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ОглавлениеMEDICINA, QUÍMICA Y MEDIO AMBIENTE EN LAS MINAS DE RIOTINTO, 1873-1913
Ximo Guillem-Llobat
Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero,
Universitat de València
Una de las aproximaciones en la evaluación de los procesos de circulación o transferencia de conocimiento ha sido aquella que se ha centrado en la superación de fronteras disciplinares. En este capítulo queremos contribuir a este tipo de aproximaciones incidiendo concretamente en la incorporación de prácticas propias de las matemáticas y la química en el ámbito de la medicina. Analizaremos el proceso a través del cual a partir de la segunda mitad del siglo XIX la ciencia y la medicina interactuaron de manera creciente en las evaluaciones de las llamadas industrias insalubres.
Con esta finalidad nos centraremos en una controversia especialmente significativa como fue aquella sobre los humos de Huelva (asociada al impacto de las emisiones de las minas de cobre de dicha región). En el análisis de este caso se tendrá en cuenta cómo los expertos emplearon metodologías tradicionalmente asignadas, ya sea a la medicina o la ciencia, e investigaremos si estas fueron presentadas como contradictorias o complementarias.
La relación entre medicina y ciencia ha suscitado intensos debates historiográficos. Las aproximaciones historiográficas más tradicionales planteaban la existencia de una frontera nítida entre medicina y ciencia. Esta frontera solo habría sido traspasada en el siglo XIX con el desarrollo de la medicina de laboratorio. El relato en este caso se presentaba habitualmente como un relato de subordinación y se ponía el énfasis en la conflictividad que se daría entre las prácticas médicas tradicionales, asociadas a la clínica, y aquellas de la ciencia experimental. En las últimas décadas algunos autores han tratado de plantear una aproximación más simétrica y menos conflictiva al estudio de la interacción entre ciencia y medicina.1 En este capítulo podremos contribuir también a dicho debate historiográfico a través de nuestro estudio de caso. Lo haremos tal y como proponía Michael Worboys, con la exploración de «the complex relations of different kinds of knowledge and practice […] through studies of performance in […] the field».2
INTRODUCCIÓN
La región de Huelva, en el suroeste del Estado español, ha constituido una importante fuente de cobre durante siglos. Muchos autores han analizado desde perspectivas diversas la notable actividad de las minas situadas en esta región. Entre estas minas, las de Tharsis y Riotinto han suscitado un especial interés y han sido analizadas desde perspectivas tales como la política, la social, la ambiental y sobretodo la económica. Historiadores británicos como S. G Checkland y Charles Harvey fueron autores de monografías centradas en las minas de Tharsis y Riotinto respectivamente.3 Lo hicieron décadas atrás y desde entonces un grupo notable de historiadores locales han analizado el caso desde perspectivas muy variadas. El impacto de los humos ha sido uno de los elementos más estudiados y a ellos se les dedicaba incluso una tesis doctoral como la de la historiadora M.ª Dolores Ferrero Blanco.4 Sin embargo, el papel desarrollado por expertos médicos y científicos en la controversia no ha merecido especial atención hasta el momento y sus prácticas y argumentaciones permanecen cual caja negra. Una caja negra que abriremos en esta ocasión para analizar la interacción entre ciencia y medicina.
Tal y como describiremos en las próximas líneas, los expertos involucrados en la controversia tuvieron que llevar a cabo sus evaluaciones bajo presiones de excepcional magnitud. Sin embargo, pese a esta indeseada excepcionalidad, el caso continúa planteando oportunidades significativas para estudiar el cambio metodológico y conceptual en la evaluación del riesgo. El hecho de constituir un caso tan influyente y notorio permitió que quedaran por escrito debates metodológicos a los que se tiene acceso en pocas ocasiones y que fueran las principales figuras de la medicina española las que se vieron involucradas en dichos debates.
Las minas de Riotinto y Tharsis han estado en activo durante siglos y las controversias sobre los riesgos asociados a las actividades minera y metalúrgica pueden identificarse en diversas etapas de su historia. Sin embargo, en este último sentido podemos encontrar un punto de inflexión especialmente significativo hacia el final del siglo XIX. En 1873 un consorcio anglogermánico fundó la Rio Tinto Company Limited y compró al Estado las minas de Riotinto. La nueva compañía protagonizó entonces la era más exitosa de dichas minas, una era que la situó entre las más significativas en el mercado del cobre.5 Para situarse en las posiciones más altas de dicho mercado, la actividad extractiva se intensificó de manera notable en Riotinto y esto, a su vez, implicó un empeoramiento de los problemas asociados a los humos.
Los humos eran producidos en el proceso de beneficio aplicado a las menas extraídas de dichas minas (con proporciones de cobre que no excedían en la mayoría de los casos el 2%). Las menas eran apiladas en las denominadas teleras y sometidas a un proceso de calcinación lenta al aire libre que podía durar entre cuatro y seis meses. Con este procedimiento se obtenía sales de cobre soluble que después se trataban en balsas de cementación y daban lugar a un cobre de pureza suficiente para ser comercializado. El método podía resultar competitivo desde una perspectiva económica pero las emisiones suscitaron una creciente conflictividad a partir de la década de 1870.
Durante décadas, la población de la región había presentado quejas más o menos recurrentes con relación a los humos de las teleras.6 Sin embargo, con la intensificación de la actividad extractiva que siguió a la llegada de la Rio Tinto Company, los problemas se agravaron. Al aumento de las emisiones en Riotinto se debía sumar aquellos que se habían dado en minas como la de Tharsis, que experimentó un proceso similar con la llegada de emprendedores franceses y británicos.7 Y a estas emisiones aún había que sumarles aquellas procedentes de otras minas menores que también proliferaron en esta región de la Franja Pirítica Ibérica.8 El nuevo contexto conllevó un incremento de las quejas y las campañas contra los humos y a la vez comportó un aumento de los esfuerzos invertidos por las compañías para responder a dichas protestas. En los párrafos siguientes nos referiremos brevemente a los principales incidentes de este nuevo contexto y solo después nos centraremos en el clímax de aquel conflicto, el período entre 1888 y 1890, cuando los expertos médicos se vieron involucrados de manera más intensa.
