Читать книгу Kamikaze girls - Novala Takemoto - Страница 8

Оглавление

III

Gracias a esta mudanza, mi brillante adolescencia se tornó en un futuro negro. Todo por culpa del inútil de mi padre. Como soy una persona de espíritu rococó, me encantaría llamar a mi padre daddy o «papá». De verdad que me encantaría, pero referirme a él de ese modo hace que me sienta mal. Daddy, ni de coña; y llamarle «papá» sería un fraude, así que se queda como «el inútil de mi padre». Menudo personaje… Ni «padre» se le puede llamar. Tal vez podría usar el dialecto de Kansai y llamarle pa, lo que le iría como un guante, pero a mí me dejaría en evidencia. Así que, por grimosa que sea la decisión, lo dejaré en «el inútil de mi padre», les ruego que me disculpen.

El inútil de mi padre ha sido un inútil desde el día en que nací. Él es el prototipo de persona inútil. Nació en Amagasaki, así que naturalmente lo criaron como a un yanki; abandonó el instituto y, con el paso de los años, fue encadenando trabajos de albañil o en las obras públicas, que le duraban muy poco porque es vago por naturaleza. Desde por la mañana se pasaba el día sin hacer nada, bebiendo alcohol barato, gastando el poco dinero que pudiera conseguir en el pachinko o yendo a las carreras de lanchas motoras. Decía que no había nada que estuviera hecho para él y detestaba empaparse de sudor poco a poco mientras trabajaba. Pero el día que cumplió veinte años se dio cuenta de que para ser persona no podía seguir viviendo así, y decidió que ya era adulto y que tenía que esforzarse y buscar trabajo en serio. Así que fue a llamar a la puerta de la oficina de un grupo mafioso de Amagasaki, con la determinación de convertirse en yakuza. Tomarse en serio lo de querer trabajar y luego ir a que lo reclutaran como yakuza es, sin duda, algo propio de un padre inútil como el mío. Pero, durante un tiempo, parece que le fue bien como chinpira de un subalterno en algunos negocios turbios, consiguiendo entradas para un negocio de reventa o recogiendo la recaudación de los bares de copas. Y es en esta época cuando el inútil de mi padre conoció en su cutre snack-bar favorito a mi madre y se casaron. Como suele ocurrir, y no me gusta contarlo aunque llevara a mi nacimiento, fue una boda de penalti.

Al encontrarse de golpe con una esposa y un bebé, al inútil de mi padre le cayó encima la responsabilidad de acarrear las labores de padre de familia y, aunque seguía haciendo trabajos de chinpira, pensó que necesitaría algo más razonable que le aportara más ingresos para dar comodidad a la familia. Y ese fue el origen de nuestros problemas. El inútil de mi padre comenzó a escamotear pequeñas cantidades del dinero de la recaudación de los bares de copas que tenía que entregar a la organización. Pronto descubrieron estos robos y, después de darle una buena paliza al inútil de mi padre, le forzaron a asumir la amputación de un dedo. Así que, llegado el momento, tuvo que asumir que le amputarían el meñique y, en el instante en que la punta del cuchillo le rozó el dedito, el inútil de mi padre se puso a llorar: «¡Si… Si me cortáis el meñique, no po… podré volver a tocar el piano!». Y al final conservó intactos los diez dedos, aunque el inútil de mi padre no ha tocado el piano en su vida. No tengo ni idea de por qué salieron semejantes chorradas de su boca. Tal vez los mafiosos estaban tan atónitos al ver al inútil de mi padre repitiendo: «¡El pi… piano! ¡El pi… piano!» mientras lloraba y sollozaba como un loco y se meaba encima de puro terror que les dio lástima. El ritual del corte del dedo se interrumpió de inmediato de manera excepcional, el inútil de mi padre pudo conservar su meñique y, como único castigo, se lo expulsó de la organización.

