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NOTA DE LOS TRADUCTORES

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Se presentan en este volumen los libros XVII-XIX de la Historia Natural de Plinio el Viejo. Con ellos concluye la amplia sección dedicada a las plantas, constituida por los ocho libros que van del XII-XIX. En la colección Biblioteca Clásica Gredos, en su número 388 y en soporte papel, fueron publicados los libros XII-XVI. Los que ahora presentamos constituyen unidad temática con los anteriores y concluyen, por esa razón, con un triple índice en el que se recogen los nombres propios de persona y de lugar, y los términos botánicos del conjunto de los libros XII al XIX, realizados por los autores de la traducción de cada libro. En este último índice hemos puesto un cuidado particular para ofrecer en primer lugar el término castellano de nuestra traducción, seguido de la forma en la que aparece en el texto de Plinio y de la identificación botánica aceptada en la recopilación de fitónimos de J. André, 1985, Les noms de plantes dans la Rome Antique, París. Además de los nombres de las plantas, hemos considerado conveniente añadir los de sus productos derivados, como el aceite, el vino, los perfumes, el papiro y otros que para Plinio constituyen un eje en torno al que giran partes importantes de un libro o prácticamente libros enteros. También hemos incorporado en cada lema las clases y a veces las subclases de las plantas y los productos, de acuerdo con el criterio del autor antiguo y con su afán de clasificación, que constituía ya entonces una de las preocupaciones fundamentales de Plinio como naturalista.

Otros datos complementarios sobre el texto de Plinio y los nombres de las plantas y productos derivados, discusiones sobre su identificación, algunos problemas de transmisión, etimología, clasificaciones y su perduración en el mundo de la ciencia y del folclore se han comentado en notas amplias, basadas en bibliografía general o a veces específica y en la comparación del texto de Plinio con el de sus fuentes, en especial con la obra del discípulo de Aristóteles y continuador de su obra, Teofrasto, a quien Plinio concede gran autoridad, aunque en ocasiones acusa los problemas de no haber entendido bien su texto, acaso por no haber podido disponer de un texto completo, accesible y fiable del autor griego. Pero también hemos acudido a las fuentes latinas, empezando por Catón, citado con fervor por Plinio como el punto de arranque de la tradición latina de Agronomía. Hemos consultado a menudo las obras de sus reconocidos predecesores, Varrón y Virgilio, así como las de otros autores, aproximadamente coetáneos, mencionados por Plinio en muchas menos ocasiones o en ninguna —Columela, Séneca y Dioscórides, este último citado por nosotros con las anotaciones de Andrés Laguna—, pero de interés, al igual que sus sucesores —Gargilio, Paladio—, para la mejor comprensión de su texto.

También, como señalábamos para los libros anteriores de Plinio, la edición teubneriana de L. Jan-C. Mayhoff, Stuttgart, 1985 (=1892, 1.a) nos ha servido como el texto latino seguido con carácter general en nuestra traducción, salvo advertencia expresa. Somos también deudores de los comentarios y traducciones que se hallan en las ediciones críticas de las grandes editoriales, como las de Budé debidas a J. André, H. Le Bonniec y A. Le Boeuffle, las más recientes de Tusculum, realizadas por R. König y J. Hopp con otros colaboradores, la publicada en Einaudi por un amplio equipo de filólogos, la de Loeb iniciada por H. Rackham a mediados del siglo pasado y proseguida por E. H. Warmington, posiblemente la que ofrece el texto de Plinio más distinto del resto de las aquí mencionadas, citadas luego en cada libro con más detalle. Hemos consultado en ocasiones las antiguas de I. Sillig, Hamburgo y Gotha, 1851-1856, y de D. Detlefsen, Berlín, 1866-1873, hoy de muy fácil acceso gracias a los medios informáticos al uso. Y también hemos utilizado las antiguas traducciones españolas con las anotaciones al texto de los siglos XVI y XVII debidas a Francisco Hernández y a Jerónimo de Huerta.

Estos libros dan paso a los que Plinio consideraba de mucha mayor importancia, los de Medicina, en donde la naturaleza había obrado el mayor de los milagros al conceder poder curativo a las plantas, como dice solemnemente Plinio en sus palabras finales: «Y hasta aquí se han expuesto las plantas hortícolas, solo en el aspecto de la alimentación. Desde luego, nos falta la mayor obra de la naturaleza en ellas, ya que [...] las verdaderas propiedades de cada una de las plantas solo pueden conocerse bien por su eficacia medicinal, obra inmensa y oculta de la divinidad, sin que se pueda hallar otra mayor». Para un autor como Plinio eso implicaba una exigencia de exhaustividad en la recopilación de datos y de mayor rigor al exponerlos que, como suele ocurrir en las obras científicas, no redundaba precisamente en la mayor amenidad de la obra. En estos, en cambio, los aspectos literarios, retóricos, históricos, políticos e incluso didácticos en los preámbulos moralizantes que aparecen a cualquier propósito tienen todavía un papel importante y mucho que decir al lector actual.

Historia natural. Libros XVII-XIX

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