En 1877, como consecuencia de las quejas planteadas por los vecinos de la región, el Gobierno estableció una comisión especial de ingenieros para estudiar los métodos de extracción del cobre y su impacto.9 El veredicto de la comisión condujo a diversas iniciativas legislativas que reforzaban la posición de las compañías mineras.10 La más importante de estas consistió en la redacción de un proyecto de ley que debía declarar de utilidad pública el procedimiento de calcinación al aire libre y que así protegería a las compañías mineras en su conflicto con aquellos afectados por los humos. El proyecto de ley fue admitido por el Parlamento en 1880 pero al llegar los liberales fusionistas al Gobierno no se aprobó en el Senado y no sé implementó.11
En todo caso, los debates sobre la Declaración de Utilidad Pública de las calcinaciones aparentemente tuvieron un éxito notable como inhibidores de sucesivas quejas en los años que les siguieron. El siguiente conflicto resaltable sería aquel que se dio seis años más tarde cuando el municipio de Calañas prohibió la calcinación al aire libre de las piritas. En esta ocasión el énfasis se puso más en los problemas de salud pública asociados a dichas emisiones y las medidas que se tomaron quedaron en claro contraste con las de anteriores episodios. La iniciativa del municipio de Calañas inició un intenso conflicto que implicó directamente al gobernador civil de Huelva, al Gobierno de España y a las autoridades municipales de Calañas.12 Cuando una Real Orden de 1887 aceptó el poder de los municipios para implementar este tipo de regulaciones, otros municipios siguieron a Calañas en su iniciativa.13 Sin embargo, el conflicto más relevante tuvo lugar el 4 de febrero de 1888 cuando una manifestación contra los humos que involucró a habitantes de la zona y mineros finalizó con centenares de manifestantes heridos e incluso muertos.
Aquel incidente inspiró la redacción de numerosos informes sobre las calcinaciones que no fueron capaces de coincidir en un mismo posicionamiento en relación con su nocividad. Entre ellos podemos destacar el que elaboraron los miembros del Consejo de Sanidad del Reino, que conduciría a la prohibición de dicho método de beneficio. La prohibición llegó con la aprobación del Real Decreto de 29 de Febrero de 1888, pero lejos de zanjar el tema aquel decreto constituyó un estímulo aún mayor para la elaboración de informes sobre el impacto de las calcinaciones en la salud pública. La elaboración de informes continuó dándose de manera intensa durante dos años, hasta que a finales de 1890 se aprobó la derogación del RD de 29 de febrero de 1888. Se imponía así el criterio de las compañías mineras y los expertos médicos abandonaron una actividad que bajo criterios médicos y científicos no parecía zanjada.
La redacción de informes había respondido fundamentalmente a la presión sistemática de la Rio Tinto Company y en mucha menor medida de la Liga Antihumista (una asociación contra los humos que incluía a terratenientes locales muy influyentes). Cuando las presiones disminuyeron o desaparecieron, los informes también cesaron. Sin embargo, aunque las investigaciones pudieron percibirse como inacabadas, motivaron tal número de documentos que nos ha permitido un análisis de los materiales desde perspectivas muy diversas. En esta ocasión lo haremos en relación a la confluencia de saberes y prácticas de la química, la fisiología experimental, la estadística, la clínica y la tradición médica clásica; una confluencia que requirió de la circulación de saberes a través de los límites fronterizos de la medicina tradicional.
Entre los informes que citaremos pondremos especial atención en aquellos que elaboraron los miembros de la Real Academia de Medicina al ser consultados por el Estado. Tras la campaña de la Rio Tinto Company a favor de la derogación del RD de 29 de Febrero, el Gobierno español se dirigió a la Real Academia de Medicina con una petición específica de evaluación experta. Desde la década de 1860, a la Academia de Madrid se le otorgó un carácter nacional y pasó a actuar como uno de los principales órganos asesores tanto del Gobierno como de los juzgados.14 La Academia constituyó de esta manera la fuente definitiva de conocimiento experto en controversias médicas. Cuando se le involucraba en una controversia, habitualmente ya existían informes previos a cargo de médicos, juntas provinciales o municipales de sanidad o laboratorios municipales, por poner algunos ejemplos. Los miembros de la Academia acostumbraban a realizar en dicho caso un trabajo de análisis y síntesis del contenido de dichos informes con la finalidad de elaborar aquel que debía ser definitivo para cerrar la controversia. De esta forma, no acostumbraban a realizar investigaciones originales previas a la elaboración de su informe. Sin embargo, en el caso de los humos no fue así.
El Gobierno español solicitó de la Real Academia de Medicina un informe en relación con los humos al menos en dos ocasiones. Un informe del académico Gabriel de la Puerta en respuesta a la primera petición planteaba en noviembre de 1889 que una comisión especial de la Academia debía visitar las minas de Riotinto para poder responder a la petición del Gobierno en los términos establecidos. Para ello solicitaba financiación para que al menos tres académicos se desplazasen desde Madrid.15
El Gobierno había planteado dos cuestiones. Por un lado preguntaba por la dosis aceptable de gases sulfurosos que podía contener el ambiente y por otro se interesaba por los métodos de detección que debían utilizarse para los controles. La segunda pregunta podría responderse sin más problema por parte de un grupo reducido de académicos que constituyó una comisión especial para el conflicto de los humos. Sin embargo, la primera parecía plantear más problemas. Según los académicos, para poder responder a esta pregunta sería necesario llevar a cabo un estudio in situ.
Esta expedición a la zona minera de Huelva se dio finalmente hacia el inicio de la primavera de 1890. Finalmente fueron más de una docena de académicos los que participaron de la expedición pero la organización y financiación de esta no correría a cargo de la Administración Pública como inicialmente se sugirió sino que corrió a cargo de la Rio Tinto Company. Después de la expedición, la Academia recibió una nueva petición formal del Gobierno y se elaboraron entonces una serie de informes que acabaron por ser discutidos en sucesivas sesiones de la Academia. Finalmente se emitió un nuevo informe que, como ya comentábamos, pese a no dar el tema por resuelto, se expresó en unos términos que fueron considerados suficientes para conducir a la derogación del RD de 29 de febrero.
