Читать книгу Estoy en el mundo, soy de Dios - Viviana Endelman Zapata - Страница 7

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Tolerancia

intolerante

Encontré en las actitudes del profesor de la serie un clarísimo ejemplo de lo que podríamos llamar “tolerancia intolerante”. Él hace lo que quiere y punto. Se aplica a sí mismo la máxima de que su conducta queda exenta de todo filtro. Y a eso mismo invita permanentemente a sus alumnos. Sin embargo, según su percepción, es la Iglesia la que tiene que cambiar su modo de ser. Incluso, afirma que él mismo podría provocar un cisma que no le vendría mal (aunque un cisma, como tal, solo podría iniciarse desde dentro). Mientras tanto, si le da ganas de burlarse de sus pares, considerarse superior a ellos, o engañar, ¡adelante! Nada hay para exigirse a sí mismo; las cuentas se piden hacia afuera y unidireccionalmente.

¿Cosas que cambiar en la Iglesia? Seguro. ¿Necesidad de mayor coherencia? Siempre. No es esto lo que pongo en cuestión ahora, sino este discurso tolerante intolerante que está al servicio del reinado del relativismo en la vida y que, a la par, se vuelve acusador, hasta insolente, de lo que otros han elegido, cuando lo que han elegido se diferencia del relativismo.

A quien porta este discurso, me siento invitada a decirle, con todo respeto: no le creo a tu tolerancia de lo diverso, porque es contradictoria, porque no es verdadera tolerancia a lo diverso; parece, más bien, tolerancia al relativismo y hasta el punto de volverlo un absoluto. Juzgás lo que te parecen ataduras en los otros, pero estás encadenado a tu relativismo. Yo no voy a pretender que rindas culto a Dios, porque se trata de fe y no de imposición. Te pido tu respeto, que dejes de asignar etiquetas peyorativas a las opciones de algunos y de pretender que se le rinda culto al relativismo que vivís y transmitís. A veces siento que tengo que escuchar que hables mal, o te burles, de mis creencias y elecciones, pero no me das espacio ni para expresar que no comparto tus puntos de vista.

Al final de cuentas, la tolerancia declarada por el relativista termina cayendo en lo que aparenta ser su opuesto. Termina siendo dogmática y coartando la posibilidad de diálogo. Llega a extremos de no tolerar, siquiera, que alguien que afirme unos ciertos valores en los que cree, manifieste sentir incomodidad cuando no se viven. ¡Incomodidad! No estamos hablando, por supuesto, de que ese alguien hiciera juicios sobre nadie o se apoyara en categorías más radicales que pudieran molestar; lejísimo de esto, me refiero a que ya ni un sentimiento que se atreva a no mostrar total simpatía con lo que defiende el relativismo se soporta, y es tildado quien lo vive de cerrado y retrasado. “Abierto y tolerante” sería, por contraposición, quien le niega a ese alguien hasta el derecho a sentir distinto y espera de él que, además de comprender, no juzgar, ser abierto al otro y respetuoso de sus opciones, avale, promueva, festeje y recomiende aquello que le genera incomodidad. ¡Es demasiado exigente! Su exigencia contradice la autenticidad.

Exige, podríamos decir, aplausos para lo que él aplaude, y desconsidera a la persona que no lo hace y su derecho a opinar. No tolera que se lo cuestione o se lo invite a la reflexión. Es decir, el relativista contradice su propio relativismo. O lo aplica consigo mismo nada más y otros pocos, dejando al margen a muchos, con quienes se pone pretencioso.

El tolerante intolerante suele manifestar desprecio hacia actitudes y expresiones que refieran alguna búsqueda de una verdad externa a sí mismo, o que afirmen y custodien valores que se consideren innegociables (porque se descubre que no dependen de las opiniones ni de las circunstancias, o que tienen preeminencia sobre estas).

Ante todo lo dicho, entiendo que algunas afirmaciones hayan podido sonar algo tajantes. He dudado en dejarlas aquí. Pero, finalmente, he decidido no sacarlas, ya que describen un extremo en el que se cae ciertamente.

Soy consciente de la posibilidad de haber caído yo también, a su vez, en generalizaciones injustas o enunciados sin consideración de ciertos matices. Y lo quiero reconocer ahora, antes de lanzarme al siguiente paso, que me involucra más todavía.

Al profesor de la serie y a quien se identifique con él, les quiero contar quién es Dios para mí, por qué creo en Él, por qué le doy paso en mi vida y por qué quiero quedarme en la Iglesia.

Esto mismo me gustaría contárselo a quien escuché decir lo siguiente, pretendiendo negar con su pensamiento posibilidades de descubrimiento a otros...

“Toda creencia en que hay algo absolutamente verdadero, a niveles intelectuales es estúpido y a niveles reales, falso. Este punto de realismo es importante, o no vamos a salir de ciertas alucinaciones intelectuales que nos han inculcado”.

Al hacerlo, tengo especialmente presente también a tantas personas que descubren esta pertenencia y no es que hayan sido forzadas a ello ilusamente. A quienes sí creen que existe un Dios que es eterno y dio comienzo al cosmos con sus leyes, que nos creó para vivir en el amor. A los que han elegido ser fieles a una Verdad que consideran que para su vida tiene más autoridad que otras, y no es porque sean fundamentalistas, porque estén dormidos en un dogmatismo infantil, idos de la realidad o perdidos en un fanatismo que se quiera imponer. A quienes se reconocen llamados por su nombre a una vida de comunión con Dios, y no es que sean necios, pero muchas veces son considerados así.

Estoy en el mundo, soy de Dios

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