Читать книгу El burdel de algún dios - Abdiel Batista - Страница 6

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Capítulo I

La verdad no tengo idea porque lo llamaban el burdel de algún dios. Quizás, para que nadie sospechara de esa pequeña habitación dentro de la iglesia. Pero sabía que eso era su nombre, ya que una vez cuando caminaba entre sus pasillos, yo escuché cuando la llamó de esa forma. Días después supe de qué se trataba y de cómo se debía llegar. Se atravesaba por un pequeño pasillo después de cruzar la sacristía; San Francisco de Asís custodiaba la entrada antes de llegar a la puerta. Dicha puerta era vieja como la misma iglesia que cuando se abría tenía ese ruido a viejo que da la madera junto al metal. Una vez la cruzabas, solo había una pequeñita ventana sobre la pared de fondo casi pegada al techo. Si tenías suerte, una paloma negra llegaba a recibirte. Te observaba con sus ojos redondos como canicas y movía su pescuezo, sus alas y de un brinco desaparecía. Dentro de aquella pequeña habitación había una cama de madera. Siempre estaba arreglada de blanco, una sola almohada y una pequeña Cruz clavada en la pared que daba al cabezal. También, existía una mesa de noche con libros, y un gran mueble guardarropa alto y viejo. Sus paredes eran celestes, un color que no se encontraba en ningún otro lado de la iglesia. Tenía también un piso de baldosas blancas con un acabado en marrón, si eras curioso, te lograbas percatar que era un círculo muy bien trabajado que ocupaba todo el centro de la habitación. Jamás de las veces que me enviaron en busca de algo tanto al guardarropa como a la mesa, la encontré sucia o desordenada. Solo una vez sentí un olor ácido que me quemó la nariz de golpe. Hoy cuando les doy esta entrevista, creo que era azufre, pero no de farmacia, sino del mismo infierno.

Año Cero

A Alexis Villarreal.

Quien pulió el arte

de mi lectura.

Bonnie tenía los pies sobre el pequeño mueble de mimbre acomodados en su almohada favorita. La suavidad de aquel almohadón marrón y redondo de tejidos de color crema era una de las pocas cosas materiales que la hacían feliz. Era un recuerdo de su madre que lo había confeccionado en el último verano antes de su muerte. Dicho espacio, constaba también de un sillón de espalda alta color verde que era otra herencia, esta vez de sus abuelos maternos. Siempre supo que aquel pequeño sitio era su lugar preferido desde niña, donde se puede cazar sueños y tristezas, gracias a la ventana con vista a toda la entrada. Ahí también, le encantaba respirar la paz y la soledad, esa tranquilidad que no existía en ningún otro lado de la vieja casa. Con los pies puestos los más verticales que pudiera, le gustaba ver entrar la luz del sol y de cómo cruzaba los cristales. También, imaginaba ver llegar a su madre y su padre cuando se sentía sola y acorralada por su destino. La casa de dos pisos era su herencia única. Su hermana mayor llamada Clara, se había casado muy joven en un matrimonio un poco escandaloso. Su embarazo llegó primero que el compromiso. De algún modo moral fue una gran carga y decepción para su madre que detestaba lo mal organizado. Clara se casó tan rápido como pudo. Y antes que su barriga creciera, se mudó a la ciudad vecina a cuatro horas de la casa. Su madre quedo viviendo con Bonnie que solo tenía dieciséis para ese momento. Ambas se apoyaron muy unidas hasta que la muerte logró separarlas.

Bonnie cuidó a su madre hasta su último día. Un cáncer en el seno acabó con la compañía de madre e hija, y obligó a Bonnie a vivir sola después que cumplió sus veinte años. Bonnie llevaba una relación normal, pero distante con su hermana Clara y ambas se habían acostumbrado a vivir con la excusa del olvido. Solo era necesario escucharse una vez por semana, cada una detrás de su teléfono como si jugaran a las escondidas. Con los años Clara había parido tres veces y la última fue un golpe definitivo. Su tercer embarazo fue de gemelos masculinos. Este suceso natural, ese milagro de la naturaleza dejó a la familia de Clara más pobre que clase pudiente. Su esposo trabajaba en una fábrica de autos poco reconocida ganando un bajo salario y Clara se había quedado tiempo completo con los niños. Tenían una casa sencilla y muy pequeña de pocas habitaciones y una sala amontonada con muebles. Un hogar de poco espacio que en horas pico se convertía en un cuadrilátero de supervivencia. Los gritos de los niños golpeaban con fuerza las paredes dando significado que empezaban a vivir. Un llanto de una madre a escondidas cada semana que buscaba la fórmula perfecta para poder dominar cada situación que se diera. Y aunque, muchas veces o la mayoría era dominada por los niños en pleno crecimiento ya que tenían el arte de cumplir órdenes a medias y de guardar silencio cuando su madre colapsaba en emociones, Clara pensaba y extrañaba a su hermana con sus ojos hinchados y admitiendo en sus adentros lo tanto que la necesitaba. Tomaba el teléfono y la llamaba para buscar el calor de su voz. Clara solo deseaba un aliento para bajar los niveles de estrés y adrenalina con los cuales vivía cada día. Sin embargo, Clara recordaba sus últimos años con su hermana y retrocedía, se llenaba de orgullo y prefería solo saber cómo estaba y entre más rápido conseguía una respuesta, las llamadas terminaban sin objetivo alguno.