Lo habían despedido incluso de la yakuza, así que al poco tiempo retomó su inútil vida de siempre y cayó más bajo si cabe. Otra vez bebía por las mañanas, robaba dinero del monedero de mi madre para ir a apostar y, cuando perdía, volvía y empezaba de nuevo. Pese a todo, había una persona digna de admiración que se preocupaba por un padre tan inútil como el mío. Se trataba de un aniki que se había hecho cargo de él en la organización. Este aniki no podía mirar para otro lado ante la tremendamente inútil vida del inútil de mi padre, así que medió para encontrarle un trabajo. Este consistía en vender falsificaciones de ropa de marca. No sé muy bien los detalles, pero parece que el inútil de mi padre trabajaba subcontratado para su antigua organización. La organización le daba las órdenes, el inútil de mi padre iba a tal o cual lugar o fábrica a encargar estas falsificaciones «a estos precios y en estas cantidades, y que estén listos para este día». Cuando el pedido de falsificaciones estaba listo, el inútil de mi padre iba a recogerlo y pagaba de su propio bolsillo a la fábrica. Después, los productos se ponían a la venta a través de diversas rutas de distribución. El inútil de mi padre tenía que pagar un porcentaje determinado a la organización en concepto de cuota, tanto si las falsificaciones se vendían como si no. Por ejemplo, si la organización le pide que se fabriquen un total de cien bolsos falsificados, él los paga de su propio bolsillo a la fábrica, y si al intentar venderlos solo consigue colocar cincuenta, la organización no lo considera beneficio, sino falta de capacidad de venta por parte del inútil de mi padre, que estará obligado a pagar la cuota correspondiente a las cien unidades que le encargaron. Es un negocio ruinoso, se mire como se mire. Pero el inútil de mi padre no tenía elección posible. Primero pidió un préstamo y cuando tuvo algo de capital se instaló en el negocio de la venta de falsificaciones. La mayoría de las que le pedían eran de Versace.

Las falsificaciones, al igual que todo lo demás, están sujetas a la ley de marcas, así que la infringen. De todos modos, podemos mencionar principalmente dos sistemas de falsificación. Los periódicos y noticieros han puesto el foco en las falsificaciones que se conocen como «supercopias». Son falsificaciones muy difíciles de diferenciar del original incluso para un especialista; se hacen en Taiwán y Corea del Sur con unos materiales y un grado de detalle similares a los del original. El otro sistema consiste en hacer la marca o el logotipo de alguna maison, o algo lo más parecido posible al original, y ponerlo en copias de los productos de dicha maison e incluso en otros que esta no produce, pero que se podría pensar que, por diseño, encajan en ella. Es una forma especialmente barata de elaborar falsificaciones. El inútil de mi padre recurría a este último sistema, como no podría ser de otro modo. Las falsificaciones del primer sistema buscan por todos los medios parecerse al original, intentando venderse como si fueran el producto real. Para ello reproducen con fidelidad cosas como las etiquetas, las cajas o las instrucciones del original. Por el contrario, las falsificaciones del último tipo se venden de un modo chapucero a más no poder. De momento, con que el logo o la marca sean bien grandes, todo va bien. Después, todo vale.

Cuando el inútil de mi padre se familiarizó con el trabajo, se hizo unas placas donde ponía «Office Ryūgasaki (S.A.)» y las colocó en la puerta del apartamento y en el buzón (como no teníamos dinero, las letras iban escritas a mano, mira si es triste). Puso «S.A.», aunque no fuera una sociedad anónima, simplemente porque creía que quedaba bien. El inútil de mi padre no tenía ni idea de la diferencia entre una sociedad anónima y una sociedad limitada. El inútil de mi padre tenía la casa llena de falsificaciones que seguían metidas en sus cajas de cartón desde el día que se las entregaban. Al inútil de mi padre el trabajo le iba bien. Parece que el riesgo de no poder devolver los productos no vendidos y de tener que hacer frente a las pérdidas con su dinero se convirtió en una fuerza motora que le hizo tomarse el trabajo un poco en serio. Conseguía dar salida a los productos gracias a puestos orientados a extranjeros y tiendas que sabían que lo que vendían eran falsificaciones; pero parece que, a pesar de todo, era difícil que las vendieran todas. En esos casos, el inútil de mi padre cogía todo lo que no se había podido vender y se iba a la estación de Amagasaki, donde montaba un puesto ilegal para turistas.

