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El observador

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El Génesis

La ciencia detrás del relato de la Creación

Ilustraciones de tapa e interiores realizadas por el autor.

Agradecimientos

A mi esposa que me apoya en todo.

A mis hijos y sus preguntas.

A Luis Heriberto Rivas por estar siempre disponible a mis consultas y por haberme permitido acceder a materiales muy interesantes.

A Mercedes Bueto por sus correcciones y asesoramiento.

A mi amigo Fabián Rodríguez por tener la mente abierta y por sus grandes conocimientos.

A mi cuñado Pedro Diez por haberme ayudado a cotejar asuntos científicos y astronómicos.

Y a mi familia y amigos que se prestaron como lectores del “manuscrito” para ayudarme a mejorarlo.

Copyright 2013

Canen, Alberto

Tektime Edition

El observador / Alberto Canen ; ilustrado por Alberto Canen. – Boulogne : el autor.

E-Book.

1. Religión. 2. Espiritualidad. I. Castro, Pablo Rodolfo, ilus. II. Título

CDD 291.4

Fecha de catalogación: 018-05-13

INTRODUCCIÓN

El relato de la Creación del Génesis ¿sólo una introducción a las escrituras bíblicas?

¿Qué esconden sus versos?

¿Mito, invención o realidad científica?

Este libro intenta abordar un tema que por lo general es incómodo de ser tratado, tanto para el científico como para el religioso.

La ciencia descarta de plano el relato, primero con risas y luego con enojo, y la Iglesia Católica lo ha relegado a una simple introducción a las sagradas escrituras. “El relato de la Creación es un texto religioso con enseñanzas religiosas”, se dice. “No hay ciencia en él”, “no debemos buscar explicaciones científicas”, claro, por supuesto.

Pero…

Debo reconocer que siempre he sido un duro crítico del Génesis. Siempre estuve entre los que disimulaban la sonrisa y cambiaban de tema para no discutir. Hablar del Génesis y de la Creación en particular me resultaba impensable…, hasta hace unos meses.

Ya va a ser un año desde que mi hijo menor me preguntara acerca de Dios con gran interés, más del que normalmente solía tener.

En aquel momento charlamos, le expliqué todo lo que pude dentro de mis conocimientos y acordamos leer los libros sagrados de las religiones principales para ampliar más los conceptos. Así que empezamos por leer, primero La Biblia [1], como principal libro del catolicismo-judaísmo-islamismo, para luego seguir con el Bhagavad Gita [2] del hinduismo-budismo [3].

Al leerle La Biblia, cuando estábamos avanzando con el libro de José, tuve -lo que podríamos llamar- una revelación. En un momento comprendí el porqué de La Biblia, el porqué de la creación del Pueblo Elegido, el motivo de la venida del Mesías, La Creación, El Edén, las políticas de la Iglesia Católica, la tarea trascendental del pueblo judío, el politeísmo, el monoteísmo, y mucho más. Fue tal la conmoción que me provocó este descubrimiento que decidí escribirlo y lo volqué en mi libro Un Único Dios.

La explicación del relato de la Creación del Génesis iba a ser parte de ese libro, pero luego de analizarlo con mi correctora y asesora literaria decidimos que era mejor separarlo en un libro independiente ya que ameritaba un trato especial.

2 Bhágavad-guitá, el más importante texto sagrado hinduista. Se lo considera uno de los clásicos religiosos más importantes del mundo. El término Bhágavad-guitá significa el canto de Bhagaván (Dios, que posee [todas las] opulencias). Con frecuencia, el Bhágavad-guitá es llamado simplemente Guitá (Gi-ta-). Aunque el sustantivo sánscrito guitá es femenino (la “canción”), en español se puede ver muchas veces como masculino (el “canto”), y acentuado grave o llano (el Guíta). Es parte del texto épico Majábharata (posiblemente del siglo III a. C.) y consta de 700 versos. Su contenido es la conversación entre Krisná -a quien los hinduistas consideran una encarnación de Visnú (mientras que los krisnaístas lo consideran el origen de Visnú), o también como la principal personalidad de Dios, y su primo y amigo Áryuna en el campo de batalla en los instantes previos al inicio de la guerra de Kurukshetra. Respondiendo a la confusión y el dilema moral de Áryuna, Krisná explica a éste todos los misterios de la espiritualidad. Durante su discurso, Krisná revela su identidad como el “mismísimo Dios” (suaiam Bhagaván), bendiciendo a Áryuna con una impresionante visión de su divina forma universal entre otras enseñanzas.

3 Aunque gran parte del Budismo niega que su doctrina tenga su esencia en el Bhagavad Gita -y por lo tanto en el hinduismo- es innegable que las enseñanzas de Buda están basadas o son las mismas que las de hinduismo: el dharma (la acción correcta) y el fin del samsara (ciclo de nacimientos) al alcanzar el nirvana (iluminación).

