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ESTE LIBRO

En una conversación sobre la vida literaria del París de principios del XX, un amigo recordó cierto comportamiento desleal de un célebre escritor hacia un no menos célebre colega. Y atribuyó tal comportamiento a la homosexualidad de aquel intelectual. La anécdota despertó mi interés, motivando un primer texto acerca de esa característica supuestamente inherente a la «personalidad homosexual»: la perfidia.

En aquella lectura espontánea de mi amigo afloraba un difundido clisé: esa especie de «mala leche» que se ha popularizado como característica de la homosexualidad, hasta el punto de transformarse en una de las acepciones de «maricón»: «no seas maricón» significa, en cierto contexto, «no seas egoísta o desleal».

En cierto modo, aquel comentario me tocaba de cerca: yo daba el tipo. ¿Sería yo también uno de esos maricones inexorablemente pérfidos, compelidos por su condición a las conductas de mala fe? Esta «duda metódica», fácilmente superable, me sirvió en cambio para que me interrogara sobre el grado de existencia real de esa presunta «personalidad homosexual». La duda se desplazó, así, hacia el propio clisé, hacia su dudosa objetividad, hacia su probable carácter de prejuicio o mera figura mítica del imaginario colectivo.

En esa reflexión surgieron muchos otros temas asociados y ello me animó a extender aquel texto inicial y formular mi posición general sobre la idea de homosexualidad y sobre el discurso socialmente predominante acerca de ella. Para ello tuve que retroceder a asuntos previos, más generales, y situarme en el espacio que media entre sexualidad e ideología sexual. Y, a través de la escritura, he ido aclarándome las ideas sobre la relación que se entabla entre las manifestaciones reales de la pulsión erótica y sus significaciones y sanciones sociales. He ido descubriendo, así, su cambiante modo de articulación y, básicamente, sus desfases y antagonismos. Pues los primeros estupores eróticos de la adolescencia, al aflorar, se encuentran con sus nombres ya acuñados y estos nombres no necesariamente coinciden con las fantasías que, en el joven, se van despertando.

En los albores de la sexualidad, desde antes de la pubertad, los significados sociales del deseo esperan al acecho la aparición de sus primeros significantes; y los escasos instantes de clandestinidad inicial no dan tiempo a que el deseo construya su propio sentido: nace prácticamente marcado por lo social y esa marca la llevará de por vida. La sexualidad, ignorante de sí misma, confundida, vivirá confrontada con un discurso en el que se verá reflejada parcial y distorsionadamente. Sólo verá, en ese discurso, una máscara de sí misma; una máscara que no podrá asumir plenamente y que quizá tampoco querrá ya arrancarse. De triunfar ese discurso, la muerte nos sorprenderá sin que hayamos oído jamás los mensajes de nuestro deseo, sofocados por la voz estentórea de la convención social.

El deseo homosexual es el que provoca más trabajo de represión, más energía orientada a evitar que la convención social fracase en su misión.

O sea, el que más posibilidades tiene de poner esa convención en entredicho. La homosexualidad es la mensajera de la discordia entre sexualidad y sociedad. Y, si no cae en la trampa de la tolerancia, el desplegamiento de su sentido necesariamente disolverá no sólo los propios dilemas sino incluso los de toda manifestación de la sexualidad.

En esa tarea se inscribe este libro, que recopila las frases sueltas de mi deseo, acumuladas durante su larga disputa con lo social; un esfuerzo por completar un mensaje cuyos fragmentos llegué a oír por las grietas de un estereotipo inaceptable, negado desde siempre por mis propias erecciones. Las ideas aquí reunidas son producto de la obediencia de mi consciencia a los imperativos de una pulsión que ha venido desoyendo toda razón que no fuera la propia. No considero que esas ideas sean señales de valentía de mi parte sino de la tenacidad de mi deseo, de la cual no soy en absoluto responsable. Esas ideas no son, por lo tanto, más que mi sexualidad vuelta palabra, abriéndose paso entre los párrafos de una verdad pública inverosímil; mi erotismo luchando contra el mito de una homosexualidad imaginada por otros.

La decisión de escribir este libro y el haber podido hacerlo termina de convencerme de una vieja sospecha: todos mis combates ideológicos, que se remontan a mi adolescencia, no han sido, en el fondo, más que formas metafóricas de este texto; y mi propia inteligencia se me revela hoy como el producto del largo ejercicio de una venganza.

En tanto esta reflexión nace exclusivamente de mi experiencia, se ha tenido que limitar a la homosexualidad masculina y, más aún, a una determinada manera de vivirla. Nada puedo decir de la experiencia de un travesti, un transexual o un bisexual y, mucho menos, de una lesbiana: nadie puede hacer la guerra por el otro. En ese sentido, no aspiro en ningún momento a que mis hipótesis excedan aquel reducido espacio. Pues está en el propio núcleo de mi argumentación la lucha contra las generalizaciones abusivas y la defensa de la diversidad, aún dentro de lo diverso. Escribo contra la petrificación de la sexualidad, o sea, contra su masacre.

