Читать книгу Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas - Alba Mellado - Страница 8

VICKY LOSADA

Оглавление

Vicky Losada (Terrassa, 1991) debutó con solo quince años en el FC Barcelona. Ha jugado en Estados Unidos (Western New York Flash) e Inglaterra (Arsenal Ladies), y desde 2016 disfruta de la capitanía en el club en el que creció. Ha sido la primera goleadora de España en un mundial y ha estado presente en las dos citas históricas para la selección, Canadá 2015 y Francia 2019, año en el que llegó a la final de la Champions League.

“La decisión más difícil de mi vida fue irme de España con tan solo veinte años”

Por entonces ya era capitana del Barça, donde llegué al primer equipo a los quince. Éramos las mejores, nadie nos ganaba y prácticamente nos paseábamos por todos los campos, pero cuando llegaba la Champions, el Arsenal nos metía siete goles en el global. En ese momento sentí que si quería desarrollarme profesionalmente, tenía que marcharme a otro país. A mitad de temporada, cuando comenzaba la liga norteamericana, recibí una llamada del Western New York Flash. Me querían por recomendación de Pedro Martínez Losa, que era segundo entrenador en Buffalo, así que me fui, pero con mucho miedo al cambio. Me costó tomar la decisión. Recuerdo incluso que me pasé todo el viaje en avión llorando. La sede estaba a unas siete horas de Nueva York hacia el norte, cerca de Canadá, a unos veinte minutos de las cataratas del Niágara. Es algo que descubrí allí, porque al comprar los billetes no sabía dónde me metía. De joven ves las cosas más complicadas, pero esas primeras semanas completamente sola fueron muy duras. Todo me daba miedo y vergüenza, empezando por el idioma. No sabía nada de inglés, por lo que no podía comunicarme. Me daba corte hasta comprar yogures en el supermercado, porque no quería hacer el ridículo si me hablaban. Fue un impacto tanto a nivel personal como profesional.

Nada más aterrizar me encontré cuatro metros de nieve. Me cuestioné dónde pretendían que entrenáramos ahí, pero inmediatamente después te das cuenta de que los americanos lo hacen todo bien y a lo grande, así que ese era el menor de los problemas: había dos campos enteros indoor. En una palabra: aluciné. Ese país multiplicaba todo por cuatro. Miraba al banquillo y veía a Carli Lloyd y a Abby Wambach, dos de las mejores jugadoras de la historia de Estados Unidos. A ellas las conocía; sin embargo, no había oído hablar, por ejemplo, de Sam Kerr. Era un vestuario repleto de estrellas, y yo estaba ahí, intentando adaptarme y sin saber muy bien qué hacía. Llegaba, me sentaba y no decía absolutamente nada hasta que no me tocaba salir a jugar. No quería molestar. Esa no era yo. Intentaron integrarme, pero ¿cómo logras relacionarte igual con gente que cena a las cinco de la tarde y que no hace vida fuera del trabajo? Hubo trato con ellas, pero nunca muy personal. Dentro del campo todo el mundo me ayudaba mucho, pero la vida fuera era muy fría. No es como en España, que a las dos horas de conocer a alguien ya estás invitándole a tu casa. En lo profesional era una historia completamente distinta a lo que estaba acostumbrada a hacer: venía de una liga poco competitiva y, de repente, estaba en un sitio con mucha exigencia. Me ocurrió lo mismo en Inglaterra, donde estuve después. Durante las tres temporadas que estuve fuera el fútbol cambió por completo para nosotras, y mi vida también. De vuelta a Barcelona, sentí que estábamos más cerca de las condiciones que buscaba cuando me tuve que ir. Barcelona era mi casa y en otras circunstancias lo más seguro es que nunca me hubiera movido, lo hice única y exclusivamente por necesidad. No estaba contenta con mi decisión y me llevé un sabor muy amargo de esa experiencia, pero me volvería a ir. Después de todo llegó la recompensa, volví siendo una jugadora y una persona completamente distinta. Afronté un gran reto con dolor, pero fue un punto de inflexión que me ha ayudado a ser quién soy. En 2019, durante un amistoso en Alicante con las norteamericanas, me reencontré con Carli Lloyd. «Ahora hasta hablas inglés», me dijo bromeando.

