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INTRODUCCIÓN GENERAL

Era grande de cuerpo y de talla, de tez morena, aspecto de campesino... Y así aparece en el retrato, probablemente fidedigno, del mosaico de Hadrumetum, joya en nuestros días del Museo del Bardo, en Túnez: los cabellos cortos, la toga llevada con desmaño, las sandalias poco ajustadas a sus pies de rústico. Está sentado entre dos musas, Calíope, musa de la poesía épica y Melpómene, de la tragedia; tiene sobre sus rodillas un volumen abierto por este verso Musa mihi causas memora ..., el octavo de la Eneida . Es Virgilio. Su nombre llena la historia de Occidente.

FUENTES PARA LA RECONSTRUCCIÓN DE LA VIDA DE VIRGILIO

Para reconstruir la vida de Virgilio contamos fundamentalmente con tres tipos de materiales: testimonios autobiográficos, extraídos de las obras del propio Virgilio, testimonios de los autores contemporáneos o inmediatamente posteriores y, naturalmente, las biografías antiguas de Virgilio, las Vitae Vergilianae .

Testimonios autobiográficos

Si aceptamos, como hacen la mayor parte de los críticos, la autenticidad de las composiciones Catalepton V y VIII de la Appendix Vergiliana , tenemos en ellas las más antiguas referencias de Virgilio a su propia vida. En el primer caso se trata de su despedida de la retórica, cuando está a punto de emprender el camino de la filosofía de mano del epicúreo Sirón; en el segundo el poeta, instalado en la modesta villa de Sirón, expresa sus votos de que ella sea nuevo hogar para su familia, si es que ésta ha de abandonar Mantua y Cremona. Ambos testimonios apuntan a la situación de la familia de Virgilio poco después de la batalla de Filipos, origen de la confiscación de tierras que la afectó, por tanto entre los años 42 y 41 a. C.

Es en las Bucólicas donde encontramos la mayor parte de las referencias de Virgilio a sus propias vicisitudes. Aunque no aceptemos la posición de quienes buscan en ellas las claves concretas de los episodios de la confiscación que sufrió la familia de Virgilio, ni la de quienes han creído descubrir tras cada uno de sus personajes a otro concreto de su época, no cabe duda de que en las piezas I y IX de la colección encontramos los ecos de la angustia, la esperanza, primero, y luego la desolación del desposeído Virgilio; por otra parte, algunos de los poderosos de su tiempo, así como amigos de Virgilio y poetas de su entorno, están o expresamente presentes o claramente aludidos en bastantes lugares de las Bucólicas . Asinio Polión, a cuyo consulado en el año 40 se refiere la cuarta, aparece como impulsor de la poesía virgiliana en la tercera (vv. 84 y ss.) y como vencedor de la guerra ilírica (en el año 39) en la octava (vv. 6 y ss.); Alfeno Varo, cónsul en el año 39, aparece en la novena en términos que muestran que en él está depositada la esperanza de Virgilio (Ec . IX 27) en un momento en que sobre sus tierras ronda el fantasma de la confiscación y, por tanto, en torno al año 41; a Varo también va dedicada la sexta (Ec . VI 6 y ss.). Vario Rufo y Helvio Cinna son poetas alabados en la novena (v. 35), mientras que unos tales Bavio y Mevio son citados como malos poetas en la tercera (v. 90). En fin, Cornelio Galo llena con su problemática presencia la última Bucólica y es posible que sean sus temas poéticos los mencionados en unos célebres versos de la sexta (vv. 64 y ss.).

El final de las Geórgicas es uno de los lugares en donde Virgilio se refiere a sí mismo de la manera más explícita y, al mismo tiempo, poética. Allí afirma haberlas escrito en Nápoles mientras el César (es decir, Octavio) guerreaba en el Asia (en el año 30) y recuerda el tiempo en que bajo el nombre de Títiro cantaba desocupado las Bucólicas (G . IV 559-566). Las referencias a Tarento (G . II 197, y IV 125-148) y a Mantua (II 198 y s.), la invocación a Mecenas al principio de cada libro, a Octavio como nuevo dios (I 24-42, 503-504) o como vencedor en los confines del Asia (II 170-172, cf. supra) , la intención expresada por Virgilio, al inicio del libro III, de cantarlo en un nuevo poema, igual que antes había declarado cómo emprendía las propias Geórgicas (II 173-176), deben ser tenidas en cuenta a la hora de reconstruir la biografía de Virgilio. La intención de la Eneida y su mismo tono no la hacen apta para la referencia autobiográfica que, no obstante, tendría un lugar preeminente al comienzo mismo del poema, si fueran auténticos —lo que generalmente no se acepta— los famosos versos Ille ego qui quondam ... 1 , en los que Virgilio, tras referirse a sí mismo como cantor de las Bucólicas y las Geórgicas , anunciaba que iba a cantar un poema épico. Servio, el famoso comentarista de Virgilio, afirma, en efecto, que esos versos comenzaban la Eneida de Virgilio y que fueron Vario y Tuca, los editores del poema, quienes los suprimieron.

Testimonios de los autores coetáneos y posteriores

Se trata de algunas composiciones de Horacio, Propercio y Ovidio, así como de fragmentos de Mecenas, de Julio Montano, de Gayo Meliso, de Séneca el Viejo y, posteriormente, de Lucano, Estacio, Marcial, Plinio el Joven y Tácito, que ofrecen datos sobre la vida y, a veces, sobre dichos de Virgilio 2 . Una gran parte de estos testimonios —y de ahí su importancia específica— proceden de obras escritas en los dos primeros siglos de nuestra era, pero que no han llegado hasta nosotros. En algunos casos su documentación era especialmente buena, como aquella que ofrecía el «Libro de los amigos de Virgilio», si es que como tal se recogieron las opiniones de Vario y Tuca, los editores de la Eneida por mandato de Augusto, y lo que ellos y otros amigos de Virgilio escribieron contra los obtrectatores Vergilii , los «detractores de Virgilio»; o como la que ofrecían los libros de Higino, el bibliotecario de Augusto, quien tuvo sin duda acceso a documentos tan importantes como el testamento del poeta; o como la que manejaron los primeros comentaristas y estudiosos de Virgilio, Asconio Pediano, Emilio Aspro, Flavio Capo y, sobre todo, el famoso gramático Marco Valerio Probo 3 . Todos ellos tuvieron que conocer, además, los escritos de los mencionados detractores o enemigos de Virgilio, como Carvilio Píctor, Herenio, Perilio Faustino, quien realizó la lista de los «plagios» de Virgilio, o Quinto Octavio Avito, quien dedicó ocho volúmenes a «denunciar» los préstamos de Virgilio y su lugar de procedencia. Para nuestro propósito será suficiente mencionar algunos de los lugares donde los escritores contemporáneos del poeta lo recuerdan o traen a colación sus opiniones, así la Sátira I 5 de Horacio, en la cual se narra el viaje que emprende con Mecenas hacia Brindis, donde iba a celebrarse una crucial entrevista entre Octavio y Marco Antonio (en el 37 a. C.): en Sinuesa se les unieron Plocio Tuca, Vario y Virgilio, animae qualis neque candidiores / terra tulit neque quis me sit deuinctior alter (HOR ., Sat . I 5, 41 y s.); en Capua hacen un alto los amigos y mientras Mecenas se ejercita en el juego de pelota, se van a dormir Horacio y Virgilio, perezoso el primero y delicado del estómago el segundo 4 . En la oda tercera del primer libro —publicado en el año 23 a. C.— se nos habla de un viaje de Virgilio a Atenas y en la vigésimo cuarta del mismo libro Virgilio aparece asociado a Horacio en el dolor por la muerte de su común amigo Quintilio. Propercio anuncia la inminente aparición de la Eneida en versos justamente famosos: Cedite Romani scriptores cedite Grai: / nescio quid maius nascitur Iliade (PROP ., II 34, 65 y s.) 5 , pero el pasaje tiene aún mayor interés biográfico por sus detalladas referencias a las Bucólicas (vv. 67-80). Quizá el punto final más adecuado para esta sección sea el famoso testimonio de Ovidio, cuando en su autobiografía nos dice que a Virgilio sólo lo pudo conocer de vista: Vergilium uidi tantum (Ov., Trist . IV 10, 51).

En los autores postaugústeos el inventario de los testimonios sobre la vida de Virgilio se enlaza ya con la descripción de la pervivencia del poeta, es decir, con el inicio de un tema inmenso y todavía abierto. Nos limitaremos, por tanto, a seleccionar algunos del siglo posterior a la muerte de Virgilio. Plinio el Viejo (VII 114) nos da un testimonio precioso sobre el controvertido tema de las disposiciones testamentarias de Virgilio respecto a la Eneida: según este autor, Augusto mandó que se publicara contra el expreso deseo de Virgilio, que quería que se quemara. Séneca el Viejo (Controu . III 8) nos transmite que Virgilio perdía su buen estilo en la expresión en prosa 6 . Entre las referencias a Virgilio que contiene la obra de Marcial debe destacarse el pequeño esbozo biográfico que nos da en VIII 56, 5-20. Tácito (o quien escribiera el «Diálogo de los oradores») nos refiere una anécdota que pone de relieve la extraordinaria fama y admiración que Virgilio ya despertara en vida: el público que asistía en el teatro a una recitación de versos de Virgilio en la que él mismo estaba presente, poniéndose en pie, le tributó honores como los que se rendían a Augusto (Dial. de or . 13).

Con lo que llevamos dicho se agota prácticamente todo lo que sabemos de Virgilio fuera de lo que nos dicen sus biografías «canónicas», las Vitae Vergilianae . Como veremos en seguida, los múltiples datos, anécdotas y opiniones que ellas nos transmiten deben ser sometidos a caución y en ese trabajo la confrontación con lo que sabemos de Virgilio por testimonio de quienes lo conocieron o de quienes recogieron las opiniones de estos últimos es, a menudo, decisiva.

«Vitae Vergilianae »

Ha llegado hasta nosotros una gran cantidad de manuscritos que contienen biografías de Virgilio. Se trata de textos generalmente antepuestos a escolios o comentarios de las obras virgilianas y que, precisamente por su estrecha vinculación con ellos, se han visto sometidos a las vicisitudes típicas de la transmisión de la literatura filológicoescolástica 7 . Los eruditos y gramáticos que comentaban y enseñaban a Virgilio copiaban, interpolaban, resumían y, en general, elaboraban el material de sus fuentes. La investigación filológica ha intentado desde hace más de un siglo 8 establecer las relaciones de dependencia entre la masa de Vitae transmitidas para aislar aquellas que pueden considerarse primarias u originarias, de las cuales derivan todas las demás. Sólo a partir de ese momento se puede proceder a la crítica del contenido de esos datos y determinar su valor para reconstruir la biografía de Virgilio. De acuerdo con K. Bayer 9 las Vidas originarias son las siguientes:

— la Vida de Suetonio-Donato (Vita Suetonii uulgo Donatiana = VSD) ,

— la Vida de Servio (Vita Seruii = VS) ,

— la Vida atribuida a Probo (Vita Probiana = VP) ,

— la Vida de Berna (Vita Bernensis o Libellus-Vita = VB I) 10 .

Como hemos dicho, en estas vidas originarias se contiene el grueso de las fuentes con las que se reconstruye la biografía de Virgilio. De ellas ha podido afirmar K. Bayer que «contienen al máximo material auténtico, sin que eso signifique, sin embargo, que cada detalle merezca garantía» 11 .

El resto de las Vitae no necesita ser considerado a nuestro propósito, pues dependen abiertamente de la VSD , cuyos datos copian, trivializan, resumen o amplifican. Haremos, no obstante, una excepción con la Vida de Focas (Vita Focae = VF) y con los fragmentos de la Crónica de San Jerónimo que se refieren a Virgilio (Excerpta Sancti Hieronymi o Vita Hieronymiana = VH) , que suelen ser incluidos entre las Vitae antiquae 12 . Hay, finalmente, un amplio grupo de Vidas, como las llamadas Noricense, Monacense, Gudianas, etc., conservadas en manuscritos de los siglos IX y X , cuyos datos entran de lleno en el reino de lo gratuito y lo maravilloso y que interesan en realidad mucho más a la leyenda que a la biografía de Virgilio 13 . Demos ahora una breve ojeada a las Vitae Vergilianae que vamos a utilizar:

VSD . — Elio Donato, gramático romano del siglo IV d. C. y maestro de San Jerónimo 14 , escribió un comentario a Virgilio del que han llegado hasta nosotros tres partes: una carta en la que dedica su obra a un desconocido L. Munacio, la Vita Vergilii que estaba al frente del comentario, y la Praefatio a las Bucólicas 15 . Ahora bien, E. Donato no es en realidad el autor de la Vita Vergilii; lo que él hizo fue utilizar la biografía correspondiente a Virgilio del De poetis de C. Suetonio, una colección de biografías literarias, partes de la cual han llegado hasta nosotros por tradición indirecta, como las Vidas de Lucano, de Horacio y de Terencio, esta última puesta también por Donato al inicio de su comentario a Terencio 16 . Ocurre, sin embargo, que, mientras que en el caso de la Vida de Terencio, Donato declara haberla copiado directamente de Suetonio, para la Vida de Virgilio no contamos con ninguna declaración explícita 17 . Esto ha abierto un complejo problema crítico, el de discernir hasta dónde llega, si es que la hubo, la interpolación de Donato sobre el texto suetoniano, problema del que no podemos zafarnos del todo cuando intentamos reconstruir la biografía de Virgilio: es evidente que los datos de Suetonio merecen, en principio, mayor crédito que las elaboraciones posteriores de Donato. El problema ha merecido una bibliografía importante y controvertida, incluso polémica, que ha servido por lo menos para que actualmente podamos sentirnos moderadamente optimistas sobre la paternidad suetoniana de la Vida 18 . La pregunta sobre la fiabilidad de la Vita se convierte ahora virtualmente en la pregunta sobre el tipo y calidad de las fuentes que utilizaba Suetonio 19 . Una gran parte de ellas son las mismas que anteriormente hemos clasificado como testimonios autobiográficos o de otros autores coetáneos o posteriores. Así en la VSD aparecen citas de lugares virgilianos —de las obras canónicas y de la Appendix — utilizados con fines biográficos, así como se registran manifestaciones del propio Virgilio que Suetonio pudo leer en escritos como el «Libro de los amigos» 20 o el que Asconio Pediano escribió contra los detractores de Virgilio 21 , ambos ya mencionados anteriormente. Igualmente se saca provecho de pasajes de otros autores, como el lugar properciano arriba citado, o se les nombra expresamente como fuentes de una afirmación, como se hace con Plocia Hieria y Asconio Pediano (VSD 10), con Meliso (VSD 16), con Séneca el Viejo y Julio Montano (VSD 29), con Eros, liberto de Virgilio (VSD 34), y con el gramático Niso (VSD 42). Pero al lado de estas fuentes tradicionales hay otras de interés excepcional y que revelan la mano de Suetonio, a saber, cuando el texto de VSD supone el acceso a un documento original: así ocurre con VSD 31, donde se copia una carta de Augusto, y con VSD 37, donde la precisión de la terminología revela la consulta del testamento de Virgilio. Suetonio, como secretario de Adriano, tuvo a su disposición los archivos de Estado, de los que sin duda hizo uso aquí y, sobre todo, en muchos pasajes del libro sobre los doce césares. Por lo que hace al resto de las noticias contenidas en la VSD , o proceden de fuentes anónimas introducidas por expresiones del tipo ferunt, uulgatum est, constat, traditur, fertur , o están expresadas de forma categórica, constituyendo el entramado de la Vita . Por lo que se refiere a las primeras, ya se ha dicho 22 que en algunos casos aquellas expresiones encubren una buena fuente, generalmente el «Libro de los amigos de Virgilio», y no hay motivos para desconfiar de Suetonio en los casos en que esto no se puede probar. Para las noticias que VSD da en forma categórica puede mantenerse esta misma opinión, siempre que se introduzca una reserva: la que se refiere a datos que puedan proceder de la interpretación alegórica de la obra de Virgilio 23 . El alcance de esta interpretación en la composición de la VSD fue excesivamente valorado por E. Diehl 24 y limitado luego por Büchner a tres pasajes de la Vita: la noticia de los amores de Virgilio por los esclavos Cebete y Alejandro, «a quien llama Alexis en la segunda égloga de las Bucólicas» (VSD 9); la de la muerte del hermano de Virgilio, Flaco, que el poeta «llora bajo el nombre de Dafnis» (VSD 14), es decir en la quinta bucólica, y la noticia del riesgo de muerte que corrió Virgilio a manos de un veterano (VSD 20), la cual es posible —pero no verosímil, como dice Büchner— que se haya derivado de una exégesis per allegoriam de la novena bucólica 25 . En definitiva el análisis de las fuentes de VSD nos permite una valoración moderadamente positiva: no hay motivos para desconfiar de que los datos existentes sobre la vida de Virgilio hayan sido honradamente reflejados. Cosa distinta —y absolutamente irremediable— es la deformación que aquellos datos hubieran podido sufrir cuando —casi un siglo después de la muerte del biografiado— se empezó a recogerlos para confeccionar una Vida de Virgilio 26 .

VS . — El gramático Servio, nacido hacia el 370 y quizá discípulo de Elio Donato, es el autor del más importante comentario a Virgilio que se nos ha conservado 27 . En él e inmediatamente antes del comentario a la Eneida —y no, como es habitual, antes del comentario a las Bucólicas — aparece una Vida de Virgilio que sigue claramente la VSD , pero que es mucho más breve 28 . Precisamente por la manera compendiada en que aparecen los datos se ha defendido que la Vita tal como ha llegado hasta nosotros sea producto de una mutilación de la original 29 , o de una redacción abreviada y bien elaborada de ella en la que quedarían rastros de buenas fuentes pre-suetonianas, con lo que la VS sería testimonio de una tradición independiente del filón suetonio-donatiano 30 . En realidad la especial formulación de la VS se explica como resultado de la manera de componer de Servio, sin que sea necesario buscar fuente alguna fuera de VSD 31 . Las diferencias de VS con respecto a VSD son mínimas —VS da el nombre del padre y de la madre de Virgilio: patre Vergilio matre Magia; VS ofrece una versión más detallada de la confiscación; etc.— y se dejan explicar como interpolaciones de Servio 32 .

VP . — Los manuscritos que nos transmiten la VP la atribuyen a marco Valerio Probo, el famoso gramático del s. I d. C., quien editó y comentó el texto de Virgilio 33 . Aunque esta atribución no careció de partidarios 34 , hoy en día nadie duda de que la VP en el estado en que se nos ha conservado remonta su composición al siglo V o VI . Cosa distinta es si la fuente de su información puede ser antigua y valiosa, como defendió K. Büchner, para quien con Probo y Servio estamos ante un filón independiente de la tradición suetonio-donatiana y que se remonta a buenas fuentes presuetonianas 35 . Pero tampoco eso puede ser aceptado al haberse demostrado que la VP depende de VSD y VS 36 y, para algún dato, de una fuente tan indiscutiblemente tardía como la VF 37 . Un lugar de la VP , no obstante, ha causado la polémica entre los estudiosos de la biografía de Virgilio. Se trata de la mención de la distancia de Andes, el lugar natal del poeta, a Mantua: milia passuum XXX , según la tradición manuscrita, lo que coloca a la VP en oposición al resto de la tradición biográfica virgiliana, unánimemente de acuerdo en señalar que esta distancia era muy corta; milia passuum III , si se acepta la corrección más extendida, lo que resuelve de un plumazo todo el problema, sobre el que más tarde volveremos 38 .

VB I . — Esta cortísima Vita —dieciséis líneas en la edición de K. Bayer 39 — aparece sin atribución de autor en la tradición manuscrita y no menciona fuente alguna para las noticias que contiene. Sin embargo, alguna de ellas es desconocida por el filón suetonio-donatiano, así la dignidad de eques romanus atribuida al padre de Virgilio, la mención de Augusto como condiscípulo de Virgilio bajo el maestro Epidio y la exégesis alegórica del verso sexto de la primera bucólica: Deus nobis haec otia fecit .