Entre los académicos que participaron activamente en la elaboración y discusión de los informes se encontraron Vicente Martín de Argenta, Ángel Fernández-Caro, Gabriel de la Puerta, Manuel Rico, Marcial Taboada, Joaquín Quintana, Manuel Iglesias, Mariano Carretero, Ángel Pulido, Joan Vilanova y Juan Magaz. Pero pese al protagonismo que finalmente adquirió la Real Academia de Medicina, hay que tener en cuenta que hubo otros expertos médicos que también fueron muy influyentes en aquel momento, tanto por su participación en la expedición como por los informes que elaboraron. En este sentido cabe destacar el caso Hipólito Rodríguez-Pinilla, que presentaba ante la Sociedad Española de Higiene una ponencia sobre los humos de Huelva que después sería muy reseñada en la influyente monografía que escribió Ángel Pulido tras su participación en la expedición promovida por la Rio Tinto Company.16
Pasamos a continuación a valorar de una manera global el tipo de argumentaciones y metodologías consideradas en los informes que se elaboraron en dicho periodo. Entramos así en el análisis de la circulación transfronteriza de conocimientos. Nos referiremos en todo caso a los conocimientos o las metodologías de la ciencia, pero antes de hacerlo así conviene tener en cuenta que los informes no solo consideraron argumentos científicos o médicos sino que en muchas ocasiones recurrieron a elementos económicos, sociales o de otra índole; cuestiones que podían ser de gran importancia pero para los cuales los autores de dichos informes no tenían un especial conocimiento experto. En este sentido, puede resultar significativo el caso del informe elaborado por Vicente Martín de Argenta y José Martínez Pacheco, a partir de su participación en la expedición a Riotinto.17 En este informe más de la mitad de las páginas consideraron argumentos que podríamos considerar extracientíficos. Ahora bien, por sorprendente que esto pueda resultar, no dedicaremos más espacio a esta cuestión. Nos centraremos a continuación en las principales perspectivas científico-médicas que consideraron los médicos en sus evaluaciones de las industrias insalubres.
ANÁLISIS QUÍMICO
El recurrir a la química en el ámbito de la salud pública pasó a ser cada vez más habitual en las últimas décadas del siglo XIX con la expansión de la higiene experimental. Así se hizo evidente, por ejemplo, con el establecimiento de los laboratorios municipales en buena parte del continente europeo en las últimas dos décadas de siglo. Cuestiones como la seguridad alimentaria, la detección del fraude o la medicina legal, que durante siglos había implicado a médicos y sus estudios organolépticos o clínicos, ahora se redefinirían según los parámetros de la química analítica.18 Los nuevos espacios de interacción entre la medicina y la química o la farmacia no estuvieron exentos de controversia al estar en disputa quién debía constituir la máxima autoridad. Y fue posiblemente en relación con este tipo de disputas donde aparecieron las principales resistencias a una apropiación completa de los conocimientos emanados de la química.
En los informes elaborados entre 1888 y 1890 sobre los humos de Huelva, se refirieron en todo caso a las reacciones químicas que se darían en las teleras, así como a la composición de las menas y de los humos. Esta última cuestión, de hecho, constituyó el núcleo de la primera pregunta formulada por el Gobierno español, interesado en el establecimiento de las dosis aceptables de gases sulfurosos en el aire.
La respuesta inmediata de los miembros de la Real Academia de Medicina a la pregunta sobre la dosis aceptable de gases sulfurosos estuvo centrada en la imposibilidad de establecer un valor específico sin un estudio in situ. En un informe firmado por el farmacéutico Gabriel de la Puerta, el naturalista Joan Vilanova y el médico Marcial Taboada, con fecha del 1 febrero de 1890, se indicó que fácilmente se podía responder a la segunda pregunta planteada por el Gobierno con relación a los métodos de detección.19 Afirmaban que los tratados de análisis químico y especialmente en aquellos de química industrial, existía mucha información sobre los métodos utilizados para análisis similares a los de interés para el Gobierno. A partir de esta bibliografía podía resultar fácil el dar respuesta a la pregunta. Sin embargo, la cuestión sobre la dosis resultaba mucho más compleja dada la gran variabilidad de la composición atmosférica en un medio abierto. Esta circunstancia hacía inviable que se pudiera inferir esta dosis a partir de los estudios y la bibliografía existente. Así, con este argumento se volvía insistir en el planteamiento que había hecho la sección de higiene de la Academia el 28 de noviembre de 1889 en un informe firmado por el propio Gabriel de Puerta.20
En estos informes se planteaba, por otro lado, que en caso de llevar a cabo análisis para determinar la composición del aire en la zona de las teleras, estos análisis deberían realizarse a diferentes distancias de los focos de emisión, en diferentes condiciones climáticas, etc. Se deberían realizar en horarios y días variados y los resultados nunca se podrían derivar de estudios realizados en medio cerrado.
Algunos académicos percibieron estas complejidades como insalvables. El análisis químico podía ser, en dicho caso, totalmente inútil para resolver la controversia sobre el impacto de los humos de las teleras sobre la salud pública. El 6 de febrero de 1890 el médico Ángel Fernández-Caro se manifestó en este sentido en un escrito dirigido a la Academia.21 En él planteó que, pese a que los tratados de química industrial contenían abundante información sobre métodos fiables para determinar la composición atmosférica en un momento y lugar precisos, estos métodos serían totalmente inútiles al interesarse por una cuestión relativa a la higiene. En este sentido, Fernández-Caro recomendaba que los académicos se centraran en la estadística demográfica y no en el análisis químico al evaluar los riesgos inherentes a las emisiones de las teleras.