«¡Versace! ¡Jerséis de la famosísima marca por solo dos mil yenes! ¡Esta cartera por cinco mil yenes! ¿Qué le parece, señorita? ¡Versace! ¡Si lo compra en la tienda oficial le cobrarán diez veces más! Me lo traen por canales de distribución alternativos, de ahí este precio. ¡Auténtico, importado de Francia!» El idiota de mi padre vendía sus propias falsificaciones de Versace completamente convencido de que era una maison francesa, sin saber que es italiana. A pesar de esta forma tan cutre de vender, como era barato la gente compraba. En cualquier ciudad menos en Amagasaki, si te pones a gritar cosas como: «¡Versace, importado de Francia!» la gente se va a reír en tu cara; pero en Amagasaki se acepta. Los habitantes de Amagasaki saben que Versace es importado, hasta ahí llegan, pero no les importa lo más mínimo si es una maison inglesa, francesa o italiana. Los de Amagasaki son muy abiertos. Aunque en el reverso del jersey hubiera bordado un inmenso logo de Versace, al fijarse con atención se podía leer «G. V. Eresace» en la etiqueta. Por si acaso, el inútil de mi padre tenía preparada una excusa muy pobre: «O sea, no es un producto de Versace, aunque se le parece mucho. Es de G. V. Eresace (¿cómo se leería? ¿ge-uve-eresache?». Por mucho que intentara utilizar semejante excusa, se trataba de un producto claramente ilegal, y aunque la policía no se movilizaba por cada pequeño caso de venta ilegal, si lo hicieran terminaría obviamente arrestado.

Mi madre desapareció súbitamente de casa cuando el inútil de mi padre estaba desesperado por vender la mercancía que le sobraba. Recuerdo la primavera en que comencé la escuela primaria. Poco antes había llegado con el correo una notificación de divorcio con el sello y firma de mi madre. Cuando el inútil de mi padre comenzó a decir: «¿Qué demonios es esto? ¿Una broma de mal gusto?», mi madre llamó por teléfono. El inútil de mi padre se puso a vociferar de manera muy amenazante por el auricular. Después de colgar, se volvió hacia mí y me dijo: «Tu madre se ha largado con otro hombre. Me ha soltado que no siente nada por mí y me ha pedido el divorcio. Resulta que tenía relaciones con ese hombre a mis espaldas desde hace unos siete años. Y ahora que ya estás en el colegio, parece que ha decidido divorciarse. Se supone que al otro le va bien en lo económico, es más rico que yo, tiene un buen trabajo, es un tipo con futuro y le da confianza. Y eso que el trabajo empezaba a ir como la seda… ¿Qué habrá salido mal? Dice que no soy capaz de darte una educación, así que quiere hacerse cargo de ti con su nuevo marido. La muy miserable quiere quitármelo todo». El inútil de mi padre, que antes me había parecido el dios Niō de la ira, me contaba ahora la conversación con un rostro y una voz penosos: «No puedo entender algo así, tan de repente. Pero ella lo tenía bien planeado desde hace mucho, así que seguro que no volverá. Y tú ¿qué vas a hacer? ¿Te irás a casa de tu madre? Se supone que el otro es médico. ¡Toma ya! Con un trabajo tan bueno, normal que tenga más dinero que yo».

¿Por qué no abandoné al inútil de mi padre en ese momento y me fui a vivir con mi madre? Incluso siendo una niña, sabía que el inútil de mi padre no se había convertido en inútil porque hubiera ocurrido alguna circunstancia especial. En este mundo algunos reciben el gen de la inutilidad, y no les queda más remedio que vivir y morir como personas inútiles. Era evidente. Estaba claro que si me quedaba cerca como su familia, seguramente me pasaría algo, así que lo mejor habría sido alejarme de él. La infelicidad es contagiosa. Cuando me preguntan si de niña sentía algo parecido al cariño o la cercanía hacia el inútil de mi padre como padre, lo paso muy mal. A ver, aunque pueda parecer una insensible, no creo sentir ningún tipo de añoranza familiar hacia este padre tan inútil. Así soy yo. «Me quedo contigo, papá». Indudablemente, no me salió por compasión. Desde que tengo uso de razón, hay una parte de mí muy fría, no sé por qué. Nunca me dejé llevar por las emociones y rara vez me veían derramar una lágrima. Si me enseñan imágenes de bandadas de pájaros cayendo muertos por culpa de la contaminación del aire, yo pienso: «¿Y qué?»; si veo que un compañero de clase está llorando porque se burlan de él por ser hijo de madre soltera, pues me molesta que se metan con alguien por semejante tontería, pero siento que el llorica también podría ser más valiente. Me he dado cuenta de que en ocasiones soy bastante inhumana, pero como esa es mi naturaleza, sería inútil intentar cambiarla. No tengo corazón.

Unos días después, mi madre fue al colegio a verme.