VF y VH . — El gramático Focas —cuya vida se data en el siglo V — escribió una Vita Vergilii que destaca entre las demás por su peculiar forma, puesto que está escrita en hexámetros, y que interesa sobre todo como testimonio de la admiración ilimitada por Virgilio que está en la base de las leyendas virgilianas 40 .

En el prefacio de su traducción al latín de la Crónica de Eusebio, San Jerónimo afirma haberla completado con noticias extraídas de Suetonio 41 . Las referidas a Virgilio se suelen reunir en una plausible Vita Hieronymiana 42 , cuyo interés radica en el método de trabajo de San Jerónimo, quien se veía obligado a distribuir los datos por olimpíadas, según su modelo griego 43 , y en la posible influencia de Donato, maestro de San Jerónimo, que explica divergencias con respecto a la fuente suetoniana 44 .

¿Qué sabemos de Virgilio?

En realidad, muy poco. Esta respuesta podría parecer extraña si nos hemos dejado impresionar por la larga relación de fuentes que acabamos de hacer. Pero si las encaramos con la crítica que exige hoy la historiografía, si no aceptamos los datos que nos proporcionan hasta no haberlos sometido a lo que hoy entendemos por el control de la investigación científica, sólo algunos de esos datos se filtrarán por el cedazo del rigor. Sucede, como es sabido, que la biografía era para los antiguos literatura y, como tal, concebida con una finalidad estética y sometida a las convenciones del género literario. Sólo dentro de los límites impuestos por esta doble condición había lugar para la investigación de fuentes y su organización en un discurso histórico. Eso explica que los virgilianistas hayan hecho suya con frecuencia la pregunta que encabeza estas líneas. Recordemos aquí dos ocasiones en que eso ha ocurrido con carácter emblemático: en pleno auge del interés por Virgilio y lo virgiliano, cuando estaba celebrándose el bimilenario del nacimiento del poeta, Tenney Frank se preguntaba «What do we know about Vergil?» 45 y, muy recientemente, al socaire del no menos celebrado bimilenario de su muerte, era Heinrich Naumann quien se hacía la pregunta: «Was wissen wir von Vergils Leben?» 46 . Frank había sido bastante cruel con Donato al publicar, unos años antes, su famosa biografía de Virgilio: «La crítica, en efecto —escribía en cabeza de su libro—, ha tratado con dureza la Vida de Virgilio de Donato. Se ha demostrado que la magra Vita es un conglomerado de unos pocos hechos casuales fraguados con una masa de conjeturas tardías derivadas de una pretendida interpretación literal de las Églogas , a las que se agregó, durante las crédulas y neuróticas décadas de la segunda y tercera centurias, un cúmulo de chismes irresponsables» 47 . Pero, al huir de esa Escila, el gran filólogo americano cayó en una no menos peligrosa Caribdis: se adscribió a la corriente filológica que defendía la autenticidad de la mayor parte de la Appendix Vergiliana 48 y se lanzó con entusiasmo a rastrear en sus poemas, escritos, según pensaba, en los años de formación de Virgilio, las reminiscencias personales de que estaban llenos. Por su parte H. Naumann se coloca con respecto a la VSD en una situación compleja: de una parte no acepta que haya en ella interpolaciones de Donato —ni, todavía menos, posteriores—, pues defiende encarecidamente, como ya se ha dicho 49 , la paternidad suetoniana de la Vita; pero de otra, establecida esa autoría, tampoco acepta que sus datos —y, por tanto, los de Suetonio (!)— tengan validez como fuente 50 . Pero, a su vez, eso no le desanimó en su propósito de dar una biografía de Virgilio, tarea en la que estaba empeñado cuando le sorprendió la muerte 51 .

Hemos visto pues, la posición de dos filólogos dedicados a la biografía de Virgilio en los tiempos de una y otra, respectivamente, de las celebraciones bimilenarias con que este siglo ha tenido la suerte de honrarlo. Sin embargo, el escepticismo sobre la información que proporcionan las Vitae en general y la VSD en particular no ha hecho que en la práctica dejaran de utilizarlas ni ellos ni casi ninguno de los que, desde Frank hasta nuestros días, han intentado reconstruir la vida de Virgilio 52 . Es como si no hubiera más remedio, es que no hay más remedio. En las páginas que siguen intentaremos una exposición de cuantas noticias transmitidas sobre Virgilio desde la antigüedad están suficientemente fundadas, pero también discutiremos aquellas que lo están menos cuando las avale una tradición de siglos: no es posible siempre —ni deseable— disecar la vida de la leyenda virgiliana. Nuestro punto de partida es —ya se ha dicho— la tradición suetoniana, que creemos en gran parte preservada en la VSD . Junto a ella se tendrán en cuenta los testimonios extrabiográficos y, naturalmente, la obra misma de Virgilio, entendida menos como azarosa cantera de datos que como realidad espiritual que es y crece inseparable de la realidad personal del autor 53 .

VIDA DE VIRGILIO

La infancia en Mantua

Virgilio fue mantuano de nación, como diría un clásico. Y de él de ninguna manera se podría decir que «lo nacieron» en Mantua. El enraizamiento tenaz de Virgilio en su tierra natal es algo más que una voluntad consciente del poeta a lo largo de toda su vida, es un hecho natural, telúrico. La mantuanitas 54 recorre, vertebra, explica la obra entera de Virgilio y la une con la tierra natal más allá de la vida misma del poeta, como razón que es de la persistencia de la leyenda virgiliana en Mantua hasta hoy mismo 55 . El nombre de Mantua y del Mincio, el río mantuano, resuenan con acentos conmovedores en las Bucólicas y las Geórgicas , cuando el poeta, despojado de los bienes paternos, exilado del terruño, se compadece de la suerte cruel de su ciudad y sus paisanos (Mantua uae miserae nimium uicina Cremonae! 56 ), o cuando, lleno de esperanza, cree que las victorias del César serán promesa cierta de la vuelta de los suyos a sus tierras y se propone conducir consigo el coro de las Musas para ofrecer a Mantua las palmas y levantar allí un templo de mármol en honor de aquél, propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat / Mincius et tenera praetexit harundine ripas 57 ; pero también resuenan, esta vez con acentos heroicos, en la Eneida , donde aparece el linaje de Mantua, más antigua que la misma Roma, cuyo vigor arranca de sangre etrusca; o cuando el Mincio, velado de sus cañaverales verdosos, transporta las naves de los escogidos guerreros mantuanos alzados en armas para unirse a Eneas y los rútulos contra el cruel Mecencio; o cuando el jefe que los conduce, Aulestes, muere atravesado sobre los altares por la lanza de Mesapo, víctima propiciatoria de la victoria de etruscos y troyanos, de la cual vendría Roma 58 .

La Mantua de la historia no era siquiera una ciudad romana cuando nació Virgilio. Pertenecía oficialmente a la provincia de la Galia Cisalpina y sus habitantes habían recibido el ius Latii en el año 89 a. C., pero no sería plenamente ciudad romana hasta el año 42 a. C. Virgilio siguió siendo siempre, hasta cuando en Roma la multitud lo ovacionaba como al propio Augusto, un provinciano, un itálico sensible a la plural contribución de Italia a la grandeza de Roma 59 . Es con orgullosa emoción como se refiere a los orígenes etruscos de Mantua, si no únicos, aquellos de donde arranca su fuerza, consideración que, al menos en lo fundamental, no ha sido desmentida por los hallazgos arqueológicos 60 .

Conocemos perfectamente dos importantes datos de Virgilio, su nombre completo y la fecha de su nacimiento. Virgilio se llamaba Publius Vergilius Maro y nació el día de las idus (el 15) de octubre del año en que eran cónsules por primera vez Licinio Craso y Gneo Pompeyo Magno (Pompeyo el Grande), es decir el año 70 a. C. Por lo que hace a su nomen (por el que en Roma se indicaba la gens) Vergilius , y a su cognomen (o sobrenombre) Maro , ambos son de origen etrusco. La epigrafía testimonia abundantemente los Vergilii en tierras etruscas o de colonización etrusca y, desde luego, esa es la forma correcta, mientras que la forma popular Virgilius no aparece hasta el siglo v d. C., sin duda por derivación de la rama de árbol (uirga ) legendaria de que se habla al principio de las Vitae . El sobrenombre Maro es, en cambio, bastante raro; los marones eran una magistratura etrusca y no era extraño que un título oficial quedara atribuido tradicionalmente a una familia, como ocurre en latín con aedilis (cf. CIL VIII 18065, X 470) 61 . La fecha del 70 a. C., universalmente aceptada para el nacimiento de Virgilio, fue puesta en entredicho por J. Carcopino, quien propuso rectificar en 71 a. C., sin que sus conclusiones hayan logrado imponerse 62 . Esos son los datos ciertos.

Pero las mismas Vitae que los transmiten los entremezclan en la descripción de la infancia de Virgilio con las primeras y bellas expresiones de la leyenda virgiliana, ellas mismas no exentas de significación verdadera. La familia de Virgilio era muy modesta. Su padre, Virgilio Marón, fue según algunos un alfarero y según otros un asalariado (mercennarius) de un funcionario (uiator , quizá un correo oficial) de nombre Magio. Marón consiguió, gracias a su laboriosidad, merecer la confianza de su patrón y casarse luego con la hija de éste, Magia Pola. De ellos nació Virgilio en el pueblecito de Andes, no lejano de Mantua, en el primer consulado de Craso y de Pompeyo. Transcurridos en Mantua los primeros años de su infancia, la familia se trasladó a Cremona cuando Virgilio tenía alrededor de doce años (initium aetatis, VSD 6), allí comenzó el niño sus estudios en la escuela y allí permaneció hasta su mayoría de edad, es decir, hasta que tomó la toga viril, a los quince años, precisamente cuando Craso y Pompeyo, los cónsules del año de su nacimiento, ejercían su segundo consulado (55 a. C.) y también, según algunas Vitae , el mismo día en que murió el poeta Lucrecio.

Sobre esos datos de las Vitae —de los que ya hemos excluido los claramente legendarios, como el sueño premonitor de la madre de Virgilio, la actitud serena del niño al nacer y la historia de la rama maravillosa plantada por su padre (VSD 3-5)— se ha cernido una investigación filológica minuciosa e implacable, que ha generado, naturalmente, una bibliografía que, sin enfatizar, sólo se puede calificar de inmensa. La tarea que se proponía era la de separar el grano de la paja, lo vivido de lo legendario, derrochando para ello esfuerzos y cayendo con frecuencia en un exacerbado hipercriticismo, notable especialmente en los trabajos de la primera mitad de este siglo 63 . A continuación examinaremos un par de pasajes desde esa perspectiva, para intentar en lo sucesivo una aproximación más general.

La insistencia de las Vitae en la modestia de la familia del poeta es cautivadora y —en parte por eso mismo— poco fiable. Que hay en ello una búsqueda de lo extraordinario o lo maravilloso, por contraste con los altos destinos que aguardaban a Virgilio, es algo que está muy bien ilustrado por la manera en que la biografía de Focas trata el asunto:

huic genitor figulus Maro nomine, cultor agelli ,

ut referunt alii, tenui mercede locatus ,

sed plures figulum, quis non miracula rerum

haec stupeat? diues partus de paupere uena

enituit: figuli suboles noua carmina finxit 64 .

Focas prefiere ver en Virgilio al hijo de un padre lo más modesto posible entre las dos alternativas, para que mayor sea el miraculum 65 . Lo más probable es que no fuera así y que la familia del poeta perteneciera a la pequeña aristocracia o a la acomodada burguesía provincial 66 , lo suficientemente rica, en cualquier caso, como para procurar para un hijo el cursus de un ciudadano romano y para trasladarse de una ciudad a otra cuando fuera necesario para ese fin.

Pero ninguna cuestión de las planteadas por la narración de los comienzos de la vida de Virgilio ha movido más controversia que los diversos intentos por identificar el lugar natal del poeta. Podrá parecernos nimia cosa, pero desde luego no es eso lo que pensaron un buen número de filólogos, sobre todo anglosajones e italianos, que en los años treinta de este siglo dedicaron grandes esfuerzos a dilucidar esa cuestión, los primeros uniendo a su interés profesional el entusiasmo del turista deslumbrado por Italia, los segundos acometiendo la investigación con la pasión del que habla de re sua , unos y otros produciendo una considerable bibliografía 67 . La tradición biográfica es, en medio de tantas otras contradicciones, unánime al respecto: Virgilio nació en Andes y Andes estaba en las cercanías de Mantua 68 , pero la distancia exacta no es especificada salvo en una ocasión, en la VP , que la cifra en milia passuum III . Todo concordaría si no fuera porque ésa no es la lección de los códices de VP , que también unánimemente dan milia passuum XXX . Como dice agudamente Hardie, «in hoc uero aut ‘tria’ aut ‘triginta’ tota lis uertitur» 69 . Naturalmente la corrección no se hace para forzar al texto a que concuerde con los otros testimonios —o, al menos, no conscientemente—, sino porque viene dada por el primer editor de la VP , Egnatius (1507), quien declara haber seguido un «uetustissimus codex», hoy perdido, procedente de Bobbio y cuya autoridad estaría por encima de los mss. humanísticos que nos conservan la VP 70 . Con independencia de la postura que se adopte en este complicado problema formal, la cifra de treinta millas plantea la dificultad de que, teniendo en cuenta la reducida extensión de la comarca de Mantua, no parece posible que perteneciera a ella un lugar tan distante de la ciudad 71 . Sea como fuere, ¿dónde hay que situar a Andes, el mantuano lugar natal de Virgilio? Una firme tradición, que se remonta por lo menos al medioevo, responde que en Pietole —en Pietole Vecchia, para ser exactos—, un pueblecito situado a 4 kms. al SE de Mantua (eso es lo que permitió ya al Dante inmortalizarlo: «E quel ombra gentil per cui si noma / Pietola più che villa mantovana» 72 ), pero esa identificación fue rechazada por R. S. Conway quien, aceptando la lección XXX de los códices de VP y apoyándose en la onomástica atestiguada por la epigrafía, propuso, en un primer momento 73 , Calvisano, cerca de Brescia, y luego 74 Carpenedolo, a unas treinta millas al NO de Mantua. Contra ello reaccionaron los defensores de Pietole, principalmente Nardi 75 y Rand 76 , mientras que Dal Zotto, desplegando una portentosa erudición lingüística y geológica, colocaba a Andes precisamente entre Pietole y Cerese 77 ; en fin, alii alia , hasta nuestros días 78 . Dos son las dificultades mayores que envuelven el problema —por otra parte menos importante, nos parece, que la enorme bibliografía que ha merecido—: primero, la ya mencionada indefinición de las fuentes biográficas y, segundo, la puerta que se abre al subjetivismo —por bien intencionado que sea y por mucha la erudición en que se apoye— cuando se acepta, actitud frecuente en los autores mencionados, que en las Bucólicas , especialmente en la primera y la novena, encontramos en los paisajes que se describen una referencia concreta a los lugares natales del poeta. No es posible localizar en la fecunda y plana campiña paduana, donde está Pietole —razonan Conway y los suyos—, las magras tierras del Meris de la novena bucólica —léase Virgilio—, que bajan desde los cerros hasta el borde del agua (Ec . IX 7-10), ni, menos todavía, los montes del final de la primera, cuyas sombras se proyectan alargadas, y que, en cambio, bien pueden verse más al Norte, en Carpenedolo o Calvisano, cerca de los contrafuertes alpinos; pero Rand sí ha sabido encontrarlos en Pietole, en el ‘Monte di Virgilio’, desde donde el Mincio se ve verdaderamente ingens , como quieren las Geórgicas 79 . Pero es que los paisajes sobre los que cantan Títiro y Melibeo, Dametas y Menalcas, Lícidas y Meris —decimos ahora aquí y lo olvidamos también nosotros cuando nos hallamos al borde del Mincio— son paisajes literarios, evocadores de estados de alma, mucho más que de topografías concretas. No es legítimo pedirles que sustenten localizaciones exactas. Sólo cuando las fuentes biográficas han sido utilizadas en todas sus posibilidades y cuando se han apurado los datos que proceden de la investigación arqueológica, epigráfica, incluso de la historia de la agrimensura, se puede avanzar algo en estas cuestiones; para entonces, sin embargo, es dudoso que los resultados sean tan ciertos como para ser inmunes al valor evocador del paisaje poético y del paisaje real.

Esta crítica exhaustiva, que hemos intentado ejemplificar, se ha aplicado a todo: al nombre del padre y de la madre de Virgilio, al de sus hermanos —cuya propia existencia se cuestiona—, a la realidad de la casa de la familia en Cremona, a la fecha de la toma de la toga viril, etc., etc. 80 . Lo que en suma es legítimo deducir del relato de las Vitae , comprendidos los pasajes legendarios que no por serlo dejan de tener una significación, es la realidad de una infancia transcurrida en un mundo familiar apegado a la tierra, laborioso y emprendedor, donde ningún esfuerzo se escatima para procurar a Virgilio una educación que lo convierta en un patricio romano (la comparación con los esfuerzos del padre de Horacio, siempre gratamente recordados por el hijo, se impone fácilmente), y la de un hijo, que aun respondiendo y superando esas esperanzas, aparece radicalmente vinculado a la tierra, a sus ritmos, al sinsabor y a la alegría de su cultivo, y eso para siempre.

En Cremona, pues, habíamos dejado al niño Virgilio realizando sus primeros estudios serios. La noticia de las Vitae armoniza con la realidad histórica de una Cremona que mantenía una preeminencia jurídica y política sobre las ciudades de la región (la misma que le costó ser afectada directamente por las confiscaciones que sólo de resultas tocaron a Mantua) y en la que probablemente la familia tenía una residencia, aquella cuya previsible pérdida esperaría más tarde Virgilio que fuera compensada por la villa de Sirón 81 . En Cremona vive Virgilio entre los doce y los quince años y, acabados sus estudios, toma la toga viril el 15 de octubre del 55 a. C., es decir el día que cumple quince años. Hacerlo tan tempranamente era posible en esta época y no hay motivo para desconfiar de las Vitae en ese punto. En cambio hay que rechazar que ese mismo día muriera Lucrecio, coincidencia a todas luces forzada por los biógrafos en su deseo de lograr concordancias «áureas» llenas de simbolismo premonitorio. La coincidencia —esta vez cierta— de que ese año desempeñaron por segunda vez el consulado Pompeyo y Craso nos lleva a recordar qué hombres y qué designios conducían la República romana durante la infancia de Virgilio. Junto a Pompeyo —el general victorioso del momento— y Craso —el hombre más rico de Roma—, Julio César —el más ambicioso— forma el primer triunvirato en el año 60, cuando Virgilio tiene diez, y los tres hombres comienzan a realizar su estrategia de repartirse las posiciones claves de la República, desempeñando las magistraturas que dan una apariencia constitucional a su asalto al poder. En el 59 es el consulado de César, quien asumirá para su posterior proconsulado la provincia de las Galias, que conquistará y gobernará durante cinco años. En el 56 los triúnviros deciden reforzar su pacto en la conferencia de Lucca: Pompeyo y Craso se aseguran su segundo consulado para el 55 y César recibe las Galias para cinco años más. Desde el año 58 era patrono de esa provincia y es él quien en el año 49 otorga a la Galia Cisalpina el pleno derecho romano. Virgilio, como todos sus conciudadanos, tuvo a César como astro de su infancia, aureolado por la gloria de la conquista de las Galias, justo en los años en que acrecentaba día a día su prestigio y se preparaba para la conquista del poder. Los acentos de desolación con que al final del primer libro de las Geórgicas describe los prodigios que se siguieron a la muerte de César son, en su sinceridad y en su emoción, testimonio de la imborrable huella que la grandeza de aquel hombre había dejado en el alma del poeta durante sus años de adolescencia.