Otros autores contemporáneos que se verían implicados en la redacción de informes relativos a las implicaciones de los humos de las teleras sobre la salud pública también se refirieron entonces a la gran variabilidad de la composición del aire en medio abierto y así manifestaron sus reticencias a aceptar la aproximación química como decisiva. Este fue el caso del médico Hipólito Rodríguez-Pinilla, autor del influyente informe presentado ante la Sociedad Española de Higiene,22 pero también fue el caso del farmacéutico Vicente Martín Argenta. Uno de la académicos, Manuel Rico, que era profesor de Física en la Universidad Central de Madrid, fue un paso más allá y planteó una crítica más de fondo a la aportación que potencialmente podía realizar la química. Según planteaba Rico, la elevada velocidad a la cual viajaban las unidades de ácido sulfuroso (cuando estaban expuestas a las elevadas temperaturas de las teleras) hacía completamente imposible que se determinara la composición real del aire. Por esta razón, diría Rico que ni la física ni la química serían útiles para responder a la cuestión planteada por el Gobierno sobre las dosis aceptables.23
Sin embargo, en 1890 los informes más relevantes de la Academia no dudaron en atribuir un papel muy importante a la química para la resolución de la controversia. Así quedaba bien manifiesto en los informes oficiales de la sección de higiene y de la Real Academia y por ello podemos percibir un cambio respecto a los informes que habían sido centrales en momentos anteriores. Sin ir más lejos, el informe del Real Consejo de Sanidad de 1888 no había hecho referencia alguna a la aproximación química y había construido sus argumentos exclusivamente a partir de la estadística.24 Pese a ello, la retórica de 1890 no se puso en práctica. Los planteamientos sobre la metodología química que debían seguirse no se tradujeron en una serie de análisis que considerara la gran variabilidad de la composición del aire. Al contrario, la aproximación química finalmente se llevó adelante con un sistemático incumplimiento de las condiciones antes señaladas.
Fueron muy pocos los análisis citados en los informes de la Real Academia de Medicina. Los documentos que se han conservado básicamente se refieren a dos análisis realizados por Gabriel de la Puerta, miembro de la sección de higiene de la Real Academia de Medicina, con la ayuda de su hijo. Una de las muestras analizadas se habría tomado a una distancia corta de las teleras (el documento manuscrito se refiere a una distancia de 100 metros y el número aparece después tachado y modificado por una distancia de 50 metros). La otra se tomó, según informan los documentos, a boca de telera.25
Aquellos análisis se utilizaron básicamente para argumentar a favor del carácter inocuo de los humos, aunque los datos permitían una interpretación totalmente opuesta. Las concentraciones detectadas, sin ser las más elevadas, ya podían tener un efecto nocivo significativo cuando se daban de manera recurrente. Así sería, a juzgar por lo planteado por el fisiólogo Henri Napias, autor citado en informes especialmente influyentes como aquel escrito por Ángel Pulido y publicado en forma de monografía.26 Pese a ello, las dos interpretaciones no circularon de manera simétrica y muchos autores se refirieron exclusivamente a la interpretación más tolerante con los humos.
Una de las críticas que más se esgrimió con relación a las limitaciones de los análisis químicos practicados en aquel caso fue aquella que se refería a la falta de consideración de la variabilidad de los ambientes abiertos. Al solicitar tiempo y financiación para un estudio in situ, los académicos habían argumentado que este sería imprescindible para así poder tener en cuenta los múltiples factores que incidían directamente en los efectos de las emisiones, como la temperatura, la humidad, el viento o incluso el horario diario. Pese a ello, los académicos finalmente construyeron su consenso sobre una base experimental más bien limitada.
La pobreza del trabajo experimental era especialmente significativa al considerar el estudio de las condiciones especiales generadas por la manta. En condiciones ambientales especificas, los humos podían concentrarse de manera especial y la mayoría de los expertos médicos aceptaban que el impacto sobre la salud pública y el medio ambiente era entonces muy superior. Existía un consenso general con relación al interés que tenía este fenómeno a la hora de estimar el impacto de los humos pero, pese a este consenso, la manta nunca fue analizada. Los análisis químicos citados en los informes no se habían realizado en condiciones de manta, y la única referencia a la composición de esta se había deducido de una manera un tanto irregular, a partir de la composición detectada en los análisis antes citados. El informe final de la sección de higiene, firmado por Ángel Fernández-Caro, consideró que pese a no disponer de datos empíricos, la concentración de gases sulfurosos en la manta no podía ser superior a aquella que se había detectado a 50 metros (o 100) del origen de las emisiones; serían por tanto una concentración inferior al 4 por 1.000. Manuel Iglesias y Santiago Villa, de la Real Academia de Medicina, criticaron esta línea de argumentación y cuestionaron que esta suposición o hipótesis después se presentara como un hecho. Así lo hicieron en su voto particular ante el informe de la sección de higiene.27 Pero dicho argumento no tendría mayores consecuencias.
La aproximación química entró, por tanto, en la valoración experta de los académicos sobre el impacto de los humos. Pero lo haría de una manera tan superficial que no permitiría hablar, en este caso, de una integración sólida de la química en el ámbito de salud pública.
ESTUDIOS FISIOLÓGICOS
La concentración de ácido sulfuroso detectada en el aire debía relacionarse con las consecuencias que tendría sobre los organismos expuestos. Esta conexión podía establecerse a través de la evaluación clínica (analizada en este capítulo en la siguiente sección) o mediante la fisiología experimental. A partir de mitad siglo XIX la fisiología experimental adquirió un desarrollo notorio en contextos como el germánico y el francés. No ocurriría de igual manera en el caso español. Hacia la década de 1880 en Madrid la fisiología experimental solo estaba dando sus primeros pasos y por tanto no era previsible que los autores españoles se implicaran de manera original en esta aproximación.28 De hecho, al considerar la contribución de la fisiología experimental en la evaluación de los humos de Huelva, no se hizo referencia alguna a investigaciones originales por parte de investigadores locales. Para establecer esta conexión entre la presencia del gas y su impacto sobre el organismo, el Dictamen del Consejo de Sanidad del Reino de 1888 y autores como Rodríguez Pinilla se refirieron a los trabajos de Buschholtz. Sin embargo, hacia 1890 los informes de la Real Academia de Medicina se centraron fundamentalmente en aquellos que había desarrollado Ludwig Hirt (un médico alemán especializado en medicina ocupacional que se refirió en una de sus principales obras a las consecuencias fisiológicas de dosis específicas de gases sulfurosos).
