tiempo récord. Miró a su alrededor cuando entró y se quedó de piedra al ver a Rory sentado al otro extremo del local con otros dos consultores charlando y tomando café. Al mirar hacia allí, Rory levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron. Se sintió atravesada hasta la médula por sus ojos verdes, y se dijo a sí misma que el calor de sus mejillas se debía al aire frío, no a aquella mirada.

Hizo el pedido rápidamente y se quedó observando con decisión cómo el empleado realizaba su trabajo, tratando de no escuchar los sonidos que le llegaban de la zona de las mesas. Cuando tuvo los cafés, no pudo evitar dirigir una mirada rápida hacia la zona donde Rory estaba sentado con los otros. Para su sorpresa, y su tranquilidad, las sillas estaban vacías. Respirando profundamente por primera vez desde que había llegado al café, abandonó el establecimiento.

Él estaba esperando junto a la puerta. Lissa no lo había visto, y estuvo a punto de tirar el café cuando le susurró al oído:

–Deja que te ayude –le quitó la bandeja antes de que Lissa pudiera registrar sus palabras. No le quedó más remedio que girarse y comenzar a andar con él–. ¿Me has perdonado?

Ella no dijo nada.

–¿Vas a hablarme?

Lissa se detuvo y le dirigió una mirada de odio.

–No y no –contestó.

Rory le devolvió la sonrisa. Ella apartó la mirada y siguió caminando. ¿Por qué tenía que tener una sonrisa tan atractiva? Hacía que fuese difícil mantener su decisión; imposible, de hecho.

–Deberías haberme dicho quién eras.

–Probablemente –admitió él–. Pero fue mucho más divertido no hacerlo. Fue muy interesante.

–Gina nunca me lo perdonará. No se lo había contado todo –la última parte salió de su boca como un murmullo, y se sintió molesta al notar el calor delator en sus mejillas.

–Yo tampoco se lo diré –dijo él–. No tiene por qué saberlo. Cena conmigo.

El cambio de tema fue sorprendente.

–No.

–¿Comer?

–No.

–¿Café?

–No.

–¿Por qué no?

–Porque no me gustan los líos en la oficina.

–A mí tampoco.

–¿Entonces por qué me estás pidiendo salir?

–Estoy dispuesto a hacer una excepción en tu caso. De todas formas, ¿quién ha dicho nada sobre un lío?

Lissa tuvo que contener una sonrisa. En eso se había colado, tenía que reconocerlo. En otro lugar o en otro momento, tal vez hubiera dicho que sí. Pero no en ese universo. Era un compañero de trabajo; más que eso, era uno de los jefes. Pero no quería sacar a relucir viejos asuntos y decidió darle otra excusa.

–No me gustan los cotilleos en la oficina.

–¿Qué? –preguntó él riéndose–. Me contaste bastantes cosas anoche.

Aquello le dolió porque sabía que era cierto.

–Pensé que estábamos hablando de un compañero mutuo. No dije nada malicioso.

Rory se quedó mirándola pensativamente. Lissa aguantó el escrutinio todo el tiempo que pudo antes de apartar la mirada, incapaz de soportar el calor y la promesa que encerraban aquellos ojos verdes.

–Nadie tiene por qué saberlo –dijo él suavemente.

Por un momento se sintió tentada. Pero entonces recordó la realidad. No, lo mejor era mantenerse todo lo alejada que le fuera posible de ese hombre. Pero él no dejaba de mirarla.

–Eso sería imposible.

–¿Tan importante es lo que piensen los demás?

–Por supuesto –dijo ella frunciendo el ceño, sabiendo que no era cierto. Su madre le había enseñado a vivir la vida según sus propias reglas, con dignidad, sin hacer daño a los demás, y entonces nadie tendría derecho a juzgarla. Por supuesto, no salir con un compañero de trabajo era una de las reglas.

–Aquél no fue un beso corriente, Lissa.

Lissa se sintió aliviada de no llevar ella el café, pues se le habría caído al suelo. Rory había hablado tan suavemente por un momento que se preguntaba si lo habría soñado. No contestó, no podía. Habría sido más fácil de haberse tratado de Karl, el mujeriego del que definitivamente debería mantenerse alejada. Pero no era Karl, sino Rory; una persona totalmente diferente, un peligro totalmente diferente, e igual de inapropiado.

