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CANTO XXXVII

SUMARIO

— Tregua y recogida de cadáveres. Construcción de la pira y funerales de Ofeltes (vv. 1-102).

— Juegos fúnebres en su honor (vv. 103 ss.):

— Carreras de carros (vv. 116-484): compiten Acteón, Erecteo, Fauno, Celmis y Acates.

— Combate de boxeo (vv. 485-545): compiten Meliseo y Eurimedonte.

— Combate de lucha libre (vv. 546-613): compiten Éaco y Aristeo.

— Carreras a pie (vv. 614-666): compiten Ocítoo, Erecteo y Príaso.

— Lanzamiento de disco (vv. 667-702): compiten Meliseo, Halimedes, Eurimedonte y Acmón.

— Tiro con arco (vv. 703-749): compiten Himeneo y Asterio.

— Lucha con lanza (vv. 750-778): compiten Éaco y Asterio.


AL ALCANZAR EL CANTO TRIGÉSIMO SÉPTIMO HAY UNOS JUEGOS FÚNEBRES CON ATLETAS QUE DISPUTAN POR LA VICTORIA

Así, los indios, por una parte, ocupados y cuidadosos de la tregua, abandonaron la guerra báquica a los vientos, y enterraron sin lágrimas en los ojos a sus muertos, en la creencia de que habían escapado de las cadenas terrenales de la vida mortal, y que sus almas habían vuelto allá de donde vinieron, a la antigua [5] meta y punto de partida en su sucesión circular 1 . Y el ejército de Baco también descansó.

Como viera Dioniso esta calma amistosa en vez de guerra, apremió bien de mañana a sus tropas de intendencia para que condujeran sus mulas en pos de madera seca, que se cría en el monte, y todo ello a fin de poder prender fuego a una pira con [10] el cadáver del caído Ofeltes 2 .

A estos hombres los guiaba en el interior del espeso pinar Fauno, muy versado en los bosques solitarios que le son familiares, pues conoce las moradas de su madre, la montaraz Circe 3 . Cortó pues los árboles en hileras con el hierro talador de madera.

[15] ¡Cuántos olmos fueron cortados por aquel bronce de largo filo, cuántas encinas de elevada copa fueron abatidas y cayeron retumbando en el suelo, mientras otros tantos abetos yacían en tierra! También un pino de ramas secas estaba tumbado ahí mismo. Poco a poco las colinas eran desnudadas, según se talaban [20] los árboles que las cubrían por todas partes, y las Ninfas Hamadríades se marchaban al exilio, juntándose inalcanzables con las Ninfas de los manantiales 4 .

Muchos hombres se reunían por los montes con los que venían, siguiendo el sendero montaraz de diversos recodos. Casi [25] podrías verlos en lo alto, prominentes en su descenso y caminando en zigzag con pasos errabundos. Anudaban las maderas juntamente con un ajustado lazo de bien trenzadas cuerdas, y las ponían sobre el lomo de las mulas. Entonces batieron el suelo las pezuñas de las acémilas que marchaban en fila por los montes [30] a toda prisa, y el dorso del arenoso suelo sintió pesadamente la carga de los troncos que llevaban al lomo. También los Sátiros y los Panes se afanaban sin cesar de aquí para allá: alguno de ellos, con un madero cortado de árbol en árbol [*** y otro] 5 levantaba los troncos en brazos, con manos incansables, mientras sus pies danzarines triscaban por el monte. Los leñadores pusieron [35] toda la carga en el suelo, allí donde Evio había señalado que se debía levantar el túmulo de Ofeltes, sobre la llanura.

Hubo entonces gran multitud de gente de diversas ciudades que acudió allá. En torno al cadáver cortaron con el triste hierro un mechón fúnebre de su cabello. Todos en derredor acudían, [40] uno tras otro en torrente, para llorarle, cubriendo por turnos todo el cadáver con la sombra de sus cabelleras. Incluso Baco se lamentó por el muerto, con faz incapaz de dolor y ojos desconocedores de lágrimas 6 . Y después de cortar un rizo de sus cabellos sin trenzar lo dedicó como ofrenda para Ofeltes.

Levantaron una pira de cien pies por un lado y otro los habitantes del Ida que sirven a Dioniso, dios criado en los montes. [45] En medio de la pira colocaron al muerto. Y alrededor del cadáver, Asterio de Dicte 7 , desenvainando la espada que pendía a un lado de su cuerpo y tras cortar el cuello a doce oscuros indios, los llevó y los puso allí a modo de corona en orden compacto. [50] Dispuso también jarras de miel y aceite. Se sacrificaron muchos bueyes y ovejas de los rebaños al pie de la pira y amontonó en círculo, alrededor del cadáver, los cuerpos de los bueyes sacrificados y las hileras de caballos recién muertos, cuya grasa tomó, [55] de un lado a otro, y la colocó en torno al muerto, formando una pingüe guirnalda en derredor 8 .

En ese momento hacía falta prender fuego. Pero he aquí que el hijo de Circe, la amante de los montes, Fauno, el que recorre los páramos y es ciudadano de la tierra tirrena 9 , como fuera muy versado desde niño en las labores de su madre silvestre, trajo desde los montes las piedras engendradoras de llamas, instrumentos [60] de su arte montaraz; y desde un lugar donde los relámpagos, tras caer desde los cielos, habían dado testimonio de ser símbolos de victoria 10 , se llevó unos restos del fuego de origen divino, a fin de encender la pira del muerto. Así que ungió con el azufre lanzado por Zeus los cantos de las dos piedras que [65] engendran el fuego frotando una con otra. Y tras arrancar una pequeña brizna de paja eritrea 11 de raíz, la puso entre las dos piedras gemelas. Frotando por aquí y por allí, entrechocando lo femenino con lo masculino, hizo surgir el fuego que se ocultaba en la piedra a través de un parto espontáneo, y lo puso al pie de la pira, donde se había dispuesto madera silvestre.

[70] Mas como el fuego al prender no rodeara la pira del muerto por completo, el dios, dirigiendo la mirada de frente hacia Faetonte 12 , llamó al viento del este, al Euro, desde cerca, para que trajera una brisa que soplase hacia allá y sirviera de ayuda a la pira. Y a la llamada de Bromio, pues era vecino a él, atendió [75] al punto el Lucero del Alba 13 la súplica y le envió su hermano a Lieo para que prendiera con un aliento más denso el fuego de llameante apariencia.

Tras abandonar la rosada habitación nupcial de la Aurora, su madre, el viento avivó durante toda la noche la flameante pira, agitando el fuego saltarín engendrado por el aire. Las brisas inspiradas, [80] cercanas al Sol, lanzaron por los aires aquel resplandor. Y al lado del afligido Dioniso, Asterio de Dicte, puesto que llevaba la sangre de su misma estirpe, sostenía una copa de Cnosos, de doble asa, llena del dulce vino de aroma perfumado, y [85] embriagó con ella el polvo que cubría la llanura, en honor del alma del hijo de Arestor 14 , que ya vagaba por entre los vientos.

Mas cuando la mañana, que preludia el carro de rocío de la Aurora, rasgaba ya la noche brillando con un resplandor rubicundo, justo entonces se levantaron todos y con copas incesantes, llenas de licor de Baco, extinguieron la pira funeraria de su compañero. El viento caliente se retiró con sus alas veloces [90] hacia la mansión de Helio, portadora de luz. Y Asterio, recogiendo los huesos y envolviéndolos en una capa doble de grasa, depositó en una vasija de oro 15 los restos del difunto. Los Coribantes de danza circular, que tenían en suerte habitar en el interior del Ida, excavaron la tumba. Y en los cimientos profundos [95] a través del regazo de bajo tierra sepultaron el cadáver del habitante de su misma patria, pues tenían sangre de estirpe cretense. Derramaron sobre Ofeltes un postrer polvo extranjero y levantaron el sepulcro con muy elevadas piedras inscribiendo [100] estos versos en la tumba del recién fallecido:

Aquí yace Ofeltes, Arestórida, que murió antes de su tiempo,

era de Cnosos, matador de indios y compañero de Dioniso.

Y el dios de la viña, trayendo obsequios fúnebres, convocó a sus gentes en aquel lugar y dispuso un anchuroso campo de [105] juegos, marcando los límites de la carrera hípica. En la llanura había una piedra de igual tamaño que una braza 16 , en ancha medida, pues tenía la forma de un círculo cortado por la mitad, a la manera de la luna, bien pulida en ambos lados por igual, como si un anciano artífice la hubiera torneado con sus manos laboriosas [110] deseando ejecutar con su arte una divina estatua. Pues esta piedra la alzó en las manos un enorme Cíclope y la plantó como meta pétrea, y otra piedra igual a aquélla puso enfrente sobre la tierra 17 . Había gran variedad de premios dispuestos, un [115] caldero, un trípode, escudos, caballos, plata, alhajas indias, bueyes y fango del Pactolo 18 .

