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Introducción La agencia y su configuración en el plano de la política

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Alejandro Sánchez López de Mesa y Stephany Mercedes Vargas Rojas

Pese a que las preguntas sobre la agencia y su configuración en el plano de la política han sido usuales en el pensamiento filosófico y en la teoría política, sus presupuestos son ampliamente controvertidos y los marcos que intentan explicar por qué las personas actúan y razonan como lo hacen en referencia a restricciones, imperativos, instituciones o climas más amplios de pensamiento, opinión o ideas, resultan aún insuficientes. Según Ema (2004), la explicación sobre la acción dentro de la ciencia social se ha limitado, por un lado, a la discusión entre enfoques estructuralistas y funcionalistas que ubican al sujeto y su agencia como efecto de las estructuras y, por el otro, posiciones individualistas subjetivistas, que mantienen una concepción de los individuos como agentes autónomos, racionales y capaces de abstraerse de las estructuras.

Aunque a partir de los años 80, la reflexión en torno al concepto de agencia en las ciencias sociales se ha relacionado fuertemente con el desarrollo teórico de la noción de sujeto, la reflexión sobre la estructura y la agencia en la ciencia política a menudo se dejó indefinida o no especificada (Castillo, 2012; Coole, 2010). En tal sentido, lo que subyace a este reduccionismo, en particular en la ciencia política, es en últimas un descuido, una falta de atención y evasión, si se quiere, al debate metateórico sobre la relación ontológica y epistemológica entre estructura y agencia.

Ahora bien, no se trata únicamente de un déficit teórico, sino también de un déficit sobre el estudio de las transformaciones profundas de la agencia en la práctica contemporánea y en la misma cotidianidad, que no terminan de ser del todo identificadas (Marchetti, 2013; Hakli y Kallio, 2014); si bien se ha asumido que las actividades políticas son llevadas a cabo por agentes, las cuestiones de quién cuenta como agente, qué tipos de habilidades se consideran necesarias para la agencia y qué tan efectivos son los agentes para determinar los resultados políticos, todavía siguen siendo fuente de desacuerdo. Adicionalmente, al menos en la ciencia política, el tratamiento de la agencia sigue enraizada en imágenes de actores políticos convencionales como los partidos políticos tradicionales, la burocracia y el Estado, descuidando el estudio de nuevas formas de agencia que pueden emerger en las arenas públicas y en la misma praxis de la política.

Las insuficiencias mencionadas quizás se relacionen con las particularidades históricas de la institucionalización de la disciplina en la región. Valga indicar que la consolidación institucional de la ciencia política en América Latina no ha respondido a un proceso lineal; por el contrario, ha atravesado diversos debates respecto a su estatus e identidad, esto es, un desarrollo tardío y desigual comparado con Estados Unidos y Europa (Duque, 2014)1. Actualmente, la disciplina se encuentra aún en la búsqueda de enfoques innovadores y propios para el análisis de los problemas contemporáneos.

De un lado, según Serrano y Huertas-Hernández (2018), más que la agencia y los debates epistemológicos y ontológicos que permitirían explicarla, las temáticas predilectas de politólogos y politólogas en la región siguen siendo, primero, los partidos políticos, los procesos electorales y la democracia, lo cual da cuenta de la preferencia de los investigadores por los temas clásicos de la disciplina, como el análisis endógeno de las estructuras partidistas, las interacciones entre partidos, el comportamiento de los electores y la influencia de las reglas electorales sobre los resultados políticos. En segundo lugar, está el estudio de la estructura, funcionamiento e interacciones entre las ramas de poder público: las legislaturas, las cortes de justicia y el poder ejecutivo; y por último, están los trabajos sobre teoría política, donde se privilegian los autores clásicos del pensamiento político y su interpretación a la luz de los eventos contemporáneos, así como trabajos de políticas públicas.