—Quiero que vengas para que tu mamá y tu nuevo papá podamos criarte juntos. Es por tu futuro, pero tu padre sigue en sus trece y se niega a entregarte. Si vives con ese personaje está claro como el agua que sufrirás y serás infeliz. —Yo era plenamente consciente de eso—. Aprecio de veras que seas tan buena y no quieras dejar solo a tu padre. Pero con ese hombre no se puede hacer nada. Cualquier cosa que haga se queda a medias, la suerte le abandonó desde el principio. Ese tipo de gente existe. Tu nuevo papá es una persona adorable, seguro que a ti también te lo parecerá. Ni se pone violento cuando bebe ni apuesta. Tiene un gran corazón y es amable con todo el mundo, sean como sean. Me sigue resultando un misterio por qué una persona como él se enamoró de mí, una mujer casada, con estudios de primaria y que trabajaba de señora de compañía. Y eso que tiene que haber montones de chicas con un historial mejor para él. Soy feliz, pero incluso ahora hay momentos en que dudo de si me estará engañando. Me da miedo que nos divorciemos. ¿Y si nada más divorciarnos me dice que todo era una broma para asegurarse de que yo iba en serio? Tal vez me abandone…

Por lo que me contaba mientras avanzaba en su historia, parece ser que este médico era concretamente el ginecólogo que se encargó de mi madre cuando me dio a luz. Durante el embarazo intentaron contener una inevitable atracción sentimental entre doctor y paciente, pero, un día, la atracción explotó. En el momento de dar a luz, tras llevar a mi madre a la sala de partos y subirla a la camilla, ella y su ginecólogo se quedaron solos durante un momento. Con la cara deformada por el dolor de las contracciones, la voz se alzaba desde los labios de mi madre: «¡Doctor…! ¡Doctor…!», y el doctor le cubrió la boca con sus labios. Mientras aguantaba el sufrimiento, mi madre rodeó los hombros del doctor con sus brazos para pedirle un beso más apasionado. Después de esto, los dos siguieron recorriendo, no sin complicaciones, la senda del adulterio.

—Ha tenido el detalle de esperar a que comenzaras el colegio para que nos casemos. Lo ha hecho pensando también en tus sentimientos. Quería casarse conmigo enseguida, pero tenía que cumplir mi obligación como madre y seguir viviendo con mi marido hasta que entraras en el colegio.

Como ginecólogo, este doctor me vio nacer de las partes íntimas de la mujer que amaba, un bebé que no era suyo y que parecía un mono horrible. Vamos, que presenció un espectáculo en cierto modo grotesco. Y aun así su amor no se apagó. Como ser humano, ese hombre estaba a otro nivel completamente distinto al inútil de mi padre. Sabía claramente que elegir esa nueva familia me resultaría beneficioso. Pero quería intentar vivir con el inútil de mi padre. Y es que, a pesar de que de ese modo me vería arrastrada a un montón de problemas, también habría un montón de risas. Parecía divertido.

—Espero que seas muy feliz con tu nuevo marido el doctor. Me alegra que él quiera que vivamos juntos, pero creo que no te sería favorable que, además de la experiencia del divorcio, tuvieras que llevarte una hija a tu nuevo matrimonio. Si mi padre se pone pesado y no quiere firmar el divorcio, ya me encargaré yo de convencerlo.

Como utilicé a propósito un estilo formal y un tono más adecuado para desconocidos, mi madre se puso a llorar:

—¿Y si después de todo no me divorcio? ¿Debería renunciar a casarme de nuevo? Me es imposible imaginar que podría vivir bien sola y separada de ti.

Contesté a mi madre, que no paraba de derramar lágrimas y de incomodarme con su llanto:

—Creo que el que va caminando por la montaña, descubre una veta de oro, no la explora y pasa de largo perdiendo la oportunidad que tenía delante de sus narices es un idiota. Cuando una oportunidad tan buena se presenta por casualidad ante tus ojos, pensar que es injusto habértela ganado sin hacer nada no significa que no tengas ambiciones. Hay gente que se acobarda de pronto ante una felicidad tan grande salida de la nada. Conseguir la felicidad exige más valor que soportar la infelicidad. Si encuentras algo importante para ti, aférrate a ello, defiéndelo hasta el final, aunque pierdas otras cosas en el camino. Muchas personas mueren sin haber encontrado algo realmente importante para ellas, ¿sabes? No te comportes como una niñata.