El dios instauró los premios por la victoria hípica. Primero ofreció un arco y una aljaba de las Amazonas, un escudo de medio círculo y una mujer guerrera a la que, una vez, cuando marchaba a pie por las riberas del Termodón 19 , capturó mientras se bañaba y la llevó a la ciudad de los indios. En segundo lugar [120] dispuso una yegua, veloz como compañera de camino del viento del norte, de blonda figura, cuyas luengas crines le ensombrecían el cuello y que aún llevaba en su seno a su retoño a medio formar, pues su vientre estaba hinchado al portar el peso del fruto de la simiente de un caballo. Y en tercer lugar una coraza [125] y como cuarto premio dispuso un escudo de soberbia factura que se había forjado en el yunque lemnio, pues estaba repujado con ribetes de oro y en el medio estaba decorado por un adorno de plata, en el centro del broquel circular. En quinto lugar, dos [130] talentos, gloria de la ribera del Pactolo. Y tras ponerse en pie, exhortó a los aurigas apremiándoles:

«Oh amigos míos, a quienes enseñó Ares la guerra destructora de ciudades, y el dios de la cabellera azulada 20 regaló el curso de la hípica. En verdad no me dirijo a hombres indoctos en fatigas, sino a personas habituadas a duros trabajos, pues nuestros guerreros se dedican a todo tipo de proezas. Si [135] un hombre es de estirpe lidia, del Tmolo, llevará a cabo hazañas dignas de la victoria hípica de Pélope. Si otro tiene por patria la tierra de Pisa, nodriza de corceles, si es ciudadano de Elis, la de hermosos carros, y paisano de Enómao, conocerá entonces el [140] brote de la oliva que produce acebuches 21 . Pero no es esta la carrera de Enómao, ni están movidos los aurigas en esta ocasión por el deseo de unas bodas peligrosas para los extranjeros, no, sino que se trata de una carrera de virtud, libre de la Espumígena 22 . Y si algún otro es de tierra eonia o lleva la sangre de la Fócide, [145] sabrá entonces de los Juegos Píticos, estimados por Apolo. Si tiene por patria la sabia Maratón, rica en olivos, conoce la vasija preñada de pingüe licor. Si es ciudadano de la fecunda tierra aquea, ha conocido Pelene, donde los hombres compiten en unos juegos que hacen temblar por la victoria amante de la [150] lana, para ceñir sus miembros helados con una túnica invernal. Y si se da el caso que hubiera nacido en Corinto, ceñida por el mar, conoce los Juegos Ístmicos de nuestro Palemón» 23 .

Y al punto, tras hablar así, acudieron corriendo los jefes a [155] toda prisa, rodeando alternativamente sus carros. El primero de todos, Erecteo 24 , unció al yugo a su Rubio de veloces patas y ató también a su yegua Piesveloces , a la que había engendrado Bóreas tras arrastrar a una unión amorosa a la Harpía sitonia, veloz como la tempestad, en un lecho de hermosas alas. Después de raptar a la muchacha ática Oritía, el viento, como yerno, [160] le ofreció los dos caballos a Erecteo, dote de su amor. En segundo lugar, Acteón blandió su látigo ismenio 25 y el tercero fue Celmis, de potro veloz, progenie del dios que agita la tierra y gobierna los mares, el cual muchas veces surcó las aguas paternas del mar conduciendo el carro de su padre, Poseidón 26 . Allá saltó el cuarto, Fauno, quien llegó en medio de los juegos completamente [165] solo, y tenía una apariencia exactamente igual a la del progenitor de su madre, pues llevaba un carro de cuatro caballos a imitación de Helio 27 . El quinto, Acates, subió a sus monturas sicilianas, animado por el deseo de aquel río criador de olivos en Pisa, insaciable en las carreras de caballos, puesto [170] que habitaba la tierra de la Ninfa del Alfeo, enfermo de amores, el cual se llegó a Aretusa llevando como dote de su amor, sin mojarlas en sus aguas, sus corrientes portadoras de coronas 28 .

Y el osado Acteón fue llevado aparte, lejos de la compañía, [175] por su padre, que le dirigió deprisa estas palabras afectuosas:

«Hijo de tu padre Aristeo 29 , que te aventaja en pericia, bien sé que tienes fuerza bastante, que te adornan a la par la flor de [180] la juventud y un coraje que te viene de nacimiento, pues llevas la sangre paterna de Febo y nuestras yeguas de Arcadia son las mejores que cabalgan sobre las calzadas. Pero vano es todo esto. Ni siquiera la fuerza, ni la carrera de tus caballos es capaz de vencer de la misma forma que la cabeza del auriga. Solamente necesitas astucia, pues las carreras de caballos precisan [185] de un auriga diestro y experimentado. Ea, hazle caso a tu padre y te enseñaré las estratagemas del arte hípico, las más variadas cosas que aprendí a lo largo de los años. Esfuérzate, hijo, para honrar a tu padre con tus virtudes. También hay gloria en las carreras de caballos, como sucede en la guerra. Como has vencido [190] en las artes de Ares, alcanza ahora otra victoria para que además de lancero pueda llamarte campeón. Oh hijo, cumple hazañas dignas de tu pariente Dioniso, dignas también de Febo y de Cirene 30 de hábiles brazos; supera en labores a tu padre Aristeo. Haz ver tu arte hípica obteniendo una victoria artística, [195] de tu mente astuta, pues otro hombre que no tuviera experiencia, que desviara el carro de su curso en medio de la competición, vagaría de aquí a allí, y la inestable carrera de los caballos reacios no le enderezaría con el látigo ni con el bocado les [200] haría obedecer. Conque ese auriga, al dar la vuelta lejos del poste de la meta sería arrastrado allí donde quisieran llevarlo los caballos desobedientes y arrebatadores. En cambio, aquel que fuera instruido en las argucias técnicas como muy diestro auriga, incluso si cuenta con caballos peores los mantendrá rectos y apuntará siempre al jinete que tiene por delante, siempre [205] dará la vuelta más cerca en torno a la meta de la carrera y hará doblar su carro al galope alrededor del poste sin tocarlo nunca. Tú vigila y aprieta la rienda rectora, haciendo que el corcel de la izquierda gire cerca de la meta. Y, cargando el carro con tu peso, haz que se recline, poniéndote de lado, y acercándote pero sin tocarlo. Conduce tu carrera con cierta medida necesaria, [210] teniendo buen cuidado, de forma que parezca que la llanta de tu carro rodante toca la punta del poste con el cercano círculo de la rueda. Pero cuídate de la piedra, no vaya a ser que al arañar la meta con el eje se pierdan a la par tu carro y tus corceles. Y mientras conduzcas tu carro de un extremo al otro según [215] transcurra la pista, obra semejante a un timonel. De dos maneras distintas —instigando con la fusta y derramando amenazas de golpear a los caballos— apremia al corcel de la derecha para que se deslice más velozmente por la pista, adaptando a sus mandíbulas aflojadas el bocado sin que le roce. Conviértete [220] enteramente en un piloto que timoneara su nave en un recto curso, pues la mente del auriga con diestra voluntad es como el timón de un carro 31 ».

Y habiendo hablado así se dio la vuelta y se marchó, después [225] de instruir a su hijo en las variadas astucias del arte hípica, que le era bien familiar.

Entonces, según era costumbre, uno tras otro extendieron una mano ciega dentro del casco con el rostro vendado, pues querían tomar su lote de varia fortuna, tal y como hace un hombre que agita sus dedos lanzadores en el juego de dados 32 , que [230] reparte suerte ora a unos, ora a otros. Por turnos los aurigas recibieron su suerte 33 . Fauno, loco por los caballos, que tenía la sangre de la familia del celebrado Faetonte, fue el primero en obtener su lote, y el segundo fue Acates. Después de él le tocó [235] al hermano de Damnameneo 34 y le siguió en suerte Acteón. Pero al mejor en la carrera le correspondió el último lote: fue a Erecteo, fustigador de corceles.

Levantaron los aurigas sus látigos de piel de buey y se plantaron en fila alterna sobre sus carros. El árbitro era el imparcial [240] Éaco 35 , que vigilaría a los corredores amantes de las carreras mientras daban la vuelta en torno a la meta como testigo de la verdad que resuelve las disputas de enfrentadas lenguas 36 , juzgando con vista certera el recorrido de los caballos.

Comenzó la carrera desde el punto de salida. Y en tropel uno de ellos iba el primero, otro deseaba alcanzar al que corría por delante, éste perseguía al de en medio, aquél ansiaba arañar [245] por detrás el carro que tenía más cerca. Y según avanzaban unos corredores alcanzaban a otros y los carros se entremezclaban con las bigas. Agitando las riendas en la mano, uno de ellos amedrentaba a los caballos con el bocado de curvo diente. Otro, que marchaba a la par que el auriga apresurado, realizó un curso equilibrado en la disputa de resultado incierto, agachándose [250] de través e irguiéndose de nuevo, o enderezándose por necesidad con la cintura doblada, mientras incitaba al caballo, que de buen grado corría, y le fustigaba un poco con mano cuidadosa y experimentada. Y el otro miraba a menudo hacia atrás y en derredor [255] para guardarse del carro del auriga que venía por detrás. De cierto que la pezuña de los caballos hubiera resbalado a trompicones en la carrera, al imprimir más velocidad en sus corceles un movimiento del jinete, si no hubiera frenado el auriga su ímpetu, pues aún se apresuraba, rechazando a la biga que le [260] seguía por detrás. Y otro todavía, que iba por delante de un auriga que le perseguía, mantenía una carrera muy pareja con igual celo en los carros, moviéndose sin cesar de un lado a otro para cerrarle el paso al cercano conductor. Escelmis, por su parte, simiente del dios que agita la tierra, blandía el látigo marino de Poseidón y conducía a la estirpe paterna de los caballos criados [265] en el mar. Ni siquiera Pegaso 37 , de anchurosas alas, voló tanto, surcando los aires de elevados vuelos, como entonces los pies de los caballos de las marinas profundidades que cumplían una carrera terrestre de forma incontenible.