La juventud del poeta

Virgilio estudió a continuación en Milán. Al lado de la escuela del rétor es presumible que fuera allí donde comenzara los estudios de medicina y matemáticas, de que hablan las Vitae (VSD 15). Estas «matemáticas» han de ser entendidas en un sentido mucho más amplio que el moderno, se trata de estudios de la naturaleza, fundamentalmente astronomía y astrología 82 . Estas preocupaciones, ajenas al programa «oficial» de las escuelas de retórica, dejarán honda huella en la obra de Virgilio 83 . Pero era en Roma donde realmente había que coronar los estudios y prepararse para el foro. No sabemos exactamente cuándo, pero sin duda bastante antes del 50 a. C. se traslada Virgilio a la Urbe. Controlada la vida pública por los triúnviros, bien pocas eran las oportunidades que tenía un joven provinciano para hacer sus primeras armas en la carrera de la elocuencia y la política, pero ya entonces estaba claro que ése no iba a ser el camino de Virgilio, según atestigua Meliso: «Litigó ante los tribunales solamente una vez y no volvió a hacerlo ninguna más porque cuando peroraba era muy lento y casi parecía un ignorante» (VSD 16). No se trataba, sin embargo, de una cuestión de incapacidad; al contrario, también sabemos que Virgilio «recitaba con voz agradable y con un encanto que provocaba admiración... y Julio Montano, el poeta, acostumbraba a decir que le habría robado algún verso a Virgilio, si le hubiera podido robar también la voz, la pronunciación, el gesto» (VSD 28-29) y ahí están los discursos de la Eneida para demostrar el dominio de los recursos retóricos de su autor 84 . Es difícil resistirse a la tentación de colocar en este momento la «despedida de la retórica» que leemos en la pieza quinta del Catalepton:

Ite hinc, inanes, ite rhetorum ampullae ,

inflata rhoezo non Achaico uerba ,

et uos, Selique Tarquitique Varroque ,

scholasticorum natio madens pingui ,

ite hinc, inane cymbalon iuuentutis 85 .

Pero de esta época de Virgilio en Roma nada sabemos con certeza. La VB I quiere que hubiera estudiado con un cierto orador Epidio y que fuera condiscípulo del entonces joven Octaviano —también, en ese caso, de Marco Antonio, de acuerdo con Suetonio, De Rhet . 4—, lo cual le valdría después el salvar sus tierras de la confiscación. Al margen de maestros de retórica y de filósofos, quienes sin duda recibieron a Virgilio con entusiasmo fueron los jóvenes poetas que entonces brillaban con luz nueva, los neotéricos, los poetae noui . Con algunos de ellos Virgilio ya se había relacionado, pues eran sus coterráneos de la Cisalpina, así Alfeno Varo; con otros trabó una amistad fidelísima que duraría hasta la muerte, como con L. Vario Rufo, el editor, junto con Tuca, de la Eneida , y con Asinio Polión. A su lado Helvio Cina, Valerio Catón, Licinio Calvo, Varrón Atacino, todos ellos —Catulo había muerto en el 55 a. C.— acogieron a Virgilio. Formaban algo así como una generación poética en torno a un programa estético —revulsivo para los romanos formados en la veneración a Ennio y a los antiguos poetas y comprometidos en la angustia de la crisis final de la república: el programa de la cultura poética alejandrina, resumido en el ideal de «l’art pour l’art», el rechazo de la obra larga —«un gran libro es un gran mal», había dicho Calímaco, el patrono de la nueva poesía— y la preferencia por la composición breve, docta y refinada; el cultivo de los temas subjetivos y de la expresión del sentimiento personal; el alejamiento de todo propósito didáctico y del compromiso social o político. La admiración de Virgilio por la cultura alejandrina y la influencia que sobre él ejercieron sus representantes romanos está fuera de duda: la investigación de los ecos y rasgos neotéricos —principalmente de Catulo, pero también de Calvo, de Varrón Atacino, de Cinna— en la poesía virgiliana ha sido una de las más fructíferas de los últimos años 86 .

Las primeras obras

¿Cómo era la poesía de Virgilio en esos años romanos en torno al 53 a. C.? Porque indudablemente la hubo. Cuando Virgilio comienza las Bucólicas , hacia el año 42 a. C., tiene aproximadamente veintiocho años y ya es un gran poeta. ¿Sabemos algo de su anterior evolución literaria? Con esta pregunta estamos apuntando, claro está, al gran problema de la Appendix Vergiliana , el «Apéndice Virgiliano». En las biografías antiguas no hay un «hueco» entre la primera muestra poética de Virgilio —el epigrama que, todavía niño, habría escrito contra un tal Balista, maestro de escuela y después bandido (VSD 17)— y la creación y publicación de las Bucólicas . En ese lugar aparece una lista de obras, no siempre las mismas en cada biografía —lo cual ya es problemático— y de alguna de las cuales no se nos dice más que el título. Así leemos en VSD 17-19 (ed. Hardie): Deinde catalepton et Priapea et Epigrammata et Diras, item Cirin et Culicem, cum esset annorum XXVI... scripsit etiam de qua ambigitur Aetnam ; en VS (ed. id.): Scripsit etiam septem siue octo libros hos: Cirin Aetnam Culicem Priapeia Catalepton Epigrammata Copam Diras 87 . Si estas obras son auténticas, significa que conocemos la poesía de juventud de Virgilio, el «Virgilio menor» 88 , y que podemos seguir el proceso de la evolución de su arte literario hasta su consumación en la Eneida . Desgraciadamente la autenticidad se ha presentado como problemática ya desde la Antigüedad, como se desprende, por de pronto, de la cautela de la expresión de Suetonio-Donato («escribió también —aunque hay dudas al respecto— el ‘Etna’») y de la imprecisión de Servio («siete u ocho libros»). No podemos aquí ocuparnos de la autenticidad del «Apéndice», o, como en realidad hay que plantearse la cuestión, de la autenticidad de cada una de sus composiciones 89 . De entre los biógrafos recientes de Virgilio, P. Grimal es quien se muestra más optimista:

Es necesario desechar las posiciones ‘hipercríticas’ y aceptar, a título de hipótesis (demostrable, por otra parte) la autenticidad... de la Appendix Vergiliana: Ciris (o La pequeña garza), Culex (El mosquito), Dirae (las Imprecaciones), Copa (La tabernera), Moretum (del nombre de una comida compuesta de queso blanco y esencia de ajo, apreciada por los campesinos itálicos), el Catalepton , por último, o colección de Composiciones sencillas ... Los filólogos modernos se han ingeniado en probar... que esos poemas no son obra de Virgilio. Eso contra la opinión de los comentaristas antiguos: Lucano ya hacía alusión al Mosquito . En efecto, responden los hipercríticos modernos, ¡pero ese Mosquito no es el que los manuscritos nos han transmitido bajo ese nombre! 90 .

La aceptación de la paternidad virgiliana no suele extenderse a tanto como propone Grimal, pero casi nadie duda de que en el Catalepton —cuyo mismo título griego, algo así como «pequeñas poesías» o «poesías ligeras», tanto apunta a la manera neotérica— tenemos auténtica poesía del Virgilio joven.

¿Fue entonces Virgilio un neotérico?, cabría preguntarse. Y habría que responder que lo fue, pero que no permaneció siempre como tal. Sin la asimilación de las novedades que, sobre todo en la lengua poética latina, aportaron los neotéricos no se explicaría la poesía de Virgilio; pero la exquisista y decadente estética de los alejandrinos romanos, su programática desvinculación del compromiso con la angustiosa realidad de sus tiempos ya no llenaban el alma de quien seguía conservando el sano instinto moral de su niñez campesina. La torre de marfil de la poesía no le servía para aislarse de una realidad social y política, humana en fin, que presagiaba las funestas guerras civiles. Pues entre tanto, muerto Craso en el año 53, estaba claro que no había en Roma sitio para las ambiciones de Pompeyo y de César y que el estallido de la guerra entre los partidarios de uno y del otro era sólo cuestión de tiempo.

La llamada de la filosofía

Virgilio deja, pues, Roma con el ánimo turbado y en la búsqueda de la tranquilidad del espíritu emprende ahora el camino de la filosofía. El poema quinto del Catalepton , cuyos versos de despedida de la retórica citábamos más arriba, prosigue así:

tuque, o mearum cura, Sexte, curarum ,

uale, Sabine; iam ualete, formosi .

nos ad beatos uela mittimus portus

magni petentes docta dicta Sironis

uitamque ab omni uindicabimus cura .

ite hinc, Camenae, uos quoque ite iam sane ,

dulces Camenae —nam fatebimur uerum ,

dulces fuistis —, et tamen meas chartas

reuisitote, sed pudenter et raro 91 .

No sólo se trata, pues, de aquel decidido y hasta crítico adiós a la retórica, sino de uno, entrañable y cariñoso, a los amigos y a las musas mismas, de las que, no obstante, no quiere alejarse para siempre. ¿Cuál es ese puerto feliz para el espíritu y quién ese gran maestro? Virgilio ha encontrado la doctrina de Epicuro: sólo desde hacía unos años y gracias al cuidado de Cicerón —quien en el 54 a. C. publica el De rerum natura — había podido leer en los versos latinos de Lucrecio el mensaje de Epicuro:

Sed nil dulcius est, bene quam munita tenere

edita doctrina sapientum templa serena ,

despicere unde queas alios passimque uidere

errare atque uiam palantes quaerere uitae 92

y busca ahora ese templo de la mano de Sirón en Nápoles, a donde se encamina hacia el 50 ó 49 a. C., dejando atrás una Roma convulsa en las vísperas mismas de la guerra civil. Sabemos alguna cosa de Sirón 93 : es nada menos que Cicerón quien nos habla de él con gran respeto en sus escritos filosóficos (Acad . 2, 106; De fin . 2, 119) y en su correspondencia (Ad fam . 6, 11, 2). De acuerdo con la tradición del epicureísmo había agrupado en torno a sí un cenáculo de jóvenes aprendices de la filosofía de Epicuro, muy cerca de Nápoles, en Posilipo, y es muy probable que tengamos un precioso testimonio de quiénes eran algunos de los amigos que con Virgilio seguían las enseñanzas de Sirón. En efecto, no lejos de allí tenía su escuela otro insigne maestro de epicureísmo, Filodemo de Gádara, quien había llegado a Roma hacia el año 70 a. C., pero que residía casi siempre en Herculano. Los contactos entre ambas escuelas tan cercanas fueron estrechos y quedan de ellos testimonios escritos 94 , en su mayor parte conservados en los papiros que pertenecieron a la biblioteca de Filodemo, encontrada en la famosa «Villa dei papiri» de Herculano 95 . Pues bien, hace ahora un siglo A. Körte reconstruyó sobre uno de los papiros procedentes de las excavaciones herculaneas los nombres de L. Vario Rufo, Quintilio Varo, Horacio y Virgilio mismo 96 . No es difícil evocar la atmósfera espiritual, a la vez intelectual y afectiva, de aquel grupo de jóvenes, unidos por la amistad que aconsejaba Epicuro y bañados por la luz y el mar de la hermosa bahía de Nápoles: illo Vergilium me tempore dulcis alebat / Parthenope studiis florentem ignobilis oti (por aquel tiempo me nutría a mí, Virgilio, la dulce Parténope, cuando me entregaba a los placeres de un ocio sin gloria), pudo decir el poeta 97 recordando aquella época de estudio y compañerismo. Esos estudios y aficiones abarcaron un amplio círculo de saberes e intereses, a juzgar por los títulos supérstites de la biblioteca de Filodemo: además de la filosofía misma, poesía, música, política y, por supuesto, aquellas enseñanzas físico-naturales en las que Virgilio ya se había iniciado y cuyo componente tan alto era en el epicureísmo romano y, concretamente, en Lucrecio 98 . Naturalmente nada de esto prueba que Virgilio fuera un epicúreo en el sentido canónico de la palabra 99 , sino que supo extraer de la filosofía epicúrea una serie de preocupaciones y de respuestas que hizo suyas y que están presentes en su obra, sin que sus ataduras con la escuela fueran tan rígidas como para no poder aceptar más tarde la ética estoica. Los ecos del epicureísmo —aunque no siempre es posible separarlos de la influencia propia de Lucrecio— son profundos en buena parte de la poesía virgiliana, en las Bucólicas , especialmente en la invención de la Arcadia como paisaje espiritual —ese estupendo hallazgo virgiliano— 100 , en la simpatía con la naturaleza de las Geórgicas 101 . El afecto entre el maestro y el discípulo fue muy profundo: en Catalepton VIII, compuesto cuando la confiscación de las tierras familiares era inminente (hacia 42 a. C., por tanto), Virgilio parece ser el propietario de la modesta villa de Sirón, quien ya habría fallecido:

Villula, quae Sironis eras, et pauper agelle ,

uerum illi domino tu quoque diuitiae:

me tibi et hos una mecum, quos semper amaui ,

si quid de patria tristius audiero ,

commendo, in primisque patrem; tu nunc eris illi ,

Mantua quod fuerat quodque Cremona prius 102 .

El callado dolor, la melancolía, el tembloroso temor por la patria en peligro se aúnan en estos versos verdaderamente virgilianos con el afecto protector hacia los suyos, expresados desde la que a partir de entonces sería la segunda y alma patria de Virgilio. Nápoles fue decisiva para el poeta, tanto en su realidad geográfica como espiritual: ambas fueron conocidas, amadas y, casi se podría decir, explotadas por Virgilio intensamente durante el resto de su vida y de su obra 103 .

De entonces data su familiaridad con los lugares en que se desarrolla el sexto libro de la Eneida , con Cumas, la colonia más antigua de la Magna Grecia, donde se levantaba un importante templo dedicado a Apolo y se hallaba la gruta donde profetizaba la famosa Sibila; pero también con los lugares donde reinaban las divinidades infernales, con el lago Averno cuyas inmóviles y oscuras aguas, remansadas en un cráter volcánico, es fama que se comunicaban con el mundo de ultratumba. Nápoles ofrecía también su clima espiritual: filósofos, oradores y profetas, que venían de Grecia y del Asia anterior, propagaban mensajes místicos y apocalípticos, como las mismas profecías mesiánicas que venían de Judea, o, sin salir del ámbito espiritual del helenismo, la expectación del theîos anḗr , del «hombre divino». En aquellos tiempos de desolación y crisis la idea de un enviado de los dioses, de un salvador, cobró un énfasis muy grande y dejó huella en el alma de Virgilio y, luego, en su obra 104 . En Nápoles Virgilio se preparaba, sin saberlo, para las grandes pruebas que le convertirían en el Poeta de los romanos.

De las guerras civiles a la época de las Bucólicas

En Roma, mientras tanto, estaban cambiando los destinos del mundo. Podemos sólo suponer que Virgilio se mantuvo en Nápoles durante los años que vieron la ruptura del primer triunvirato, la rivalidad entre César y Pompeyo, el estallido de la guerra civil y su final —con el cruento saldo de la sangre romana derramada por mano de romanos en las llanuras de Farsalia—, la muerte miserable, en fin, de Pompeyo el Grande. Virgilio no asistió impasible al drama de su patria: Nec, pueri, ne tanta animis adsuescite bella / neu patriae ualidas in uiscera vertite uires 105 , gritará, angustiado, por boca de Anquises, a las sombras de ultratumba que serán un día César y Pompeyo. Después de Farsalia, cuando César renunció a verter más sangre romana y asombró a la Urbe con su clemencia, en lugar de las acostumbradas proscripciones, Virgilio pudo ver en el antiguo y admirado patrono de la Cisalpina al salvador providencial, pero muy poco duró la esperanza: tras el asesinato de César —ya hemos aludido al estupor y a la queja que su muerte arranca a Virgilio en las Geórgicas — la rueda implacable de la guerra civil se puso de nuevo en marcha y con ella el cortejo sangriento de las proscripciones. Las decretadas por el segundo triunvirato —Marco Antonio, Lépido y Octaviano—, que se constituye en el año 43 a. C., afectaron a numerosos caballeros y senadores, entre ellos Cicerón. Virgilio tuvo que saber que la cabeza y las manos del gran orador fueron expuestas en los rostra del foro para satisfacer la venganza de Antonio, como había sabido de la muerte un año antes de su amigo el poeta neotérico Cinna, víctima de los tumultos que siguieron a los funerales de Julio César 106 . Ahora los triunviros dirigían sus fuerzas unidas contra los cesaricidas, que fueron vencidos en Filipos (42 a. C.), otra terrible lucha de romanos contra romanos, de la que Virgilio se hace eco desolado: ergo inter sese paribus concurrere telis / Romanas acies iterum uidere Philippi 107 .

¿Dónde estuvo Virgilio en estos tiempos turbulentos, aproximadamente desde el paso del Rubicón por César (49 a. C.) —con el inicio consiguiente de las guerras civiles— hasta Filipos? No lo sabemos, no tenemos ningún documento para esa época. Pero tanto si permaneció en Nápoles o en Roma, como si volvió a la tierra natal, ni siquiera toda la convicción de la doctrina de Epicuro pudo hacer que los amigos del círculo de Sirón permanecieran al margen de los acontecimientos. Es más, Virgilio fue directamente afectado por ellos de manera cierta y amarga, pero cuyas vicisitudes concretas es imposible reconstruir. Que la propiedad familiar de Virgilio fue afectada o, por lo menos, amenazada por la confiscación, es algo que no se puede poner en duda. Por muchas que sean las reservas aconsejadas por lo extendido de la interpretación alegórica con fines biográficos de las obras del poeta 108 , el testimonio del ya citado Catalepton VIII, mas el de las Bucólicas primera y novena, las supera. Es evidente que en la primera de estas composiciones es Virgilio quien habla, quien manifiesta el temor por la suerte que pudieran correr Mantua y Cremona y la esperanza de que, si fuere aciaga, la villa de Sirón acoja a su familia. En la primera Bucólica , por otra parte, aparecen contrastadas la suerte del pastor Títiro, que goza tranquilo de sus bienes, y la del desdichado Melibeo, desposeído de sus tierras por un impius miles , un «impío soldado», y obligado a exilarse; es la situación de Melibeo la que parecen sufrir todos («por todas partes en los campos ¡es tan grande el tumulto!»), por eso pregunta asombrado a Títiro a qué debe su fortuna, y Títiro la atribuye al favor de «aquel joven» (illum... iuuenem ), a quien acudió en Roma: él desde entonces será para Títiro deus , «un dios». En la novena Bucólica , en cambio, reina la tristeza; el pastor Meris desengaña a Lícidas: Menalcas, el amo del primero, no ha conservado sus tierras y de entre el lamento de Menalcas Meris recuerda una queja, de curiosa precisión geográfica, por poética que sea su melancolía: «Mantua, ¡ay!, demasiado cercana de la infeliz Cremona». Ésa es la literatura y desgraciadamente desconocemos la cronología literaria: no sabemos en qué orden se escribieron esas dos piezas. Sin embargo la narración de los hechos parece ordenada y suficientemente precisa en las Vitae , por ejemplo, VSD 19:

...y [Virgilio] pasó a las Bucólicas, principalmente para celebrar a Asinio Polión, Alfeno Varo y Cornelio Galo, porque en la distribución de las tierras que, después de la victoria de Filipos, se repartían entre los veteranos, por mandato de los triúnviros, al otro lado del Po, lo habían dejado indemne.

Pero con estos datos hay que extremar la cautela, puesto que ya desde la Antigüedad se creía firmemente en el carácter alegórico de las Bucólicas y esto

indujo a los intérpretes a ir más allá de los límites impuestos por el mero sentido literal; pero, si de un lado es legítimo ratificar la naturaleza alegórica de estas Églogas, de otro parece imposible, especialmente allí donde la transposición es total, desentrañar el hermetismo simbólico, extrayendo de él rasgos particulares que sean reconducibles a realidades concretas y circunscritas; cosa, en cambio, posible sólo en el caso en que dicha transposición no haya podido realizarse del todo.

Así se expresa al respecto K. Büchner, a nuestro juicio con compleja precisión 109 .

