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Los ángeles en la Biblia

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Rasgos específicos de los ángeles

Por su propia naturaleza o por sus funciones y roles en cuanto a su relación con Dios y con los hombres, los ángeles presentan varios rasgos específicos que les llevan a ser:

– Ajenos a las limitaciones espaciales: como espíritus que son, pueden estar literalmente en todas partes y obrar en consecuencia.

– Ajenos a las leyes temporales: puesto que son criaturas creadas a imagen de Dios, son independientes de toda consideración de duración.

– Depositarios de todo el conocimiento: productos puros del amor divino, los ángeles están impregnados de su espíritu.

– Totalmente libres: esta noción de libertad es fundamental en la religión judeocristiana, ya que el amor del Dios creador se expresa perfectamente en el libre albedrío que ofrece a sus criaturas, sean ángeles, sean hombres.


Al finalizar los grandes acontecimientos políticos, intelectuales y espirituales que conmocionaron el mundo antiguo – y que llevaron, en la religión, a la supremacía del culto monoteísta–, se presentó a los ángeles como las criaturas espirituales del Dios único, Jehová. Estos espíritus puros habían sido creados por Él, al igual que el hombre, y se beneficiaban de su misma libertad, aunque se encontraran subordinados a la autoridad del Dios único.

Sin embargo, al hablar de mensajeros nos referimos a las relaciones particulares con el hombre, al que asisten en su búsqueda de Dios, y por el que pueden interceder, especialmente a la hora del Juicio Final.

En este mismo sentido, algunos de estos ángeles empiezan incluso a imponerse como los guardianes privilegiados de las almas a través de su reconocida función de ángel de la guarda: una «especialización» que, en definitiva, se prolongará felizmente a lo largo de los tiempos, ya que la idea de una protección permanente contiene tanto un matiz religioso como una simple creencia en «la buena estrella».

Aquí, una vez más, la imagen del ángel aparece de forma muy ambivalente, ya que puede considerarse indistintamente como la encarnación de un acto de fe y como una representación simbólica de la suerte.

Sea como sea, al tiempo que esas entidades pierden todo el poder que les habían otorgado las religiones politeístas, ganan una función casi política en ese sentido y se imponen como el ejército de Dios, directamente comprometido contra las fuerzas del mal, representadas por los ángeles que se sublevaron contra Dios y que fueron desposeídos por este, generando un combate secular que se ha prolongado hasta en las criaturas humanas.

Intermediarios entre Dios y el hombre, anunciadores de la voluntad divina (como ejemplifica el mensaje de Gabriel a María), protectores de las criaturas de Dios (Daniel salvado de la voracidad de los leones), iluminadores de inteligencias y de las almas (Daniel, una vez más, a quien Dios envía al arcángel Gabriel para revelarle el sentido oculto de su visión del carnero y el cabrío) y en lucha para el triunfo del amor y la verdad suprema, los ángeles participan activamente en la instauración del mundo perfecto anunciado por las Escrituras.


Los ángeles en el Antiguo Testamento

Además de las visiones de Isaías y de Ezequiel, existen numerosas narraciones en el Antiguo Testamento en que los ángeles son los principales protagonistas, pero faltan descripciones sistemáticas sobre su naturaleza y su relación con Dios y los hombres.

En el Génesis se habla sobre ellos (capítulo 3, 23-24) cuando Dios echa a Adán y a Eva a causa de su transgresión y los pone bajo la protección del paraíso terrestre de los querubines.

A la esclava Agar se le aparece un ángel (capítulo 16) que le anuncia el nacimiento de su hijo Ismael y que le comunica que su descendencia se multiplicará de tal manera que no será posible contarla; a los ismaelitas se los considera, de hecho, como los antepasados de las tribus árabes (véase también el capítulo 21).

A Abraham se le aparecen tres ángeles, con el aspecto de hombres, que comen en su mesa y le anuncian el nacimiento de su hijo Isaac (capítulo 18). También es un ángel el que frena la mano de Abraham, cuando este se encuentra a punto de sacrificar a su hijo (capítulo 22).

En el capítulo 19, dos ángeles que viajan a Sodoma poco antes de su destrucción resultan tan atractivos a sus habitantes que despiertan un deseo homosexual que empieza a acecharlos.

Jacob, hijo de Isaac: «Tuvo un sueño en el que veía una escala que, apoyándose en la tierra, llegaba hasta el cielo, y por la cual subían y bajaban los ángeles de Dios» (capítulo 28, 12).

