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Оглавление1 EL GIRO ECOLÓGICO COMO EJE TRANSVERSAL DE LOS ODS RECOGIDOS EN LA AGENDA 2030
Lydia de TIENDA PALOP*
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible, adoptados el 25 de septiembre de 2015 en Nueva York durante la 70.ª Asamblea General de la ONU, se configuran como una nueva hoja de ruta para las políticas de desarrollo humano. La llamada Agenda 2030,1 que recoge los acuerdos a los que se llegaron en la mencionada cumbre, se articula en torno a 17 objetivos y 169 metas que suponen un salto tanto cualitativo como cuantitativo con respecto a sus predecesores, los Objetivos del Milenio. Estos últimos (los ODM), que fueron acordados en el año 2000, marcando un margen de tiempo para su consecución de quince años, estaban integrados por 8 propósitos y 21 metas. Los ODM estaban dirigidos a erradicar los problemas más urgentes y graves a los que se enfrentaba la Humanidad como eran: 1) erradicar la pobreza extrema y el hambre; 2) lograr la enseñanza primaria universal; 3) promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer; 4) reducir la mortalidad infantil; 5) mejorar la salud materna; 6) combatir el VIH/sida, el paludismo y otras enfermedades; 7) garantizar la sostenibilidad del medio ambiente; 8) fomentar una asociación mundial para el desarrollo. Quince años más tarde desde su aprobación por parte de 189 países en la llamada Cumbre del Milenio, tras una evaluación de los logros alcanzados, se acordó no solo su ampliación a nuevos objetivos que afectan a nuevos problemas humanos identificados también como urgentes, sino también la inclusión por derecho propio de la dimensión ecológica y la preocupación por el Planeta.
Esta circunstancia se perfiló como revolucionaria en tanto que debía suponer toda una transformación de las políticas públicas y de la mentalidad subyacente a estas que evidenciara el cambio de paradigma conceptual que se está produciendo en relación con las cuestiones de justicia. Este incremento en la toma de conciencia ecológica que estamos viviendo no responde únicamente a una preocupación azarosa y pasajera por la Naturaleza, sino que, a mi juicio, es consecuencia de un efectivo progreso moral de cierta índole. El progreso moral bien puede entenderse como un avance en la comprensión de los problemas morales, esto es, un refinamiento en la forma de concebir qué es de justicia o qué es merecedor de poseer estatuto moral. A menudo ocurre que las injusticias, cuando se llevan a cabo de manera colectiva y reiterada por el cuerpo social, no obedecen exclusivamente a una actitud interesada o a cierta maldad deliberada. Más bien sucede que determinadas acciones, que con el tiempo se han demostrado como ilícitos morales, no son sino fruto del desconocimiento o la ignorancia de una determinada clase: la incomprensión. Hay cuestiones que solo se evidencian como cuestiones morales y por tanto son susceptibles de poseer valor moral cuando se ha avanzado en su conceptualización y análisis. Hasta ese momento permanecen ocultas al intelecto y a la sensibilidad moral porque hasta entonces han sido inexistentes, simplemente porque no se les ha prestado la correspondiente atención y no son percibidas como una cuestión moral. Al final del presente capítulo retomaré esta cuestión para perfilar cómo se produce este progreso moral que no es sino un avance en la comprensión holística mediante la educación de la sensibilidad moral y el pensamiento crítico.
Previamente a elaborar esta conclusión de forma más detallada, resulta pertinente por su carácter aclaratorio para la argumentación posterior elaborar el debate que se está llevando a cabo actualmente entre los críticos de los ODS. Esta discusión gira en torno a dos posiciones polarizadas: la línea posibilista y la posición negacionista, que han perfilado dos actitudes bien distintas con respecto a los ODS.
1. El debate de los críticos en torno a los ODS
Las dos posiciones claramente enfrentadas que reflejan dos maneras diferentes de concebir e interpretar los ODS están representadas por autores como Marta Pedrajas y Flavio Comim, que han intervenido de forma directa en la conceptualización e incluso en la negociación de los ODS. Tras un intenso debate entre ambos pensadores que tuvo lugar en las jornadas patrocinadas por la Cátedra Unesco que coordiné sobre «Educación Moral y la Agenda 2030», celebradas en Valencia en noviembre de 2017, podemos extraer una serie de rasgos distintivos de las dos posiciones, si bien en algunas de sus consideraciones encontramos puntos convergentes.