Según lo anterior, la influencia de la vertiente europea en la formación académica de las primeras generaciones de politólogos de América Latina, explica el uso, aún predominante, de los enfoques sistémicos, derivados de la extensa obra de Sartori (2005), Easton (1965; 1999; 1997) o Rapoport (1997) (Bassabe –Serrano, 2018). En orden de preferencia, los enfoques sistémicos son sucedidos por enfoques neo institucionales, de elección racional y, por último, de una porción más reducida de teorías propias de los estudios de cultura política y otras perspectivas teóricas. Quizás en el intento por enfrentar la pregunta por la agencia y su significado, la disciplina ha optado por una salida común al recurrir a las teorías de la elección racional (TER), sin que con ello pueda reclamar la propiedad exclusiva de tal abordaje (Kiser, 1999). Autores como Motta (2017), han problematizado el aparente predominio de la TER, que alienta la complicidad de la ciencia política en la región con la reproducción de la lógica de la colonialidad, que deshumaniza la raza y el género del “otro” al que se le niega racionalidad, agencia y subjetividad política. Cualquier esfuerzo por polemizar entre ambas miradas exige problematizar cómo concebimos (o conciben) la relación entre estructura y agencia.

Así, esta obra trató de un esfuerzo por releer a algunos autores clásicos desde las áreas de investigación del colectivo de profesores del grupo de investigación Democracia, Estado e integración social (DEIS), del Departamento de Ciencia Jurídica y Política en el marco del proyecto de investigación “La acción pública: una mirada desde la experiencia de los problemas públicos” (020100645), financiado por la Pontificia Universidad Javeriana Cali (2019-2020). Cada uno, desde sus propias apuestas teóricas, intenta usar a Maurice Duverger, Giovanni Sartori, Norberto Bobbio, Hanna Arendt y Luc Boltanski para estudiar el comportamiento de agentes-actores-sujetos en distintos ámbitos; por lo tanto, este trabajo ofrece lecturas diversificadas. Algunos capítulos se concentran en presentar la obra de autores clásicos que han marcado la evolución de la ciencia política y las ciencias sociales, mientras otros establecen un diálogo entre los planteamientos de los pensadores con evoluciones posteriores e incluso contemporáneas de su obra, presentando reflexiones para el contexto colombiano.

Por su parte, la introducción, como texto que inaugura esta publicación colectiva, tiene por objeto exponer las características generales del debate meta teórico sobre la relación entre agencia y estructura, identificando su relevancia para los argumentos que desarrollan los autores de este volumen. Para ello, se comienza reconociendo los argumentos centrales de teorías codeterministas y las críticas formuladas por autores como Archer y Emirbayer, para después analizar tres estrategias a partir de las cuales los politólogos evitamos el debate metateórico y, en últimas, la necesidad de enmarcar nuestros análisis en una teoría que refleje la realidad del universo social: la estrategia del embudo y de la trayectoria dependiente, identificadas por Mahoney y Snyder (1999) en los estudios sobre cambio de régimen y la teoría de la agencia adoptada de la economía.

Las razones del agente. Aproximaciones al debate sobre la relación entre estructura y agencia

La existencia de mecanismos capaces de reproducir el orden político, con independencia de cualquier intervención deliberada, hace posible que se reconozca como políticas […] solo aquellas prácticas que tácitamente excluyen el control de los mecanismos de reproducción del área de la competencia legítima. Así, la ciencia social, al tomar como objeto la esfera de la política legítima (como lo hace la ciencia política en estos días) adopta un objeto pre construido que la realidad [el orden político] le impuso (Bourdieu, 1995, p. 189).

Según lo anterior, Bourdieu simultáneamente descubre el enmascaramiento de la política y cuestiona a la ciencia política por su incapacidad para reconocerlo. El verdadero ámbito de la política, donde se produce y reproduce el orden político, permanece fuera del alcance de los “politólogos de sus días”, limitados por su instrumental analítico a estudiar apenas aquel tipo de conducta dirigida a obtener o conservar poder, esto es, esa agencia que no afecta las estructuras que gobiernan las prácticas y sus representaciones.