Clara y Bonnie solo se llevaban dos años de diferencia. Sus vidas eran un conjunto de mezclas. Lograron tener casi los mismos amigos, los mismos juguetes, los mismos gustos por la comida y la ropa. Eran muy niñas cuando su padre murió de un ataque al corazón. Lo encontraron casi doce horas después tirado en el baño. Ese día su madre las llevó a visitar a sus abuelos maternos y no volvieron hasta la noche. Su padre sufrió en la regadera un ataque cardíaco. Fue Clara quien lo encontró cuando venía orinándose casi todo el viaje. Subió al baño como bestia salvaje. Se detuvo de golpe al notar la puerta que estaba un poco abierta y la ducha sin control mojando todo. Entró despacio, abrió la cortina y ahí estaba desnudo, con la boca abierta y los ojos perdidos con sabor a muerte. Se acercó muy lento, tocó su mejilla fría como hielo y salió del baño. Volvió a paso lento hasta donde estaba su madre que todavía bajaba las maletas. Se encontraba malhumorada porque su esposo, muy atento siempre no atendía su llamado. Clara le dijo al oído lo que había visto. No dejaron que Bonnie viera la escena. Solo lo dejaron verlo para su última despedida dos días después en su entierro, el cual fue multitudinario. Su padre que toda su vida usó grandes gafas había sido un periodista muy reconocido con algunos premios y una vida llena de buenas cosas. Después de la muerte inesperada, ambas niñas se unieron mucho más; se cambiaron a dormir a un solo cuarto y fueron creciendo apoyándose una a la otra. Hasta que llegó la adolescencia y los estereotipos cayeron sobre ambas.

Clara tenía un rostro fino como porcelana. Con cabello negro, cejas delineadas y unos labios delgados muy cautivadores. Mientras Bonnie, crecía con acné que le poblaba la cara. Un cabello ondulado de calor castaño y una gordura en sus caderas por problemas de tiroides. Este fallo de herencia le había hecho crecer su espalada y brazos que la sacaba un poco de aquel contexto femenino perfecto creado por la sociedad. En cada reunión o cualquier acto social donde iban a la gente le gustaba compararlas como si fuera gemelas. Era un fenómeno que las niñas odiaban. Era como si en sus rostros dijera: “compárenos” somos las hijas del periodista Hamerson. Lo difícil era cuando llegaban las opiniones a sus oídos. Muchas veces no eran ni disimuladas, sino abiertas de quien era más bonita y la menos agraciada. Cual era más alta, cual tenía mejor sonrisa. Algo que con el tiempo hacía frustrar a Bonnie e hiciera comenzar a ver a su hermana como enemiga. Esas palabras y las situaciones hicieron que en Bonnie se fabricara una incomodidad silenciosa. Al final fueron tantos los mal entendidos que nació un odio árido hacia su hermana que cambiaría todo.

Fue entonces que la niña menor deseó tantas veces que las cosas fueran diferentes y que un milagro cambiara todo. Cuando Clara salió embaraza con casi dieciocho, Bonnie sintió una felicidad caprichosa y burlesca. La niña mejor vista, bella y hermosa se debía ir de casa con ese chico apuesto que Bonnie siempre miraba con buenos ojos. Era Poe el niño de los dientes perfectos y blancos. Una nariz perfilada y una risa escandalosa. Era el más atractivo en la escuela según las voces de los pasillos. Bonnie no se quedaba atrás para mirarlo como lo hacían todas. El desastre llegó cuando este le habló por primera y única vez. Fue en una clase de química de Bonnie los martes al final de la jornada cuando casi ella estaba terminando y se encontraba lista para salir, entonces lo vio venir desde lejos. El joven Poe era mayor que ella y jamás perdía la esperanza de que los caminos se cruzaran y sucedió. Pero no a favor de Bonnie.

