Читать книгу Repertorio de la desesperación - Adriana María Alzate Echeverri - Страница 10
Оглавление¿Qué angustiosos tormentos, qué ocultas desdichas, qué horribles desencantos convierten a esas personas […] en suicidas? Indagamos, presumimos al punto dramas pasionales, misterios de amor, desastres de intereses, y como no se descubre jamás una causa precisa, cubrimos con una palabra esas muertes inexplicables: “Misterio, misterio”.1 Guy de Maupassant
El suicidio ha sido objeto de reflexiones filosóficas, teológicas, sociológicas y médicas a lo largo de los tiempos, pero solo hasta hace poco la disciplina histórica se ha detenido en su estudio y en el análisis de los diversos contextos y prácticas vinculados con la autodestrucción.
Este libro examina un conjunto de casos de suicidio y de intento de suicidio (quince) sucedidos en el Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII y parte del siglo XIX, para comprender a partir de su estudio no solo la percepción, las reacciones, las explicaciones, los castigos de los que la muerte voluntaria era objeto en esa época, sino también para develar las dinámicas sociales, los contextos religiosos, jurídicos y morales, así como las tramas de significación en que se inscribía el acto de autodestrucción. El análisis de este repertorio de casos ayuda a comprender las actitudes colectivas frente al fenómeno.
La exploración reflexiva de estos sucesos hace posible también conocer una serie de aspectos de la sociedad neogranadina que no aparecen muy a menudo en la historiografía colonial. Asimismo, indagar la historia del suicidio puede aportar elementos clave para comprender la actitud contemporánea frente a esta conducta y las sensibilidades que compromete y despierta.
El suicidio no solo es misterio, también es tabú. Es una conducta arcana, enigmática y de difícil comprensión, relacionada con la prohibición. El tabú se funda en una interdicción, es aquello (cosa, objeto, persona, palabra) que se sustrae al uso corriente porque está investido de una potencia sagrada o sobrenatural. Su transgresión genera consecuencias graves en quien la hace, es amenazado por un grave peligro o por una calamidad. El tabú lingüístico, la restricción de pronunciar una palabra, puede ser provocada por el miedo, el decoro o la delicadeza. El tabú del que es objeto la palabra “suicidio” (y la conducta) es producido por el temor a las fuerzas sobrenaturales que desata e incita a que la palabra se evite y se reemplace por otras (eufemismos) que desplazan esa conexión con el peligro que pondría en escena la pronunciación de la palabra tabú. Asimismo, el tabú es contagioso, por lo que es preciso un rito de purificación para conjurarlo. En el léxico de todas las sociedades, existen variados tabúes lingüísticos, cuya evasión o sustitución pretende atenuar la potencia negativa de las palabras que inspiran temor o rechazo.2 El pudor para hablar del suicidio tanto en el presente como en el pasado está enraizado en sistemas de valores y creencias remotos, complejos y profundos que se estudiarán en esta obra.
El suicidio conduce a una constelación intelectual enlazada, entre otras, con la percepción de un tipo de muerte (la muerte voluntaria), en una época y un lugar determinados, y con una manera de encontrarse, desde la historia, con el sufrimiento. Este asunto está relacionado con preocupaciones muy lejanas en el tiempo; los problemas que se han estudiado desde hace más de quince años están vinculados entre sí y unidos también a este nuevo trabajo. Una parte del libro Suciedad y orden (2007) trató sobre la muerte:3 se realizó el análisis del desplazamiento de los cementerios fuera de las iglesias y las ciudades en el Nuevo Reino de Granada. En ese contexto, se exploraron temas que volverán a aparecer en esta investigación desde otra perspectiva, pues para comprender la muerte voluntaria será necesario interrogarse también sobre la historicidad de la actitud ante este tipo de muerte y ante el cadáver, y sobre la transformación de algunas prácticas funerarias, entre otras. Posteriormente, Geografía de la lamentación (2012)4 exploró el mundo hospitalario neogranadino que estaba impregnado ineluctablemente de la naturaleza misma de la institución: ser un lugar donde se encontraban la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. En este sentido, la pregunta por la muerte y por el sufrimiento vuelve a ser planteada aquí, pero desde un punto de vista distinto.