Tras estas palabras, le di la espalda a mi madre y comencé a caminar. Eran cosas muy fuertes para una niña de primaria, y encima hacia mi propia madre. Cómo molo, ¿verdad? Mientras recorría tranquilamente el camino de vuelta a casa, le daba vueltas en mi cabeza al discurso que acababa de hacer: «El “no te comportes como una niñata” del final fue muy efectivo, ¿a que sí? Como una frase decisiva de una serie de televisión. El sermón previo cobra vida con esa línea lapidaria al final. Pero decirla mientras llevo la mochila del colegio a la espalda… ¿será una imagen impactante?». Analizando las cosas que dije y cómo me había alejado de mi madre, seguramente me convertiría en una adulta inútil y desagradable. ¿Cómo se puede pensar que un ginecólogo normal se enamora de una paciente embarazada? ¿Y que le da el primer beso a una mujer tumbada en la camilla de la sala de partos, en medio del trajín de dar a luz? Es una situación imposible, se mire como se mire. ¿No? No entiendo en absoluto el amor entre adultos.

Sin lugar a dudas, la firma del divorcio causaría que el inútil de mi padre se derrumbara hasta en el trabajo y volviera alegremente a la bebida y al juego, algo propio de alguien como él. Pero lo infravaloré y, contra todo pronóstico, no salió a beber sin parar, sino que empezó a tomarse su trabajo muy en serio, qué digo en serio, con una energía e interés nunca vistos hasta entonces. Incluso comenzó a investigar con qué tipo de productos trabajaban otros falsificadores y a proponer a la organización que «como tal o cuál se venden tan bien, ¿por qué no los fabricamos nosotros también con nuestro logo de Versace?».

Las propuestas de mi padre eran absurdas: paipáis de Versace, pegatinas de Versace, estuches para lápices de Versace, almohadillas para hacer caligrafía de Versace… A pesar de que Versace no haría cosas así ni por error, el inútil de mi padre tanteaba a los de la organización diciéndoles que le dejaran fabricarlos, que se venderían muy bien. Aunque el inútil de mi padre decía que estaba investigando los productos de otros falsificadores, lo cierto es que no iba a investigar las tiendas de imitaciones de Louis Vuitton o Chanel, sino que estudiaba tiendas de imitaciones destinadas a menores de edad, donde pegaban a los productos fotografías de bandas de ídolos japoneses como los Johnny’s o las Morning Musume. Yo pensaba con mi mente infantil que no era una persona normal, que su forma de ver las cosas era más propia de una rana que de un ser humano. Las ideas del inútil de mi padre seguían adelante sin complicaciones (¡hasta los de la organización daban luz verde a esos proyectos!) y se empezaron a fabricar almohadillas para caligrafía y paipáis con «Versace» en letras doradas sobre fondo rojo.

«Es imposible que vendan nada, ¿quién lo comprará?», pensaba yo, observando con la boca cerrada. Pues parece que aun así se vendían bastante bien. Cuando empecé la secundaria, recuerdo ver cómo mis compañeros yankis de clase presumían de llevar los estuches y almohadillas para caligrafía de Versace que había ideado el inútil de mi padre, y por fin acepté que había nicho de mercado para eso. Aunque lo normal habría sido que presumiera descaradamente de que aquellas cosas que llevaban mis compañeros de clase habían sido idea suya, tristemente eran falsificaciones y no quería llevarme crédito por ello, así que, con un estado de ánimo más bien complicado, me limitaba a observar cómo los yankis de mis compañeros llevaban las falsificaciones de Versace. «¡Mira cómo mola este estuche! Es de marca, muy estiloso. Y muy caro, ¿eh? Es que es de Versace… ¡Hecho en Francia!» De vez en cuando oía cosas así. ¡Agh! El inútil de mi padre seguía creyendo que Versace era una marca francesa y la seguía colando en las tiendas como tal. Y ellos se lo tragaban y vendían a los consumidores un Versace hecho en Japón como si estuviera fabricado en Francia. Por culpa del inútil de mi padre, casi todo el mundo en Amagasaki cree erróneamente que Versace es una maison francesa. Me duele el alma solo de pensarlo. ¿Cómo es posible que nadie se haya dado cuenta? A nadie se le ocurre pensar: «¡Pero si Versace es italiana!». Me alucina que podáis ser tan ingenuos.

