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Carta de Eleázaro á la sinagoga de Toledo.
Оглавление«Eleazar, archisinagogo ó presidente de la Synagoga i gente española en Jerusalen, i los ancianos de su consejo, á Leví archisinagogo toledano, y á los ancianos Samuel i Josef, salud en el Dios de Israel.
Sabed, hermanos mios, que predica en esta ciudad de Jerusalen un varon justo llamado Jesus Nazareno: el cual obra muchas maravillas, resucita muertos, sana leprosos, da vista á ciegos, pies á cojos, libre uso de miembros á paralíticos. Es hombre bienhechor de todos, humilde, benigno, misericordioso, grave i hermoso mas que los hijos de los hombres, agradable en las palabras, poderoso en las obras, i en todas sus acciones aventaja á los demás hombres: venéranlo muchos por Mesías. Juan, hijo de Zacarías, varon santo, nos lo manifestó con el dedo diciendo: Este es el Cordero de Dios. Nosotros no habemos querido consentir en su muerte, que le maquinaron Anás i Caifás i los príncipes de los sacerdotes: i así os intimamos que ni vosotros ni los que de las doce tribus habitais en España deis consentimiento á tan sacrílega accion. Acordaos cuando Amán, no solo á nuestros antepasados sino á otros muchos hebreos esparcidos por varias provincias, mandó quitar la vida en el afrentoso suplicio de la horca, i que al fin Dios dispuso de él que fuese colgado en la que tenia preparada para nuestro padre Mardoqueo. Nuestros padres tuvieron cartas de Artaxerxes, i por ellas luego al punto conocieron que en brevisimo tiempo se habian de cumplir las hebdómadas de Daniel en que el justo ó habia sido muerto ó habria de morir. Haced tambien memoria de que nuestros padres fueron avisados de Daniel, cuando estuvo en Babilonia, de donde por su órden i disposicion vinieron á España, i les profetizó la muerte de el Justo, por cuya causa habia de ser desolado el templo de Jerusalen, i que Jeremías i otros profetas sienten mal de los judíos que permanecian en Jerusalen, no queriendo bajar á Ejipto con el mismo Jeremías; pero de los judíos buenos enviados por Dios á España, hablan bien. En fin, os ruego si llegaren con cartas judíos de Jerusalen, que irán brevemente para España, que no los recibais; i si acaso los recibiéreis, sea tan solo á Jacobo hijo del Zebedeo, varon bueno, i discípulo de Cristo crucificado, que (como dicen los discípulos) ya ha resucitado. Recibidlo con agrado, i á los demás discípulos de los Apóstoles. Dios os guarde. En Jerusalen á cinco dias del mes de Nizan.»
Con esta carta apócrifa se alargan muchos escritores hasta referir otras patrañas i sucesos tan estraños, que por no manchar mi historia con la relacion de mas errores, locuras i desvaríos, paso en silencio.
I viniendo á lo que anda mas acreditado en las plumas de doctos varones, digo que los israelitas en tiempos de la dominacion romana en España, tenian poquisimas noticias de las tierras i cosas occidentales; porque como no habitaban en las riberas del mar, ni hacian navegaciones de una parte á otra para vender sus mercaderías, ni se fatigaban en peregrinar por el mundo para ver nuevas regiones, nuevas gentes i nuevas costumbres, tan solo conocian los reinos que lindaban con los suyos, así por la vecindad como por las guerras i cruelisimas discordias que los varios intereses entre unos i otros levantaban.
Cuando tuvieron noticia de los hechos de los romanos i que estos habian hallado en el corazon de España tantas i tan grandes minas de oro i plata, les enviaron mensajeros con el parabien de sus victorias i próspera fortuna, i juntamente para hacer amistades con pueblos tan valerosos. No vinieron á España, sino fueron derechamente á Roma, llevando cartas de favor para todos los reyes de Asia i Europa que tenian tierras en el camino por donde iban á pasar para cumplir su embajada. I aunque en esta ocasion hicieron amistades los judíos con Roma, no hai memoria de que alguno de ellos quedase á vivir en la ciudad dominadora del orbe. Así lo afirman Flavio Josefo i Justino.
Tampoco viajaban en aquella edad á Grecia, nacion que les era tan cercana; pues no hai escritor de ella que haga memoria de los hechos de los hebreos.
Cuando el gran Pompeyo, por las disensiones de Aristóbolo é Hircano, tomó á Jerusalen é hizo tributaria á Judea (63 años antes del nacimiento de Cristo), pasaron algunos israelitas á Roma; i muchos mas fueron llevados luego por Gabinio i Craso: de donde nació haber tantos en aquella ciudad, i de que sirviesen á Pompeyo en las guerras que sustentó contra Julio César.
El Emperador Augusto los favoreció grandemente; pues les dió permiso para vivir en barrio separado de Roma á la otra banda del Tiber, que fué el primer asiento que ellos tuvieron en Europa. Pero, como usasen mal de esta licencia, en tiempos de Tiberio César salieron espulsados de la ciudad, i de ellos levantaron los cónsules cuatro mil soldados para enviar á Cerdeña. I los que por su religion ó por otras causas se negaron á entrar en la milicia, contradiciendo las órdenes rigorosas del emperador, fueron castigados con la muerte.
No hai memoria de que viviesen en aquella edad judíos en las tierras de España. Estrabon, que al hablar de cuanto se habian estendido por el orbe, desciende á referir en particular las provincias en que ya habitaban, nada dice de la española. El rei Agripa tampoco en la carta que escribió al emperador Cayo Caligula, intercediendo por los hebreos; i eso que en ella hace puntualisima mencion de todos los lugares, de donde ellos se habian hecho vecinos.