Los datos de Hirt fueron considerados suficientemente relevantes y de hecho condicionaron en gran medida las recomendaciones finales de los informes. La fisiología experimental no se discutió de manera explícita en los informes y no consumió demasiado tiempo de los expertos en su evaluación del riesgo, pero aun así constituyó una de las bases fundamentales de su aportación. De aquellos documentos se deducía que las concentraciones de gases sulfurosos que debían evitarse eran aquellos que superaban el 5%.
Únicamente se planteó una cierta crítica a la manera en que se había procedido en aquel caso al constatar los problemas que podía generar la transposición de datos obtenidos en un medio cerrado a la evaluación de un medio abierto. Otra crítica que quedó implícita fue aquella que ponía en cuestión las implicaciones del establecimiento de valores estándar. Nos referiremos a esta cuestión al abordar la aproximación metodológica basada en la evaluación clínica.
LA EVALUACIÓN CLÍNICA
Pese a la creciente implicación de los expertos médicos en las prácticas experimentales de la química y la fisiología experimental, continuaron desarrollando su tradicional aproximación clínica. Los informes contenían evaluaciones realizadas por algunos de los médicos que visitaron las minas y los municipios colindantes; unas evaluaciones que partían de la autoridad de su mirada clínica. Estas evaluaciones no tuvieron la preeminencia que habrían tenido décadas atrás, pero todavía se consideraban pertinentes, y esto era así pese a que no se podían presentar de una manera tan sistemática y estandarizada como se presentaban los resultados experimentales. Por ejemplo, Rodríguez Pinilla describió los síntomas que experimentó en su visita a las minas al caminar junto a las teleras.29 En su caso esto le llevó a argumentar que aquellos que estaban acostumbrados a respirar estos humos, no experimentaban los síntomas de asfixia con la misma intensidad y que además estos síntomas rápidamente desaparecían al dejar de estar expuestos a los humos.
Ángel Pulido, médico y uno de los miembros de la Real Academia de Medicina que participaron en la expedición a Huelva, también se refirió al carácter inocuo de los humos con argumentos similares.30 Pulido diría en sus informes que en su visita a Riotinto los trabajadores parecían felices y fuertes. También plantearía, a partir de la experiencia, que para poder respirar correctamente solo era necesario respirar en el sentido contrario al viento. En los informes de Ángel Fernández-Caro, así como en aquel de Vicente Martín de Argenta y José Martínez Pacheco, se expusieron argumentos similares sin plantear justificaciones adicionales.31 Estas aproximaciones fueron poco controvertidas en los informes de los académicos. Solo en unos informes firmados por Manuel Iglesias, Mariano Carretero y por Joaquín Quintana se analizaron de manera conflictiva.32 El conflicto, sin embargo, no se dio por un cuestionamiento de las metodologías sino por la pretendida superioridad de esta frente al análisis clínico.
Iglesias, Carretero y Quintana se refirieron, en sus informes, a la existencia de métodos biológicos y químicos y para la evaluación del impacto de los humos vincularon los primeros a la observación de síntomas en humanos expuestos a atmosferas con elevado contenido en gases sulfurosos. Esta aproximación biológica sería la única válida para confirmar que las dosis de los gases en un contexto específico eran aceptables. El establecimiento de dosis estándar aceptables a través de la química fue criticado por estos autores. La crítica planteaba que el impacto de los gases cambiaría de manera notable en función de factores climáticos y topográficos, así como dependiendo del origen de los humos y las circunstancias de la población. Al plantear estas cuestiones, los autores reivindicaban de manera implícita el valor del análisis aislado e individualizado del clínico, frente a los procedimientos objetivados de la química y de la fisiología experimental.
El manuscrito original del informe de Iglesias y Carretero, uno de los primeros informes redactados para definir el posicionamiento de la Real Academia de Medicina, argumentaba claramente a favor de la superioridad de los métodos biológicos y no daba ningún método químico específico para responder a la consulta original del estado con relación a las dosis aceptables. Únicamente después se añadió un pequeño papel, que quedó pegado sobre el informe manuscrito y que afirmaba que pese a que no creían que el método químico fuera conveniente se referirían a un método químico que podría utilizarse. No disponemos de una explicación sólida y fundamentada en fuentes contrastadas para este cambio de planteamiento pero podría muy bien significar un signo adicional del cambio en la retórica médica hacia una marca estandarizada y objetivizada de las ciencias experimentales de finales del siglo XIX.
ESTADÍSTICAS DEMOGRÁFICAS
La otra aproximación principal para la evaluación del impacto de los humos sobre la salud pública fue aquella vinculada a la estadística demográfica. La estadística no constituía una novedad a finales del siglo XIX. Tal y como ha planteado Joshua Cole, la representaciones numéricas de la riqueza y de la población de la nación aparecieron durante el siglo XVIII, pero después de la Revolución de 1789 dichas investigaciones pasaron a constituir una práctica habitual de los gobiernos.33 Cole se refiere en este sentido a Ian Hacking, quien ha denominado al periodo entre 1820 y 1840 en Europa como el de la «avalancha de los números impresos».
Según plantea Cole, el potente significado atribuido a los números conduciría a los estudios estadísticos a una posición preeminente en el mundo académico. Esto ocurriría en un espacio de tiempo más bien corto pese a debates como aquel que tuvo lugar en la Academia de Medicina de París en 1837; aquel sobre «la utilidad de la estadística en su aplicación a la medicina y los límites de de dicha utilidad». Esteban Rodríguez-Ocaña y Josep Bernabeu han planteado que en la década de 1830 la aplicación del método numérico a las poblaciones constituyó una de las bases fundamentales para el desarrollo de la salud pública.34 Esta aproximación se beneficiaría entonces de las contribuciones de William Farr, Marc d’Espine y Jacques Bertillon, entre otros.