A Moisés se le aparece un ángel en el desierto como una llama en medio de una zarza (Éxodo 3, 2).

En el capítulo 13 del Libro de los Jueces, un ángel anuncia el nacimiento de Sansón.

Al profeta Elías le acompaña un ángel mientras se encuentra solo en el desierto (I Reyes, 19).

El Libro de Daniel presenta dos historias muy largas y particularmente dramáticas en las que los ángeles desarrollan un papel activo y de gran importancia. La primera cuenta el relato de tres jóvenes que el rey Nabucodonosor de Babilonia condena a los hornos ardientes porque se han negado a adorar una estatua; un ángel consigue sacarlos sanos y salvos (capítulo 3). En la segunda, el protagonista es el mismo Daniel, que, enviado al foso de los leones, se salva gracias a la intervención de un ángel (capítulo 6).

Citas principales

Adán y Eva expulsados del paraíso terrenal (Génesis, III)

«[…] Y Yahvé Dios expulsó a Adán del jardín del Edén para que cultivara la tierra de la que había salido. Así pues, echó fuera al hombre y, al oriente del huerto de Edén, puso querubines y una espada encendida que se revolvía en todas las direcciones para guardar el camino del árbol de la vida».


La destrucción de Sodoma (Génesis, XIX)

«Empezaba a anochecer cuando los dos ángeles llegaron a Sodoma. Lot estaba sentado a la entrada de la ciudad, que era el lugar donde se reunía la gente. Cuando los vio, se levantó a recibirlos; se inclinó hasta tocar el suelo con la frente. Y les dijo: “Señores, por favor, os ruego que aceptéis pasar la noche en la casa de vuestro servidor. Allí podréis lavaros los pies, y mañana temprano seguiréis vuestro camino”. Pero ellos dijeron: “No, gracias. Pasaremos la noche en la calle”. Sin embargo, Lot insistió mucho y, al fin, ellos aceptaron ir con él a su casa. Cuando llegaron, Lot les preparó una buena cena, hizo panes sin levadura, y los visitantes comieron.

«Todavía no se habían acostado cuando todos los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa y, desde el más joven hasta el más viejo, empezaron a gritarle a Lot: “¿Dónde están los hombres que vinieron a tu casa esta noche? ¡Sácalos! ¡Queremos acostarnos con ellos!”.

«Entonces Lot salió a hablarles y, cerrando bien la puerta detrás de él, les dijo: “Por favor, amigos míos, no vayáis a hacer una cosa tan perversa. Escuchad: tengo dos hijas que todavía no han estado con ningún hombre; voy a sacarlas para que hagáis con ellas lo que queráis, pero no les hagáis nada a estos hombres, porque son mis invitados”. Pero ellos le contestaron: “¡Hazte a un lado! Sólo faltaba que un extranjero como tú quisiera darnos órdenes. ¡Pues ahora te vamos a tratar peor que a ellos!”. Enseguida comenzaron a maltratar a Lot y se acercaron a la puerta para echarla abajo. Pero los visitantes de Lot alargaron los brazos y lo introdujeron dentro de la casa, luego cerraron la puerta y cegaron a los hombres que estaban afuera. Todos, desde el más joven hasta el más viejo, quedaron sin vista y se cansaron de ir buscando la puerta.

«Entonces los visitantes le dijeron a Lot: “¿Tienes más familiares aquí? Toma a tus hijos, hijas y yernos, y todo lo que tengas en esta ciudad; sácalos y llévatelos lejos de aquí. Vamos a destruir este lugar. Ya son muchas las quejas que el Señor ha tenido contra la gente de esta ciudad y por eso nos ha enviado a destruirla”.

«Entonces Lot fue a ver a sus yernos, o sea, a los prometidos de sus hijas, y les dijo: “¡Levantaos e idos de aquí, porque el Señor va a destruir esta ciudad!”. Pero sus yernos no tomaron en serio las palabras de Lot.

«Como ya estaba amaneciendo, los ángeles le dijeron a Lot: “¡Deprisa! Levántate y llévate de aquí a tu esposa y a tus dos hijas, si no quieres morir cuando castiguemos a la ciudad”. Pero como Lot se retrasaba, los ángeles los tomaron de la mano, porque el Señor tuvo compasión de ellos, y los sacaron de la ciudad para ponerlos a salvo».


El sacrificio de Abraham (Génesis, XXIII)

«Abraham construyó un altar y preparó la leña. Después ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar encima de la pira. Entonces tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo.