—¿Te llamas Bonnie, cierto? —preguntó Poe estirando sus labios y mostrando sus dientes. La joven sintió como se ahogó su garganta con saliva tratando de darle el sí.

—Sí, soy Bonnie— contestó casi sin respirar.

—Entonces debes ser la hermana de Clara, ¿verdad?

Aquella felicidad se convirtió en una pesadilla al instante. Lo dejó como estatua solitaria donde estaba y se fue de inmediato. Semanas después las hermanas discutieron en casa y Bonnie por fin sacó ese odio y le gritó a Clara:

—¡Te odio hermana y lo haré por siempre!

Bonnie se juró aquel día no saber más de ningún hombre. Odiarlos hasta la muerte siendo Poe y su hermana los culpables de dicho trauma. Así que la odió con más fuerza. Se dedicó a ir buscando nuevas sensaciones y nuevos gustos muy en silencio. Se convirtió en una rebelde en contra del matrimonio clásico y buscó alternativas. Solo necesitaba ser amada ahora por mujeres en vez de hombres. Fue hasta la muerte de su madre que Bonnie se declaró libre. Una nueva lesbiana al mundo con fuerzas radicales de odio. Con un pensamiento tormentoso que le declaraba la guerra a su propia historia familiar.

La tranquilidad de Bonnie sobre el sillón cambió de golpe. Sintió llegar a casa un auto con un sonido particular que ya conocía. Abrió sus ojos porque casi estaba dormida y miró por la ventana. Era su hermana Clara. Bonnie arrugó su rostro y su boca conociendo que algo no estaba bien. Las puertas de aquel viejo Cadillac plateado se cerraron y Clara empezó a caminar hacia la casa. Venía sola sin ningún niño a cuestas, algo que le pareció más extraño a Bonnie después de algunos meses sin verla. Bonnie caminó hasta la puerta de entrada y antes que tocara ella le abrió. Frente a ella estaba Clara y aunque había parido tres veces su cuerpo se mantenía bello. Traía puesto un vestido de flores verdes con base blanca perfectamente ceñido al cuerpo. No tenía una sola mancha en su cara, su piel era fina y brillante igual como de niñas. Se mantenía bella como siempre la había recordado Bonnie. Solo había una gran diferencia. Clara había perdido algo de peso, pero no dejaba de ser la misma bella hermana de siempre. Clara intentó abrazarla al llegar frente a ella. Bonnie se negó dando un paso atrás e invitándola a entrar con un gesto de indiferencia en su rostro.

—La casa está linda, las has mantenido como a mamá le gustaba—le dijo Clara mientras caminaba hacia la sala moviendo su cabeza para lograr ver todo.

—¡Sí! Jeeehhh. Estar sola te da lago más de tiempo—contestó Bonnie. —Solo se debe trabajar y volver a casa. Todo por un gobierno que tiene traumas del pasado y que no tiene ganas de acomodar el futuro. Nos hace a la gente como yo tener más tiempo para hacer cosas diferentes y gozar dicho privilegio que tienen ustedes los normales.

—Es cierto—dijo Clara. —Pero hoy en día todos debemos estar claros después de aquel año cero. Sabes que debemos arreglarlo. Que pudimos desaparecer como especie por no saber controlar nuestros demonios.

—¡Bahh!, no me vengas con ese discurso —refutó Bonnie mientras llegaban a la sala. —No creo que estés aquí para explicarme el año cero. Un viaje de cuatro horas para hablar de algo que todo el mundo sabe —. ¿Eso amerita dejar a tus cuatro hijos solos en casa? —preguntó Bonnie con un sarcasmo de payaso para adultos.

Clara se sentó en los sillones de la pequeña sala. Una lámpara de cristales guindaba en el medio. Algo que antes no existía cuando ella vivía ahí. Dobló su mirada al rincón donde estaba el sillón de Bonnie y sonrió.

—Todavía sigues amando esa parte de la casa, es bueno saberlo.

Ambas miraron hacia esa parte de la casa como estatuas. Hasta que Clara se acomodó un poco e interrumpió el momento:

—Hermana voy a morir muy pronto —dijo rápido y de golpe.