Al concluir con el libro Un Único Dios -en agosto de 2011- volví sobre el relato de la Creación del Génesis y me aboqué a resolverlo.

Era claro para mí que el Génesis era un relato real, eran hechos que podían haber ocurrido pero que estaban de alguna manera enmascarados.

¿Cuál era la clave?, ¿cuál era la piedra roseta que me permitiría interpretar la narración?

La clave -descubrí-, era que el relato, el texto, era una narración de alguien que contaba lo que veía. Esa era la clave, ese era el tablero -por decirlo así- sobre el que había que montar las piezas de este rompecabezas.

En el texto de la Creación existía un observador, un narrador. No eran sólo versos, no, estaba claro que era un relato. El relato de un observador.

Al introducir esta variable -el observador-narrador-, todo cobró sentido. A partir de allí lo demás fue simplemente buscar las preguntas correctas: ¿fue una visión o una revelación?, ¿o ambas?, ¿qué tiempo le llevó la visión?, ¿quién era?, ¿dónde vivía?, ¿cuál era su ubicación?

La ubicación, la ubicación era determinante.

El observador y su ubicación eran las piezas fundamentales para comprender el relato de la Creación.

Este libro describe el camino que debí realizar desde La Biblia hacia la ciencia en un ida y vuelta permanente hasta lograr desentrañar el misterio.

Los animo a que me acompañen en mi descubrimiento.

Tomemos una taza de café, busquemos un sillón cómodo, y dejemos de lado por un momento los preconceptos.

Abramos nuestra mente y observemos que misterios han estado ocultos detrás de los versos del Génesis por más de tres mil años.

La versión que he utilizado para esta comparación es La Biblia de Jerusalén.

La Biblia de Jerusalén (Bible de Jérusalem) es una versión de la Biblia publicada en fascículos entre los años 1948 y 1953 que luego la Escuela bíblica y arqueológica francesa de Jerusalén publicó fruto de la traducción de los manuscritos griego y hebreo, al francés. Posteriormente fue traducida a otras lenguas vernáculas, y finalizada integralmente a la lengua española. El criterio de su traducción fue la comparación con los textos originales en hebraico-aramaico y griego.

1 LA BIBLIA, EL GÉNESIS, LA CREACIÓN

¿Siete días?

Quién no se ha preguntado: ¿siete días? Sí, ¿quién no? -además de mirarnos de reojo, con una media sonrisa maliciosa.

Ciertamente, es así, cada vez menos personas pueden creer que Dios haya creado los cielos y la tierra en siete días.

¿Y los dinosaurios? Bueno, para el momento en que surge esa pregunta (meramente retórica, por supuesto) ya nos encontramos enzarzados en una discusión que posiblemente avergüence hasta al barra brava más pintado.

Por lo general hablar del Génesis nos lleva, indefectiblemente, a una división irreconciliable entre ciencia y religión. Al parecer, una invalida la otra. Si el Génesis dice siete días, y la ciencia ha probado que fueron seis mil millones de años, todo apunta a que algo está mal, obviamente…, en La Biblia.

Es difícil que podamos afirmar que el análisis de la ciencia esté mal, más allá de -posiblemente- cien millones de años más, o cien millones de años menos. Por lo que -siguiendo esta lógica-, tomaremos de base para realizar este análisis lo que la ciencia sostiene que fueron los primeros momentos del sistema solar y de nuestro planeta, la Tierra, en función de los actuales descubrimientos.

Bien, si el Sistema Solar y la Tierra llevan más de seis mil millones de años desde que eran apenas una nube de polvo y gas estelar flotando a la deriva en nuestra bella galaxia… ¿cómo es que llegamos a esos siete días? Claro, ya sé, no me lo digan: pura superchería, mitos, cuentos antiguos de mitologías varias. Bien, no los culpo, así pensaba yo hasta que leyéndole la Biblia a mi hijo menor descubrí que en los textos del Génesis algo andaba mal, ¿o bien…?

Algo en los textos sagrados llamó mi atención y por un momento me detuve a observarlos y pensé: ¿y si el Génesis tuviese sentido?, ¿qué pasaría si la narración coincidiera con la explicación científica?, ¿qué pasaría si el texto del Génesis fuese la visión de alguien que ha visto la creación del Sistema Solar como en una película? Y recordé, cuántos descubrimientos se han iniciado con esa simple frase: “¿Y si…?”.

Y sí, intentemos enfocar el tema desde esa perspectiva, ¿total?... ¿qué podríamos perder?...

Por supuesto, debo aclarar en este punto que yo creo en Dios. Creo que Dios ha creado todo. Soy, lo que se llama, un creyente.