Campos de tierra y prejuicios sociales

Hasta entonces las había visto de todos los colores. A las nuevas generaciones intento explicarles que lo que están viviendo no tiene nada que ver con lo anterior, pero no se lo creen. No son realmente conscientes de los privilegios que tienen ahora, porque piensan que siempre ha sido así. Me gusta intervenir para que no pierdan la perspectiva. La realidad es que hasta hace muy poco tenías que gastar mucho dinero en el fútbol, empezando por las propias botas, que ahora te regalan los patrocinadores; los entrenamientos eran a las once de la noche en el campo que encontraras libre, normalmente de tierra y en malas condiciones, y los viajes eran entre ocho y quince horas de autobús cada fin de semana. Echo la vista atrás y solamente encuentro dificultades para jugar y entrenar. No es culpa de ellas, pero tienen que saber lo que hubo, para que entiendan de dónde partimos. Deben ser conscientes de que muchas de nosotras crecimos en una sociedad donde estaba muy mal visto que las niñas jugáramos al fútbol. Lo peor no eran las condiciones en las que trabajábamos, sino la trayectoria que debíamos seguir hasta llegar al máximo nivel. Jugar nunca fue fácil. Éramos los bichos raros, las marimachos, las desubicadas en el colegio. A mí me daba igual, pero sabía que era una cuestión muy alejada de lo que sucedía en los equipos masculinos. Durante unos años lo normal era crecer jugando con los niños, y ese fue mi caso en el Can Parellada de Terrassa. En solo dos temporadas acabé siendo capitana. El club y los chicos me apoyaban muchísimo —a veces me mimaban demasiado—, pero fuera de ahí se notaba el impacto que generaba. «Anda, mira, una chica» era lo mínimo que podías escuchar, entre otras cosas. No recuerdo que esos comentarios me afectaran, porque creo que me daba exactamente igual, pero estaban ahí, era lo habitual; sin embargo, me ponía a jugar y esos insultos cambiaban por completo. Ya no era una sorpresa, sino un comentario positivo. La gente comentaba que en Can Parellada tenían a una chica que jugaba muy bien. Es posible que en aquellos años todo fuera mucho más simple. Apenas pensábamos en lo que podían decirnos o, tal vez, nos afectaba menos. Creo que hay un cambio respecto a las niñas de ahora, que con ocho o nueve años ya tienen una mentalidad distinta, probablemente la que teníamos nosotras con quince o dieciséis. Ahora la sociedad es muy de juzgar y criticar negativamente, y eso les afecta al ánimo. Es un mundo más expuesto con las redes sociales, prototipos de la sociedad, anuncios… No sé si en nuestra generación éramos más infantiles. También era normal jugar en la calle hasta los trece o catorce años, y eso hoy no pasa. La gente no está en los parques, los niños y las niñas jamás están solos en las calles. Nos ha tocado vivir épocas muy diferentes y eso también se nota en cómo asimilamos lo que nos dicen o el caso que hacemos. Lo bueno para las niñas de ahora es que, les digan lo que les digan, tienen referentes en los que fijarse, y somos nosotras las que debemos tener ese papel muy presente y dar ejemplo.