Las gentes, como si fueran nubes, se arremolinaban; y sobre [270] un elevado promontorio se sentaron en filas los espectadores de la competición. Desde lejos observaban la carrera de aquellos caballos que corrían veloces. Uno de ellos se puso en pie angustiado; otro, agitando el dedo, hacía señales a un auriga para que se apresurase.

[275] Otro todavía, incitado por el deseo de los caballos rivales, tenía la mente enloquecida por las carreras hípicas, y corría a la vez que su auriga. Y hubo uno incluso que, como viera a un conductor a galope en pos de su favorito, entrechocaba las manos y lanzaba exclamaciones de tristeza, animando, riendo, temblando y exhortando al auriga 38 .

Y los carros de hermosa factura, más veloces que la brisa inspirada, [280] volaban por lo alto unas veces y otras corrían sobre la superficie de la tierra, tocando apenas el polvo. El rastro errante del carro de recto camino, con su rueda veloz y circular, quedaba impreso sobre la arena asentada. Hubo entonces una disputa conjunta [285] y el propio polvo que se arremolinaba era elevado hasta el pecho de los caballos, cuyas crines flotaban en los vientos etéreos. Los raudos conductores desataron un griterío, como desde una sola garganta, más restallante que el clamor de sus látigos.

Mas cuando se cumplía la última vuelta, el rápido Celmis se [290] colocó con una aceleración en el primer puesto, mientras adelantaba su carro de marinas rutas. Y siguiéndole ya muy de cerca, Erecteo fustigó a sus caballos con tal brío que podrías decir que por detrás de la biga se podía ver el carro montándose sobre el otro carro del marino Telquín. Tanto era así que el valiente caballo de Erecteo, que volaba por los aires exhalando su [295] aliento e inspirando de nuevo por su doble nariz, calentaba la espalda del auriga que iba delante. Y de cierto hubiera podido agarrar las crines de su cuello con la mano mientras miraba al [300] conductor volviendo a menudo la vista atrás, y el caballo espumante se hubiera parado, escupiendo el borde del bocado y agitando veloz el torbellino circular de sus mandíbulas, pero Erecteo [303] desvió su carro, dando la vuelta hacia un lado con un tirón arrebatador de las riendas bien trabajadas al tiempo que, poco a poco, apretaba la cercana mandíbula del caballo. Y de nuevo se lanzó a galope tras haber evitado la emergencia de verse a rienda [305] suelta 39 . Como lo contemplase Celmis apresurado en su carro, le dijo estas palabras de amenaza:

«Deja ya de competir en vano con estos caballos de mar. Una vez Pélope condujo el carro de mi padre y venció en la carrera a los caballos invencibles de Enómao 40 . Pero yo por mi [310] parte invocaré como guía en las carreras hípicas al dios de los caballos, que gobierna también los mares. Y en cuanto a ti, fustigador de corceles, deposita toda tu esperanza de victoria en Atenea, la de perfecto telar. Que no tengo yo necesidad de tu insignificante olivo, sino que voy a llevar una corona diferente, de vid y no de olivo 41 ».

Tras decir así se enfureció aún más Erecteo, presto en decisiones. [315] Y urdiendo un engaño terrestre con mente astuta, siguió manejando la carrera con las manos, mientras en su corazón invocaba a Atenea, protectora de su ciudad y auxilio suyo, entonando una plegaria de sumarias palabras 42 en dialecto ático:

[320] «¡Soberana de Cecropia, Palas de la hípica, oh Sinmadre 43 ! Así como derrotaste en tu disputa a Poseidón, incita ahora igualmente a los corceles de tu súbdito, que son de Maratón, y otorga la victoria a Erecteo sobre el hijo de Poseidón 44 ».

Y clamando tales cosas azotó los costados de sus potros [325] hasta que se adelantó hasta la misma altura, carro contra carro. Oprimía con la mano izquierda la mandíbula pesadamente amordazada de los caballos de su rival, dando un tirón hacia atrás de la rienda del carro forzado que corría a la par; y mientras tanto, con la diestra azotaba a sus propios corceles de altiva cerviz para incitarles a la galopada. Dándole la vuelta [330] así a la carrera, dejó atrás al auriga de nuevo. Y derramando un griterío burlón desde sus labios redondeados, se mofó del hijo de Poseidón con voces alternas mientras le dejaba atrás con faz risueña:

«¡Celmis, estás acabado! ¡Erecteo te supera! Pues a tu Presto , [335] joven caballo de sangre cefirea, que atraviesa el mar sin mojarse, lo ha vencido mi vieja yegua Piesveloces . Tú te ufanas a causa del arte de Pélope, honrando el carro de caminos marinos de tu padre. Mas Mírtilo el de múltiples recursos consiguió una victoria dolosa con su rueda circular, al fabricar con cera un engañoso eje de imitación 45 . Y si fanfarroneas por causa de tu padre, el ceñidor de la tierra, al que llamas “hípico”, jinete de la biga de las profundidades, soberano del ponto o gobernador del tridente, te digo que a él mismo, a tu valedor masculino, le venció la fémina Atenea».

Y diciendo así el ciudadano de Atenea adelantó al Telquín. [345] A continuación corría Fauno fustigando su carro de cuatro caballos. Acteón era el cuarto, siguiendo a Fauno, y aún recordaba las astutas palabras de su padre Aristeo. Por último estaba Acates el tirreno. [350]

El osado Acteón había concebido un doloso ardid, y alcanzó a Fauno, que aún iba por delante de su carro, cambiando de lugar el curso de sus caballos con latigazos más vehementes. Se puso así a su altura, robándole la delantera al jinete y pasándole un poco. Y apoyando la rodilla contra el parapeto, arañó el [355] carro de su competidor con su propio carro de través, rasgando las patas de los caballos con el eje giratorio de las ruedas. El carro se derrumbó sobre la llanura. Tres caballos, por un lado, habían caído a tierra, tras el accidente del carro, uno sobre el costado, [360] el otro sobre el vientre y el tercero sobre la cerviz. Sólo uno de ellos quedó en pie apartándose y plantó las pezuñas sobre el suelo. Agitaba sin cesar el cuello, sosteniendo la pata entera del caballo vecino y compañero de yugo, elevando la correa [365] del yugo, y lo alzó con el carro a tirones. Pero los otros aún yacían desperdigados sobre la tierra. También el auriga lleno de suciedad rodó junto a las ruedas muy cerca de su carro. Se había rasgado la frente y ensuciado el mentón, que estaba embadurnado de polvo, y yacía tendido con los brazos arañados sobre [370] el suelo. Pero el conductor se incorporó rápidamente de nuevo dando un salto y enseguida se plantó junto al cercano carro, que había rodado sobre la tierra, tirando de los caballos tumbados con mano avergonzada y fustigando a un potro cabizbajo con su látigo veloz. El osado Acteón, como viera a Fauno pasando tantos apuros junto a su carro, le dirigió estas palabras burlonas:

[375] «Deja de apremiar en vano a tus caballos, que no quieren correr. Deja ya de hacerlo, es en vano. Pues al llegar informaré a Dioniso de que Fauno, tras dejar pasar por delante a todos los aurigas, llegará de vuelta a la meta en último lugar arrastrando su carro. Contén tu látigo, que cuando veo cómo azotas [380] el cuerpo de esos caballos con el aguijón cortante me compadezco de ellos».