Llegaron al edificio y Lissa lo miró expectante, deseando poder llevarse la bandeja del café. Él negó con la cabeza y, apretando los dientes, ella abrió la puerta. Sus tacones resonaban en el suelo mientras caminaba directa hacia el ascensor.

–Estás muy callada hoy –comentó él–. Es curioso, cuando anoche parecías tener tanto que decir.

Oh, la noche anterior sí tenía muchas cosas que decir, pero dudaba de su habilidad para decirlas sin recurrir a palabras inapropiadas. Ya había sido suficientemente descuidada la otra noche. Él era un socio, un jefe.

Subieron en el ascensor en silencio. Lissa trató de ignorar su cercanía y no lo consiguió. Le dirigió una mirada de soslayo y se sonrojó al ver que él la estaba mirando fijamente. Apartó la mirada de nuevo y se quedó mirando los números de los pisos. Incapaz de evitarlo segundos más tarde, volvió a mirarlo. Él seguía observándola. Parecía sorprendido y ligeramente satisfecho.

Se abrieron las puertas de su piso y ella salió andando apresuradamente, desesperada por alejarse de él.

–¡No te olvides el café! –exclamó Rory.

Lissa se dio la vuelta y lo vio de pie en el vestíbulo con la bandeja. Consciente de que la recepcionista no estaba cerca, regresó junto a él. Se detuvo a unos treinta centímetros y estiró los brazos. Rory dio un paso hacia ella y le colocó la bandeja en las manos. Sin dejar de mirarla, él colocó las manos suavemente sobre las suyas. Lissa sintió su piel electrificada y cómo sus dedos se movían inquietos. Rory dobló los dedos sobre los suyos, asegurándose de que sujetase la bandeja con fuerza. Dejó sus manos allí más tiempo del necesario, y fue una sensación maravillosa. Lissa supo que un abrazo suyo sería igual de agradable. Apretó los labios. ¿Cómo podía ser aquello? Era un hombre, como cualquier otro.

–Gracias.

–Adiós, guapa –le apretó las manos ligeramente y el corazón le dio un vuelco. Le dirigió una sonrisa arrolladora antes de soltarla y desaparecer tras una puerta.

Lissa se quedó inmóvil. Acababa de llevarse su respiración con él. Aún podía sentir la presión de sus dedos, y su sonrisa era lo único que veía.

–¿Tienes un minuto? –preguntó Hugo al regresar de una reunión. Gina y Lissa se giraron en sus sillas y lo miraron–. Estamos reasignando investigadores para los equipos a causa de un nuevo proyecto. Es muy sensible con respecto a los asuntos de confidencialidad de un cliente importante. Inicialmente es sólo un trabajo de un par de semanas y quieren a un investigador entregado. Lissa, eres tú. Empiezas el lunes.

Lissa se quedó mirándolo.

–No podrás trabajar en otro proyecto al mismo tiempo porque estarás encerrada en una sala de reuniones. Es todo muy secreto. Lo están preparando ahora. Es un equipo pequeño; un socio, dos consultores y tú. Tú tendrás que preparar la presentación y la propuesta final. Mucho trabajo de ordenador y horas extra. ¿Te parece bien?

Lissa asintió, tratando de controlar la sensación de decepción. Había pasado casi todo el tiempo trabajando en un proyecto para una compañía localizada en Portugal. Iba a acabar pronto y, como recompensa, el equipo iba a viajar a Bilbao durante el fin de semana para una fiesta en el Guggenheim. Le habían dicho que ella estaría incluida si seguía allí al finalizar el proyecto. Tenía muchas ganas de ir. No había tenido ocasión de ir sola y ahora su tiempo se acababa. Su billete de vuelta para Nueva Zelanda ya estaba cerrado.

–Ve directa a la sala de reuniones dos el lunes –continuó Hugo–. Podrás hacer las búsquedas sin problemas, tus habilidades informáticas son excelentes. El socio piensa que serías la mejor.