Cuando se derramaron por todo el mundo, i consiguientemente vinieron á poblar en España, fue en el año 70 de la era cristiana, despues de la destruccion de Jerusalen por el emperador Tito, hijo de Vespasiano: i en ella no levantaron ciudades, ni les dieron nombres, como sin fundamento aseguran algunos. Venian como vencidos para recibir socorro: no para fabricar murallas. En las ciudades donde eran admitidos, vivieron muchos años mezclados con los naturales i demás vecinos; i despues que con su trabajo adquirieron la posesion de riquezas, formaron barrios separados para vivir con mas comodidad i tener mas libremente congregaciones en sus sinagogas. Por lo comun los judíos que pasaron á España perdieron su lengua i se acomodaron facilisimamente á hablar en la de la tierra, i esta es la razon, segun el doctor Bernardo Alderete, porque se nos pegaron tan pocos vocablos de la hebrea, que sin duda fueran mas, si ellos la hubieran conservado con el uso i con trasmitirla á sus descendientes i á los moradores de las ciudades, en donde vivian.
No pasó mucho tiempo sin que la paz de los judíos fuese turbada. Congregados los obispos el año 303 en el Concilio Eliberitano prohibieron la comunicacion i tratos i contratos con ellos en lo posible, por cuanto intentaban con vivisimas i apretadas instancias llevar gente á la lei de Moisés. Además fulminaron anatemas contra todos aquellos que comieran en compañía de israelitas, i contra los que permitieran que estos bendijesen los frutos que de sí arrojaban las tierras de los cristianos.
Algunos creen ver en estos cánones la prueba i grande del escesivo número de judíos que habia entonces en España; pero yo encuentro otra mayor para llevar la opinion contraria, en las leyes de los visogodos, cuya recopilacion vulgarmente es llamada Fuero Juzgo. En ellas se lee la division que de la Peninsula hicieron, tomando dos partes para sí los godos, i dando una á los romanos: nombre con que conocian á los españoles de aquel tiempo. Dice así una de las citadas leyes, vuelta en lengua castellana: «El departimiento que es fecho de las tierras dellos montes entre los godos é los romanos, en ninguna manera debe ser quebrantado; pues que pudiere ser probado. Nin los romanos non deben tomar nin demandar nada de las dos partes de los godos, nin los godos de la tercia parte de los romanos.» Por donde se ve cuan pocos eran los judíos que habitaban en España, cuando en este repartimiento para nada se les nombra: silencio que no se advertiria si hubieran sido muchos en número.
I no traten los de la opinion contraria de desvanecer este argumento con decir que los godos mirarian con sumo desprecio i desden á los hebreos, i que, teniéndolos en poco crédito, ¿cómo habian de repartirles tierras para que con trabajo i constancia solicitasen sus frutos, i con su comercio pudiesen pasar mas cómodamente la vida? porque son razones fáciles de echar por el suelo, como fundadas sobre flacos cimientos.
Las bárbaras gentes del Norte salieron por pura ambicion de sus casas, i por pura valentia se hicieron señores de las ajenas. Todas las fuerzas que intentaban vanamente atajarles el paso, duraban ante ellas lo que un pequeño torbellino de polvo ante un viento recio é impetuoso. Para retener la usurpacion de las tierras i dominios conquistados usaban del buen gobierno: con el cual levantaban á las nubes su poderío, fundándolo en la verdadera obediencia i en el amor de los naturales, no en odios crueles i vanos intereses, que aunque por algunos años conserven en apariencia los imperios acaban en destruirlos, i son como aquella piedra que está en los cimientos de un viejo edificio, i que se va gastando poco á poco. No demuestra su estrago, hasta que ha desmoronado i hecho venir á tierra la fábrica que sustentaba, i eso, cuando ni las manos ni la industria, ni la diligencia bastan á poner estorbos á su ruina.
Por tanto, como los godos no eran arrastrados en sus acciones por la intolerancia católica, sino por el deseo de la buena conservacion de sus conquistas, no habrian dejado caer en olvido á los hebreos á la hora de hacer el repartimiento de España, si estos hubieran vivido en gran número por las ciudades.
Es cierto que los reinados de los godos fueron llenos de fraternos odios, i todo género de insultos i calamidades. Ellos como gente bárbara i rústica estaban dominados por la fuerza de las pasiones, i especialmente por la ambicion, de suerte que con furiosa presteza ejecutaban cuantas maldades les sugerian sus entendimientos desbocados. Desposeian los vasallos á los reyes quitándoles los tronos i las vidas con la violencia del veneno ó de la espada, i no solo vasallos, sino los hermanos á los hermanos, i aun los padres á los hijos. ¡Tanto puede la ambicion de reinar, i mucho mas estando esta junta al endurecimiento de los corazones, á la ferocidad de los ánimos i á la ignorancia de las virtudes! Pero en esta edad en que tanto se habian remontado los delitos, i hasta aquellos que mas ofendian a la naturaleza, eran pocos los daños que recibian los españoles. Como subyugados i sin fuerzas para sacudir de sus hombros el yugo que los oprimia, i al propio tiempo mantenidos en buen gobierno, nunca tomaban partido en los bandos que se levantaban para arrebatar el trono á la persona que en anteriores tumultos habia recibido del ejército i la plebe la dignidad real. Entre godos eran solo estas discordias i semejantes á las de dos fieras que despues de darse favor para conseguir una presa, i despues de conseguirla riñen furiosamente con propósito cada cual de hacerla suya.
