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PRESENTACIÓN

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Nuestros conocimientos de la Iglesia primitiva en su confrontación con el paganismo, de las riquezas de Evangelio, de la Persona y la Obra de Jesucristo, y de la persona del propio Pablo habrían quedado lastimosamente menguados si no tuviéramos estas cartas. Aunque figuran entre las más breves de Pablo, no son por ello menos interesantes e importantes.

Las cuatro cartas de Pablo que se estudian en este tomo son todo lo diferentes que hacía suponer la relación tan diferente que tuvo Pablo con cada una de aquellas iglesias. La de Filipos fue la más entrañablemente vinculada con el Apóstol; la de Colosas era una que él no había fundado, ni ni siquiera visitado nunca, y en cuanto a la de Tesalónica, había estado allí un tiempo tan breve que, al tener que salir precipitadamente a causa de la persecución de que era objeto, lo que más le preocupaba era si el Evangelio habría arraigado suficientemente en aquella ciudad, clave para ganar a todo un mundo para Cristo.

Filipenses —la epístola del gozo, y de las cosas excelentes— es una carta de agradecimiento por la ayuda recibida, de aliento frente a las adversidades, y de llamada a la unidad; carta que no olvidaremos nunca por el pasaje emblemático de la humillación y la exaltación de Jesucristo (2:5-11). «Para muchos de nosotros —especifica Pablo— Filipenses es la carta más preciosa de todas las que se conservan de Pablo.»

De Colosenses —«la gran carta» escrita a la iglesia de una ciudad sin importancia—, solo conociendo su trasfondo ideológico se puede comprender su grandeza. «Ninguna otra carta de Pablo presenta una enseñanza tan elevada de Jesucristo ni insiste tanto en Su plenitud y suficiencia,» —dice Barclay. Tesalonicenses es clave para el estudio de la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo, y se debe a que Pablo tuviera que escribirles a los cristianos de Tesalónica para aclarar ciertos conceptos básicos acerca de la esperanza cristiana y las responsabilidades del cristiano en la vida diaria.

Siguiendo el ejemplo de la edición original nos proponemos añadir al comentario de todos los libros del Nuevo Testamento un tomo más, que será el índice general de las palabras originales, los nombres propios y los temas que se mencionan o desarrollan en los diversos volúmenes. Un adelanto de esa herramienta de estudio bíblico ha ido apareciendo en cada tomo, y ofrece en este posibilidades especiales. Así, por ejemplo, el de los atributos del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo; las causas y remedios de la desunión; la esencia del Evangelio; la oración; el Bautismo; el gozo; la Iglesia —señales de la iglesia fiel, señales de la iglesia genuina, señales de la iglesia vital—; el secreto de la intercesión; las señales de la salvación; la solidaridad cristiana, y la vida cristiana, sus señales y sus marcas.

Como en otros tomos de este comentario aparecen aquí personajes interesantes y ejemplares del relato bíblico y de la Historia de la Iglesia, como los fieles camaradas que el Apóstol menciona al final de Colosenses —Tíquico, Aristarco, Marcos, Epafras, Lucas, Demas y Ninfas, y, desde luego, Epafrodito de Filipos— y figuras de la historia de la Iglesia que Barclay trae a colación oportunamente, como el obispo Policarpo de Esmirna, Ambrosio de Milán, Juan Knox de Escocia y muchos, muchos más. Y es que William Barclay aprovecha la ocasión para recordarnos —o hacer que nos vayan sonando— nombres y temas clave del pueblo de Dios de todos los tiempos.

Alberto Araujo

Comentario al Nuevo Testamento Vol. 11

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