Bonnie sonrió. Sus mejillas temblaron pensando que se estaba burlando de ella.

—¿Qué vas a qué? —preguntó con las cejas altas.

—Tengo una enfermedad terminal dentro de mi cuerpo —dijo Clara.

—Lo triste es que la ciencia todavía para estos días no tiene la cura. Venir aquí para mí no es fácil. Implica hermana olvidar todo los que nos ha pasado. No hay otra salida para poder asegurar el bienestar de mis hijos, pero sobre todo cuidar su futuro. Como sabes de forma directa su única familia de sangre eres tú y su padre. Recuerda que Poe no tiene hermanos. Sus familiares han muerto igual que el de nosotros. Con mi muerte el estado le brindaría un subsidio hasta su mayoría y de adultos una beca a la mitad para sus estudios. Estos beneficios se darán siempre y cuando no tengan tendencias que eliminen a la raza. Esto se estipula en la nueva ley de supervivencia desde que inició el año cero. “Cualquier hombre o mujer con declive por gustos que no sean hacia su género sexual contrario. Vivirán con reglas fijas y vigilados por el gobierno en turno. Esto es solo para prevenir que la raza humana perdure sobre la tierra” creo que las conoces muy bien.

—Clara, ¿crees que no conozco la ley año cero? —. Sé que todos los matrimonios. ¡Sí! Escucha bien. Todos los matrimonios entre seres del mismo sexo fueron eliminados por completo. Que ahora las personas como yo solo tenemos derecho a ver a quienes amamos dos veces por semana. Que debemos cada año declararnos como personas diferentes. Que debemos llevar como si fuéramos delincuentes esta banda eléctrica en los tobillos. ¿Crees que no veo las consecuencias? Qué si no cumplo seré sentenciada a años de prisión en una cárcel de hombres. Pero, eso no es lo peor. Si intento hacer mi vida con una persona de mi propio sexo o marcharme al norte, donde están los rebeldes. Seré tomada como no grata para la humanidad. Una sentencia de muerte estigmatizada por ser diferente, ¿verdad? Por eso los rebeldes son más y los humanos con el respeto a la familia son menos.

—Entonces. ¿Por qué no te has ido a las montañas? —Preguntó Clara en un todo un poco alto y con rostro de disgusto.

—Porque algo me decía que este día iba a llegar. Que vendrías a pedirme disculpas y a necesitar de mí —contestó clara con voz y risa arrogante.

A Clara le brillaron sus ojos. Sus lágrimas salieron tan rápido que recorrieron sus mejillas como tren descarrilado.

—Debo morir en no más de tres meses. Pronto debo caer en cama y el estado necesita lo antes posible los papeles en orden. Debo saber si harás el pacto de ética para cuidar a los niños, dentro de una cultura heterosexual. Que irán a escuelas de personas heterosexuales y que buscarán a la familia como núcleo de supervivencia. Necesitamos que tengan todos los beneficios que les otorgan el estado. Pero debes declararte como persona “autentica”. Necesito que esta vida que llevas cambie para que te quiten el brazalete y puedas hacer una nueva vida.

—Hermana —interrumpió Bonnie levantando sus cejas. —Mis ideales los fabricaste tú desde que éramos niñas. Gracias a ti pude ver que el amor no está en la familia sino en buscar quien te ama con respeto. Es saber cómo eres y no en como la sociedad quiera verte. ¿Por qué crees que hace ocho años las personas solo querían cosas nuevas? Porque la sociedad nos obligó a ver lo anormal como pecado. Que el amor solo se daba entre la atracción de sexo contrario. Que aquellos con gustos diferentes, solo querían acabar con el mundo.

—Se les dio su oportunidad —interrumpió Clara. —Solo que se les olvidó que el mundo necesita reproducirse en su forma natural. No con inventos creados por odio.

—¿Quién te dijo que todos los niños nacían de un amor puro? ¿Quién te dijo que había familias ejemplares? —atacó Bonnie a Clara con preguntas y se levantó del sillón con fuerza.