«Pero en ese momento el ángel del Señor le gritó desde el cielo: “¡Abraham! ¡Abraham!”. Este respondió: “¡Aquí estoy!”. El ángel le dijo: “¡No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño! Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme a tu único hijo”. Abraham alzó la vista y, en un matorral, vio un carnero enredado por los cuernos. Fue allí, tomó el animal y lo ofreció como holocausto en lugar de su hijo».


El sueño de Jacob (Génesis)

«Jacob […] tuvo un sueño: vio una escalera, que estaba apoyada en la tierra, que tocaba el cielo con la otra punta, y por ella subían y bajaban los ángeles de Dios. Yahvé estaba de pie a su lado y le dijo: “Yo soy Yahvé, el Dios de tu padre Abraham y de Isaac”».

«[…] Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro ángeles de Dios. Jacob se maravilló y dijo: “Campamento de Dios es este. Y llamó a aquel lugar Mahanaim”».


Nacimiento de Sansón (Jueces, XIII)

«Pero el ángel del Señor se le apareció y le dijo: “Eres estéril y no tienes hijos, pero vas a concebir y tendrás un vástago”».


Huida de Elías ante Jezabel (primer libro de los Reyes, XIX)

«Luego se acostó debajo del arbusto y se quedó dormido. De repente, un ángel lo tocó y le dijo: “Levántate y come”. Elías miró a su alrededor y vio a su cabecera un panecillo cocido sobre carbones calientes y un jarro de agua. Comió y bebió, y volvió a acostarse. El ángel del Señor regresó y tocándolo le dijo: “Levántate y come, porque te espera un largo viaje”. Elías se levantó y comió y bebió. Una vez fortalecido por aquella comida, viajó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios».


Visión de Daniel (Daniel, VIII)

«Mientras yo, Daniel, contemplaba la visión y trataba de entenderla, de repente apareció ante mí alguien de apariencia humana. Escuché entonces una voz que desde el río Ulay gritaba: “¡Gabriel, dile a este hombre lo que significa la visión!”. Cuando Gabriel se acercó al lugar donde yo estaba, me sentí aterrorizado y caí de rodillas. Y me dijo: “Ten en cuenta, criatura humana, que la visión tiene que ver con la hora final”».


Aparición de un ángel a Daniel (Daniel, X)

«Levanté los ojos y vi ante mí a un hombre vestido de lino, con un cinturón del oro más refinado. Su cuerpo brillaba como el topacio, y su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran dos antorchas encendidas, y sus brazos y piernas parecían de bronce bruñido; su voz resonaba como el eco de una multitud. […] Y me dijo: “Levántate, Daniel, pues he sido enviado para verte. Tú eres muy apreciado, así que presta atención a lo que voy a decirte”. En cuanto aquel hombre me habló, me puse de pie tembloroso».

Los ángeles en el Nuevo Testamento

Los ángeles desarrollan también en el Nuevo Testamento funciones de gran importancia, puesto que son ángeles los que anuncian a Isabel el nacimiento de su próximo hijo Juan Bautista y a María el nacimiento de Jesús (Lucas 1), y son también ellos los que tranquilizan a José asegurándole que el hijo que esperan ha sido concebido por el Espíritu Santo (Mateo 1).

También es un ángel el que anuncia a los atemorizados pastores de Belén el nacimiento del Redentor; a él se añade toda una comitiva: «Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”» (Lucas 2, 13-14).

Cuando Herodes está a punto de desencadenar la matanza de los inocentes, un ángel aconseja a José que huya con su familia a Egipto y, más tarde, pasado el peligro, lo hace volver (Mateo 2).

Jesús crece y se convierte en un adulto y, antes de emprender su predicación, se retira durante cuarenta días en el desierto, donde el diablo lo tienta en vano: «Entonces el diablo le dejó, y llegaron ángeles y le servían» (Mateo 4, 11).

En las parábolas de Jesús nos encontramos muy a menudo con pasajes en los que aparecen los ángeles, por ejemplo, cuando anuncian su gloriosa resurrección (Mateo 28, Marcos 16, Lucas y Juan 20).

También en los Hechos de los Apóstoles se registran muchas intervenciones de los ángeles; y en el Apocalipsis, Juan recibe, a través de un ángel, las imágenes con las visiones y los símbolos referidos a los sucesos del futuro.

Anunciación del nacimiento de Juan el Bautista (Lucas, I)

«En esto un ángel del Señor se apareció a Zacarías a la derecha del altar del incienso. Al verlo, este se asustó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: “No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración. Tu esposa Elisabet te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan”».