La investigación se inscribe dentro de la historia cultural y de las sensibilidades. Sondea el mundo de percepciones y de sentimientos de los hombres y de las mujeres del pasado frente a las conductas “suicidas”, lo que implica, de cierta forma, un esfuerzo de vinculación de la psicología con la historia; también aspira a poner en evidencia lo difícil que resulta interrogarse sobre el acto de autodestrucción. Se trata de un problema perturbador, que invade con insistencia tanto la conciencia como la vida cotidiana.
El fenómeno del suicidio ha sido estudiado desde diferentes ópticas y saberes, para distintas épocas y lugares, pero no ha gozado de la misma importancia en la historiografía neogranadina, ni hispanoamericana colonial. Se han realizado, sobre todo, investigaciones concisas y breves sobre el significado de la muerte voluntaria para algunos grupos étnicos en determinados periodos (diversas comunidades indígenas, ciertos grupos de africanos traídos como esclavos a la América española), durante los primeros tiempos de la Conquista y en el periodo de la trata de esclavos, pero hay muy pocas obras que aborden específicamente el problema del suicidio en otros momentos. Solo recientemente aparecieron algunos libros y tesis muy interesantes respecto del suicidio esclavo en Cuba y en los Estados Unidos. Los trabajos realizados en este último país, aunque no pertenecen a Hispanoamérica, han alimentado discusiones interesantes sobre el asunto, especialmente en relación con el suicidio de los esclavos.5 Es también una cuestión que ha sido estudiada para el Brasil colonial.6 En la mayoría de la bibliografía sobre el problema en el mundo colonial español, el suicidio aparece como un aspecto más que evidencia la resistencia de los grupos africanos o indígenas sometidos a servidumbre y a maltrato, o sus creencias ancestrales al respecto.7 El estudio de la muerte voluntaria en sectores diferentes de los mencionados, como los españoles, los criollos o los mestizos, permanece marginal.8
Esta exploración abarca no solo el homicidio de sí mismo (suicidio consumado), también las prácticas relacionadas con él (tentativas) y las reacciones que tales comportamientos desencadenaban en la sociedad de entonces. ¿Cómo eran explicados o juzgados? ¿Cómo lo enfrentaban las autoridades criminales y eclesiásticas? ¿Cómo y por qué se castigaban? Se entiende como tentativa la “acción con que se intenta experimentar, probar o tantear una cosa”.9 Algunos conciben el intento de suicidio como un llamado, como un signo de alguien que aún espera respuesta, hasta un umbral, que, una vez superado, se convierte en efectivo.10 El trabajo no se detendrá en el estudio del “suicidio institucionalizado”, como el del soldado vencido que se mata por honor o de formas como el duelo que son casos sometidos a rituales previstos con solemnidad. Tampoco se ocupará de los procesos de suicidio conocidos por el Tribunal de la Inquisición.11
A pesar de la importante dimensión psíquica del fenómeno estudiado, esta investigación no aspira a examinar la existencia mental de quienes se quitaron la vida o de quienes buscaron hacerlo. Aunque es equivocado pretender, como lo sugiere una buena parte de la literatura psiquiátrica, que la mayoría de los suicidios tienen una raíz patológica,12 sí es evidente que, en algunos casos, la motivación se debe a una perturbación mental. Múltiples registros casuísticos demuestran que no es posible ligar el suicidio siempre con una patología o con una enfermedad específica como la depresión.13 Pensar la muerte voluntaria siempre como resultado directo de una enfermedad mental es reduccionista, de una excesiva simplificación, cierra la pregunta por los motivos y esconde los sufrimientos de distinta naturaleza que han agobiado a los seres humanos a lo largo del tiempo.