Por lo tanto, la crítica sugiere la centralidad del interés por el agente en la ciencia política y subraya la falta de atención al debate metateórico sobre la relación ontológica y epistemológica entre estructura y agencia, el problema agente-estructura del que habla Imbroscio (1999, p. 45), y que se hace más complejo al hallarse vinculado a una red de dualidades de igual o más enigmático carácter, tales como mente/cuerpo, razón/ causas o sujeto/objeto (Fuchs, 2001, pp. 24-25). Intentar elaborar una respuesta al problema o siquiera reconstruir sistemáticamente algunas de las teorías que lo afrontan, como la teoría de la práctica de Bourdieu, supondría un esfuerzo que desborda el propósito de este capítulo introductorio.

Por otro lado, para evitar el riesgo del esencialismo al considerar la dualidad estructura/agente, Fuchs (2001) sugiere ubicarse en un segundo nivel de exploración y “observar cuando los observadores de primer orden utilizan bien la agencia o la estructura para dar cuenta de causas y resultados” (p. 31), dando sentido a fenómenos sociales. Sin embargo, un esfuerzo por leer cada capítulo de este libro desde la propuesta de Fuchs fracasaría, no solo porque sus autores renuncian a exponer los supuestos ontológicos que subyacen a sus explicaciones, sino además porque se trata de un análisis en el que intentan valorar la utilidad de autores clásicos de la disciplina para pensar problemas contemporáneos.

Por ello, tal como se mencionó anteriormente, a continuación se expondrán las características generales del debate metateórico sobre la relación entre agencia y estructura, al tiempo que identificamos su relevancia para los argumentos que desarrolla cada uno de los autores de este volumen. Esto permitirá exponer, en un segundo momento, las estrategias a partir de las cuales muchos politólogos evitamos este debate.

Agencia y estructura. Un vistazo al debate metateórico2

Hays (1994) reconoce que el valor dado a la libertad individual en occidente puede estimular el compromiso teórico, explícito o implícito, con la agencia (p. 59). Esta posición en el debate agente/estructura asocia los resultados en el mundo social con la conciencia, la voluntad y la reflexividad de un sujeto o sujetos, cuya acción es la realización de un propósito o un objetivo, a partir de un conocimiento empírico sobre el mundo (Fuchs, 2001, p. 26). Así, las miradas más voluntaristas sobreestiman el potencial creativo del actor y el carácter contingente de los resultados de su interacción, pese a que en las ciencias sociales existen complejos debates en torno a conceptos como el de “intención” (p. 27), central para estas explicaciones.

Por su parte, las aproximaciones estructuralistas ven la agencia como variable dependiente. La acción o el comportamiento se explican por sus vínculos con la estructura, entendida bien como la sociedad o la cultura como un todo, un conjunto de relaciones de varios niveles o una única institución (Pomper, 1996, p. 300). Un constructivismo de segundo orden permite reconstruir conceptualmente la voluntad como discrecionalidad en el desempeño de un rol o una posición; de esta manera, la intención deja de ser algo que el actor tiene y se vuelve una variable a estimar o medir, a medida que cambian las condiciones en las que se encuentra (Fuchs, 2001, p. 30).

Sin embargo, Hays (1994), nos advierte que el esfuerzo por vincular estructura y agente supone reconocer que las estructuras son creaciones humanas, esenciales para el empoderamiento y la comprensión del mundo al limitar y posibilitar la acción humana, y que existen en diferentes niveles o capas más y menos accesibles a la conciencia, durables y resistentes al cambio (pp. 61-62); por lo tanto, la agencia se distingue del comportamiento en cuanto pasa a concebirse como el ejercicio de creación o transformación de las estructuras. Así, teorías codeterministas como la de Giddens, Goffman, Berger y Luckmann, entre otros, señalan que las estructuras sociales existen y se mantienen a través de la interacción entre los individuos (Hays, 1994, p. 62), ontología que reconoce que las personas crean y recrean las estructuras en la cotidianidad, lo que enfatiza su carácter procesual y la condición dual de la agencia como estructuralmente reproductiva y estructuralmente transformadora (pp. 64-65).

