Читать книгу El Observador. La Solución Al Génesis - Alberto Canen - Страница 4
ОглавлениеChapter 3
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MILES DE MILLONES
Primero, reflexionemos sobre los ânunca bien ponderadosâ siete dÃas.
Por supuesto, los siete dÃas bÃblicos debÃan tener algún tipo de explicación -pensé-, y me aboqué a resolverlo.
Lo primero que se me ocurrió fue que si Dios era infinito, posiblemente, un dÃa de Dios podrÃa durar mil millones de años, por lo que siete dÃas de Dios bien podrÃan ser seis mil millones de años. Ustedes dirán ¿por qué seis mil millones de años? Bueno, porque actualmente se calcula, que desde la nebulosa original al presente han transcurrido seis mil millones de años, y cuatro mil seiscientos millones de años desde la consolidación de la Tierra.
Aunque Occidente no ha manejado cifras importantes -y al decir cifras importantes me refiero a guarismos tan grandes como de miles de millones de años- en sus mitologÃas, puede ser interesante observar que en India -para la época en que se escribió el Génesis- ya estaban acostumbrados a pensar números de esa magnitud.
Por ejemplo: según las escrituras védicas [4], los cuatro yugás (eras) forman un ciclo de 4.320.000 años (un Majá-yugá, o âgran eraâ), que se repite una y otra vez. La primera es la Satyá-yugá o âera de la verdadâ de 1.728.000 años de duración. En la que el promedio de vida de una persona era de 100.000 años. Es la Era de Oro, según otra clasificación.
Luego, adviene la Duapára-yugá o âsegunda eraâ que abarca unos 1.296.000 años. Con un promedio de vida de 10.000 años; también denominada Era de Plata.
La âtercera eraâ, Treta-yugá duró unos 864.000 años; en ella el promedio de vida que tenÃa un hombre era de 1.000 años; también es conocida como Era de Bronce (aunque no se pretende que coincida con la Edad de Bronce en la India).
Finalmente, Kali-yugá o âera de riñaâ de 432.000 años de extensión donde el promedio de vida de un ser humano era de 100 años (al comienzo de ella, hace 5100 años). Denominada Era de Hierro (tampoco se pretende que coincida con la Edad de Hierro en la India).
4 Se denomina Vedas (literalmente âconocimientoâ, en sánscrito) a cuatro textos muy antiguos, base de la religión védica, que fue previa a la religión hinduista. La palabra sánscrita vedá proviene de un término del idioma indoeuropeo (weid), relacionado con la visión, del que surgieron el latÃn vedere (ver) y veritás (verdad) y las palabras españolas âverâ y âverdadâ. Los textos védicos se desarrollaron dentro de lo que se denomina la cultura védica, basada en castas (varna o âcolorâ) y ásramas (etapas de vida religiosa).
Interesante, muy interesante.
Hasta aquà no encontré inconvenientes en sopesar los âsiete dÃasâ.
Si uno cree en Dios, lo normal, a mi entender, serÃa creer que es infinito, por lo que la relación miles o millones de años-dÃas de Dios no me ha generado ningún conflicto.
Sigamos.
Analicemos ahora la explicación que nos brinda la ciencia acerca del nacimiento del Sistema Solar y de nuestro planeta Tierra para, de esta manera, luego poder compararla con el texto del Génesis.
Los invito a situarnos en el lugar y en el tiempo.
Vayamos hasta ese momento en el que todo se inició en nuestro pequeño rincón del universo.
Hace seis mil millones de años, una nube de gas y polvo estelar -lo que se denomina una nebulosa planetaria-, flota a la deriva en el espacio.
Esta nebulosa, esta nube de polvo y gas estelar es el producto residual de una estrella, que luego de su muerte como supernova [5] (estrella que explota en su muerte, su estadÃo final) esparce en el espacio los materiales que ha producido en su interior a partir de elementos más simples.
Los elementos creados en ese horno estelar -ahora más complejos- componen esta enorme nube de polvo, hielo y gas que flota plácidamente a la deriva. Nuestra nebulosa local.