En el Estado español hacia 1838 médicos de renombre como Mateo Seoane resaltaron de manera explícita las enormes potencialidades de la estadística médica. Sin embargo, si nos fijamos en el principal tratado de Higiene Pública de la época, aquel de Pedro Felipe Monlau, veremos cómo la introducción de la estadística fue probablemente más lenta en este caso. En sus dos primeras ediciones, las de 1843 y 1862, el tratado incluyó referencias a la necesidad de apoyarse en la estadística pero solo en la edición de 1871 se insertó un capítulo específico dedicado a esta aproximación. De hecho, Rodríguez-Ocaña y Bernabeu han argumentado que en el caso español, solamente podemos identificar un entusiasmo por la estadística demográfica a partir de 1890.35 Por otro lado, la estandarización de los índices de mortalidad que permitieron la comparación entre ciudades y provincias no tuvo lugar hasta la década de 1930 en el contexto ibérico. Por tanto, cuando los expertos médicos se involucraron en la controversia de Riotinto, la estadística demográfica se encontraba únicamente en sus etapas iniciales. Esto podría ser especialmente relevante para interpretar el comportamiento ambiguo de los expertos en su interpretación de los datos demográficos; aquel que analizaremos en las siguientes líneas.
En la controversia sobre los humos de Huelva, la mayor parte de los informes plantearon que los datos demográficos accesibles contenían importantes deficiencias. Por ejemplo, criticaron que los datos de población y de morbimortalidad más recientes no estaban accesibles y que únicamente disponían de aquellos que hacían referencia a los años anteriores al establecimiento de la Rio Tinto Company y aquellos inmediatamente posteriores. Además, la información relativa a las tasas de migración tampoco había sido aportada para su consideración. Para muchos de los autores involucrados en la controversia, estos datos eran importantes para llegar a conclusiones sólidas con relación al impacto de los humos en la salud pública. Sin embargo, aunque únicamente recibieron una respuesta más bien limitada a sus peticiones de información adicional, en todos los informes que hemos identificado estos datos estadísticos (con todas sus deficiencias) condujeron a una conclusión en firme, ya fuera positiva o negativa.
Las afirmaciones relativas a la falta de información que sin embargo no pararon a los expertos de definir sus posiciones pudieron seguirse durante todos los años de la controversia. Pero en relación con la interpretación de los datos, se dio una evolución en la postura dominante que puede ser interesante para evaluar el rol de la estadística en la evaluación científica del riesgo. Antes del Dictamen de 1888, la Junta Municipal de Sanidad no vio en los datos demográficos ninguna prueba clara del impacto de los humos en la salud pública y prácticamente de manera simultánea la Junta Provincial de Sanidad llegó a conclusiones opuestas. En la redacción del Dictamen de 1888, el Consejo de Sanidad del Reino consideró ambos informes y desarrolló una interpretación más detallada de los datos para finalmente concluir en la misma línea en que lo había hecho la Junta Provincial.36 Para los miembros del Consejo de Sanidad el incremento de las emisiones de humo coincidió con una evolución negativa de los datos demográficos. El dictamen planteó que la estadística mostraba que desde el incremento acelerado de las emisiones existía proporcionalmente un número menor de nacimientos y un aumento de las muertes.
Cuando un año más tarde los miembros de la Real Academia de Medicina se involucraron en la controversia, insistieron en la falta de datos estadísticos fundamentales y no dudaron en plantear que la estadística había constituido un arma de doble filo, que indistintamente se había utilizado para argumentar a favor o en contra de los humos. Así lo planteó de manera explícita Ángel Fernández Caro en su informe.37 Sin embargo, en su propia interpretación de los datos demográficos, no tuvo en cuenta un buen número de argumentos planteados en ocasiones anteriores. Sin dar respuesta a los argumentos que desde la Junta Provincial y el Consejo de Sanidad habían esgrimido para plantear la nocividad de los humos, llevo a cabo su análisis estadístico parcial para así argumentar a favor del carácter inocuo de los humos. Fernández Caro no consideró, por ejemplo, la movilidad de la población, que había constituido un elemento central en la discusión de los dos informes antes referidos. En clara sintonía con el informe de Fernández Caro, los de Martín de Argenta y Martínez Pacheco, así como el de Rodríguez Pinilla, vieron en la estadística demográfica una prueba clara del carácter inocuo de los humos e ignoraron completamente las interpretaciones completamente opuestas de las instituciones provincial y estatal.
Como ya avanzábamos, pese a considerar los datos existentes como insuficientes para llevar a cabo un análisis demográfico con garantías, los expertos finalmente se basaron en dichos datos para concluir de una u otra forma. En relación con esta cuestión, se podría argumentar que la actitud contradictoria de los expertos, aceptando aquello que en primera instancia habían considerado insuficiente, podría explicarse en función de la diferente velocidad de la ciencia y la política. Al hacerse manifiesto la necesidad de establecer una regulación en uno u otro sentido, los expertos pudieron redefinir sus exigencias. Hay, por otro lado, una cuestión adicional que podemos poner de relieve. El análisis de la aproximación demográfica es especialmente interesante para poner de manifiesto la falta de continuidad en los argumentos planteados en cada informe. Los autores de dichos informes no asumieron, aparentemente, su participación en una controversia en la cual debían apoyar o rechazar con argumentos lo expuesto por los informes previamente publicados. De esta forma no podemos asumir a efectos prácticos una circulación de conocimientos adecuada entre los participantes en la controversia.
La estadística demográfica con su énfasis en los números podría haber dotado a la medicina de un carácter más científico. Y, de hecho, pese a algunos planteamientos un tanto matizados que se habían referido a la estadística como un arma de doble filo, estuvo ampliamente aceptada por los expertos. Como antes comentábamos, incluso fue preferida a la química, de manera explícita, en algunos informes. Sin embargo, una vez más el papel de esta aproximación científica fue más retórico que práctico.