Este carácter dual de la estructura (límite y condición de posibilidad de la acción humana) y la agencia (lugar de producción y reproducción de las estructuras) distingue a estas teorías (Dépelteau, 2008, p. 54). Tanto el concepto de estructuración de Giddens como la determinación recíproca entre estructuras estructuradas y estructurantes de Bourdieu, por ejemplo, constituyen esfuerzos por dar sentido a la determinación de agencia y estructura. Por su parte, para Dépelteau (2008), esta forma de explicar el universo social es consecuente con el esfuerzo moderno por conciliar la reflexividad individual con la explicación científica de los fenómenos sociales a partir de sus causas (p. 54). Sin embargo, planteada de esta forma, la codeterminación solo introduce el problema epistemológico; a juicio de Hays (1994), reconocer la imbricación mutua entre estructura y agencia exige un proceder al investigador:

Las preguntas relevantes que encaramos como investigadores incluyen la especificación de las características de las estructuras culturales y relacionales: su lógica, sistematicidad, los contextos en los que operan y la resiliencia de sus distintas capas o niveles. [Luego] podemos volver la atención a la pregunta por las condiciones culturales y relacionales bajo las cuales, así como los procesos culturales y relacionales a través de los cuales, la agencia ocurre (p. 71).

El sesgo en favor de la estructura resulta claro en la formula y, para algunos críticos, en los presupuestos de las teorías codeterministas, pues los agentes interactúan con estructuras que no crearon. Ante esto, Margaret Archer (como se citó en Dépelteau, 2008), cuestiona que en teorías como la de Giddens agencia y estructura sean mutuamente constitutivos, por lo que no pueden distinguirse y sus influencias recíprocas no logran precisarse en la investigación empírica. Además, a su juicio esta condición negaría la reflexividad autónoma que está en la base de la agencia: el actor solo puede pensar sobre algo y cambiarlo si lo puede concebir como externo, si es capaz de construir la diferencia entre sujeto y objeto.

Their [A. Giddens and P. Bourdieu] respective approaches to human practices generically preclude from disengaging the properties and powers of the practitioner from the Properties and Powers of the environment in which practices are conducted – and yet again this prevents analysis of their interplay. Instead we are confronted with amalgams of “practices which oscillate wildly between voluntarism and determinism, without our being able to specify the conditions under which agents have greater degrees of freedom or, conversely, work under a considerable stringency of constraints (Archer, como se citó en Dépelteau, 2008, p. 57).

En términos analíticos, las estructuras deben ser externas a las acciones porque las preceden; es decir, las estructuras no son reductibles a las personas y ellas no son títeres de las estructuras, en tanto tienen propiedades emergentes, lo que significa que las reproducen o las transforman (Bell, 2011, p. 899). Así, la relación entre estructura y agencia se asegura por la capacidad de los seres humanos para sostener conversaciones internas, reflexiones privadas sobre su situación y deseos que les permiten modificarse y modificar su entorno en forma reflexiva, imaginaria y genuinamente subjetiva. Estas conversaciones son el principio de los planes de acción en el mundo, con un significativo potencial transformador en tanto las estructuras solo ejercen un efecto a través de las actividades de las personas, por lo que no existen como entidades reificadas, más allá de la interacción social (p. 890).