Filosóficamente me inclino más hacia el lado hinduista-budista, que hacia el católico-judío-musulmán, pero como el Dios es el mismo en ambos casos, no veo conflicto en leer los libros sagrados de ambas religiones, y analizar lo que Dios le ha dicho a los hombres, sean estos de la Mesopotamia, o del valle del Indo.

Bien, vayamos entonces, a ver, que nos ha dicho Dios.

2 - MILES DE MILLONES

Primero, reflexionemos sobre los “nunca bien ponderados” siete días.

Por supuesto, los siete días bíblicos debían tener algún tipo de explicación -pensé-, y me aboqué a resolverlo.

Lo primero que se me ocurrió fue que si Dios era infinito, posiblemente, un día de Dios podría durar mil millones de años, por lo que siete días de Dios bien podrían ser seis mil millones de años. Ustedes dirán ¿por qué seis mil millones de años? Bueno, porque actualmente se calcula, que desde la nebulosa original al presente han transcurrido seis mil millones de años, y cuatro mil seiscientos millones de años desde la consolidación de la Tierra.

Aunque Occidente no ha manejado cifras importantes -y al decir cifras importantes me refiero a guarismos tan grandes como de miles de millones de años- en sus mitologías, puede ser interesante observar que en India -para la época en que se escribió el Génesis- ya estaban acostumbrados a pensar números de esa magnitud.

Por ejemplo: según las escrituras védicas [4], los cuatro yugás (eras) forman un ciclo de 4.320.000 años (un Majá-yugá, o ‘gran era’), que se repite una y otra vez. La primera es la Satyá-yugá o ‘era de la verdad’ de 1.728.000 años de duración. En la que el promedio de vida de una persona era de 100.000 años. Es la Era de Oro, según otra clasificación.

Luego, adviene la Duapára-yugá o ‘segunda era’ que abarca unos 1.296.000 años. Con un promedio de vida de 10.000 años; también denominada Era de Plata.

La ‘tercera era’, Treta-yugá duró unos 864.000 años; en ella el promedio de vida que tenía un hombre era de 1.000 años; también es conocida como Era de Bronce (aunque no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India).

Finalmente, Kali-yugá o ‘era de riña’ de 432.000 años de extensión donde el promedio de vida de un ser humano era de 100 años (al comienzo de ella, hace 5100 años). Denominada Era de Hierro (tampoco se pretende que coincida con la Edad de Hierro en la India).

4 Se denomina Vedas (literalmente ‘conocimiento’, en sánscrito) a cuatro textos muy antiguos, base de la religión védica, que fue previa a la religión hinduista. La palabra sánscrita vedá proviene de un término del idioma indoeuropeo (weid), relacionado con la visión, del que surgieron el latín vedere (ver) y veritás (verdad) y las palabras españolas “ver” y “verdad”. Los textos védicos se desarrollaron dentro de lo que se denomina la cultura védica, basada en castas (varna o ‘color’) y ásramas (etapas de vida religiosa).

Interesante, muy interesante.

Hasta aquí no encontré inconvenientes en sopesar los “siete días”.

Si uno cree en Dios, lo normal, a mi entender, sería creer que es infinito, por lo que la relación miles o millones de años-días de Dios no me ha generado ningún conflicto.

Sigamos.

Analicemos ahora la explicación que nos brinda la ciencia acerca del nacimiento del Sistema Solar y de nuestro planeta Tierra para, de esta manera, luego poder compararla con el texto del Génesis.

Los invito a situarnos en el lugar y en el tiempo.

Vayamos hasta ese momento en el que todo se inició en nuestro pequeño rincón del universo.

Hace seis mil millones de años, una nube de gas y polvo estelar -lo que se denomina una nebulosa planetaria-, flota a la deriva en el espacio.

Esta nebulosa, esta nube de polvo y gas estelar es el producto residual de una estrella, que luego de su muerte como supernova [5] (estrella que explota en su muerte, su estadío final) esparce en el espacio los materiales que ha producido en su interior a partir de elementos más simples.

Los elementos creados en ese horno estelar -ahora más complejos- componen esta enorme nube de polvo, hielo y gas que flota plácidamente a la deriva. Nuestra nebulosa local.

5 Supernova: Estrella que estalla y lanza a su alrededor la mayor parte de su masa a altísimas velocidades. Luego de este fenómeno explosivo se pueden producir dos casos: o la estrella es completamente destruida, o bien permanece su núcleo central que, a su vez, entra en colapso por sí mismo dando vida a un objeto muy macizo como una estrella de neutrones o un Agujero Negro.

El fenómeno de la explosión de una supernova es similar al de la explosión de una Nova, pero con la diferencia sustancial que, en el primer caso, las energías en juego son un millón de veces superiores. Cuando se produce un acontecimiento catastrófico de este tipo, los astrónomos ven encenderse de improviso en el cielo una estrella que puede alcanzar magnitudes aparentes de -6m o más.