Nuestra labor educativa

De los cinco años a los doce apenas hay diferencias físicas entre niños y niñas. Pueden jugar juntos y a nivel social es muy bueno que se relacionen entre ellos de esta manera, para que vean y asimilen la igualdad de género. En su educación hay dos partes esenciales: una futbolística y otra sociocultural. Hacia los catorce años, en los que ya hablamos de una etapa preprofesional donde sí puede haber mayores diferencias, es cuando deben emprender caminos diferentes, pero hasta entonces deberíamos educar en una situación de igualdad. Me gusta organizar anualmente un campus, donde estoy en contacto con nuevas generaciones y compartimos experiencias, con el fin de ayudarles y transmitirles la necesidad de que se respeten. Están en una fase de aprendizaje, en la que lo que menos importa es el resultado. Y aunque la mayoría de los asistentes son niñas, nunca cierro la puerta a un niño, porque creo que deben convivir y compartir. Así lo viví en Estados Unidos, donde todos los campus son mixtos y acostumbraban al predomino del femenino. Si creces viviendo esto, es más fácil interiorizar la igualdad, pero está muy lejos de lo que vemos en España. En una ocasión tuve a tres niños apuntados y al verse tan pocos, solo quedó uno. Le llamé para decirle que a mí me daba igual. Estuvo rodeado de cincuenta y nueve chicas, y todos tan contentos, pero no es lo normal, porque los padres no suelen querer eso para sus hijos. He oído comentarios de todo tipo. El fútbol es ideal cuando no intervienen, cuando los árbitros no se ven afectados por insultos y cuando dejamos a los menores jugar y creer. Uno de los grandes errores es creer que nuestro hijo es Messi y meterle presión, porque perdemos de vista la esencia del deporte. Personalmente me gusta compartir momentos con las niñas, hacer lo que nadie hizo conmigo, darles las oportunidades que nunca tuvimos de estar cerca de deportistas de élite con un trato humano, donde no perdamos el contacto y nos ayudemos a crecer. Quiero que los jóvenes tengan la educación que no tuve. Por eso, siento que mi papel es importante. Sé que puedo ser un referente para algunas niñas. Las futbolistas no debemos perder la conciencia de lo que somos, ni del papel que tenemos que cumplir.

La ausencia de referentes

Cuando tenía diez años, no solo no tenía referentes, sino que ni siquiera sabía que había otras que hacían exactamente lo mismo que yo. Nací en Terrassa y me fui al Sabadell, que por entonces tenía un buen equipo femenino. Estaba a diez minutos de mi casa y el primer recuerdo me impactó. ¿De dónde habían sacado a todas esas niñas? Me quedé alucinada de cómo podía haber tantas jugando al fútbol, no daba crédito. Estaban ahí, tan cerca, y yo pensando que era única en mi especie. Me impresionó muchísimo llegar a un sitio en el que había dos equipos de fútbol 7 de niñas hasta los catorce años. Era un mundo nuevo, y lo disfruté. Jugaba siempre con compañeras cuatro años mayores que yo. Había muy buen ambiente. Sin duda, fue uno de los años más bonitos de mi infancia y compartí vestuario con grandes jugadoras como Esther Romero y Olga García. En el primer equipo, que era campeón de la Copa de la Reina, había futbolistas como Laura del Río, Adriana Martín, Priscila Borja… Un equipazo. Fomentaban que las peques fuéramos a verlas y fue entonces cuando empezamos a fijarnos en ellas. Por desgracia, aquello no duró mucho, ya que el equipo desapareció. Fue como una farsa: volcaron su esfuerzo en los hombres apostando exclusivamente por ellos, y a las mujeres las dejaron de lado. Es el gran problema de este país. Tenemos ventaja en el fútbol, porque es un deporte que gusta a todo el mundo y siempre hay más inversión, por lo que no podemos compararnos con nuestras compañeras de waterpolo u otros deportes con más problemas, pero aun así necesitas sponsors, que muchas veces no llegan porque siempre apuestan por ellos.