El debate metateórico no se agota en la contraposición entre la defensa que hace Archer (2000) de la reflexividad individual y el principio de constitución recíproca de la agencia y la estructura propuesta por Giddens y otros. Un tercer enfoque, que Dépelteau llama Relacionismo, propone radicalizar (hasta dejar sin sentido), el principio de dualidad propuesto por las teorías codeterministas, aspirando a renunciar a cualquier distinción ontológica y epistemológica entre estructura y agencia (Dépelteau, 2008, p. 61), pues estas no existen en el universo social más que como artificios moldeados por el observador. De esta manera, Dépelteau insiste en que esta “teoría en desarrollo” nos propone entender el universo social como compuesto por transacciones entre actores sociales. Es decir, las estructuras no serían nada distinto a regularidades “que existen en tanto transacciones”, sino que son transacciones estables y continuas en un espacio específico, las cuales no preexisten a los actores. El hecho de que las transacciones se memoricen y reproduzcan no convierte a las estructuras en nada distinto; se buscaría así explicar los fenómenos sociales sin reconocer relaciones causales totales o parciales de la estructura a la acción (Dépelteau, 2008, p. 59).

Mientras en otros enfoques estructura y agencia tienen propiedades y poderes intrínsecos que limitan la agencia o afectan la estructura (ideologías, intereses, etc.), la mirada relacionista concibe que solo existen en las transacciones, de manera que los individuos hacen juicios prácticos y normativos sobre trayectorias de acción en respuesta a demandas, dilemas y ambigüedades de situaciones en permanente evolución; por lo tanto, “las propiedades del ego” (p. 63) existen únicamente como transacciones empíricas. Así, Dépelteau (2008) insiste en que no se ha se continuar debatiendo sobre las relaciones ontológicas y epistemológicas entre estructura y agencia, pues a su juicio se requieren herramientas sofisticadas para analizar cadenas de transacciones altamente complejas y hacer de ellas el objeto de una nueva sociología (p. 70).

El institucionalismo histórico y otras formas de evitar el debate metateórico

Mahoney y Snyder (1999), reconocen la pertinencia de la discusión sobre el uso de la estructura y la agencia como variables causales en los estudios sobre los cambios de régimen en la ciencia política. En su texto, analizan dos estrategias comunes a partir de las cuales los politólogos han intentado sintetizar e integrar variables de ambos ámbitos en la construcción de sus análisis; a la postre, ambas resultan formas limitadas de evadir la discusión metateórica.

La primera es la estrategia del embudo (The Funnel Strategy), donde el investigador construye un modelo de explicación causal en el que “variables de diferentes niveles de análisis son tratadas como vectores independientes con distintas fuerzas y direcciones” (p. 12); de esta manera, los factores estructurales y las diferentes agencias se conciben como efectos independientes sobre el desarrollo del proceso y se les incorpora con criterios disímiles. Las estructuras se conciben como externas al agente, por lo que no explican sus intereses ni su identidad y solo justifican parcialmente su comportamiento (p. 13). Para los autores, esto supone un sesgo voluntarista de la estrategia teórica.

Por otro lado, la segunda estrategia de síntesis es propia del institucionalismo histórico. El concepto de trayectoria dependiente (Path Dependance) es usado para intentar fusionar estructura y agencia, a partir de la construcción de un uso secuencial de las instituciones como variables dependientes e independientes. A juicio de los autores, el análisis descansa en un modelo evolucionista de causación que trata a las instituciones, creadas durante coyunturas críticas, como poseedoras de un “stock genético” que limita el rango de posibles trayectorias del cambio político (Mahoney y Snyder, 1999, p. 17).

Sumado a lo anterior, el institucionalismo histórico concibe a las instituciones como variable independiente que explica los resultados políticos en períodos de estabilidad y se convierten de pronto en variables dependientes al aparecer la crisis (Bell, 2011); las instituciones explican todo hasta que de repente ya no explican nada. Así, el componente faltante en el análisis es el que permite examinar la interacción cotidiana entre estructura y agencia, que el institucionalismo histórico reemplaza por la alternación de voluntarismo y determinismo, de forma que el analista de los procesos de cambio en los regímenes políticos se especializará en analizar las coyunturas e identificar sus legados institucionales3.