Este trabajo no agota – desde ya – el tema; pues se ciñe exclusivamente a los aspectos ideológicos y culturales, incidiendo básicamente sobre tres hechos: el carácter históricamente condicionado de las ideas que la sociedad desarrolla acerca de la homosexualidad; la articulación de estas ideas con tabúes y mandatos sustentados en condiciones socio-económicas determinadas; y la progresiva pérdida de vigencia de esas ideas debido a los cambios estructurales que han puesto en crisis aquellos tabúes.

Como no soy psicólogo, no me he propuesto un abordaje psicológico del tema – que suele ser considerado el pertinente -; pero, además, he desdeñado dicho abordaje sencillamente porque no lo considero el pertinente. Antes que un fenómeno psicológico, la homosexualidad es una construcción ideológica. Omitido ese origen, todo análisis psicológico conducirá a conclusiones erróneas.

El discurso acerca de la homosexualidad, hegemonizado por quienes jamás la han vivido, en boca de extraños, ajenos a la experiencia, cualquiera fuera su actitud ante ella, se ha ido enrareciendo. Unos pocos poetas y algunos críticos apenas han podido ser tomados en cuenta. Sólo el amor, a solas, ha venido insistiendo, irrefrenable, imponiendo su verdad en silencio. Y conquistando, poco a poco, la comprensión de quienes han prestado más oído a su voz que al parloteo de una sociedad enferma que miente hasta cuando dice la verdad.

La ideología homofóbica dominante, el oportunismo y baratura de la opinión periodística, las vulgaridades de la imaginería popular, el vouyerismo impúdico de los científicos y los delirios especulativos del ocio filosófico vienen manoseando irrespetuosa e impunemente al amor homosexual. Frente a tanta estupidez, entre represora e ignorante, hay que aprender a oír la voz de la vida, la verdad serena e inapelable de la experiencia de amar. Que es una sola y cuya tragedia reside en que carece de límites.

Hablo desde la experiencia homosexual, desde la vivencia de su sentido y su contrastación con el discurso socialmente dominante. El texto surge así del cruce de dos miradas: he mirado a la sociedad desde mi deseo y a mi deseo desde la sociedad; sociedad de la cual formo parte y cuyos pensamientos puedo, por lo tanto, recrear en mí. Mi reflexión es tal en todo el sentido de la palabra: la propia experiencia tomando conciencia de sí.

Dicho de otro modo: este libro no es un trabajo de investigación. No podría serlo, básicamente, porque soy incapaz de investigar y jamás he sentido el interés ni la tentación de incursionar en ese género. Las ideas aquí expuestas no son producto de ninguna metodología, ni se respaldan en un previo balance del «estado de la cuestión». No se sustentan en documentación alguna, a excepción de dos o tres textos de lectura puramente casual. De allí lo escaso y elemental de las citas. Esta aclaración me es necesaria, además, para granjearme la indulgencia hacia mis imprecisiones o falta de rigor, por parte de los posibles lectores con formación teórica; recordándoles que mi búsqueda no apunta al saber sino a la comprensión; no pretendo explicar un fenómeno objetivo sino, básicamente, liberar a un sujeto.

Y el texto no abunda en citas de terceros pues se trata de una sucesión de convicciones que no necesito ni deseo legitimar más que por la experiencia propia, por la propia tarea de reflexión y, en todo caso, por el acuerdo que me brinde el lector. Este libro no es el producto de un programa de tesis sino la síntesis de toda una vida pensando la vida.

No creo aportar aquí ningún descubrimiento teórico, ninguna hipótesis original sino, en todo caso, ordenar una serie de argumentos que están presentes en la opinión de muchos, o latentes en sus conductas, y que merecen una formulación explícita. Sí, en cambio, aspiro – y fervientemente – a que estos argumentos les sirvan al lector como apoyo en su esfuerzo liberador y le convenzan de la validez de sus intuiciones y sospechas.

No escribo para polemizar con un rival sino para aportarle armas a un aliado: escribo para quienes están de acuerdo conmigo. O puedan llegar a estarlo. Tampoco escribo para la «comunidad homosexual» sino para aquellos lectores movilizados por la problemática de la sexualidad y, por lo tanto, de la homosexualidad. Mi rechazo explícito del gueto — una de las claves del texto — se inicia con el rechazo de la escritura endogámica: no creo en la «literatura gay».

He escrito lo que estaba pensando tal como lo estaba pensando y, por ello, en mi texto se deslizan, sin represión alguna, la jerga y el coloquialismo: no se puede criticar el discurso social sin hacer alusión a su léxico. Con ello elimino ambigüedades, fruto de falsos pudores y retóricas académicas, y remito a lo concreto conocido. He eludido la falsa neutralidad del discurso «objetivo» para reforzar el peso de la convicción sobre el de la presunta verdad. Por ello, no he renunciado a la primera persona, que aparece de tanto en tanto para recordarle al lector que habla un homosexual desde su experiencia y no un diletante, un oportunista o un voyeur.

He cuidado la claridad, eludiendo en la medida de lo posible cultismos y tecnicismos que la obstaculizaran, y abundando en los ejemplos y las comparaciones. Y he recurrido intencionalmente a la redundancia, a la reformulación de las mismas ideas mediante giros que las vuelvan más transparentes. Espero haberlo logrado.

Norberto Chaves

Barcelona, Agosto 2008

El sexo entre hombres

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