El salto al FC Barcelona lo di con quince años. Cuando llegué me subieron directamente al primer equipo, pero ni con esa edad, ni con diecisiete o dieciocho años pensé que podría dedicarme a este deporte. Nunca se te pasa por la cabeza, era completamente inviable. Yo seguía con mi vida, en el instituto, formándome para el futuro, pero ya entraba en una edad más complicada. Aunque jugaba en el club de fútbol más importante de España, a veces me sentía rara en los recreos entre chicos. En primaria todo el mundo juega, pero pasas a secundaria y la adolescencia cambia a todo el mundo, te empieza a importar lo que piensan de ti. Había veces que quería jugar con los chicos, pero mi grupo de amigas hacía otra cosa y me iba con ellas. Por eso, y porque ya prestaba atención a que la gente no me dijese «mira a esa chica jugando con chicos». Hay muchos niños malos en esa etapa, y lo que antes no me importaba, ahora empezaba a hacerlo. Me daba miedo qué pensarían o dirían de mí. Sabían que jugaba en un gran club y en la selección española sub-17, pero se decantaban por comentarios negativos en lugar de sentir admiración. El fútbol lo vivía como un sacrificio: salarios bajos, horarios y condiciones muy mejorables, viajes todo el fin de semana… Es lógico que con veinte años ya estuviera preparando las maletas para irme.

La experiencia profesional y el cambio en España

Había ganado tres ligas, pero ningún equipo nos hacía sombra, así que tampoco mejorabas mucho el aspecto físico ni trabajabas defensivamente. En Estados Unidos me cambiaron por completo, me di cuenta de que podía ser profesional. No había trabajado así nunca. Fue la peor pretemporada de mi vida, con tres sesiones al día tan intensas que cuando llegaba a casa, no podía ni comer, me tiraba muerta a la cama. Era un cambio radical, una vida de atletas y una gran cultura deportiva. Entonces descubres por qué su selección siempre tiene a las mejores jugadoras y compite por ganar los títulos importantes. Si a ese trabajo le sumas calidad, lo tienes todo. Cuando terminó esa temporada, me fui a Inglaterra, al Arsenal FC, a una competición que también es muy intensa, pero tiene una cultura más parecida a la española. Había una mezcla entre tensión y calidad. En general, ves que fuera de España se trabaja de una manera muy diferente, y es la que da resultados. Afortunadamente en las últimas temporadas las cosas cambiaron. Cuando volví a España en 2016, ya vi pequeños pasos. La intensidad y el físico seguían siendo bajos, pero teníamos jugadoras muy inteligentes; sin embargo, lo que más había cambiado era el entorno. En una visita al Miniestadi para ver un partido de Champions no paraban de pedirme fotos en la grada. «¿Qué está pasando?» Noté que estaba mejorando. El FC Barcelona profesionalizó el equipo durante esos tres años que yo había estado fuera. Mi idea había sido estar más tiempo, porque no creía que aquello fuera a ocurrir tan pronto, pero observé mejoras a nivel de infraestructuras y condiciones, y volví, aunque fuera algo que entonces no entrara en mis planes.

En España nace el talento, pero no se trabaja bien con él. Técnicamente hay jugadoras que no encuentras en ningún país, pero nunca habíamos tenido una buena preparación física acorde. Al volver a la liga, de repente todos los ojos estaban puestos en nosotras. La competición había crecido y tenía más impacto. En este sentido, hay que seguir trabajando, no podemos parar, y el verdadero cambio lo viviremos cuando los entrenadores de las niñas sean siempre gente formada. Estas niñas necesitan una apuesta verdadera. También lo viviremos cuando la profesionalización no se nos exija solo a las futbolistas, que no somos máquinas, sino a todos los actores del fútbol. No tenemos las mejores condiciones y esto genera cansancio físico y mental. El cuerpo explota y es imposible que aguantes todo el año, porque las competiciones están organizadas a nivel amateur. Profesionalizar el fútbol vende mucho, pero el fútbol no consiste en profesionalizar y ya está, sino que hay que introducir cambios. En 2019, el año que nos puso en el foco mediático, jugamos un partido en Matapiñonera (Madrid), donde en una sola temporada se habían roto ocho cruzados. ¡Cómo hay una Federación que permite jugar ahí! Lo siento por los clubes pequeños, pero no puedes poner un campo con tanto riesgo cuando probablemente tenías más opciones, , porque la competición pierde calidad y eso debería estar controlado. Tampoco puede ser tampoco que la Copa de la Reina cambie los horarios una semana antes de los cuartos de final, que no sepas ni dónde vas a jugar una semifinal hasta unas horas antes del partido, o que en abril desconozcas qué competición vas a jugar la temporada siguiente, porque hay luchas internas entre instituciones. A las futbolistas se nos exige ser profesionales y debemos serlo, pero lo que nos rodea no lo es, ni de lejos. Cuando Alemania, Francia o Inglaterra son mejores que nosotras es por algo, y hasta que estos detalles no cambien no vamos a estar ahí arriba. Nosotras lo entendemos todo, pero no somos tontas. No es suficiente.