La objeción principal que plantean los críticos de los ODS, como el profesor Comim, es que son imperfectos porque no responden a una concepción integral del ser humano, ni son fruto de una teoría con un planteamiento universalmente compartido. Por el contrario, los ODS surgen de una atomización del pensamiento fruto de negociaciones partidistas y sectarias. En este sentido, se podría afirmar que los ODS poseen una estructura fuertemente compartimentada que no es sino resultado de una fragmentación en su propio núcleo conceptual. No hay un marco de referencia coherente, unificado y homogéneo que permita sentar las bases teóricas que justifiquen y proporcionen el aparato teórico en el que inscribir a los ODS. Esta circunstancia es consecuencia lógica de una naturaleza humana altamente imperfecta en sentido moral y es fiel reflejo del mundo fragmentado en el que los intereses, los sesgos y las desigualdades son un hecho contrastable. Esta posición, claramente pesimista, y sostenida por Flavio Comim, concibe los objetivos como imperfectos por dejar fuera muchas dimensiones que deberían ser cuestiones de justicia básica, y que en cambio no solo no están recogidas de forma expresa, sino que tampoco se ven reflejadas en los propios ODS.
Por otra parte, la posición posibilista, defendida por Marta Pedrajas,2 reconoció que efectivamente las negociaciones habían sido durísimas y habían estado sometidas a presiones de diferente tipo. En este sentido, ambas argumentaciones convergieron, como Comim apuntó con cierta razón, en que el problema principal es que no hay una base teórica conceptual única y compartida que aúne todos los objetivos. Sin embargo, Pedrajas, representante oficial de España en el PNUD con responsabilidad directa en la negociación de los ODS, defendió una visión bastante positiva de los ODS y de sus posibilidades superiores de consecución con respecto a los ODM. En concreto, me gustaría comentar las tres características que Pedrajas destacó de la propuesta de los ODS con cierto detenimiento (Pedrajas, 2017: 86):
1. Los ODS suponen en sí mismos una propuesta universal. Si bien, como hemos apuntado, las negociones fueron difíciles y se encontraron muchos puntos divergentes porque no existía un paradigma conceptual previamente compartido, los acuerdos alcanzados sí que son reflejo de un consenso unificado de todos los países que intervinieron en la Cumbre de la ONU. Pero además, los ODS afectan y comprometen a la totalidad de los países del planeta y no están pensados únicamente para paliar las urgencias de los países en vías de desarrollo como sus predecesores ODM (Objetivos del Milenio). Los ODS parten de la idea de que los problemas radicales de injusticia son globales y que son fruto de factores que están interconectados y, por tanto, el éxito de su consecución depende del desarrollo de políticas globales concebidas para la totalidad del Planeta.
2. Los ODS son una propuesta transformadora. Estos propósitos pretenden transformar los ODM en una propuesta que incorpore la sostenibilidad, con el fin de que puedan ser practicables y duraderos a largo plazo. Los ocho ODM se transforman en estos diecisiete ODS: (1) poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo; (2) poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, y promover la agricultura sostenible; (3) garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades; (4) garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos; (5) lograr la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas; (6) garantizar la disponibilidad de agua y su ordenación sostenible y el saneamiento para todos; (7) garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos; (8) promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; (9) construir infraestructura resiliente, promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación; (10) reducir la desigualdad en y entre los países; (11) lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles; (12) garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles; (13) adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos; (14) conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos para el desarrollo sostenible; (15) proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, efectuar una ordenación sostenible de los bosques, luchar contra la desertificación, detener y revertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica; (16) promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles; (17) fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible. La Agenda 2030 está dirigida a paliar las situaciones de necesidad e injusticia atacando el problema desde su raíz y, en este sentido, fomentando las capacidades y las garantías institucionales.