LOS ÁNGELES EN LA PINTURA

El arcángel Rafael alejándose de la familia de Tobías, de Rembrandt (1606-1669), museo del Louvre.

El arcángel Rafael es el príncipe de todos los ángeles de la guarda. Su misión es salvar, curar, consolar y ayudar a los hombres en todas las situaciones, incluso las más desesperadas. La historia del arcángel Rafael y Tobías se narra en las páginas 61-63.


La jerarquía de los ángeles, cuadro de un desconocido pintor italiano del siglo XIV, museo del Louvre.

Los serafines están en el vértice de la jerarquía, rodean el trono de Dios, que está en el centro, y están representados con seis alas rojas. Bajo ellos, a la izquierda, se ven los querubines, cada uno con cuatro alas azules. A continuación vienen los ángeles y los arcángeles.

En la línea azul, el arcángel Miguel está representado cuatro veces, vestido de caballero y armado con una espada, separando a los ángeles buenos de los malos. Aparece en cuatro ocasiones para mostrar que caza demonios al norte, al sur, al este y al oeste. A la derecha los asientos están vacíos: son los que corresponden a los ángeles rebeldes que, en su batalla, caerán a la tierra y se transformarán en diablos murciélagos. Cuando los ángeles se alejan del cielo y se acercan a la tierra, sus vestidos pierden los bellos colores. También existen ángeles cocineros, carpinteros, músicos…


La cocina de los ángeles, de Bartolomé Esteban Murillo (1618- 1682), museo del Louvre.

En este cuadro de 1646, de Murillo, se ve un monje en pleno éxtasis, con los pies sin tocarle al suelo. Mientras él levita, los ángeles pasan a la mesa, preparan los platos y los sirven. Se dice que la obra representa al hermano Francisco Dirraquio, encargado de las cocinas, que asiste sorprendido al trabajo de los ángeles que preparan la comida, y que se queda sorprendido por la levitación del superior del monasterio.

Este cuadro formaba parte de una magnífica serie de doce pinturas ejecutadas para embellecer el pequeño monasterio de los franciscanos de la ciudad de Sevilla, a la que también pertenece Fray Junípero y el pobre.


Adán y los ángeles músicos, de Stefano di Giovanni, llamado Sasseta (ca. 1400-ca. 1450), museo del Louvre.

Los ángeles existían mucho antes que el hombre. Un día Dios decidió dar un alma a Adán, y no una cualquiera, sino ejemplar, puesto que era el primer hombre. Sin embargo, el alma no quiso entrar en el cuerpo del primer hombre Adán. Dios pidió a sus arcángeles que entraran en el cuerpo de Adán para tocar música y, entonces, el alma, subyugada, saltó a su interior. Desde aquel día el hombre tiene cuerpo y alma.

A los ángeles no siempre les corresponde realizar tareas agradables. Así, por ejemplo, tuvieron que encargarse de expulsar a Adán y Eva del paraíso terrenal, por orden de Dios. Algunos ángeles se rebelaron contra Dios, como Satanás.


San Miguel abatiendo al demonio, de Rafael (1483-1520), museo del Louvre.

El arcángel Miguel, juez, justiciero y contable de Dios, es el encargado por Él de registrar nuestras buenas y malas acciones en los grandes libros. En este cuadro de Rafael, datado en 1518, Miguel abate a Satanás, el ángel rebelde, que se había negado a prosternarse ante el hombre, tal como Dios le había pedido que hiciera, con el pretexto de que, al haber sido creado a partir de una materia noble, el fuego, él no podía arrodillarse ante el hombre, hecho de limo negro y arcilla.

Pero Miguel no acaba de vencer a Satanás. A veces lo domina y lo hace prisionero, pero este se escapa y hace temblar al mundo. En el cuadro de Rafael, Miguel está representado con una magnífica indumentaria de caballero, con unos colores vivos que muestran su fuerza divina.


La Anunciación, del taller de Rogier van der Weyden (1399/1400- 1464), entre 1435 y 1440, museo del Louvre.

El arcángel Gabriel, príncipe de los mensajeros, siempre está representado con una flor de lis cerca de él. A menudo visita a los hombres mientras duermen, pero muchas veces tiene que volver otra vez a pleno día para hacer entender su mensaje.