Y así dijo, mientras conducía imparable su carro por delante, con fusta más veloz. Fauno se encolerizó al escucharle y, tirando a duras penas de la hirsuta cola sobre la llanura, levantó el cuerpo lleno de polvo de los caballos que estaban aún tumbados. [385] Ciñó el bocado de nuevo al potro que se había deshecho de sus riendas desatándolas. Y tras poner un casco aquí y otro allá y a sus caballos en fila, se montó en lo alto de su carro; y apoyando la planta de sus pies sobre el carruaje, fustigó otra vez con látigo terrible a sus caballos. Con más brío condujo Fauno [390] la carrera de sus apresurados corceles y tan velozmente persiguió al auriga que le precedía 46 que alcanzó a los que corrían por delante, pues inspiró a sus caballos el hípico dios que azota la tierra, honrando a su audaz hijo. Y como viera un paso estrecho [395] junto a una roca curva, urdió un astuto engaño en su mente a fin de alcanzar y adelantar a Acates por medio de una estratagema en la conducción de su carro. Había un arroyuelo de hondo regazo que habían excavado en medio del camino las aguas errantes de fusta invernal que envía Zeus, derramándose desde [400] lo alto. Hinchose la espina de la tierra con esa corriente que había vertido la lluvia que corta el suelo. Y allí mismo Acates, de mal grado, había conducido su biga, evitando un choque con el auriga que se acercaba a él. Mas él dirigió este formidable desafío al que le seguía en fila:

«Necio Fauno, aún están sucias tus vestiduras. Aún están llenas de arena las manillas de tu carro. Todavía no has sacudido [405] el polvo de tus desastrosos caballos. Limpia tus manchas. ¿Por qué te dedicas a conducir tantos caballos? Que no te vea yo caer de nuevo y agitarte sobre el suelo. Guárdate del osado Acteón, no sea que tras darte alcance vaya a fustigar tus riñones [410] con el látigo de cuero y de nuevo te lance de cabeza al polvo. Aún tienes arañados los contornos de tus mejillas. Fauno, ¿por qué esta locura, que enciende el reproche a la vez contra tu padre Poseidón y tu abuelo Helio? Teme las voces burlonas de los [415] Sátiros, cuídate de los Silenos y de los siervos de Dioniso, no vayan a reírse de nuevo de tu carro manchado... ¿Dónde están ahora tus plantas? ¿Dónde tus hierbas? ¿Dónde están todos esos filtros de Circe que tienes? Todos, todos te han fallado desde que llegaste a esta competición de carreras. ¿Quién podría anunciar [420] a tu madre orgullosa que tu carro ha rodado dando vueltas sobre sí mismo y que tu látigo se ha llenado de inmundicia?».

Tales fueron las fanfarronadas que voceó en son de burla. Pero Némesis 47 tomó buena nota de sus palabras y al punto le alcanzó Fauno conduciendo su biga a la par. Juntó carro con carro, [425] y arañando el ombligo de la rueda justo por la mitad con el eje, lo partió usando la rueda de forma circular. Y la rueda salió despedida, rodando por sí misma en espiral hasta caer a tierra de manera muy parecida a lo que le sucedió al carro de Enómao cuando, al deshacerse el falso eje de cera derretida por Faetonte, [430] truncó la carrera hípica de aquel auriga furibundo. Como estuviera en un paso estrecho, Acates se quedó allí hasta que Fauno le adelantó con látigo más raudo, como si no escuchara, sentado sobre el parapeto de su carro de caballos de cuádruple [435] carrera 48 . Y alzó aún con más brío su fusta, azotando inalcanzable el lomo de sus caballos al galope. Se puso por detrás de Acteón, a tanta distancia como la tirada de luenga sombra de un disco que con vigorosa mano arrojara girando un atleta.

El pueblo enloqueció entonces y disputaron unos con otros, [440] haciendo apuestas sobre la futura victoria. Establecieron como posturas por los caballos de pie tormentoso trípodes, calderos, espadas o escudos. Contendieron conciudadanos y amigos, anciano con anciano, muchacho con muchacho, varón contra varón. A ambos [445] lados la disputa era de confusas voces, uno alababa a Acates, otro juzgaba peor a Fauno porque había caído a tierra desde su carro, tras dar una vuelta sobre sí mismo, aquel otro porfiaba por que Erecteo sería segundo después del Telquín, auriga de los mares. [450] Y había uno que apostaba contra otros que el ciudadano de Atenas, de variadas astucias, que se veía ya de cerca, vencería en la carrera de los caballos que se iban aproximando, después de adelantar a Escelmis, el auriga que iba en cabeza.

Y aún no había cesado la disputa cuando ya se acercaba Erecteo fustigando a un lado y a otro a sus caballos sobre el [455] lomo. Abundante sudor le fluía desde el cuello y el pecho velludo. Gruesos goterones de suciedad y polvo se derramaban por todo el cuerpo del auriga. Los carros corrían sobre las huellas de pisada estrecha de los corceles, entre torbellinos de polvo revuelto y las ruedas de hierro removían la superficie de la tierra inamovible 49 . Mas después de la carrera voladora aquél se puso [460] en medio, en lo alto de su biga. Se enjugó con la túnica el sudor que bañaba su frente humedecida y veloz descendió de su carro. Dejó su luengo látigo junto al bien trabajado yugo. Su siervo Anfidamante 50 desató sus caballos. Y aún más veloz, con manos [465] encantadas, elevó las primicias de la victoria: el carcaj, el arco y la mujer de hermosa cimera, agitando el escudo medio cortado, que tenía el botón en el lomo del escudo de piel de buey 51 .

En segundo lugar llegó sobre su carro de mar Celmis, apremiado [470] el carro marino de Poseidón, y la distancia que lo separaba del anterior era tanta como la que dista entre la rueda del corredor cuando, caballo al galope, apenas toca las crines de la cola, que va girando a lo lejos. Éste consiguió el segundo premio, [475] una yegua encinta, y se lo ofreció a Damnameneo 52 extendiendo una mano celosa.

Acteón levantó en tercer lugar el trofeo de la victoria, una armadura de dorada apariencia, abigarrada obra del Olimpo.

Después de él llegó Fauno y levantó el broquel de plateado contorno, el escudo, saltando desde su carro allí mismo, aún [480] embadurnado por los restos de polvo y suciedad.

Y un criado siciliano 53 , junto a su carro, le mostró los dos talentos de oro al cabizbajo Acates, que había corrido más lento, pero trataba de mostrarse tristemente animoso ante Dioniso, que le quería bien.

[485] Entonces el dios estableció los juegos del feroz pugilismo y dispuso como primer premio un toro de los establos de los indios; como segundo premio, botín de los indios de negra piel, ofreció un escudo bárbaro de abigarrado lomo. Y tras ponerse [490] en pie llamó a los atletas apremiándoles, a dos hombres para que disputaran por la victoria con puños prestos.

«Éste es el implacable combate de boxeo y al hombre que venza en la competición le otorgaré un toro de espesa pelambrera. Al que sea vencido, le daré un escudo repujado con gran variedad.»

Tras haber hablado así Bromio, se puso en pie de un salto [495] Meliseo 54 , el que blande su broquel, y dijo estas palabras tocando al toro de hermosa cornamenta:

«¡Que venga quien desee un variegado escudo! ¡ Pues no dejaré a ningún otro este hermoso toro mientras pueda sostener mis puños!».

Habiendo dicho esto, el silencio puso su sello sobre los labios [500] de todos. Sólo se plantó enfrente de él Eurimedonte 55 , a quien Hermes 56 había concedido los instrumentos del pugilismo de vigorosos miembros, un hijo de Hefesto, que otrora siempre se ocupaba sentado junto a la forja de su padre, golpeando el yunque con el martillo. Le ayudaba su hermano Alcón, temeroso [505] por él 57 : le puso el ceñidor y le ajustó la bandolera a los ijares; y vendando las enormes manos de su hermano, las oprimió con la presión de muchos nudos de las cintas de cuero seco. El campeón avanzó hasta situarse en medio de todos, con la mano izquierda alzada, protegiéndole el rostro a modo de escudo natural. [510] Y en vez de lanza artificial tenía los guantes de sus manos, que cortan la piel. Se guardaba continuamente del ataque difícil de resistir de su rival, no fuera a ser que le golpeara sobre las cejas o en toda la frente, o acaso fuera a ensangrentarle entero al alcanzarle de un golpe, destrozándole la oreja, o le rasgara bajo las sienes, partiéndole en dos el hueso que protege el cerebro [515] pensante 58 ; o que, golpeando con la mano rugosa sobre los párpados, le fuera a sacar los ojos del rostro, dejándole privado de visión, y fuera a desgarrar su mandíbula ensangrentada o a hundirle el contorno de muchas hileras de sus dientes afilados.

Así que, al cargar contra él Eurimedonte, Meliseo le encajó [520] un golpe en el esternón. Y en vano extendió la mano frente al rostro del otro: pues erró, y no golpeó más que aire. Moviéndose sin parar, dio una vuelta en torno a su rival, y mientras cambiaba la posición de su flanco, le golpeaba con la diestra bajo el pecho desnudo. Y ambos se unieron en uno solo al luchar de [525] cerca, uno contra otro, alternando poco a poco, pie sobre pie con pasos cuidadosos. Se mezclaron manos con manos y con golpes sucesivos restallaba el ruido terrible de los guantes trenzados. Y según eran desgarradas las mejillas por los puños, las [530] tiras de cuero enrojecían con las gotas de sangre. Las mandíbulas crujían y las mejillas se iban hinchando y quedaban más anchas por la turgencia del rostro, mientras que los ojos se hundían a uno y otro lado de la cabeza.

Eurimedonte pasaba apuros por causa de la pericia técnica [535] de Meliseo, pues permanecía en pie de cara al resplandor insoportable del sol, que le deslumbraba los ojos. Y Meliseo, cargando con un par de fintas más veloces, como si elevara sus pasos por los aires, le propinó un golpe de repente en la quijada, debajo de la oreja 59 . Y el otro, tras encajar el golpe, cayó boca arriba rodando sobre sí mismo sobre la superficie de la tierra, pues ya le faltaba el ánimo, enteramente semejante a un borracho. [540] Tenía la cabeza inclinada hacia un lado y escupía salivazos espumosos de sangre espesa. Sacándole fuera del combate, su [545] hermano Alcón, tristemente, le arrastró sobre los hombros, entumecido por los golpes que le habían privado del sentido, y después, adelantándose, fue a alzar el escudo indio.