Desde que Ataulfo entró con poderosa hueste á sangre i fuego en la península hispánica reduciéndola prestamente i casi sin contradiccion á su obediencia (lo cual, segun congeturas mas ó menos verosimiles, acaeció en el año de 415, hasta que Recaredo I.º comenzó á reinar en el de 586, abrazando la religion católica i detestando el arrianismo) vivieron los judíos en paz i en incesante comercio con godos i españoles. Ni eran despreciados, ni oprimidos.
Recaredo, despues de abjurar las doctrinas de Arrio i atraer gran número de los de su parcialidad al catolicismo, fué quien abrió la puerta á las persecuciones contra el pueblo hebreo. En el Concilio celebrado en Toledo el año de 589 se determinó que los judíos no ejerciesen públicos oficios: que no tuviesen mancebas cristianas, ni siervos cristianos: i que los hijos de estos, engendrados en cautividad, fuesen dados por libres, i llevados á la religion católica con el agua del bautismo.
Mucho alaba S. Gregorio al rey Recaredo por no haberse dejado cegar de la codicia, cuando los judíos le ofrecieron una gran suma de dineros, con tal que derogase estas leyes: las cuales, segun dicen, fueron ordenadas con propósito de impedir que ellos sedujesen á la lei de Moisés á los hombres i mujeres que tenian en sus casas por esclavos.
Yo no pongo duda en que entonces tratarian de ganar los ánimos de muchas personas para hacerlas entrar en su religion, daño que quisieron estorbar los padres del Concilio; pero tampoco la pongo en que tales providencias fueron contrarias á atajar el vuelo que iba tomando en España el judaismo. Ya en este tiempo eran los hebreos muchos en número y poderosos por sus riquezas, i así el verse oprimidos i ultrajados dió ocasion para que empezasen á turbar con inquietudes i desobediencias el reino. Cerrar quiso la puerta á tantos males el rei Sisebuto, varon á quien nos pintan grande en el ánimo, esforzado en la guerra, justiciero en la paz, compasivo siempre, i sobre todo gran celador de la religion cristiana, por lo cual, como tambien su mucha piedad no le permitiese tener vasallos no católicos, mandó desterrar de España á todos los judíos que no quisieron recibir el agua del bautismo. Huyeron muchos á Francia por no apartarse de su lei; pero los que, por conservar sus haciendas i domicilios, se quedaron, que fueron unos treinta mil, viéndose compelidos con tormentos i otros rigorosisimos castigos, i á mas, amenazados con la muerte, se bautizaron, quedando judíos en el corazon, aunque cristianos en el nombre, como despues lo dijeron los sucesos. Muchas i mui graves i justisimas censuras han caido sobre este rei, por tan atroces é inhumanos hechos. San Isidoro, varon nada devoto á las costumbres de los israelitas, disculpa el celo del rei, llamándolo bueno i encaminado á la razón i á la justicia; pero reprueba los medios de que se sirvió; pues dice que deberia haber entrado en los entendimientos de los judíos la verdad de la fe cristiana, no por la fuerza, el miedo i el poderio, sino por los halagos i por la enseñanza.
La causa de haber perseguido tan obstinada i cruelmente á los hebreos el rei Sisebuto, segun aseguran buenos autores, fue una carta de Heraclio: emperador que habiéndose dado á la astrologia judiciaria i á querer por medio de artes supersticiosas entender todo lo por venir, llegó á hacerse gran agorero i amigo de pronósticos; i sabiendo por uno de estos que habia de ser destronado i violentamente muerto por gentes circuncidadas, imaginó estorbar su destronamiento i muerte con traer de fuerza ó de grado á la religion cristiana á todos los judíos que vivian en sus tierras; i no solo á estos sino á los demás que vivian derramados por el orbe; empresa para la cual incitó á todos los reyes sus amigos ó aliados.
No hai cosa que se oponga á creer que esta fue la ocasion de las persecuciones de los judíos por Sisebuto en España, i luego por Dagoberto, rei de Francia en sus tierras i señoríos; pero antes de los tiempos del emperador Heraclio, i de sus agüeros i pronósticos, ya habia comenzado Recaredo á oprimir i vejar estas gentes; por donde juzgo que mas que por ajenas persuasiones, se rigió aquel monarca godo por una razon de estado para embarazar los males que ocasionaban al cristianismo la demasiada libertad con que vivian en sus reinos los hebreos.