Se cuenta que Gabriel se había aparecido a María, la madre de Jesús, una mañana que ella iba a buscar agua, pero que ella creyó haberlo soñado. Entonces Gabriel volvió al mediodía, acompañado de otro ángel, y le dijo: «Bendita eres, María, y Jesús, tu hijo, nacerá del Espíritu Santo y será bendito».

Pasado un tiempo, María, advertida por su ángel de la guarda, fue al templo de Jerusalén para hablar a Dios: «Os ruego, Señor, que me enviéis al arcángel Miguel para que esté cerca de mí cuando me llegue la hora de la muerte hasta que mi alma haya salido de mi cuerpo». Tiempo después, María cayó enferma. Los ángeles entraron en su casa, seguidos por el diablo y unos demonios, pero el arcángel Miguel, enviado por el Señor, montaba guardia y los expulsó de allí. Cuando María murió, el arcángel Gabriel y su tropa de ángeles recibieron su alma y la depositaron en una tela de seda blanca, y un cortejo de ángeles músicos acompañó el alma de María hasta el lado de Dios.

En La Anunciación se ve al arcángel Gabriel representado en una miniatura en el momento de aparecerse a Mahoma. El rostro del profeta es blanco porque no está permitido representarlo. Gabriel reveló el Corán a Mahoma, y también el misterio de la Creación, los cielos y el lugar de los ángeles.

«Yo, Mahoma, os hablaré de los ángeles que llevan el trono. Cada uno tiene cuatro rostros: uno mirando hacia arriba, otro hacia atrás, otro hacia la derecha y otro hacia la izquierda; uno de hombre, otro de águila, otro de león y otro de toro. El rostro del hombre pedirá a Dios por los hombres; la cara del águila solicitará a Dios el favor de los pájaros; la del león lo hará a favor de los animales de la selva, mientras la del toro suplicará a Dios por los animales domésticos. Estos ángeles tienen seis alas y no cesan de loar a Dios».

En un cuadro de Giotto, se ve una representación de estos ángeles de seis alas que viven cerca de Dios.

No hemos de olvidar que el arcángel Gabriel también es profesor y escritor.

Anunciación del nacimiento de Jesús a María (Lucas, I)

«A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, para visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María. El ángel se acercó a ella y le dijo: “¡Te saludo, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ante estas palabras, María se perturbó y se preguntó qué podría significar este saludo. El ángel le dijo: “No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”».

Anunciación del nacimiento de Jesús a José (Mateo, I)

«Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto. Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo”».

La huida a Egipto (Mateo, II)

«Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”».

La tentación de Jesús (Mateo, IV)

«Luego el diablo le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, entonces tírate abajo. Porque escrito está: ordenará a sus ángeles que te sostengan en sus manos, para que no tropieces con ninguna piedra”».

La aparición a María Magdalena (Juan, XX)

«Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro y vio ahí a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies».

La redefinición de la función de los ángeles

El nacimiento de Dios como hombre en la persona de Jesucristo cuestionará de un modo muy singular el lugar que ocupaban hasta entonces los ángeles y cambiará la orientación de su papel de vínculo entre el hombre y la divinidad: así, a partir de ese momento se convierten únicamente en servidores de su Creador.

Poco importa desde entonces si su función es la de ensalzador, mensajero o guerrero. Las diferentes funciones tienen sólo un objetivo: servir los designios de Dios – partiendo de la verdad, la luz y el amor– sin olvidar al hombre, para quien fue creado el mundo, y a quien se encargan de asistir en el duro camino de la redención.

Además, hay muchas citas del Nuevo Testamento que son testigo de esta revolución, fácilmente perceptible desde el anuncio del arcángel Gabriel a María de su divina maternidad. A partir de ese instante, los ángeles ceden efectivamente lugar a su Señor, contentándose con intervenir cuando él se lo pide, explícita o implícitamente. De ese modo pueden luchar junto a Él («¿Crees que no podría invocar a mi Padre, que me daría de inmediato doce legiones de ángeles?», afirma Cristo en el Evangelio según San Mateo), escoltar a las almas puras hacia el cielo o desviar el camino de cada ser para su salvación. Al perder su condición de intermediarios privilegiados entre Dios y el hombre – puesto que el don de su Hijo por parte de Dios renovó el diálogo directo entre el Creador y sus criaturas–, los ángeles dejan de ser, por tanto, el único vínculo que permite a la divinidad entrar en relación con el ser humano.

Debido a lo anterior, es imposible rendirles culto, ya que no les corresponde, y en el caso de que así fuera, habría degenerado en una especie de politeísmo, un hecho que San Pablo no dejó de subrayar en diferentes intervenciones públicas.