La exploración de algunos rasgos de la vida y, sobre todo, de la muerte de personas, en su mayoría anónimas, ignotas y ocultas, que, en general, constituían solo un registro difuso en los archivos de la administración de justicia (si acaso), pone de presente, entre otros, el problema sensiblemente planteado por Michel Foucault en “La vida de los hombres infames”, cuando anotaba que deseaba estudiar “una antología de vidas” de hombres signados por la adversidad, que eran, al mismo tiempo, “existencias contadas en pocas líneas o en pocas páginas, desgracias y aventuras infinitas recogidas en un puñado de palabras”.14
Las situaciones dramáticas que se registran en los expedientes legales, en que alguien que intenta quitarse la vida es puesto frente a la máquina judicial que busca descifrarlo y juzgarlo, pero que, sobre todo, lo castiga, vuelve su vida aún más desgraciada de lo que era. Asimismo, la confiscación de los bienes o la condena a infamia que sufre el cuerpo de quien se suicida muestra estas escenas como piezas de una siniestra tragedia. El contacto con el poder empapa estas realidades de más miseria y crueldad.15
Estas vidas, que estaban destinadas a transcurrir y a desaparecer sin que fuesen mencionadas, han dejado huellas gracias a su fugaz relación con el poder. Solo se puede llegar a ellas a través de las declaraciones, las tácticas o las mentiras impuestas que suponen las relaciones de poder en los tribunales de justicia. Para que algo de esas vidas y de esas muertes llegara hasta nosotros fue preciso que un “haz de luz”, durante un instante, se posase sobre ellas; una luz que les venía de fuera fue lo que las arrancó de la noche en la que habrían podido, y quizá debido permanecer; esa luz fue su encuentro con el poder. Sin este choque ninguna de las palabras de los que intentaron suicidarse habría permanecido para recordarnos su trayectoria.16
Homicidio de sí mismo y suicidio: las palabras
Algunas palabras, como fenómenos de larga duración, llegan quedamente de las profundidades de los tiempos y tienen la ventaja de aflorar, de nacer y de aportar así elementos de una cronología sin los cuales no hay ninguna historia que merezca ese nombre.17 Su uso es inseparable del pensamiento, pues las palabras son su soporte recóndito, por ello, el problema merece una corta digresión. El término “homicidio de sí mismo”, que se usa en este libro para designar lo que hoy se denomina “suicidio”, se empleó hasta principios del siglo XIX en los tribunales neogranadinos. La expresión puede parecer rara en una primera aproximación, pero es importante, significativa e histórica.
La comprensión de la conducta suicida pone en juego una gran variedad de aspectos, pertenecientes a diferentes ámbitos de pensamiento. Se puede entender el suicidio como la muerte que se produce una persona a sí misma, con total conciencia de la acción, como resultado de su propia voluntad.18 Pero la definición dada por Émile Durkheim en su célebre obra El suicidio (1897) se convirtió en canónica: “se llama suicidio toda muerte que resulte mediata o inmediatamente de un acto, positivo o negativo, realizado por la misma víctima”.19
El suicidio es un concepto moderno. En inglés, la palabra surgió solo alrededor de 1650 y en las lenguas francesa e italiana no lo hizo antes del siglo XVIII. En español, hasta el siglo XVIII, lo que hoy conocemos como “suicidio” se designaba con las expresiones “homicidio de (contra) sí mismo” o “asesinato propio” (o nombraba el método que se había elegido para terminar con la vida: “se envenenó”, “se ahorcó”, etc.). El término “suicidio” entra en el Diccionario de la lengua española en 1817 como “el acto de quitarse uno a sí mismo la vida”.20 La voz se forma a semejanza de homicidio; viene del latín sui (de sí mismo) y caedere (matar). En el Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense (1838), aparece la entrada “homicidio de sí mismo” y remite ya a la palabra “suicidio”, que es definida así: “Homicidio de sí mismo o la acción de quitarse a sí mismo la vida”.21
Existe cierta unanimidad sobre las dos ideas que se conjugan en el término “suicidio”. La primera es que la víctima es causa, autor de la propia muerte; la segunda, que el autor es consciente y obra voluntariamente, busca matarse queriéndolo.22 De ahí que no se aborden en este libro situaciones como la muerte por sacrificio o el fallecimiento ascético, producto del martirio.