Existen testimonios de hechos de este tipo: en 1054, se encendió una estrella en la constelación de Tauro, cuyos restos aún pueden observarse bajo la forma de la espléndida Crab Nebula; en 1572, el gran astrónomo Tycho de Brahe observó una supernova brillando en la constelación de Casiopea; en 1640, un fenómeno análogo fue contemplado por Kepler. Todas éstas son apariciones de supernovas que estallaron en nuestra Galaxia.

Hoy se calcula que cada galaxia produce, en promedio, una supernova cada seis siglos. Una famosa supernova de una galaxia exterior es la aparecida en 1885 en Andrómeda.

En determinado momento, esta calma, este flotar plácido, se ve alterado por la llegada de olas, olas-ondas de choque producidas posiblemente por la explosión de otra supernova, otra estrella que termina sus días en las cercanías.

Estas ondas de choque, estas olas que impactan y sacuden a nuestra apacible nebulosa desencadenan en ella su contracción, y al contraerse comienza a girar y a achatarse.

Este disco achatado que es ahora nuestra nebulosa planetaria, conduce la mayor parte de la materia hacia el centro donde ésta se acumula.

Este enorme cúmulo de materia (en su mayoría gas) hace que -bajo su propio peso y por efecto de la gravedad- colapse, iniciando así la combustión de la incipiente estrella central, el Sol.

La misma fuerza de gravedad -la misma fuerza gravitacional- que genera la acumulación de materia en el centro y como consecuencia la creación de una estrella, en nuestro caso el Sol, también produce remolinos y grumos en el disco de polvo, disco de polvo en el que se ha convertido la nebulosa original y que ahora gira lentamente alrededor del Sol.

Estos grumos que giran como remolinos sobre sí y que continúan su viaje en torno al centro, son los nodos que van a dar origen a los planetas.

Estos planetas primigenios, estos nodos o remolinos de materia estelar, continúan su camino en torno al Sol, pero no con un movimiento circular, sino en forma de espiral, cayendo hacia él, acercándose un poco más en cada vuelta, en cada órbita. Por lo que se deduce que cuando iniciaron sus giros, los remolinos originales, se encontraban más lejos de lo que los planetas “terminados” se encuentran actualmente.

¿Y cuál fue la consecuencia de ese acercamiento al Sol por ese camino en espiral? Bien, lo que ocurrió fue que esos planetas bebés -podríamos decir-, fueron “limpiando” de escombros, polvo, y gas, el espacio por donde pasaron y, de esa forma, acrecentaron sus masas con la materia capturada.

Entonces, recapitulemos y observemos el panorama general.

Primero: surge una nube de polvo y gas caótica que flota en el abismo interestelar, fruto de la explosión previa de alguna supernova que desperdiga por el espacio su materia.

Segundo: se genera un disco de acreción a partir de esa materia que va a dar origen, primero al Sol y luego a los planetas.

Tercero: ese disco es en sí mismo una nube de polvo y gas, que los planetas al orbitar irán limpiando del espacio circundante.

Al “barrer” ese material, al atraerlo hacia sí, los planetas incrementarán su tamaño con el polvo y el gas capturado.

Muchas de esas rocas, polvo y hielo, remanentes[6] de aquella nube, son los meteoritos que aún hoy continúan precipitándose a la Tierra, y que han dejado tan marcada la superficie de la Luna y de nuestro propio planeta.

También el viento solar, producto de la combustión nuclear del Sol, limpia el espacio circundante del material liviano y lo desaloja hacia los confines del sistema.

Mientras esa ola de gas y polvo liviano es expulsada por el viento solar, vuelve a ser capturada en su camino por la gravitación de los planetas que encuentra a su paso, acrecentando así –un poco más- la masa de cada uno de ellos.

6 Polvo Zodiacal: Los astrónomos han detectado polvo interplanetario, remanente y nuevo, -producto de la llegada de polvo interestelar y de los cometas-, en nuestro sistema solar. Se le llama polvo zodiacal y genera una luminiscencia que puede verse en el plano de los planetas, o sea, el plano de la eclíptica, allí donde estuvo -en el principio- el disco de acreción.

También se han descubierto varios sistemas solares en formación en los que se puede apreciar el polvo protoplanetario existente entre los planetas que se están consolidando y la estrella central.

Luego de 4.000 millones de años de vida del Sol y de su viento solar, aún continúa flotando polvo en el espacio interplanetario. El polvo remanente de la nebulosa original al que se suman permanentemente lo que sueltan los cometas y el que llega del espacio interestelar, o sea, el polvo que está más allá del sistema solar y que arriba a nuestro sistema gracias a las corrientes de vientos de las estrellas, novas, ondas gravitacionales y toda la dinámica de la galaxia.