Ella sonrió, en parte aliviada por el cumplido.

–¿De verdad?

Hugo asintió.

–Te eligió personalmente. Trabajarás directamente con Rory.

Tras una noche sin apenas dormir, Lissa llegó quince minutos antes el lunes por la mañana, y se sintió avergonzada al descubrir que era la última.

–No pasa nada. No llegas tarde, Lissa –dijo Rory poniéndose en pie y caminando hacia ella–. Hemos empezado temprano para que tuvieras algo de trabajo.

Ella asintió y lo miró. Sus ojos se encontraron y se mantuvieron la mirada. No vio nada en él salvo una corrección profesional, pero eso no evitó que se le acelerase el pulso al fijarse en sus ojos verdes. Al mantenerle la mirada, sus pupilas se dilataron, y Lissa sintió un calor que le subía por el estómago. Tomó aliento y contempló el ordenador.

–Sólo quiero comprobar que tengo acceso a todas las bases de datos.

Él asintió y señaló hacia el ordenador, situado en el otro extremo de la mesa. La siguió hasta su asiento.

–Desayunaremos en quince minutos y repasaremos el informe, ¿de acuerdo?

Lissa lo miró y sintió un vuelco en el estómago. En esa ocasión, Rory mostraba una sonrisa pícara en la cara. Aquello iba a ser mucho más duro de lo que había imaginado. Se enderezó y comenzó a examinar los sistemas. Fue consciente de cómo él se movía hacia el otro extremo de la mesa.

¿Cómo iba a soportar dos semanas con él al lado si era plenamente consciente de todos sus movimientos? ¿Si su cuerpo reaccionaba con la más mínima mirada?

Diez minutos más tarde, ya había comprobado que los del equipo informático habían hecho correctamente su trabajo. Rory la llamó entonces para que se reuniera con ellos. Ella le dirigió una sonrisa a Marnie y luego asintió fríamente hacia James, quien le había pedido una cita meses atrás y había dejado clara su devastación al ser rechazado. Poco después, Lissa había descubierto que les pedía citas a todas las empleadas temporales.

James llenó las tazas de café mientras Rory le explicaba el proyecto a Lissa.

–Nuestro cliente quiere encontrar alguien a quien absorber o con quien fusionarse lo antes posible y en secreto.

Casi inmediatamente, sus pensamientos se fueron por otro camino. Debió de ser la idea de la fusión. Lo observaba mientras hablaba, con la esperanza de que su apariencia exterior reflejase concentración. Claro, estaba concentrada, pero no en lo que estaba diciendo. Sus hombros parecían tan anchos… Observó su mano mientras golpeaba la pluma contra el cuaderno que tenía enfrente. Una mano grande y fuerte. Apostaba a que no tenía que pelearse con los tarros de mermelada como le pasaba a ella. Pero sabía lo tiernas que podían ser esas manos. Podía imaginarse lo deliciosamente ardientes que podrían ser en otras partes de su cuerpo.

James le entregó el café, y ella dio un sorbo con la esperanza de que la cafeína le despejara el cerebro.

Funcionó. Momentáneamente.

–Trabajaremos sin parar durante las dos próximas semanas, pero estoy seguro de que eso no será problema para nadie –dijo Rory.

Lissa estaba dividida. Más horas con Rory, aunque su índice de horas extra era soberbio. Era mucho dinero para una situación en la que tenía que luchar contra la atracción más poderosa que jamás había sentido.

Rory señaló hacia el papel que cubría las ventanas y que bloqueaba la vista al pasillo.

–Ha de ser algo secreto –dijo–. Por favor, dejad vuestra vida social para los descansos de la comida.

–¿Qué descansos? –preguntó James.

Rory sonrió.

–Lo sé, pero son sólo quince días, y merece la pena. Si hacemos un buen trabajo, podríamos conseguir un importante contrato para la empresa. Hay mucho en juego y podría ser bueno para todos nosotros.

Lissa no estaba segura de por qué aquello podría ser bueno para ella; ¿Encerrada en una pequeña habitación durante horas con Rory? Una atmósfera intensa y artificial. El campo de cultivo perfecto para una relación intensa, pero artificial. Tenía que ser fuerte.