3. Los ODS son una propuesta inclusiva. Los ODS presuponen un mayor alcance que los ODM por dos razones básicamente: por una parte, incluyen de forma directa a los colectivos que se consideran más vulnerables por sufrir de manera más sangrante la exclusión, marginación y pobreza, como son los niños, las mujeres y las minorías étnicas. De este modo, incluyen indicadores que reflejan de manera más precisa la realidad de las poblaciones más vulnerables con el fin de informar de manera más eficaz para la toma de decisiones. Pero, además, el acuerdo alcanzado en torno a los ODS supuso una evolución en los métodos de negociación que se emplearon para lograr el consenso. Se incluyeron 193 países frente a los 189 de los ODM y, por tanto, el consenso logrado es de mayor alcance. De hecho, las negociaciones se hicieron de manera abierta y se incluyeron agentes civiles en los foros. Esta circunstancia tuvo la pretensión de lograr un consenso realmente inclusivo, que reflejara de manera más eficiente las posiciones de todos los afectados mediante su participación directa en la toma de decisiones.
Particularmente, de estas dos últimas características –la sostenibilidad y la inclusión– se desprende que los ODS responden a una transformación de la mentalidad subyacente, al menos como una declaración de intenciones, lo que ya es un avance a nivel moral considerable, como intentaré mostrar. Los ODS son una constatación de que la naturaleza y la salud del Planeta entendido en toda su diversidad biológica –biótica y abiótica– deben tener estatuto moral y se configuran como una cuestión de justicia por derecho propio. Esta consideración es fruto de una trayectoria moral que se ha escrito sobre bases conceptuales marcadas por la lógica y los intereses de su tiempo y para justificar esta tesis realizaré un sucinto recorrido por la evolución del concepto de «desarrollo».
2. Hacia la dimensión ecológica del desarrollo
El término desarrollo ha sido objeto de una evolución conceptual en los últimos setenta años desde que se utilizara en su forma original para medir el progreso hacia el bienestar de los países dentro de los paradigmas propios de la economía neoclásica. Esta forma de concebir el desarrollo tomaba como indicadores de medición valores estrictamente económicos como el PIB o el crecimiento económico y se basaba en una noción de sujeto como «maximizador racional de preferencias», siguiendo los planteamientos de cierto tipo de neoutilitarismo reduccionista. Desde el siglo pasado y antes de que surgiera el enfoque de capacidades, pergeñado por Amartya Sen, el utilitarismo económico neoclásico dominó el ámbito económico. Este tipo particular de utilitarismo, como lo expresa Martha Nussbaum, se basa en tres premisas básicas: que los agentes para ser racionales deberían ser maximizadores interesados en optimizar su utilidad; que el concepto de utilidad refleja la satisfacción de las preferencias reveladas y, por lo tanto, no está sujeto a ningún proceso de deliberación introspectiva; y, además, esta utilidad debe entenderse como un criterio único y en términos de cantidad en lugar de calidad (Nussbaum,1997: 1197-98). Tanto Sen como Nussbaum, entre otros autores, han criticado esta variante del utilitarismo sobre la base de su excesivo reduccionismo al explicar el comportamiento humano. En particular, en artículos tales como «Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic Theory», «Plural utility» o «The Living Standard» y en el capítulo de Utilitarianism and Beyond, escrito junto con Williams (Sen, 1977, 1980, 1984, 1990), Sen dirigió sus críticas contra la versión del utilitarismo utilizada en la teorías de la elección pública, que debe mucho al trabajo de Arrow (Arrow, 1951). Esta premisa básica que, según Sen, se encuentra en el corazón del utilitarismo económico y de la mayoría de los modelos económicos neoclásicos es la señalada por Edgeworth (Edgeworth, 1881), que establece que «cada agente actúa solo por interés propio». Sin embargo, es esencial tener en cuenta la sutil percepción que Sen enfatiza sobre este punto y, desde mi punto de vista, es lo que ilumina su propuesta del enfoque de capacidades. Esta suposición de que los agentes racionales son maximizadores egoístas, que se presumen en los modelos económicos neoclásicos, no es el fruto de una percepción defectuosa, sino el resultado de un intento de buscar un modelo para hacer predicciones. La noción de agente egoísta racional no fue concebida como imitación de un sujeto empírico, sino como un modelo con el que trabajar. Mediante este constructo se podían realizar predicciones a partir de las variables que representaban simples elecciones binarias cuya característica principal era la coherencia; de hecho, el significado real de la elección racional subyacente a estos modelos es la coherencia interna. De esta manera, la noción de utilidad relacionada con las preferencias reveladas se convirtió en una noción altamente operacional para ser aplicada a predicciones y modelos estadísticos. Sin embargo, esta es precisamente la crítica fundamental del enfoque de las capacidades a estas teorías de corte utilitarista: que el modelo simplista elegido es demasiado reduccionista; por lo tanto, no refleja ninguna situación real y no puede hacer frente a la complejidad de los problemas humanos.