Bien, ya tenemos entonces, planetas primitivos que giran en órbitas casi circulares en torno al Sol, porque al estabilizase el movimiento general del sistema, dichas órbitas han dejado de ser espiraladas.

Estos planetas, que estuvieron recibiendo material del gas y polvo del espacio -posiblemente, muchas veces, en forma de colisiones violentas-, tienen que haber existido, en ese momento, en estado de lava fundida (en el caso de los planetas no gaseosos), porque la fricción genera calor, y las colisiones de esa materia produjeron muchísima fricción lo cual derivó en un gran aumento de temperatura que derritió las rocas y el polvo uniendo todo ello en masas únicas, por lo general, de forma casi esféricas.

Los planetas, al recibir cada vez menos impactos, comenzaron a enfriarse, y al enfriarse generaron una cáscara, una costra, una superficie sólida, la corteza terrestre sobre la que actualmente caminamos. No sólo se formó la superficie, sino que además, los gases que se liberaron y quedaron atrapados por la fuerza de gravedad dieron lugar a una atmósfera, como es el caso de nuestro planeta Tierra y la atmósfera cuyos gases hoy respiramos.

Por su parte, el hielo de la nube original, también atrapado, originó el agua y, por consiguiente su acumulación generaría los mares, los ríos, la lluvia.

Bien, muy bien, ahora pensemos cómo fue ese tiempo en que el planeta, aunque ya se había enfriado bastante como para que la costra terrestre se formara, aún era demasiado caliente como para que el agua lograra acumularse en forma líquida sobre la superficie. En esa época, el ciclo de: evaporación–condensación–lluvia era mucho más rápido debido a las altas temperaturas de la superficie. En ese tiempo, la humedad era verdaderamente insoportable. Lluvias y tormentas eléctricas se sucedían sin solución de continuidad. La lluvia se evaporaba tan sólo tocar la tierra.

Un cielo impenetrable, mucha niebla, y la luz del Sol que apenas lograba filtrarse.

Seguramente habría sido imposible para una persona, de haber podido estar en la superficie, haber visto las estrellas o el mismo Sol debido, por un lado, a lo cerrado de las nubes y la niebla, y por otro, a causa del polvo remanente que aún flotaría en el espacio entre los planetas en formación.

¿Suena muy complicado o difícil de imaginar? Sí, es posible.

Me parece que un buen ejercicio, para ubicarse en esa situación, sería imaginarse estar en medio de una fuerte tormenta de arena y una vez allí intentar ver el Sol.

Seguramente veríamos la luz, el resplandor que nos rodea, pero difícilmente podríamos identificar con exactitud la fuente, el origen de esa luz. El polvo, “la arena” que vuela en la tormenta, ese polvo en suspensión nos impediría ver el Sol.

Por otra parte, mientras “afuera” se desarrolla esta “tormenta de arena” aquí dentro, en la atmósfera del planeta, nos encontraríamos en medio de una lluvia hirviente torrencial, con nubes, rayos y relámpagos, además de erupciones volcánicas, lluvias de cenizas y vapores venenosos.

Ciertamente todo un escenario, un tremendo escenario, un escenario muy distinto del actual.

Este escenario, en el que hoy probablemente no duraríamos vivos ni un minuto, crearía las condiciones ideales para iniciar el camino de la vida (humedad, temperatura, rayos cósmicos y radiación solar -que impactaban sin casi ningún impedimento). Condiciones ideales que crearían los primeros aminoácidos, las primeras cadenas moleculares. Cadenas que luego darían origen a organismos más complejos.

Ahora, que las condiciones están dadas, vamos a adentrarnos en el siguiente paso. La evolución de la vida.

3 ¡Y EN ESTE RINCÓN… LA VIDA…!

Ya vimos antes que la vida, como la conocemos en nuestro planeta, se inició con y en el agua. El agua tiene un papel fundamental para nuestro tipo de existencia. Pensemos que nosotros, los humanos, estamos compuestos por un setenta por ciento de ese elemento, casi podríamos decir que somos animales acuáticos adaptados a la superficie.

Bien, debemos situarnos en el lugar y pensar que, de manera simultánea, el planeta se enfría, el agua permanece en estado líquido por más tiempo, y se acumula en los lugares más bajos por simple efecto de la gravedad.

Este océano inicial -al parecer-, era uno sólo y las tierras -como continentes- también.

La ciencia llama hoy a ese súper continente único Vaalbará-Pangea [7].

Pangea no permanece como único continente sino que se fractura y sus segmentos derivan, navegan, por decirlo así, sobre la lava fundida que está debajo de la corteza y dan lugar a los continentes que hoy conocemos.