El primer mundial: Canadá 2015

Si analizamos mi trayectoria, soy una jugadora que no mete muchos goles; pocos, de hecho. Pero me tocó marcar el primer gol de la historia de España en un mundial. ¡Con la zurda! Fue en el debut contra Costa Rica, en el que empatamos. Controlé el balón con la espuela dentro del área y quedó perfecto para el golpeo. Sé que estoy en la historia de la selección absoluta por eso, pero no le doy valor a estos detalles, porque no me hacen sentir mejor futbolista. Evidentemente es un orgullo que tu nombre esté asociado a ese hito, pero el momento se empañó con la eliminación en la primera fase y con todo lo que vino después. Supongo que con los años le daré más valor, pero soy muy exigente y cuando estoy tan metida en el fútbol, resto importancia a esas anécdotas. Lo importante en esa fecha, y lo hemos visto con la evolución del equipo en los siguientes años, es que nosotras supimos utilizar el impacto social y mediático que teníamos. Era un momento complicado para las futbolistas no solo en la selección, sino en todo el país. Era la primera vez que disputábamos una cita tan importante, y rendimos bastante bien para lo mal que la preparamos. Al caer, nos sentimos valientes y dimos un paso totalmente necesario. Hasta ese campeonato se produjeron situaciones que no eran normales, y no estoy hablando de fútbol. No era desigualdad, eran faltas de respeto continuas de parte de Nacho Quereda a las integrantes del equipo. Era el síndrome de “papitis”, de tratarte como si tuvieras doce años, un paternalismo —por no decir machismo— que llegó a un punto muy extremo. Teníamos un grupo con mucha personalidad que desde hacía años había perdido el miedo. En etapas anteriores quien hablaba acababa fuera, y éramos conscientes, pero ese año estábamos todas a una y gracias a las redes sociales, que por aquella época empezaban a hacer más ruido, conseguimos hacer presión hasta que la Federación cambió de entrenador. El problema es que en estos casos siempre hay consecuencias, y hay personas que han pagado por ello, jugadoras que no merecían el trato que recibieron después, que se han ido por la puerta de atrás después de mucho tiempo dedicado. Pero el mundo del fútbol es así: mañana estás en lo más alto y al día siguiente te dan la patada y cambian el cromo.

Después de ese mundial inicié mi última temporada en el extranjero, en el Arsenal de nuevo con Pedro Martínez Losa, y allí aprendí todo lo que me ha servido para ser profesional, porque seguí trabajando los aspectos físico, competitivo y mental. Al llegar, me volví loca, de área a área todo el rato y con los equipos partidos en dos. A medida que pasaban los partidos me dije: «O te adaptas, o no tienes nada que hacer aquí». Trabajé duro con el objetivo de que cada balón que tocara fuera eficaz. No había compañeras buscando apoyos ni conexión, no te quedaba otra que adaptarte al juego. El progreso fue increíble. La competición inglesa era superexigente. Tenía ocho equipos y podías perder contra el octavo. Me hizo madurar, concentrarme los noventa minutos en el juego. Reconozco que era algo de lo que carecía. Simplemente no estaba acostumbrada a esa intensidad y en algún momento desconectaba del partido. Mejoré aspectos como soltar el balón muy rápido, porque o lo pasabas, o te levantaban medio metro del suelo. Recuerdo que las españolas teníamos fama de “piscineras” y cuando estábamos Natalia Pablos, Marta Corredera y yo, teníamos que estar muy atentas porque iban a por nosotras más fuerte. Era como una advertencia. «Ahora te vas a caer, pero bien». Mejoré la posición y mis movimientos. Entiendo que pueda atraer el fútbol inglés, pero personalmente me gusta más el estilo del Barça, de mi casa, que es el que yo elijo.