—No olvides que los heterosexuales llevan en la sangre la infidelidad como su mejor arma. También, como su más grande debilidad. No me puedes venir a decir que la vida antes del año cero era mucho mejor. Para ustedes que para nosotros. Mira cómo vivimos ahora, con un brazalete en mi pierna y con muchas reglas. No puedo ver a mi pareja más de dos veces por semana. Nuestros encuentros maritales son con custodia. No nos podemos acercar a los niños ni a los jóvenes porque no somos un ejemplo de esta nueva sociedad. Nuestros trabajos son limitados, igual que nuestro acceso a cualquiera información. Por eso las montañas están llenas de nosotros. De rebeldes que buscan vivir como lo haría cualquiera de ustedes. Desde que supiste mi inclinación hermana me lanzaste al olvido. Tus hijos me conocen, saben que existo, pero soy una mentira para ellos. No olvides, fue tu persona quien les dijo que su tía era amoral. Ahora, vienes a buscarme para que me encargue de su vida. ¿Sabes porque soy lesbiana?

—No —contestó Clara. —Es algo que jamás me he atrevido a preguntar.

—Porque siempre fuiste mejor vista que yo. Fue el único motivo para salir de tú camino y acabar con las comparaciones. Busqué como ser diferente a ti en su totalidad. Eres madre, eres esposa, eres hija, pero no hermana. Yo decidí ser lesbiana, algo que al principio odié. Tropecé con un destino enorme cuando me declaré en este nuevo mundo. Mi primer golpe fue cuando me di cuenta de ese gran pisotón de la moralidad que te da la sociedad. Esas serían las nuevas reglas así que seguí adelante. Conocí a grandes personas y en ese tiempo he amado a dos. Una que se fue a las montañas y me dejó porque le dije que no era mi hora y la otra. Bueno, ella me ha enseñado hasta el día de hoy a amar la paciencia y a cultivar el destino. Porque esa parte de la vida llamada destino da vueltas como un tornado que nos hace comenzar en cualquier sitio. De donde no se sabe cómo ni dónde empezar, ni mucho menos hacia a donde continuar. Y sin darnos cuenta terminamos en cualquier otro lado con muchas cosas destruidas. Eso sí, dejando una gran enseñanza. Lo siento hermana, no voy a cuidar a tus hijos, porque no mereces que te amé como siempre lo he hecho. Clara se levantó del sillón donde estaba y mirándola con ojos tristes le dijo:

—La ley del nuevo mundo dice muy claro si mis hijos quedan huérfanos de madre, debe existir tutor femenino por regla. Aunque el padre tenga vida. Todo esto para que crezcan en un ambiente de una pareja heterosexual. De lo contrario deben ser entregados al estado para que se encarguen de dicha enseñanza. Aquí no hay nada más que hablar. ¿Sabes que fue lo único malo antes del año cero cuando la sociedad aceptaba a todos por iguales? Ambas guardaron silencio por un instante que pareció una eternidad.

—Que el ser humano desafía a su Dios cuando se vuelve soberbio y totalitario. Algo que sus líderes por creer ser algo diferente o superior a una familia convencional. Cavaron su propia tumba. Lo nuevo se puede aceptar, puede evolucionar, pero ninguna cosa es mejor que otra. Para eso existe el equilibrio. Una característica muy clave y así el año cero no hubiera existido.

Clara caminó hacia la entrada de la casa. Observó todo por última vez y salió por la puerta con lágrimas en los ojos y un llanto mudo. Montó a su auto y se perdió entre las calles.

Bonnie decidió después de aquel encuentro ser rebelde e ir a las montañas. Ahí se reunían miles de radicales en contra de la familia. Se agrupaban para algún día volver a las grandes ciudades. Clara murió como había pronosticado sus doctores y sus cuatro hijos fueron encargados al gobierno. Los cuatro se convirtieron en soldados cuando eran mayores. Porque el estado los preparaba para ello. Eran asignados a misiones en las montañas para calmar a los rebeldes y sus planes. El hijo más pequeño de Clara uno de los gemelos se encontró una vez con una misión un poco diferente. Los rebeldes robaban víveres en una base fuera de la ciudad en vez de hacer los clásicos destrozos en los bosques. Los intercambios de disparos no se hicieron esperar y varios rebeldes cayeron muertos. Cuando los cuerpos fueron levantados el hijo de Clara debía dar parte de lo sucedido por medio de un reporte. Una característica de dicho reporte era identificar los cuerpos. Asegurar cuantos rebeldes caían muertos, hombres o mujeres y sus características. Uno a uno fueron vistos y programados en archivo para ser quemados. Se encontraron a dos mujeres entre ellos. Una de ellas, las más baja le pareció muy familiar sus ojos. La observó por horas sin entender porque le llamaban tanto la atención. Él mismo quemó el cuerpo, sintió tristeza, pero jamás encontró un significado.

El burdel de algún dios

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