Vayamos ahora a los hechos que conocemos históricamente. Después de las campañas de los años 43 y 42 a. C. y, concretamente, después de la batalla de Filipos (octubre del 42), los triúnviros se encontraron con el grave problema del licenciamiento de sus tropas veteranas. Para repartir tierras entre los ueterani —más de 200.000 después de Filipos— se habían designado de antemano dieciocho ciudades, entre ellas Cremona, ciudad hostil al partido de Octaviano. Las tierras confiscadas pertenecían por lo común a la pequeña burguesía rural —el mundo que sentía como suyo el propio Virgilio—, que así pagaba su adhesión a la causa conservadora —o constitucional, se podría decir—. Después de Filipos

Antonio había dejado Italia a Octavio de muy buen grado, porque una de las tareas que allí le esperaban era la de adjudicar a los veteranos las tierras a que tenían derecho, lo que haría especialmente impopular y expondría a mil peligros al hombre encargado de tal misión. Octavio aceptó aquella tarea con una aparente indiferencia, dispuesto a vencer todos los obstáculos 110 .

Inmediatamente después de Filipos el mando de la Galia Cisalpina había recaído en el legado de Antonio, Asinio Polión, a quien tocaba también encargarse de las expropiaciones de tierras 111 . Pero cuando en la llamada guerra de Perusa (febrero del 40) —una más de las violentas confrontaciones entre Marco Antonio y Octavio, que parecía iba a desencadenar la guerra civil, aplazada esta vez por la paz de Brindis (octubre del mismo año)— los antonianos fueron derrotados, Asinio Polión fue sustituido por Alfeno Varo, legado de Octavio, aunque Polión permaneció en la Cisalpina como comandante del ejército allí destinado. A partir de entonces era competencia de Varo el reparto de tierras y justamente a su lado o como subordinado —en una situación que es difícil de precisar— aparece un tercer personaje, Cornelio Galo. Desde luego, todos estos personajes históricos aparecen en las Bucólicas y eran amigos de Virgilio. El hecho mismo de que el poeta pudiera apelar directamente a ellos, incluso al mismo Octaviano —como es legítimo deducir de la primera Bucólica —, y de que gozara con ellos de un trato familiar nos demuestra el prestigio que había alcanzado ya antes o al principio de la composición de su obra canónica. Asinio Polión, que era seis años mayor que Virgilio, fue indudablemente su patrono, no sólo en la sociedad civil, sino también en los círculos literarios: Polión ya se había afianzado en la escena literaria romana alrededor del año 60 y había merecido la aprobación del mismo Catulo y fue en el ambiente de los poetae noui donde trabó amistad con Virgilio. Amigo de ambos era Cornelio Galo, casi coetáneo de Virgilio, quien lo conocía desde que ambos se encontraron, jóvenes y provincianos —Galo había nacido probablemente en la actual Frejus, en la Provenza—, en los cenáculos literarios romanos. Polión, que llamaba a Galo familiaris meus (Cic., Ad fam . 10, 32, 5), fue quien lo presentó a Octavio, cerca del cual desarrollaría una brillante carrera política hasta caer en desgracia. Como poeta, Galo ya era famoso cuando Virgilio compuso la sexta Bucólica , en la que le rinde tributo de admiración. Alfeno Varo, en fin, era cisalpino como Virgilio, pues había nacido en Cremona entre los años 90 y 80 a. C. y, también como Virgilio, había sido discípulo de Sirón.

Hasta aquí lo que sabemos históricamente. Para obtener más información sobre el curso de los acontecimientos y la manera en que resultó afectado Virgilio, hay que recurrir a las Vitae y a los comentaristas virgilianos, y ya sabemos los riesgos que ello comporta. La suerte de las tierras de Virgilio estuvo, desde luego, en manos de estos hombres. La tesis clásica es que los tres actuaron como triúnviros agris diuidundis («para el reparto de las tierras») 112 , pero otras reconstrucciones se basan en que fue Alfeno Varo, sucesor de Polión, a quien Virgilio se dirigió para que le fueran restituidas las propiedades que los veteranos habían ocupado en un primer momento. Varo habría actuado abusivamente cuando, al no ser suficientes las tierras de Cremona —ciudad que se había mostrado hostil a Octaviano y había sido destinada a la confiscación de sus tierras—, repartió o permitió que se repartieran las de Mantua. En ese supuesto la misión de Cornelio Galo habría sido la de actuar, en su papel de praepositus ad exigendas pecunias , en los municipios que no debían ser afectados por las expropiaciones, contra los abusos perpetrados por Varo 113 . Parecen demostradas las discrepancias entre la actuación de Alfeno Varo y la de Cornelio Galo 114 y, si unimos esa probabilidad al hecho cierto de que por lo menos Asinio Polión y Varo estuvieron sucesivamente encargados de un mismo deber, la opinión de que no hubo un triunvirato agris diuidundis parece robustecida 115 . Esta interpretación, frente a la tradicional, es la que se muestra más desconfiada de las informaciones proporcionadas por los comentaristas de Virgilio, generalmente empeñados en armonizar los datos extraídos de la interpretación de las Bucólicas primera y novena, aceptadas, obviamente, como descripciones alegóricas de las vicisitudes de Virgilio en el asunto de la confiscación de las tierras 116 . Quizá será apropiado cerrar el espacio dedicado a esta cuestión insistiendo en lo inadecuado de buscar en la poesía de las Bucólicas primera y novena lo que Virgilio no quiso dar:

el suyo —ha escrito acertadamente G. Vitucci— no quería ser, naturalmente, un relato más o menos puntual, sino sólo una sufrida rememoración de lugares y personas, en la que ansiedad, terror, angustia y esperanza vibran como difuminados en una atmósfera que está siempre entre los límites de lo real y lo irreal. Además, el episodio está envuelto en los velos de la transfiguración alegórica y, por tanto, resulta problemática la precisión de toda exégesis que quiera verificar en los particulares el desarrollo de los hechos 117 .

Por lo menos las noticias anteriores dan un término post quem para la composición de las Bucólicas hacia fines del 42 o inicios del 41 a. C. Por otra parte el hecho histórico más tardío al que se alude a lo largo de las pieza primera a novena es el triunfo de Asinio Polión sobre los partinos, celebrado en la octava Bucólica y que tuvo lugar en octubre del año 39 a. C. En este año o a principios del siguiente se puede datar, por tanto, el fin de la composición y la publicación de las Bucólicas I-IX 118 . Estos datos pueden conciliarse con los que esquemáticamente señalan las Vitae (VSD 25: Bucolica triennio... perfecit; VS: carmen bucolicum... constat triennio scripsisse; VF 94-96:... hoc carmine / ...ter se reuocantibus annis / composito ). Con no menor esquematismo, lo que es comprensible nos haga pensar en una exigencia del género literario y dudar del valor de la información, a cada obra asignan las Vitae , además de un tiempo, un patrono, así Servio:

Polión le propuso que escribiera un poema bucólico que, según consta, lo escribió y corrigió en tres años. Del mismo modo le propuso Mecenas las Geórgicas, que escribió y corrigió en siete años. Después la Eneida le fue propuesta por Augusto y la escribió en once años.

Pero lo que sabemos no desmiente esas noticias. Desde luego la influencia de Asinio Polión y su patronazgo fueron, como se ha visto, decisivos para Virgilio: en la angustia de la desposesión, ciertamente, pero, ya antes, en los comienzos de su creación poética y, después, cuando su consulado es celebrado como alumbrador de nuevas esperanzas, en la todavía profética y misteriosa égloga cuarta, y cuando su triunfo es cantado en la octava, escrita, le dice Virgilio, iussis... tuis 119 .

Es probable que Virgilio hubiera marchado del gozoso retiro napolitano a su patria cuando la confiscación empezó a amenazar las tierras de la familia y que permaneciera en la Cisalpina hasta que la amenaza pareciera definitivamente alejada, hacia el final del 41 o inicios del 40. Luego volvería de nuevo a Nápoles, deteniéndose quizá en Roma por el tiempo en que Asinio Polión entraba en ejercicio de su consulado (otoño del 40), saludado con entusiasmo en la cuarta bucólica 120 . Durante los años de las Bucólicas hemos visto a Virgilio en estrecha relación con un grupo de personajes que combinan un profundo interés por la poesía, que cultivan casi siempre ellos mismos y en algún caso de manera excelsa, con una importantísima actividad política, desplegada en la esfera inmediata del poder: Virgilio se declara émulo alejado de Vario y de Cinna, comparte afanes poéticos con Galo, canta elogiosamente a Varo, celebra con solemnidad, pero también con familiaridad, a Polión. Se engañaría, no obstante, quien viera en estas amistades la simple consecuencia de un oportunismo, como se engañan los que pretenden que Virgilio haya puesto su musa al servicio de los poderosos. Como ha visto con claridad K. Büchner, las amistades de Virgilio no están

sujetas al capricho del juego político: la amistad por Polión no varía con las catástrofes políticas... pero la cosa más importante y que mayor estupor causa es que Virgilio, protegido de Polión favorable a Antonio, vea en el joven [Octaviano] que lucha con inexorable encarnizamiento por el poder al dios que animará el futuro. En este caso su capacidad profética, que ya no se puede explicar racionalmente, se convierte en auténtica adivinación 121 , la adivinación —añadimos nosotros— que es propia del uates , del poeta misteriosamente capaz de presagiar un destino como ningún político —ni siquiera quizá el propio Octaviano— podía hacerlo 122 . Erit ille mihi semper deus había anticipado entusiastamente Virgilio (Ec . I 7) y, en ese sentido, la poesía de las Bucólicas era ya, lejanamente, sin plena consciencia, poesía augústea.

Los años de madurez: las «Geórgicas »

Las Bucólicas constituyeron una novedad en la escena literaria romana, novedad que fue acogida con entusiasmo: «La aparición de las Bucólicas fue acogida con tal éxito que hasta llegaron a representarse frecuentemente por cantores en el teatro», nos dice Suetonio 123 . Roma tenía un nuevo gran poeta y en Roma había alguien cuya misión precisamente era la de descubrir y proteger cualquier ingenio que pudiera ser útil a la labor reconstructora o, si se quiere, a la «revolución romana» en que estaba empeñado el joven Octaviano: el caballero Cilnio Mecenas, hombre de la más noble estirpe —estirpe real, si hay que creer a Horacio—, íntimo amigo e inestimable consejero y colaborador de Octaviano desde los inicios mismos de su carrera política, cultivador de las letras él mismo, al parecer con un preciosismo del que el propio Augusto se burlaba en bromas, y, por encima de todo, el mayor patrono literario de todos los tiempos. No sabemos cómo llegó Virgilio al círculo de Mecenas y, si podemos conjeturar cuándo, es gracias al testimonio de otro amigo de Virgilio, que también por estos tiempos había irrumpido en su vida, Horacio. Éste se había instalado en Roma hacia el año 40 a. C. y fue Virgilio, junto con Vario, quien lo presentó a Mecenas en una entrevista descrita por Horacio en la sátira sexta del libro I y que tuvo lugar en primavera del 38 a. C. Tal presentación no pudo darse sin una previa amistad de Virgilio con Horacio y, naturalmente, sin que Virgilio gozara ya de intimidad y ascendiente con Mecenas. No obstante, el encuentro entre patrono y protegido no debió remontarse a mucho antes, pues de ser así Virgilio no hubiera dejado de evocar a Mecenas en las Bucólicas y en éstas no hay mención de él 124 . Algunas Vitae han sentido la necesidad de asociar al más influyente de los amigos de Virgilio —a excepción, claro está, del propio Augusto— con la preservación o devolución de sus tierras, así Servio y Focas 125 ; pero quizá haya que otorgar confianza a la sucesión de acontecimientos tal como aparecen en VP: postea restitutus beneficio Alfeni Vari, Asini Pollionis et Corneli Galli, quibus in Bucolicis adulatur: deinde per gratiam Maecenatis in amicitiam Caesaris ductus est («después se le restituyó debido al favor de Alfeno Varo, Asinio Polión y Cornelio Galo, a quienes lisonjea en las Bucólicas ; más tarde gracias a Mecenas llegó a la amistad del César»). Esta versión, además, se compadece bien con el hecho de que fue Mecenas el definitivo introductor de Virgilio en la casa del príncipe —incluso si la primera bucólica testimonia un primer contacto del «joven dios» con el poeta—. Por la amistad y protección de Mecenas, Virgilio se convirtió en uno de los miembros de la «intelligentsia» romana, en la que Augusto iba a encontrar consejo y apoyo para sus ambiciosos planes culturales; también por ellas Virgilio iba a verse definitivamente alejado de las preocupaciones materiales: parece, en efecto, legítimo deducir que a su protección debió las posesiones mencionadas por Suetonio, una casa en Roma, en el Esquilino, precisamente «cerca de los jardines de Mecenas», y «retiros» en Campania y Sicilia 126 . Los datos que podemos recoger en diversos pasajes de Horacio y en el propio Virgilio nos muestran que éste hará de la Campania su nueva tierra y de la bahía de Nápoles, el lugar más hermoso del mundo, su nuevo hogar, de los que sólo raras veces se alejará: es en Sinuesa donde Virgilio se une a Horacio y a los amigos que juntos se dirigen a Brindis, en viaje descrito con estupendo humor por Horacio (Sat . I 5); es Nápoles, la dulce «Parthenope», la que lo vio componer las Geórgicas , como confiesa Virgilio en la «sphragís» que clausura el poema (G . IV 559-566); cuando Virgilio echa mano de un recuerdo personal para introducir una descripción cuya belleza revela la intensidad de la cosa vista y amada en la memoria,

namque sub Oebaliae memini me turribus arcis ,

qua niger umectat flauentia culta Galaesus ,

Corycium uidisse senem, cui pauca relicti

iugera ruris erant ... 127

es Tarento, bañada por el río Galeso, la ciudad donde coloca el delicioso episodio del viejo de Córico, uno de los más hermosos y entrañables de las Geórgicas , y es en el ameno paisaje de Tarento donde Propercio evoca a Virgilio cantando umbrosi subter pineta Galaesi (PROP ., II 34, 67), y cuando Horacio, para quien el alma de nuestro poeta no guardaba secretos, quiere dedicar un íntimo homenaje a Virgilio, parece acordarse del pasaje de las Geórgicas y expresa su predilección por el mismo rincón:

...si Parcae prohibent iniquae ,

dulce pellitis ouibus Galaesi

flumen et regnata petam Laconi

rura Phalanto .

Ille terrarum mihi praeter omnes

angulus ridet ... 128 .

Incluso en medio del fragor del canto épico, cuando Virgilio busca una imagen que dé cuenta del furor de Turno en el combate, es el espectáculo impresionante de la bahía de Bayas azotada por el oleaje el que se le viene a la memoria, en una de las comparaciones más grandiosas y eficaces de la Eneida :

Talis in Euboico Baiarum litore quondam

saxea pila cadit, magnis quam molibus ante

constructam ponto iaciunt; sic illa ruinam

prona trahit penitusque uadis inlisa recumbit :

miscent se maria et nigrae attolluntur harenae ;

tum sonitu Prochyta alta tremit durumque cubile

Inarime Iouis imperiis imposta Typhoëo 129 .

La Campania, con sus campos verdeantes y el azul inmenso de su mar y de su cielo, con el limpio y suave aire donde se dibujaban los redondeados perfiles de sus montes, henchida de cultura griega, hizo suyo a Virgilio y él correspondió dando forma inmortal a algunas de sus impresiones de la nueva tierra. La que le vio nacer permanecía, sin duda, en el corazón del poeta, pero en los versos de las Geórgicas ya no aparecerá —al lado de la querida y meridional Tarento— más que como un recuerdo melancólico,

saltus et saturi petito longinqua Tarenti

et qualem infelix amisit Mantua campum

pascentem niueos herboso flumine cycnos 130 ,

o como una evocación simbólica en medio de la solemne arquitectura del proemio del tercer libro.

El silencio sobre sí mismo de Virgilio apenas si deja en las Geórgicas algún resquicio. Es Horacio, jocundo narrador de lo suyo y de lo de sus amigos, a quien hemos de recurrir para reconstruir algunos de los momentos, los amigos y las vivencias de Virgilio en los años posteriores al 39 a. C. Ya hemos dicho que fue Virgilio, junto con Vario, quien llamó la atención de Mecenas sobre su amigo y también poeta, Horacio. Lo sabemos por éste, que se refiere a Virgilio con reconocido afecto cuando nos describe aquella primera y decisiva entrevista: ...optimus olim / Vergilius, post hunc Varius dixere quid essem 131 . La amistad entre los dos poetas tenía que ser en este momento profunda y sincera, como para que Virgilio diera un paso tan importante, aunque nada indica que se remontara a mucho antes 132 . Esa amistad entre dos hombres de índole y carácter tan diverso, pero unidos por una congenialidad y una íntima simpatía mutua, se refleja abundantemente en las palabras del expansivo Horacio: animae dimidium meae, anima candidior, optimus Vergilius 133 , así se refiere a Virgilio, con una intimidad afectuosa que, además de con él, sólo usa con el propio Mecenas. Ese afecto sincero y ese trato se mantuvo por encima de importantes diferencias de opinión, que se traslucen en sus respectivas poesías. Virgilio no dudó en dar el paso decisivo a favor de Horacio, cuando con toda probabilidad uno y otro ya habían escrito sobre la visión de Roma y su futuro poemas tan distintos como la cuarta bucólica y el decimosexto epodo, llena de esperanza providencial y de acentos triunfales la primera, penetrado de angustia y pesimismo el segundo. Con independencia de la opinión que se sustente en el complejo problema de las relaciones y precedencias entre ambas obras 134 , lo cierto es que cada una de ellas ha sido escrita con conocimiento de la otra, ambos poetas se saben contrapuestos, si no en su poética, sí en sus opiniones sobre el futuro de la patria que los dos aman con común preocupación.

Al estilo de Horacio, particularmente feliz en ese momento, debemos, como señalábamos al estudiar las fuentes biográficas (supra , pág. 11), la briosa descripción de lo que fueron unos días de viaje, compartidos por Virgilio y el círculo de sus amigos, todos formando parte del séquito de Mecenas, en la primavera del año 37 a. C. Ningún comentario puede igualar la lectura de la sátira quinta del libro primero, el iter Brundisinum , que en este punto recomendamos al lector. La finalidad del viaje es eminentemente política: Mecenas se encamina a Brindis para preparar el encuentro entre Marco Antonio y Octaviano —que se celebró, finalmente, en Tarento— en un momento en que es decisivo que ambos superen sus diferencias y hagan frente a la amenaza del bloqueo de Italia por la flota de Sexto Pompeyo. La preocupación por la delicada misión diplomática que tiene encomendada no le impide a Mecenas realizar el viaje de la manera más agradable posible y acompañarse de una magnífica comitiva en la que figuran nada menos que Virgilio, Horacio, Vario, Tuca.

¿Por qué —nos preguntamos con P. Grimal— en una embajada puramente política, abarrotarse de poetas? Quizá simplemente porque tal era el hábito, porque un gran personaje, en un viaje oficial, no se desplazaba más que con una cohors , un séquito tan brillante como fuera posible. Es necesario también agregar que Virgilio, Vario, Tuca y Horacio poseían suficiente prestigio como para impresionar a Antonio: eso mostraba que la gloria y el poder de las Musas estaban al lado de Octavio 135 .

Pero Horacio en su crónica del viaje lo que ha querido y sabido conservarnos es la atmósfera ligera y hasta irónica, el aire de camaradería y asueto de que gozaban los amigos, que llega hasta nosotros desde el poema como un chorro de aire fresco en el ambiente enrarecido por los tomas y dacas que desde Filipos marcaban la lucha por el poder. En ese marco el atisbo a la intimidad de Virgilio que Horacio ha captado es algo realmente impagable. Virgilio, que habría pasado el invierno en su retiro de Nápoles, sale junto con Vario y Tuca al encuentro de la comitiva de Mecenas. El encuentro tuvo lugar en Sinuesa, en las faldas del Másico, y ¡con qué gozo lo celebra Horacio!:

Postera lux oritur multo gratissima: namque

Plotius et Varius Sinuessae Vergiliusque

occurrunt, animae, qualis neque candidiores

terra tulit neque quis me sit deuinctior alter .

O qui complexus et gaudia quanta fuerunt!

nil ego contulerim iucundo sanus amico 136 .