No pasó mucho tiempo sin que conociera Sisebuto el poco provecho que habian conseguido sus disposiciones. Vió que se aumentaban los daños que padecian sus dominios por constreñir a los judíos á cristianarse; i como bárbaro é ignorante, en vez de atribuirlos á error suyo en elegir los medios para atajarlos, determinó otras providencias si no iguales en crueldad, aun mas crueles que las anteriores. Esto por una parte: por otra, que las quejas de los judíos llegarian á sus oidos, como llegan las de todos los vasallos á los reyes. Por mui grandes que sean, debilitadas. I así resolvió con acuerdo de los obispos i magnates en las Córtes i Concilio de Toledo el año 633, que se obligase á los que habian recibido el agua del bautismo á observar la religion cristiana: que no pudiesen educar á sus hijos menores, sino que estos fuesen confiados á cristianos viejos; i últimamente que les estaba desde aquel momento vedado el tratar con todos los que aun no hubiesen venido á la fe, bajo la pena de esclavitud perpétua. Además conminaron los padres del Concilio con escomunion á cuantos fuesen en contrario; puesto que los judios ganaban los ánimos en su favor, no solo de los poderosos, sino de algunos obispos i sacerdotes, así por medio de las relaciones de amistad que su industria i comercio les facilitaban, como por sus riquezas: llaves con que en los tiempos mas calamitosos solian cerrar las puertas de sus desdichas. Satisfecho no quedó Sisebuto con tantas i tan estrechas órdenes; i así con el fin de oprimir mas á los hebreos conversos, dispuso por las leyes 12, 13 i 14 del Fuero Juzgo, título IV, que no comprasen siervos cristianos, i que no obligasen á los que tenian á circuncidarse i judaizar; i á mas les imponia la obligacion de manumitirlos conforme al Derecho Romano.
Estraño parecerá sin duda á los ojos de algunos que despues de tantas persecuciones porfiasen aun los judíos no solamente en su lei, sino en comunicarla á otros, con el propósito de hacerla vulgar en España. Pero por lo dicho se vendrá en conocimiento de que estos hombres habian llegado á un punto de estremada opresion, i á la mas baja i miserable suerte, i que se veian precisados á mitigarla ó darle fin, só pena de quedar en ella, i aun en peor todo lo restante de su vida. Malográronse en flor sus esperanzas; porque las leyes rigorosas contra los hebreos se renovaron i aumentaron en las Córtes i Concilios de Toledo el año de 638 uno de los del reinado de Chintila.
El rei Flavio Recesvinto tambien quiso poner la mano en el remedio de los males que por los judíos ocultos con las apariencias de cristianos continuamente i á la sorda, se recibian en las tierras de sus dominios; pero en esta empresa no quiso caminar por nueva senda, sino seguir las pisadas de sus predecesores. En el Concilio celebrado en Toledo el año de 655 pidió á los prelados que con gran diligencia proveyesen la forma de cerrar el paso á los israelitas en los desmanes que á pesar de tantas leyes i castigos diariamente cometian. Ellos en esto, conociendo lo mal vistos que eran por el rei, i temerosos como gente esperimentada, que nada favorable podian esperar de sus contrarios, dirigieron cartas á Recesvinto (las cuales se leen en el Fuero Juzgo), donde declararon haber con obstinacion perseverado en judaizar; pero que ahora se volvian verdaderamente cristianos, i que no guardarian ningunas ceremonias de su lei, para mostrar con claridad lo apartado que estaban ya de sus errores.
Esta franca declaracion solo sirvió de embarazar que se hiciesen en los judíos mas castigos i crueldades, i así toda la saña del Concilio contra ellos se redujo á la renovacion de las antiguas leyes, i encomendar á los jueces que con el mayor cuidado les diesen cumplimiento. Pero todo fué en vano. Ellos persistieron en su lei, i en trasmitirla á otros, i los reyes i los obispos i los magnates en no separarse del errado i trabajoso camino que habian tomado para alcanzar el desarraigamiento del judaismo en España.
En los Concilios i Córtes celebrados en Toledo por los años de 656 i 681 volvieron á renovar las leyes i aumentarlas con otras. El rei Ejica en el celebrado tambien en Toledo por el año de 693 pidió á los prelados que dispusiesen los médios de tener bien ataviados los templos i bien reparadas, ornadas i servidas las iglesias pequeñas; pues con grave dolor de su mucha piedad habia llegado á sus oidos cuánta i cuán grande mofa hacian de ellas los judíos diciendo: quitáronnos buenas sinagogas, i tienen tales templos! Tambien pidió que se les vedase ir á negociar al catablo: voz, segun Ambrosio de Morales, de orígen griego, i que por cierto rodeo quiere significar el puerto en el idioma castellano. Dicen que esta providencia fué dirigida á meter en codicia á los cristianos de dedicarse al comercio i contratacion en las ciudades marítimas de Levante: donde surgian naves cargadas de toda suerte de mercaderías venidas de los reinos estraños: las cuales eran compradas primeramente por los hebreos, los únicos ó los mas que traficaban entonces en España; puesto que la mayor parte de los godos, i muchisimos españoles, ya unidos á ellos por los vínculos de parentesco i amistad, solo se ocupaban en envolver el reino en guerras civiles, i en elegir i en destronar reyes.