–Pues bien –continuó Rory–. Lissa, necesitamos que investigues esas compañías, organices las reuniones, redactes informes y prepares una presentación final.

–¿Te parece bien todo es trabajo, Lissa? –preguntó Marnie.

–Está bien –dijo Lissa con una sonrisa–. Yo simplemente soy la temporal.

–No eres «simplemente» en nada –dijo Rory.

Lissa se quedó con la boca abierta. En la superficie se sentía avergonzada, pero por debajo la reacción fue volcánica, y el deseo fue creciendo por momentos. Miró los papeles que tenía delante, rezando para que alguien llenase aquel silencio incómodo. Tras unos segundos, Rory siguió exponiendo los detalles del proyecto.

A Lissa le resultaba fascinante observarlo en acción. Era el maestro del encanto y de la atención, parecía encandilar a los demás, dándoles ganas de superarse sólo para complacerlo. Ligeramente apartada, Lissa observaba cómo ejecutaba su magia. Le resultaba totalmente irritante.

Cuando se dirigió hacia ella para darle instrucciones, hubo cierto brillo de diversión en sus ojos que no pasó desapercibido. Y Lissa no pudo evitar sentir la necesidad de rebelarse contra su profesionalidad y de hacer justo lo contrario a lo que le pedía.

A última hora de la tarde del martes, estaban los dos solos en la habitación. El silencio era total. Lissa escribía en el teclado y miraba la pantalla con el ceño fruncido, decidida a fingir que él no estaba allí. Como si pudiera.

De pronto Rory se levantó. En ese momento no pudo evitar mirarlo. Se estiró un poco, y ese gesto enfatizó su figura. Sabía que debía apartar la mirada, pero era imposible. Le dirigió una sonrisa, y la necesidad de mirar hacia otro lado se hizo imperativa. Pero en vez de eso, Lissa le devolvió la sonrisa.

–Vamos, hora de relajarse.

La sorpresa de Lissa debió de ser evidente.

–Hora de relajarse –repitió él–. Para que el equipo no se estrese.

No confiaba en él; esa sonrisa se había vuelto un tanto perversa.

–Falta la mitad del equipo –dijo ella, nerviosa ante la idea de estar a solas con él fuera de la oficina. Sintió la excitación sólo con recordar su abrazo aquella noche, pero la controló, encerrándola en lo más profundo de su mente.

–Vendrán cuando haya acabado la reunión. No serán más de quince minutos. Sólo tendremos tiempo de llegar allí los primeros y pedir la primera ronda.

Sonaba inofensivo. Iban a reunirse con los demás allí. Además, él era el jefe. Realmente no tenía mucha elección. Asintió y apagó el ordenador. Mientras se ponía la chaqueta, levantó la mirada y vio que Rory estaba observándola con una sonrisa pecaminosa en los labios.

Provocada, Lissa se apretó el cinturón de la chaqueta con fuerza, haciéndose daño en la cintura, enfatizando sus curvas y sin dejar de mantenerle la mirada con actitud desafiante. El deseo era evidente en su cara, en sus ojos brillantes, y supo que su propio rostro debía de ser un reflejo de aquella reacción. Echó la cabeza ligeramente hacia atrás y sintió cómo le palpitaban los labios a causa del deseo, ansiando que él le acariciara el cuello. Rory se dio la vuelta en ese instante para salir de la habitación.

Caminaron hasta el ascensor en silencio. Mentalmente, Lissa lamentaba haber hecho ese gesto provocativo. Sabía que la más mínima chispa podía causar un incendio. Por un instante había perdido el control y ahora estaba pagando por ello. A cada paso que daba, era consciente de su cercanía, sabiendo que deseaba estar más cerca. Mucho más cerca.

En la calle, se sorprendió al ver que Rory se alejaba de la cafetería habitual de la compañía.

–¿No vamos a Jackson’s?

–Bueno, no sería un ejercicio muy relajante si fuéramos al local y estuviera allí toda la empresa. Esto es sólo para nosotros, Lissa.

«¿Sólo para nosotros?». El pulso se le aceleró.

Rory siguió andando y hablando.