Vale la pena repetir en voz alta el segundo hexámetro: Plotius et Varius Sinuessae Vergiliusque!; sí, son los mismos nombres del papiro de Herculano, aquel precioso testimonio de las amistades de juventud de Virgilio en los tiempos en que se adentraban, de la mano de Sirón y Filodemo, en la doctrina de Epicuro. Todos juntos continúan el viaje y el narrador no nos escatima anécdotas familiares y divertidas. En la segunda jornada se detienen en Capua:

...muli Capuae clitellas tempore ponunt .

Lusum it Maecenas, dormitum ego Vergiliusque:

namque pila lippis inimicum et ludere crudis 137 .

Y ya tenemos a Virgilio y a Horacio durmiendo la siesta... hasta que se reemprende la marcha con nuevas etapas que Horacio sabe hacer pintorescas con arte maestro. Hay que agradecerle, por cierto, al salado Horacio que nos haya conservado estas imágenes entrañables de Virgilio, que, sin duda, no interesaron nada a la «hagiografía» posterior.

Virgilio contó también con el apoyo y la admiración de Horacio frente a sus obtrectatores . Así en la sátira I 10 —que se fecha en el 35 a. C.— vemos a este último defendiendo al mantuano de sus enemigos literarios; entre ellos estaban aquel Bavio y aquel Mevio a los que, por cierto, Virgilio había atacado a su vez en las Bucólicas (III 90) —y, en literaria solidaridad, Horacio a Mevio en el décimo epodo—. En aquella misma sátira Horacio nos da un juicio de verdadero «connaisseur» sobre la obra de Virgilio, a la sazón las Bucólicas , pues las Geórgicas se encontraban en plena elaboración:

...molle atque facetum

Vergilio adnuerunt gaudentes rure Camenae 138 .

Y Virgilio, junto con Vario, volverá a ser elogiado y tratado de dilectus por Horacio en su epístola a Augusto, cuando le muestre a éste poetas dignos de cantar su gloria (HOR ., Ep . II 1, 245-247). Ya al final de su vida, quizá incluso después de la muerte de Virgilio, Horacio saldrá otra vez en su defensa, nada menos que en el Arte Poética (vv. 48-55). En los momentos de dolor tampoco falta a Virgilio el consuelo del amigo Horacio. Hacia el 24 ó 23 a. C., cuando muere Quintilio, amigo de ambos, Horacio llora su pérdida y describe el dolor de Virgilio en versos en los que hay una significativa referencia al mito de Orfeo, que precisamente había utilizado Virgilio en el epilio que cierra las Geórgicas:

ergo Quintilium perpetuus sopor

urget! cui Pudor et Iustitiae soror

incorrupta Fides, nudaque Veritas

quando ullum inueniet parem?

Multis ille bonis flebilis occidit ,

nulli flebilior quam tibi, Vergili .

tu frustra pius, heu! non ita creditum

poscis Quintilium deos .

Quid si Threicio blandius Orpheo

auditam moderere arboribus fidem ... 139 .

En todas las circunstancias en que Horacio se dirige a Virgilio, en el momento de la alegría compartida, en el de la polémica literaria, en el de dolor también compartido, el tono es, dentro de la familiaridad y el afecto, invariablemente modesto y admirado, casi de veneración. Este hecho, entre otras circunstancias externas, hace sumamente improbable que el Virgilio de la oda duodécima del libro cuarto, una jocosa invitación a cenar que imita un poema bien conocido de Catulo, sea el nuestro. Y no es que forjemos por nuestra cuenta una imagen tan pacata de Virgilio que ahora resulte duro atribuirle la franca invitación a beber:

adduxere sitim tempora, Vergili :

sed pressum Calibus ducere Liberum

si gestis, iuuenum nobilium cliens ,

nardo uina merebere 140 ,

pero cuando se publica ese poema hace ya cinco años que Virgilio ha muerto y sí resulta inverosímil que Horacio seleccionara esos temas y acentos para recordar, cuando ya era historia, al mayor poeta de Roma, y al amigo que en vida había sido «la mitad de su alma» 141 . Esa famosa expresión la utiliza Horacio precisamente en la tercera pieza del libro primero de las Odas , un propempticon dirigido a Virgilio, es decir, un canto en el que se suplica a los dioses que favorezcan la travesía del amigo que se embarca para Grecia. Esto plantea un problema biográfico y cronológico. No sabemos de más viaje a Grecia de Virgilio que el realizado en el 19 a. C., a cuya vuelta murió; pero los tres primeros libros de las Odas aparecieron publicados ya en el año 23 a. C. O bien Virgilio viajó —o, al menos, intentó viajar— a Grecia antes de esa última fecha, o bien no hubo más viaje que el del año 19 y la oda de Horacio, escrita para esa ocasión, fue incluida posteriormente en la colección, cuando se añadió a ésta el libro cuarto de las Odas 142 .

Los testimonios horacianos que hemos apurado cubren, pues, los años que van aproximadamente desde el 38 a. C. hasta poco antes de la muerte de Virgilio y nos permiten percibir los rasgos de la amistad entre los dos poetas, constante y cálida hasta la ternura por encima de lo distinto de sus caracteres 143 , basada en la mutua comprensión y aprecio, como manifiestan los «mensajes» que tácitamente se dirigen en sus respectivas obras, firme por esas causas más que por el contacto, que no debió ser frecuente, apartado como estaba Virgilio en su retiro de Campania y repartido Horacio entre la frecuentación de la «sociedad» en Roma y sus descansos en su villa de Tívoli 144 .

Pero la figura bajo cuya noble sombra se gestan las Geórgicas es la de Mecenas. De hecho sólo éste y el futuro Augusto —aquí todavía solamente César— son mencionados en el poema. Nos hemos referido antes al inicio de la amistad entre Virgilio y Mecenas y del patronazgo de éste sobre aquél. Las Geórgicas son el fruto granado, por supuesto, de la libre inspiración poética virgiliana, pero también de la implicación del poeta en el programa restaurador que Mecenas dirigía a impulsos de Octaviano. Cualquiera que sea la interpretación que se defienda de la intervención de Mecenas en la gestación del poema geórgico 145 , entiéndase lo que se entienda por sus famosos haud mollia iussa 146 , su presencia en el poema es capital y constituye además, junto con lo que hemos espigado en Horacio, el testimonio más elocuente de las relaciones entre patrono y poeta, decisivas en estos años y mantenidas después, cada vez más con el rasgo de estrecha amistad entre iguales, hasta la muerte de Virgilio 147 . Mecenas, en fin, aparece al lado de Virgilio en el momento que nos permite fijar un término ante quem para la composición de las Geórgicas . Pues nos cuenta Suetonio que

Augusto, a su vuelta tras la victoria de Accio, se detuvo en Atela para curarse una enfermedad de garganta; allí durante cuatro días le leyó Virgilio las Geórgicas , relevándolo Mecenas en la recitación cada vez que el cansancio de la voz le obligaba a interrumpirse 148 .

Esa vuelta del César Octaviano fue en el verano del 29 a. C. —concretamente en Agosto celebró su triunfo en Roma—: a comienzos de esa estación tuvo que suceder aquella impresionante lectura 149 . Fueron verosímilmente cuatro días de recitación —a uno por libro— en la paz de aquella ciudad, cómo no, de la Campania. Era en cierta manera el homenaje de Virgilio al vencedor de Accio y en ese homenaje Mecenas se encontraba justamente asociado. Para su política de exaltación de la paz y del trabajo el príncipe había encontrado en él a un colaborador inteligente, capaz y sensible y no a un burdo propagandista. Por medio de Mecenas el futuro Augusto descubría el potencial oculto en la poesía virgiliana, justo en el momento en que el mundo romano restaurado —y su príncipe a la cabeza— necesitaban un cantor, un uates . Venían los tiempos de la Eneida .

La plenitud de la poesía augústea de Virgilio

El año 26 ó 25 a. C. Augusto, que se encontraba en Tarragona en una pausa de la guerra que personalmente dirigía contra los cántabros, escribía a Virgilio para que éste le enviara «un primer esbozo» de la Eneida o «una parte cualquiera» de ella 150 . En esa misma época o poco antes, Propercio, como ya se ha dicho, se refería con expectación jubilosa a la gestación del poema 151 . Para entonces la Eneida ya llevaba con toda probabilidad algunos años de elaboración. La profecía de Júpiter a Venus, que aparece en su primer libro (vv. 257-296) y que es una clara visión del orden nuevo pacífico que el César se disponía a instaurar en el mundo romano 152 , está escrita, sin duda, bajo la impresión del triunfo de Octaviano en el año 29 a. C. y de la clausura de las puertas del templo de Jano en ese mismo año. Si tenemos en cuenta que, cuando Virgilio muere en el año 19 a. C., deja la Eneida inacabada, convendremos en que la tradición biográfica virgiliana, que atribuye once años a la composición del poema 153 , se aproxima bastante a estos datos históricos. El mencionado discurso de Júpiter a Venus sobre la futura grandeza de los descendientes de Eneas, es decir, el pueblo romano, es uno de los tres lugares «programáticos» de la Eneida , en los que Virgilio sub specie poeseos se libra a una grandiosa visión histórica de Roma y de Augusto; los otros dos son el desfile de las almas de los héroes en los Campos Elíseos (VI 756-892) y la descripción del escudo de Eneas (VIII 626-731) 154 . Pero la presencia inmanente del príncipe domina todo el poema, como ya advertían los comentaristas antiguos 155 . Lo que P. Grimal ha llamado «conversión» 156 del antiguo antoniano que era Virgilio a Augusto está ya presente en el proemio del libro tercero de las Geórgicas , pero es sobre todo a partir de la batalla de Accio, presentada en la Eneida , de acuerdo con un motivo fundamental de la propaganda augústea, como un triunfo de los valores luminosos de la tradición romana frente a la oscura amenaza del Oriente 157 —personificado, a propósito, en Cleopatra, nefas Aegyptia coniunx (En . VIII 688), y no en Marco Antonio, romano al fin y vencedor otrora de aquella barbarie, uictor ab Aurorae populis et litore rubro (En . VIII 686)—, cuando Virgilio se hace un decidido partidario y portavoz poético de la labor restauradora de Augusto, de la «revolución romana» 158 . La primera tarea de ese proceso era la pacificación, o mejor, la imposición de la pax Romana . Hay una precisa sintonía espiritual entre la relevancia con que Augusto se refiere a esa empresa, concebida como el resultado final del dominio romano sobre el mundo, en su propio escrito autobiográfico, las Res gestae 159 , y el tono de los famosos versos de la Eneida en que Virgilio proclama a su vez la misión destinal del pueblo romano:

tu regere imperio populos, Romane, memento ,

haec tibi erunt artes, pacisque imponere morem ,

parcere subiectis et debellare superbos 160 .

La Eneida es también —y sobre todo— poema augústeo, o mejor, el poema augústeo por excelencia en el sentido de que en ella «la exaltación de Augusto como señor de la guerra y de la paz llega a solemne consagración» 161 . De ahí la atención y casi ansiedad con que el príncipe asistía a la gestación del gran poema épico, tanto si estaba ausente, empeñado en lejanas guerras, como desde la misma Roma.

Desgraciadamente, aparte de los testimonios ya mencionados de Propercio y del propio Augusto, casi nada sabemos de estos años en que Virgilio trabajaba en su última obra. La VSD —en un pasaje cuya autenticidad suetoniana nadie ha puesto en duda—, inmediatamente después de informarnos de la carta de Augusto a Virgilio, prosigue: «Pero no fue sino mucho más tarde y sólo después de tener acabado el argumento cuando [Virgilio] leyó [a Augusto] tres libros completos: el segundo, el cuarto y el sexto; este último, además, provocando una notable emoción en Octavia quien, como estuviera presente en la lectura, al llegar a aquellos versos acerca de su hijo ‘tú serás Marcelo’, se dice que se desmayó y a duras penas volvió en sí» 162 . Marcelo, el hijo de Octavia, la hermana de Augusto, murió en otoño del año 23 a. C. Es plausible pensar ante el patetismo del relato que el dolor por su pérdida era todavía reciente cuando transcurría la escena anteriormente descrita, de manera que podemos suponer que poco después del año 23 por lo menos tres libros de la Eneida estaban ya acabados 163 . Es todo lo que podemos precisar sobre los tiempos de la composición del poema.

¿Cuál fue el alcance de la constante atención de Augusto a la creación de la Eneida? ¿Hubo una intervención o intervenciones del príncipe y fueron más o menos solícitamente escuchadas por el poeta? Estas preguntas apuntan a una polémica famosa en la crítica virgiliana. Ya nos referimos en su lugar 164 a la independencia de Virgilio con relación a los poderosos de sus tiempos de juventud y no hay motivo para opinar ahora de distinta manera. Pero parece haber sido difícil para una parte de la crítica moderna aceptar una comunidad de ideas entre el príncipe y el poeta, incluso se ha llegado hasta ver en éste poco más que a un poeta «áulico», un propagandista 165 . La polémica —en la que el prejuicio romántico de la concepción del artista como «outsider» ha jugado más de una mala pasada— ha transcendido el ámbito de la filología y se ha convertido a veces en una auténtica disputa ideológica 166 . Si hubiera que terciar en ella, lo más prudente sería arriesgarse a pecar de ingenuo y aceptar que se produjo con naturalidad una progresiva comunidad espiritual entre dos hombres empeñados, desde muy diferentes perspectivas, en un mismo proyecto «romano»: «El encuentro entre las dos almas, por tantos aspectos tan diversas, de Augusto y de Virgilio, fue tan pleno que excluye —por decirlo del modo más claro— que el poeta hubiera puesto su pluma a servicio y vendido su corazón. El enorme trabajo de Eneas para dar vida un día a Roma y a su pueblo se transforma en el epos virgiliano en la prefiguración de la actividad infatigable desplegada por Augusto para la edificación de la nueva Roma», ha escrito con acierto G. Vitucci 167 . Y, de hecho, los ejemplos de lo que ese mismo autor ha llamado «consonancia de ideas y de afectos» entre aquellos dos hombres «(con)geniales» son abundantes: la lectura de las Geórgicas a Augusto en Atela —justo cuando aquél, libres sus manos de toda traba por la reciente victoria de Accio, acometía la «revolución romana»—, la insistencia afectuosa de las cartas del César, como la mencionada escrita durante la guerra cántabra, la posible respuesta negativa de Virgilio, no por modesta y cortés menos franca para con el amigo que en ese momento era ya el amo del mundo 168 , no sólo son difícilmente concebibles sin aquella comunidad o consonancia espiritual, sino que no se explican más que en el seno de una especial relación entre los dos hombres, de mutuo respeto y, al mismo tiempo, de franca amistad y familiaridad. Son las cualidades que se condensan, por ejemplo, en el corto y expresivo billete de Augusto a Virgilio, escrito quizá después que el poeta se hubiera alejado con demasiada modestia del lado del príncipie, y del que el gramático Prisciano nos da esta noticia: Caesar ad Vergilium: Excucurristi a Neapoli 169 . No gustaba el poeta, como ya se ha visto, de la vida en Roma y siempre prefirió la tranquilidad de su retiro campano; pero ese alejamiento, tan acorde además con su modestia 170 , nunca significó ni mengua en su trato familiar con Augusto, ni olvido por parte del pueblo que lo reconocía como su poeta; así lo expresó con feliz concisión el autor del Diálogo de los oradores : «prefiero el seguro y tranquilo alejamiento de Virgilio, que, sin embargo, ni le privó del favor del divino Augusto, ni de la fama entre el pueblo romano» 171 . Virgilio, al igual que hizo con Mecenas, dio muestras de su consideración familiar y de su amistad para con Augusto nombrándolo heredero de una cuarta parte de sus bienes 172 . Ciertamente correspondía con ello a la generosidad de su amigo y patrono máximo, pero a este mismo y al pueblo romano ya les había dejado en vida un legado incomparable, como con toda justicia se complace en decir Focas en sus curiosos hexámetros biográficos:

his auctus meritis cum digna repetere uellet ,

inuenit carmen, quo munera uincere posset :

praedia dat Caesar, quorum breuis usus habendi ,

obtulit hic laudes, quas saecula nulla silescunt 173 .

Quisiéramos saber algo de esos años de madurez de Virgilio, la época en que Nápoles, la «dulce Parténope», según él se complacía en decirnos 174 , le vio componer hasta su perfección las Geórgicas y gestar en seguida con esfuerzo y ventura grandes la epopeya de la Eneida . También los biógrafos virgilianos sintieron aquel deseo y la tradición suetoniana nos ha conservado una descripción de Virgilio en pleno trabajo que, como ha señalado K. Büchner, se remonta a una fuente bien informada, probablemente el llamado «Libro de los amigos de Virgilio» 175 : «Cuando escribía las Geórgicas se nos cuenta que componía todas las mañanas muchos versos; tenía la costumbre de dictarlos y durante todo el día los condensaba en algunos versos, diciendo, no sin razón, que daba a luz su poema a la manera de la osa y que lo perfeccionaba lamiéndolo. La Eneida primero la redactó en prosa y la dividió en doce libros; se puso a componerlos uno a uno, según le dictaba su gusto y sin reparar nada en el orden. Y para que ningún obstáculo se opusiera a su inspiración, dejó pasajes sin acabar, a otros les dio, por decirlo así, un soporte de versos provisionales que interponía, según decía en broma, a guisa de puntales para sostener la obra hasta que llegaran sólidas columnas» 176 .

La convención de la biografía antigua exigía un retrato físico y moral del biografiado. Suetonio describe así a Virgilio en su «akmé», es decir en los años de madurez, que corresponden según vimos a los de la composición de la Eneida: «Era grande de cuerpo y de talla, de tez morena, aspecto de campesino y una salud delicada; pues padecía a menudo del estómago, de la garganta y de dolor de cabeza; incluso escupía sangre a menudo» 177 . Aunque en la Antigüedad se hicieron muchos retratos de Virgilio, ninguno da las garantías de autenticidad suficientes como para que podamos verificar la descripción suetoniana. Si el mosaico de Hadrumetum, al que nos referíamos en cabeza de estas páginas y que es el de fines del siglo III , nos ha conservado una imagen que concuerda satisfactoriamente con aquella, es con toda probabilidad porque el artista se ha basado en los datos proporcionados por la biografía suetoniana 178 . En cuanto al retrato moral, de la curiosa mezcla —muy del gusto de Suetonio— de rasgos de aceptable credibilidad y de anécdotas cercanas al puro chisme que nos ofrece la VSD 179 quizá podamos sacar la imagen de un hombre sobrio y aplicado conscientemente al trabajo poético, sensible a la belleza y a la amistad y especialmente feliz con el trato de quienes las encarnaban a un tiempo, celoso de su intimidad y casi exageradamente remiso a abandonarla, pues, tímido y gozoso de su fructífera soledad, se encontraba a gusto en ella, acompañado, a lo sumo, de sus íntimos: «no era perfectamente feliz más que en compañía de su corazón, en la soledad, allí donde se sienten las voces misteriosas y nacen los sublimes recogimientos y las grandes inspiraciones», ha escrito G. Caiati 180 .

El viaje a Grecia y la muerte de Virgilio

Entrado el año 19 a. C., la primera redacción de toda la Eneida y, en una gran parte del poema, también la definitiva estaban acabadas. Faltaba la última lima, la de la perfección. El libro tercero sobre todo, el que narra el deambular de Eneas por el Mediterráneo griego, distaba de satisfacer al autor. Virgilio quería ver con sus ojos aquellos pasajes, recorrer Grecia y Asia Menor durante tres años, revisar el itinerario de Eneas resiguiendo los caminos —del mar y de la tierra— que había recorrido el héroe troyano. Y luego, corregir, corregir hasta dotar a la Eneida de aquel acabamiento y perfección que, desde las Geórgicas —«the best Poem of the best Poet», según la famosa expresión de Dryden—, eran adquisición irreversible de su arte. Sólo entonces se sentiría en paz con su misión o destino poético y podría dedicarse plenamente a la filosofía, la vocación prematuramente abordada en sus años mozos 181 y que sólo ahora, rebasada la madurez, se abría ante Virgilio en toda su vasta y profunda perspectiva. Esos eran los proyectos del poeta 182 .

