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Cinco meses en los Estados Unidos, de Ramón de la Sagra: retratos de la “felicidad de un pueblo industrioso”1

Montserrat Amores Universitat Autònoma de Barcelona

El 19 de abril de 1835 Ramón de La Sagra llega a la ciudad de Nueva York procedente de Cuba. Sus primeras impresiones sobre la ciudad no pueden ser más entusiastas, pues escribe cuatro días después:

Pero lo que mas me complace aquí, no es la vista hermosa de la ciudad, lo espacioso de las calles, la limpieza de las casas, su ornato esterior; sino la grande actividad comercial que veo por todas partes, el movimiento de la industria animada, los progresos de la población, el aseo general de las gentes y cierto aire de bienestar que todas las clases ofrecen. (La Sagra, 1836: 2)

La estancia en Estados Unidos se alargó más de lo proyectado y tuvo resultados insospechados entonces en la trayectoria intelectual del viajero. Pero esas primeras sensaciones de La Sagra al contemplar la ciudad de Nueva York, asociadas a la “grande actividad” y al “aire de bienestar” que la sociedad norteamericana le ofrecían, acompañarán al autor de Cinco meses en los Estados-Unidos de la América del Norte (1836) durante su viaje por las tierras del este de los Estados Unidos. Esas dos características, que según La Sagra sustentan las costumbres americanas, se desarrollarán con más precisión a lo largo de este extenso libro de viajes a través de la mirada, entre atónita y asombrada, de “un viajero, que en las soledades del Nuevo Mundo discurre sobre la suerte de una nacion eminentemente republicana” (La Sagra, 1836: X-XI).

***

Ramón de La Sagra había pasado 12 años en Cuba, enviado por el gobierno español, con una misión científica. A su llegada fue nombrado director del jardín Botánico de La Habana, donde realizó durante todo este tiempo numerosos estudios relacionados con diferentes ámbitos científicos aplicados a la isla. Representaba, no obstante, el proyecto del gobierno español liberal de “mantener la posesión de la isla como colonia rentable” (Cambrón Infante, 1998: 218). En 1835 su situación personal se hizo insostenible debido a los continuos enfrentamientos con los hacendados criollos, razón por la cual tomó la decisión de volver a Europa, haciendo una breve estancia en los Estados Unidos.


El propósito del viaje era principalmente científico. La Sagra pretendía “establecer algunas relaciones con las personas que cultivan las ciencias naturales, y aprovechar la comodidad de los paquetes americanos para su regreso a Europa” (La Sagra, 1836: IX). Así, el 26 de abril refiere su visita al barón Lederer, entonces cónsul general de Austria, y puede examinar su colección de minerales y piedras preciosas de los EE.UU. ordenadas por localidades, visitar el Liceo de Historia Natural en Nueva York y varios museos públicos de la ciudad. Sin embargo, muy pronto descubre el admirable funcionamiento de las instituciones benéficas y filantrópicas de Nueva York. Diez días después de su llegada a la metrópoli su centro de interés parece desplazarse, pues el 29 de abril refiere que ha empezado a tomar notas de los establecimientos benéficos de la ciudad que quiere visitar, mencionando las dificultades que ha hallado para encontrarlos debido a la actividad de los habitantes de Nueva York (La Sagra, 1836: 11).


Battery Park, Nueva York, 1830

De este modo, el 14 de junio anota un importante cambio de planes, que le obligará a alargar su estancia en los EE.UU.:

He entrado en reflecsiones conmigo mismo, y me he convencido que hallándome en oportunidad de estudiar algunas útiles instituciones de este pais, no debo menospreciarla, y que el sacrificio pecuniario y de algunos meses que pueda costarme, será muy pequeño en comparación de la instrucción que puedo adquirir en muchos ramos necesarios á la España y que algun dia el gobierno ó los habitantes, pensarán en introducir. Tales son las prisiones, por el sistema penitenciario, las casas de refugio para los jóvenes delincuentes, […] y en fin, todos los establecimientos que tienden á mejorar la suerte de los humanos que por efectos de la miseria, de una mala educacion, de los vicios ó de causas fatales independientes de su voluntad, caen bajo el imperio, demasiado poderoso ya, de la desgracia y del infortunio. […] Los Estados-Unidos me parecen el país clásico para este género de exploraciones; la suerte me ha favorecido; la salud y una grande actividad me acompañan y será muy grato para mí, que solo me proponia llevar de los Estados-Unidos á mi patria algunas producciones naturales para el museo de Madrid, el ofrecerle la útil aplicacion de nociones útiles sobre establecimientos filantrópicos y empresas industriales. Es verdad que no tengo tiempo para realizar el plan que veo formarse por resultado de estas reflecsiones, pero haré lo que pueda, y esto poco será incomparablemente mas de lo que pensaba hacer á mi salida de la Habana. […] Tales son los proyectos que estoy formando, en la bella Filadelfia, cuya sociedad hizo germinar en mi corazon sentimientos deliciosos de la entusiasmada juventud, adormecidos hacia años por las tareas de una vida simplemente científica, y bajo la influencia de un mundo poco á propósito para hacerlos percibir. Vuelvo pues á la vida de los sentimientos tiernos y filantrópicos, y bendigo el pais que me ha proporcionado este agradable cuando inesperado regreso… Tal vez él me predispone para dar un adios de despedida al estudio de las ciencias!... (La Sagra, 1836: 95-97)

Mes y medio después de su llegada a EE.UU., este científico modifica, pues, sus objetivos, y amplía su itinerario y el tiempo de estancia. De Filadelfia parte a Baltimore, luego visita Washington y regresa de nuevo a Filadelfia para cerrar definitivamente los compromisos adquiridos. Así, el 8 de julio, poco menos de un mes después de escribir lo anterior, tras dejar listo un envío para España que contiene materiales cedidos para el Gabinete de Historia Natural de Madrid, respira aliviado, pues, a partir de ese momento podrá consagrarse “á la reunion de noticias y á la visita de establecimientos, sin sacrificar muchas horas, como hasta aquí, en ecsaminar colecciones particulares de historia natural, que á nada conducen para mi plan de investigaciones” (La Sagra, 1836: 171). Poco después viaja de nuevo al estado de Nueva York para recorrer las ciudades de Albany, Siracusa, Auburn, Geneve y las cataratas del Niágara. Visita a continuación el estado de Massachussetts, especialmente la ciudad de Boston y viaja después al estado de Connecticut, haciendo parada en Worcester, Hartford, capital del estado, y New Haven, para volver finalmente a la ciudad de Nueva York. El viajero embarca para Europa el 24 de septiembre y se instala en París con el propósito de publicar la Historia física, política y natural de la isla de Cuba (Cambrón Infante, 1998: 219). Cinco meses después de su llegada a Nueva York, concluye: “He llegado pues al término de mi viaje por los Estados-Unidos, que emprendí sin plan alguno, y que prolongué por el vivísimo interes que en mí esccitaron las instituciones de este admirable pais” (La Sagra, 1836: 436).