7 Pangea (Vaalbará-Pangea): Deriva del prefijo griego “pan” que significa “todo” y del término griego “gea”, “suelo” o “tierra”. De este modo, quedaría una palabra cuyo significado es “toda la tierra”.

Pangea es el resultado de la evolución del primer continente Vaalbará, que probablemente se formó hace unos 4.000 millones de años. Pangea se fracciona hace unos 208 millones de años en Laurasia y Gondwana. En la actualidad fragmentos de este antiguo continente forman parte de África, Australia, India y Madagascar.

Cronología

Supercontinentes Menores o Parciales:

-Nena (Supercontinente, surge hace aproximadamente 1.800 millones de años).

-Atlantica (Supercontinente, surge hace aprox. 1.800 millones de años).

-Gondwana (Surge hace aproximadamente 200 millones de años).

-Laurasia (Junto con Gondwana, Laurasia surge hace aproximadamente 200 millones de años).

-Eurasia (Eurasia es el supercontinente actual conformado por Europa y Asia).

Supercontinentes Mayores:

-Vaalbará (Surge hace aproximadamente 4 mil millones de años).

-Ur (Supercontinente, surge hace aproximadamente 3 mil millones de años).

-Kenorland (Surge hace aproximadamente 2.500 millones de años).

-Columbia (Supercontinente, surge hace aproximadamente 1.800 millones de años).

-Rodinia (Surge hace aproximadamente 1.100 millones de años).

-Pannotia (Surge hace aproximadamente 600 millones de años).

-Pangea (Surge hace aproximadamente 300 millones de años).

Realicemos por un momento un racconto y pongamos todos estos hechos en perspectiva.

Observemos que la vida, al evolucionar, surge primero en el mar y luego migra a la tierra, mientras el supercontinente Vaalbará-Pangea se fractura y se desplaza por el globo terráqueo hasta ocupar los lugares que nos son familiares hoy.

En el mar, donde la vida creó animales, también se generaron las plantas, las que pasaron a la tierra y se convirtieron en la vegetación terrestre -árboles, pasto, etc..

Algunos de esos animales marinos que habían “salido” a la tierra, mientras evolucionaban, volvieron al mar donde continuaron su evolución -por ejemplo: los cetáceos (ballenas, delfines, etc.).

Otros de estos animales primigenios, se habituaron a vivir en la superficie y dieron lugar a los famosos dinosaurios, quienes reinaron sobre el planeta durante unos ciento sesenta millones de años.

No quiero abrumarlos ni agobiarlos con la historia de nuestro mundo -seguramente muchos están familiarizados con ella-, pero es importante que la refresquemos e intentemos notar determinados “detalles” porque son pistas imprescindibles para comprender el tema que nos ocupa.

Sigamos, (con una pequeña acotación).

Los dinosaurios surgen unos doscientos treinta millones de años atrás y desaparecen -se extinguen- hace aproximadamente sesenta y cinco millones de años.

Si tomamos en cuenta que la especie humana, el primer Homo, aparece recién en los últimos dos millones de años, comprenderemos, que dinosaurios y humanos nunca convivieron.

Entre el último dinosaurio y el primer Homo hubo un lapso de sesenta millones de años, lo suficiente como para no se hayan encontrado nunca.

En este punto me gustaría enfocar la atención sobre algunos detalles de la evolución de la vida que cuando analicemos el Génesis van a cobrar cierta importancia.

Es interesante señalar que algunos dinosaurios fueron voladores -como el Pterosaurio-, y es posible que hayan tenido sus hábitats en las playas. Pensemos que estos animales tenían alas como las de los murciélagos y que no eran aptas para carretear como un avión o como un pato, sino que necesitaban lanzarse desde alguna zona alta, algún risco elevado, para iniciar así el vuelo; y para eso, qué mejor que un acantilado sobre el mar. Algunos de ellos fueron animales muy grandes que llegaron a tener 12mts de envergadura, casi como una pequeña avioneta.

También -y muy importante- es recalcar que los seres humanos han sido los últimos en aparecer en esta historia, la historia de la evolución.

Bien. Como habrán notado el Sistema Solar tardó en formarse unos seis mil millones de años y el hombre hizo su aparición en los últimos dos millones de años.

Por lo general, es común, que se compare esos seis mil millones de años con un año de trescientos sesenta y cinco días, en el que la nebulosa empieza a colapsar el primero de enero y la especie humana hace su aparición a las once de la noche del treinta y uno de diciembre.

El hombre tiene su momento al final, muy final de todo el proceso.

Creo que este breve racconto de la historia de la Tierra nos permite contar con la base de información suficiente y necesaria para poder realizar nuestra comparación, así que, ¡probemos!

4 He aquí… EL GÉNESIS [8]

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

«La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. Y atardeció y amaneció: día primero» (Génesis 1:1-5).