Mahoney y Snyder (1999) identifican que ambas estrategias tienden a privilegiar la agencia, en tanto no se soportan en bases conceptuales o teóricas, que permitan una adecuada integración entre la agencia y la estructura; ambos enfoques carecen de los microfundamentos requeridos para explicar el cambio histórico. Por un lado, Bell (2011) señala que se carece de una teoría para explicar el cambio, por lo que propone un nuevo tipo de institucionalismo histórico centrado en el agente (p. 896), mientras Mahoney y Snyder (1999) concluyen que en el problema metateórico agente-estructura se hayan las claves para superar las limitaciones de las estrategias planteadas; por lo tanto, destacan la importancia de reconocer los principios que Hays (1994) identifica como fundamentos del argumento codeterminista: las estructuras son creaciones humanas, objeto del quehacer reflexivo, que limitan y también hacen posible la acción humana; además, existen en diferentes niveles más o menos accesibles a la conciencia y la acción humana, durables y resistentes al cambio (pp. 61-62).

La teoría económica de la agencia como estrategia de evasión definitiva

La teoría económica de la agencia surgió a partir de los esfuerzos por estudiar la cooperación entre un actor (el principal) que delega en otro (agente) la realización de un trabajo o labor; por lo tanto, esta teoría intenta resolver […] el problema que surge cuando (a) los deseos o propósitos de principal y agente entran en conflicto y (b) es difícil o costoso para el principal verificar lo que efectivamente hace el agente (Eisenhardt, 1989, p. 58). De esta forma, la cooperación se torna costosa y aumenta el riesgo de incumplimiento.

La ubicuidad de este tipo de relaciones en la interacción humana, y particularmente en la política, ha sido un insumo fundamental en la construcción de hipótesis y modelos del comportamiento y la cooperación. En sus distintas versiones, la teoría económica de la agencia hace objeto de análisis a los acuerdos (contratos) de cooperación y presume el interés individual, la aversión al riesgo y la racionalidad situada de los actores, que no es más que su capacidad para establecer conexiones, medios y fines en contextos en los que la información es costosa. Por lo tanto, la teoría de la agencia ha sido muy útil para exponer dilemas en la cooperación como el riesgo moral (asociado a la falta de esfuerzo por parte del agente) y el riesgo de selección adversa (la representación errónea de las competencias del agente), así como las estrategias a partir de las que se les afronta.

Por su parte, Eisenhardt (1989) distingue entre la investigación principal-agente (desarrollada a partir de modelos formales), la cuidadosa construcción de los supuestos, la deducción lógica y prueba matemática de las proposiciones, y la teoría positivista de la agencia, interesada principalmente en la descripción empírica de las formas en que se resuelven los dilemas de la relación principal-agente en distintos entornos (p. 59-60). Ambas renuncian al debate ontológico y epistemológico estructura-agente y apelan al individualismo metodológico y la figura del contrato para caracterizar los intercambios entre principal y agente; de esta manera, el condicionamiento estructural no es considerado como determinante o parte integrante del componente creativo del comportamiento.

Pese a este desdén por el debate metateórico, la teoría ha sido utilizada más allá de la economía para construir hipótesis y analizar las formas en que intenta garantizar la cooperación en distintos contextos. Como lo documentan autores como Eisendhardt (1989), Shapiro (2005) o Kiser (1999), su uso implica relajar supuestos como el individualismo metodológico o la naturaleza diádica de los contratos. Así, la inclusión de organizaciones o redes como entramados en los que se sitúan principales y agentes y en los que, de hecho, ambos roles pueden desempeñarse simultáneamente, o donde existen historias compartidas que afectan los intercambios, solo enriqueció la mirada sobre un dilema omnipresente bajo la máscara de diferentes alias (Shapiro, 2005, p. 282).