El viaje a Estados Unidos supuso para La Sagra no sólo el descubrimiento de una sociedad y de unas costumbres modélicas, sino también una revelación, pues a partir de ese momento la trayectoria vital de este ilustrado se transformó sustancialmente.2 Como señala uno de sus biógrafos, Emilio González López, “de este modo el paso por los Estados Unidos, que debía ser sólo como una estación de espera, en espera del paquebote que le llevara a Europa, se convirtió en una de las estaciones fundamentales en la peregrinación de su vida” (1983: 109).3

De todo ello dará cuenta este hombre de ciencia en Cinco meses en los Estados-Unidos de la América del Norte, libro de viajes escrito en forma de diario que publica la imprenta parisina de Pablo Renouard en 1836.4 En su “Introducción” el autor señala las deficiencias estilísticas del libro, puesto que no fue concebido en principio para su publicación:

Finalmente en Paris, varios sujetos distinguidos por sus talentos me decidieron a imprimirlas [mis observaciones]. […] De consiguiente mi obra es tal como la he escrito en los momentos de descanso de mis viajes, entre una y otra jornada, y á veces en las horas de sosegada calma en que navegaba por los rios y los canales de aquellas regiones. Asi es que conserva el carácter variado é irregular de un diario, pero de un diario de verdad y de buena fé, con todos los defectos de estilo y de lenguaje que quedan siempre en un manuscrito de esta clase, apenas revisado ni corregido. (La Sagra, 1836: X-IX)

Efectivamente, Cinco meses en los Estados-Unidos presenta una factura heterogénea. La Sagra no escribe con una periodicidad establecida y en sus entradas ofrece información variada sobre sus experiencias. El viajero muestra su interés por tomar nota de todo cuanto ven sus ojos. Detalla minuciosamente su visita a bibliotecas, academias, museos, escuelas, institutos y universidades; describe el funcionamiento de instituciones benéficas, como hospitales, colegios de sordomudos, asilos, albergues, prisiones, etc.; especifica los gastos y actividades de los últimos años de estas instituciones, o el contenido de cada una de las comidas de los presos, los huérfanos o los sordo-mudos. Sin olvidar su primera vocación científica, aunque orientada esta vez a la agricultura, ofrece información de primera mano sobre la nueva maquinaria introducida en los cultivos y los nuevos métodos de labranza. También muestra su admiración por la industria y los modernos medios de comunicación. Como viajero se traslada en tranvía, barcos de vapor, diligencias y otros transportes, y describe deslumbrado su rapidez y su confort. Visita las construcciones de vías férreas y de canales navegables, y se admira de las ciudades americanas, de la limpieza, la amplitud de sus calles, y sus numerosos parques y jardines. Acude a conocidos y amigos que le facilitan la estancia en las diversas ciudades que visita y le ayudan a comprender algunas costumbres norteamericanas. Durante su primera visita a la ciudad de Nueva York el cónsul de España, Francisco Staugthon, se convierte en su cicerone (La Sagra, 1836: 44). Allí conoce al barón de Lenderer y al doctor Julius. El pintor inglés Daniel Thomas Egerton será el compañero con el que realiza la excursión del “paso bajo la catarata” del Niágara (La Sagra, 1836: 261). La Sagra programa sus visitas para que el responsable del centro pueda mostrarle la institución; acude a algunos con cartas de presentación y se informa mediante la lectura de documentos de toda índole de los establecimientos e instituciones que visita, buena parte de los cuales formarán los volúmenes depositados en la Biblioteca Nacional, tal y como señala el autor en la “Introducción” al libro de viajes.5 También acude a las impresiones de otros viajeros. Ha leído el Viaje a los Estados-Unidos de Norte de América (1834) de Lorenzo de Zavala, con quien comparte muchas opiniones (La Sagra, 1836: 283), y se muestra en desacuerdo con otros extranjeros, en concreto viajeras inglesas, que ofrecen sus impresiones, siempre en este caso negativas, en torno a las costumbres americanas. Así ocurre, como se verá, con el Journal of Frances Anne Butler, una “obrita del dia, sobre las costumbres de este pais, y á cuyas críticas pueriles dan los Americanos mas importancia de la que merecen” (La Sagra, 1836: 33), de la actriz inglesa Frances Anne “Fanny” Kemble, y con el famoso volumen Domestic Manners of the Americans (1832) de Frances Trollope.

Por esta razón, uno de sus biógrafos, Emilio González López, califica Cinco meses en los Estados-Unidos, como un “libro de viajes socio-económico ” (1982: 107-108; cursivas del original). En este sentido el viaje de La Sagra participa del flujo de viajeros europeos o hispanoamericanos que se trasladan a Estados Unidos con el propósito de analizar y estudiar las instituciones y la sociedad americana como modelos de progreso. En esta corriente se sitúa el viaje de Alexis Henri Tocqueville y Gustave Beaumont, cuya estancia en los Estados Unidos entre 1831 y 1832 por encargo del gobierno francés, tenía como objetivo estudiar el sistema penitenciario norteamericano con el fin de que pudiera servir de ejemplo a Europa. Resultado de ese viaje fue la publicación de Du système pénitentiaire aux États-Unis et de son application (1833) que La Sagra conocía cuando escribe su Viaje, puesto que reproduce algún fragmento de la obra (La Sagra, 1836: 326-327), y De la Démocratique en Amérique, cuya primera parte vio la luz en enero de 1835, y que muy probablemente pudo también leer el escritor español.


El mismo La Sagra realiza parte de su viaje acompañado de Michel Chevalier, pensador sansimoniano con quien recorre el río Hudson, que también había sido enviado por el ministro de interior francés, Adolphe Thiers, a Estados Unidos, en este caso con el propósito de analizar los avances en la industria y la economía norteamericana. Sin embargo, el punto de partida del viaje de La Sagra es diferente al de Tocqueville y condiciona claramente la actitud de los viajeros ante lo que ven. Tocqueville declara: “Confieso que en América he visto más que América: he buscado una imagen de la democracia en sí, de sus inclinaciones, de su carácter, de sus prejuicios, de sus pasiones; he querido conocerla aunque solo fuese por saber, cuando menos, qué debemos esperar o temer de ella” (Tocqueville, 2007: 44). Algo de ello hay en la actitud de La Sagra al analizar desde un punto de vista comparatista la sociedad americana. Sin embargo, como se verá, el escritor español descubre la democracia americana en el curso de su viaje, lo cual explica la actitud fascinada del viajero.

Pero las páginas de Cinco meses en los Estados-Unidos no ofrecen únicamente datos, informes exhaustivos sobre las instituciones que visita o descripciones de monumentos y edificios. El volumen es algo más que un libro de viajes socioeconómico. Se revela también como una especie de viaje iniciático y no sólo porque transforma a La Sagra “de ‘naturalista’ en ‘filántropo’”, en palabras de Cambrón Infante (1998: 219), sino porque muestra al ilustrado al completo. Me refiero al La Sagra, que se manifiesta como hombre sensible, capaz de penetrar en el mecanismo entre las relaciones de madres y niños (La Sagra, 1836: 270-271) y que refiere su experiencia de lo sublime en las cataratas del Niágara:

Esta rara complicación de sonidos, el singular aspecto de los rayos de luz vacilante, que á veces penetraba para dejar percibir, de una manera indefinible, las aguas en su despeño; esta atmósfera tan fuertemente conmovida, bajo una bóveda formada por una roca vertical y un mar despeñado en su cima, ofreciendo una verdadera imágen del caos, produjeron en mi alma una impresion tan nueva, tan fuerte y tan intensa, que no olvidaré jamas. Creí hallarme caminando á la eternidad misteriosa, en medio de las ruinas del mundo, sin que el disgusto, el temor, ni ninguna pasion, se apoderasen de mí un solo instante. La memoria de este gran sentimiento físico, se unirá siempre en mi imaginacion á la de una nueva época en mi ecsistencia moral, determinada por mi viaje á los Estados-Unidos. (La Sagra, 1836: 263)

La “catarata imponente” (La Sagra, 1836: 260) desvela a La Sagra, en “una escala prodigiosa en su estensión y movimiento” (258), la “naturaleza joven” (259) de América del Norte.