LA AUTORIDAD DE LOS CLÁSICOS
La última fuente de conocimiento con una cierta relevancia que se consideró en las evaluaciones fue aquella que se refiere a la cita de los autores clásicos. Al tratarse de una controversia de finales del siglo XIX y no de una que tuviera lugar en plena revolución científica, podría resultar sorprendente que la autoridad clásica pudiera salir a colación; más aún en el contexto de la historiografía más tradicional, con su interpretación de aquella revolución científica en términos de ruptura. Pero sin embargo fue así. Homero y Galeno fueron citados en diversas ocasiones, como por ejemplo en aquel informe elaborado por la comisión especial para los humos de Huelva de principios de 1890.38 El hecho de que los autores clásicos hubieran recomendado o descrito el uso de vapores sulfurosos como desinfectante y profiláctico constituyó un refuerzo más para aquellos a favor del método de beneficio basado en las teleras.
Tal y como ha planteado Christopher Lawrence,39 en sus estudios sobre las prácticas de médicos británicos de aquel periodo, los clásicos todavía constituían una base sólida de su formación. Su medicina clínica, en las palabras de Lawrence, «embodied science, but more than that it needed the ineffable wisdom and experience that came only with advanced years, a classical education and the bearing of a gentleman». Nuestro estudio sobre las prácticas y la retórica de los expertos médicos españoles apoya dicha perspectiva, al sugerir que cuando las prácticas y conocimientos de la química y las matemáticas circularon a través de las fronteras tradicionales de la medicina lo hicieron para reforzar el carácter híbrido de dicha medicina, que combinaría tradición y novedad, o si lo preferimos, arte y ciencia.
CONCLUSIONES
En 2011 Steve Sturdy planteaba que pese a que «the supposition that science-medicine relations were typically tense and even conflictual throughout the second half of the nineteenth century and the first half of the twentieth, remains pervasive» existe un número creciente de contraejemplos.40 En base al análisis que acabamos de desarrollar, podemos concluir que la controversia sobre los humos de Huelva ha resultado ser parte de estos contraejemplos. Al analizar los flujos de conocimientos de la química, la fisiología experimental y las matemáticas a través de los límites tradicionales de la medicina, hemos podido constatar la perdida de vigencia de las aproximaciones más tradicionales al estudio de la relación entre medicina y ciencia; aquellas basadas en el conflicto.
Los análisis químicos, estadísticos y de la fisiología experimental se integraron de manera adecuada en el discurso de los médicos implicados en la evaluación de la potencial nocividad de las calcinaciones. Lo hicieron bajo algunas críticas metodológicas más centradas en su aplicación efectiva al caso que nos ocupa que en una discusión global sobre los límites generales de dichos análisis. Pero en todo caso estas matizaciones o críticas explícitas no impidieron que estas aproximaciones relativamente nuevas en las evaluaciones de los médicos adquirieran un lugar central en los informes.
Los informes no incluyeron ninguna crítica explícita a las aproximaciones más tradicionales de los médicos, ya fuera el recurso a la autoridad de los clásicos como la evaluación clínica de los habitantes. Pese a que dichas aproximaciones no podían ser tan sistemáticas y estandarizadas como las procedentes de la química, las matemáticas y la fisiología experimental, tuvieron habitualmente su lugar en los informes. Ahora bien, pese a no ser criticadas, estas aproximaciones tampoco suscitaron grandes emociones y aparentemente quedaron en un segundo lugar presentadas, más bien, como complemento a los resultados de las nuevas aproximaciones científicas.
Sin embargo, aunque podemos concluir que los saberes fluyeron a través de las fronteras disciplinares de manera satisfactoria (a diferencia de lo descrito en tantas otras ocasiones),41 las prácticas no lo hicieron en la misma medida. Hemos podido observar que aunque las críticas a la química o la estadística demográfica no pretendieron el abandono de estas aproximaciones, la puesta en práctica de estas fue más bien pobre. De la mano de los miembros de la Real Academia de Medicina, química, fisiología experimental y estadística dieron argumentos centrales para decidir la derogación de la prohibición de las calcinaciones. Pero esto se llevó a cabo sin dar respuesta a las críticas relativas a su aplicación práctica, que fueron conocidas pero no se convirtieron en conocimiento. Por otro lado, pese a la centralidad que adquirieron en el discurso, en la práctica los académicos que participaron de la expedición dedicaron mayores esfuerzos a la evaluación clínica tradicional que a las nuevas aproximaciones. Discurso y práctica evolucionaban así a ritmos muy distintos pero en todo caso sin hacer prevalecer el conflicto.
1.La superación de la vieja división entre ciencia y medicina aparecía planteada en publicaciones tales como S. Sturdy: «Looking for trouble: medical science and clinical practice in the historiography of modern medicine», Social History of Medicine, 2011, 24, pp. 739-757; J. Pickstone y M. Worboys: «Focus: Between and Beyond “Histories of Science” and “Histories of Medicine”», Isis, 2011, 102, pp. 97-101; J. H. Warner: «The History of Science and the Sciences of Medicine», Osiris, 1995, 10, pp. 164-193.
2.M. Worboys: «Practice and the Science of Medicine in the Nineteenth Century», Isis, 2011, 102, pp. 109-115.
3.Véase S. G. Checkland: The Mines of Tharsis: Roman, French and British Enterprise in Spain, Glasgow, Allen & Unwin Limited, 1967; Ch. E. Harvey: The Rio Tinto Company: an economic history of a leading international mining concern 1873-1954, Penzance, Alison Hodge, 1981.
4.M. D. Ferrero Blanco: Capitalismo minero y resistencia rural en el suroeste andalúz: Riotinto, 1873-1900, Huelva, Universidad de Huelva, 1999. Los Humos de Huelva también han sido analizados en obras como: C. Arenas Posadas: Empresas, mercados, mina y mineros: Rio Tinto (1873-1936), Huelva, Universidad de Huelva, 1999; M. D. Ferrero Blanco: «Los conflictos de febrero de 1888 en Riotinto: distintas versiones de los hechos», Huelva en su Historia, 1988, 2, pp. 603-623; J. D. Pérez Cebada: Tierra devastada. Historia de la contaminación minera, Madrid, Editorial Sintesis, 2014; F. Quiros Linares y A. Iglesias Álvarez: «La lluvia ácida en Riotinto. En el centenario de un conflicto medioambiental», Ería. Revisa de Geografía, 1989, 17, pp. 285-292; M. A. López-Morell: «Los Rothschild en Río Tinto. Propiedad y control en el gigante minero», en A. Galán García (ed.): La presencia «inglesa» en Huelva: entre la seducción y el abandono, Málaga, Universidad Internacional de Andalucía, 2011.