En esta línea de pensamiento, Denis Goulet (Goulet, 1999) añadió al término «desarrollo» el apelativo de «humano» para esclarecer que lo que debería normativamente considerarse propiamente desarrollo debía centrarse en la mejora de la calidad de vida de las personas reales. De estas consideraciones y reflexiones surgieron otros enfoques centrados en la vida real de las personas y en sus necesidades urgentes, y no tanto en indicadores abstractos, por ejemplo, el «enfoque de las necesidades básicas» de Paul Streeten y Frances Stewart (Streeten, 1978; Stewart, 1985). Si bien estas teorías de las necesidades básicas ya significaron una transformación considerable de los modos y métodos de concebir y medir el desarrollo humano, recibieron la crítica de que se trataba de propuestas prescriptivas, que imponían modelos de desarrollo externos a la propia autocomprensión de las comunidades. De este modo, el enfoque de las capacidades de Sen se configura como una revisión de estas teorías de desarrollo humano, preocupadas por mejorar las condiciones de vida de las personas de manera real, pero a su vez respetando su diversidad y libertad. Esta nueva teoría elaborada por Sen, que entendió que desarrollo no es maximización de preferencias, ni satisfacción de necesidades, sino la libertad para llevar la vida que uno tiene razones para valorar, se perfiló como el marco de pensamiento que actualmente utiliza el PNUD para elaborar sus informes anuales de desarrollo desde 1990.
Sin embargo, el concepto de desarrollo humano ha seguido evolucionando y actualmente, sobre todo a partir del Informe Brutland, incorpora en su compromiso ético de igual forma la idea de «sostenibilidad»: el desarrollo no solo tiene que garantizar las mejores condiciones posibles para lograr la calidad de vida de las personas y su libertad, sino que además debe atender al respeto y cuidado del planeta en su conjunto. El concepto de desarrollo que se está configurando en el nuevo paradigma, por tanto, se entiende como un concepto multilateral y dinámico que integra tres dimensiones básicas –económica, social y ecológica– que se retroalimentan y convergen en un mismo fin: la mejora de las condiciones de vida.
Desde esta premisa surge toda una lógica de acción cuya vocación es cristalizar en políticas públicas, modos de vida y proyectos institucionales que tengan como objetivo garantizar el mencionado desarrollo sostenible, esto en beneficio tanto de las generaciones presentes como futuras. La Agenda 2030, consciente de estas circunstancias, presentó este conjunto de ODS que se dirigen precisamente a preservar la salud del planeta y a garantizar las condiciones favorables para la vida digna de las personas. Sin embargo, todavía queda algo más por decir acerca de la efectiva vinculación entre las condiciones de vida dignas de las personas y la necesidad de incrementar la conciencia ecológica.
3. Conciencia ecológica y desarrollo humano
Definitivamente, la nueva forma de concebir aquello que es esencial en el desarrollo humano, que cristalizó en las teorías críticas con el utilitarismo neoclásico y las nuevas propuestas para el desarrollo fraguadas a partir de los años setenta, fue decisiva para la conceptualización de los ODM. Los ODM se centraron en la vida real de las personas: en erradicar la pobreza y el hambre y en el desarrollo de sus capacidades. Bien es cierto que la dimensión de la sostenibilidad ya estaba contemplada en el diseño de este plan de actuación, pero solo como objetivo específico, concretamente el 7: «garantizar la sostenibilidad y el medio ambiente». En este Proyecto del Milenio, el desarrollo sostenible constituía un objetivo particular, pero a su vez se entendía con entidad propia y separado de los demás ODM, como una meta a alcanzar de manera independiente de otros propósitos como la nutrición, la igualdad de género o las condiciones de vida saludables.