La muerte voluntaria era considerada un crimen contra Dios y contra la sociedad, así como una transgresión a las leyes de la naturaleza; además, quien se daba muerte no solo era considerado una víctima, sino también un criminal y un pecador. La invención de la palabra “suicidio”, a juicio de algunos pensadores, reflejaría una persecución penal menos rigurosa del “homicidio de sí mismo” y un hito en el proceso histórico de su despenalización y patologización.23 A pesar de la aparición del neologismo, la estigmatización social hacia esta conducta transgresora no desapareció,24 también sufrió algunas transformaciones en ciertas sociedades.25
En este libro, se utilizarán las expresiones homicidio de sí mismo, muerte voluntaria y suicidio indistintamente para nombrar esta conducta; el empleo del último término es anacrónico, pero se hizo para aligerar la escritura y facilitar la lectura.
No es fácil hallar fuentes para el estudio del suicidio. En la sociedad colonial, muchas veces la muerte voluntaria no se denunciaba; se ocultaba intencionalmente o se disimulaba como accidente o muerte natural por las penas de índole corporal y pecuniaria que la justicia establecía para las tentativas o los suicidios consumados y por los castigos que la Iglesia imponía sobre el entierro.
Las fuentes empleadas para explorar las muertes voluntarias son diferentes de las vinculadas con las muertes naturales. Los registros de defunción no prestan ningún auxilio al investigador, porque los suicidas no tenían derecho a los ritos ni a la inhumación religiosa. El investigador debe entonces dirigirse a los archivos judiciales, ya que en esta época la muerte voluntaria era tratada como un crimen, como un delito; pero tampoco allí las fuentes son muy abundantes, por la poca eficacia de la administración de justicia (parsimonia de comunicaciones, negligencia de los funcionarios, falta de jueces en algunos lugares, irregularidades en los procesos) o por la pérdida o el mal estado de algunos archivos o fondos documentales. Estos archivos son también muy fragmentarios (casos de los que solo se encuentra la sentencia o la declaración de un testigo); por ello, debe recurrirse a fuentes más variadas.
A esas dificultades sobre las fuentes se añade otra: un suicidio no se estudia como si fuera una muerte producto de de una enfermedad, de una peste o de una epidemia, porque la muerte voluntaria posee una significación que no es tanto de orden demográfico, como sí del filosófico, religioso o moral. El silencio y la disimulación que lo han rodeado durante mucho tiempo han instaurado alrededor suyo un clima de misterio.26
Con todas sus limitaciones, los archivos judiciales resultaron muy útiles para este trabajo. Los tribunales de justicia son lugares de expresión, no solo de relaciones de poder, también de representaciones culturales y sociales, y de los tejidos emocionales vigentes en un momento y territorio específicos. Allí se hace evidente lo que es considerado permitido o prohibido, justo o injusto, falso o veraz, simulado o auténtico en la sociedad estudiada.27 Se exploraron con cautela los fondos judiciales pertenecientes al periodo colonial y a una parte del periodo republicano en varios archivos, especialmente en el Archivo General de la Nación, el Archivo de Bogotá, el Archivo Histórico de Antioquia, el Archivo Central del Cauca, el Archivo Histórico Judicial de Medellín, así como el Archivo Nacional de Madrid y la Sección de Libros Raros y Curiosos de la Biblioteca Nacional de Colombia.28
Las crónicas de Indias, las relaciones de méritos, los repertorios de anécdotas de la época y la prensa también se emplearon como fuentes, aunque en menor proporción. Los artículos o las noticias recogidos en esta última indican la naturaleza de las normas vigentes en una sociedad y su forma de concebir este tipo de muerte. La prensa muestra algunas de las tensiones que atravesaban esta sociedad, a veces, signadas por la pesadumbre o la desesperación.