Francia 2019, la explosión definitiva

Canadá nos hizo crecer, pero no es hasta 2019 cuando empezamos a ver una evolución y un cambio social. Ya había vivido un partido de gran aforo en San Mamés en 2013, con casi 30.000 personas en la grada el día que le quitamos la liga al Athletic con un gol de Kenti Robles. Fue muy especial, pero echo la vista atrás y lo veo como una burbuja, algo que nada tenía que ver con lo que vivíamos. Me sabe mal decirlo, y no estoy segura de si es cierto o no, pero mi percepción es que eso pasó con el Athletic, porque tiene seguidores muy leales. Creo que era el único club capaz de hacerlo en aquel momento, y que pudo influir la promoción que se hace en el País Vasco de los equipos femeninos. Realmente tengo dudas de que hubiera pasado lo mismo en Madrid o Barcelona, porque estas aperturas solo se lograban en lugares muy específicos. Pese a esa sensación, tengo un gran recuerdo de ese día, porque alucinamos. Ni movíamos masas ni conseguíamos grandes cosas, pero ese año el Barça nos sumó a la rúa del equipo masculino en un autobús abierto y parecía que en algunos detalles estábamos mejorando. Todo eso se quedó ahí. También tuve una experiencia similar en Wembley con el Arsenal, así que cuando llegó el récord del Wanda Metropolitano con 60.739 personas en las gradas, lo viví de otra manera diferente, con cautela y poniendo todo en su contexto. Me pareció increíble que eso estuviera pasando en mi país y se lo agradecí al Atlético de Madrid, porque me había tenido que ir para vivir cosas así. Doy gracias por tener la experiencia de haber jugado partidos de gran repercusión y no me afecta mucho al juego, pero antes y después del partido las sensaciones son muy bonitas, es algo que merecemos vivir. Ganamos 0-2, recortamos puntos en la lucha por la liga, pero entiendo que ese día el acontecimiento era el aforo, así que después del partido dije lo que pensaba, que estaba muy bien acudir a estos acontecimientos, pero había que ir a los campos cada fin de semana, porque, de lo contrario, tendremos un problema. En el Barça tenemos a mil personas como mucho viéndonos durante la competición. Hay que asistir semanalmente y no a un partido puntual. Para ello debemos trabajar y aprovechar hechos históricos como un mundial, como hizo Inglaterra al quedar tercera en 2015, dando ejemplo de cómo lograr que cada vez más aficionados nos sigan. El momento que estábamos viviendo en los meses previos a Francia 2019 tenía que aprovecharse durante el evento, porque cuando haces las cosas bien es cuando te llegan los sponsors y las mejoras para trabajar.