A todo esto Virgilio tenía ya más de cincuenta años, su salud era delicada y la estación —en pleno centro del verano— nada aconsejable para viajar. Sus amigos —Horacio a la cabeza, si a este momento se refiere su famoso propempticon a Virgilio 183 — intentaron probablemente disuadirlo. No lo consiguieron: Virgilio partió sin más dilación de Brindis en agosto del 19 a. C. El programa de su viaje debía de comprender los venerables lugares de la Grecia continental y de las islas, así como las costas asiáticas de la Jonia. Pero de todo este ambicioso plan bien poco iba a poder realizar. No había hecho más que llegar a Atenas cuando, al encontrarse allí con Augusto que volvía de Oriente y se encaminaba a Roma, decide no proseguir el viaje y volver con el príncipe. Antes quiere por lo menos conocer la ciudad de Mégara, la patria del poeta Teognis, no lejana de Atenas. La visitó bajo un sol tórrido, feruentissimo sole , dice la Vida suetoniana, e inmediatamente su delicada salud se resintió: Virgilio enfermó y las molestias del viaje, que no se interrumpió, agravaron su estado. Cuando desembarcó en Brindis, pocos días antes del veintiuno de septiembre, llevaba en su rostro la sombra de la muerte 184 . Una angustia suprema vino a sumarse a la de la mortal enfermedad: la Eneida estaba incompleta; el fruto de once años de trabajo, inmaduro; el poema de Roma y de Augusto, inconcluso. En sus últimos momentos —nos dice la tradición biográfica— pidió con insistencia el manuscrito para quemarlo. No se trataba del delirio de la enfermedad. De hecho antes de partir para Grecia había encargado a Vario que, si algo le ocurría durante el viaje, arrojara la Eneida al fuego; a lo cual Vario se negó terminantemente. Es posible que tan drástica última voluntad no pasara a registrarse por escrito en su testamento 185 , pero lo que sí aparecía en éste era el legado de los escritos de Virgilio a sus amigos Vario y Tuca, con la condición de que no publicaran aquello que él no había publicado 186 . Quizá Virgilio comprendió angustiado en su lecho de muerte que el príncipe no iba a consentir que se cumpliera esa mandato y que la epopeya de los romanos no viera la luz. Y no se equivocaba: la Eneida fue publicada póstumamente auctore Augusto (VSD 41) por Vario —o por Vario y Tuca—, quien sin embargo procedió con piadosa veneración, editándola prácticamente sin correción alguna, tal como la había dejado la mano desfalleciente de Virgilio y como ha llegado hasta nosotros.

¿Por qué quiso Virgilio quemar la Eneida o, al menos, que no se publicara? Es posible que la exigencia de plenitud y perfección artísticas del poeta no consintiera en imaginar su obra publicada imperfecta, sin la última lima 187 . Pero se ha apuntado a razones más profundas. ¿Se sintió Virgilio al final de su vida decepcionado por la política de Augusto y quiso tardíamente evitar que el príncipe utilizara su poema como un fabuloso monumento propagandístico? Tal «arrepentimiento» final corroboraría la opinión de quienes han visto en Virgilio al apologista sub specie poesseos de la política de Augusto y del imperialismo romano 188 . ¿Sintió Virgilio que había «fracasado» 189 en su misión poética, que el poema que, en su lectura más profunda, ambicionaba como respuesta a los interrogantes perpetuos de la condición humana se quedaba en una espléndida construcción de seductora —y engañosa— belleza formal 190 ?

No parece, sin embargo, que sean los esfuerzos y conjeturas de los filólogos los que vayan a desvelar los pensamientos, la angustia, las intenciones del genio que moría hace dos mil años en Brindis. Eso quizá le estuvo reservado, por medio de un genial diálogo intemporal —como le habría gustado decir a Dilthey—, a otro poeta. En 1945 publicaba Hermann Broch su novela Der Tod des Vergil , una de las obras capitales de la literatura alemana —y europea— de este siglo 191 . Broch recera en una prosa inmensa y abrumadoramente ensimismada y poética los últimos días de Virgilio en Brindis, «decidido a hacer destruir la propia obra precisamente en la conciencia de su poética (pero sólo poética) perfección y después plegado a otra voluntad por afirmarse en él un más alto valor» 192 . Pero al lado de su elucidación, también consciente y atormentada, del pensamiento agónico de Virgilio —y, al mismo tiempo, de su propia meditación de la muerte— es posible, como ha indagado P. M. Lützeler, que Broch nos haya dado, inconscientemente, una clave profunda para comprender la angustia de Virgilio y la suya propia. Lützeler, que ha seguido la génesis de la novela y ha estudiado especialmente la utilización en ella de los materiales virgilianos y de la tradición virgiliana, ha señalado cómo Broch declaraba que su obra, aparecida por cierto tras diez años de trabajo, habría necesitado todavía tres años más de él y quizá ni siquiera así hubiera debido de ser publicada 193 . Pero H. Broch publicó su libro y Virgilio, a pesar de que nadie le entregó sus escritos cuando los reclamaba para quemarlos, no tomó en su última voluntad ninguna decisión formal sobre la Eneida 194 . Un impulso mayor se sobrepuso a la acuciante autoexigencia de la pura conciencia artística, un impulso profundamente sentido sólo a las puertas de la eternidad. Estas se abrieron para Virgilio el día veintiuno de septiembre del año diecinueve antes de Cristo.

El drama se había desarrollado en Brindis y la piedad de las generaciones posteriores para con el poeta de Roma ha querido que hasta hoy sobreviva en aquella ciudad una leyenda que conoce y sitúa la «casa de Virgilio» 195 . Las cenizas del poeta fueron trasladadas a Nápoles y enterradas al borde del camino que llevaba a Pozzuoli, a poco menos de dos millas de la ciudad, no lejos del retiro de Posilipo que tanto amó Virgilio en los años cruciales de su juventud 196 . Quiere la tradición que sobre su tumba se grabara el dístico que, escrito sin duda por alguno de los amigos íntimos del poeta, merece ser obra del propio Virgilio, tal es la modestia y la evocadora concisión de sus versos:

Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc

Parthenope; cecini pascua rura duces 197 .

LA TRANSMISIÓN DEL TEXTO DE VIRGILIO

Virgilio es un caso egregio también por lo que hace al proceso de transmisión de sus obras. Una magnitud de tal orden —observa con justeza L. D. Reynolds— «tiene su propio y singular destino y éste ha alcanzado en algunos aspectos a las muchas maneras en que sus poemas han sido transmitidos a la posteridad» 198 . Conservamos en primer lugar cerca de 780 códices manuscritos de Virgilio 199 , a la cabeza de los cuales se encuentran siete impresionantes ejemplares de venerable antigüedad y monumental escritura; aunque apenas son relevantes para la constitución del texto, deben citarse a continuación los numerosos fragmentos papiráceos que recogen versos virgilianos 200 . Ademas de eso, las obras de Virgilio generaron una nutrida tradición indirecta de sí mismas, es decir, la constituida por citas de muy diversa extensión de sus versos, transmitidas por gramáticos y comentadores ya desde los tiempos mismos en que vivía el poeta 201 . Para hacerse una idea de la importancia de esta tradición será suficiente afirmar que, si todos los manuscritos de Virgilio se hubieran perdido, gracias a ella tendríamos, no obstante, un testimonio extenso y significativo de su obra, superior, en cualquier caso al que tenemos, por ejemplo, de los poetas latinos arcaicos, sobre los cuales los filólogos disertan y construyen abundantes y extensas monografías. Ocurre con Virgilio que los manuscritos medievales —los más antiguos que tenemos para la inmensa mayor parte de los clásicos latinos— son casi innecesarios para la constitución de su texto y deben más bien ser estudiados, junto con la riquísima y variada exégesis que los acompaña o que se produjo en torno a ellos, como exponente de su varia fortuna y pervivencia. La tradición del texto de Virgilio es, en fin, tan rica, densa y multiforme y, en consecuencia, tan intrincada que justifica plenamente la cita del poeta mismo con que Sir Roger Mynors abría la Praefatio de su edición oxoniense, el texto «standard» de Virgilio en nuestros días: itur in antiquam siluam 202 .

Los imponentes propileos de esa selva antigua están constituidos por los uetustissimi libri escritos todavía al final de la Antigüedad en letra capital rústica, las litterae Vergilianae de los medievales. Estos venerables códices reciben las siguientes siglas y denominaciones:

M = Florentinus Laurentianus 39, 1, también llamado Mediceus . Del siglo v. Escrito en Italia. Contiene una suscripción en la que Turcio Rufio Aproniano Asterio (cónsul en 494) declara haberlo corregido en Roma. Estuvo en Bobbio hasta 1467, año en que fue trasladado a Roma, probablemente por manos del abad benedictino Gregorio de Crema. En 1471 lo utilizó Pomponio Leto para su comentario a Virgilio, y entre 1500 y 1521 estuvo depositado en la Biblioteca Vaticana. Fue en ese momento cuando se separó del códice un folio, que sigue conservándose en ella como apéndice al Virgilio Vaticano, F . El manuscrito se custodia actualmente en la Biblioteca Medícea-Laurenciana de Florencia y es el más ilustre de los códices virgilianos que han llegado hasta nosotros 203 .

P = Vaticanus Palatinus Latinus 1631, olim Lauresheimensis . De finales del siglo V o principios del VI . Escrito en Italia. Sabemos que desde el siglo IX se custodiaba en la Abadía de Lorsch y allí lo consultó todavía el cosmógrafo Sebastian Münster (1489-1522), quien lo consideraba autógrafo del propio Virgilio. Hacia 1556 pasó a la Biblioteca Palatina de Heidelberg y de allí a la Biblioteca Vaticana en 1623 204 .

R = Vaticanus Latinus 3867, llamado codex Romanus . De principios del siglo VI . Escrito en Italia, probablemente en Ravenna, pero estuvo en la Abadía de Saint-Denis, en París, por lo menos desde época carolingia. Allí sirvió de modelo para una copia que contenía las Bucólicas y el final de la Eneida , copia que actualmente aparece dividida entre dos manuscritos, uno conservado en Berna (Bernensis 172) y otro en París (Parisinus Lat . 7929). El auxilio de ambos nos permite suplir el códice romano allá donde está mutilado o corrupto. En el pontificado de Sixto IV el manuscrito R pasó a la Biblioteca Vaticana, donde uno de los primeros en utilizarlo fue Angelo Poliziano en 1484, y allí se custodia en nuestros días. Está ornado con numerosas y bellas miniaturas, entre las cuales destaca un famoso retrato de Virgilio 205 .

Aunque cada uno de los tres manuscritos anteriormente mencionados, M, P , y R , ha sufrido la pérdida de algunas páginas, juntos contienen el grueso de la obra de Virgilio y sobre ellos recae el peso del trabajo del editor virgiliano. En la práctica, como luego veremos, éste suele decidir entre dar preeminencia al códice Medíceo (M) o al Palatino (P) , utilizando el Romano en los pocos lugares donde presentan lagunas aquellos dos, muy pocos si tenemos en cuenta que al Medíceo le faltan sólo las primeras cinco églogas y la mitad de la sexta, y que las más amplias lagunas del Palatino se suplen con su apógrafo, el Guelferbytanus Gudianus Latinus 2.° 70 (g) , del siglo IX (como las del Romano con el suyo, el Bernensis 172 [a] , también del siglo IX ). Sin embargo, no son menos antiguos ni venerables que los códices M, P y R los cuatro siguientes, cuya menor importancia para la constitución del texto viene dada sólo por lo muy fragmentario de su estado actual:

F = Vaticanus Latinus 3225, conocido como schedae Vaticanae o schedae Fuluianae Vaticanae . Escrito hacia el final del siglo IV en Italia, probablemente en Roma. Se trata de un códice preciosísimo, enriquecido por cincuenta miniaturas que han permitido a los codicólogos y a los historiadores del arte considerarlo como un auténtico ejemplar de lujo, realizado por un copista profesional de un taller romano, y les ha llevado a desechar la hipótesis, sostenida durante mucho tiempo, de un origen hispánico del manuscrito 206 . A mediados del siglo XV sabemos que estaba en posesión de este códice o, al menos, que lo tuvo en sus manos Gioviano Pontano. Después perteneció a la familia Bembo y posteriormente a Fulvio Orsini, cuyo nombre todavía ostenta. Desde 1600 se conserva en la Biblioteca Apostólica Vaticana 207 .

V = Veronensis XL (38). Del siglo V . Escrito en Italia del Norte o quizá en la Galia, pero reescrito, en todo caso, en Luxeuil en el siglo VII . Se trata de un palimpsesto: sobre el texto virgiliano se reescribieron los Moralia in Job de San Gregorio Magno. El códice se encuentra en Verona ya desde el siglo IX y es el que está enriquecido por los importantes escolios virgilianos designados por su primer editor, el cardenal Mai en 1818, como Scholia Veronensia .

A = Vaticanus Latinus 3256 (4 folios) más Berolinensis Latinus 2.°, 416 (3 folios), conocido como codex Augusteus . De la primera mitad del siglo VI . Escrito en Italia, casi sin duda en área romana. La parte berlinesa de este códice fragmentario fue adquirida en subasta por la Staatsbibliothek de Berlín en 1862. El monumental aspecto externo del manuscrito, escrito en una magnífica capital quadrata , fue probablemente la causa de que se le atribuyera el haber pertenecido al propio Augusto. Al margen de esta legendaria datación ha sido tenido durante mucho tiempo por escrito en el siglo IV , posición que defiende todavía C. Nordenfalk 208 .

G = Sangallensis 1394. De principios del siglo VI . Escrito en Italia. Contiene doce fragmentos de las obras de Virgilio, lujosamente ornamentados y escritos en capital quadrata . Al menos esos fragmentos se conservaban ya en Saint Gall en los siglos XII y XIII , épocas en las que sobre algunos de sus folios se reescribieron textos sagrados, y seguían estando en 1461, cuando se usaron para encuadernar otros manuscritos. Hacia fines del XVIII se reconoció su unidad y fueron compilados. Así los manejó ya Heyne, el primer filólogo en reparar sobre su valor e importancia.

Entre los codices antiquiores suelen mencionarse por los últimos editores de Virgilio otros dos que, si bien son claramente posteriores a los grandes manuscritos tardoantiguos citados, todavía son precarolinos. Se trata de los códices m y p :

m = Monacensis Latinus 29005, 18. Escrito en la segunda mitad del siglo VIII en el norte de Italia. Es el más antiguo de los manuscritos medievales de Virgilio 209 .

p = Parisinus Latinus 7906. Escrito a fines del siglo VIII en el oeste de Alemania, probablemente, según Geymonat, en el área de Lorsch 210 .

El interés de estos dos últimos manuscritos radica en que probablemente son apógrafos copiados de códices antiguos escritos en letra capital, similares a los arriba descritos. Esa condición se da también en algunos de los manuscritos plenamente medievales —carolinos y poscarolinos— que son selectivamente tenidos en cuenta por los editores, como es el caso, especialmente preeminente de los apógrafos del Palatino y del Romano arriba mencionados. Pero con ellos pasaríamos, por decirlo con palabras muy acertadas de Reynolds, de la antiqua silua a una inmensa silua 211 y, además inextricable. Para nuestro propósito será suficiente recordar lo que ya decíamos, a saber, que la historia del texto de Virgilio en la Edad Media pertenece más al capítulo de su varia fortuna que al de la crítica textual estricta.

Lo vario y rico de esa fortuna ya en los tiempos antiguos, incluso poco después de la muerte de Virgilio, queda atestiguado de manera especialmente interesante por los fragmentos papiráceos —algo más de veinte, escalonados desde el siglo I al V d. C.— que en los últimos decenios se han extraído de las arenas de Egipto y de Palestina y que contienen textos virgilianos, generalmente de cortas dimensiones, y muchas veces de marcado aspecto escolar: versos de Virgilio repetidos varias veces como ejercicio o con una traducción griega al lado, lo que atestigua la difusión de la obra del poeta en Oriente del Imperio 212 . Son, sin duda, hermosas ruinas que, como ha escrito oportunamente el editor virgiliano M. Geymonat, «nos perraro ad textum Vergilianum emendandum adiuuant...: maximi contra momenti sunt ad studia Vergiliana apud antiquos illustranda» 213 .

Por si todos estos testimonios directos del texto de Virgilio no fueran suficientes, ha llegado hasta nosotros una riquísima tradición indirecta que se remonta, como ya hemos visto, a la época misma del poeta. La filología virgiliana comienza muy temprano, alrededor del año 26 a. C., cuando Q. Cecilio Epirota empezó a ocuparse de Virgilio en clase. A partir de este momento y hasta el fin de la Antigüedad una pléyade de editores, comentaristas, gramáticos, escoliastas avalan con su autoridad centenares de pasos virgilianos. Bastantes de ellos poseyeron un elevado sentido crítico y leyeron —o creyeron leer— a Virgilio en condiciones óptimas de fiabilidad. Desde Aulo Gelio —en el siglo II de nuestra era— hasta la masa de comentarios de los siglos IV y V nos encontramos con hombres que hablan de ejemplares optimi, antiquissimi, manu ipsius [ = Vergilii] correcti, ex domo atque familia Vergilii , etc. 214 . En algunas ocasiones sin el testimonio de esta tradición indirecta no tendríamos la seguridad de hallarnos ante el buen texto de Virgilio, pero, en otras, la discordancia entre testimonios igualmente respetables hace imposible una elección segura. Este hecho apunta a la existencia ya en la Antigüedad de tradiciones diversas, prácticamente irreductibles, dotadas cada una de sus propias y distintas correcciones, distintas porque son «verdaderas y propias colaciones de otros ejemplares ahora perdidos» 215 . La utilización de la tradición indirecta en la edición del texto virgiliano es, por tanto, un trabajo delicado, en el que hay que resolver cuidadosamente caso por caso, precisamente por el muy alto grado de fiabilidad que tienen tradiciones encontradas, y en el que el riesgo de aceptar por buenas auténticas —aunque no burdas, desde luego— interpolaciones es muy alto 216 .

El editor del texto de Virgilio puede, por todo lo dicho, encontrarse perplejo 217 . De un lado se encuentra prácticamente reducido a dos códices fundamentales M y P , no sólo por el carácter bastante más fragmentario de todos los demás códices mayores, sino porque las lecciones de estos últimos revelan «una esencial uniformidad de base» (Paratore) del texto, un texto que por eso aparece dotado de unas garantías de corrección y fidelidad auténticamente excepcionales. Tanto es así que filólogos tan eminentes como Pasquali han mantenido que la tradición del texto virgiliano se remontaría —al menos para algunos libros de la Eneida — a la primera edición que cuidaron Vario y Tuca. Pero, por otra parte, es imposible trazar un stemma de esa tradición: los venerables manuscritos antiguos que poseemos no nos permiten remontarnos a un antecesor común de ellos anterior al siglo III o IV a. C., es decir, antes de la codificación. Precisamente por eso, incluso para una obra transmitida en tan buenas condiciones, la diuinatio , la conjetura, sigue siendo algunas veces necesaria y, desde luego, muy difícil: tantae molis erat ...