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Las emociones aparecen de diversas formas en el trabajo histórico y más en exploraciones de esta naturaleza. Los procesos criminales por homicidio de sí mismo generan conmoción y estremecimiento en el historiador, es casi inevitable que se presente una identificación emotiva del investigador con el inculpado. Las emociones conforman el paisaje de la vida mental y social. Es necesario considerarlas como una respuesta inteligente a una percepción de valor, porque ellas están imbuidas de raciocinio y discernimiento, no son instintivas, irracionales o “animales”; también contienen en sí mismas una conciencia de valor e importancia, y expresan la vulnerabilidad constitutiva de los seres humanos.29
Las estructuras mentales y los estados de la sensibilidad dejan rastros y huellas en todas partes, hay que interrogarlos, intentar reconstruirlos y aprehender esa dimensión huidiza, para comprender las complejas realidades del pasado.30 En los archivos criminales, como los que se indagan, la emoción se revela como un actor social, las formas procesales —interrogatorios, testimonios, declaraciones, confesiones y sentencias— están cargadas de emociones; aunque, a veces, sea difícil percibirlas con claridad, es necesario tenerlas en cuenta, explorarlas, descifrar su sentido y darles un espacio en la reflexión.
Entre las emociones que el estudio de estas fuentes provocó, quizá, la compasión sea la más fuerte y significativa. Este concepto designa una emoción dolorosa orientada hacia el sufrimiento grave de otro, que se compone de tres pensamientos: el de gravedad, el de la no culpabilidad y el de la similitud de posibilidades. En el primero, la persona que siente compasión piensa que otra está sufriendo de un modo importante y no trivial. En el segundo, quien experimenta la compasión tiene la impresión de que el origen del padecimiento ajeno ha sido causado por algún factor del que no se puede culpar a esa persona. Y, en el tercero, quien siente compasión suele pensar que quien sufre se le parece y tiene posibilidades de vida similares a las suyas.31 Todos estos elementos confluyen en el estudio de los casos aquí realizado.
Sin duda, dar un lugar a las emociones permite construir un conocimiento más complejo y completo del significado que los seres humanos dieron a su mundo social, porque las emociones son una manera de dar significado a la vida. Dejarse afectar por la emoción en casos como los que aquí se estudian, a partir de las palabras sucintas, moderadas, cautelosas y repetitivas de quienes están en el tribunal, le permite, asimismo, al historiador proyectarse en el drama que analiza, imaginarlo y conjeturar, siempre según las fuentes que tiene ante sí.
Para reflexionar sobre las situaciones siniestras y penosas que muestran los expedientes, hay que estar preparado para ser conmovido por ellas; no se sale incólume de tal proceso.
Repertorio de la desesperación
Un repertorio es un conjunto de obras dramáticas que una persona o una compañía tienen ensayadas para representar. En el título, el término “repertorio” fue pensado como la relación de estudios de casos de suicidio, que son, de por sí, en intensidades diferentes, dramáticos. Es decir, que están relacionados con situaciones humanas conflictivas, cuya acción tiende a ser tensa, inquieta y abrumadora.
La noción de “desesperación”, por su parte, atraviesa de principio a fin la reflexión que aquí se propone. Se trata de un pecado y no de un estado psicológico específico. Para la Iglesia, quien había puesto fin a sus días había desesperado del perdón o la misericordia divina; por eso, lo excluía de la comunidad cristiana, lo cual se señalaba de forma ostensible en la negación del ritual fúnebre y de la sepultura eclesiástica.32
El corte temporal de esta investigación, 1727-1848, no solo corresponde a los límites cronológicos de los procesos analizados, el primero y el último; también comprende un periodo de tránsito de una sociedad colonial, del Antiguo Régimen, a una con rasgos más modernos. Fue escogido con la aspiración de rastrear un cambio, pero —como se verá— no hay muchas transformaciones en el discurso y en la valoración de la conducta suicida, aunque sí se nota un poco más de tolerancia, pues desaparece como delito.