Las medicinas que se aplicaban á los males mas parecian estragos i destrucciones, que remedios. Veíanse los judíos tenidos en las leyes por libres; pero tratados por los hombres con la misma dureza que si fueran esclavos; i no solo como esclavos, sino peor que los mas dañinos i feroces animales. Los hijos que nacian de sus siervos les eran quitados desde el punto de nacer, cuando los cristianos conservaban los de los suyos en la propia esclavitud que tenian sus padres. Pretender los cargos públicos les era vedado: las alas para comerciar libremente les fueron cortadas: los llevaron por fuerza á una religion, no conforme á la que aprendieron en su niñez: prohibiéronles la abstinencia de manjares, no permitidos por sus leyes hasta entonces, i ya repugnados por la falta de costumbre. Sus hijos, cuando llegaban á la edad de siete años, perdian, ya que no el amor, los regalos i caricias maternas; pues les eran arrebatados para que recibiesen educacion en la ley de Cristo; pero no de personas ligadas á ellos por los vínculos de la sangre ó de la amistad. ¿Qué habian de enseñarles sino desprecio i aborrecimiento á aquellos que les dieron la vida? Sus quejas no eran escuchadas, ¿qué digo escuchadas? ni aun permitidas. Para desagraviarlos en los ultrajes que de toda suerte de gentes recibian, se levantaban montes de dificultades, i para castigarlos en las faltas mas pequeñas, se presentaban á los jueces precipicios i derrumbaderos en donde arrojarlos con mayor facilidad. Vivian sin tener confianza en las leyes presentes, i temerosos siempre de las futuras; porque todas se ordenaban con el propósito de hacerles mas bajo i miserable su estado. Hablar con una persona, no reputada por verdadero cristiano, les traia la pérdida de su libertad i una perpétua esclavitud. Sus mujeres, sus hijos i sus haciendas todos estaban sujetos á la codicia i al odio de sus perseguidores. Las leyes favorables á ellos se daban para juzgarlos al olvido, i las adversas se interpretaban en el sentido que les eran mas perjudiciales. A cualquier punto donde volvian los ojos no encontraban mas que enemigos. Los facinerosos los robaban sin temor i vergüenza i con entera libertad; porque ¿quién habia de prestarles socorro en sus peligros, cuando los magistrados les negaban en sus causas la justicia? Y así vivian, sin tener facultades para gobernar en lo licito sus haciendas, sus casas, sus hijos i sus mujeres. Ellas temiendo constantemente por la libertad i por la vida de sus maridos, i ambos pasando sin sus hijos en la mayor amargura los dias de la juventud, i esperando sin el calor i abrigo de ellos otras mayores amarguras para los dias de la vejez: menospreciadas las leyes, recibiendo diariamente insultos i agravios, sin haber quien los castigase, i sin poder vengarlos con sus propias manos: perseguidos así por los reyes, por los obispos i por los magnates, como por los plebeyos: esperimentando los mismos rigores i aun mas que los esclavos: padeciendo todo el peso de una adversa fortuna i sin esperar los beneficios de una próspera: no hallando oidos para sus quejas, favor para sus riesgos, alivio para sus males, consuelo para sus aflicciones, piedad para sus infelicidades, i reparo i enmienda para sus daños; i por último viéndose en todo tiempo i lugar i por todo linaje de gentes, tratados con opresion, con desprecio, con odio i hasta con vilipendio.
Para sacudir del cuello el intolerable yugo que los oprimia, urdieron los judíos una conspiracion con propósito de dar muerte al rei Ejica i á todos los magnates i prelados que no les eran afectos, i de alzarse con el señorío de las tierras españolas: empresa que iban á poner en ejecucion con ayuda de sus hermanos los que estaban avecindados en las ciudades africanas. Sin embargo de las precauciones que ellos tomarian para que su secreto no fuese público hasta la hora conveniente, llegaron á oidos del rei las tramas que tan en su daño maquinaban; i así en el 17.º Concilio i último de los celebrados en Toledo, dió la nueva de caso tan grave i de tanta importancia á los prelados i caballeros del reino que estaban juntos en Córtes, declarando todo lo que por manifiestos indicios i por la confesion de algunos conjurados habia descubierto, que era reducido á haberse carteado los judíos españoles con los de Africa con el fin de concertar el modo de levantarse contra los cristianos i destruirlos. No se embarazaron mucho los ánimos de estos al escuchar tales maquinaciones: antes bien resolvieron que los judíos complicados en tamaña traicion fuesen castigados con la pena de esclavitud perpétua para ellos, para sus mujeres i para sus hijos, con la pérdida de sus bienes i con ser esparcidos por todo el reino, poniendo de esta suerte entre unos i otros tierra por medio, i dejándolos en tan bajo i miserable estado que nada pudiesen ejecutar en ofensa del rei, ni de los cristianos.
Grandes fueron las violencias i crueldades que se cometieron en daño de los judíos por los que tenian obligacion de desempeñar tan rigorosas órdenes. Estos obraban á su entero albedrío en dar por cómplices en la traicion á cuantos querian: estos confiscaban los bienes sin tener los oidos abiertos á los descargos que pudieran traer en su defensa los acusados; i estos en fin encaminaban todos sus pasos, llevando por guia, cuando no el odio á los hebreos, la codicia de apoderarse de sus bienes.
Creen algunos que estas persecuciones contra los judíos se mitigaron en el reinado de Witiza: monarca á quien nos pintan los escritores de su tiempo como un dechado de virtudes, i los de siglos mas cercanos al nuestro como un monstruo de todo linaje de maldades. No es mi propósito alabar ni deprimir la memoria de este rei. Sobrados vituperios de ella se leen en nuestros historiadores, i escelente defensa de sus hechos en una obrita del célebre escritor, Gloria de España, don Gregorio Mayans i Ciscar, que corre en manos de los hombres doctos, llevando por título estas palabras El Rey Witiza defendido.
El arzobispo don Rodrigo en su historia latina de las cosas de España dice que este monarca:—«Habiendo violado los privilegios de las Iglesias, restituyó á los judíos i los honró mas que á las Iglesias con privilegios de mayor inmunidad.» Lo mismo afirma Ambrosio de Morales i con él Juan de Mariana i otros no menos graves autores de los que han tratado de historias españolas. Ningun escritor godo habla cosa alguna de esta proteccion á los judios dada por el rei Witiza. Isidoro, obispo de Badajoz, llamado por esta causa el Pacense, loando las virtudes i los hechos notables de semejante monarca, dice que despues de la muerte de su padre Ejica, no bien comenzó á regir á los habitadores de España, sin sujecion á persona alguna, hizo público un olvido general de los delitos de que habian sido acusados en el anterior reinado varios magnates, i tras de restituirles sus bienes injustamente confiscados, les concedió permiso, no solo para volver á la Península, sino tambien para residir en su córte, i hasta en palacio cerca de su persona.