5 Supernova: Estrella que estalla y lanza a su alrededor la mayor parte de su masa a altÃsimas velocidades. Luego de este fenómeno explosivo se pueden producir dos casos: o la estrella es completamente destruida, o bien permanece su núcleo central que, a su vez, entra en colapso por sà mismo dando vida a un objeto muy macizo como una estrella de neutrones o un Agujero Negro.
El fenómeno de la explosión de una supernova es similar al de la explosión de una Nova, pero con la diferencia sustancial que, en el primer caso, las energÃas en juego son un millón de veces superiores. Cuando se produce un acontecimiento catastrófico de este tipo, los astrónomos ven encenderse de improviso en el cielo una estrella que puede alcanzar magnitudes aparentes de -6m o más.
La explosión de una supernova es un fenómeno relativamente raro. De todos modos tenemos testimonios de hechos de este tipo: en 1054, se encendió una estrella en la constelación de Tauro, cuyos restos aún pueden observarse bajo la forma de la espléndida Crab Nebula; en 1572, el gran astrónomo Tycho de Brahe observó una supernova brillando en la constelación de Casiopea; en 1640, un fenómeno análogo fue contemplado por Kepler. Todas éstas son apariciones de supernovas que estallaron en nuestra Galaxia.
Hoy se calcula que cada galaxia produce, en promedio, una supernova cada seis siglos. Una famosa supernova de una galaxia exterior es la aparecida en 1885 en Andrómeda.
En determinado momento, esta calma, este flotar plácido, se ve alterado por la llegada de olas, olas-ondas de choque producidas posiblemente por la explosión de otra supernova, otra estrella que termina sus dÃas en las cercanÃas.
Estas ondas de choque, estas olas que impactan y sacuden a nuestra apacible nebulosa desencadenan en ella su contracción, y al contraerse comienza a girar y a achatarse.
Este disco achatado que es ahora nuestra nebulosa planetaria, conduce la mayor parte de la materia hacia el centro donde ésta se acumula.
Este enorme cúmulo de materia (en su mayorÃa gas) hace que -bajo su propio peso y por efecto de la gravedad- colapse, iniciando asà la combustión de la incipiente estrella central, el Sol.
La misma fuerza de gravedad -la misma fuerza gravitacional- que genera la acumulación de materia en el centro y como consecuencia la creación de una estrella, en nuestro caso el Sol, también produce remolinos y grumos en el disco de polvo, disco de polvo en el que se ha convertido la nebulosa original y que ahora gira lentamente alrededor del Sol.
Estos grumos que giran como remolinos sobre sà y que continúan su viaje en torno al centro, son los nodos que van a dar origen a los planetas.
Estos planetas primigenios, estos nodos o remolinos de materia estelar, continúan su camino en torno al Sol, pero no con un movimiento circular, sino en forma de espiral, cayendo hacia él, acercándose un poco más en cada vuelta, en cada órbita. Por lo que se deduce que cuando iniciaron sus giros, los remolinos originales, se encontraban más lejos de lo que los planetas âterminadosâ se encuentran actualmente.
¿Y cuál fue la consecuencia de ese acercamiento al Sol por ese camino en espiral? Bien, lo que ocurrió fue que esos planetas bebés -podrÃamos decir-, fueron âlimpiandoâ de escombros, polvo, y gas, el espacio por donde pasaron y, de esa forma, acrecentaron sus masas con la materia capturada.
Entonces, recapitulemos y observemos el panorama general.
Primero: surge una nube de polvo y gas caótica que flota en el abismo interestelar, fruto de la explosión previa de alguna supernova que desperdiga por el espacio su materia.
Segundo: se genera un disco de acreción a partir de esa materia que va a dar origen, primero al Sol y luego a los planetas.
Tercero: ese disco es en sà mismo una nube de polvo y gas, que los planetas al orbitar irán limpiando del espacio circundante.
Al âbarrerâ ese material, al atraerlo hacia sÃ, los planetas incrementarán su tamaño con el polvo y el gas capturado.
Muchas de esas rocas, polvo y hielo, remanentes de aquella nube, son los meteoritos que aún hoy continúan precipitándose a la Tierra, y que han dejado tan marcada la superficie de la Luna y de nuestro propio planeta.