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El estudio del suicidio en el mundo colonial considerará diversas variables para construir una visión más completa del fenómeno. En principio, para poder comprender, en cierta medida, el sentido de los actos y de las prácticas de autodestrucción en ese tiempo y lugar, la investigación se dedicó en el capítulo uno a la reflexión que sobre el suicidio se desarrolló entre teólogos, juristas, letrados, filósofos, médicos y moralistas en algunos momentos clave de la historia de Occidente. El cristianismo ha condenado este acto a lo largo de los tiempos; así, los sacerdotes impedían darle cristiana sepultura al suicida. ¿Cuáles fueron las razones de tal rechazo? Desde el derecho, también se le consideró un crimen. Desde el punto de vista médico, muchos estimaban que los suicidas no estaban en “sano juicio”, por lo que enviaban al suicida del lado de la anormalidad, de la patología y de la locura. Ese aparte también se detiene en la mención de los textos y corpus legislativos que abordaban la reflexión sobre el homicidio de sí mismo en los que se apoyaban los jueces y los abogados neogranadinos para argumentar en las causas que seguían. Al final, se explican las etapas que tenían los juicios criminales en la época, con el fin de ofrecer herramientas comprensivas para la narración de los casos que se presentarán en los capítulos dos y tres. Se ha considerado que, si bien las ideas sobre el suicidio que prevalecieron en los discursos presentados en los tribunales eran tributarios de una visión eurocéntrica, occidental del suicidio, en ocasiones, las fuentes permitieron atisbar otras perspectivas sobre el asunto, provenientes de cosmovisiones africanas o indígenas, que se tratarán someramente en los capítulos tres y cuatro.
Luego, el interés se desplaza hacia los suicidas. El capítulo dos se consagra a la exploración de ocho casos de suicidio (entre criollos, europeos blancos e indígenas). Constituye una galería, un conjunto de retratos de personas que cometieron o intentaron cometer este crimen. Se busca entender las motivaciones de la conducta suicida a partir de la mirada de quienes debían tratar o afrontar ese acto en la vida social: familiares, amigos, sacerdotes, médicos y jueces. Se piensa la motivación como una construcción hipotética, planteada para explicar este hecho fatídico. Hay un entresijo de circunstancias sentimentales, religiosas, médicas e idiosincráticas que si bien hacen de cada caso un universo particular, pueden también revelar aspectos importantes de las sensibilidades colectivas. La amplitud y complejidad del suicidio como fenómeno histórico ha demostrado sus implicaciones culturales profundas. En este sentido, la investigación aspira a dar un sentido histórico a las diferentes situaciones individuales que se encuentran en los archivos.
El capítulo tres se detiene en el estudio de la muerte voluntaria de los esclavos en el Nuevo Reino de Granada. Los siete casos de los africanos sometidos evidencian que aquella pone en escena distintos sentidos y fuertes tramas culturales, en una relación compleja, no mecánica ni simplificada, con la condición de servidumbre. El capítulo aborda el fenómeno del suicidio en algunas culturas africanas, especialmente aquellas que creían en la metempsicosis, es decir, en la reencarnación de los hombres en otros cuerpos, en su tierra de origen, después de la muerte. En la América española, el suicidio fue una causa constante de muerte entre los esclavos, en general, interpretada como un acto de resistencia ante los amos.
En los capítulos dos y tres, prevalece una escritura contenciosa que pretende ser fiel a las escenas que se vivían en los tribunales neogranadinos frente al crimen de homicidio de sí mismo. Esta retórica judicial busca mostrar cómo se juzgaba el delito, los discursos de los cuales se alimentaban las diferentes valoraciones y el debate argumentativo y probatorio. Con el mismo objetivo, la exposición de los casos sigue la estructura del proceso judicial. Esta elección estilística procede también del deseo de rescatar en la medida de lo posible las palabras de los reos que sobrevivieron y de los familiares o amigos de quienes se suicidaron, gentes simples y anónimas que, en el encuentro con el poder judicial, hallan una oportunidad de salir de la sombra por un instante.
Por último, el capítulo cuatro pretende ampliar, profundizar y aclarar varios aspectos clave, importantes para la reflexión propuesta, que no pudieron ubicarse en los tres primeros capítulos, porque habrían desorientado o fragmentado la lectura fluida de los casos estudiados. En este, se presentarán las significaciones del suicidio en algunas comunidades indígenas, antes de los procesos de la Conquista española, durante estos y después; así como la interpretación de los medios más utilizados para cometer el delito, los lugares y los momentos en los que se realizaba, entre otras variables.
En todo el libro, los relatos construidos a partir de los procesos judiciales buscan más la ilustración de las interpretaciones y reflexiones propuestas sobre ellos que la representatividad.