Sin embargo, en el siglo xxi ya surgen voces cada vez más numerosas que señalan la evidencia de otros problemas como urgentes que, aunque no están sensu stricto centrados en las vidas individuales de las personas, sí que tienen un impacto directo sobre ellas. La crisis de las energías fósiles, el calentamiento global, los problemas de la capa de ozono y las amenazas de las energías nucleares, unidas al despilfarro propio de una economía bienestarista postindustrial, están poniendo en serio peligro al Planeta (Beck, 1998), que no es sino «el hogar» (oikos) de toda vida humana. También estamos asistiendo a otros desastres ecológicos causados por la mano humana que están dañando las otras formas de vida no humanas. Se estima que las cifras de especies en peligro de extinción van en aumento. En 2016 se clasificaron, según datos de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN, 4.898 especies en riesgo crítico de extinción y 7.323 en riesgo de extinción. No solo desaparecen al día gran cantidad de insectos y pequeños animales, sino que actualmente nos encontramos con un verdadero peligro de extinción de grandes mamíferos. Las causas por las que estos animales están desapareciendo se deben a razones de diversa índole. Por una parte, el cambio climático, la polución, la extinción progresiva de sus hábitats naturales provocada por la acción humana y, por supuesto, el comercio ilegal de especies protegidas y la caza, tanto furtiva como no furtiva. Además, cada vez son más frecuentes los incendios provocados por pirómanos, como los que asolaron Galicia este verano de 2017. No es desdeñable el aumento de la contaminación resultado de los residuos humanos, que llega incluso a desencadenar situaciones tan desastrosas como la del llamado «mar de plástico» situado en la frontera entre Honduras y Guatemala, un océano de basura que aniquila cualquier atisbo de actividad biológica. Todo ello ha propiciado que se acuñe la expresión de «terrorismo ecológico» para este tipo de delitos que atentan contra la integridad biológica entendida de forma comprehensiva. El término «terrorismo», hasta hace bien poco, estaba reservado para aquellos actos de violencia indiscriminada dirigidos exclusivamente a las personas, con el fin de generar pánico y desestabilizar el orden social. La extensión de este vocablo manifiesta una nueva conciencia que otorga cierto estatuto moral a la naturaleza y al Planeta per se.
Sin embargo, las grandes teorías paradigmáticas y clásicas de la justicia como las teorías del contrato social, en su versión más contemporánea, la sostenida por Rawls y la ética del discurso de Habermas, que siguen vigentes hoy en día, no han actualizado sus presupuestos para dar cabida moral a las formas de vida no humanas. A mi modo de ver, los planteamientos desde los que parten son insuficientes para responder a los nuevos retos ecológicos que se evidencian como una auténtica cuestión de justicia, como mostraré a continuación.
Estas teorías de corte contractualista tienen su piedra angular en la noción de reconocimiento recíproco entre seres que se reconocen como iguales y, a su vez, se basan en una noción restringida de sujeto de justicia (De Tienda, 2010). Las notas características de los seres que pueden tener estatuto moral según estas teorías están muy vinculadas a la noción de racionalidad o a la posesión de competencia lingüística y, por tanto, encuentran serias dificultades para incluir como sujeto moral a cualquier otra forma de vida que no sea humana. Por supuesto, mayores dificultades encuentran estas tesis para incluir los elementos abióticos que conforman los diferentes ecosistemas del Planeta dentro de ese ámbito privilegiado de protección moral por derecho propio.
En el lado opuesto de la argumentación, encontramos propuestas como la de Arne Naess con la deep ecology (Naess, 1989) o la teoría ecocéntrica de Aldo Leopold (Leopold, 1997), que centran su atención en la necesidad de preservar el equilibrio ecológico de los ecosistemas, llegando las posturas coherentemente más radicales a considerar que los seres humanos son prescindibles.