También el viento solar, producto de la combustión nuclear del Sol, limpia el espacio circundante del material liviano y lo desaloja hacia los confines del sistema.
Mientras esa ola de gas y polvo liviano es expulsada por el viento solar, vuelve a ser capturada en su camino por la gravitación de los planetas que encuentra a su paso, acrecentando asà âun poco más- la masa de cada uno de ellos.
Bien, ya tenemos entonces, planetas primitivos que giran en órbitas casi circulares en torno al Sol, porque al estabilizase el movimiento general del sistema, dichas órbitas han dejado de ser espiraladas.
Estos planetas, que estuvieron recibiendo material del gas y polvo del espacio -posiblemente, muchas veces, en forma de colisiones violentas-, tienen que haber existido, en ese momento, en estado de lava fundida (en el caso de los planetas no gaseosos), porque la fricción genera calor, y las colisiones de esa materia produjeron muchÃsima fricción lo cual derivó en un gran aumento de temperatura que derritió las rocas y el polvo uniendo todo ello en masas únicas, por lo general, de forma casi esféricas.
Los planetas, al recibir cada vez menos impactos, comenzaron a enfriarse, y al enfriarse generaron una cáscara, una costra, una superficie sólida, la corteza terrestre sobre la que actualmente caminamos. No sólo se formó la superficie, sino que además, los gases que se liberaron y quedaron atrapados por la fuerza de gravedad dieron lugar a una atmósfera, como es el caso de nuestro planeta Tierra y la atmósfera cuyos gases hoy respiramos.
Por su parte, el hielo de la nube original, también atrapado, originó el agua y, por consiguiente su acumulación generarÃa los mares, los rÃos, la lluvia.
Bien, muy bien, ahora pensemos cómo fue ese tiempo en que el planeta, aunque ya se habÃa enfriado bastante como para que la costra terrestre se formara, aún era demasiado caliente como para que el agua lograra acumularse en forma lÃquida sobre la superficie. En esa época, el ciclo de: evaporaciónâcondensaciónâlluvia era mucho más rápido debido a las altas temperaturas de la superficie. En ese tiempo, la humedad era verdaderamente insoportable. Lluvias y tormentas eléctricas se sucedÃan sin solución de continuidad. La lluvia se evaporaba tan sólo tocar la tierra.
Un cielo impenetrable, mucha niebla, y la luz del Sol que apenas lograba filtrarse.
Seguramente habrÃa sido imposible para una persona, de haber podido estar en la superficie, haber visto las estrellas o el mismo Sol debido, por un lado, a lo cerrado de las nubes y la niebla, y por otro, a causa del polvo remanente que aún flotarÃa en el espacio entre los planetas en formación.
¿Suena muy complicado o difÃcil de imaginar? SÃ, es posible.
Me parece que un buen ejercicio, para ubicarse en esa situación, serÃa imaginarse estar en medio de una fuerte tormenta de arena y una vez allà intentar ver el Sol.
Seguramente verÃamos la luz, el resplandor que nos rodea, pero difÃcilmente podrÃamos identificar con exactitud la fuente, el origen de esa luz. El polvo, âla arenaâ que vuela en la tormenta, ese polvo en suspensión nos impedirÃa ver el Sol.
Por otra parte, mientras âafueraâ se desarrolla esta âtormenta de arenaâ aquà dentro, en la atmósfera del planeta, nos encontrarÃamos en medio de una lluvia hirviente torrencial, con nubes, rayos y relámpagos, además de erupciones volcánicas, lluvias de cenizas y vapores venenosos.
Ciertamente todo un escenario, un tremendo escenario, un escenario muy distinto del actual.
Este escenario, en el que hoy probablemente no durarÃamos vivos ni un minuto, crearÃa las condiciones ideales para iniciar el camino de la vida (humedad, temperatura, rayos cósmicos y radiación solar -que impactaban sin casi ningún impedimento). Condiciones ideales que crearÃan los primeros aminoácidos, las primeras cadenas moleculares. Cadenas que luego darÃan origen a organismos más complejos.
Ahora, que las condiciones están dadas, vamos a adentrarnos en el siguiente paso. La evolución de la vida.