Seguidamente Dioniso, apremiando a dos nuevos atletas, convocó un combate de lucha libre para los hombres que desearan llevarse el trofeo. Estableció como premio por la victoria un trípode de veinte metros para el campeón que prevaleciera. [550] Y dispuso igualmente en medio un florido caldero que guardaba para el derrotado. Poniéndose en pie pregonó de nuevo esta proclamación:

«Aquí mismo, amigos, congregaos y dad inicio a esta excelente competición».

Así dijo. Y de los que rodeaban a Dioniso, que gusta de las [555] coronas, se levantó en primer lugar Aristeo, y en segundo lugar Éaco, bien instruido en las fatigas de la lucha de fuertes brazos. Salvo por el ceñidor que ocultaba las partes que por naturaleza no deben ser vistas, los atletas se presentaban desnudos. Primeramente los dos se trabaron por las manos, que formaban una doble muñeca por un lado y por el otro, tratando de derribarse [560] por turnos uno a otro sobre el polvoriento suelo y ciñendo en un nudo de dedos las manos. Un hombre rodeaba al otro una y otra vez con impulso sucesivo, el que arrastraba y el que era arrastrado 60 , pues los dos se abrazaban con manos alternas, inclinaban [565] la cerviz y presionaban las cabezas en medio de la frente sin doblegarse, agitando la testa hacia el suelo. Como se frotasen las frentes entre sí, les brotaba el sudor, pregonero de sus fatigas. [***] 61 Fluía el polvo derramado, mezclado suciamente con sudor; y se limpiaba las húmedas gotas con arena seca, no fuera a resbalar el nudo bien trenzado de manos, liberándose [570] gracias al fluido caliente que salía de su cuello oprimido. Las espaldas de ambos estaban dobladas por la presión de los brazos, mientras las manos se frotaban también, entrelazadas con doble nudo. Surgían espontáneamente hinchazones que [575] en la sangre caliente aparecían como labradas en púrpura. Y de ellas quedó moteado el cuerpo de cada hombre.

Así se mostraban el uno al otro por turno las diversas llaves del arte de la lucha. Primero fue Aristeo el que atrapó con el brazo a su rival, levantándolo en volandas. Mas no olvidó esta [580] astuta técnica Éaco, el de muchos trucos, sino que, hurtándose con el talón, trabó a su vez el pie izquierdo de Aristeo, haciendo rodar por tierra todo su cuerpo sobre sí mismo, como si fuera [585] ra una roca descomunal, hasta quedar boca arriba. En derredor, y con ojos llenos de admiración, la gente observaba caer al hijo de Febo, tamaño varón, tan orgulloso y renombrado. Y en segundo lugar, Éaco le levantó por los aires sobre la tierra, elevando sin esfuerzo al enorme hijo de Cirene, atesorando para sus futuros hijos —el incansable Peleo y Telamón el robusto 62 — [590] su excelencia en la lucha; le mantuvo en su abrazo, sin doblar la espalda ni el erguido cuello, sino acarreando al otro con las dos manos por en medio. Tenían la misma apariencia que dos crujías de un techo, que un carpintero hubiera fabricado [595] para aguantar la tempestuosa fuerza de los vientos. Éaco arrojó entonces al suelo a tamaño hombre, dándole la vuelta; y se subió a la espalda de su adversario por la mitad; poniéndole los pies en torno al estómago, los estrechó doblándolos en un lazo por encima de las rodillas, apoyando después pie contra pie y dando vueltas sobre los tobillos. Velozmente se tendió [600] sobre la espalda de su rival, haciendo girar las manos mientras formaba una diadema, una en torno a la otra, echándolas alrededor del cuello en un nudo de brazos, en tanto que doblaba los dedos.

Y mientras estaba así, asfixiado, se precipitaron a la vez con veloz impulso los heraldos elegidos como árbitros del combate, [605] no fuera un luchador a dar muerte al otro con la presión uniforme de sus brazos. Pues en aquel tiempo no existían los reglamentos que más adelante habrían de promulgar los hombres de la posteridad para cuando el luchador entumecido por el asfixiante dolor de una llave en el cuello admite la victoria del rival por medio de una seña sin palabras, que se hace palmeando al hombre victorioso con mano derrotada.

Y los mirmidones, tomando entonces el trípode de veinte [610] metros, lo alzaron como servidores de su rey triunfante. Acteón elevó a su vez el caldero con un movimiento veloz, el segundo premio de su padre, y se lo llevó con manos entristecidas.

Entonces Baco instauró la competición de carreras de velocidad, disponiendo como primer premio de la lid los siguientes [615] trofeos de victoria: una cratera de plata y una mujer, parte del botín de guerra. Como segundo premio estableció un caballo moteado de Tesalia y una espada afilada junto con su bandolera bien curtida en el extremo. Y tras ponerse en pie hizo la siguiente proclama de exhortación a los corredores de pies veloces:

«Para hombres de raudas carreras sean estos trofeos». [620]

Y tras haber dicho así acudió, flexionando sus rodillas acostumbradas, el dicteo [Ocítoo***] 63 . Después de él llegó corriendo el veloz Erecteo, de astuta mente 64 , de quien se cuidaba Palas la victoriosa. Y a continuación llegó Príaso 65 el de pies veloces, ciudadano de la tierra de Cibeles. Comenzó para ellos [625] la carrera desde el punto de partida. Ocítoo puso en movimiento en primer lugar el impulso tormentoso de sus pies, situándose a la cabeza y derecho en su carrera. Le seguía como segundo Erecteo por detrás, pero muy de cerca, echándole casi el aliento [630] encima a su vecino Ocítoo y calentándole la nuca, a la misma distancia que la existente en el punto medio de la vara del contralizo y el pecho de una muchacha que trabaja en el telar y que, con calculada medida, tiende su mano experta: así de cerca [635] estaba ya por detrás de Ocítoo 66 . Tanto era así que ponía los pies sobre las huellas de éste en la tierra antes de que el polvo se aposentase en ellas. Y de cierto que hubiera sido una carrera disputada de no haber sido porque Ocítoo, como viera que su curso era imitado y casi igualado en distancia, aceleró con zancadas más ligeras y se puso por delante de su rival en un trecho algo mayor, equivalente al paso de un hombre. Y así, temblando de excitación por la victoria, Erecteo rogó a Bóreas pronunciando la siguiente plegaria:

[640] «Yerno mío, asiste a Erecteo y a tu mujer, si es que aún te embarga el dulce aguijón de los amores por mi hija 67 . Concédeme por una hora el raudo impulso de tus alas para que pueda igualar a Ocítoo, de veloces rodillas, que ahora va en cabeza».

Y tras haber hablado así, Bóreas escuchó sus palabras de [645] súplica y le concedió más velocidad que la tempestad de raudos torbellinos. Los tres corrían en torrente con el ímpetu ventoso de los pies, pero la balanza no estaba equilibrada y cuanto había de distancia entre Ocítoo, que iba por delante, y Erecteo, que [650] corría por detrás, era lo que separaba al orgulloso Príaso, del linaje de Frigia, de su cercano Erecteo, veloz como la tormenta. Y marchaban así cuando ya la carrera estaba pronta a terminar, con un impulso de pies Ocítoo el de veloces rodillas resbaló sobre el polvo, precisamente en un lugar donde había un enorme montón de estiércol de algunos bueyes que habían sido sacrificados por el cuchillo migdonio de Dioniso junto al sepulcro 68 . Pero Ocítoo se impulsó otra vez de un salto con un giro de veloz [655] movimiento de sus pies recobrados. Y hubiera ganado ventaja a la carrera alternando sus zancadas al lado de su rival que le tomaba la delantera, si entonces hubiera habido una carrera un poco más larga, o bien, pasando 69 , se hubiera quedado a la par, o hubiese alcanzado al ciudadano de Atenea.

Al fin elevó el veloz Erecteo aquel trofeo de variegado dorso, [660] la bien trabajada cratera sidonia. Y Ocítoo se quedó con el caballo tesalio. Príaso llegó en soledad el tercero, recibiendo la espada con bandolera plateada. Y el coro de los Sátiros se reía del [665] Coribante con ánimo burlón, al contemplarle manchado de barro y lodo, y escupiendo el estiércol que le había llenado la boca.

Y después de traer un disco de hierro rudamente forjado, Dioniso instauró un nuevo torneo, convocando a los lanzadores de disco. Aportó también dos lanzas junto con un casco de penacho [670] de crines de caballo. Como segundo premio había un ceñidor redondeado y brillante, y como tercero dispuso una vasija y después una piel de ciervo como cuarto, que el orfebre de Zeus había perforado con una fíbula de oro. Y después de ponerse en pie, en medio de todos, habló con voz que anima el espíritu:

«Este torneo exalta a los lanzadores de disco».