Esta división del libro en cuatro capítulos de muy diferente extensión rehúye toda simetría. La correspondencia más o menos exacta en el tamaño de las partes que, a veces, se predica como ideal en la escritura de una obra no se observa en este trabajo. La heterogeneidad de las fuentes y la necesidad de sacar el mayor beneficio de ellas en unos casos y, al mismo tiempo, de mostrar la parquedad en otros, hicieron que prevaleciera esta desigualdad. El trabajo sobre los expedientes más fecundos ha sido largo y detenido, lo que se evidencia en la extensión de algunos acápites. Esta escogencia se realizó con el fin de no someter la interpretación a límites restringidos y de aprovechar el espacio que provee un libro, tan distinto de las imposiciones de extensión —cada vez mayores— de los artículos académicos.
Interrogarse sobre la muerte voluntaria en el Nuevo Reino de Granada no es una empresa que pretenda la exhaustividad. Se proponen ideas, pistas, reflexiones e hipótesis que quedan por consolidar o por confirmar en investigaciones posteriores.
Notas
1 Guy de Maupassant, Cuentos completos de terror, locura y muerte (Madrid: Valdemar, 2011), 75.
2 Annette Calvo Shadid, “Sobre el tabú, el tabú lingüístico y su estado de la cuestión”, Káñina: Revista de Artes y Letras 35, n.º 2 (2011): 121-145.
3 Adriana María Alzate Echeverri, Suciedad y orden: Reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada, 1760-1810 (Bogotá: Universidad del Rosario, 2007).
4 Adriana María Alzate Echeverri, Geografía de la lamentación: Institución hospitalaria y sociedad. Nuevo Reino de Granada, 1760-1810 (Bogotá: Universidad del Rosario, 2012).
5 Entre otros, véanse Louis A. Pérez Jr., To Die in Cuba: Suicide and Society (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2005); Adrián López, “Melancholia, Slavery, and Racial Pathology in Eighteenth-Century Cuba”, Science in Context 18, n.º 2 (2005): 179-199; Jackson Ferreira, “‘Por hoje se acaba la lida’: Suicidio escravo na Bahia (1850-1880)”, Afro-Ásia, n.º 31 (2004): 216-217; Terri L. Snyder, The Power to Die: Slavery and Suicide in British North America (Chicago: University of Chicago Press, 2015); Linda Kay Kneeland, “African American Suffering and Suicide under Slavery” (tesis de maestría, Montana State University, 2006).
6 Sobre este tema en Brasil, véase, entre otros, Renato P. Venâncio, “Banzo: A melancolia negra. A depressão e o suicídio dos escravos eran fatos corriqueiros”, Revista Aventuras na Historia, nº 18 (2005); Ezequiel Canario, “É mais uma scena da escravidão: Suicidios de escravos na cidade do Recife, 1850-1888” (tesis de maestría, Universidade Federal de Pernambuco, 2011); José Alipio Goulart, Da fuga ao suicidio: Aspectos de rebeldía dos escravos no Brasil (Río de Janeiro: Conquista, 1972); Saulo Veiga Oliveira y Ana Maria Galdini Raimundo Oda, “O suicídio de escravos em São Paulo nas últimas duas décadas da escravidão”, História, Ciências, Saúde-Manguinhos 15, n.º 2 (2008): 371-388; Saulo Veiga Oliveira, “O suicídio de escravos em Campinas e na província de São Paulo (1870-1888)” (tesis de maestría, Universidade Estadual de Campinas, 2007).
7 En este sentido, véase Elsa Malvido, “El suicidio entre los esclavos negros en el Caribe en general y en el francés en particular: Una manera de evasión considerada enfermedad. Siglos XVII y XVIII”, Trace, n.º 58 (2010): 113-124.
8 Un corto pero interesante estudio sobre este fenómeno en Nueva España (siglo XVII) es el de Zeb Tortorici, “Reading the (Dead) Body: Histories of Suicide in New Spain”, Death & Dying in Colonial Spanish America, ed. por Martina Will de Chaparro y Miruna Achim (Tucson: University of Arizona Press, 2011), 53-77.
9 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española (Madrid: Real Academia Española, 1791), 796.
