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EL HOMBRE QUE PREDICA

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Así pues, considerémonos primero este asunto de las fallas en la predicación, en los términos del hombre que predica. Al principio, quiero establecer un principio patente de la Escritura, y luego lo aplicaré en varias áreas específicas. El principio es éste: Para que no degrademos la predicación al mero arte de la elocuencia, nunca debemos olvidar que la base en que la predicación poderosa surge es la propia vida del predicador. Eso es lo que distingue la predicación de cualquier otro arte de la comunicación. Por ejemplo, una actriz famosa puede destacarse por su inmoralidad escandalosa, viviendo como una ramera común. Y aún así, ella puede entrar al teatro cada miércoles a las 20:00 hrs, y actuar en el papel de Juana de Arco de una manera tal, que llevara a toda la audiencia hasta las lágrimas. La manera en que ella vive no tendrá relación directa con el desempeño de su papel profesional. Un protagonista, igualmente libertino en su vida personal, puede presentarse en el mismo teatro y actuar el papel de Martín Lutero de una manera tal, que escalofríos recorrieran nuestra espina dorsal, y saliéramos determinados a ser mejores hombres y mejores predicadores. Sin embargo, otra vez, puede no haber una relación directa entre la conducta del actor antes de subir al escenario, y su actuación subsecuente.

Se admite pronto que las Escrituras enseñan que hay tiempos cuando aparecen hombres bien dotados para el ministerio, pero que están desprovistos de la gracia salvadora (vea Mat.7:21-23). La historia de la iglesia también relata los hechos de hombres que fueron usados en la soberanía de Dios, en el desempeño de dones ministeriales, y al fin manifestaron que estaban desprovistos de gracia santificante. No obstante, yo creo que este problema particular de engaño se encontrará principalmente en aquellos ministerios donde los ministros no moran entre sus oyentes el tiempo suficiente para afectar su ministerio por el bien o el mal de su vida personal. Por lo tanto, limitando este principio al contexto de la predicación del pastor, yo creo que es una regla válida (con algunas pocas excepciones), que la predicación poderosa está arraigada en la tierra de la vida del predicador. Se ha dicho que ‘la vida del ministro es la vida de su ministerio.’ Si la predicación es la comunicación de la verdad a través de instrumentos humanos, entonces la verdad así comunicada se puede aumentar o disminuir en su poder para efectuar cambios espirituales, por la vida que la transmite. El secreto del poder de la predicación de Whitefield, McCheyne y de otros hombres que ya he mencionado se encuentra principalmente, no en el contenido de sus sermones o en la manera en que ellos lo predicaban; más bien, la clave se encontraba en sus vidas. Sus vidas estaban llenas de poder y vivían en tal comunión con Dios, que la verdad llegó a ser un principio viviente porque fue transmitida por tales vasos. Sus vidas ungidas fueron la tierra donde creció su ministerio igual. Este principio es particularmente válido en la vida del pastor residente. Entre más que ustedes y yo seamos conocidos por nuestra gente, nuestra influencia crecerá o disminuirá de acuerdo con el tenor de nuestras vidas.

A fin de ilustrar este principio con la Palabra de Dios, permítame presentar varios pasajes para su consideración, no a la manera de una exposición detallada, sino entendiendo la idea predominante de cada pasaje. Escribiendo a la iglesia de Tesalónica, la cual él tuvo el privilegio de fundar a través de su ministerio entre ellos, Pablo dice: “Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1Tes.1:4-5). El establece una relación directa entre el evangelio viniendo en poder, y en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, con la clase de hombre que lo predicaba. Encontramos la misma enseñanza presentada en el capítulo dos de la misma carta, donde Pablo dice en el versículo diez: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes.” Luego en el versículo trece, él dice: “Por lo cual, también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” Hay una relación vital entre estas dos cosas. Por un lado él dice, “Ustedes saben cómo nos comportamos,” y por el otro, “Nosotros sabemos cómo recibieron la palabra.” Estas dos cosas no pueden divorciarse. Pablo y sus compañeros se presentaron como modelos vivos del poder de la Palabra de Dios incorporado en su conducta y de este modo, cuando predicaron la Palabra, ésta vino con autoridad a sus oyentes. Fíjese que el apóstol no está renuente de usar su testimonio vivo como una prueba de la validez de su ministerio de predicación.

En Tito capítulo dos hay instrucciones detalladas sobre lo que él debería predicar y enseñar. Pablo le mandaba en el versículo siete, “Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras.” En otras palabras, como ministros de Dios, no solamente hemos de proclamar la sana doctrina por precepto, sino que debemos encarnar esta misma doctrina por la sana conducta. Luego también, hay el pasaje clásico de 1 Tim.4:16: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” En otras palabras Pablo está diciendo, “Timoteo, el descuido de tu propia vida personal resultará en alguna medida, en el mal desempeño de tu responsabilidad para con las almas, con las cuales el Espíritu Santo te ha encargado como pastor. Fallar en tener cuidado de ti mismo, en alguna medida resultará en fallas para ver el propósito salvador de Dios, forjándose en el corazón de aquellos a quienes tú ministras.” Hago estos comentarios como uno que cree sin reservas en la postura de Pablo tocante a la inmutabilidad del consejo de Dios y la certeza de la salvación de todos sus elegidos. No obstante, no debemos quitar de este pasaje en 1 Timoteo las obvias implicaciones: que Timoteo no podría ser el instrumento de Dios que él debería ser, a menos que tuviera cuidado de sí mismo y luego de su enseñanza.

Es interesante que en consideración de los requisitos para el pastorado, se señala en 1Timoteo 3:1 y en Tito 1:6, que el primer requisito para todo aquel que aspira al ministerio no es doctrinal, sino experimental. “Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea…” ¿Y cuál es la primera palabra?— “Irreprensible”. El aspirante debe ser un hombre conocido por su piedad constante y práctica. En el pasaje que se encuentra en Tito, la última parte habla de uno de los requisitos como “retenedor de la Palabra fiel” (ver. 9). No obstante, el primer requisito señalado se encuentra en la esfera de la vida del ministro. ¿Porqué? Por la mera razón de que Pablo vivía y ministraba con esta misma convicción, que la vida del ministro era la vida misma del ministerio.

Yo creo que estos pasajes son suficientes para enunciar el principio, aunque muchos más se podrían citar para establecer este punto en particular. No me sorprende que la predicación haya caído en días malos cuando las prioridades para esta obra ministerial se han echado a un lado. En los concilios de ordenación, los hombres son interrogados por horas en minuciosos puntos teológicos con el intento de descubrir sus habilidades para refutar herejías, mientras que rara vez alguno es cuestionado en relación con sus avances en la piedad personal y familiar, factores que el apóstol Pablo colocó en primer lugar en la lista de requisitos para el ministerio.

¿Qué Está Fallando con la Predicación de Hoy?

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