–Vamos a estar trabajando muy cerca durante muchas horas. Tenemos que estar unidos. No hay lugar para otros asuntos o… distracciones.

A pesar de su descuido minutos antes, Lissa no tenía intención de ser una distracción. Ni iba a permitir que la distrajesen. De ninguna manera.

–Marnie y James son muy competitivos el uno con el otro. Generalmente eso es bueno, pero quiero que el objetivo principal sea la calidad del trabajo, no una cuestión de conseguir tantos o… –se aclaró la garganta– de conseguir cualquier cosa.

–¿Conseguir cualquier cosa? –Lissa se detuvo y lo miró.

Rory tenía la cara ligeramente sonrojada, pero la miró igualmente y dijo:

–Lissa, seré sincero contigo. Me siento atraído por ti. Ha sido así desde la primera vez que te vi. Y esa atracción parece aumentar cada vez que estoy cerca de ti. Pero no puedo permitirme estropear este proyecto perdiendo el tiempo persiguiéndote cuando debería estar trabajando. Créeme, es bastante tentador. Así que te lo digo ahora. Estoy interesado en ti. Si sientes lo mismo, házmelo saber.

Lissa fue apenas consciente del movimiento de la gente que pasaba a su lado, de los autobuses y de los taxis avanzando por la calle; era como si sólo estuviese Rory delante de ella, impactándola con su claridad.

El tiempo pareció suspenderse mientras lo miraba, observándola al tiempo que su cerebro repasaba todas las razones por las que no podía ser sincera con él ni con ella misma. No podía permitir que ocurriese nada, aunque minutos antes prácticamente se lo hubiera pedido. Era su jefe. Los juegos de poder entrarían en la ecuación, y además no sabía nada de él. No podía arriesgarse.

Finalmente habló.

–Rory, no puedo.

Él se acercó más.

–¿No puedes o no quieres, Lissa? Sé que estás soltera. Sé que disfrutaste besándome.

Negarlo era inútil, pues su rubor lo confirmaba todo, de modo que se mantuvo callada.

–Supongo que eso es que no quieres, Lissa. Está bien. Así que, por ahora, nos concentraremos en el trabajo. Pero, cuando hayamos acabado el proyecto, volveremos a tener esta conversación.

La sangre le palpitaba por todo el cuerpo, las mejillas le ardían. Pero no podía ser una esclava de su deseo de esa forma. Ya había echado a perder un buen trabajo por eso. No iba a hacerlo de nuevo.

–No pongas esa cara de preocupación –dijo él agarrándola del brazo–. Todo saldrá bien –añadió mientras la metía en el bar–. Elige mesa. Yo iré a por las bebidas. ¿Manzana o cereza?

Lissa lo miró frunciendo el ceño.

–El alcopop. ¿De qué sabor?

–Oh –sintió cómo el calor en sus mejillas aumentaba, y una pequeña sonrisa apareció en su cara sin permiso–. De hecho creo que tomaré sólo una limonada.

–¿Hoy quieres ser sensata?

Ella asintió y vio cómo se alejaba hacia la barra. La camarera se puso en guardia, dando un golpe de melena y dirigiéndole una sonrisa coqueta.

Dándose la vuelta antes de empezar a sentirse molesta, Lissa eligió la mesa bajo la luz más brillante, situada en mitad de la sala. No quería rincones oscuros, nada que pudiera implicar intimidad. Debería haber sabido que no funcionaría. Su cerebro había pasado al modo de seducción. Su seducción. Se había quedado sorprendida por su acercamiento en la calle, así como porque hubiera confesado sentirse atraído por ella. Pero lo había dejado claro; el trabajo iba primero. Aquello era bueno. ¿Cómo lo había llamado? Una «distracción». Eso era lo único que sería. Tenía que recordarlo. Los hombres que tenían aventuras en la oficina no pensaban en matrimonio ni en hijos. Querían diversión para aliviar las largas horas e trabajo, y generalmente decían cualquier cosa para conseguirlo.

Rory volvió junto a ella con una bebida en cada mano y se sentó enfrente. No había manera de escapar a su mirada penetrante.

–¿Te gusta trabajar en Franklin?