Pero dormirse en los laureles con tanta ingenuidad y seguir fabricando falsificaciones sin parar se termina volviendo en tu contra. Universal Studios Japan abrió sus puertas en Osaka cuando empecé el instituto. La gente de Osaka, y con ellos toda Kansai, estaba entusiasmada con el nacimiento en su ciudad de un parque de atracciones gigantesco que podía rivalizar con Disneyland Tokio (que en realidad estaba en Chiba). Empezaron a abrir a lo loco tiendas de sushi que preparaban sushi especial Tiburón y tiendas de dulces que vendían bollos E.T. al vapor. Comenzaron a aparecer de la nada comerciantes aprovechados con el objetivo de hacer su agosto, y hasta su septiembre, a costa de los clientes que venían a Universal Studios Japan. Por supuesto que ninguno de esos productos al vapor contaba con la autorización de Universal Studios, así que tanto el sushi como los bollos al vapor pueden interpretarse en un sentido amplio como falsificaciones. El inútil de mi padre, como importante veterano del negocio de los productos falsos y como jefe de Office Ryūgasaki, S.A., (que no era una sociedad anónima ni él era jefe, aunque en su tarjeta de visita figuraba el cargo de director ejecutivo. Además, cuando lo normal sería que el cargo apareciera en letras pequeñas, en la tarjeta del inútil de mi padre «director ejecutivo» estaba impreso con letras tan grandes como las de su nombre), no podía evitar tramar algo relacionado con Universal Studios Japan. Hizo encargos a la fábrica y puso a la venta gorras, camisetas de manga corta y sudaderas atrevidas, o tal vez sea mejor llamarlas irracionales, o absurdas, o tal vez surrealistas, que tenían impreso «Universal Studios Japan», y debajo el logo de la compañía, y además, debajo de este, el logo de Versace. ¿Por qué tiene que ponerle hasta el logo de Versace? Como si no fuera suficiente con falsificar la marca y el logo de Universal Studios… Parece que para el inútil de mi padre había una única regla de oro en los negocios: «Hagas lo que hagas, si metes el logo de Versace la venta está asegurada». No me cabe en la cabeza qué sensibilidad o buen gusto puede haber en eso. Para el inútil de mi padre, Versace era el logo mágico, todo lo que necesitaba para que un negocio fuera viento en popa (si es así, ¡por lo menos estudia un poco sobre Versace!).

Parece que los de la organización también estaban un poco desconcertados con esa idea de unir Versace con Universal Studios, y le decían: «¿No es suficiente ya con Universal Studios? ¿Crees que hace falta meter también Versace? O sea, es que Universal Studios y Versace no tienen nada que ver…», a lo que el inútil de mi padre contestaba envarado: «¡Para nada! Qué inocentes sois… Hoy en día, hasta el más inexperto puede hacer una falsificación que lleve la marca y el logo de Universal Studios. Esas simplezas no se venden. Yo llevo mucho tiempo dedicándome al negocio de la ropa. Por eso sé perfectamente qué será lo que más se llevará en el mundo de la moda. Ahora entre los jóvenes se lleva el co-branding. ¿Os suena? Claro que no… Co-branding. El co-branding consiste en que una marca famosa de calzado y una marca famosa de ropa sacan juntas un producto. También los grandes bancos se fusionan; el mundo está lleno de co-branding. Por eso quiero fabricar productos de co-branding entre Versace y Universal Studios. Serán un éxito seguro. A nadie se le ha ocurrido juntar Universal Studios con Versace, así que la novedad hará que los clientes se enganchen enseguida».

¿Dónde narices pudo el inútil de mi padre aprender una palabra como co-branding? ¡Ah! Tal vez la leyera a escondidas en Soen u otra de mis revistas de moda. De ninguna otra manera ha podido entrarle en la cabeza al inútil de mi padre una palabra como co-branding. Y encima va diciendo orgullosamente que se dedica al «negocio de la ropa». Es innegable que el inútil de mi padre trabaja con ropa, pero ¿definir lo que hace como «negocio de la ropa»? Y aún más, aunque presumiera de que a nadie se le había ocurrido una idea tan innovadora como hacer el co-branding de Universal Studios y Versace, es que era imposible que a nadie se le hubiera ocurrido semejante locura, semejante absurdez, ¿verdad? Es cierto que el co-branding llevaba llamando la atención desde hacía algún tiempo, con la colaboración entre Yohji Yamamoto y Adidas en unas deportivas con diseño de rosas, o con la marca BA-TSU, que produjo en masa y llevó a las tiendas los uniformes escolares que se utilizaban en la película Battle Royale. Pero estas son colaboraciones al mismo nivel entre creativos de maisons con talentos y áreas de trabajo diferentes que reconocen la labor de cada uno y tienen sentido: deciden sacar al mercado productos híbridos de alta calidad inexistentes hasta la fecha, mezclando las texturas y métodos de trabajo de ambas partes. Para nada se puede equiparar una fusión bancaria con el co-branding. En lugar de eso o de cualquier otra cosa, lo que el inútil de mi padre pretendía hacer ni tenía que ver con las grandes aspiraciones del co-branding ni respondía a las necesidades del mismo. Más bien iba en la línea de que quería probar comidas lujosas, en plan picotear sushi al tiempo que degusta un bistec. O crear la mujer definitiva cortándole la cabeza a Ayumi Hamasaki y pegándosela al cuerpo de una de las hermanas Kanō (a la que también le habría cortado la cabeza), y añadiéndole además la fuerza de Yū-chan, la judoca número uno. Un collage de puro mal gusto. ¡Espabila, padre inútil! Si mezclas sake Daiginjō con Don Perignon, no sabrá bien, y nadie dirá que es maravilloso. Tal vez la tripulación del acorazado espacial Yamato sería más fuerte si fueran los Gorangers, pero eso chirriaría de alguna manera.