Los dilemas que estudia la teoría de la agencia son usualmente interpelados por la ciencia política, en tanto esta se interesa especialmente por la delegación y el control del poder en distintos ámbitos. La distribución del riesgo entre principales y agentes es un asunto esencialmente político y se le ha pensado de cara a problemas tan disímiles como la relación entre políticos y electores, entre funcionarios elegidos y burócratas en las agencias estatales, entre ciudadanos y funcionarios, entre líderes y seguidores en organizaciones sociales y movimientos políticos o entre políticos y capitanes en las organizaciones que compiten por votos.

Pese al desdén con el que a veces se percibe la estilización de la interacción en los modelos matemáticos, lo cierto es que en ciencia política muchos análisis comparten sus supuestos. Por ejemplo, Kiser (1999) señala cómo incluso la construcción de los tipos weberianos de dominación podría leerse como un esfuerzo por modelar problemas de agencia en distintos contextos institucionales, en tanto cada uno supone conjuntos de estrategias específicas de reclutamiento, monitoreo y sanción, a partir de las cuales se piensan las relaciones entre el gobernante, sus gobernados y los funcionarios (p. 158). De esta forma, los supuestos de racionalidad4, individualismo metodológico y el uso de modelos abstractos5, así como los dilemas de riesgo moral y selección adversa son tematizados por este clásico de la sociología en la construcción de su teoría.

Sobre este libro

Aunque es evidente que este no es un libro sobre el debate agencia- estructura en ciencia política, es claro que la discusión sobre esta relación define los capítulos aquí presentes; sin embargo, lo hace sin tematizarla, ni convertirla en objeto de indagación. Ante esto, es posible, por ejemplo, sugerir que la discusión sobre el principio de legitimidad que proponen Arturo y Llano en su texto sobre Bobbio o aquella que desarrollan Llano y González en su exploración del ethos democrático a partir de Arendt, están necesariamente referidas a formas particulares de conceptualizar la relación entre estructura y agencia. A ambos subyace la pregunta por el tipo de cultura (la estructura) que exige el ejercicio democrático y por cómo la agencia puede transformar la violencia y convertirla en fundamento subyacente del ejercicio legítimo de la autoridad.

Por su parte, Sánchez y Palacios, al interesarse por las instituciones electorales y los sistemas de partidos interpelan, aunque tácitamente, el debate agente-estructura, así sea solo al pensar el impacto de estas instituciones (esas meso estructuras) en el comportamiento de políticos y electores. El texto de Palacios reta simultáneamente la mirada historiográfica que sospecha de la agencia y la mirada politológica, proclive a identificar los efectos causales de los sistemas electorales para explorar las oportunidades que ofrecen las nuevas reglas para innovar en las formas de organización del ejercicio político.

Finalmente, el texto de Vargas y Tovar, al investigar la cooperación entre expertos y actores del común en la construcción de los problemas públicos, interpela a un debate propuesto por Imbroscio (1999) acerca de la conexión entre la democracia y la forma en que se conceptualiza la relación entre estructura y agencia. Según este autor, el juicio determinista tiende a promover una menor sensibilidad democrática (responsiveness), en tanto asume que existen límites insalvables en el grado en el que los expertos pueden rendir cuentas y responder a las demandas de los ciudadanos. Como sugiere su texto, la cooperación demanda un sustrato teórico en el que se privilegie la agencia sobre los constreñimientos estructurales.

El modelo principal-agente desarrollado por la teoría económica de la agencia, evita el debate agente-estructura. Aun así, la teoría y los dilemas que propone al analizar la cooperación pueden ser utilizados para interpelar argumentos científicos, de forma similar a como es usado por Kiser (1999) para caracterizar la teoría weberiana. El modelo, al igual que el tipo ideal weberiano, permite revisar la terminología, valorar la construcción de distintas hipótesis o suscitar preguntas que alienten la indagación. En tal sentido, conviene demostrar su uso interpelando a los argumentos de los textos incluidos en este volumen, sin pretender exponerlos para ser sometidos a un juicio riguroso, sino para exponer los usos de una teoría. De esta forma, el diálogo atento compete al lector de cada pieza.