8 Génesis. El nombre griego proviene del contenido del libro: el origen del mundo, el género humano y el pueblo judío, la genealogía de toda la humanidad desde el comienzo de los tiempos. También “génesis” tiene el sentido de “prólogo”, ya que la historia judía comienza propiamente con el Éxodo, del cual el Génesis es simplemente un prolegómeno. Este título aparece en la Versión de los Setenta o Septuaginta Griega (LXX). En hebreo, el libro se llama “Bere’schíth”: “En el Principio”, se toma de la primera palabra de la frase inicial. El texto que utilizo para el análisis pertenece a La Biblia de Jerusalem, Editions du Cerf, París, 1973.

Observemos detalladamente lo que nos relata este primer párrafo.

En esta descripción, distingo claramente el caos original de aquella nebulosa de polvo cósmico que nos menciona la ciencia. Un “mar” de polvo, para alguien que tal vez lo está viendo en la oscuridad, y que no tiene la más mínima idea de que aquello que está presenciando no es agua sino una nebulosa en la que él (nuestro posible observador) se encuentra “flotando”. Este individuo se halla en el lugar, en el sitio preciso, en el que cientos de millones de años después se va a ubicar la Tierra en formación. Además, como aún no pisa terreno sólido lo único que él puede vislumbrar o comprender, según sus parámetros, es el abismo, el abismo del espacio.

Luego, este mismo individuo (que continúa su observación y narra lo que ve) percibe que la luz brilla por primera vez y cree que Dios en ese preciso momento la crea -como luz-, ya que aún no puede ver que es el sol el que la origina. Ve la luz, pero no de dónde proviene. Para él es como si Dios hubiese “encendido” la luz.

Es necesario aclarar que cuando hablo de un observador me refiero a alguien que en una época reciente -digamos hace unos tres mil años atrás-, recibe una visión o una revelación de Dios y a través de ella logra ver la creación del Sistema Solar.

No significa que el observador haya presenciado la creación en el momento en que Dios la realizaba, sino que la vio o la captó con posterioridad, a través de algún tipo de visión extremadamente resumida.

Entonces –al aparecer la luz pero no haber podido ver los astros- aparece el primer gran dilema típico del Génesis: ¿cómo puede crearse la luz antes que los astros?, (esta pregunta -obviamente retórica- por lo general va acompañada de algún gesto escéptico, mirada cómplice jactanciosa y la intención de terminar la conversación). Sí, es cierto, no puede ser, pero -siempre hay un pero-, ¿qué pasaría si situáramos al observador en el lugar exacto donde se encuentra el remolino primigenio?, el que va a dar lugar al planeta. Es obvio que nuestro observador podría ver la luz, pero sería incapaz de saber de dónde procede, de dónde viene esa luz, ya que como advertimos antes, la “tormenta de polvo” se lo impediría. También, al estar “parado” (de pie) sobre el remolino, percibiría el paso de día-noche, luz-oscuridad, debido a su rotación. Esta persona, al estar parada, instalada, sobre el remolino, giraría con él, y por ello, un momento estaría de frente a la luz, y en el siguiente, de espalda a ella.

Aquí, ya podemos darnos cuenta de que es fundamental, fundamental, la existencia de un observador y -más aún- su ubicación, para poder comprender el Génesis.

Este individuo que observa, y luego relata lo que ha visto, lo contempla desde un sitio determinado, desde una ubicación concreta. En algún lugar se encuentra apostado en el momento en que “ve”, en el momento en que recibe la visión, la revelación. Y ese lugar, esa ubicación en la que se halla, es la que hace la diferencia, eso es lo que nos da la pauta de que la descripción del Génesis puede tener sentido, es la clave del acertijo. La clave que abre un mundo de posibilidades

(¿Y ahora?, ¿el gestito jactancioso?...).

Creo que el Génesis nunca tuvo sentido para muchos. O al menos creo que no tuvo sentido porque la mayoría de quienes lo analizan parten del presupuesto de que la información de la Creación (el Génesis) se le debería haber dado a la persona que escribió La Biblia con el formato de un libro de ciencia, con datos científicos, tablas y gráficos; o con la estructura de una revelación detallada, que permitiera comprender lo ocurrido desde todos los ángulos. Específicamente con esa posibilidad: la de poder ver los hechos desde todos los ángulos.

Es posible, que el motivo de este preconcepto se encuentre, en que nuestra mente cientificista espera que los datos científicos sean acompañados de gráficos, tablas, estadísticas y -por supuesto- el formato correcto. Sin embargo, si nos remitimos a cómo las personas que reciben visiones o revelaciones de Dios “ven” lo que Él les revela, vamos a comprender mejor que esas manifestaciones divinas nunca ocurren según los parámetros humanos. Por lo general, estas visiones o revelaciones son, justamente eso, visiones. Visiones semejantes a películas muy cortas sobre las que el espectador no tiene ningún control. Las visiones suelen ser similares a un sueño.