5.A medida que la generación de minas de cobre que había dominado el mercado llegaba a su límite de extracción, una generación nueva emergió (Checkland, 1967; Arenas Posadas, 1999). Esta última generación incluyó minas con menas de baja ley pero que gracias a la innovación tecnológica pudieron hacerse competitivas a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
6.Juan Diego Pérez Cebada identificaba un primer caso de compensación por los daños producidos por los humos en 1847. Véase J. D. Pérez Cebada: «Minería del cobre y contaminación atmosférica. Estrategias empresariales en las cuencas de Swansea, Huelva y Montana», Revista de Historia Industrial, 1999, 16, pp. 45-67.
7.Checkland (1967).
8.Pérez Cebada (1999).
9.Quirós Linares e Iglesias Álvarez (1989). La comisión estaba dirigida por el ingeniero de minas Botella de Hornos e incluyó el ingeniero forestal Urregola y el ingeniero agrícola Azcárate, que dirigía la estación de patología vegetal de Madrid. Se centraron en los humos y la contaminación del agua y su impacto sobre el medio ambiente local.
10.El ingeniero D. Cortázar y otros autores se han referido a la RO del 22 de julio de 1879 y el 14 de noviembre de 1879. Véase D. Cortázar: La mina de Rio Tinto y sus calcinaciones: discurso pronunciado en la conferencia del 26 de enero de 1888 celebrada en el Ateneo de Madrid, Madrid, Tip. de Manuel G. Hernández, 1888.
11.Arenas Posadas (1999).
12.Cortázar (1888) y Ferrero Blanco (1999).
13.Quirós Linares e Iglesias Álvarez (1989).
14.L. S. Granjel: Historia de la Real Academia Nacional de Medicina, Madrid, Real Academia Nacional de Medicina, 2006.
15.G. de la Puerta: Informe sobre las calcinaciones, noviembre de 1889, RANM.
16.H. Rodríguez Pinilla: Los Humos de Huelva ante la Higiene Pública, Madrid, Establecimiento tipográfico de G. Juste, 1889; A. Pulido Fernández: Las calcinaciones de Huelva: Problemas de salubridad, Madrid, Establecimiento tipográfico de Enrique Teodoro, 1890.
17.V. Martín de Argenta y J. Martínez Pacheco: Los minerales de cobre y Riotinto. Madrid, Escuela Tipográfica del Hospicio, 1890.
18.X. Guillem-Llobat: De la cuina a la fàbrica. El frau i l’aliment industrial. El cas valencià en el context internacional (1850-1936), Alacant, Publicacions de la Universitat d’Alacant, 2010.
19.G. de la Puerta, J. Vilanova y M. Taboada: Informe sobre las calcinaciones, febrero de 1890, RANM.
20.G. de la Puerta: Informe sobre las calcinaciones, noviembre de 1889, RANM.
21.A. Fernández-Caro: Informe sobre las calcinaciones, febrero de 1890, RANM.
22.Rodríguez Pinilla (1889).
23.M. Rico: Informe sobre las calcinaciones, RANM.
24.Dictamen del Consejo Supremo de Sanidad del Reino sobre si debe o no considerarse como insalubre el procedimiento de calcinación al aire libre, que emplean las empresas mineras en la Provincia de Huelva, Sevilla, Impr. y Lib. de los Sres. A. Izquierdo y sobrino, 1888.
25.A. Fernández-Caro: Informe sobre las calcinaciones, junio de 1890.
26.Pulido (1890).
27.M. Iglesias y S. Villa: Informes sobre las calcinaciones, junio de 1890, RANM.
28.J. L Barona Vilar: La doctrina y el laboratorio: fisiología y experimentación en la sociedad Española del siglo XIX, Madrid, CSIC, 1992.
29.Rodríguez Pinilla (1889: 23-24).
30.Pulido (1890).
31.Martín de Argenta y Martínez Pacheco (1890) y A. Fernández-Caro: Informe sobre las calcinaciones, junio de 1890.
32.M. Iglesias y M. Carretero: Informe sobre las calcinaciones, enero de 1890, RANM. J. Quintana: Informe sobre las calcinaciones, febrero 1890, RANM.
33.J. Cole: «The chaos of particular facts: statistics, medicine and the social body in early 19th-century France», History of Human Sciences, 1994, 7(3), pp. 1-27.
34.E. Rodríguez Ocaña y J. Bernabeu i Mestre: «El legítimo criterio aritmético: los métodos cuantitativos en la salud pública española, 1800-1936», en E. Sánchez-Cantalejo Ramírez (ed.): Epidemiología y Estadística. V Encuentro Marcelino Pascua, Granada, Escuela Andaluza de Salud Pública, 1996, pp. 9-34.
35.Rodríguez Ocaña y Bernabeu (1996).
36.Dictamen del Consejo Supremo de Sanidad del Reino (1888).
37.A. Fernández-Caro: Informe sobre las calcinaciones, junio de 1890.
38.M. Iglesias y M. Carretero: Informe sobre las calcinaciones, enero de 1890, RANM.
39.Ch. Lawrence: «Incommunicable Knowledge: Science, Technology and the Clinical Art in Britain 1850-1914», Journal of Contemporary History, 1985, 20 (4), pp. 503-520.
40.Sturdy (2011).
41.La incomunicación generada por las fronteras disciplinares se ha puesto de manifiesto en casos bien diversos. Por ejemplo, así se ha hecho al analizar la tardanza en la consolidación de la biología molecular como resultado de la complicada confluencia entre genética y bioquímica. Así lo planteaba, por ejemplo, el historiador Michel Morange en Histoire de la biologie moleculaire (Paris, La decouverte, 2013).