Pese a todo, en Amagasaki esos productos de co-branding ultralujosos y completamente falsos se vendían como churros. No paraban de entrar más y más órdenes de pedido. Pero eso fue lo que puso al inútil de mi padre con el agua al cuello. Un día, el aniki que había ayudado al inútil de mi padre a encontrar trabajo tras su expulsión de la organización hizo una visita a Office Ryūgasaki (S.A.).

—Qué bien van los productos esos que combinan Universal Studios y Versace, ¿verdad?

—Todo gracias a usted.

—Pero verás, nos ha salido el tiro por la culata. Si los vendieras en secreto, no habría ningún problema. Sin embargo, y en contra de lo planeado, se están vendiendo demasiado. Y he aquí el problema. Universal Studios se ha enterado de alguna manera de que algún comerciante está utilizando sin permiso su marca para fabricar productos, y como además han averiguado que esos productos se están vendiendo bastante bien, quieren encontrar al fabricante. Yo tampoco sé mucho sobre la ley de marcas, pero parece que las empresas estadounidenses son muy estrictas al respecto. Si nos llevan a juicio por haber utilizado sin permiso su logo y su marca, nos demandarán con todas las de la ley y nos enfrentaríamos a una multa millonaria. Y, para colmo, estos productos también llevan el logo de Versace… Utilizar igualmente sin permiso el nombre de Versace añadiría más problemas durante el pleito con Universal Studios. Si esto sucede, nos caerían sanciones colosales por ambos lados. Si la cosa saliera mal, podríamos acabar en el trullo. Escúchame bien, nuestra organización no es la empresa matriz de la tuya ni nada por el estilo, porque no queremos de ninguna manera que nos hagan un registro en las oficinas por comerciar con productos falsificados. Quédate con el dinero que has sacado del co-branding. Desde mañana tienes prohibido seguir vendiendo. Y desaparece. Lárgate antes de que la policía o quien sea se ponga en marcha. Y cuídate de volver a las falsificaciones. Porque si lo haces, nos detendrán a todos juntos, a ti, a la organización, y a la empresa que nos hace los encargos.

Y ese fue el motivo por el que el inútil de mi padre y yo dejamos atrás Amagasaki y nos mudamos precipitadamente a Shimotsuma.

En Shimotsuma vivía la madre del inútil de mi padre, vamos, mi abuela. Mi abuela había pasado su vida de casada en Amagasaki, donde había dado a luz y criado al inútil de mi padre. Siguió viviendo ahí hasta poco después de que muriera su marido tras la boda del inútil de mi padre, y decidió volver sola a la casa familiar de su pueblo, Shimotsuma, porque sus padres estaban muy mayores y había oído que no podían encargarse ellos solos de trabajar el campo. Para el inútil de mi padre, su madre era la única persona con la que podía contar incondicionalmente en esa situación desesperada; para mí, simplemente era mi abuela. Mi abuela ya se había despedido de sus padres hacía años, y ahora subsistía con la pensión: llevaba una vida tranquila cultivando boniatos, cebolletas o nabos daikon en una huertecita de su jardín, y arrendando un arrozal de su propiedad a un conocido. Tenía una casa antigua de estilo japonés, amplia, con muchas habitaciones, una nevera gigante, una televisión con pantalla LCD… No sé por qué mi abuela tenía tantas cosas caras. La diferencia respecto al estilo de vida que llevábamos en nuestro viejo miniapartamento de Amagasaki, dejando de lado el precio del suelo y de las cosas, era abrumadora.