10 Philippe Ariès, “El suicidio”, en Ensayos de la memoria, 1943-1983 (Bogotá: Norma, 1996), 251.
11 Véanse estudios sobre casos de intento de suicidio presentados ante el Tribunal de Nueva España en Ernestina Jiménez Olivares, Psiquiatría e inquisición: Procesos a enfermos mentales (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1992), 25-32; y Roger Bartra, Transgresión y melancolía en el México colonial (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2004), 12 y ss.; Antonio Rubial García, “¿Herejes en el claustro? Monjas ante la Inquisición novohispana en el siglo XVIII”, Estudios de Historia Novohispana, n.º 31 (2004): 19-38.
12 Ramón Andrés, Semper Dolens: Historia del suicidio en Occidente (Barcelona: Acantilado, 2015), 11.
13 Marta Josefa Bello Hiriart, “Suicidio, violencia contra sí mismo y pulsión de muerte: Una aproximación crítica”, en Suicidios contemporáneos: Vínculos, desigualdades y transformaciones culturales. Ensayos sobre violencia, cultura y sentido, ed. por Gabriel Guajardo Soto (Santiago de Chile: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 2017), 48.
14 Michel Foucault, “La vie des hommes infâmes”, Les cahiers du chemin, n.º 29 (1977): 12-29.
15 Ibid., 15.
16 Ibid.
17 Jacques Le Goff, La naissance du Purgatoire (París: Gallimard, 1981), 12.
18 Jean-Pierre Falret, De l’hypochondrie et du suicide: Considérations sur les causes, sur le siége et le traitement de ces maladies, sur le moyen d´en arrêter les progrès et d’ en prevenir le dévéloppement (París: Chez Croullebois, 1822), 3.
19 Émile Durkheim, Le suicide: Étude de sociologie (París: Les Presses universitaires de France, 1897), 13, http://classiques.uqac.ca/classiques/Durkheim_emile/suicide/suicide.html
20 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española (Madrid: Real Academia Española, 1817), 819.
21 Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense (Valencia: Imprenta de J. Ferrer de Orga, 1838), 269 y 626.
22 Maurice van Vyve, “La notion de suicide”, Revue Philosophique de Louvain 52 (1954): 596.
23 Andreas Bähr, “Between ‘Self-Murder’ and ‘Suicide’: The Modern Etymology of Self-Killing”, Journal of Social History 46, n.º 3 (2013): 620-632.
24 Véase, por ejemplo, cómo esa valoración negativa permanece en el lenguaje, en español, cuando se utiliza la expresión “cometió suicidio”. Pues el verbo “cometer” se combina con sustantivos de connotación peyorativa (se comete un delito, una falta, un crimen, un pecado). El supuesto que subyace aquí es que el lenguaje puede influir (y es también revelador) en las actitudes e ideas ante el suicidio. De ahí la importancia que tienen las expresiones que pueden transmitir ideas estigmatizadoras del suicidio. Véase, más ampliamente, en Christian Rivera Viedma, “Una aproximación lingüística del suicidio: Orígenes y problemas en el uso actual en la lengua española”, en Suicidios contemporáneos, 45-56.
25 María Teresa Brancacci, Eric J. Engstrom y David Lederer, “The Politics of Suicide: Historical Perspectives on Suicidology before Durkheim. An Introduction”, Journal of Social History 46, n.º 3 (2013): 607-619; Marzio Barbagli, Farewell to the World: A History of Suicide (Cambridge: Polity Press, 2015), 83 y 84.
26 Al respecto, véase Georges Minois, Histoire du suicide: La société occidentale face à la mort volontaire (París: Fayard, 1995), 10.
27 Aude Argouse, “Presentación”, Revista Historia y Justicia, n.º 1 (2013): 1-3.
28 Véase la relación pormenorizada de las fuentes empleadas en la parte final del libro.
29 Martha C. Nussbaum, Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones (Barcelona: Paidós, 2008), 21.
30 Robert Mandrou, “Pour une histoire de la sensibilité”, Annales: Économies, sociétés, civilisations 14, n.º 3 (1959): 584.
31 Martha C. Nussbaum, Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia? (Barcelona: Paidós, 2014), 175 y 176.
32 Jean Delumeau, El miedo en Occidente (Madrid: Taurus, 2002), 135.