Sobre esta base fueron definidas las nuevas condición y función de los ángeles, que se impusieron a los creyentes como criaturas ejemplares cuya felicidad era su pleno compromiso al servicio de Dios.

Se trataba de unos seres idealmente puros, cuya imitación convenía al hombre para reconciliarse plenamente con Dios y entrar en su reino al mismo nivel de ellos.

¡Cuántas órdenes monásticas se inspiraron así en el modelo de los ángeles para alimentar el impulso espiritual de sus miembros!


Los tres arcángeles

Aunque los ángeles aparecen periódicamente en el gran libro sagrado, sólo tres de ellos se nombran claramente: Gabriel, Miguel y Rafael. Se trata de tres entes superiores al resto (arcángel significa literalmente «jefe de los ángeles») con misiones especiales: la doble anunciación del nacimiento de Juan Bautista al sacerdote Zacarías y la de Jesucristo a la Virgen María por parte de Gabriel, el combate entre Satán y Miguel y, finalmente, el rol reservado a Rafael, el cual se acomoda perfectamente a la simple función de ayuda (en especial al joven Tobías) y que prefigura el advenimiento del cristianismo. Él es el testimonio elocuente de estar al servicio de Dios y de los hombres.

NOMBRES DE ARCÁNGELES

Dar el nombre de un arcángel a un niño es disponer a este bajo su protección y esperar a descubrir cómo sigue su camino. De cualquier modo, la elección de un nombre concreto queda a gusto de cada uno.

Es así como Gabriel puede convertirse en Gabriele, Gabrielle, Gabrielo, Gabriello, Bielo, Gaby o Gabrio para los niños; y en Gabrielle, Gabriela, Gabrilo, Gabriele o Gaby para las niñas.

De igual manera, Miguel ha dado lugar a Michele, Mikel, Michael, Mikael, Mijaíl, Michelangelo, Miguel, Micha, Michal, Mihaly, Mik, Mick, Mike y Mitchell para los niños; y Michèle, Michelle, Michela, Michaela, Mikaela, Micaela, Mikala, Mikela, Michealina, Miguela, Micheline, Michelina y Misha para las niñas.

Rafael está en el origen de los siguientes nombres: Rafael, Rephael, Rafel, Raphail, Rafaele, Raffaele, Raffaelo y Raffaello para los niños; y Raphaelle, Raphaële, Raphaëlle, Rafaela, Raffaella y Raphaela para las niñas.

La devoción hacia los arcángeles

Aunque el culto rendido a los arcángeles es de inspiración antigua, no ha dado lugar a la edificación de santuarios… excepto en el caso de Miguel. Es cierto que numerosas iglesias, capillas y otros edificios religiosos muestran en sus paredes el testimonio de la devoción de algunos artistas por los arcángeles. Se trata de creadores que han ilustrado – cada uno a su manera y según la estética del momento– los momentos más significativos de las acciones «arcangélicas» que nos narran las Escrituras. Sin embargo, sólo encontramos como lugares dedicados exclusivamente a los arcángeles la abadía de Mont-Saint-Michel y la basílica de Monte Sant’Angelo. Es verdad que la edificación de estos dos santuarios está condicionada por la aparición del arcángel, algo que los convierte en lugares de peregrinación obligada.


La aparición de San Miguel en el Monte Sant’Angelo

La tradición narra cómo en el año 493 en una pequeña gruta del monte Gargan – que se rebautizaría como monte Sant’Angelo tras los milagrosos acontecimientos que evocamos a continuación con detalle– se produjo un acontecimiento prodigioso.

Unos campesinos, tras salir en busca de un toro que se había escapado, lo encontraron en una cueva. Uno de ellos, asustado por la agresividad del animal, preparó su arco y le disparó. Pero, para sorpresa de todos, la flecha, lejos de alcanzar su objetivo, se volvió contra el que la había lanzado y le causó la muerte.

Tras presenciar tal prodigio, los otros campesinos huyeron del lugar en busca del consejo del obispo local, Lorenzo, quien les recomendó tres días de ayuno y plegarias. Tras este breve periodo de penitencia, se produjo el milagro; el arcángel Miguel se apareció a Lorenzo y le dijo: «Yo soy aquel que está siempre cerca de Dios. Aquella cueva me pertenece y he recurrido a este signo para hacerlo saber. A partir de este momento, no se derramará la sangre de ningún otro toro».


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