Quien primero difundió la noticia de que el rei Witiza ordenó la vuelta á España de los judíos ausentes i perseguidos, i que les dió varios i grandes privilegios i exenciones, fué don Lucas obispo de Tuy, por medio del cronicon que compuso en el año de 1235, i esto hizo, no siguiendo el parecer de ningun autor godo, sino llevando sin duda por norte en su camino consejas de la plebe ó falsas relaciones de escritores arábigos, y dando ocasion al arzobispo don Rodrigo i á don Alonso el Sabio para que fundados en su autoridad estampasen semejante patraña en las narraciones de los sucesos habidos en la Península, hasta los tiempos en que vivieron.
Cosa fuera de duda es que los judíos españoles durante el largo reinado de Witiza fueron mantenidos en el mas intolerable cautiverio, i que no adelantaron el menor paso en el propósito de terminar la rigorosisima opresion i la vileza en que habian sido puestos por otros monarcas. Pero no pasó mucho tiempo sin que se levantasen sus esperanzas del centro de la tierra en donde estuvieron por espacio de tantos años escondidas. El rei Rodrigo con haber ocupado el trono en daño de los hijos de Witiza, sin ser electo por el pueblo i recibiendo solamente de las manos del Senado la investidura regia contra toda razon, lei i derecho, dió ocasion de que el reino se dividiese en bandos i que los judíos viesen en ellos cerca el momento de romper las puertas por donde habian de salir de la amarga cautividad en que vivian.
Tales parcialidades fueron unas chispas que bastaron á encender el ánimo de ellos, i á alentarlos de tal suerte á la libertad i á la venganza, que comenzaron á trazar el modo de abrasar i destruir á sus opresores. De la misma suerte que un rio, á quien ponen compuertas para que no anegue los campos, i él volviendo con mayor impetu que primero, las rompe i se arroja mas violentamente sobre ellos, causando mas estragos i destrucciones, así los oprimidos hebreos habiendo malogrado por tantas i tan repetidas veces la accion de quebrantar sus cadenas, hallaron por fin el modo de vengarse de sus enemigos, demostrando claramente á los reyes i á los que tienen á su cargo la gobernacion de grandes estados, que hai males que necesitan por lo comun blandos remedios, i que muchas veces la violencia de la cura i las inhumanas operaciones, no hacen mas que solaparlos repentinamente i por mayor ó menor espacio de tiempo, sin que sirvan de estorbos para que vuelvan á fatigar el cuerpo con mas furia, i ocasionen en él mas agudos, mas graves i mas peligrosos dolores, i aun la muerte.
Cuando los gobernantes imaginan que para conseguir sus designios todo es lícito, aunque sea contra todo órden, toda lei i toda costumbre, i llevan sus decretos puestos en la punta de la espada, los pueblos, dejándose vencer de la necesidad, se rinden á la violencia de las armas, guardando siempre en sus corazones el deseo de sacudir el yugo i el de vengar su cautiverio. Este fuego aunque esté encubierto no necesita para levantarse mas que un soplo del aire, i así los pueblos en sus motínes ó rebeliones, i mas cuando han sido sin causa oprimidos, siguen los peores ejemplos, i se valen tambien de los peores, de los mas atrevidos, de los mas sangrientos i de los mas feroces medios.
Yo no digo que los judíos que conspiraron contra la vida de reyes, i contra el estado de quien eran vasallos, fuesen dejados sin castigo; pero hai ocasiones en que la sobra de rigor se convierte en falta de cordura. Nunca se conocen los buenos i diestros pilotos en la bonanza, sino cuando el bajel es arrebatado por las furiosas olas, viéndose en un punto empujado hasta las nubes, i derribado á los abismos del mar, i á riesgo de ser hecho pedazos contra las rocas. Sentencia es de grandes políticos que aquel de quien todos temen está obligado para la conservacion de su vida i de su imperio á temer de todos.
Hasta ahora la mayor parte de los historiadores, al tratar de la pérdida de España la han atribuido á unos deshonestos amores del rei Rodrigo con la hija del conde don Julian, vengados por este, incitando á los árabes á la conquista de la Península, i dándoles todo el favor que pudo, asi con sus parientes i allegados como con sus amigos i los de su parcialidad. Otros la atribuyen á la cólera divina, ofendida por haber quebrantado Rodrigo las puertas de una cueva encantada que estaba cerca de Toledo en una de las bandas del caudaloso Tajo. Pero uno i otro suceso no son mas que novelerias; pues no tienen otro fundamento que las hablillas i consejas del vulgo, i los cantarcillos populares i romances, inventados por moros i cristianos con el fin de entretener la ociosidad.