Tras haber hablado así Bromio, se puso en pie de un salto Meliseo 70 , [675] el que blande su broquel. Y a éste le siguió Halimedes 71 , de pies aéreos. El tercero fue Eurimedonte 72 y el cuarto Acmón 73 . Y los cuatro en fila se quedaron uno junto al otro. Tras tomar el disco bien torneado, lo lanzó Meliseo.

[680] Y los silenos se rieron del tiro de corto alcance de aquel lanzador. En segundo lugar Eurimedonte puso la mano sobre el disco [***] 74 y tras tomar el muy redondeado peso con la muñeca rectora, Acmón, el de hermosa cimera 75 , arrojó el pesado proyectil que daba vueltas sobre sí mismo. Y el disco corrió por los [685] aires cual compañero de viaje de las brisas, superando la marca de Eurimedonte con mucho, al describir un veloz torbellino. Halimedes, de elevadas pisadas, lanzó por los aires el disco errante hacia su blanco. Y el peso pasó silbando por entre los vientos tormentosos [690] impulsado por recia mano, como desde el arco vuela recta una flecha entre brisas inquietas. Y tras caer desde el aire rodó sobre la tierra dando un salto que lo impulsó a lo lejos, llevado aún por el ímpetu de una mano que sabía mejor girar y albergando [695] su fuerza en sí mismo, hasta que sobrepasó todas las marcas. Todos los espectadores del torneo juntos tronaron asombrados ante el ímpetu imparable del lanzamiento de disco.

Agitando las dos lanzas y la cimera de altivo penacho, Halimedes se llevó el doble trofeo con gran orgullo. Acmón, caminando con pasos arrastrados, levantó el ceñidor de dorado brillo. [700] Y el tercero, Eurimedonte, alzando la vasija que no había sido expuesta al fuego, tomó su trofeo de doble asa. Meliseo, con rostro cabizbajo, se llevó la piel de ciervo de moteado lomo.

Dioniso instauró entonces los juegos de tiro con arco para los contendientes, con trofeos para el buen flechador. Después de traer a una mula de siete años, dura para trabajar, la presentó [705] como premio en la contienda; y dispuso igualmente una copa de hermosa talladura como trofeo de la victoria, guardada para aquel que fuera el peor. Y Euríalo 76 , poniendo en pie un mástil de barco descomunal sobre la tierra, lo plantó sobre la arenosa [710] llanura y en todo lo alto, muy visible, ató al mástil con varios nudos a una paloma, trenzando alrededor de sus patas un leve cordel. Y el dios llamó a los convocados para la competición incitando a los arqueros al blanco en los aires:

«Quien atraviese con su flecha el cuerpo de esta paloma se llevará una mula de gran valor como testimonio de la victoria. [715] Pero el que no acierte en el blanco de la paloma, dejando sin rasguño alguno al ave con su flecha barbada, y no llegando a dar en el borde de la cuerda con su dardo alado, habrá flechado peor y recibirá un trofeo peor.

»En vez de la mula se llevará la copa, a fin de que pueda [720] verter libaciones juntamente en honor de Febo, portador del arco, y Dioniso, dispensador del vino».

Y tras haber proclamado estos términos el opulento Lieo, se puso en pie en medio de todos Himeneo 77 flechador, el de hermosa cabellera [***] 78 y directo al blanco que estaba en el mástil [725] en frente de él, tras curvar el arco de Cnossos tensando la cuerda, disparó Asterio 79 su dardo, recibiendo su suerte, pues acertó al cordel. El ave voló, errante, por los aires, tras arrancar [730] con la flecha un trozo de cuerda, que fue a caer a tierra. Extendió entonces su mirada en círculo por sus caminos de altos vuelos [***] 80 el arquero Himeneo y pudo otear sobre las nubes, con su cuerda perfectamente preparada, mientras lanzaba su dardo ventoso hacia el blanco aéreo con gran velocidad, apuntando derecho a la paloma. La flecha errante y alada voló a través [735] de los aires, visible en las alturas, surcando por la mitad el lomo de las nubes y silbando por entre los vientos. Apolo dirigió esa flecha, pues era leal a su hermano Dioniso, que sufría de amores 81 . Y tras volar así acertó a la paloma clavándose en el [740] borde del pecho según se movía. El ave, con la cabeza ya aturdida, se precipitó a tierra a través del aire, veloz como una tempestad. Medio muerta agitó entonces las alas sobre el polvo, palpitando entre los pies de Dioniso, el trenzador de danzas.

Y el dios, poniéndose en pie de un salto por la victoria del muchacho, aplaudió a Himeneo chocando sus manos con estruendo. [745] Todos a una, los que estaban allí y habían presenciado la contienda, se admiraron ante el certero de Himeneo, que había llegado cerca de las nubes. Y Dioniso, sonriendo, condujo con sus propias manos a la mula y se la dio como trofeo a Himeneo, que se la había ganado. Los compañeros de Asterio se llevaron su copa como premio.

[750] Convocó entonces Baco a los lanceros a una contienda amistosa; trayendo regalos indios los instauró como trofeos en el campeonato y un par de grebas y una piedra preciosa del mar índico. Y levantándose los convocó y ordenó a dos guerreros que representasen la imagen fingida de una lucha incruenta en un combate a modo de juego sin el hierro matador: [755]

«Este torneo requiere dos guerreros que manejen la lanza y sepan del Ares dulzón y de la sonriente Enío 82 ».

Y tras haber hablado así Bromio, se armó Asterio blandiendo sus armas de hierro y también Éaco se plantó en medio de todos portando su lanza de bronce y agitando el escudo de variegado [760] ornato. Como un león salvaje que ataca a un toro o un hirsuto jabalí. Ambos cargaron en torrente con su armadura de hierro, que les ocultaba el cuerpo, en medio del campo como lanceros de Ares. El uno, Asterio, agitando su lanza impetuosa, [765] pues tenía el vigor de su padre Minos, hirió el brazo derecho de su oponente arañándole la piel. El otro, Éaco, que cumplía hazañas dignas de su padre Zeus, levantó su pica de acero hacia la garganta del otro y trató de acertarle en medio del cuello. Pero [770] Baco se lo impidió y le arrebató la punta homicida, no fuera a herirle en el cuello con el acero de la lanza. Detuvo el combate y lanzó este clamor inspirado:

«Arrojad esas armas, pues estáis en un combate amistoso. Esta guerra es pacífica y sus contiendas son sin heridas».

Así dijo. Y tomando los premios de la victoria que anima el [775] combate, el soberbio Éaco alzó las grebas de oro y se las dio a su sirviente. Y después Asterio se llevó el segundo premio, la piedra tomada como botín de guerra a los indios.


1 Estos primeros versos del canto hacen referencia a la idea de la existencia circular (símil del carro que da vueltas en torno a la meta) y a la resurrección después de la muerte, o acaso a la creencia india en la reencarnación. En otros pasajes se insiste en estas doctrinas, cf. p. ej., XVII 51, XLVII 257, XL 418, etc.

2 La imitación de los funerales y juegos en honor de Patroclo en el canto XXIII de la Ilíada es muy notoria a lo largo de este canto. Para la muerte de Ofeltes véase XXXII 186, con la lista de vencidos por Deríades, y la alusión a él en XXXV 380.

3 La relación familiar entre Fauno y la hechicera Circe sólo está atestiguada por Nono, que lo considera un guerrero siciliano. De ahí puede surgir la filiación (cf. también XIII 328-332).

4 El tema de las Ninfas exiliadas de su medio natural se repite en Nono como ante la amenaza de Tifón en II 95, 98. Véase también la Hamdaríade que habita en los árboles, aliada de Dioniso, en XXII 84 ss.

5 Comienza una enumeración retórica, por lo que hay que suponer aquí una laguna, como hacen los editores desde Graefe (1819-1826).

6 Dioniso, que no conoce el dolor, llora esta muerte, pero con ojos sin lágrimas, cf. supra 1 ss. La expresión ómmasin aklaútoisin , traducida «sin lágrimas en los ojos», y otras similares se refieren a Dioniso más adelante (vv. 41-42, cf. XXIX 98-99, XXX 113) y a Cristo en la Paráfrasis a San Juan XI 123-124. Cf. nuestro trabajo «Nonnus’ Paraphrase of the Gospel of St. John: Pagan models and Christian literature», en J. P. MONFERRER -SALA (ed.), Eastern Crossroads ...

7 Oficia las exequias el cretense Asterio, jefe de la compañía de la que era parte el fallecido Ofeltes. Aparece en el catálogo de tropas de XIII 222-252. Competirá con Himeneo en un concurso de tiro con arco (vv. 703-749) y es mencionado en diversos lugares (cf. nota a XXXV 385).

8 Para que arda mejor la pira fúnebre.

9 La tierra tirrena por excelencia es Etruria, aunque Fauno es de Sicilia, que también toca este mar.

10 Probable alusión a la victoria de Zeus sobre los Titanes gracias al rayo fabricado por los Cíclopes (HESÍODO , Teog . 629 ss.).

11 Sinónimo en Nono de «india».

12 Como casi siempre en el poema, Faetonte va referido al sol. En cuanto al Euro lo menciona ya Homero (Il . II 145) como viento del este, no apareciendo entre la familia de los otros tres vientos correspondientes a los puntos cardinales (Céfiro, Bóreas y Noto) en Hesíodo (Teog . 371 ss.), donde son hijos de la Aurora y Astreo.