Hice un examen de admisión y me transfirieron a un instituto cerca de la estación de Shimotsuma. Pero como ya comenté anteriormente, desde la casa de mi abuela, que ahora era mi casa, hasta la estación había media hora andando (o veinte minutos corriendo, ¿eh?). A pesar de eso, era un trayecto normal para los compañeros que iban a ese instituto, lo que no quita que fuera terrible. Por eso se estableció un sistema en el que el autobús escolar pasa por el centro de Shimotsuma para ajustarse al inicio y al final de la jornada escolar, aunque si lo pierdes no te queda otra que hacer el recorrido al instituto andando. Y por eso los estudiantes del instituto de Shimotsuma tienen necesariamente bicicleta. Si pierdes el autobús escolar porque te has retrasado, no te queda otra que ir en bicicleta; y si no hay clase o es festivo y quieres llegar a la estación, tampoco te queda otra que utilizar una bicicleta. Además había un montón de indeseables, delincuentes juveniles y yankis que iban en moto, pero por lo general no las llevaban al recinto escolar porque la normativa del centro prohibía a los alumnos sacarse el carné de moto. Cerca del instituto había un pequeño templo sintoísta abandonado que nadie limpiaba y que no tenía ni sacerdote, y que los delincuentes juveniles utilizaban como aparcamiento. Mi abuela me hizo saber el día que me mudé que mi vida aquí sería muy incómoda si no compraba una bicicleta, pero no podía hacerme a la idea de montar en una. Es que soy una lolita. No hay nada raro en ir al instituto montada en bicicleta con el uniforme escolar, pero creo que va en contra de la disciplina de la lolita usar la bicicleta cuando no hay clase, o sea, cuando voy vestida como una.

Lo cierto es que tuve una bicicleta y también montaba en ella vestida de lolita, aunque era muy peligroso. Los encajes del miriñaque y la falda se enganchaban en la cadena y se ponían perdidos de grasa, y como no me hacía para nada con la distancia entre la planta del pie y el pedal al pisar con la plataforma de las Rocking Horse, me caía de bruces si frenaba de golpe o intentaba tomar una curva. Pero esos son solo los motivos superficiales que me hacían desconfiar de montar en bicicleta. La razón por la que no lo hago es que no hay ninguna a la venta que estimule mi alma femenina. Aunque sea tan práctica y necesaria para la vida cotidiana, no puedo comprar y poseer algo que no case con mi estética. Sí haría mía una bicicleta que fuera bonita y pegara completamente con el estilo lolita, como una de esas que estaban de moda en la época victoriana, con dos ruedas enormes a ambos lados del sillín y una pequeña colocada delante del volante; e incluso una de dos ruedas como esas que llaman biciclos, con la rueda delantera grotescamente grande y la trasera grotescamente pequeña, que sin duda no aprendería a montar porque sería superdifícil y me caería de lado, dándome de bruces contra un poste y sangrando a chorros por la nariz. Sin embargo, en el mundo actual ese tipo de bicicletas no se vende en ningún sitio. En todas las tiendas especializadas a las que he llamado preguntando si las tenían a la venta me contestaron que no, y que no hay fabricantes que las hagan. Probé a buscar en una página de internet y encontré unos cuantos vendedores. Tenían unos precios considerablemente elevados para ser bicicletas, pero aun así escribí preguntando por su condición. Todas las respuestas decían invariablemente que «la bicicleta es una antigüedad, en perfecto estado para ser usada como objeto de exposición, pero imposible de montar en la vida real». En una ocasión descubrí un sitio que fabricaba y vendía biciclos, pero estaba en Inglaterra, y naturalmente las explicaciones, el procedimiento de compra y demás estaban escritos en inglés, y con mi nivel del idioma me fue imposible completar la compra.

Por lo tanto, renuncié a montar en bicicleta. Todavía hoy voy caminando pasito a pasito hasta la estación de Shimotsuma por la triste carretera provincial atrapada entre campos, ¿qué digo campos?, arrozales, y, cuando piensas que se han acabado los arrozales, aparece de pronto un karaoke que se parece bastante a un contenedor y que tendría que estar abierto veinticuatro horas, pero cierra a las dos de la mañana, y un billar mal llamado Pool Bar que parece un centro comunitario, y cuando ya piensas que tal vez a partir de entonces empezarán a aparecer tiendas poco a poco, vuelve el paisaje lleno de arrozales de la triste carretera provincial 131. Camino paso a paso aferrándome a las siguientes palabras: «La belleza no puede ser práctica, el lujo es incómodo».

Kamikaze girls

Подняться наверх