Entre los años 1468 y 1469 Giovanni Andrea de Bussi, erudito humanista y obispo de Aleria, cuidó la editio princeps de las obras de Virgilio, que salió de las planchas romnas de los prototipógrafos Conrad Sweynheym y Arnold Pannartz 218 e iba dedicada al papa Paulo II. Desde entonces hasta la que podemos considerar primera edición verdaderamente crítica de Virgilio, la de Otto Ribbeck (de 1859 a 1868, en Leipzig 219 ), los anales de las ediciones virgilianas, por decirlo con la expresión de quien los recogió y escribió hasta el año 1850, G. Mambelli 220 , constituyen casi una historia de los progresos de la crítica textual y de la ecdótica de los clásicos, pero también —y quizá sobre todo— constituyen como el cañamazo posible de una historia de la cultura europea: hasta tal punto la labor y la genialidad, la desidia y la rutina, de los genios y los menos genios que se han ocupado de Virgilio, así como las excelencias y carencias de sus tiempos, sus culturas, sus religiones y sus ideologías, han dejado huella en el rico aparato de dedicatorias, prólogos, comentarios, escolios y notas con que han acompañado el texto límpido del mantuano (y huella mucho más sutil han dejado de sí mismos y de sus circunstancias con sus propias elecciones, sus lecturas y conjeturas, testimonio muchas veces de su ciencia o nesciencia, pero también de su libertad de espíritu o de sus prejuicios). De esos anales, entre los términos fijados, permítasenos entresacar aquí sólo un nombre, el de Juan Luis de la Cerda, el máximo virgilianista español de todos los tiempos y, desde luego, el más seguido, aprovechado, saqueado por sus sucesores 221 . Tras diversas ediciones parciales, La Cerda dio a luz en Lyon, entre 1612 y 1619, su edición completa de Virgilio, espléndida obra en tres gruesos volúmenes in folio . El monumental comentario abarca por igual aspectos lingüísticos, literarios, históricos, mitológicos; sus referencias a las fuentes griegas y latinas y a los comentarios medievales y humanísticos son riquísimas; y todo ello está al servicio de un texto virgiliano «casi siempre acertado» 222 ; la obra de La Cerda, en fin, sigue siendo instrumento imprescindible para la filología virgiliana actual, como demuestra su utilización real —y no la simple cita ritual— en los comentarios y estudios modernos 223 .

Otón Ribbeck fue el primero que realizó una verdadera y rigurosa colación de manuscritos virgilianos, incluidos algunos de los códices medievales, recogió los testimonios de la tradición indirecta y dio amplia cuenta de las conjeturas producidas por siglos de filología virgiliana. Ribbeck decidió anteponer las lecturas de P a las de M , rompiendo así con una tradición casi inamovible desde que la fundamentó el prestigioso texto elzeviriano de Nicolás Heinsius (Amsterdam, 1664), y esta decisión ha pesado en las ediciones de Virgilio hasta hoy mismo. Desgraciadamente Ribbeck participaba intensamente del hipercriticismo de la filología alemana de su tiempo, lo que le llevó a alteraciones del orden de los versos recibido y a atétesis que no pueden justificarse y, además, prestó insuficiente atención a las bases paleográficas de la edición 224 . R. Sabbadini, el eminente filólogo y virgilianista italiano, volvió a dar la primacía al códice Medíceo en su edición de la Eneida 225 , pero después fue modificando progresivamente su postura en una serie de trabajos publicados en los años veinte 226 , hasta dar su monumental editio Romana 227 , en la que adoptó el criterio ribbeckiano de la preeminencia del códice Palatino, sin aceptar, naturalmente, los ya para entonces superados criterios ecdóticos de Ribbeck 228 . La convergencia de dos filólogos y dos escuelas tan distintas en la mayor valoración de P aseguró a ese criterio un dominio «dictatorial» 229 durante bastante tiempo. No obstante, ya en 1932 G. Funaioli 230 había defendido la autoridad no menor del Medíceo basándose en el examen de las ocasiones —prácticamente las mismas en cuanto al número— en que es el Palatino el que ofrece lecturas incorrectas. En definitiva, demostraba la ya aludida y en la práctica insuperable limitación del editor de Virgilio: que no hay posibilidades de conciliar M y P , ni de reducirlos a stemma . Precisamente por eso el valor de las ediciones de L. Castiglioni y de M. Geymonat, que en 1945 y 1973 sustituyeron, respectivamente, a la de Sabbadini en el «Corpus Parauianum», así como el de la oxoniense de Mynors, de 1969, estriba sobre todo —aparte del provechoso uso que Mynors hizo de los manuscritos carolingios y Geymonat de los testimonios papiráceos— en su común decisión de examinar las discordancias entre Medíceo y Palatino caso por caso, renunciando a una pretendida solución mecánica del contencioso de las relaciones entre los dos códices 231 . El último e ilustre editor de la Eneida , E. Paratore, da ciertamente en el clavo cuando, prosiguiendo en esa misma dirección, señala la «ardua problemática» del editor que se enfrenta al texto virgiliano y la «descorazonadora improbabilidad» de que su trabajo pueda atenerse a las reglas, aparentemente imperturbables, de la filología postlachmanniana 232 .

NOTAS SOBRE LA PERVIVENCIA DE VIRGILIO EN LA TRADICIÓN LITERARIA

(CON ESPECIAL ATENCIÓN A LAS BUCÓLICAS Y A LAS GEÓRGICAS )

Al comienzo de uno de los más sugestivos ensayos que se han escrito en español para intentar, como gustaba de decir su autor, «hacer nuestro a Virgilio», al comienzo del librito Virgilio y nosotros , el veterano virgilianista Javier de Echave se dirigía sin más al lector y le advertía: «Escribe en cabeza de un pliego el nombre de Virgilio. Si no es el más grande que existe, ten por cierto que es el más nuestro de toda la antigüedad anterior a Cristo. Tenía nuestra misma alma» 233 . Quizá esa forma tan intensa de decir las cosas, «tenía nuestra misma alma», no es la más corriente en el discurso que se quiere teórico-literario, pero probablemente ninguna otra da razón de forma más pregnante, y al mismo tiempo inspirada, del fabuloso fenómeno de la pervivencia virgiliana: ningún poeta ha ejercido, es cierto, una influencia tan varia e inmensa sobre la posteridad como Virgilio. Y, además de grande, esa influencia fue inmediata —todavía en vida del poeta, como se ha visto— e intensa. No es posible en estas páginas —ni, probablemente, en algunos centenares más de ellas— trazar el resumen y balance de esa varia fortuna. Y no precisamente por falta de estudios parciales o monografías previos. A los muchos que ya habían producido los críticos europeos y americanos —sobre todo con ocasión del bimilenario del nacimiento de Virgilio— se han de sumar los todavía más numerosos que en todo el mundo civilizado han surgido en torno a la conmemoración del bimilenario de la muerte del poeta, cuando el tema de la pervivencia virgiliana ha sido el preferido por legiones de «scholars», quizá porque tenían la convicción o la sospecha de que sobre Virgilio mismo estaba todo dicho 234 . Da una idea, en fin, de la dificultad de realizar una síntesis sobre la pervivencia de Virgilio el hecho de que podemos afirmar que la mejor sigue siendo «el Comparetti», es decir el inmarcesible libro de Domenico Comparetti, Virgilio nel Medio Evo 235 , quizá el mejor fruto de la filología clásica italiana del siglo pasado.

Destaca lo primero en el vasto panorama de la pervivencia virgiliana la varia y múltiple manera en que se ha ejercido. Ya Comparetti había dividido su libro en dos grandes partes, una dedicada a la tradición literaria de Virgilio (hasta Dante) y otra a Virgilio en la leyenda popular, pues, fiel en ello al más puro romanticismo filológico, creía que ambos aspectos estaban netamente separados. La investigación posterior, en cambio, ha demostrado con cuánta frecuencia las leyendas virgilianas no sólo no hunden sus raíces en una vagorosa tradición popular, sino que se remontan a orígenes tan literarios y cultos como las propias Vitae Vergilianae 236 . No sólo múltiples sino inextricablemente entremezclados son los «Virgilios» que han sobrevivido al paso de los siglos. Está primero el Virgilio auténtico, el Poeta de Roma, o, si se prefiere, su obra, cultivada, asimilada, imitada, emulada; en ese sentido el virgilianismo ha podido ser plásticamente definido como una enfermedad crónica, concretamente como esa «cotal sorte di ‘influenza’ contagiosa, alla quale non v’ha secolo, anzi non vi ha scrittore della letteratura romana imperiale che, poco o molto, non sia soggiaciuto» 237 , palabras cuya virtualidad puede, desde luego, extenderse prácticamente a toda la poesía bucólica, rural y épica de Occidente. Esa obra de Virgilio desde los comienzos mismos de su difusión va perdiendo su unidad en manos de gramáticos, rétores, mitógrafos, los cuales entran a saco en ella como en un repertorio de exempla , proverbios, refranes, adagia , que, citados de segunda, tercera y enésima mano van a nutrir la larguísima cadena de los manuales durante veinte siglos; es el Virgilio auctor , la autoridad de Virgilio. Algo más tarde, pero todavía en la Antigüedad, de la persona y la obra auténticas de Virgilio emanan y adquieren vida por separado el nombre, la fama de Virgilio, primero recordado en sus aspectos más fundamentados de la realidad, su prestigio como poeta de la plenitud augústea, como cantor del epos romano, y progresivamente transformado en otros tantos Virgilios cada vez menos parecidos a Publio Virgilio Marón: así ocurre con el Virgilio filósofo, omnisciente, mago, profeta y hasta aventurero. Ese Virgilio fabuloso parece casi desplazar al poeta de Roma a partir de los postreros siglos de la Antigüedad y durante la Edad Media, pero sólo parece: bajo la figura legendaria cuyas múltiples transformaciones estudió magníficamente Comparetti, subyace siempre el poeta; es éste, «l’altissimo poeta» quien le sale al encuentro a Dante —al principio de la Comedia verdaderamente divina— el Viernes Santo del año 1300. Y Dante no lo hubiera conocido, no lo hubiera tenido como maestro de poesía, sin una larga tradición anterior, literaria y culta (aunque también es posible que no hubiera sido su guía a través del Infierno y el Purgatorio si, entremezclada con aquella tradición, no hubiera mantenido su vigencia la otra, la legendaria).

En vida de Virgilio las Bucólicas y las Geórgicas habían alcanzado ya la categoría de textos clásicos, esto es, se explicaban en la escuela. Hemos visto que las primeras fueron con frecuencia escenificadas y que Virgilio fue objeto en el teatro de ovaciones de ordinario reservadas al príncipe y sabemos, en fin, de las muestras continuas de respeto y admiración que el poeta mereció entre el pueblo romano. Todo eso habla bien a las claras del éxito y de la transcendencia inmediata de sus obras. Naturalmente no podían faltarle a Virgilio envidiosos y enemigos, como aquel Numitorio que escribió unos Antibucolica , parodiando neciamente las Bucólicas y aquel otro que se chanceaba de versos de las Geórgicas (VSD 43). Tampoco la Eneida se salvó de estos ataques, a pesar de la expectación con que se seguía su alumbramiento y del entusiasmo con que fue aceptada tan pronto se publicó póstumamente, testimoniado elocuentemente por las citas del poema encontradas en gran abundancia en las paredes de las termas, en Roma, o en las calles de Pompeya, muchas veces «graffiti» rápida y popularmente escritos 238 . Ese refrendo popular, que ya nunca le iba a faltar a Virgilio, hace todavía más ridículos los intentos de desprestigiarlo debidos a los obtrectatores Vergilii de que nos habla la Vida suetonio-donatiana: «Contra la Eneida está también el libro de Carvilio Píctor titulado Aeneidomastix [«Azote de la Eneida»] . M. Vipsanio [Agripa] llamaba a Virgilio protegido de Mecenas e inventor de una nueva forma de afectación, no ampulosa ni lánguida, sino conseguida con palabras comunes y, por lo tanto, oculta. Herenio recogió únicamente los defectos de Virgilio y Perelio Fausto sus plagios. Sin embargo, los ocho volúmenes de Homoiotétes [«Semejanzas»] de Q. Octavio Avito contienen además los versos que imitó y los lugares de donde los sacó» (VSD 44-45). Contra toda esta caterva escribió a mediados del siglo I d. C. Asconio Pediano su libro Contra los detractores de Virgilio , libro que, por otra parte, no parece que fuera muy necesario: Virgilio estaba firmemente asentado en la escuela y en la cultura, hasta el punto de que el intento de Calígula de acabar con sus obras —así como con las de Tito Livio— fue tenido como prueba definitiva de su locura 239 . Con todo, es posible que en los cenáculos literarios la propia grandeza de Virgilio hallara una auténtica incomprensión, cuando no envidia. El propio Agripa, como hemos visto, parecía no apreciar la obra del poeta. Por otra parte no puede menos que extrañar el silencio sobre Virgilio en los años inmediatamente posteriores a su muerte, de la que ni Ovidio, ni siquiera Horacio, dicen ni media palabra, como si sobre aquél se hubiera cernido una «espesa sombra de olvido» 240 . Si realmente hubo un «dimenticatoio» de Virgilio, en todo caso duró poco y ya en la época de Nerón su prestigio se deja notar con fuerza. Es en esos tiempos cuando se produce un movimiento que trata de continuar la poesía bucólica en la estela del mantuano. Calpurnio Sículo y las dos églogas encontradas en un manuscrito de Einsiedeln, cuyo desconocido autor imita las Bucólicas tercera y cuarta de Virgilio, inauguran la poesía pastoral europea que toma a Virgilio —no directamente a Teócrito— como indiscutible modelo del género 241 , pero también inauguran la serie de imitaciones cuyo «virgilianismo» no compensa la pobreza de inspiración, ni la incapacidad de estos poetas de segunda clase para aprender en el modelo «el sentido y la importancia de las expresiones clásicas, de sus efectos y de su inimitabilidad» 242 . Por la misma época L. Junio Moderato Columela, hispanorromano de Cádiz, en su obra sobre la agricultura (De re rustica ) utiliza como fuente las Geórgicas virgilianas, pero hace algo mucho más transcendente: acogiéndose al pretexto de que el propio Virgilio no había tratado en su poema del cuidado de los jardines y que expresamente había dejado el tema para otros 243 , Columela decide elaborar en forma poética el libro X de su obra (De cultu hortorum) y así inicia a su vez la larga cadena de la poesía didáctica sobre el campo y la agricultura, que va a imitar durante decenas de siglos el modelo inmarcesible de las Geórgicas . En Columela —como por lo demás en casi toda la poesía geórgica postvirgiliana— tampoco el cuidado de la expresión y la reverencia hacia el modelo logran emular la perfección formal y la inspiración de Virgilio en su más elaborado poema 244 .

Donde más intensa se da la imitación virgiliana dentro de la literatura de las épocas Claudia y flavia es, desde luego, en la poesía épica —de la que aquí no nos ocuparemos—, pero la influencia de Virgilio es también importante en la prosa y en el teatro y, concretamente, en Séneca y Tácito. Séneca, quien llama a Virgilio uirum dissertissimum, maximum uatem , y quien lo considera inmortal 245 , muestra, al igual que Tácito, en sus escritos en prosa —una prosa que precisamente a partir de Livio tiende a indiferenciar progresivamente su estilo y léxico del de la poesía— una clara impronta de Virgilio. No se trata sólo de las múltiples citas virgilianas que tan a menudo se engarzan con la propia expresión en sus cartas 246 , sino de deudas importantes con Virgilio en el estilo y en el pensamiento mismo: ideas capitales del filósofo, como, por ejemplo, las que expresa en el De clementia acerca del imperio romano sobre el mundo, tienen una indudable influencia de Virgilio —en el ejemplo propuesto, del libro IV de las Geórgicas , con la descripción de la comunidad de las abejas 247 — y muchos de los rasgos expresivos del teatro de Séneca proceden también de él. Tácito, por su parte —aceptado que sea suyo el «Diálogo de los oradores»—, consagra a Virgilio los capítulos 12 y 13 de esa obra y en el estilo de su prosa histórica muestra cuánto debe al vocabulario virgiliano y cómo ha aprendido en Virgilio el uso pregnante de las palabras unas veces y una magistral ambigüedad en otras ocasiones 248 .

Cuando Quintiliano en su Institutio oratoria coloca a Virgilio inmediatamente después de Homero 249 en el programa de los estudios liberales que allí configura y cuya vigencia desafiaría los siglos, lo convierte definitivamente en clásico para el resto de la historia de la educación y, por tanto, de la cultura. Incluso el arcaísmo de la época de Adriano y su efímera moda de preferir Lucilio a Horacio o Catón a Cicerón, no llegó a conseguir que Ennio se antepusiera a Virgilio. A autores tan representativos de la época como son Aulo Gelio y Floro debemos muestras importantes de virgilianismo como es la conservación de noticias muy interesantes sobre la vida y obra del poeta en las Noches áticas de Aulo Gelio o la discusión sobre en cuál de los saberes o disciplinas era más excelente Virgilio, como aparece en el opúsculo Vergilius orator an poeta de Floro.

Desde este momento es la escuela el ámbito donde se ejerce y se propaga la influencia de Virgilio. En Virgilio aprendían los romanos la grammatica y la rhetorica y, por tanto, todas las disciplinas —desde la gramática en el sentido actual de la palabra, o la lingüística, hasta la oratoria y la filosofía— que iban a conformar en el futuro la educación de Europa. Sobre todo desde la Antigüedad tardía poseemos un gran número de noticias sobre, y de muestras de, ejercicios escolares en torno a la obra de Virgilio: prosificaciones, desarrollos de themata o loci virgilianos, argumentos en versos de las obras o de partes de las obras, etc. 250 . Pero con la gramática y la retórica empapadas de Virgilio sólo se ponían los cimientos de la devoción por el poeta. Es sobre todo la actividad filológica de los comentadores —emprendida en principio con mentalidad «científica», antes de que los excesos de la «interpretación alegórica» se impusieran— aquello sobre lo que descansa el auge del virgilianismo. Ha llegado hasta nosotros una parte de los comentarios a Virgilio 251 , la suficiente para hacernos ver con claridad hasta qué punto en la tardía Antigüedad y en la Edad Media en el saber sobre Virgilio se comprende casi todo el saber universal. La tradición de estos comentarios se prolonga durante todo el Medievo y enlaza con la actividad de los humanistas del Renacimiento y, en cierta manera, con la actividad filológica moderna 252 . Sólo si se tiene en debida cuenta esta labor incansable y transmitida de maestros a discípulos puede explicarse —tras casi tres siglos de atonía espiritual y literaria— el reflorecimiento del virgilianismo, que es lo mismo que decir de la gran literatura pagana, que ocurre alrededor del año 400 d. C. El escritor en que se hace más patente es Macrobio, en cuyos Saturnalia la gramática y el «gran mundo» patricio vuelven a encontrarse y Virgilio pasa a ser considerado algo así como la Biblia de las personas cultas, lo que, ciertamente no es otra cosa que atribuirle aquel saber universal de que hemos hablado. En Macrobio y en los comentaristas que éste leía —Servio, Elio Donato, Tiberio Claudio Donato—, aunque Virgilio todavía es entendido en su estricta y elevada dimensión poética, ya encontramos amalgamada la consideración de Virgilio como maestro de poesía y de estilo junto con la de conocedor del derecho, de la disciplina augural, de la filosofía y de la retórica, en suma, como dotado de esa omnisciencia con cuyo halo pasaría a la Edad Media aquel a quien Dante llamó «quel savio gentil che tutto seppe».

Si es en la poesía, tanto pagana como cristiana, donde, como veremos, más intensamente se manifiesta la influencia de Virgilio in bonam partem , también es en ella —o, en la escritura en verso: que sea o no poesía es otro problema— donde se plasman las consecuencias negativas —estéticamente negativas, por lo menos— de la familiaridad con, o mejor, de la saturación de Virgilio en todas las etapas de la educación, situación que produjo frutos tan pintorescos —si no disparatados— como los centones 253 . El juego literario de hacer centones consistía en componer con versos o fragmentos de verso de un autor dado, generalmente un clásico de indiscutida autoridad como Homero, los trágicos griegos, Virgilio, una obra nueva —igual que entrecosiendo harapos de la más diversa procedencia se fabricaba un «centón» de trapos, por ejemplo, una cortina o un cobertor o un manto 254 —. La gracia del juego estaba en que la nueva obra fuera, en contenido y tono, lo más diferente posible de aquella que había proporcionado el «material». La época helenística había producido buen número de «Homerocentones», generalmente de asunto lúdico y, con mucha frecuencia, paródico. Los admiradores de Virgilio no podían consentir que ni en eso fuera menor que Homero y se lanzaron a componer también «Virgiliocentones» semejantes a los helenísticos. La antología conocida como Anthologia Salmasiana conserva algunos centones de ese tipo 255 , pero la mejor muestra del género es el Cento Nuptialis de Ausonio, que se atiene efectivamente al tono festivo —y, en su caso, obsceno— de esos pasatiempos literarios. Pero los entusiastas virgilianistas no se quedaron ahí. Al contrario, se tomaron el asunto en serio y se pusieron a componer centones con pretensiones de gran estilo, trágicos, épicos, bucólicos, didácticos, etc., auténticos pastiches algunas veces apenas inteligibles. Por lo que sabemos abrió el fuego un tal Hosidio Geta, contemporáneo de Tertuliano, de quien nos ha llegado una tragedia en «Virgiliocentón», nada menos que una Medea 256 . Pero igual que en el terreno de la verdadera poesía latina tardía, también en éste los cristianos iban a despuntar.