13 El Lucero del Alba, hermano aquí del Viento del Este en cuanto a procedencia, es citado también en HESÍODO , Teog . 378 ss. En Homero también participa en el episodio de la pira fúnebre (Il . XXIII 226 s.), que arde toda la noche.

14 Padre de Ofeltes. Aparece en XXXV 379.

15 Una phialē , de uso fúnebre (como en HOMERO , Il . XXIII 243).

16 Medida homérica, la orguia (HOM ., Il . XXIII 327).

17 Dos enormes piedras que sirven como meta, los dos extremos de la pista para las carreras de carros. En Homero, solamente hay una meta (Il . XXIII 327 ss.), pero Nono actualiza todo el episodio siguiendo las reglas de un deporte que tuvo gran fortuna en la Antigüedad tardía y época bizantina.

18 El río Pactolo era tan rico que se decía que tenía oro en vez de arena (cf. XIII 472). Para su localización, cerca de las minas de oro del monte lidio Tmolo (cf. ESTRABÓN , XIII 1 23).

19 Río de Capadocia, en la costa del Ponto Euxino, en el que se localizaba en la mitología el país de las Amazonas. Indica por extensión la patria de éstas (cf. XX 198, XXXVI, 263).

20 Vale decir, Poseidón. El epíteto se usa ya en Homero (Il . XIII 563, XX 144, Od . IX 536). Es patrón de los caballos, que están bajo su mando, y de la hípica: se le relaciona con el nacimiento de las carreras de caballos en el mito de Pélope, a quien ayudó en su victoria (cf. PÍNDARO . Ol . I 65 ss.).

21 Alusión al mito de Pélope, vencedor de la mano de Hipodamia, hija de Enómao, rey de Pisa, que narra Píndaro en la Olímpica primera . Es el momento inaugural de los juegos olímpicos en la mitología (cf. también PÍNDARO , Ol . X 24, APOLODORO , II 7, 2). El Tmolo es un monte de Lidia, de donde venía Pélope.

22 Castellanizamos el epíteto de Afrodita aphrogeneia , «nacida de la espuma» que, como es sabido, produjeron los genitales de Urano al caer sobre el mar, después de ser castrado por su hijo Crono (HESÍODO , Teog . 190-206). Aquí equivale a «amor».

23 Alude el discurso a los juegos más importantes de la antigua Grecia, muchos de ellos cantados por Píndaro. En primer lugar, los Olímpicos, como se ha visto. A continuación, los Píticos: menciona la Fócide, región de Delfos, donde se celebraban desde su fundación mítica al matar Apolo a la serpiente Pitón (cf. Himno homérico a Apolo 182 ss). Eonia es Beocia, que en Nono va asociada a la Fócide, según observa P. CHUVIN , Mythologie et géographie dionysiaques. Recherches sur l’oeuvre de Nonnos de Panopolis , Adosa, Clermont-Ferrand, 1991, pág. 34 ss. Seguidamente parece aludir a las Panateneas, cuyo premio era una ánfora llena de aceite de oliva, siendo el Olivo símbolo de Atenas, que es evocada por mención a Maratón. En la ciudad aquea de Pelene, en cuarto lugar, se celebraban las Teoxenías de Apolo (cf. de nuevo PÍNDARO , Ol . IX 97 s.). Por último, se mencionan los Juegos Ístmicos, celebrados en Corinto, con una alusión a su mito fundador: Melicertes, hijo de Ino (una de las hijas de Cadmo), es venerado allí con el nombre de Palemón (cf. XXIII 388).

24 El primero de los cinco corredores (igual número que en los juegos de la Ilíada XXIII 352 ss. y en las Posthoméricas . IV 502) es el ateniense Erecteo, un rey mítico que aparece también en XIII 171-172, 180, XV 156, etc., y participa en un concurso de poesía en XIX 72, 81. Es descendiente de Hefesto, según el conocido mito de su nacimiento a partir del esperma del dios. Cuenta la leyenda ática que su hija Oritía fue raptada por Bóreas, el viento del norte. En Nono Erecteo parece identificado con Erictonio (cf. HOM ., Il . II 547, APOLODORO , Bibl . III 14-15). La traducción de los nombres de sus corceles es libre (Xanthos y Podarge) . El tema lo imita Nono cum uariatione de Homero, cambiando de sexo a los caballos. En Il . XX 219 ss. los caballos de Ares, Janto y Balio , son hijos de Bóreas y una Erinia. (Aquí los engendra de una de las Harpías Bóreas, cuyos hijos con Oritía, Zetes y Calais, cf. APOLON . ROD . I 211, las combatirán). La yegua recuerda a Podargo , el corcel de Héctor en Il . VIII 185.

25 De Acteón, capitán de los tebanos que combaten con Dioniso en XIII 54 y 81, se narra la muerte en el canto V 287-551. Es hijo de Autónoe y Aristeo. El río Ismeno, en Beocia, alude a su origen.

26 Ennosigaios es un epíteto de Poseidón de raigambre homérica (cf. HOM ., Il . VII 455, VIII 201, 440, etc.). El segundo, en cambio, hygromedōn es solamente noniano (XL 347, 529, etc.). Celmis, descendiente del dios, aparece en XIV 38-40 entre los Telquines, aunque otras fuentes lo incluyen entre los Dáctilos del Ida. Estos genios menores eran confundidos en la época de Nono.

27 El sol es, en la mitología, padre de las hechiceras Circe y Medea. Para la relación de aquélla con Fauno, cf. supra 12-13.

28 Acates el arquero está a la cabeza de las tropas de Sicilia en XIII 309. Dos son, por tanto, los corredores con la misma procedencia (Fauno y Acates). P. CHUVIN (Mythologie et Géographie dionysiaques ..., pág. 70) ha comparado a este Acates con el compañero de Eneas del mismo nombre en Eneida I 174. Sobre la leyenda del amor del siciliano Alfeo y la Aretusa de Grecia, véase PAUSANIAS , V 7, 2 y ESTRABÓN , VI 2, 4. En el canto XIII 309 ss. Nono alude a este mito. La paradoja de que Alfeo lleve sus aguas sin mezclarlas con las del mar se explica en ese pasaje: son aguas cálidas debido al amor.

29 El héroe Aristeo, hijo de Apolo y Cirene, es inventor de la caza y la apicultura (véase la Pítica IX de Píndaro), con gran importancia en Nono (cf. V 229 ss.). En el canto XIII aparece entre las tropas de Dioniso (253) y opone en un concurso su miel al vino de Dioniso (255 ss.). Protagonizará el combate de lucha libre (cf. infra 554 ss.).

30 La Ninfa Cirene, hija del rey de los lapitas, antes de ser amada por Apolo (cf. de nuevo la Pítica IX), destacó por ser una excelente cazadora, dando muerte a un león con sus «hábiles brazos», desarmada. Por otra parte, se le llama «pariente» a Dioniso porque es primo de Acteón (sus madres Sémele y Autónoe son hijas de Cadmo y Harmonía).

31 Para esta comparación, cf. también APOLONIO RODIO , Arg . IV 1604, VIRGILIO , En . V 144 s.

32 Nono describe otro juego de azar, el kóttabos , en XXXIII 77 ss.

33 Como en HOM ., Il . XXIII 352, o QUINTO DE ESMIRNA , Posthom . IV 506.

34 Es decir, otro de los Telquines: Celmis o Escelmis, ya mencionado en 164 y sobre el que se vuelve más adelante.

35 No en vano, el piadoso Éaco, hijo de Zeus y Egina, tras su muerte se convirtió en uno de los tres jueces del Hades junto con Minos y Radamantis (cf. XXVII 75 ss., OVID ., Met . XIII 25; HORACIO , Od . II 13 22). En las Dionisíacas aparece también como uno de los más destacados capitanes entre las tropas de Dioniso a la cabeza de los mirmidones en XIII 201 ss., luchando bravamente en XXIII 13, etc. Protagoniza más adelante el combate de lucha libre (cf. infra 554 ss.).

36 Traducimos como «de enfrentadas lenguas» el adjetivo heteróthroos , creación de Nono, que admite variadas interpretaciones según el contexto, como ocurre con muchos de sus neologismos. En XXXVI 426 lo interpretamos como «de variadas lenguas» (cf. también II 172, IX 256, etc.). Para un trabajo exhaustivo sobre la compleja adjetivación de Nono, cf. la tesis de J. L ESPINAR , La adjetivación en las Dionisíacas de Nono de Panópolis. Tradición e innovación. Hapax absolutos y no absolutos , Univ. de Málaga, 2003.

37 El célebre Pegaso, caballo alado, nació del cuello de Medusa, cercenado por Perseo. Fue montura del héroe Belerofonte (HES ., Teog . 280 ss., 325; APOL ., Bibl . II 3 2 ss.).

38 Las reacciones del público evocan las de las facciones del circo en esta época, en que hubo un auge de las carreras de caballos. La imagen de los espectadores recuerda a los tebanos que se congregan para ver a Penteo travestido en XLV 106-138. Por otra parte, Keydell sospecha que el texto penthadi phōnêi está corrupto, proponiendo conjeturas como otros editores. Hemos preferido conservar la lectura de L (cf. vols 286 y 319 de la B.C.G. para esta manuscrito Laurentianus).