Grabado incluido en Etats-Unis d’Amerique de Roux de Rochelle Publicado por Firmin Didot Freres, Paris, 1837

No obstante, su verdadera fascinación nace con el descubrimiento paulatino de los mecanismos de funcionamiento de la sociedad americana basada en los principios de la democracia, de esa soberanía que reside en el pueblo americano y de su entidad moral. Todo ello es referido por un viajero que se entusiasma con lo que ve, y siente la obligación de trasladarlo a la vieja Europa y a España para que pueda ser de provecho. Es consciente, como Tocqueville, de la inoportunidad de intentar trasladar a su patria las instituciones de los Estados Unidos como modelo, puesto que, según él, “en la época presente de regeneracion” (La Sagra, 1836: X), su patria no está todavía preparada. En 1835 España se encontraba inmersa en la configuración del estado liberal, encendida por una guerra civil, y gobernada por la débil regencia de María Cristina.

No seré yo, ciertamente, el que brinde con los sazonados frutos del árbol frondoso y robusto que vegeta en el privilegiado suelo de los Estados-Unidos, al pueblo español tan malamente dispuesto para digerirlos; antes por el contrario, suplicaré y ecsortaré a los amantes sinceros del bien de nuestra patria, que reunan y concentren todos sus conatos para difundir la instruccion literaria, moral y religiosa en las masas, antes que ecsaltarlas con la imágen de bienes que no pueden concebir, y que por lo mismo promuevan el establecimiento de los principios sobre que estriba la felicidad social, el desarrollo de las fuerzas productoras, únicas que pueden favorecer la vegetacion del tierno arbusto de nuestra libertad, y dejen que el tiempo y la naturaleza operen su completo desarrollo hasta la virilidad, época marcada por la inflorescencia y la fructificacion. (La Sagra, 1836: XII-XIII)

La alegoría naturalista, que refleja la dedicación de La Sagra a las ciencias, pone también de manifiesto una visión cercana al despotismo ilustrado que recorrerá las páginas de Cinco meses en los Estados-Unidos, aplicada a diferentes ámbitos. El principio esencial del que parte es la necesidad, en primer lugar, de una “instruccion literaria, moral y religiosa en las masas” (La Sagra, 1836: XII) que sitúe a la nación en el estado idóneo para aplicar los principios de la libertad y la democracia. Como Tocqueville (Tocqueville, 2007: 43-44; Schleifer, 2007: 41-42), aunque de distinto modo, La Sagra no pretendía trasladar las leyes americanas a España, ni tan siquiera sus costumbres, pues era consciente de que las costumbres establecidas en la sociedad americana emanaban de la sólida educación moral de sus habitantes, de la que carecían, según su opinión, los españoles. Por esta razón insiste en la necesidad de una profunda reforma moral del pueblo español y no puede evitar pensar en su patria:6

¿Qué necesita, pues, una sociedad constituida de la manera que se halla la de España? – Educarla y reformarla. No hablaré de la reforma política y administrativa, objeto de la revolución actual, y mirada de distinta manera y bajo dos diversos aspectos por los partidos que despedazan el seno de la patria. Mi objeto, en las indicaciones que este libro ofrece, se limita á recomendar la educacion primaria y la reforma moral del pueblo español. (La Sagra, 1836: XXI)

A pesar de que el autor niegue la posibilidad de que pueda trasladarse a España el modelo de vida norteamericana, no deja de insistir en la comparación de aquello que analiza frente a lo que conoce. La Sagra es consciente del rechazo que provocará el modelo entre los liberales y los absolutistas españoles, por razones completamente distintas:

que si por ejemplo ciertos liberales se alarman por la severidad de los deberes morales y religiosos que aquel pueblo ha sancionado, los absolutistas se escandalicen también al oir que se les recomiendan las costumbres y la religiosidad de los republicanos. Por única respuesta diré á los primeros, que en vano buscarán otras bases para establecer la felicidad de la nacion española; y á los segundos les aconsejaré que si desean hacer amable y respetable la religion cristiana, imiten la conducta de los hijos de la libertad. (La Sagra, 1836: XXIV)

Por otra parte, a veces, el binomio se desplaza de Estados Unidos / España a Estados Unido / Europa.

Al reflecsionar sobre los erróneos principios que fomentan y sostienen los vicios, parece que la Europa, no obstante, el grado maravilloso de civilizacion que ha alcanzado, se halla bajo el influjo del genio del mal que atiza el fuego de los desórdenes y sopla su llama esterminadora sobre las clases mas numerosas, empleando como materias combustibles el mismo refinamiento del lujo y los ardientes incentivos que arrastran, con una especie de furor, ácia los goces sociales, que casi siempre piden el sacrificio de la virtud. Los hombres filantrópicos se afanan, los gobiernos ilustrados se esfuerzan por atajar un incendio que tiende á consumirlo todo; pero agotan en vano sus esfuerzos, porque cuando mas solo consiguen ocultar las llagas y ahogar los clamores de las víctimas. (La Sagra, 1836: XV)

Para el proyecto colonial en el que se inscribe el pensamiento del autor, que se presenta en divisiones binarias y una visión totalitaria, el viejo continente europeo en el que ocupa un lugar peculiar España se identifica con términos como “decrépita”, “vicio”, “lujo”, “galantería” “desorden”. Frente a la soberanía moderna europea aparece un nuevo concepto de soberanía que se hermana con “libertad”, “democracia” “actividad”, “templanza”, “educación”, y culmina con el término “felicidad”. Su visión colonial, no olvidemos la misión de La Sagra en Cuba, determina también el paternalismo con el que mira a “los pueblos de la América que hablan nuestra misma lengua, y que en la nueva carrera de regeneracion que se proponen seguir, necesitan los consejos y las noticias de todos los amantes de la humanidad” (La Sagra, 1836: XXVI). En esencia, lo que admira La Sagra, como admiran también Tocqueville y Beaumont, es esa nueva soberanía que se dota de poder y que se enfrenta a la “vieja” soberanía moderna europea.