Una vez que el cristianismo, primero tolerado, luego consolidado y finalmente imperante, decidió que su expresión poética no siguiera el apenas intentado —por Comodiano— camino de la himnodia popular y adoptó las formas de la poesía pagana para los nuevos contenidos cristianos, Virgilio pasó a ser el modelo de la poesía cristiana y algo más, fue «cristianizado» él mismo. Este proceso, uno de los más apasionantes en la historia de la fortuna del poeta, se apoyaba por un lado en el prestigio inmenso que Virgilio tenía entre los poetas cristianos, romanos cultos al fin, alumnos de la misma y única escuela pagana y, por tanto, en la temprana creencia de que Virgilio había sido algo así como un cristiano «avant la lettre» y no sólo en el sentido de que su alma (definida todavía hoy con acierto como naturaliter christiana) , su sensibilidad para lo humano y lo religioso presagiaba la del cristianismo que en aquel momento se disponía a iluminar el mundo, sino en uno más intenso y concreto: Virgilio habría sido —como la Sibila, cuya mención recoge la misma liturgia de la Iglesia católica— un profeta de Cristo, su mensaje estaría alegóricamente encerrado en la misteriosa Bucólica cuarta, la del anunciado niño providencial, que no sería otro que el mismo Cristo 257 . La protesta de algunos espíritus sensatos, como el de san Jerónimo, contra ese afán de «cristianización» a todo precio de Virgilio no parece que consiguiera muchos frutos: nada menos que el emperador Constantino dirigiéndose en ocasión solemne ad coetum sanctorum , esto es, a un sínodo de obispos, introduce en su discurso la cuarta Bucólica citándola en esa clave mesiánica. Conservamos la traducción al griego de ese discurso, inserta en la historia de Constantino escrita por Eusebio de Cesarea, quien en su versión de la égloga se las arregla para potenciar precisamente los aspectos mesiánicos que interesaba resaltar al emperador 258 . Por lo demás el mismo san Jerónimo, así como san Agustín, admiran a Virgilio como al poeta por excelencia, lo citan con frecuencia en sus escritos y les viene especialmente a la memoria en momentos patéticos y culminantes de sus propias vidas.

Después de la época neroniana la poesía bucólica postvirgiliana había dado todavía un fruto tardío en las cuatro églogas de Nemesiano quien, a fines del siglo III , aparece como el último poeta bucólico pagano 259 . Pero el género bucólico reverdecerá con interesantes mutaciones en una serie de autores, datados a partir de finales del siglo IV , que procuran utilizar los recursos de la poesía pastoril y, más concretamente, de la bucólica virgiliana para arropar una temática cristiana. Se trata del género conocido como «bucólica cristiana» 260 . En ese género se integran la poesía de Paulino de Nola, el curioso carmen de Severo Santo o Endelquio De mortibus boum 261 , pero también centones virgilianos como el conocido como Versus ad gratiam Domini , atribuido a un tal Pomponio 262 . En estos carmina se consuma, además, algo que ya se venía perfilando en la bucólica postvirgiliana, la asimilación de motivos propiamente pastorales y «arcádicos» con los geórgicos 263 . Los poetas cristianos fueron especialmente receptivos a la afinidad entre esos dos tipos de elementos y los trataron conjuntamente 264 y combinándolos también con otros temas. Así Paulino de Nola utiliza a veces la forma de idilio pastoril para describir una escena casi realista por su tono de cotidianeidad rural 265 ; Endelequio, bajo la forma de un diálogo pastoril, desarrolla un típico tema geórgico, la narración de una epizootia, que cesará por la intervención milagrosa del signo de la cruz 266 ; y en el centón Versus ad gratiam Domini el elemento bucólico, concretamente la forma dialogada, es apenas una excusa para desarrollar un discurso de naturaleza didáctica y teológica 267 . Como se ve los cristianos eligieron decididamente el centón virgiliano como forma adecuada (?) para contenidos tan serios como los apologéticos y doctrinales, caso del centón Versus ad gratiam Domini o de los centones dedicados al misterio de la Encarnación 268 o al de la Eucaristía 269 .

Todos estos esforzados secuaces de Virgilio del final de la antigüedad romana conocían y seguían la teoría de los «tres estilos» o «caracteres» de la poesía —humilis, medius, grandiloquus en la terminología de Servio— de los que, por supuesto, las tres obras de Virgilio tomadas por su orden cronológico eran respectivamente los ejemplos canónicos. Todo esto se representaba por medio de un esquema gráfico de círculos concéntricos, la famosa Rota Vergili 270 . A esa teoría de los estilos se ajustarán los escolares medievales en sus composiciones poéticas de una forma en cierto modo automática: elegido el estilo, la obra virgiliana correspondiente será el paradigma a seguir. En algunas composiciones pertenecientes a autores del llamado renacimiento carolingio se ha querido ver otras tantas muestras del primer estilo y, consecuentemente, del género bucólico 271 . Eso es cierto probablemente en el caso de las dos Églogas de Modoino 272 , cuyas imitaciones de Virgilio, en primer lugar, pero también de Calpurnio Sículo y de Nemesiano las colocan en la estela de la bucólica postvirgiliana, pero no parece que procedimientos tales como la disposición dialogada puramente externa o el uso de la alegoría, que ciertamente hallan su lugar en las composiciones de las que tratamos, sean suficientes para colocarlas en la tradición bucólica postvirgiliana. Para G. Brugnoli el género bucólico desaparece en la Edad Media hasta su redescubrimiento con Dante, Petrarca y Boccaccio; es más, según ese autor, «después de Endelequio el género bucólico calla» 273 . Hay, no obstante, una excepción, las cuatro églogas de un problemático Marco (o Marcio) Valerio, autor probablemente del siglo XII del cual ni el nombre mismo conocemos con seguridad, compuestas con un razonable conocimiento del Virgilio bucólico 274 .

Cuando Casiodoro, al recomendar, en un pasaje de sus Institutiones 275 , al monje que nec humanis nec diuinis litteris perfecte possit erudiri que no desdeñe las labores del campo, se apoya en la autoridad de un pasaje de las Geórgicas de Virgilio,

sin has ne possim naturae accedere partis ,

frigidus obstiterit circum praecordia sanguis ,

rura mihi et rigui placeant in uallibus amnes 276 ,

nos está dando una de las claves que explican la pervivencia del poema en la Edad Media 277 . Es lo que las Geórgicas tenían, a ojos de los lectores medievales, de didáctico e incluso de común con los escritores técnicos de agricultura —inmediatamente después de la cita Casiodoro menciona a Columela—, lo que las hacía especialmente estimables. Pero no eran precisamente los clerici del círculo carolingio o los autores eclesiásticos posteriores los que se sentían concernidos por esa llamada al trabajo de los campos y desde luego no ocupan los pasajes geórgicos parte alguna reseñable de sus obras. Por eso es de notar que uno de los más ilustres autores del siglo IX , Walafrido Estrabón, compusiera un De cultu hortorum (comúnmente conocido como Hortulus ) cuyos más de cuatrocientos hexámetros son de factura casi virgiliana y cuya inspiración arranca de las Geórgicas . Sin embargo, la tradición geórgica hasta el siglo XIII es tan escasa como la bucólica: el Hortulus es el único poema que se coloca en la estela de las Geórgicas virgiliana desde la tardía antigüedad hasta aquel siglo. Eso no significa que las Geórgicas no fueran conocidas: basta echar un vistazo al aparato de fuentes que los Poetae Aeui Carolini presentan en la monumental edición histórica germana —por no hablar de los códices carolingios y postcarolingios que contienen las Geórgicas — para asegurarnos de la presencia del poema virgiliano de la tierra, presencia menor que la de las Bucólicas , el poema que abría las obras mayores de Virgilio, y, claro está, que la de la Eneida , el más cercano al carácter narrativo y heroico —o, al menos, laudatorio— de la mayor parte de las obras de los poetas carolingios y posteriores. La tradición geórgica se mantuvo más calladamente. La vemos emerger en el florecimiento de la Escolástica, concretamente en un escritor tan importante como Juan de Salisbury (1120-1180) 278 y, desde luego, no cabe duda de que en la escuela las Geórgicas no dejaron de ser leídas. De esta manera se mantuvo el hilo conductor que llega hasta su redescubrimiento con el Humanismo.

La presencia de Virgilio en la cosmovisión filosófica y poética que se encuentra en la Divina Comedia es, sin duda, la culminación de la tradición cristiana y virgiliana de la Edad Media europea. Pero —ya se ha dicho— Dante es al mismo tiempo nuevo o renovador en la medida en que rescata —y, en cierto modo, entrega, al Humanismo que está en puertas— al Virgilio histórico, el poeta de Roma, el que le enseñó «lo bello stil» que honor le diera, el que es «delli altri poeti onore e lume». En el género bucólico ese rescate lo lleva a cabo con las dos Eclogae , escritas en 1319.

Virgilio llena con su presencia y su nombre la literatura del Humanismo y el Renacimiento italianos, la escrita en latín, por supuesto, y también la cada vez más importante literatura escrita en vulgar 279 . Fue el poeta por excelencia para Petrarca. Éste, plenamente decidido a renovar los géneros de la poesía clásica, escribe un Bucolicum carmen (1357), doce églogas en las que resurge la estructura virgiliana de la composición, lo que no había llegado a conseguir Dante, cuyas Eglogae mantenían todavía con un cierto medievalismo la forma de la espístola literaria. Pero así como Petrarca abre con el Bucolicum carmen la bucólica renovada y con el Africa el poema épico renovado, no parece que sintiera la necesidad de hacer lo propio con la geórgica, por más que apreciaba las de Virgilio —ingeniosum et iucundum opus las llama en una ocasión (Fam . 23, 12, 32)— y las cita con frecuencia. El desinterés de Petrarca y, en general, de los humanistas italianos por la vida rural —Maffeo Vegio confiesa abiertamente, tras una forzada estancia en el campo, su absoluto desagrado por la manera de vivir que Virgilio elogia en las Geórgicas — no impide que su influencia crezca en la literatura de la segunda mitad del siglo XV . En 1483 A. Poliziano compone su Rusticus , un poema de 570 hexámetros latinos destinado a ser leído públicamente como prólogo a sus propias lecturas de Hesíodo y de Virgilio. Su éxito es en gran parte determinante de la afición en la Italia del XVI por el poema didáctico latino, cuyo máximo exponente es una obra completamente virgiliana en sus hexámetros y en muchas de sus características, pero lo menos virgiliana que pueda pensarse en cuanto al contenido. Se trata del poema Syphilis o De morbo Gallico , de Girolamo Fracastoro, publicado en 1530 y que tuvo un éxito y una difusión espectaculares 280 .

El bucolismo firmemente renovado en la literatura humanística latina por Dante, Boccaccio y, sobre todo, por Petrarca se consagra definitivamente en la literatura europea gracias no a un poema, sino a una novela, la Arcadia de Jacopo de Sannazaro, publicada en 1504 en su versión definitiva. La Arcadia no sólo es la más conocida y difundida de todas las obras escritas en vulgar del «Quattrocento», sino que marca el nuevo camino que seguirá la literatura pastoril europea y singularmente la española en la que la novela pastoril imita fielmente al prototipo italiano del género. Desde luego la influencia de Virgilio es soberana en la Arcadia 281 , en la que se renuevan todos los tópicos que desde Teócrito y principalmente desde Virgilio constituyen el bucolismo. Sannazaro hereda esa tradición a la que imprime un giro que será determinante: «Sannazaro, escribe A. Greco, quiso renovar los principios canónicos de la tradición humanística, sustituyendo la concepción heroica del hombre por la aspiración a un mundo de paz y de ensoñadora melaconlía, con un arte refinadísimo, ... concurriendo en modo determinante a renovar el culto de Virgilio» 282 .

La entrada de Virgilio en la literatura española se produce a través de Dante y del humanismo italiano: Boccaccio, de manera muy importante Petrarca 283 y, como ya se ha dicho, Sannazaro 284 . Así lo ha descrito Javier de Echave: «Había entrado Virgilio en nuestras letras como en tierra y morada propia ya en la mitad del siglo XV , de la mano de su férvido admirador y conocedor acabado, el gran virgilista, como entonces es llamado, el poeta cordobés Juan de Mena. Pasajes hay en el Laberinto de la Fortuna en que el cordobés se diría se entrega a aquella gozosa porfía de emulación, retractatio , al uso entre los escritores latinos del siglo de Augusto. La otra mano en su firme entrada en nuestras letras se la da por la misma fecha el segundo gran ingenio de nuestro primer Renacimiento, Don Íñigo López de Mendoza. En las estancias de la Comedieta de Ponça aflora un elemento nuevo hasta entonces en la poesía castellana, el encarecimiento de la vida del campo a la manera de Virgilio ... Unos años antes, en el 1428, había dado cima a su versión de la Eneida en lengua castellana... Don Enrique de Villena» 285 .

A Juan del Encina (1468-1529) cabe el mérito de iniciar a un tiempo la traducción y la imitación de las Bucólicas virgilianas con su adaptación de las mismas (1496), cuya influencia desborda los límites del género para ejercerse incluso sobre el teatro a consecuencia de la versión dialogada que da de las primeras ocho. Pero lo determinante en la difusión del nuevo bucolismo es la influencia en España de la Arcadia de Sannazaro 286 . Así se ve ya en el primero y más excelso representante de la tradición bucólica, Garcilaso de la Vega, cuyas Églogas están henchidas de virgilianismo. Fernando de Herrera, en su vertiente de comentador de la obra de Garcilaso y exquisito conocedor de Virgilio él mismo, Luis Barahona de Soto, Francisco de la Torre (si es él el autor de las ocho églogas conocidas como Bucólicas del Tajo ), Juan de Arguijo, son otros tantos representantes de la corriente poética que incorpora el virgilianismo tal como lo habían impulsado los humanistas italianos. Perfecto conocedor de esa tendencia, a la que él mismo no es ajeno, Fray Luis de León, como traductor de las Bucólicas y de los dos primeros libros de las Geórgicas , pero sobre todo como poeta él mismo, virgiliano y horaciano, imprime al culto del clasicismo una dirección teológica, la que lo transforma en el humanismo cristiano del renacimiento español, del que Fray Luis es el máximo poeta. Por otra parte el bucolismo virgiliano aparece alguna vez en el Romancero 287 , siguiendo una tradición cuyo antecedente puede encontrarse en la entrada, ya a mediados del siglo XV , de los motivos bucólicos en la poesía cortés de los Cancioneros , como en el llamado de Baena (1445). Aunque la presencia de clichés bucólicos llega hasta los romances artísticos del Barroco, es el Virgilio épico y el de la leyenda el que, dado el carácter eminentemente narrativo del romance, aparece con más frecuencia en el Romancero 288 . En cambio al arcadismo le estaba reservada una especial fortuna en una manifestación en prosa, la novela. Una serie de Arcadias españolas constituyen un género, la novela pastoril, que, aunque estructurado sobre la trama narrativa, se impregna de una atmósfera bucólica: el pasaje idealizado, los pastores, los diálogos típicos de la tradición bucólica desde Teócrito y Virgilio, un tempo o, mejor, un estatismo idílico, todo esto no puede faltar en la novela pastoril. El género se inaugura en España con la Diana de Jorge de Montemayor (Valencia, 1559), que quiere ser conscientemente continuada por Gil Polo con su Diana enamorada (Valencia, 1564). En 1528 Fray B. Ponce intenta una trasposición «a lo divino» de la novela pastoril con su Clara Diana a lo divino y en 1598 Lope de Vega, como si quisiera rendir homenaje al fundador del género, titula Arcadia su novela pastoril. Así hasta completar una plétora de «arcadistas» en los que la influencia directa de Virgilio y la inspiración es cada vez más desmayada y el estilo cada vez más adocenado.

Las Geórgicas habían merecido la atención de comentaristas y traductores desde la edición zaragozana de las mismas por Juan de Sobrarias (1515) y las versiones de Fray Luis de León y Juan de Guzmán. Pero en el terreno de la creación literaria no llegan a ejercer la influencia de la bucólica —y no digamos de la épica— virgiliana, por más que en el arcadismo se vuelve a dar la ya conocida asimilación de motivos propiamente geórgicos con los bucólicos. En cambio —y de acuerdo con una tradición cuyos más remotos antecedentes hay que buscarlos, como hemos visto, al principio del Medievo— son especialmente apreciadas las Geórgicas como fuente para la literatura técnica, como las utiliza Gabriel Alonso de Herrera en su Obra de Agricultura (Alcalá, 1513) o Alonso Carrillo de Córdoba quien, en su obra Caballeriza de Córdoba (Córdoba, 1625), dedica en la práctica los dos primeros capítulos a comentar el paso virgiliano de la cría de los potros (G . III 179-218).

La dignificación de lo útil que propone la Ilustración y, concretamente, el prestigio que recupera el tratar del trabajo de los campos contribuyen a revitalizar el Virgilio geórgico en el siglo XVIII . El agrarismo ilustrado, tal como aparece, por ejemplo, en la obra de Trigueros y en la de Jovellanos, se cuida de mantener una vertiente literaria y didáctica que tiene en las Geórgicas su modelo 289 . No fueron ajenos a esta preocupación, aunque su obra se sitúa generalmente en el campo de la lírica, los poetas neoclásicos que, como Juan Meléndez Valdés («Batilo») en su romance Los segadores y en otras poesías, exaltan la vida del campo. Pero Meléndez Valdés, como otro representante de la escuela salmantina, el P. José Iglesias de la Casa, se vuelve directamente hacia las Bucólicas como modelo y fuente de inspiración. Así lo vemos en las ocho Églogas del P. Iglesias, alguna de ellas, como la primera, casi traducción de otra virgiliana (la segunda), y en gran parte de composiciones de Meléndez Valdés, en las que los nombres (por ejemplo, La paloma de Filis ), los motivos (la caída de las sombras desde los montes al atardecer) y las reminiscencias son de clara raigambre virgiliana.

Podría creerse que los tiempos optimistas de la Ilustración y del neoclasicismo literario fueran los últimos propicios para el cultivo del poema pastoril y rural. Por eso sorprende que, cien años después del florecimiento de la escuela poética neoclásica y de nuevo en los campos de Salamanca y de la Extremadura, resonaran, al final del siglo que se llamó «del Progreso», los acentos sencillos y conmovedores de la poesía de José María Gabriel y Galán (1870-1905), una poesía rural, directamente inspirada por la vida en los campos, pero no ajena a la tradición literaria clásica, como ha ponderado justamente Virgilio Bejarano 290 .

En nuestro siglo la filología virgiliana ha llegado en cantidad y calidad a cotas difícilmente superables. Pero no podríamos decir que los poetas hayan encontrado en las Bucólicas y en las Geórgicas una fuente predilecta y solicitada de inspiración 291 . No podía ser de otra manera. De todos los Virgilios posibles nuestro azaroso tiempo ha necesitado actualizar, con intensidad y belleza sobrecogedoras, el de la deseperanza y la angustia: Virgilio ha vuelto a morir, no en Brindis, bajo la gran sombra de Augusto, pero sí en las páginas intemporales de Hermann Broch quien, para exorcizar la barbarie más grande de nuestra época, encontró refugio y asilo en la recreación de la vida, la obra y, sobre todo, la muerte de Publio Virgilio Marón* .

Bucólicas. Geórgicas. Apéndice virgiliano.

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