A veces, estas visiones son acompañadas de una idea que se aclara tras la contemplación extática o, en algunos casos, hay alguien que le habla a la persona que tiene la experiencia y le explica algo en particular que puede -o no- estar relacionado con lo que ha visto.

Bien.

Avancemos un poco más con nuestro enfoque e intentemos desentrañar este misterio.

Si este individuo (nuestro observador) se hubiese encontrado flotando en el espacio por encima del Sistema Solar en formación habría “visto” que la estrella nace junto con la luz, pero es claro que no fue así ya que él percibe primero la luz y mucho después la existencia de los astros. Entonces, llegado a este punto me pregunté: ¿por qué?, ¿por qué no lo ve?, ¿por qué no ve algo tan evidente?

Simplemente porque no puede.


Es indudable, para mí, que su ubicación -el sitio desde donde observa-, no se encuentra en el espacio sino a nivel del disco de acreción, en el nivel donde se crean los planetas, y es justamente por ello que los astros le quedan ocultos tras el polvo remanente. La clave, la llave de este misterio es la ubicación del observador, y esa ubicación tiene que ser -sin lugar a dudas- algún punto sobre la superficie del planeta. Por lo tanto, vamos a continuar nuestra comparación bajo el supuesto que el observador se encuentra parado sobre lo que va a ser en algún momento la superficie de nuestro planeta, la Tierra.

Leamos lo que ocurre en el segundo día:

«Dijo Dios:

«“Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras”. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento “cielos”. Y atardeció y amaneció: día segundo» (Génesis 1:6-8).

En este fragmento, nuestro observador se mantiene en el mismo sitio, la superficie de la Tierra (ahora ya formada), y desde allí cuenta lo que “ve”, es la visión que Dios le envía.

Para mí es obvio que está observando el enfriamiento del planeta y, como consecuencia de ello, la condensación del agua, el agua que se empieza a acumular en la superficie y la clara separación de los gases de la atmósfera que van a formar el firmamento, el cielo.

Para él, antes de la separación de las aguas, todo se encontraba mezclado, de ahí la “separación”. Pero ¿qué es lo que está mezclado? El agua y el aire (el firmamento).

Es tal el vapor y la humedad existente, a la que se suman las nubes -posiblemente volcánicas-, que su sensación es que el firmamento está mezclado con el agua de la lluvia y del mar.

Para él esta situación es muy confusa. Mas al enfriarse paulatinamente la Tierra (el planeta), la separación de aguas -podríamos decir- se hace evidente. La lluvia es lluvia, la tierra es tierra y el mar es mar.

(¿Ya capté su atención?, ¿no?, ¿todavía no?)

Bien.

Tercer día:

«Dijo Dios:

«“Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un sólo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue. Y llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mares”; y vio Dios que estaba bien.

«Dijo Dios:

«“Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra”. Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien. Y atardeció y amaneció: día tercero» (Génesis 1:9-13).

Aquí surge, nuevamente, lo que ya habíamos observado en nuestro racconto acerca de lo que la ciencia dedujo sobre la evolución del planeta, sólo que en extremo resumido.

No debemos olvidar que nuestro observador presencia estos hechos a un ritmo verdaderamente vertiginoso, tuvo que haber sido así, ya que -como mucho- los seis mil millones de años, o al menos los cuatro mil seiscientos millones del planeta, le fueron resumidos en siete días.

Analicemos un poco este tercer día.

El agua se acumula en un sólo océano-mar y la tierra en un sólo conjunto.

Estoy convencido de que nuestro observador se refiere aquí al supercontinente Vaalbará-Pangea.

Es demasiado coincidente la observación que realiza el narrador acerca de una tierra y un mar, demasiado coincidente y casi innecesaria si no fuera porque realmente ocurrió de esa forma.

Ahora bien, él no pudo verlo (estamos hablando de un súper continente) por lo tanto tiene que haber sido una idea que captó junto con la visión. Esto hace más interesante el hecho que lo mencione, casi llamativo.

Luego, este individuo (el observador) ve crecer a su alrededor las plantas, a las que identifica con formas de vida conocidas para él: árboles, semillas, frutos, tal vez algas.

Cuarto día:

«Dijo Dios:

«“Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra”. Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto» (Génesis 1:14-19).

Y ahora nuestro observador -al fin- puede ver un cielo limpio, tanto de nubes, humedad y gases, como de polvo estelar. El polvo estelar remanente que ya había desaparecido del espacio circundante capturado por los planetas y barrido por el viento solar.

Al fin, ve el Sol, la Luna y las estrellas y, por supuesto, cree que ése es el instante en que Dios los ha creado.

El Observador. El Genesis

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