A diferencia de las concepciones europeas modernas de la soberanía, que atribuían el poder político a una esfera trascendente y por ende apartaban y enajenaban las fuentes del poder de la sociedad, en este caso el concepto de soberanía se refiere a un poder que se sitúa por entero en el seno de la sociedad. La política no se opone a la sociedad, sino que se integra en ella y la complementa. (Hardt y Negri, 2005:185)

El descubrimiento por parte de este filántropo de esa nueva soberanía imperial, va de la extrañeza a la fascinación y de esta a la defensa a ultranza de sus principios. El otro imperio se revela pues como dechado de atributos y facultades, aunque también detectará algunas grietas. La exposición de este nuevo sistema se explica desde el patrón de la soberanía moderna europea. Así, el 5 de julio, tras visitar la casa de pobres en las afueras de la ciudad de Filadelfia, escribe:

No ceso de admirar este espíritu público de los Americanos para empresas benéficas, y esta noble independencia que los lleva á acometerlas, sin contar con los ausilios del gobierno hasta despues que las han establecido. Aquí, por el contrario que en Europa, los vecinos son los que se dan el ejemplo á la autoridad y le demuestran las utilidades de una obra que debe proteger. Bien mirado, esta es la marcha racional que deben seguir las empresas formadas por hombres amantes del bien público; á ellos toca esccitar al gobierno, y demostrar lo útil y lo conveniente, porque la autoridad no es la parte mas ilustrada de una nacion, sino cuando se halla asociada é íntimamente ausiliada por los talentos de la época. (La Sagra, 1836: 170)

El autor descubre la inmanencia del poder asentada en la sociedad. En palabras de Michael Hardt y Antonio Negri, quienes estudian el concepto de soberanía imperial:

A diferencia del fatigado trascendentalismo de la soberanía moderna […] los constituyentes estadounidenses pensaban que sólo la república puede ofrecer un orden a la democracia, o más concretamente, que el orden de la multitud no debe nacer de una transferencia de los títulos de poder y el derecho, sino de un acuerdo interno con la multitud, de una interacción democrática de las fuerzas, vinculadas entre sí en redes. (Hardt y Negri, 2005: 182)

Mientras se desplaza por el Canal de Erie escribe el autor de Cinco meses en los Estados-Unidos: “¡Con qué noble orgullo se forman aquí asociaciones independientes del poder, para egecutar empresas colosales, que harian vacilar algunos ministerios de las lentas y envejecidas monarquías! ¡Y con qué rapidez, con qué simplicidad se llevan á cabo!” (La Sagra, 1836: 232). El viajero es consciente de cómo el progreso de la sociedad estadounidense se debe al poder que tienen los ciudadanos de construir sus instituciones y controlar la actividad de la sociedad. Así, frente al modelo de las “instituciones de la decrépita Europa” (La Sagra, 1836: XIV) se alzan innumerables ejemplos de instituciones americanas, como las que forman parte del sistema penitenciario, que podrán transformar en Europa “las cárceles de escuelas de crímenes y vicios, en útiles casa de reforma moral de los delincuentes” (La Sagra, 1836: 70). El principal error cometido por las instituciones del viejo continente radica justamente en adoptar el principio de caridad en lugar del de beneficencia, que, según su opinión, son más fuente de vicio que de verdadera reforma: “la ceguedad de los gobernantes es lamentable”, puesto que

adoptan principios contradictorios de beneficencia y desmoralizacion, y empleándolos simultáneamente, cuando intentan salvar un infeliz sacrifican ciento; cuando alivian una desgracia, derraman la semilla de la seducción con los alicientes del lujo que asocian á sus limosnas; y al mostrarse caritativas, se hace preceder por la trompeta de la fam[a], rodeándose de todo el fausto de la vanidad que envenena el corazon del pobre. (La Sagra, 1836: XXII-XXIII)


El canal de Erie en Lockport, Nueva York, hacia 1855

La asociación de recursos privados y públicos garantiza el buen funcionamiento de empresas e instituciones. A esta conclusión también había llegado Tocqueville (Schleifer, 2007: 27). Esa es la clave, según el filántropo español, del buen funcionamiento de la educación en los Estados Unidos: “El sostenimiento de las escuelas públicas se consigue por tres clases de auxilios o contribuciones especiales; una del estado, otra directa que se imponen los ciudadanos y que comprende a todos los habitantes, y otra voluntaria que pagan los padres a los maestros” (La Sagra, 1836: 185). El escritor visita a lo largo de su viaje una numerosa cantidad de centros de educación primaria, secundaria y universitaria, y celebra sobre todo el grado de formación que tiene toda la sociedad americana, esa educación de la que carece, en general, Europa, y en especial, España.

Es rarísimo encontrar un hombre ó una muger que no sepan leer, escribir y contar, escepto entre los estrangeros emigrados, y el gusto por la lectura se halla admirablemente generalizado. No citaré los cafés, los gabinetes, los hoteles donde continuamente se hallan centenares de hombres leyendo; no repetiré lo que he visto en los barcos de vapor y en las diligencias, donde hombres, mugeres y niños no cesan de leer. (La Sagra, 1836: 195)

Esa enseñanza primaria es “la base de la felicidad de un pueblo industrioso” como el norteamericano (La Sagra, 1836: 383), cuyas costumbres expresan un tipo de felicidad y de actividad que no se encuentra en España ni en Europa. Por esta razón el escritor español ofrece también en su libro de viajes una imagen del ciudadano norteamericano, basada aparentemente desde la observación de sus costumbres; una construcción del norteamericano como carácter nacional, que emana claramente de la influencia que ejerce la democracia7 en las costumbres de los americanos y que se presenta a los lectores como el modelo del ciudadano por su integridad moral. Dado que la tendencia de las reformas que presenta a su patria es más moral que política y tiene como pilar fundamental sobre el que se sustentan todos los demás principios la educación, “comprendiendo siempre bajo este nombre la moral y la religion, como fundamentos esenciales para la reforma social de la generacion futura” (La Sagra, 1836: XVII), en el programa de reforma moral propuesto en Cinco meses en los Estados-Unidos, el americano se convertirá en el otro al que hay que parecerse; su actividad y sus costumbres, las otras, por distintas a las europeas y españolas, que sería deseable imitar.

“¿ACASO ENTRE ESTAS GENTES LA ACTIVIDAD SERÁ TRANQUILA Y LA FELICIDAD SILENCIOSA?”

El 8 de mayo Ramón de La Sagra escribe sus primeras impresiones sobre los americanos, con alguna perplejidad. Ciertamente, sólo lleva dieciocho días en Nueva York.

Un nuevo órden ó sistema de ideas empieza á germinar en mi mente, por la novedad de las escenas que me ofrecen estos Americanos y sus costumbres. No me atrevo á juzgarlos, […]. Es verdad que hay cierto aire de frialdad, de calma y de silencio enteramente distinto de cuanto yo habia conocido: pero esta calma no es la de la indolencia, ni este silencio el de la tristeza. ¿Acaso entre estas gentes, la actividad será tranquila y la felicidad silenciosa? Casi estoy tentado á creerlo. Dias pasados, despues de haber leido el estracto que hace el Courrier des Etats-Unis, de la obrita de Miss Fanny Kemble, sobre el paseo de Hoboken, me resolví á ir allá. Era domingo y la concurrencia numerosísima, aunque la tarde estaba sumamente fria y que aquel parage, ahora sin verdura, no ofrece amenidad. Segun me han dicho, el mayor número de aquellas gentes eran criados y artesanos, que con sus familias acostumbran á pasear un rato el domingo. ¡Qué silencio, qué compostura! No he oido ni un grito, ni una risa, ni siquiera un llanto en los niños. En una reunion semejante en Europa, la algazara seria intolerable, y no muy seguro el contacto con tantas gentes de semejantes clases, no habiendo cerca algun cuerpo de guardia ó algunos agentes de policia. Pero en las alamedas y bosquecillos de Hoboken, paseaban y conversaban tranquilamente mas de tres mil personas, en cuyos semblantes brillaba la salud y cuyos trages demostraban el bienestar, sin ofrecer la mas pequeña escena de desórden, y sin dar la menor muestra de alegría. Creo poder definir su posición diciendo que gozaban del paseo. (La Sagra, 1836: 33)