Lo indudable es que los hijos de Witiza, i otros nobles ofendidos de la usurpacion del trono godo hecha por Rodrigo, de la crueldad de su gobierno i de su mal vivir, pasaron á Africa, con propósito de solicitar vivamente de Muza la entrada de tropas árabes en España. Dió oidos á sus razones este atrevidisimo i famoso guerrero; mas antes de empeñar su palabra i su gente en esta empresa, comenzó á hacer secretas averiguaciones por medio de los judíos que estaban avecindados en Africa, i que continuamente se carteaban con los españoles. Estos respondieron que España estaba sin fuerzas i vigor, dividido el reino en parcialidades, desmantelados los castillos, ofendidos muchos nobles por el tiránico yugo del monarca, este dado á los vicios, los plebeyos oprimidos de la miseria, los tesoros exhaustos por haber sustentado tantas i tan largas guerras civiles, el mar sin bajeles, la tierra sin tropas, i falta en fin de los dos nervios principales que mantienen todo el cuerpo de los estados: la agricultura i el comercio. Ofrecieron tambien los judíos ayudar en cuanto pudiesen á la toma de España, siempre que les fuese permitido, despues de la victoria, vivir ellos, sus mujeres i sus hijos en la lei de Moisés, i que no los turbasen ni afligiesen con castigos i otros rigores.
Esta respuesta encendió el ánimo de Muza, i lo alentó á conseguir presa tan fácil; i así, habida licencia del Califa, ordenó que el caudillo Taric con escogida caballería desembarcase en las opuestas costas andaluces, para reconocer la tierra. Con quinientos caballeros árabes i en cuatro barcos grandes pasó el estrecho de Hércules, i aportó felizmente á las marinas españolas. Corriéronlas los muslimes, tomando algunos ganados i gentes, sin que nadie les saliese al encuentro. Con esta presa i buen suceso tornó Taric con sus caballeros á Tánjer, en donde fué bien recibido. Levantó entonces Muza un poderoso ejército i lo puso á las órdenes del mismo caudillo. Pasaron estas tropas el estrecho i saltaron en la tierra donde hoi está Algeciras. Intentaron los españoles cerrarles i defenderles vanamente el paso, pues tras de ligeras escaramuzas, pusiéronse en huida. Taric mandó quemar sus naves para quitar á su ejército la seguridad de salvarse de la muerte, si con algun revés lo castigaba la fortuna: accion que fué imitada nueve siglos despues, en la conquista de los reinos de Nueva España, por el famoso capitan Hernan Cortés, i que tan alabada ha sido por los historiadores de aquella empresa.
El caudillo español que habia hecho rostro á los árabes llamábase Tadmir: el cual escribió al rei diciéndole la llegada de aquellas gentes de la parte de Africa, lo que trabajó cuando se vió acometido de improviso por ellas, para defenderles la entrada: que tuvo que ceder á la muchedumbre: que acampaban en la tierra i que comenzaban á hacer correrías: que enviase en socorro suyo toda la gente que pudiese allegar: i por último que la necesidad i el aprieto eran tales, que si el mismo rei no entraba en campaña con todas las fuerzas de su reino seria inevitable su pérdida.
Alborotóse Rodrigo con la nueva, i juntando á los de su consejo i á los principales caballeros que residian en su córte i cerca de su persona, les habló en estos términos:—«Gentes feroces, venidas de Africa, han entrado en nuestras tierras, talando los campos, tomando los ganados i cautivando las personas. Los que les han hecho rostro han sido disipados con la misma presteza que el águila suele desbaratar una bandada de palomas. Aprestad las armas i los caballos, empuñad los áceros, volemos al campo de los árabes, atrepellemos sus escuadrones i hagamos en ellos horrible i espantosa matanza. I si la fortuna mira con agradable i risueño semblante á los enemigos i nos arrebata los laureles de la victoria, morirémos matando. Vosotros sois los descendientes de aquellos godos terror de Roma: vosotros sois los descendientes de aquellos godos espanto i admiracion del orbe: vosotros en fin sois la flor i la gloria de España. Corred, corred: no permitais con la tardanza que su Dios les dé ayuda: el nuestro nos puso las armas en los brazos i la constancia en los corazones. Libres somos i libres serémos, aunque nos amenacen los árabes con cadenas, porque nuestro esfuerzo va á arrancarlas de sus manos para luego oprimir con ellas sus indómitas cervices. Pero, si estorba nuestros intentos la fortuna, antes que esclavos de los árabes, mírenos muertos el mundo, i antes que muertos ó vencidos, démosle otras muestras del valor que heredamos, del aliento que tenemos i del poder con que nos resistimos.»
Levantó Rodrigo un ejército de noventa mil hombres i con ellos llegó á los campos de Xerez. Toda la nobleza de su reino se habia apercibido para hallarse en esta jornada. Unos iban armados de lorigas i de perpuntes: otros solamente de lanzas, escudos i espadas: otros con arcos, saetas i hondas: otros con hachas, mazas i guadañas cortantes. Los caudillos árabes juntaron la caballería que andaba desmandada i corriendo la tierra. Ordenados los escuadrones, les dirigió Taric una plática semejante á esta:—«¡Oh muslimes! ¿veis ese poderoso ejército bajo cuyos pies tiembla la tierra, i que hace resonar los aires con el crujido de las armas, con el estruendo de las trompas i atambores, i con los alaridos con que se anima á la pelea? ¿Veis cuan mayor es en número al de nosotros? Pues bien, volved los ojos á la otra parte, ¿qué mirais? un mar que nos negará campo abierto á la huida, si con un infeliz revés nos maltratare la fortuna. En esta parte no esperemos amparo ni abrigo sino la muerte; i si solo fuere la muerte, acostumbrados estais á esperarla con pié firme i con sereno rostro; pero con ella nos espera la infamia. Volved los ojos á la otra parte. Si moris á manos de ese ejército, será con honor i con gloria. Si lo desbaratais, esas tierras i cuantas riquezas halleis en ellas serán de vosotros. Dios i nuestro arrojo pueden salvarnos solamente. En uno i otro tengo mi confianza. Acordaos de las pasadas victorias con que honrásteis á nuestra patria i á vuestro nombre. No con torpe é inconsiderado miedo desvanezcais lo que tanta fatiga ha costado, i no deis ocasion á que duden los enemigos si fuimos nosotros aquellos muslimes, famosos en la tierra por su singular esfuerzo i constancia en las batallas, i á quienes tanta valerosa nacion ha inclinado la cerviz para sufrir las cadenas que les pongamos.»