El texto de Vargas y Tovar permite utilizar el modelo principal-agente para interpelar, ya no el modelo weberiano (Kiser, 1999), sino las relaciones entre comunidades y agencias estatales. Kiser (1999) analiza la relación entre el gobernante y la burocracia, mientras que otro cuerpo de literatura ha analizado la relación entre votantes y funcionarios elegidos, utilizando la teoría económica de la agencia. Por su parte, Vargas y Tovar reconocen los fallos en ambos tipos de relaciones y optan por elaborar una propuesta que promueve el rol de los actores ordinarios, no expertos como un “principal subsidiario”, capaces de participar en la definición de los problemas públicos de los que se ocupan las políticas públicas, por medio de la actividad crítica. Ante esto, la propuesta desde la sociología pragmatista de Luc Boltanksi permite especular sobre las posibilidades que esto ofrece para la reducción del riesgo moral y la selección adversa. Una cuidadosa consideración de los distintos tipos de relaciones principal-agente y los distintos roles como principales y agente que burócratas y actores del común asumen en su interacción, podría ayudar a apreciar las distintas dificultades que subyacen a los intentos de unos y otros por cooperar.

Por otro lado, Palacios se pregunta por los entramados de relaciones y sociabilidades que soportan los ejercicios político electorales en la Colombia del siglo XIX, cuestionando a Duverger. Su texto toma clara distancia de la mirada propuesta por la teoría económica de la agencia al preguntarse por las organizaciones en las que tales roles se desempeñan; sin embargo, la teoría permite al menos dos preguntas sugerentes:

¿actuaban los candidatos en calidad de principales o agentes, tanto al aprobar la legislación como al actuar con miras a conseguir votos? Aunque es fácil el interés de la autora por indicar el potencial de la norma, quizás conviene señalar que olvida que este importa allí donde sea aplicada. Al pensar su argumento desde el dilema principal-agente, podemos preguntarnos cuál era el rol de los funcionarios encargados de implementar esas normas electorales y si al hacerlo actuaban en calidad de agentes: ¿quién era el principal?

Por su parte, Sánchez tampoco interpela explícitamente el dilema principal- agente. Su trabajo sobre la hiperfragmentación partidista y los usos de Sartori para su estudio, permite reconocer el complejo entramado estructural en el que las relaciones principal- agente se configuran. ¿Los distintos tipos de organizaciones se corresponderían con distintas maneras de resolver la relación entre unos y otros? ¿Aumenta en unos y otros el riesgo moral? Ambas son preguntas que podrían sugerir futuros cauces de pesquisa.

Siguiendo con el texto de Arturo y Llano, se problematiza la naturaleza del dominio y la relación entre derecho y política a la luz de Bobbio. Si suponemos al gobernante como principal y a la burocracia como su agente, como lo propone Kiser (1999), la teoría principal-agente nos permite reconocer el uso de la norma para prevenir el abuso egoísta (por exceso o defecto) del funcionario; así, si se asume que el gobernante es agente de los ciudadanos, como sucede en ocasiones en las democracias representativas, se entendería que la norma sirve igualmente para reducir el riesgo moral, obteniendo un criterio para valorarla.

Finalmente, Llano y González logran reconstruir un imperativo en la norma para la convivencia democrática, un ethos no violento requerido para el encuentro democrático entre principal y agente propuesto por Arendt. En este sentido, la cultura podría ser vista a la luz de su texto como el principal recurso en la reducción del riesgo moral, vis a vis con incentivos organizativos de distinto tipo, reflexión especialmente pertinente en un país en guerra.

De esta manera, los autores de esta obra hacen un llamado vehemente a reconocer la vitalidad de los autores escogidos para el análisis politológico. Se espera que estos textos contribuyan a enriquecer el debate acerca de la necesidad de desarrollar perspectivas de análisis sobre la agencia adaptadas a nuestros contextos.

La práctica política y sus agentes

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