Fanny Kemble

Thomas Sully, 1835

LA “FELICIDAD SILENCIOSA”

Será esta la primera ocasión en que La Sagra intente describir esa “felicidad silenciosa” que observa en el norteamericano, sobre todo en sus momentos de ocio. Una felicidad que comprende todas las clases sociales. Poco después, en la entrada escrita el mismo día 8 de mayo, tras describir la compostura de los asistentes a una sesión teatral de Bowery, capaces de gozar “con tanta franqueza como indiferencia por todas las demas gentes que concurrian á la representación”, pero a la vez sin “una accion indecorosa, ni una mirada atrevida”, concluye:

Continuamente se me ofrecen ocasiones de observar, que el Americano es sumamente tolerante y hasta indiferente por lo que hacen los demas, que no tiene relacion con él; que menosprecia las pequeñeces de la vida social, que á nada real ni útil conducen, y que solo fija su consideracion en lo útil, en lo sólido, en lo esencial. Si esta observacion mia es ecsacta, debo hallarla confirmada en mi viage con singulares ejemplos de aplicacion y de constancia, de órden y de economía, de virtud y de prudencia. (La Sagra, 1836: 34-35)

Días después, en el viaje en barco que lo lleva desde Nueva York a Filadelfia, se admira de esa sociedad caracterizada por su pluralidad y su bienestar:

Venian como 300 personas de ambos secsos, de todas clases y condiciones; durante la navegacion salieron muchas y entraron otras, de los puntos donde tocabamos; y no obstante este número y diversidad de gentes, el órden y el decoro no dejaron de reinar un solo momento. La lectura es el recurso general de los hombres y de las mugeres, ó una pacífica conversacion entre tres ó cuatro personas á lo mas. No se reunen en grupos animados y bulliciosos, no se agitan, no rien con estrépito, no se ecsaltan en la conversacion ni dan señales de enfado en sus conferencias. Discuten con calma; cada interlocutor habla cuanto quiere, sin ser interrumpido, pero observo que por lo comun hablan poco y que jamas dirigen la palabra á quien no conocen. (La Sagra, 1836: 54)

Todo ello va unido al nuevo modelo de estado que La Sagra está descubriendo. De las democráticas y libres instituciones emanan las costumbres del americano que tanto se diferencian de las europeas. El 19 de junio escribe desde Baltimore:

De regreso, aunque la noche estaba oscura, encontramos mucha gente paseando por las cercanías del monumento [a Washington], y acompañando la música de la retreta que recorria el campamento. La luz de las casas algo distante y la de algunos faroles suministraban la suficiente claridad para ver los bultos. La temperatura era deliciosa, y el aire estaba embalsamado por el aroma sensual de las flores de los árboles. Aquella escena medio militar y medio civil, en aquella hora, en aquel parage, alrededor de un monumento glorioso, por un pueblo feliz digno por sus costumbres de la ventura que posee, hizo en mi alma una dulce impresion. Todo, escepto la música se pasaba en silencio como en caso todas las reuniones del pueblo americano. Voy creyendo que el ruido y la algazara no son los signos de la verdadera felicidad; mas bien los emplea el infeliz que se embriaga un momento para ahogar sus disgustos y hacer callar sus penas, que no el ciudadano venturoso y tranquilo con el goce de instituciones liberales y los placeres de la vida doméstica. Yo ví en Europa al desgraciado menestral aturdirse el domingo, en los suburbios de las grandes ciudades para olvidar que al dia siguiente no hallaria jornal con que alimentar su numerosa familia; yo he visto reir, cantar y bailar con estrépito los esclavos de las fincas de Cuba, esccitados por el aguardiente y el ardor de una constitucion lasciva que se irrita con el ejercicio; y veo tranquilos y silenciosos á los hombres libres de los Estados-Unidos. Cuanto mas observo esta sociedad, mas me admira y me sorprende. ¡Qué ideas tan diversas tenia yo de esta república, y cómo se engañan los que en Europa creen que la libertad está siempre asociada al desórden, la inmoralidad y la irreligion! Si las clases supersticiosas y fanáticas, y las que bajo el manto sagrado de la religión, la degradan y desacreditan, viniesen á los Estados-Unidos á observar las costumbres de un pueblo eminentemente liberal, gozando en calma de todas las ventajas de sus instituciones, no mostrarian las unas tanto horror por las innovaciones, ni perseguirian las otras con tanto encarnizamiento á los que predican la libertad del hombre. (La Sagra, 1836: 115-116)

La cita es larga, pero da cuenta en primer lugar del contraste que experimenta el viajero entre la imagen proyectada y la imagen real de ese país, en este caso de ese carácter nacional. En segundo lugar, de la radicalización en la polaridad establecida entre la sociedad europea y la americana. El proceso es común desde la visión colonial. Adviértase la contraposición entre espacios, costumbres y actividades. Mientras que en los suburbios de las grandes ciudades europeas reina el “ruido” y la “algazara” de una sociedad embriagada, en el paseo de Baltimore la música de fondo, la “temperatura deliciosa”, la atmósfera aromatizada acompañan a un “pueblo feliz” que goza de su libertad tranquila y sosegadamente. El contraste es extremo al trasladar el esquema a la isla de Cuba, puesto que debido a la visión colonial de La Sagra, el escritor focaliza su atención en los esclavos y establece una radical diferencia de raíz fisiológica: en los momentos de ocio los esclavos de Cuba ríen, cantan y bailan favorecidos por su “constitución activa”, que se excita con el alcohol y el ejercicio.8 Es preciso tener en cuenta además que La Sagra se centra en esta ocasión en las costumbres de los artesanos y menestrales, de la clase trabajadora, y no parece que haga distinción entre el jornalero americano o europeo (aunque en el texto que se comenta el trabajador europeo no tiene salario) y el esclavo de Cuba.

Este proceso de idealización de las costumbres americanas no es uniforme ni en todas las costumbres ni a todas las clases sociales. Como se verá, en ocasiones La Sagra pronostica los riesgos que entrañan algunas costumbres americanas y los peligros que pueden implicar la adopción por parte de los americanos de las costumbres europeas. Así ocurre en relación a la organización del proletariado y su poder en la sociedad civil. El 5 de junio refiere La Sagra desde Filadelfia:

Al ir antes de ayer al Ateneo, atravesando el hermoso parque de la casa de la Villa, encontré una numerosísima reunion de artesanos, que allí celebraba su junta (meeting) para convenir en no trabajar mas de diez horas al dia, ó sea solo hasta las seis de la tarde. Los operarios reunidos eran carpinteros, y parece que en dias anteriores se habian juntado los albañiles, sastres, etc., y que seguirian todos los de las otras profesiones. Atendiendo al estado de las cosas en este pais, que conseguirán lo que desean. La clase proletaria es fuerte, numerosa, atrevida y casi omnipotente por la proteccion que la dispensan los actuales agentes del gobierno ejecutivo; asi es que siempre gana en las elecciones. Veo en estas un vicio, pues de hecho entran á votar infinitos individuos que no estan domiciliados, ni tienen los requisitos que previene la ley; pero donde no se usan pasaportes, y donde el partido dominante tiene un grande interes en aumentarse, no es fácil averiguar la certeza de las condiciones requeridas, á parte de la propension que hay para prescindir de ellas: asi es que toda la turba advenediza de Irlandeses, da su voto sin derecho para ello. La osadía de estas clases se anuncia ahora con peticiones sobre sus intereses materiales, como he visto en New-York, y como estoy presenciando aquí. Creo, sin embargo, que aun no se hallan instruidos del secreto de su omnipotencia; cuando eso suceda, pueden acontecer desastres por fruto de las pretensiones ecsageradas de un partido, que desgraciadamente no es el más instruido. (La Sagra, 1836: 61-62)

El pensamiento ilustrado e imperialista de La Sagra hace que vea en el proletariado y su poderosa organización un peligro para la sociedad, una suerte de nuevo despotismo, debido a su escasa formación. Días antes, el autor describe el “espíritu democrático de la clase proletaria” (La Sagra, 1836: 49) que gracias a su poder de convocatoria, ha organizado diferentes juntas especiales y utilizado la prensa hasta conseguir que se apruebe una ley que obliga a las cárceles a no tomar contratas que necesiten ejercicio mecánico (La Sagra, 1836: 49-52). Como señalaba, La Sagra ve con reticencia el enorme poder del proletariado por ser excesivamente influenciable. Así lo corrobora durante su visita a Filadelfia, donde, tras señalar la oposición a que la enseñanza primaria sea gratuita para todos los hijos de los ciudadanos que paguen impuestos, apunta que algunos demagogos “recurrieron en sus ataques á diversos medios, y no olvidaron el mas ordinario y fácil, de ecsaltar los ánimos de las clases proletarias, diciéndoles que se trataba de imponer una contribucion á los pobres para enseñar a los hijos de los ricos” (La Sagra, 1836: 91).

La felicidad silenciosa no es sólo aplicable a los momentos de ocio de burgueses y menestrales. Lo es también para la mujer norteamericana, cuyas costumbres y comportamiento despiertan admiración en La Sagra, y cuyo retrato ha sido estudiado por García Montón (1998). Para el filántropo español la mujer en los Estados Unidos goza de una “dulce independencia y libertad” (La Sagra, 1836: 184) que no posee la mujer europea y que se debe sobre todo a la educación de los hombres y mujeres norteamericanos, y a unas costumbres de urbanidad que explican que la mujer no sea coqueta ni el varón piense en la seducción como forma de relación con el sexo opuesto.9 Sus ideas sobre la mujer norteamericana coincidirán en buena parte con las de Tocqueville, aunque curiosamente el pensador francés las desarrollará en el segundo volumen de De la Démocratique en Amérique de 1840, cinco años después de la publicación del libro de La Sagra. Baste aquí, en relación con el asunto de este trabajo, señalar la suerte de dicha y bienestar de que gozan las norteamericanas:

Para descansar de la tarea material en que he pasado estos dias, salí esta tarde á dar un paseo a las bellas márgenes del rio, prefiriendo el medio de un camino de hierro que conduce á Colombia, y por el cual transitan muchos coches hasta el primer plano inclinado […] La tarde era deliciosa, el paisage de lo mas ameno, y mi espíritu no tan necesitado de descanso como mi cuerpo, se entregó á varias reflecsiones. Naturalmente le ocuparon primero, las que sujeria la escena que en torno mio y dentro del coche pasaba. ¡Qué serenidad de jóvenes, qué sencillez en su manera de ecsistir, qué decencia en sus trages, qué decoro en sus acciones! Al contemplarlas, con los graciosos niños que acompañaban, yo no me atrevia á decidir si las inocentes almas de estos se hallaban mas tranquilas en el espíritu de aquellas. Hablaban poco, como es costumbre general aquí, cuidaban a sus niños, y se recreaban con las vistas hermosas que se sucedian; pero ni un rasgo de entusiasmo, ni una muestra de placer nacian de la impresion de aquellas escenas. Se conoce que pasaban por sus sentidos, como los rayos de luz por un cristal plano, sin aumentar de fuerza por el entusiasmo ni de intensidad por las pasiones. El uno como las otras permanecian en inaccion. Este goce esclusivo de la vida, sin que tomen parte ni nuestra imaginación ni nuestras pasiones, me parece el supremo bien; es el placer puro sin la saciedad, el deleite sin su fatales consecuencias; en fin, no puedo definirle sino llamándole la paz de la ecsistencia. (La Sagra, 1836: 172-173)

Sin embargo, también este caso La Sagra ve peligrar estas características que caracterizan las relaciones entre hombres y mujeres de América del Norte, si los americanos adoptan las costumbres americanas:

Admiré, como siempre, este género de ecsistencia, esta sencillez de costumbres en las mugeres, que no obstantegozan en la primavera de su vida, una libertad ilimitada, mas que perderán tan presto como la galantería se introduzca en el trato y el amor venga á perturbar el sosiego de sus almas: hablo del amor, como pasion social que vive asociada á la coqueteria en un secso y á la seduccion en otro. (La Sagra, 1836: 184)

La Sagra insiste en la apacible actitud de los norteamericanos y de las norteamericanas, en esa felicidad que se consigue sin exageración ni algarabía, como la que ofrecen los ciudadanos europeos o españoles. Se trata, para concluir, de una sociedad que ha encontrado una felicidad basada en la sencillez de las costumbres en contraposición, como se ha visto en la mujer en América del Norte, con los hábitos y modas europeas que basan sus costumbres en la etiqueta, el lujo, la galantería… y el amor “como pasion”. Todas ellas amenazan, según La Sagra, a los estadounidenses. Así, en Filadelfia, está de acuerdo con Mr. Duponceau “en los inconvenientes del lujo y de la tendencia que la llamada civilizacion ha dado ácia los goces y placeres tumultuosos y complicados” (La Sagra, 1836: 182). Un mes y medio antes de regresar a Europa sentencia desde Auburn:

Una reflcsion que siempre se une á los bellos cuadros que percibo en mis viajes, y que les da un colorido de mágica ventura, es el convencimiento de la felicidad que disfrutan los moradores de estas afortunadas regiones; reflecsion que casi nunca embellece la perspectiva de las campiñas europeas, donde ó la miseria ó la arbitrariedad, ó el fanatismo acibaran de continuo la ecsistencia del mortal infeliz, que ni en el retiro silencioso del campo puede sustraerse al fatal influjo de sus viciosas instituciones. (La Sagra, 1836: 283-284)

LA ACTIVIDAD TRANQUILA DEL AMERICANO

En el binomio desarrollado en Cinco meses entre la caduca Europa y la joven América del Norte destaca La Sagra la riqueza de los recursos naturales que ofrece el joven continente y el dinamismo de sus habitantes. Esa interacción entre hombre y naturaleza es percibida si cabe con más sensibilidad durante la visita de La Sagra a las cataratas del Niágara y al lago Eire. Durante su estancia en el hotel junto a la catarata escribe:

Pero el americano, mas industrioso y menos entusiasta, aprovecha el curso de las aguas, sus caidas y depósitos naturales; la conduce en canales y acueductos uniendo por su medio regiones distantes; y no contento con dominarla de forma líquida, la transforma en vapor, reemplaza con ella la potencia animada, y por su ayuda vence todos los obstáculos y atraviesa las mayores distancias con la velocidad de las aves. (La Sagra, 1836: 260)

Es la juventud de esa civilización y la riqueza de los recursos naturales que ofrece la tierra la que explica la infatigable actividad de los norteamericanos y lo que ha convertido a la nación en una fuente inagotable de progreso y en un modelo de civilización.