Acometiéronse los dos ejércitos con enemigo furor, no bien apareció en el Oriente la mañana, i durante todo aquel dia, mantúvose dudosa la victoria. La noche con sus sombras separó á los contrarios, é hizo suspender el encarnizado enojo i matanza. Salido el sol, acompañado de rayos, embistiéronse nuevamente; pero con la misma fortuna: ni favorable ni adversa para ambos ejércitos. Al tercero dia de la espantosa refriega, viendo Taric que en los muslimes iba cayendo el valor, alzándose en los estribos i dando á su caballo aliento, soltó la voz á estas razones: «Esforzados muslimes, siempre vencedores, nunca vencidos; ¿qué ciego furor os guia á dejar el campo i la victoria, por el godo enemigo? ¿Dónde está vuestro arrojo? ¿dónde vuestras pasadas glorias? ¿dónde la constancia? Seguidme pues. En poder de ese ejército está nuestra honra. Saquémosla de sus manos i mueran cuantos lo componen á las nuestras. No es razon que haya quien diga al mundo, que pudo mas en vuestros corazones el torpe miedo que la memoria de las heróicas hazañas que consiguieron vuestros abuelos, i de las que nos han hecho tan famosos i tan temidos, tan respetados i tan potentes.» I dando riendas á su feroz caballo, se entró en el ejército godo, atropellando é hiriendo á cuantos intentaban vanamente cerrarle el paso.
Embistieron con igual ánimo los muslimes á los que casi tenian por suya la victoria. Peleaban unos con otros, pie con pie, i con no vista furia: herian i mataban con sus picas i espadas. Los de á caballo, como era llano el campo, alanceaban á su placer, entrando i saliendo á media rienda por los escuadrones enemigos; i aunque ellos i sus caballos andaban heridos, no por eso dejaban de batallar como valientes guerreros. Mientras mas recia estaba la refriega, doblado esfuerzo mostraban los de á pie, que aunque heridos i con mas heridas de refresco, no curaban de apretárselas por no pararse á ello; pues el coraje de los enemigos no daba lugar mas que para matar ó morir. En esto Taric llegó al carro bélico, en que iba Rodrigo, lo acometió desaforadamente, i pasó de una lanzada el pecho del rei. Cayó muerto el mal aventurado Rodrigo, i Taric tomó su cabeza para enviarla á Muza i darle con ella una muestra de la próspera fortuna de sus armas. Con la muerte del rei, i de muchos i mui principales caballeros godos, los que quedaron con vida, empezaron á aflojar la batalla i á irse retrayendo. Siguiéronles el alcance los muslimes de á caballo; pues con la ganada victoria, ni las heridas les dolian, ni la hambre ni la sed los fatigaban, i parecia que no habian tenido ni pasado males ni trabajos.
Conocióse el valor i resolucion que hubo en el campo godo en que casi todos cubrian con sus cuerpos el lugar que defendieron en vida, i en que los moribundos mostraban el aspecto de ferocidad que solian tener. No alcanzaron los árabes esta victoria, sin pérdida de sangre; porque los mas esforzados ó perecieron en la batalla, ó sacaron de ella cruelisimas heridas. Mezclóse diversamente por todo el campo, el llanto con la alegría, el contento con la tristeza. Sonaban los aires con el estruendo de las trompas i de los atambores que celebraban el buen suceso de las armas de Taric, i resonaban las quejas de los heridos i moribundos. Los que fueron á despojar los cadáveres i á apresar los bastimentos, municiones i demás botin, hallaban junto al cuerpo del enemigo, el del deudo, el del hermano, el del padre, i en fin el de la persona á quien mas amaban ó á quien mas aborrecian. Esta espantosa refriega acaeció en el año de 711.
Los caballeros godos que habian podido escapar de la batalla con vida se retrajeron á las principales ciudades, i comenzaron á ponerlas en la defensa que permitia la furiosa presteza de los enemigos en derramar sus aguerridas huestes por España. Pequeño era el ejército de estos comparado con lo árduo de la empresa; pero despues de tan importante vencimiento, nada bastaba á embarazar el vuelo que iban tomando sus conquistas. Delante de ellos caminaba la nueva de la rota infeliz del campo godo en las márgenes del Guadalete, llevando tras sí el espanto i temor de los naturales de la tierra, i pintando la fiereza i el poderío de los árabes con los mas vivos colores que podia facilitar la admiracion de caso tan grave i lastimoso; pues las desdichas suelen ser siempre mas terribles imaginadas que sucedidas.
Los judíos españoles vieron cercano el instante de quebrantar sus cadenas; i asi comenzaron á cobrar aliento, de la misma suerte que aquellos que caminan llevando sobre sus hombros un grave peso. Luego que rinden la carga que los fatigaba, ni piensan en los trabajos pasados, ni en el descanso presente, i solo reciben contento con el placer de que ya respiran con toda libertad sus corazones.