Hasta hacía poco, sí. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por el móvil de Rory. Contestó con una sonrisa de disculpa y habló con monosílabos durante unos minutos. Cuando colgó, la miró y le dirigió un guiño que ella no supo interpretar.

–Era James. La reunión se ha alargado.

–Ah, de acuerdo –Lissa sabía que no podía permitirse pasar más tiempo a solas con Rory–. Debería irme a casa.

Rory señaló las bebidas, que estaban casi sin empezar.

–No puedo ir malgastando el dinero de la empresa, Lissa. Al menos quédate hasta que termines la copa.

Sería una grosería no hacerlo, pero las señales de alarma se habían activado en su cabeza. Levantó su copa y dio un largo trago.

–¿Tan nerviosa te pongo? –preguntó él riéndose.

–Claro que no –estaba más nerviosa por ella y por su debilidad. No podía permitirse ser tan tonta por segunda vez, pero la atracción que sentía hacia él amenazaba con sobrepasarla.

–La indecisión en tus ojos me mata, Lissa.

Ella miró hacia abajo inmediatamente. Su franqueza volvió a colarse entre sus defensas una vez más. Rory también era directo en el trabajo. ¿Pero era sincero? ¿O sería una frase practicada una y otra vez hasta la perfección?

–Realmente debería irme a casa.

–¿Deberías?

–Sí.

–¿Por qué no comemos algo antes de que te vayas?

Lissa no pudo evitar sonreír.

–Buen intento, Rory.

–¿Qué? –Rory levantó las manos fingiendo inocencia. Sonrió y bajó la voz–. Vamos a reestructurarnos, Lissa.

El tono de su voz hizo que se pusiera en guardia, y supo que no se estaba refiriendo al trabajo.

Declinó su oferta de llevarla a casa y escapó del bar y de su presencia arrebatadora. Siempre aprovechaba la oportunidad de ver los monumentos de la ciudad, de modo que tomó el autobús. Sólo le quedaban unas pocas semanas para disfrutar de las vistas. Pero, cuando se sentó junto a la ventana, su vista estaba desenfocada, y estaba tan perdida en sus pensamientos que se le pasó la parada.

Había creído que Grant era sincero. Sólo era diez años mayor que ella, pero infinitamente más experimentado. Había sabido exactamente cómo acercarse a ella sin asustarla. Había hecho las cosas típicas; le había prestado atención, le había regalado flores. Era el tipo de cosas que Lissa nunca había experimentado, las cosas de las que nunca le había visto disfrutar a su madre, y que sólo había visto en las películas. Eso debería haberle hecho darse cuenta de que todo era una mentira. Había creído estar enamorada de él, incluso pensaba que era recíproco. Que iba a tener el final feliz que su madre no había conseguido.

Luego se había enterado de lo de Melissa. Su prometida. La sórdida verdad se había hecho evidente. Nunca la había llevado a su apartamento, le había dicho que mantuviera la relación en secreto y no la comentara con sus compañeros de trabajo porque no quería favoritismos, nunca habían salido; él iba a su casa, cocinaba para ella y la adulaba. Pero había estado utilizándola todo el tiempo.

Lissa había puesto fin a la relación inmediatamente. O al menos lo había intentado. Pero él se había vuelto desagradable. Había convertido el trabajo en un infierno para ella, denigrándola enfrente de sus compañeros, asignándole los peores trabajos y, en alguna ocasión, había intentado tocarla.

Lissa podría haberlo denunciado por acoso, pero ya se sentía suficientemente herida y avergonzada por las miradas de sus compañeros.

De modo que había hecho las maletas.

Y ahora Rory había entrado en su vida. No sabía nada de él salvo que, en pocos días, había conseguido tirar abajo sus defensas. Lo deseaba, simple y llanamente. Deseaba deslizar las manos por su cuerpo, sentir su piel contra ella. Pero no podía arriesgarse a echar a perder otro trabajo. Lo único que podía hacer para evitarlo era ignorarlo. Retirarse tras una cortina de hielo, no mirarlo, no hablar con él, salvo cuando fuera necesario para el trabajo.

Toda la noche con el jefe

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