Por todas partes se desenvuelve la industria, y me admira el cuadro de actividad que tengo á la vista. Al mismo tiempo me sorprende la aplicación y constancia de unos hombres, que parecen mirar con indiferencia el refinamiento de los goces sociales que pueden proporcionar las riquezas. Pero la industria aquí, forma parte del carácter de los habitantes, asi como la indolencia y la pereza se hallan unidas á la ecsistencia de otros países. Observando las cualidades físicas y morales de los americanos, me ocurre el compararlas á las de mis compatriotas, y en medio de mi admiracion ácia ellas, conozco que ni su índole, ni su carácter ni su actitud, son mejores ni más sobresalientes que las de los españoles. Efectivamente, el americano no es mas industrioso que el catalan, ni mas activo que el valenciano, ni mas robusto que el aragones, ni mas sagaz que el vizcaino, ni mas honrado que el gallego. ¿Porqué, pues, si poseemos en nuestras cualidades físicas y morales, y en las circunstancias de nuestra posición, todos los elementos de prosperidad que es dable imaginar, permanecemos no obstante estacionarios, sumidos como en un letargo vergonzoso, sin escitarnos por el cuadro animado de este pueblo, que en lucha abierta contra un clima rígido y una naturaleza salvage, vuela por el campo de las mejoras, llevando en triunfo el estandarte de la civilizacion entre bosques y desiertos, que transforman en ciudades populosas y en campiñas florecientes? ¡Dolorosa consideracion! Porque no hemos tenido sabias instituciones, y porque un mal gobierno ha derramado sobre el rico y fértil suelo de la España su aliento esterminador, mas fatal que las pestes y los terremotos. Pero de nosotros pende el remedio, y parece que entramos en la senda de las reformas, senda que no debemos abandonar, porque no hay otra que conduzca á la felicidad. (La Sagra, 1836: 251-252)

La Sagra insiste en desechar el tópico del americano frío (“cierto aire de frialdad”) e “indiferente”. Se ha señalado anteriormente el esfuerzo de comprensión del viajero al preguntarse si la aparente indolencia del americano no era más bien una “actividad” “tranquila” y eso parece concluir mediante la experiencia:

Veo tanto nuevo que apenas puedo escribir en mi Diario lo mas esencial; y eso que aquí el tiempo es largo, porque se pierde muy poco. Hallo las personas muy bien dispuestas á servirme, y lo hacen con cierta calma en las conferencias, que las constituye como mas sazonadas y productivas. Cuando un sujeto me recibe con inquietud ó que se muestra ocupado, no sé qué decirle ni me atrevo á entablar conversacion alguna, y aun cuando permanezca con él media hora, saco menos fruto que de la conferencia de quince minutos con otro que me recibe con descanso. Casi á todos los Americanos los encuentro en este caso, y no es porque vivan en la ociosidad sino porque son metódicos y ecsactos. Cuando se proponen hablar con un amigo, han arreglado sus cosas de manera que ninguna otra tienen que hacer en aquellos momentos. ¿Y qué diré de su formalidad y ecsactitud en las citas y en las ofertas? Si un americano dice: “le espero á Vmd. ó iré á verle á tal hora; le proporcionaré á Vmd. tal cosa ó le enviaré tal documentos,” puede uno quedar seguro del cumplimiento, como del deber sagrado. Estas cualidades vales ciertamente mas, que elegancia en los modales y otras nimiedades por cuya falta se les censura. (La Sagra, 1836: 89)

Los juicios de La Sagra en torno al carácter del norteamericano muestran explícitamente que los elementos básicos con los que se construye la identidad nacional son ambivalentes y contradictorios, tal y como señala Leerssen (2000). La propuesta de este investigador sobre el estudio de estos rasgos a partir de imagemes, “stereotypical schemata characterized by their inherent temperamental ambivalence and capable of being triggered into different actual manifestations” (Leerssen, 2000: 267), explica cabalmente en este caso la interpretación desde la visión positiva de La Sagra de algunos rasgos del norteamericano. Aquello que desde Europa se entiende como frialdad se debe a la poca importancia que dan los norteamericanos a lo que en Europa entendemos por costumbres relacionadas con las normas de urbanidad distinguidas o con la cortesía —el “refinamiento de los goces sociales” o la “elegancia en los modales” de los textos anteriores. Ello explica el poco respeto que le inspiran las observaciones de Fanny Kemble.

Por otra parte, La Sagra acude a la representación del estereotipo del español extractando las cualidades de los habitantes según sus provincias. Mediante este procedimiento construye el prototipo del mejor español —“industrioso”, “activo”, “sagaz”, “honrado”— para concluir que el mal no está en el carácter de los españoles sino en sus instituciones y sus malos gobiernos. En consecuencia, llama la atención al gobierno liberal, sobre cuyos hombros cae la responsabilidad de conducir la nación española.

En el tramo final de su viaje Ramón de la Sagra se reafirma en su opinión sobre el país que está a punto de abandonar. En sus conclusiones se declara imparcial y objetivo, aunque hay que dudar de esos principios.

Confieso que la nacion americana habia sido un objeto absolutamente ageno de mis estudios, antes de haber emprendido el viage que ahora egecuto, y durante él, no hice caso alguno de las opiniones de los viajeros ni de las que ligeramente emiten muchos europeos avecindados en este suelo. Habiéndome propuesto ver por mí mismo, no he consultado ni consultaré el voto de nadie en esta parte, y si el juicio que he formado de las instituciones de los Estados-Unidos y del carácter de sus moradores, es erróneo ó inecsacto, procederá tan solo de mi manera de observarlos. Al leer, pues, en el libro de mi amigo Mr. Everett, de un Americano instruido é imparcial, un voto de ratificacion á mis observaciones, he tenido una verdadera complacencia, mas completa porque esta confirmacion se refiere, no á las instituciones políticas, de cuya bondad nadie duda, ni sobre los admirables progresos de la industria, cuyo cuadro viviente está á la vista de todos, sino sobre el carácter y la índole, objetos de las críticas insultantes de algunos viajeros, y de la contrariedad de pareceres de cuantos hablan de los Americanos. (La Sagra, 1836: 373-374)

***

El que comienza a leer libros de viaje creyendo ingenuamente que éstos son por completo fruto de la observación y la experiencia del viajero, pronto llega a desilusionarse, pues se da cuenta de que no hay tal. En ellos, incluso en los mejores, hay mucho lugar común, mucho prejuicio heredado, incluso mucho plagio. (Alberich, 2004: 37).

