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PASAJERAS SIN FRONTERAS

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Los viajes son la parte frívola de la vida de la gente seria y la parte seria de la vida de la gente frívola.

Madame Swetchine, 1869

El Glacier Express que atraviesa Suiza, The Ghan cruzando Australia, el Orient Express rey de las historias de espías, el tren de los maharajás en la India luciendo el poderío del Imperio británico, el Transiberiano, el Blue Train en Sudáfrica, el California Zephyr, el Super Chief, conocido también como el tren de las estrellas de Hollywood, que entre 1930 y 1950 trasladó a la flor y nata de la gran pantalla entre Chicago y Santa Fe… Trenes que desafían páramos nevados o selvas impenetrables, trenes que trepan por las faldas de los Himalayas —como el tren cremallera bautizado «tren de juguete» para alcanzar la ciudad de Simla encaramada en el techo del mundo—, trenes de lujo, trenes repletos de historia que producen una nostalgia romántica, trenes envueltos en el vapor de la locomotora que hicieron posible los viajes de aventuras de los espíritus libres… Lugares donde comer, tomar una copa de champán, disfrutar del paisaje, huir de la mediocridad, ponerse a salvo o reencontrarse con un ser querido, trenes donde conversar o hacer nuevas amistades… Trenes para todos los gustos…

Y, con ellos, andenes de estaciones que han quedado inmortalizados en la gran pantalla, en la literatura, recogidos en los diarios de los pasajeros… Lugares habitados por las prisas de última hora, recorridos por porteadores uniformados cargando pesados equipajes o ayudando a los pasajeros a descender o subir del vagón, y por vendedores ambulantes vociferando sus mercancías... Una cacofonía de sonidos que se funde con el aviso de algún tren que se aproxima, y con él las despedidas, la llamada del jefe de estación con el inconfundible: «viajeros al tren», las voces de los pasajeros asomados a las ventanillas, el golpe sordo de las puertas al cerrarse, las máquinas resoplando impacientes… y el inconfundible chirrido metálico cuando las ruedas comienzan a girar.

¿Qué memorias de todo ello conservaron las viajeras? Agatha Christie y su travesía en el Orient Express en 1928, Coco Chanel, Colette, la bailarina Joséphine Baker o Sarah Bernhardt, pasajeras también de este mítico tren; Rose Valland, miembro de la Resistencia francesa y capitana del Ejército francés que durante la Segunda Guerra Mundial participó en operaciones de sabotaje contra los nazis; Mata Hari en sus trayectos en ferrocarril, las experiencias de Virginia Wolf atravesando el sur de España, el brutal asesinato en un vagón de Florence Nightingale Shore, la travesía en tren de Gabriela Mistral hacia Estocolmo para recoger el Premio Nobel de Literatura o los viajes que inspiraron a Patricia Highsmith para su novela Extraños en un tren, entre otras. Además de las viajeras a los mandos del tren, como Karen Harrison, primera mujer conductora de trenes en Inglaterra.

Mujeres que contribuyeron a la comodidad de los pasajeros, como Olive Dennis, primer miembro femenino de la Asociación Estadounidense de Ingeniería Ferroviaria que en los años 20 patentó revolucionarios inventos que aún hoy siguen en boga. Los que hemos disfrutado de un cómodo viaje en tren con un asiento reclinable y el aire acondicionado, tenemos una deuda con ella.

Viajeras anónimas, como María Curie en 1891, dejando su Polonia natal con tan solo 24 años y trasladándose a París —donde se toparía con su destino al lograr matricularse en la Sorbona para estudiar Física y Matemáticas—, tras haber ahorrado lo suficiente para comprar un billete de cuarta clase —lo que significaba llevar su propia silla y comida para un viaje de 40 horas—.

«Había llegado el momento de irme a París. Compré el billete de tren más barato que encontré, de cuarta clase. El vagón, que era solo para mujeres, ni siquiera tenía bancos donde sentarnos. Llevé una silla plegable para poder sentarme. Fue un viaje muy largo, más de mil seiscientos kilómetros en un tren de vapor. Duró cuarenta horas. Y en aquel vagón hacía mucho frío porque en la cuarta clase no había calefacción. Me cubría con un edredón para estar calentita, traía de casa toda la comida y toda la bebida que necesitaba y me entretenía leyendo los libros que llevaba».

Viajeras escapando hacia un mundo donde poder refugiarse de lo monótono de sus lugares de origen.

«Un centenar de amigos y conocidos se amontonaba en la estación de Charing Cross a pesar de la niebla espesa, húmeda y helada que invadía Londres. Temblaba de felicidad. Terribles advertencias se mezclaban con las palabras de ánimo y los deseos de éxito (.) Los hombres contemplaban a mi marido con compasión y calculaban el tiempo que pasaría hasta que se arrepintiese de haberme dado su consentimiento. Partimos bajo una lluvia de flores entre las felicitaciones y las frenéticas muestras de emoción que acompañan la partida de un amigo que pone su vida en peligro. Por fin el tren salió de Londres y mi marido, dos amigos y yo ocupamos el vagón en el tren que nos llevaría a Dover».

May Sheldom partiendo hacia su viaje en solitario a África – enero, 1891

Viajeras que acabaron sintiéndose como en casa a bordo de un tren, como Virginia Woolf, recorriendo España y dejando constancia de todo ello en sus diarios.

Viajeras que nos sorprenden con sus comentarios como Edith Wharton: «El automóvil ha restablecido el encanto de viajar. Al liberarnos de las servidumbres y los engorros del ferrocarril (...), de la obligación de acercarse a cada ciudad por esas zonas de fealdad y desolación que el propio tren crea, el coche nos ha devuelto el asombro».

Viajeras impulsadas por la sed de aventura, como la periodista estadounidense Eliza Scidmore, atraída por destinos tan lejanos como Japón o la India en el siglo XIX.

Mujeres que dejaron una estela de elegancia a lo largo de las vías, como Marlene Dietrich en su inolvidable papel de protagonista en El Expreso de Shangai, o Sissí emperatriz en el Majestic Imperator, el lujoso tren del que era copropietaria junto a su esposo, el emperador austriaco Francisco José I.

Mujeres que pensaban que siempre hay que seguir adelante, como la reportera Nellie Bly, regresando de su vuelta al mundo a bordo del Miss Nellie Bly Special. Mujeres como Margaret Lockwood que nos contagiaron de suspense con su interpretación en el largometraje de Hitchcock Alarma en el Expreso.

O simplemente mujeres que nos arrancan una sonrisa con su sinuoso contoneo mientras se escucha el silbido del tren, como Marilyn Monroe en su primera aparición en pantalla en la película Con faldas y a lo loco.

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