La pregunta que resta por hacernos es ¿en qué polo de los dos extremos se hallan los ODS?. Los 17 objetivos se encuentran atravesados por la preocupación ecológica en su totalidad, pero no se configuran como propósitos que tengan por objeto preservar el equilibro del Planeta de manera nuda. Por el contrario, los ODS fueron resultado de una negociación en la que de forma expresa se decidió que estarían centrados explícitamente en las personas (Pedrajas, 2017: 85) y en la mejora de sus condiciones de vida. Es necesario indagar un poco más en el matiz diferencial con respecto a los ODM que, a mi modo de ver, aunque sea de forma tácita, consiste en la protección del Planeta e incluso en cierta consideración moral de suyo.
4. Los problemas ecológicos son cuestiones de justicia
De la observación empírica de determinadas situaciones fácticas que asolan nuestro mundo se desprende la conexión existente entre la justicia y el tratamiento que se le da al planeta. Y es que los problemas de justicia están íntimamente relacionados con la dimensión ecológica (Guerra, 2001):
1. Hay datos estadísticos que evidencian la existente relación entre las divisiones de clase sociales y las condiciones medioambientales en las que viven los diferentes grupos humanos. Estas correlaciones han sido estudiadas por autores ecosocialistas como Jorge Riechman (Riechman, 2000).
2. Existe un paralelismo, al menos teórico y conceptual, entre la dialéctica que se ha desarrollado en torno a la relación con la naturaleza como una relación de dominio y la subyugación y la violencia ejercida sobre la mujer. La metáfora de la Madre Tierra para representar la Naturaleza mediante la figura femenina y los mitos y alegorías de dominio hunden sus raíces en la narrativa baconiana. Por tanto, la consideración de proceder a potenciar la igualdad de género y a limar las relaciones de poder debe cuestionar la misma mentalidad que concibe a la Naturaleza como un sujeto inferior, caprichoso e irracional al que es necesario domar y transformar.
3. De igual forma, se percibe que existe una correlación entre las condiciones medioambientales degradadas y la desigualdad por razones de raza o religión. La cuestión de las minorías étnicas y religiosas está relacionada de facto por la desigualdad en la distribución de las cargas ambientales. Es evidente que el prejuicio racial desemboca también en una cuestión de justicia ambiental, que bien podría paliarse aumentando la conciencia ecológica de carácter holístico.
4. Es manifiesto el desigual impacto ecológico entre los países más desfavorecidos del planeta y los que gozan de economías y sistemas sociales estables. Estamos acudiendo no solo a un expolio de los recursos naturales de los países más pobres y con nulo poder sobre la política global, sino también a la deforestación a gran escala de grandes bosques como el Amazonas o a la contaminación de ríos y aire. Pero, además, con mayor frecuencia se suceden los asesinatos de líderes de pueblos indígenas que, a su vez, son también activistas medioambientales, como son los casos recientes de los activistas Chutt Wutty en Camboya o Berta Cáceres en Honduras, entre muchos.
Es patente que esta conexión entre las condiciones de vida de los colectivos más vulnerables y el impacto ecológico se encuentra captada por la mentalidad que subyace a los ODS. Además, esta circunstancia nos indica que si se quieren resolver cuestiones de justicia «centradas en las personas» tiene que progresarse en la profundización de la conciencia ecológica y ello solo se puede conseguir mediante la educación para incrementar esa sensibilidad moral ecológica que es el sustrato básico de toda forma de vida. Me gustaría recoger esta última apreciación para terminar afirmando que, a mi modo de ver, los ODS sí que suponen un progreso a nivel moral, revolucionario y transformador, sobre todo por la incorporación de la nueva dimensión ecológica de manera transversal como una cuestión de justicia por derecho propio.
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* Lydia de Tienda es profesora de Filosofía Moral en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido investigadora del programa del Ministerio de Economía y Competitividad «Juan de la Cierva-Incorporación», dentro del Departamento de Filosofía de la Universidad de Valencia. Ha sido investigadora posdoctoral JSPS en la Universidad de Hokkaido. Es licenciada en Derecho y en Filosofía y se doctoró en Filosofía por la Universidad de Valencia tras la obtención de una beca FPU.
1 Resolución aprobada por la Asamblea General el 25 de septiembre de 2015 (70/1) «Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible».
2 Especialista en Políticas de Desarrollo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).