Se ha señalado a lo largo de las páginas de este trabajo la actitud de De la Sagra como viajero curioso, relacionado continuamente con personalidades de la sociedad americana, preocupado por documentarse e incluso hacer acopio de informes, lector de textos de otros viajeros, como Tocqueville y Beaumont, Lorenzo Zavala o “europeos avecindados en este suelo”. La reflexión de Alberich es si cabe en este caso más irrefutable, pues aquí es el viajero el que advierte a lo largo de las páginas de Cinco meses en los Estados-Unidos de su proceder. Otra cosa es que desestime aquellas opiniones desfavorables en torno a los estadounidenses y sus costumbres, y defienda los argumentos esgrimidos por aquellos americanos que tan amablemente le han atendido. Es el caso de Alexander Hill Everett de quien reproduce varios fragmentos de su News Ideas of Population, with Remarks on the Theories of Malthus and Dogwin (1823), haciéndolas suyas sus observaciones:

Mr. Everett, después de haber determinado la influencia que egercen el clima, los males físicos y las instituciones de los Estados-Unidos, en el progreso de la poblacion […] demuestra que en contraposicion las instituciones políticas y los buenos hábitos morales han contrarrestado aquellos: […] “Entre nosotros la felicidad es casta, tranquila, seria. Cada habitante puede procurarse la abundancia, y no hay uno solo que quiera prescindir de ella; pero siempre es el premio del trabajo y de la actividad. Por esto es que la templanza y la industria son las cualidades que caracterizan el habitante de los Estados-Unidos. Se complace en el seno de su familia y en él disfruta de los encantos del reposo, después del trabajo, y de todos los goces de la vida.” (La Sagra, 1836: 376)

Se trata, pues, del cuadro idílico de una sociedad feliz e industriosa, una suerte de paraíso terrenal que encuentra Ramón de la Sagra en el Nuevo Mundo, y cuya impresión determinó una alteración en la trayectoria vital de este viajero. Un retrato en el que los norteamericanos y sus costumbres eran el espejo en que debían mirarse españoles y europeos, a pesar de las sombras que amenazaban a la República.

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1 La investigación necesaria para llevar a cabo este artículo ha sido posible gracias a la ayuda del proyecto FFI2011-24314 “El cuento en la prensa periódica: Museo de las Familias, El Laberinto, El Siglo Pintoresco y El Mundo Pintoresco (1843-1871)”.

2 Sólo bajo el paraguas de la etiqueta de “ilustrado”, defendida por una de las mejores conocedoras de este escritor, Ascensión Cambrón Infante, cabe la polifacética obra de Ramón de La Sagra: “La Sagra suscribe las premisas filosóficas y metodológicas de la Ilustración, aunque es necesario precisar que no fue un creador de ese orden, sino más bien un intérprete que partiendo de ese marco conceptual elaboró una ‘propuesta social’ para resolver los problemas que tenía la sociedad industrial de su tiempo. Por estas razones se lo ha calificado de ‘reformador social’, o ‘protosocialista’” (Cambrón Infante, 1998: 222-223).

3 No me detendré en la compleja trayectoria ideológica, ni en la extensa obra de Ramón de La Sagra (La Coruña, 8 de abril de 1798 – Neuchâtel, 1871), puesto que este trabajo se centra en Cinco meses en los Estados- Unidos (1836). Su formación ideológica se inicia en su juventud en el liberalismo radical, afiliado a la masonería en la década de los treinta del siglo XIX, se convierte en un acérrimo defensor del socialismo utópico a finales de los cuarenta, razón por la cual es expulsado de Francia, y parece sufrir una involución al encontrarlo en 1857 con posiciones muy cercanas al integrismo. Antón Costa-Rico describe brevemente su recorrido ideológico: “un racionalista y un idealista, que en el curso de la vida acentúa un progresismo social del que más tarde dimite, para buscar refugio en posiciones religiosas católicas y conservadoras” (2008: 209).

Puede consultarse la completa biografía de González López (1984) y la de Cores Trasmonte (1998). Manuel Núñez Arenas dedicó un temprano estudio a La Sagra como reformador social (1924) al que deben sumarse los trabajos Cambrón Infante desde el ámbito de la filosofía político-social (1985, 1989 y 1998). González Guitián (1982-1983, 1985) ha analizado a La Sagra como estudioso y reformador de las instituciones penitenciarias; Antón Costa Rico (2008) como promotor de las primeras escuelas infantiles de Madrid entre 1839 y 1842, y estudioso de la educación comparada; y Quirós (1991) en el concreto ámbito de la enseñanza de la agricultura. Finalmente, Isabel García-Montón ha estudiado la figura de Ramón de La Sagra como “observador de la realidad cubana” (1987) y se ha aproximado a Cinco meses en los Estados-Unidos de la América del norte para destacar el interés del autor por las instituciones benéficas (1996) y la imagen de la mujer norteamericana representada en esta obra (1998).

4 En 1837 se publicó una traducción francesa de René Baïssas: Cinq mois aux États-Unis de l’Amérique du Nord, depuis le 29 Avril jusqu’au 23 Setembre 1835. Journal de voyage de Ramón de La Sagra, Bruxelles, Société Typographique Belge, 1837.

5 Se trata de doce tomos con informes, planos, leyes, tablas de población, etc., depositados, según señala, en la Biblioteca Nacional que dan buena cuenta de las visitas realizadas. La “Lista de los documentos reunidos en mi viaje por los Estados-Unidos” organiza la documentación en los siguientes apartados: “Caminos y canales”; “Canales, acueductos, barcos de vapor”; “Manufacturas”, “Cárceles y casas de corrección”; “Colección de informes de la sociedad de Boston para la disciplina de las prisiones, desde 1826 a 1834”; “Hospitales, hospicios de pobres, escuelas de ciegos y de sordomudos”; “Educación”; “Comercio, navegación, rentas, milicias”; “Bancos, pesos y medidas, topografía, cultivos”; “Legislaciones”; “Miscelánea”.

6 De hecho, en las páginas de su “Introducción” señala que en la preparación del manuscrito para llevarlo a la imprenta decidió suprimir algunas observaciones puesto que “no interesarian al público español” (La Sagra, 1836: X).

7 El concepto de democracia en La Sagra parece coincidir con el de Tocqueville: “La Democracia tocquevilliana no se puede identificar con una modalidad de organización del poder político, tampoco describe un tipo de sociedad, sino que es ese germen activo que penetrando en todas las esferas de la vida social, influye y conforma los distintos ámbitos de una nación y las formas de hacer, sentir y pensar de cada uno de sus ciudadanos” (Usategui, 2003: 73).

8 Del mismo modo que Tocqueville señaló la problemática de los negros emancipados en los Estados Unidos, La Sagra aborda también este problema y el del abolicionismo en las páginas de Cinco meses en los Estados- Unidos. No es este lugar para el desarrollo de este asunto, de suma importancia en la época y que precisa un estudio profundo en el caso de La Sagra. Baste con señalar, en primer lugar, que La Sagra se enfrenta al problema del abolicionismo desde una visión imperialista aplicada a la isla de Cuba y augura serios problemas en el futuro, como efectivamente así ocurrirá. En segundo lugar el ilustrado español es partidario de educar primero a la raza negra para ofrecerles después la libertad.

9 “La educacion es l[a] salvaguarda del bello secso en los Estados-Unidos; y para los casos raros de infraccion, ecsisten las leyes severísimas de la opinion pública, que nada dispensa y contra cuyo fallo ninguna mujer seria osara á apelar”, escribe La Sagra (1836: 418).

Miradas cruzadas

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