Debemos sentir esa presión, porque es parte de nuestro oficio. La exigencia de ganar en la élite es brutal y si no estás preparada para aguantarlo, tienes que irte a otra parte. No ganas siempre, y en el fútbol parece que si no consigues un buen resultado, no vale para nada lo que has hecho detrás, el trabajo mental es esencial. La gente de corbata siempre te va a pedir más y más, aunque nunca esté a tu lado apoyándote cuando sufres una lesión o tienes un problema. Debes estar preparada para darlo todo y alcanzar el éxito una sola vez de las diez que intentas lograr tu objetivo. Esto es especialmente duro en equipos como el Barça, donde solo vale ganar cada semana y requiere concentración y nivel, donde te pegan palos por todos lados cuando las cosas van mal. Por eso, el final de la temporada 2018/2019 fue tan especial para quienes llevamos años luchando por llevar lejos al club en la competición europea. A veces reflexiono sobre los años que me quedan y pienso que no me importaría vivir otra etapa en Estados Unidos, donde hay bastante más libertad para trabajar y no son tan cuadriculados, donde disfruté mucho la cultura futbolística, pero antes de plantearme cualquier cosa quiero levantar la Champions League con el Barça. Esta temporada estuvimos más cerca que nunca. Llevábamos varios años comentando que nos faltaban tres o cuatro para luchar con los mejores equipos de Europa, especialmente después de enfrentarnos en 2018 al Lyon y perder solo por un gol en el global. Al principio del año nadie nos habría situado en la final, pero logramos hacer una buena eliminatoria en semifinales ante el Bayern de Múnich, ganando en Alemania incluso, y nos enfrentamos a las francesas en Budapest. Vivimos un sueño todas, especialmente las culés. Para alguien que ha vivido en este club tantos años era un momento muy especial, y pasará a la historia del fútbol español. Nos enfrentamos a algunas de las mejores jugadoras del mundo. Sabíamos que era complicado, pero aun así fue muy duro perder 4-1. Más todavía sentirte totalmente fuera a los veinticinco minutos, cuando Ada Hegerberg ya había hecho un hat-trick. Fue demasiado castigo. Ya habíamos demostrado que éramos un equipo competitivo y que podíamos hacerles frente en cualquier circunstancia, pero en un cuarto de hora se acabó ese sueño. Con el paso de las semanas te das cuenta de lo importante que puede ser ese día para todo el fútbol español. Estábamos ahí, a la altura de los grandes clubes europeos y no nos podemos quedar atrás. Desde esa fecha, todo tiene que ir hacia arriba, siempre a mejor.

Con la selección pasó igual. Caímos eliminadas en octavos de final del Mundial de Francia y nos quedamos con una sensación de mucha rabia. Nos tocó Estados Unidos, que después fue campeona con Megan Rapinoe al frente, y caímos compitiendo muy bien. Si te meten tres golazos, no puedes decir nada, simplemente reconocer que estás lejos. Pero perder 2-1 con dos penaltis te genera mucha impotencia. En ocasiones, fueron corriendo detrás del balón y hasta muy al final del partido tuvimos opciones de pasar a cuartos. Demostramos que ya estábamos a la altura de las selecciones más potentes del mundo. En lo individual siempre lo recordaré como un partido del que salí llorando. Después del debut ante Sudáfrica, en el que Jorge Vilda me cambió en el descanso cuando perdíamos por un gol, no había jugado un solo minuto. Fue un mundial en el que el técnico hizo muchas rotaciones. En cada alineación había algún cambio y entró una nueva generación de jugadoras muy potente que se ha ganado su espacio y merecían jugar más. Por suerte había mucha competencia y salió bien. Lo único que puedes hacer con ese primer palo es asimilarlo, porque las futbolistas sabemos que cuando se necesitan cambios, hay que sacrificar a gente. Nos tocó a Amanda Sampedro y a mí. Yo estaba acostumbrada a jugar casi todo y de repente varias jugadoras se hicieron con su espacio y tuve pocas oportunidades. La situación dio un giro cuando fui titular en ese partido tan importante, tenía la ocasión de resarcirme. Pese a que ellas empezaron ganando con un gol de penalti, Jennifer Hermoso empató pronto y pudimos hacer un partido muy competido. El equipo se creció y yo estaba muy cómoda, pero recibí un golpe en el ojo y me tuve que ir del terreno de juego, porque no veía bien. Me fui llorando con mucha rabia, porque de alguna manera sabía que probablemente era mi último mundial y acababa de la peor forma. Cuando además te eliminan sesenta minutos después y te vas a casa, vives una sensación muy dura, un momento complicado. Pero en el global, cuando lo analizas en frío posteriormente, sientes que la actuación de España fue muy positiva. Todo lo que hicimos en Francia sirvió para crecer. Nos vio muchísima gente, generamos referentes para las niñas y descubrimos una nueva generación de jugadoras preparada para todo.

Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas

Подняться наверх