39 Para entender el sentido del complejo pasaje, todos los editores desde Graefe han colocado el verso 303 antes del 299.

40 Recuerda de nuevo el poeta la fábula de Pélope y Enómao (cf. supra 136 ss. y PÍNDARO , Ol . I).

41 Es decir, que se encomienda a Dioniso (vid) en vez de a Atenea (olivo), patrona de la ciudad de Erecteo, a quien va dirigida la burla. El epíteto histotéleia para Atenea hace referencia al telar, atributo de esta divinidad.

42 Traduzco así tachymythos , neologismo de Nono que aparece también en XXI 276.

43 Amētōr , en griego, pues Atenea nació de la cabeza de Zeus, que se tragó a su madre Metis (cf. HESÍODO , Teog . 894 ss). Cecropia (cf. también XIX 81) es la tierra del mítico Cécrope (XIII 151, XXVII 112 y nota), es decir, Atenas.

44 Cuenta el mito que cuando las ciudades debieron decidir qué dios sería su patrón, Atenas fue disputada por Poseidón y Atenea. Finalmente, los atenienses, con Cécrope como árbitro, eligieron a la diosa (XXVII 282 y nota ad locum , XXXVI 126, APOLOD . III 14, 1).

45 Mírtilo era el auriga de Enómao que apañó su carro (haciendo las ruedas o el eje de cera, según versiones) para que perdiese, en favor de Pélope. Bien por estar enamorado de Hipodamia, o bien por despecho hacia su amo. Se repiten aquí los versos de XX 160-161 sobre Mírtilo.

46 Acates, como se ve más adelante.

47 Némesis o Adrastea, la diosa de la venganza y la justicia retributiva, anota la ofensa para devolvérsela. Castiga también a Tifón en I 481 y tendrá gran protagonismo en el canto XLVIII (392 ss.). Aparece ya en sus dos vertientes, vengativa y justiciera, en HESÍODO , Teog . 223, y Trabajos y días 200. En la traducción, como otros nombres simbólicos de divinidades, figura a veces como «justicia» (cf. XV 415).

48 En el original tetráporos , creación del poeta (cf. XXVI 368 y XXXVI 422). En la Paráfrasis XIX 31 se califica así la cruz de Cristo, «de cuatro brazos».

49 Fuerte paradoja aliterada en griego entre «remover» e «inamovible» (atínakta tinásseto) , muy del gusto del poeta (cf. verso 309 níkēsen aníkḗton) .

50 Criado de Erecteo, desconocido por otras fuentes. Ésta es su única aparición.

51 Expresión repetida en XXII 206.

52 Hermano de Celmis o Escelmis, otro de los telquines. Cf. supra v. 233.

53 Como el propio Acates.

54 Meliseo es uno de los Coribantes citados en el catálogo de tropas de Dioniso (XIII 145) que provienen de Creta, Eubea y otros lugares en Nono, quien los asimila también a los Curetes. Los Coribantes son famosos por su ágil danza guerrera, que seguramente les permite habilidad en el pugilismo. El verso que introduce a este personaje se repite exactamente en 675.

55 Eurimedonte, junto a Alconte o Alcón (cf. infra 504), es uno de los dos cabiros, seres míticos relacionados con los misterios de Samotracia. Su madre es Cabiro y su padre Hefesto, que los tuvo en Lemnos, donde trabajan la fragua de su padre (XIV 17-22, XXVII 124). La explicación de su habilidad en el pugilismo puede deberse a su parentesco o asimilación con los Dioscuros (Pólux es el patrón de los púgiles).

56 Hermes, versátil dios mensajero y de los intercambios, tiene una faceta como divinidad de la palestra, donde patrocina deportes como éste, del que es maestro (cf. TEÓCRITO , XXIV 113).

57 Alcón, el segundo de los cabiros (XIV 22, XXIX 213, XXX 49), aparece descrito con un adjetivo noniano, eriptoíētos , que puede tener un sentido pasivo o activo, significando unas veces «temeroso» y otras «que inspira temor».

58 Los versos 513-515 están corruptos: se adoptan las soluciones preferidas por H. FRANGOULIS en su edición (Les Dionysiaques , Tome XIII: Chant XXXVII, París, Belles Lettres, 1999).

59 El golpe bajo la oreja aparece en los poetas épicos antecesores de Nono (cf. HOM ., Od . XVIII 96, APOLONIO RODIO , II 95) y era una técnica del pugilismo real.

60 Helkōn helkómenós te , en el original, formas del verbo «arrastrar». En las Dionisíacas , el tema de la lucha libre es usado con matices eróticos en los combates de Dioniso contra su joven amante Ámpelo (X 321, ss.) y la seducida Palene (XLVIII 106-182). En el caso de Ámpelo, se usa la misma expresión que aquí, pero con el verbo «levantar» en vez de «arrastrar» (aeirómenos kaì aeírōn , X 346).

61 Laguna, siguiendo a Keydell.

62 Los hijos de Éaco son los héroes Peleo (cf. XXII 389, XLIII 367), padre de Aquiles, y Telamón (XIII 462). Nono hace referencia a sucesos que ocurrirán en el futuro.

63 De nuevo hay que suponer una laguna tras el verso 621, con el nombre del primer corredor, Ocítoo de Dicte (cf. infra 625), uno de los Coribantes cretenses de Dioniso que el poeta presenta en XIII 144. Su nombre relacionado con la velocidad sirve para comprender que sea el primer participante en esta prueba.

64 Poikilomētēs es el epíteto que caracteriza al astuto Ulises (Il . XI 482, Od . XIII 293).

65 Este personaje aparece en XIII 521 ss. como comandante de las tropas de Frigia («tierra de Cibeles»). Originario de Dirce, en ese pasaje se cuenta su huida a causa de un diluvio.

66 Para esta comparación, como para la estructura del canto en general, cf. HOM ., Il . XXIII 760 ss. Nono, sin embargo, introduce innovaciones de estilo y contenido: véase el estudio comparativo en la introducción de H. FRANGOULIS , págs. 55-57.

67 Bóreas, hijo de Astreo y la Aurora y hermano de Héspero, Céfiro y Noto (HES . Teog . 379), es el yerno de Erecteo porque raptó a su hija, la Ninfa ática Oritía, y la convirtió en su esposa, teniendo con ella a los alados argonautas Zetes y Calais (OVID ., Met . VI 683 ss., APOLOD ., III 15, 2, PAUS ., I 19, 6, cf. supra 160).

68 Migdonia es otro nombre para Meonia, en Lidia, región micrasiática vinculada al culto de Dioniso y Rea.

69 Pasaje corrupto.

70 Cf. supra 494. Ya conocemos a este personaje por el combate de boxeo.

71 Halimedes es un cíclope (XIV 60) con cierto protagonismo en las batallas. En XXVIII 257 ss. lucha contra Flogio y en XXXVI 289 contra otros soldados indios.

72 Uno de los cabiros, ya mencionado supra como adversario de Meliseo, cf. 500 ss.

73 Acmón es un Coribante de Eubea que aparece en el catálogo de tropas dionisíacas (XIII 143). En XXVIII 310 se le menciona como combatiente al lado de Ocítoo, luchando con su martillo característico y su escudo de Coribante (cf. nota ad locum) .

74 Laguna tras el verso 681, según Ludwich.

75 En XXVIII 310 es «de resplandeciente yelmo», variando el epíteto de inspiración homérica.

76 El cíclope Euríalo aparece, como Halimedes, en el canto XIV (59). Participa en las batallas, en XXVIII 242 ss., donde mata a un grupo de soldados indios arrojándoles una roca, una manera de luchar propia de estos seres. En la Odisea , Euríalo es uno de los feacios, que reta a Ulises en VIII 158.

77 Himeneo, por otra parte, es un muchachito amado por Dioniso, que destaca en la batalla (XXIX 15-48) junto al contingente beocio, que comanda (XIII 84). Es un joven «de hermosa cabellera», como Ganimedes en CALÍMACO , LII 3, que es curado de sus heridas por Dioniso. Hay en el poema también otro Himeneo, hijo de la Musa Urania, con el que acaso Nono lo asimila, aunque parecen dos personajes bien diferenciados.

78 Laguna tras el verso 723, según Graefe, que presentaría a Asterio, el segundo participante, y contendría los disparos de ambos.

79 Asterio es cretense, jefe de las tropas que vienen de esa isla (XIII 222 ss.), que aparece supra cf. 47. Su arco de Cnosos lo explica el origen geográfico del personaje.

80 Laguna, según Keydell, tras el verso 730.

81 Dioniso está enamorado de Himeneo, como se ve en XXIX 87 ss.

82 Feroz diosa de la guerra y compañera de Ares (HOM ., Il . V 333, 592). En las Dionisíacas se la nombra a menudo como personificación de la guerra. En HESÍODO (Teog . 273) Enío es el nombre de una de las Grayas.

Dionisíacas. Cantos XXXVII - XLVIII

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